9 LOCKE Y DEMÓSTENES

—No le he hecho venir para perder el tiempo. ¿Cómo diablos se las ha arreglado el ordenador para hacer eso?

—No lo sé.

—¿Cómo pudo coger una fotografía del hermano de Ender e introducirla en los gráficos de la rutina del País de la Fantasía?

—Cuando programaron el ordenador, yo no estaba presente, coronel Graff. Lo único que sé es que, hasta ahora, el ordenador nunca había llevado a nadie a ese lugar. Llegar al País de la Fantasía es ya bastante extraño, pero ya no es el País de la Fantasía. Está más allá del Fin del Mundo y…

—Conozco los nombres de los lugares, lo que no conozco son sus significados.

—El País de la Fantasía estaba programado en el ordenador. Se le menciona en algunos sitios. Pero en ningún sitio se habla del Fin del Mundo. No tenemos ninguna experiencia con él.

—No me gusta que el ordenador torture de esa forma la mente de Ender. Peter Wiggin es la persona más fuerte de su vida, exceptuando, tal vez, a su hermana Valentine.

—Además, el juego está diseñado para ayudarles a desarrollarse, para ayudarles a encontrar mundos en los que puedan sentirse bien.

—¿Es que no lo entiende, mayor Imbu? No quiero que Ender se sienta bien con el fin del mundo. Nuestro trabajo no consiste en hacer que se sienta bien con el fin del mundo.

—El Fin del Mundo del juego no es necesariamente el fin de la humanidad en una guerra contra los insectores. Tiene un significado personal para Ender.

—¿Ah sí? ¿Qué significado?

—No lo sé, señor. No soy el chico. Pregúnteselo a él.

—Mayor Imbu, se lo pregunto a usted.

—Podría tener mil significados.

—Dígame uno.

—Usted ha aislado al muchacho. Tal vez esté deseando que llegue el fin de este mundo, la Escuela de Batalla. O tal vez se refiera al fin del mundo en el que creció, a su hogar, a su venida aquí. O tal vez es su forma de enfrentarse con el hecho de haber destrozado aquí a tantos chicos. Ya sabe que Ender es un chico muy sensible y ha infligido mucho daño físico a algunas personas; puede que esté deseando que llegue el fin de ese mundo.

—O de ninguno de ellos.

—El juego establece una relación entre el muchacho y el ordenador. Juntos crean historias. Las historias son verdaderas, en el sentido en que reflejan la realidad de la vida del muchacho. Eso es lo único que sé.

—Le diré lo que sé yo, mayor Imbu. Esa fotografía de Peter Wiggin no se ha podido sacar de los ficheros de esta escuela. No tenemos ninguna información sobre él, electrónica o no, desde que Ender vino. Y esa fotografía es más reciente.

—Sólo ha transcurrido un año y medio› señor. ¿Cuanto puede haber cambiado el muchacho?

—Ahora lleva un peinado totalmente distinto. Le rehicieron la boca con ortopedia dental He conseguido en la Tierra una fotografía reciente y la he comparado. La única posibilidad que tenía el ordenador de la Escuela de Batalla para conseguir esa fotografía era requisarla en un ordenador de la Tierra. Y además tenía que ser uno que no esté conectado con la F.I. Para eso hace falta un permiso de requisición. No se puede ir sin más ni más al condado de Guilford, Carolina del Norte, y arrancar una fotografía de los ficheros de la escuela. ¿Autorizó alguien de esta escuela ese acceso?

—No lo entiendo, señor. Nuestro ordenador de la Escuela de Batalla es sólo una parte de la red de la F.I. Si nosotros queremos una fotografía, tenemos que conseguir una requisitoria, pero si el juego decide que la fotografía es necesaria…

—Puede ir y cogerla.

—No siempre. Sólo cuando es por el bien del muchacho.

—De acuerdo, es por su bien. Pero ¿por qué? Su hermano es peligroso, su hermano fue rechazado para este programa porque es uno de los peores seres humanos que han pasado por nuestras manos, ¿Por qué es tan importante para Ender? ¿Por qué, después de tanto tiempo?

—Sinceramente, no lo sé, señor. Y el programa del juego está diseñado deforma que no nos lo puede decir. En realidad, cabe que ni él mismo lo sepa. Estamos en un terreno inexplorado.

—¿Quiere decir que el ordenador inventa cosas a medida que avanza?

—Puede decirlo así.

—Bueno, eso hace que me sienta mejor, Creía que era el único.


Valentine celebraba sola el octavo cumpleaños de Ender, en el patio trasero con cerca de madera de su nueva casa de Greensboro. Limpió de agujas de pino y de hojas una pequeña parcela de suelo, y con una astilla grabó en la tierra el nombre de Ender. Luego hizo un pequeño tepee con astillas y agujas de pino, y encendió un fuego. Salió humo que se entretejió con las ramas y las agujas del pino. «Directo al espacio —dijo en silencio—. Directo a la Escuela de Batalla.»

No había llegado ninguna carta y, por lo que sabían, tampoco él había recibido ninguna. Cuando se lo llevaron, su padre y su madre se sentaban en la mesa y tecleaban largas cartas cada dos o tres días. Pronto, sin embargo, fue una vez a la semana, y cuando vieron que no recibían contestación, una vez al mes. Ahora hacía dos años que se había ido, y no había cartas, ninguna, y ningún recuerdo en su cumpleaños. «Está muerto —pensó con amargura—, porque le hemos olvidado.»

Pero Valentine no le había olvidado. No dejó que sus padres lo supieran y sobre todo nunca insinuó a Peter lo asiduamente que pensaba en Ender, lo asiduamente que le escribía cartas que sabía que no contestaría. Y cuando su padre y su madre les anunciaron que iban a dejar la ciudad para trasladarse a Carolina del Norte, precisamente a Carolina del Norte, Valentine comprendió que nunca confiaron en volver a ver a Ender. Dejaban el único lugar donde él podía encontrarles. ¿Cómo los iba a encontrar Ender aquí, entre estos árboles, bajo este cielo variable y pesado? Había vivido toda su vida en la profundidad de los pasillos, y si todavía estaba en la Escuela de Batalla, allí incluso había menos contacto con la naturaleza. ¿Qué impresión le causaría este lugar?

Valentine sabía por qué se había trasladado aquí. Era por Peter, para que la vida entre árboles y animales pequeños, para que la naturaleza en la forma más cruda que papá y mamá podían concebir, ejerciera una influencia dulcificadora en su extraño y terrible hijo. Y, en cierta forma, la ejerció. Peter se adaptó rápidamente. Largos paseos al aire libre, atajando por bosques y saliendo al campo abierto. Algunas veces, para pasar todo el día, llevaba sólo un bocadillo o dos, compartiendo con su consola el espacio de la mochila que portaba en la espalda, y una pequeña navaja en el bolsillo.

Pero Valentine lo sabía. Había visto una ardilla medio despellejada, con sus manitas y pies empaladas en astillas clavadas en la tierra. Se imaginó a Peter atrapándola, empalándola, y separando y despellejando la piel sin abrirle las tripas, mirando los músculos retorcer y contraerse. ¿Cuánto tiempo habría tardado la ardilla en morir? Y Peter estuvo sentado todo ese tiempo cerca de ella, apoyado en el árbol donde a lo mejor había anidado la ardilla, jugando con la consola mientras la vida de la ardilla se escurría.

Al principio se horrorizó, y en la cena estuvo a punto de devolver, viendo a Peter comer con tanto vigor y hablar con tanta alegría. Pero más tarde pensó en ello y comprendió que quizá fuera para Peter una especie de magia, algo parecido a sus pequeños fuegos; un sacrificio que de alguna forma aplacaba a los oscuros dioses que iban a la caza de su alma. Mejor torturar ardillas que niños. «Peter ha sido siempre un labrador de dolor, que lo siembra, lo alimenta, y lo devora con avidez cuando está maduro; mejor que lo tome en estas dosis pequeñas e intensas que con sombría crueldad en los niños de la escuela», se decía la muchacha.

—Un estudiante modelo —decían los profesores—. Ojalá tuviéramos en la escuela cien como él. Estudia continuamente, entrega todos sus trabajos a tiempo. Le gusta aprender.

Pero Valentine sabía que era un fraude. A Peter le gustaba aprender, es cierto, pero los profesores nunca le habían enseñado nada. Hacía sus estudios con la consola que tenía en casa, conectando con las bibliotecas y las bases de datos, estudiando y pensando y, sobre todo, hablando con Valentine. Y sin embargo, en la escuela actuaba como si las pueriles lecciones del día le sedujeran.

—Oh, es formidable, no tenía ni idea de que las ranas fueran así por dentro —decía.

Y después estudiaba en casa la unión de las células para formar los organismos a través de la colación filótica del ADN. Peter era un maestro en el arte de la adulación, y todos sus profesores le creían.

No obstante, estaba bien. Peter no volvió a pelearse, no volvió a intimidar a nadie. Se llevaba bien con todo el mundo. Era un nuevo Peter.

Todo el mundo lo creía. Su padre y su madre así lo decían, y eso hacía que a Valentine le entraran con frecuencia ganas de gritarles: «¡No es un Peter nuevo! ¡Es el mismo Peter, sólo que más listo!»

«¿Muy listo? Más listo que tú, padre. Más listo que tú, madre. Más listo que ninguna persona que hayáis conocido.»

«Pero no más listo que yo.»

—He estado pensando —dijo Peter— si matarte o no.

Valentine se apoyó contra el tronco del pino. Su pequeño fuego eran ahora unas pocas ascuas que se consumían.

—También yo te quiero a ti, Peter.

—Sería tan fácil. Siempre haces esos fueguecitos estúpidos. Es sólo cuestión de derribarte y quemarte. Eres una pirómana.

—He estado pensando en castrarte mientras dormías.

—No, no es cierto. Sólo piensas esas cosas cuando estoy contigo. Saco a relucir lo mejor de ti. No, Valentine he decidido no matarte. He decidido que me vas a ayudar.

—¿De veras?

Unos años antes, Valentine se habría aterrorizado ante las amenazas de Peter. Ahora, sin embargo, no tenía tanto miedo. No es que dudara de que fuera capaz de matarla. No podía imaginar nada tan terrible que Peter fuera incapaz de hacer. Sin embargo, sabía también que Peter no era un demente, por lo menos no en el sentido de que no tuviera control sobre sí mismo. Tenía más control sobre sí mismo que ninguna otra persona que ella conociera. Excepto, tal vez, ella misma. Peter podía aplazar cualquier deseo tanto como fuera necesario; podía ocultar cualquier emoción. Y por consiguiente, Valentine sabía que Peter nunca le haría daño en un ataque de ira. Sólo lo haría si las ventajas compensaban los riesgos. Y no era éste el caso. En cierta forma, prefería a Peter antes que a otra gente precisamente por eso. Siempre, siempre, actuaba guiado por un egoísmo inteligente. Y por lo tanto, para mantenerse a salvo, lo único que tenía que hacer era estar segura de que a Peter le interesaba más dejarla viva que tenerla muerta.

—Valentine, las cosas están llegando a un punto crítico. He estado siguiendo los movimientos de tropas en Rusia.

—¿De qué hablas?

—Del mundo, Val. ¿Sabes qué es Rusia? ¿Y el gran imperio? ¿Y el Pacto de Varsovia? ¿Y los gobernantes de Euroasia desde los Países Bajos al Pakistán?

—No hacen públicos sus movimientos de tropas, Peter.

—Claro que no, pero sí publican los horarios de los trenes de pasajeros y mercancías. He hecho que mi consola analice esos horarios y descifre cuándo circulan en secreto trenes de tropas por las mismas vías. He analizado retrospectivamente los tres últimos años. En los últimos seis meses han aumentado, se están preparando para la guerra. Una guerra por tierra.

—Pero ¿y la Liga? ¿Y los insectores?

Valentine no sabía qué pretendía insinuar Peter, pero a menudo sacaba discusiones de este tipo, discusiones prácticas sobre los acontecimientos del mundo. La utilizaba para probar sus ideas, para refinarlas. En el proceso, también ella refinaba sus propias ideas. Descubrió que aunque raramente estaba de acuerdo con Peter sobre lo que debería ser el mundo, raramente estaban en desacuerdo en lo que era el mundo en realidad. Se habían hecho bastante diestros en tamizar información precisa de las historias de los simplones, desesperadamente ignorantes, redactores de noticias. El rebaño de las noticias, como Peter los llamaba.

—El Polemarch es ruso, ¿no? Y él sabe lo que está pasando con la flota. O han descubierto que, después de todo, los insectores no son una amenaza, o estamos a punto de tener una gran batalla. De una forma o de otra, la guerra contra los insectores está próxima a su fin. Se están preparando para después de la guerra.

—Si están trasladando tropas debe de ser bajo la dirección de los Estrategas.

—Todo es interno, limitado al Pacto de Varsovia.

Eso era perturbador. La fachada de paz y cooperación no había sido perturbada casi desde que comenzaron las guerras contra los insectores. Lo que Peter había detectado era una perturbación fundamental del orden mundial. Ella tenía una imagen mental, tan nítida como la memoria, sobre lo que había sido el mundo antes de que la amenaza de los insectores les trajera la paz entre ellos.

—Así que volvemos a lo de antes.

—Con algunos cambios. Gracias a los escudos nadie se preocupa ya de las armas nucleares. Tenemos que matarnos de mil en mil, no de millones en millones. —Peter esbozó una sonrisa—. Val, tenía que suceder. Ahora mismo existen un ejército y una flota internacional enormes, bajo la hegemonía americana. Cuando finalicen las guerras contra los insectores, todo ese poder se desvanecerá, porque todo se ha basado en el miedo a los insectores. De repente, miraremos alrededor y descubriremos que las viejas alianzas han desaparecido, muerto y desaparecido, excepto una, al Pacto de Varsovia. Y será el dólar contra cinco millones de láseres. Nosotros tendremos el cinturón de asteroides, pero ellos tendrán la Tierra, y, sin la Tierra, allí te quedas sin pasas ni apios con bastante rapidez.

Lo que más perturbaba a Valentine era que Peter no parecía nada preocupado.

—Peter, ¿por qué tengo la impresión de que estás viendo todo ese asunto como si se tratara de una oportunidad de oro para Peter Wiggin?

—Para los dos, Val.

—Peter, tienes doce anos. Yo tengo diez. Hay un nombre para las personas de nuestra edad. Nos llaman niños y nos tratan como a ratones.

—Pero nosotros no pensamos como los demás niños, ¿verdad, Val? No hablamos como los demás niños. Y sobre todo, no escribimos como los demás niños.

—Para ser una discusión que se inició con amenazas de muerte, me parece, Peter, que nos hemos desviado del tema.

Sin embargo, Valentine descubrió que estaba entusiasmada. Escribir era una de las cosas que Val hacía mejor que Peter. Los dos lo sabían. Incluso, Peter lo mencionó una vez, cuando dijo que él siempre veía lo que los otros odiaban más de sí mismos para intimidarlos, mientras que Val siempre veía lo que los otros apreciaban más de sí mismos, para adularlos. Era una forma cínica de decirlo, pero era verdad. Valentine podía inculcar su punto de vista a los demás; podía convencerles de que querían lo que ella quería que quisieran. Peter, por otro lado, sólo podía hacerles temer lo que él quería que temieran. La primera vez que Peter se lo señaló, se sintió ofendida. Quería creer que persuadía a la gente porque tenía razón, no porque era lista. Pero a pesar de las veces que se repitió a sí misma que nunca quiso explotar a la gente de la forma en que lo hacía Peter, disfrutaba sabiendo que podía, a su manera, controlar a los demás. Y no sólo controlar lo que hacían. Podía controlar, en cierta forma, lo que querían hacer. Estaba avergonzada de haber experimentado placer con este poder y, sin embargo, se sorprendía a sí misma empleándolo algunas veces. Consiguiendo que los profesores y otros estudiantes hicieran lo que quería. Consiguiendo que su padre y su madre vieran las cosas a su manera. Algunas veces, era capaz de persuadir incluso a Peter bastante bien, que podía conectar con él lo suficiente como para entrar en él por ese camino. Había más de Peter en ella de lo que podía admitir, aunque, de todas formas, algunas veces se atrevía a pensarlo. Esto es lo que pensaba mientras Peter hablaba: «Sueñas con el poder, Peter, pero a mi manera soy más poderosa que tú.»

—He estudiado Historia —dijo Peter—, he estado aprendiendo cosas sobre las pautas del comportamiento humano. Hay períodos en que el mundo se reestructura, y en esos períodos las palabras precisas pueden cambiar el mundo. Piensa en lo que hizo Pericles en Atenas, y Demóstenes…

—Sí, se las arreglaron para destruir Atenas dos veces.

—Pericles, sí, pero Demóstenes tenía razón en lo de Filipo…

—O le provocó…

—¿Lo ves? Eso es lo que hacen los historiadores, hacen juegos con la causa y el efecto, cuando el asunto es que hay períodos en los que el mundo cambia, y la voz precisa en el lugar preciso puede mover el mundo. Thomas Paine y Ben Franklin, por ejemplo. Bismarck. Lenin.

—No son casos exactamente paralelos, Peter.

Ahora, discrepaba por seguir la costumbre; veía adonde pretendía llegar y pensaba que quizá fuera posible.

—No esperaba que lo entendieras. Sigues pensando que los profesores saben algo que merece la pena aprender.

—Entiendo más de lo que crees, Peter. ¿Así que te ves a ti mismo como Bismarck?

—Me veo a mí mismo sabiendo insertar ideas en la opinión pública. ¿No has pensado nunca una frase, Val, algo inteligente que decir, y lo has dicho, y luego, al cabo de dos semanas o un mes, oyes a un adulto decírselo a otro adulto, desconocidos los dos? ¿O la ves en un vídeo o la captas en una red de comunicaciones?

—Siempre creí que la había oído antes y pensé que tan sólo la estaba recordando.

—Estabas equivocada. Hermanita, hay, quizá, dos o tres mil personas en el mundo tan inteligentes como nosotros. La mayoría se está ganando la vida en algún sitio. En la enseñanza, pobres desgraciados, o en la investigación. Muy pocos ocupan realmente posiciones de poder.

—Creo adivinar que somos de esos pocos.

—Muy divertido, Val, tanto como un conejo saltando a la pata coja.

—De los que, sin duda, hay muchos en estos bosques.

—Saltando en pequeños círculos. Valentine se rió ante lo grotesco de la imagen y se odió a sí misma por encontrarlo divertido.

—Val, podemos decir las palabras que todos los demás repetirán dentro de dos semanas. Podemos hacerlo. No tenemos que esperar a ser mayores y a que nos pongan a labrarnos una carrera con porvenir.

—Peter, tienes doce años.

—No, en las redes, no. En las redes puedo llamarme como quiera, y tú también.

—En las redes estamos identificados como estudiantes y ni siquiera podemos participar en las discusiones reales excepto como oyentes, lo que de cualquier manera significa que no podemos decir nada.

—Tengo un plan.

—Siempre tienes alguno. Pretendía indiferencia pero escuchaba con atención.

—Podemos acceder a las redes como adultos de pleno derecho, con el nombre de red que queramos adoptar, si papá nos incluye en su acceso de ciudadano.

—¿Y por qué habría de hacerlo? Ya tenemos el acceso de estudiante. ¿Qué le vas a decir? ¿Necesito el acceso de ciudadano para apoderarme del mundo?

—No, Val. No le diré nada. Tú le vas a decir que estás muy preocupada por mí. Que me estoy esforzando en hacerlo bien en la escuela, pero que sabes que me estoy volviendo loco porque no puedo hablar nunca con alguien inteligente, que todo el mundo me habla con condescendencia porque soy joven. Que no puedo conversar con mis iguales. Que tú puedes probar que la tensión me está agobiando.

Valentine pensó en el cuerpo de la ardilla del bosque y comprendió que incluso ese descubrimiento formaba parte del plan de Peter. O, como mínimo, que lo había hecho formar parte de su plan después de que sucediera.

—De este modo consigues que nos autorice a compartir su acceso de ciudadano. Para adoptar nuestras identidades, para ocultar quiénes somos, a fin de que la gente nos trate con el respeto intelectual que merecemos.

Valentine podía desafiarle en ideas, pero nunca en cosas como ésa. No podía decir: «¿Qué te hace creer que mereces respeto?» Había leído algo sobre Adolfo Hitler. Se preguntaba cómo era cuando tenía doce años. No tan listo, no tanto como Peter, pero insaciable, probablemente eso. Y ¿qué habría pasado con el mundo si hubiera sido engullido por una trilladora o pateado por un caballo cuando era niño?

—Val —dijo Peter—, sé lo que piensas de mí. Piensas que no soy una buena persona, eso es lo que piensas.

Valentine le lanzó una aguja de pino.

—Una flecha se ha clavado en tu corazón.

—Durante mucho tiempo he estado planeando venir a hablar contigo. Pero tenía miedo.

Se puso una aguja de pino en la boca y se la tiró. Cayó directamente hacia abajo.

—Otro lanzamiento fallido. ¿Por qué fingir ser débil?

—Val, tenía miedo de que no me creyeras. De que no me creyeras capaz.

—Peter, creo que eres capaz de hacer cualquier cosa, y probablemente lo harás.

—Pero tenía más miedo aún de que me creyeras e intentaras detenerme.

—¿Amenazando de nuevo con matarme, Peter?

¿Se creía de verdad que su papel de chico humilde y bueno podría engañarla?

—Así que tengo un sentido negro del humor. Lo siento, te estaba tomando el pelo. Necesito tu ayuda.

—Eres justo lo que el mundo necesita. Un muchacho de doce años que solucione todos nuestros problemas.

—No es culpa mía que sólo tenga doce años precisamente ahora. Y no es culpa mía que precisamente ahora se presente la oportunidad. Precisamente ahora es el momento en que puedo dar forma a los acontecimientos. En tiempos de inestabilidad, el mundo es siempre una democracia, y el hombre que tenga la mejor voz ganará. Todo el mundo piensa que Hitler llegó al poder gracias a sus ejércitos, porque estaban dispuestos a matar, y eso en parte es verdad, porque en el mundo real el poder siempre se erige sobre la amenaza de muerte y de deshonra. Pero, sobre todo, llegó al poder por las palabras, por las palabras precisas en el momento preciso.

—Precisamente, estaba pensando en compararte con él.

—No odio a los judíos, Val. No quiero destruir a nadie. Y tampoco quiero la guerra. Quiero que el mundo se mantenga unido ¿Es eso tan malo? No quiero que volvamos a los viejos tiempos. ¿Has leído algo sobre las guerras mundiales?

—Sí.

—Podemos volver otra vez a esa situación. O peor. Podernos vernos dentro del Pacto de Varsovia. No es una idea alentadora.

—Peter, somos niños, ¿no puedes entenderlo? Estamos yendo al colegio, estamos creciendo.

Pero aunque se resistía, quería que la persuadiera. Había querido que la persuadiera desde el principio.

Pero Peter no sabía que ya había ganado.

—Si me creo eso, si acepto eso, tendré que sentarme y ver cómo se desvanecen todas las oportunidades y luego, cuando sea mayor, será demasiado tarde. Val, escúchame. Sé lo que sientes con respecto a mí, lo que siempre has sentido. He sido un hermano depravado y repugnante. He sido cruel contigo y peor con Ender, hasta que se lo llevaron. Pero no te odiaba. Os quería a los dos, sólo que tenía que ser… tenía que tener el control, ¿lo entiendes? Es lo más importante para mí, es mi mayor don, puedo ver dónde están los puntos débiles de los demás, puedo ver cómo llegar a ellos y utilizarlos, así de sencillo; veo esas cosas sin siquiera intentarlo. Podría convertirme en un hombre de negocios y dirigir alguna sociedad importante, lucharía y maquinaría hasta llegar arriba del todo, y ¿qué tendría? Nada. Voy a gobernar, Val. Voy a tener control sobre algo. Pero quiero que sea algo que merezca la pena gobernar. Una Pax Americana en todo el mundo. Para que cuando venga algún otro, después de que venzamos a los insectores, cuando venga algún otro a derrotarnos, descubra que nos hemos extendido por mil mundos, que estamos en paz con nosotros mismos y es imposible destruirnos. ¿Lo entiendes? Quiero salvar a la raza humana de su autodestrucción.

Nunca le había visto hablar con tal sinceridad. Sin un indicio de burla, sin un rastro de mentira en su voz. Estaba mejorando. O a lo mejor estaba rozando la verdad.

—¿Así que un muchacho de doce años y su hermana pequeña van a salvar el mundo?

—¿Qué edad tenía Alejandro Magno? No lo voy a hacer de la noche a la mañana. Simplemente, voy a comenzar ahora. Si tú me ayudas.

—No creo que lo que hiciste a aquellas ardillas formara parte de una representación. Creo que lo hiciste porque te gusta hacerlo.

De repente, Peter se llevó las manos a la cara y lloró. Val dio por sentado que estaba fingiendo, pero comenzó a cuestionárselo. ¿No era posible que la quisiera y que en esa oportunidad aterradora estuviera dispuesto a {laquear delante de ella para conquistar su amor? «Me está manipulando —pensó—, pero eso no significa que no sea sincero.» Cuando retiró las manos, tenía las mejillas, mojadas, los ojos enrojecidos.

—Lo sé —dijo—, eso es lo que más me asusta, que realmente pueda ser un monstruo. No quiero ser un asesino pero no puedo evitarlo.

Nunca le había visto mostrar tal debilidad. «Eres muy listo, Peter. Reservaste tu debilidad para poder utilizarla para conmoverme ahora», pensó ella. Y, sin embargo, la conmovió. Porque si era verdad, aunque fuera sólo en parte, entonces Peter no era un monstruo y ella podría satisfacer su propia ansia de poder, similar a la de Peter, sin miedo a convertirse en un monstruo. Sabía que Peter era astuto, que incluso ahora estaba calculando, pero creía que debajo de los cálculos estaba diciendo la verdad. Había estado oculta bajo muchas capas, pero la había sondeado hasta conseguir la confianza de Valentine.

—Val, sí no me ayudas, no sé en qué me convertiré. Pero si estás conmigo, si eres mi compañera en todo, puedes impedir que me convierta… en eso. Como los malos.

Ella asintió con la cabeza. «Sólo estás fingiendo compartir el poder conmigo —pensó ella—, pero en realidad tengo poder sobre ti, aunque no lo sepas.»

—Te ayudaré.

En cuanto su padre les introdujo en su acceso de ciudadano, comenzaron a analizar el terreno. Se mantuvieron alejados de las redes que exigían utilizar un nombre real. Eso no era difícil, porque los nombres reales sólo estaban relacionados con asuntos de dinero. No necesitaban dinero. Necesitaban respeto, y eso podían ganárselo. Con falsos nombres en las redes adecuadas, podían ser cualquier persona. Ancianos, mujeres de mediana edad, cualquier persona, mientras tuvieran cuidado en la forma de escribir. Lo único que los demás podían ver eran sus palabras, sus ideas. En las redes, todos los ciudadanos comenzaban igual.

En sus primeros esfuerzos utilizaban nombres para usar una sola vez, no las identidades que Peter planeaba hacer famosas e influyentes. Por supuesto, no eran invitados a participar en los foros políticos internacionales y nacionales importantes. Allí sólo podían estar como oyentes, hasta que fueran invitados o elegidos para participar. Pero se conectaban y miraban, leían algunos de los ensayos publicados por los nombres importantes, presenciaban los debates que salían en sus consolas.

Y en las conferencias menores, donde la gente normal hacía comentarios sobre los grandes debates, comenzaron a insertar sus comentarios. En un principio, Peter insistió en que fueran deliberadamente inflamatorios.

—No podemos ver los resultados de nuestro estilo a menos que obtengamos respuestas; y si somos blandos, no responderá nadie.

No fueron blandos, y la gente respondió. Las respuestas enviadas a las redes públicas eran avinagradas; las respuestas enviadas por carta para que Peter y Valentine las leyeran en privado, eran venenosas. Pero descubrieron qué atributos de su estilo eran considerados infantiles e inmaduros. Y mejoraron.

Cuando Peter estuvo satisfecho de que sabían dar la impresión de adultos, mató las viejas identidades y empezaron a prepararse para atraer una atención real.

—Tenemos que dar la sensación de que no tenemos nada que ver el uno con el otro. Escribiremos sobre cosas diferentes en momentos diferentes. Nunca nos referiremos uno al otro. Tú actuarás en las redes de la costa oeste y yo actuaré en el sur. Problemas regionales también. Así que haz los deberes.

Hicieron los deberes. Su padre y su madre se preocupaban algunas veces de que Peter y Valentine estuvieran constantemente juntos, con las consolas bajo el brazo. Pero no podían quejarse; sus notas eran buenas y Valentine era una influencia buena para Peter. Había cambiado completamente su actitud hacia todo. Peter y Valentine se sentaban juntos en los bosques, cuando hacía buen tiempo, y en restaurantes portátiles y en parques interiores cuando llovía, y componían sus comentarios políticos. Peter diseñaba cuidadosamente los dos personajes para que ninguno tuviera todas sus ideas; había incluso algunas identidades de recambio que utilizaban para dejar caer las opiniones de un tercero.

—Dejemos que ambos encuentren los partidarios que puedan —dijo Peter.

Una vez, cansada de escribir y volver a escribir hasta que Peter estuvo satisfecho, Val se desesperó y dijo:

—Escríbelo tú mismo, entonces.

—No puedo —respondió él—. No pueden dar la impresión de ser iguales. Nunca. Olvidas que algún día seremos suficientemente famosos como para que alguien comience a hacer estudios. Tenemos que parecer personas distintas.

En consecuencia, lo escribió. Su principal identidad en las redes era Demóstenes. Peter eligió el nombre. El se bautizó con el nombre de Locke. Estaba claro que eran seudónimos, pero eso formaba parte del plan.

—Con un poco de suerte, empezarán a intentar adivinar quiénes somos.

—Si llegamos a ser suficientemente famosos, el gobierno puede acceder a la red y descubrir quiénes somos en realidad.

—Cuando eso suceda, estaremos demasiado protegidos para sufrir grandes pérdidas. A la gente le puede chocar que Demóstenes y Locke sean dos niños, pero ya estarán acostumbrados a escucharnos.

Comenzaron a componer debates para sus personajes. Valentine prepararía una declaración de principios y Peter inventaría un nombre de usar y tirar para responderle. Su respuesta sería inteligente y el debate sería vivo, lleno de ingeniosas inventivas y de buena retórica política. Valentine tenía habilidad para la aliteración, que hacía que sus frases fueran memorables. Luego introducirían los debates en la red, separados por un período de tiempo razonable, como si estuvieran componiéndolos sobre el terreno. A veces, algunos usuarios de las redes interpondrían comentarios, pero Peter y Val les ignorarían o modificarían sólo ligeramente sus propios comentarios para acomodarlos a lo que se había dicho.

Peter tomaba nota de las frases más memorables y, de vez en cuando, hacía búsquedas para descubrir si esas frases se usaban en otros lugares. No todas se usaban pero la mayoría eran repetidas aquí y allí, y algunas aparecían incluso en los debates importantes de las redes de prestigio.

—Nos están leyendo —dijo Peter—. Nuestras ideas se están filtrando.

—Más bien nuestras frases.

—Esa es precisamente la medida. Estamos teniendo cierta influencia. Nadie nos cita todavía por el nombre, pero están discutiendo los puntos que hemos planteado. Estamos ayudando a establecer la agenda. Lo estamos consiguiendo.

—¿No deberíamos intentar acceder a los debates importantes?

—No. Esperaremos a que nos lo pidan.

Habían pasado sólo siete meses cuando una de las redes de la costa oeste envió a Demóstenes un mensaje. Una oferta de una columna semanal en una red de noticias bastante buena.

—No puedo hacer una columna semanal —dijo Valentine—. Ni siquiera me ha venido el período.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra —dijo Peter.

—Para mí, sí. Todavía soy una niña.

—Diles que sí, pero como prefieres que tu verdadera identidad no salga a la luz, quieres que te paguen en tiempo de red, quieres un código de acceso nuevo a través de su identidad corporativa.

—Así, cuando el gobierno me siga el rastro…

—Serás simplemente una persona que puede conectar a través de CalNet. El acceso de ciudadano de papá no se verá implicado. Lo que no acabo de entender es por qué prefieren a Demóstenes y no a Locke.

—El talento siempre triunfa.

Como juego era divertido, pero a Valentine no le gustaban algunas posiciones que Peter hacía tomar a Demóstenes. Demóstenes comenzaba a revelarse como un escritor anti-Pacto de Varsovia totalmente paranoico. Le preocupaba porque Peter era el único que sabía explotar el miedo en sus escritos; ella tenía que recurrir constantemente a él en busca de ideas para hacerlo. Mientras tanto, su Locke seguía las moderadas estrategias empalicas de ella. Tenía sentido, en cierta forma. Hacer que ella escribiera como Demóstenes significaba que también Demóstenes tendría cierta empatía, y, por la misma razón, Locke también podría jugar con los miedos de los demás. Pero el efecto principal era mantenerla indefectiblemente atada a Peter. No podría dejarle y utilizar a Demóstenes con sus propios fines. No sabría utilizarlo. De todas formas, eso era recíproco. Peter no podría escribir como Locke sin ella. ¿O sí?

—Peter, creí que la idea era unificar el mundo. Si escribo tal como dices que debo hacerlo, estoy haciendo una llamada clara a la guerra para hacer pedazos al Pacto de Varsovia.

—No tanto como la guerra, sólo redes abiertas y prohibición de intercepción. Libre movimiento de información. Sometimiento a las reglas de la Liga, ¡por Dios!

Sin pretenderlo, Valentine comenzaba a hablar con la voz de Demóstenes, aunque, naturalmente, no expresaba las opiniones de Demóstenes.

—Todo el mundo sabe que el Pacto de Varsovia tenía que ser considerado desde el principio como una entidad individual, en lo concerniente a esas reglas. El movimiento libre internacional está todavía abierto. Pero entre las naciones del Pacto de Varsovia estas cosas son asuntos internos. Por eso estaban dispuestos a permitir la hegemonía americana en la Liga.

—Estás hablando como Locke, Val. Confía en mí. Tú tienes que pedir que el Pacto de Varsovia pierda el estatus oficial. Tienes que conseguir poner realmente furiosa a mucha gente. Después, más adelante, cuando comiences a reconocer la necesidad de un compromiso…

—Entonces dejarán de escucharme y se irán a hacer la guerra.

—Val, confía en mí. Sé lo que hago.

—¿Cómo lo sabes? No eres más listo que yo y tampoco habías hecho esto antes.

—Tengo trece años y tú diez.

—Casi once.

—Y sé cómo funcionan estas cosas.

—Está bien, lo haré a tu manera. Pero no diré nada de eso de libertad o muerte.

—También lo dirás.

—Y algún día, cuando nos cojan y se pregunten por qué tu hermana era tan belicosa, apuesto a que les dirás que me ordenabas hacerlo.

—¿Estás segura de que no tienes el período, mujercita?

—Te odio, Peter Wiggin.

Lo que más molestó a Valentine fue que, cuando su columna se asoció con otras redes de noticias regionales, su padre comenzó a leerla y a citarla en la mesa.

—Por fin, un hombre con un poco de sentido común —dijo.

Luego citó algunos de los pasajes que Valentine odiaba más.

—Acepto que trabajemos con esos hegemonistas rusos estando los insectores ahí fuera, pero después de que hayamos vencido, no puedo concebir que dejemos a la mitad del mundo civilizado como virtuales ilotas. ¿Qué opinas, querida?

—Creo que te estás tomando todo esto demasiado en serio —dijo la madre.

—Me gusta este Demóstenes. Me gusta su forma de pensar. Me sorprende que no esté en las redes importantes. Le he buscado en los debates sobre relaciones internacionales y nunca ha tomado parte en ninguno.

Valentine perdió el apetito y se marchó de la mesa, Peter la siguió tras un respetable intervalo.

—Así que no te gusta mentir a papá —dijo—. ¿Y qué? No le estás mintiendo. No sabe que eres Demóstenes y Demóstenes no dice lo que en realidad crees. Las dos cosas se anulan, quedan en nada.

—Este es el tipo de razonamiento que hace de Locke un estúpido.

Pero lo que en realidad le molestaba no era estar mintiendo a su padre, era que su padre estuviera de acuerdo con Demóstenes. Había creído que sólo los locos podrían seguirle.

Unos días más tarde, Locke fue fichado por una columna de una red de noticias de New England, con el objetivo específico de emitir una opinión contraria a la de la popular columna de Demóstenes.

—No está mal para dos niños que juntos apenas tienen más de ocho pelos en el pubis —dijo Peter.

—Hay un largo camino entre escribir una columna en una red de noticias y gobernar el mundo —le recordó Valentine—. Es un camino tan largo que nadie lo ha hecho nunca.

—Lo han hecho, sin embargo. O su equivalente moral. Voy a decir cosas sucias sobre Demóstenes en mi primera columna.

—Bueno, Demóstenes ni siquiera va a reparar en la existencia de Locke. Nunca.

—Por ahora.

Ahora, con sus identidades totalmente sustentadas por los ingresos procedentes de la redacción de columnas, sólo utilizaban el acceso de su padre para las identidades de usar y tirar. Su madre observó que pasaban demasiado tiempo en las redes.

—Mucho trabajo y poco juego hacen de Jack un chico soso —recordó a Peter.

Peter dejó que la mano le temblara un poco, y dijo:

—Si piensas que debería dejarlo, creo que esta vez podré conservar el control de mí mismo, de verdad.

—No, no —dijo la madre—. No quiero que lo dejes. Sólo que… ten cuidado, eso es todo.

—Tengo cuidado, mamá.


Nada era diferente, nada había cambiado en un año. Ender estaba seguro de ello, y sin embargo todo parecía haberse vuelto amargo. Seguía siendo el soldado número uno y ahora ninguno dudaba de que se lo merecía. A los nueve años era jefe de batallón en la escuadra Fénix, con Petra Arkanian como comandante. Seguía dirigiendo sus sesiones prácticas nocturnas y ahora asistía a ellas un grupo de soldados de élite, designados por sus comandantes, aunque todavía podían ir los reclutas que quisieran. Alai también era jefe de batallón en otra escuadra, y seguían siendo buenos amigos; Shen no era jefe, pero eso no era ninguna barrera. Dink Meeker había aceptado finalmente ser comandante y sucedió a Rose el Narizotas en el mando de la escuadra Rata.

Todo estaba yendo bien, muy bien. No podía pedir nada mejor.

«Entonces ¿por qué odio mi vida?», pensaba.

Pasó las etapas de las prácticas y de los juegos. Le gustaba enseñar a los muchachos de su batallón, y ellos le seguían con lealtad. Tenía el respeto de todos, y en sus prácticas nocturnas era tratado con deferencia. Los comandantes venían para estudiar lo que hacía. Otros soldados se aproximaban a su mesa en el comedor y pedían permiso para sentarse. Incluso los profesores eran respetuosos.

Tenía tanto maldito respeto que quería gritar.

Miraba a los chicos jóvenes de su escuadra, recién llegados de sus grupos de lanzamiento, observaba cómo jugaban, cómo se burlaban de sus jefes cuando creían que nadie les veía. Observaba la camaradería de los viejos amigos que se habían conocido durante años en la Escuela de Batalla, que reían y hablaban de las viejas batallas y de los comandantes y soldados que se habían graduado hacía tiempo.

Pero con sus viejos amigos no había risas, no había recuerdos. Sólo trabajo. Sólo inteligencia y excitación en el juego, pero nada más. Esa noche se había llegado a un punto crucial en las prácticas nocturnas. Ender y Alai estaban discutiendo los matices de las maniobras en espacio abierto cuando Shen se acercó y escuchó durante unos instantes, y luego, de repente, cogió a Alai por los hombros y gritó:

—¡Nova! ¡Nova! ¡Nova!

Alai se echó a reír y por un instante Ender les vio recordar juntos la batalla en que la maniobra en espacio abierto había sido real y habían esquivado a los chicos mayores, y…

De pronto se acordaron que Ender estaba allí.

—Perdona, Ender —dijo Shen. ¿Perdona? ¿Por qué? ¿Por ser amigos?

—Yo también estaba allí, ya lo sabes —dijo Ender.

Y se disculparon de nuevo. De vuelta al trabajo. De vuelta al respeto. Ender comprendió que no se les había ocurrido incluirle en sus risas, en su amistad.

«¿Cómo iban a pensar que yo también formaba parte? ¿Acaso me reí? ¿Acaso participé? Me limitaba a estar allí, observando, como un profesor…

»Así es cómo me ven. Profesor. Soldado legendario. No uno de ellos. No alguien a quien abrazas y susurras salaam en la oreja.» Eso sólo duró mientras Ender seguía pareciendo vulnerable. Ahora era el soldado principal y estaba completa, totalmente solo.

«Compadécete de ti, Ender.»

Tumbado en la litera, escribió en la consola POBRE ENDER. Entonces se rió de sí mismo y borró esas palabras. No había ningún chico o chica en esa escuela que no quisiera cambiar su sitio por el suyo.

Conectó el Juego de Fantasía. Caminó, como hacía frecuentemente, por la aldea que los enanitos habían construido en la colina formada por el cadáver del Gigante. Fue fácil construir fuertes paredes con las costillas ya curvadas justo a la medida, dejando entre ellas el espacio exacto suficiente para hacer ventanas. El cadáver fue cortado en apartamentos, abiertos al camino que formaba la columna vertebral del Gigante. El anfiteatro público estaba esculpido en la taza de la pelvis, y la manada comunal de ponies pastaba entre las piernas del Gigante. Ender nunca sabía con seguridad qué estaban haciendo los enanitos siempre ocupados en sus cosas, pero como le dejaban caminar en paz por la aldea, él tampoco les hacía ningún daño.

Saltó el hueso pélvico de la base de la plaza pública y caminó por los pastos. Los ponies se alejaron asustados. No les persiguió. Ender ya no se acordaba de cómo funcionaba el juego. En los viejos tiempos, antes de haber ido por primera vez al Fin del Mundo, solo había combates y rompecabezas que resolver, derrotar al enemigo antes de que te mate, descifrar la forma de salvar el obstáculo. Sin embargo, ahora nadie atacaba, no había guerra, y fuera donde fuera, no encontraba ningún obstáculo.

Exceptuando, por supuesto, la habitación del palacio del Fin del Mundo. Era el único lugar peligroso que quedaba. Y Ender, a pesar de que juraba a menudo que no iría, siempre volvía allí, siempre mataba a la serpiente, siempre miraba a su hermano cara a cara, y siempre, hiciera lo que hiciera a continuación, moría.

Esta vez no fue diferente. Intentó usar el cuchillo de la mesa para hacer palanca en el mortero y sacar una piedra de la pared. Tan pronto como rompió el sello de mortero, comenzó a borbotear un chorro de agua por la grieta, y Ender miraba la consola mientras su figura, ahora fuera de su control, luchaba desesperadamente por sobrevivir, por evitar morir ahogada. Las ventanas de la habitación habían desaparecido, el agua subía, y su figura se ahogó. Mientras ocurría todo eso, la cara de Peter Wiggin seguía en el espejo mirándole.

«Estoy atrapado —pensó Ender—, atrapado en el Fin del Mundo sin ninguna salida.» Y conoció por fin el amargo sabor que le había apesadumbrado, a pesar de todos sus éxitos en la Escuela de Batalla. Era desesperación.


Había hombres uniformados en las entradas de la escuela cuando llegó Valentine. No estaban firmes como guardias, sino más bien holgazaneando como si estuvieran esperando a que alguien de dentro finalizara sus asuntos. Vestían uniformes de marines de la F.I., los mismos uniformes que todo el mundo veía en los sangrientos combates de los vídeos. Daba un aire de aventura al día; todos los niños estaban excitados.

Valentine no lo estaba. Por un lado le hacía pensar en Ender. Y por el otro, le asustaba. Alguien había publicado recientemente un feroz comentario sobre las obras completas de Demóstenes. El comentario, y por consiguiente su trabajo, habían sido discutidos en la conferencia abierta de la red de relaciones internacionales, y algunas de las personas más importantes de la actualidad atacaban y defendían a Demóstenes. Lo que más le preocupaba era el comentario de un señor inglés: «Tanto si le gusta como si no, Demóstenes no puede permanecer en el anonimato eternamente. Ha encolerizado a demasiados sabios y ha contentado a demasiados locos como para continuar oculto más tiempo detrás de su seudónimo tan apropiado. O se desenmascara él mismo para asumir el liderazgo de las fuerzas de la estupidez que ha despertado, o sus enemigos le desenmascararán para poder entender mejor la enfermedad que ha producido una mente tan retorcida y perversa.»

Peter había estado encamado, podía estarlo. Valentine tenía miedo de que la perversa personalidad de Demóstenes hubiera molestado a demasiadas personas poderosas; de que, en efecto, la localizaran. La F.I. lo podía hacer, aunque el gobierno americano estuviera constitucionalmente obligado a no hacerlo. Y aquí estaban las tropas de la F.I. reunidas en la Escuela de Western Guildford, precisamente aquí. Y no exactamente con la intención normal de reclutar marines para la F.I.

Así que no se sorprendió al encontrar un mensaje desfilando por su consola en cuanto la conectó.


POR FAVOR DESCONECTE Y VAYA
INMEDIATAMENTE
A LA OFICINA DE LA DRA. LINEBERRY

Valentine esperó nerviosamente a la puerta de la oficina de la subdirectora hasta que la doctora Lineberry abrió la puerta y le indicó con señas que entrara. Su última duda desapareció cuando vio al hombre barrigudo con uniforme de coronel de la F.I. sentado en el único sillón confortable de la habitación.

—Tú eres Valentine Wiggin —dijo.

—Sí—susurró.

—Soy el coronel Graff. Nos hemos visto antes.

«¿Antes? ¿Cuándo había tenido tratos con la EL?»

—He venido para hablarte confidencialmente, de tu hermano.

«No sólo soy yo —pensó—. Tienen a Peter. ¿O es algo nuevo? ¿Ha hecho alguna locura? Creía que había dejado de hacer locuras.»

—Valentine, pareces asustada. No hay ningún motivo. Por favor, siéntate. Te aseguro que tu hermano está bien. Ha cumplido de sobra nuestras expectativas.

Y ahora, con una gran efusión interna de alivio, comprendió que habían venido por Ender. Ender. No era para castigarla, era el pequeño Ender, que había desaparecido hacía tanto tiempo, que, ahora, ya no formaba parte de las intrigas de Peter. «Tú fuiste el afortunado, Ender. Te fuiste lejos antes de que Peter te pudiera enredar en su conspiración.»

—Valentine, ¿cómo te sientes respecto a tu hermano?

—¿Ender?

—Claro.

—¿Cómo me voy a sentir? No le he visto ni he tenido noticias de él desde que tenía ocho años.

—Doctora Lineberry, ¿le importaría dejarnos solos?

Lineberry estaba molesta.

—Pensándolo bien, doctora Lineberry, creo que Valentine y yo tendremos una conversación mucho más productiva si damos un paseo. Lejos de los dispositivos de grabación que su director ha colocado en esta habitación.

Era la primera vez que Valentine había visto a la doctora Lineberry quedarse sin habla. El coronel Graff levantó un cuadro de la pared y despegó una membrana sensible al sonido, junto con su pequeña unidad de transmisión.

—Barato —dijo Graff—, pero efectivo. Creí que lo sabía.

Lineberry cogió el dispositivo y se sentó pesadamente en el escritorio. Graff condujo a Valentine afuera.

Se dirigieron al campo de rugby. Los soldados les seguían a una distancia discreta; se desplegaron y formaron un gran círculo, para protegerles desde el perímetro más amplio posible.

—Valentine, necesitamos que ayudes a Ender.

—¿Qué clase de ayuda?

—No estamos ni siquiera seguros de eso. Necesitamos que nos ayudes a resolver cómo nos puedes ayudar.

—Bien, ¿cuál es el problema?

—Eso es parte del problema. No lo sabemos. Valentine no pudo evitar reír.

—¡No le he visto en tres años! ¡Lo han tenido ahí arriba con ustedes todo este tiempo!

—Valentine, mi vuelo a la Tierra y la vuelta a la Escuela de Batalla cuesta más dinero del que tu padre ganará en toda su vida. No hago este viaje todos los días.

—El rey tuvo un sueño —dijo Valentine—, pero se le olvidó, así que dijo a sus sabios que interpretaran el sueño o morirían. Sólo Daniel pudo interpretarlo, porque era un profeta.

—¿Lees la Biblia?

—Este año estamos estudiando a los clásicos en inglés avanzado. No soy un profeta.

—Ojalá pudiera decirte todo lo relativo a la situación de Ender. Pero tardaría horas, tal vez días, y después tendría que ponerte en reclusión preventiva porque una gran parte es estrictamente confidencial. Así que veamos qué podemos hacer con una información limitada. Hay un juego que nuestros alumnos desarrollan con el ordenador. Le habló del Fin del Mundo, de la habitación cerrada y de la imagen de Peter en el espejo.

—Es el ordenador el que pone la imagen allí, no Ender. ¿Por qué no se lo preguntan al ordenador?

—El ordenador no lo sabe.

—¿Y se supone que lo tengo que saber yo?

—Esta es la segunda vez desde que Ender está con nosotros que ha llevado este juego a un punto muerto. A un punto que parece no tener salida.

—¿Lo resolvió la primera vez?

—Con tiempo.

—Entonces, denle tiempo y probablemente resolverá éste de nuevo.

—No estoy seguro. Valentine, tu hermano es un muchachito muy infeliz.

—¿Porqué?

—No lo sé.

—No sabe mucho, ¿verdad? Valentine pensó por un momento que el hombre se podía enfadar. Sin embargo, decidió reírse.

—No, no demasiado. Valentine, ¿por que Ender sigue viendo a su hermano Peter en el espejo?

—No debería. Es estúpido.

—¿Por qué es estúpido?

—Porque si alguna vez ha habido alguien que fuera opuesto a Ender, ése es Peter.

—¿Cómo?

Valentine no conseguía pensar una respuesta que no fuera peligrosa. Demasiadas preguntas sobre Peter podían conducir al problema real. Valentine sabía lo suficiente sobre la gente para saber que nadie tomaría en serio los planes de Peter para dominar el mundo, un peligro para los gobiernos actuales. Pero podían decidir que estaba loco y que necesitaba tratamiento para su megalomanía.

—Te estás preparando para mentirme —dijo Graff.

—Me estoy preparando para no hablar con usted nunca más —respondió Valentine.

—Y tienes miedo. ¿Por qué tienes miedo?

—No me gustan las preguntas sobre mi familia. Dejemos a mi familia fuera de esto.

—Valentine, estoy intentando dejar a tu familia fuera de esto. Recurro a ti para no tener que comenzar una batería de pruebas con Peter e interrogar a tus padres. Estoy intentando resolver este problema ahora, con la persona a la que Ender más quiere y en la que más confía, tal vez la única persona a quien quiere y en la que confía algo. Si no lo podemos solucionar de esta forma, secuestraremos a tu familia y haremos lo que nos plazca. Esto no es un problema trivial, y no me iré así, sin más ni más.

La única persona a la que Ender quiere y en la que confía algo. Sintió una profunda puñalada de dolor, de remordimiento, de vergüenza de que ahora fuera a Peter a quien estaba unida, de que fuera Peter el centro de su vida. «A ti, Ender, te encendí fuegos en tu cumpleaños. A Peter le ayudo a satisfacer todos sus sueños.»

—Nunca pensé que fuera un hombre bueno. Ni cuando vino a llevarse a Ender, ni ahora.

—No pretendas ser una niñita ignorante. Seguí tus pruebas cuando eras pequeña y de momento no hay demasiados profesores de colegio que puedan ponerse a tu altura.

—Ender y Peter se odiaban.

—Ya lo sabía. Dijiste que eran opuestos. ¿Por qué?

—Peter… puede ser odioso algunas veces.

—¿Odioso en qué sentido?

—Ruin, simplemente ruin, eso es todo.

—Valentine, por el bien de Ender, dime qué hace Peter cuando es ruin.

—Amenaza de muerte a la gente. No lo dice en serio. Pero cuando éramos pequeños, Ender y yo siempre le teníamos miedo. Nos dijo que nos mataría. En realidad, dijo que mataría a Ender.

—Vimos algo de eso por el monitor.

—Era a causa del monitor.

—¿Nada más? Háblame más de Peter.

Le habló de los niños de todas las escuelas a las que había asistido Peter. Nunca les golpeaba, pero, de todas formas, les torturaba. Averiguaba qué era lo que más les avergonzaba y se lo decía a la persona cuyo respeto apreciaban más. Averiguaba qué era lo que más temían y se aseguraba de que tropezaran con ello a menudo.

—¿Hizo eso con Ender? Valentine negó con la cabeza.

—¿Estás segura? ¿No tenía Ender un punto débil? Alguna cosa que temiera más, o de la que se sintiera más avergonzado.

—Ender nunca hizo nada de qué avergonzarse.

Y de repente, profundamente avergonzada por haber olvidado y traicionado a Ender, se puso a llorar.

—¿Por qué lloras?

Negó con la cabeza. No sabía explicar cómo se sentía al pensar en su hermano pequeño, que era tan bueno, al que había protegido durante tanto tiempo, y acordarse luego de que ahora era aliada de Peter, la ayudante de Peter, la esclava de Peter en un plan que estaba totalmente fuera de su control. «Ender nunca se rindió a Peter, pero yo he cambiado, me he convertido en una parte de él, lo que Ender nunca fue.»

—Ender nunca se dio por vencido —dijo.

—¿A quién?

—A Peter. A ser como Peter.

Caminaron en silencio por la línea de meta.

—¿Cómo puede Ender llegar alguna vez a ser como Peter?

Valentine se encogió de hombros.

—Ya se lo he dicho.

—Pero Ender nunca hizo ese tipo de cosas. Era sólo un niño.

—Sin embargo, los dos llegamos a desearlo. Llegamos a desear… matar a Peter.

—¡Ah!

—No, no es verdad. Nunca lo dijimos. Ender nunca dijo que quisiera hacerlo. Simplemente… lo pensaba. Era yo, no Ender. El nunca dijo que quisiera matarle.

—¿Qué quería?

—Simplemente no quería ser…

—¿Ser que?

—Peter tortura a las ardillas. Las clava con estacas en el suelo y las despelleja vivas, y se sienta y las mira hasta que mueren. Lo hacía, ahora no lo hace. Pero lo hacía. Si Ender lo hubiera sabido, si Ender le hubiera visto, creo que habría…

—¿Qué habría hecho? ¿Rescatar a las ardillas? ¿Intentar curarlas?

—No, en aquellos días no se… desataba lo que Peter ataba. No le llevaba la contraria. Pero Ender habría sido bueno con las ardillas. ¿Lo entiende? Las habría alimentado.

—Pero si las alimentaba, se volverían dóciles, y Peter las podría atrapar más fácilmente.

Valentine se echó a llorar de nuevo.

—Hagas lo que hagas, siempre beneficia a Peter. Todo beneficia a Peter, todo; no se puede evitar, sea lo que sea.

—¿Estás ayudando a Peter?—preguntó Graff.

No respondió.

—Valentine. ¿Es Peter tan malo? Valentine asintió con la cabeza.

—¿Es la peor persona del mundo?

—¿Lo malo que puede ser? No lo sé. Es la peor persona que conozco.

—Y sin embargo, tú y Ender sois sus hermanos. Tenéis los mismos genes, los mismos padres, ¿cómo puede ser tan malo si…?

Valentine se dio la vuelta y le gritó, le gritó como si estuviera matándola:

—¡Ender no es como Peter, no es como Peter en ningún aspecto! Excepto en que es listo, eso es todo… En cualquier otro aspecto en que una persona podría ser como Peter, él no es como Peter en nada, nada, nada.

—Ya lo veo —dijo Graff.

«Sé lo que estás pensando, desgraciado, estás pensando que estoy equivocada, que Ender es como Peter. Puede que yo sea como Peter, pero Ender no lo es, ni mucho menos; solía decírselo cuando lloraba, se lo dije muchas veces: “¡No eres como Peter, no te gusta hacer daño a los demás, eres bondadoso y bueno, y no eres ni mucho menos como Peter!”»

—Y es verdad. —Su aquiescencia la calmó.

—Es verdad, maldita sea, es verdad.

—Valentine, ¿ayudarás a Ender?

—Ahora no puedo hacer nada por él.

—En realidad es lo mismo que siempre hacías por él. Simplemente confortarle y decirle que no le gusta hacer daño a los demás, que es bondadoso y bueno, y ni mucho menos como Peter. Eso es lo más importante. Que él no es, ni mucho menos, como Peter.

—¿Puedo verle?

—No. Quiero que escribas una carta.

—¿Para qué? Ender nunca ha contestado a ninguna de las cartas que le envié.

—Contestó todas las cartas que le llegaron —susurró Graff.

Sólo necesitó un segundo para comprenderlo.

—Me da asco.

—Aislamiento es… el contexto óptimo para la creatividad. Eran sus ideas lo que queríamos, no… Bueno, no tengo por qué disculparme ante ti.

«¿Por qué lo haces entonces?», aunque no le preguntó en voz alta.

—Está flaqueando. Está cayendo por una pendiente. Queremos sacarle de ahí, solo no saldrá.

—Quizás haría un favor a Ender si le dijera que se fuera usted a la mierda.

—Me has ayudado ya. Y puedes ayudar más.

—Prométame que no suprimirá nada de lo que escriba. —No prometeré nada de eso.

—Entonces olvídelo.

—No importa. Yo mismo escribiré tu carta. Podemos utilizar tus otras cartas para unificar los estilos de escritura. Es sencillo.

—Quiero verle.

—Tendrá su primer permiso cuando tenga dieciocho años.

—Usted le dijo que lo tendría cuando tuviera doce años.

—Cambiamos las normas.

—¡No tengo por qué ayudarle!

—No me ayudes. Ayuda a Ender. ¿Que importa que eso nos ayude también a nosotros?

—¿Qué clase de cosas terribles le está haciendo allá arriba?

Graff se rió entre dientes.

—Valentine, mi querida muchachita, las cosas terribles están a punto de comenzar.


Ender había leído ya cuatro líneas de la carta antes de comprender que no era de ninguno de los otros soldados de la Escuela de Batalla. Había llegado por el conducto regular, un mensaje CORRESPONDENCIA EN ESPERA cuando conectó la consola. Leyó cuatro líneas, luego saltó al final y leyó la firma. Volvió al principio, y se acurrucó en la cama para leer las palabras una y otra vez.

ENDER

LOS DESGRACIADOS NO DEJABAN PASAR NINGUNA DE MIS CARTAS HASTA AHORA. DEBO HABERTE ESCRITO MÁS DE CIEN VECES PERO PENSARÍAS QUE NUNCA LO HICE. NO TE HE OLVIDADO. ME ACUERDO DE TU CUMPLEAÑOS, ME ACUERDO DE TODO, ALGUNOS QUIZÁ PIENSEN QUE PORQUE ERES UN SOLDADO AHORA ERES UNA PERSONA CRUEL Y DURA QUE LE GUSTA HACER DAÑO A LA GENTE, COMO LOS MARINES DE LOS VÍDEOS, PERO SÉ QUE NO ES VERDAD. TÚ NO TE PARECES NADA A TÚ-SABES-QUIÉN. ES MÁS BUENO, EN APARIENCIA, PERO POR DENTRO TODAVÍA ES UN BRUJANTRO, TÚ QUIZÁ PAREZCAS RUIN PERO NO ME DEJO ENGAÑAR. TODAVÍA PEDALEO EN LA VIEJA ENRIQUETA, MUCHOS BESOS LABIOS DE PAVO.

VAL

(NO ME ESCRIBAS, PROBABLEMENTE SIKOANALISARÍAN TU CARTA)

Obviamente, la carta fue escrita con el pleno consentimiento de los profesores. Pero no había ninguna duda de que fue escrita por Val. La ortografía de psicoanalizarían, el epíteto de brujantro para Peter, la broma de llamar Enriqueta a la bicicleta, eran cosas que nadie más que Val podía saber.

Y sin embargo había demasiadas cosas, como si alguien quisiera asegurarse bien de que Ender creyera que la carta era genuina. ¿Por qué habría de preocuparles tanto si era auténtica?

De todos modos, no era auténtica. Aunque la hubiera escrito con su propia sangre, no era auténtica porque le mandaron escribirla. Había escrito antes, y no dejaron pasar ninguna de esas cartas. Esas puede que fueran reales, pero ésta había sido pedida, ésta formaba parte de su manipulación.

Y la desesperación le embargó de nuevo. Ahora sabía por qué. Ahora sabía qué era lo que odiaba tanto. No tenía ningún control sobre su propia vida. Ellos dirigían todo. Ellos tomaban todas las decisiones. Sólo le dejaban el juego, eso era todo; todo lo demás estaba formado por ellos y sus normas y planes y lecciones y programas, y lo único que él podía hacer era hacer esto o aquello en la batalla. La única cosa real, la única cosa real e inapreciable era su recuerdo de Valentine, la persona que le quería incluso antes de haber jugado un juego, que le quería tanto si había guerra con los insectores como si no, y ellos la habían puesto de su parte. Ahora era una de ellos.

Les odiaba, y a todos sus juegos. Les odiaba tanto que lloró, leyendo de nuevo la carta pedida y vacía de Val. Los demás chicos de la escuadra Fénix se dieron cuenta y desviaban los ojos ¿Ender Wiggin llorando? Eso era inquietante. Algo terrible estaba pasando. El mejor soldado de todas las escuadras tendido en su litera llorando. El silencio en la habitación era profundo.

Ender suprimió la carta, la borró de la memoria y activó el Juego de Fantasía. No estaba seguro por qué se sentía tan impaciente por jugar el juego, por llegar al Fin del Mundo, pero no perdió tiempo para llegar allí. Sólo cuando planeaba montado en la nube, rozando los colores otoñales del mundo pastoril, sólo entonces comprendió qué era lo que más odiaba de la carta de Val. Todo lo que decía era referente a Peten Que él no era ni mucho menos corno Peter. Lo que le había dicho con tanta frecuencia mientras le abrazaba, le confortaba cuando él temblaba de miedo y rabia y aversión después de que Peter le hubiera torturado, eso era todo lo que decía la carta.

Y eso era lo que le habían pedido. Los desgraciados lo sabían, y sabían lo de Peter en el espejo de la habitación del castillo, lo sabían todo y para ellos Val era sólo un instrumento más que utilizar para controlarle, simplemente un truco más que jugar. Dink tenía razón, ellos eran el enemigo, no querían a nadie y nadie les importaba y no iba a hacer lo que ellos querían, no iba a hacer nada por ellos, maldita sea. Había tenido sólo un recuerdo digno de confianza, sólo una cosa buena, y esos desgraciados habían escarbado dentro de él y la habían desenterrado con el resto del estiércol; estaba acabado, no iba a jugar.

Como siempre, la serpiente esperaba en la habitación de la torre, destejiéndose de la alfombra del suelo. Pero esta vez Ender no la trituró con los pies. Esta vez la cogió con sus manos, se arrodilló frente a ella, y muy delicadamente se llevó la boca abierta de la serpiente a sus labios.

Y la besó. No había sido ésa su intención. Su intención había sido dejar que la serpiente le mordiera en la boca. O quizá su intención había sido comerse a la serpiente viva, como Peter había hecho en el espejo, con la barbilla ensangrentada y la cola de la serpiente colgando de los labios. Pero en vez de eso la besó.

Y la serpiente creció en sus manos y se transformó en otra figura. Una figura humana. Era Valentine, que le besó otra vez.

La serpiente no podía ser Valentine. La había matado demasiadas veces para que fuera su hermana. Peter también la había devorado demasiadas veces, como para soportar la idea de que durante todo el tiempo podía haber sido su hermana.

¿Era esto lo que habían planeado cuando le dejaron leer la carta? No le importaba.

Ella se levantó del suelo de la habitación de la torre y caminó hacia el espejo. Ender hizo que su figura también se alzara y fuera con ella. Se pusieron delante del espejo, donde en vez del cruel reflejo de Peter había un dragón y un unicornio. Ender alargó la mano y tocó el espejo; la pared se desplomó y dejó al descubierto una enorme escalera que descendía, alfombrada y cubierta de multitudes que clamaban y ovacionaban. Juntos, cogidos del brazo, él y Valentine bajaron las escaleras. Las lágrimas llenaban sus ojos, lágrimas de alivio por haberse librado al fin de la habitación del Fin del Mundo. Y a causa de las lágrimas no advirtió que todas las personas que componían la muchedumbre tenían la cara de Peter. Sólo sabía que a cualquier parte de ese mundo donde fuera Valentine estaba con él.


Valentine leyó la carta que la doctora Lineberry le había dado.

«Querida Valentine —decía—, Queremos agradecerle y elogiarle sus esfuerzos en pro del resultado de la guerra. Por la presente le notificamos que le ha sido concedida la Estrella de la Orden de la Liga de la Humanidad, Primera Clase, la más alta condecoración militar que se puede conceder a un civil. Desafortunadamente, la seguridad de la F.I. nos prohíbe hacer pública esta condecoración hasta que hayan concluido con éxito las actuales operaciones, pero queremos poner en su conocimiento que sus esfuerzos dieron como resultado un éxito completo.

»Sinceramente.

»General Shimon Levy,

»Estrategos.»

Cuando la hubo leído dos veces, la doctora Lineberry se la cogió de las manos. —Recibí instrucciones de dejártela leer y después destruirla.

Cogió un encendedor de un cajón y le prendió fuego. Ardió brillantemente en el cenicero.

—¿Eran buenas o malas noticias?—preguntó.

—Vendí a mi hermano —dijo Valentine—, y ahora me pagan por ello.

—Eres un poco melodramática, Valentine, ¿no te parece?

Valentine regresó a la clase sin responder. Esa noche Demóstenes publicó una cáustica denuncia de las leyes de limitación de la población. Se debería permitir a las personas que lo quisieran tener tantos hijos como desearan, y el exceso de población se debería enviar a otros mundos, para extender la raza humana por toda la galaxia para que ningún desastre, ninguna invasión, pudieran amenazar alguna vez a la raza humana con su aniquilación. «El título más noble que puede tener un niño —escribió Demóstenes— es Tercero.»

«Para ti, Ender», se dijo a sí misma mientras escribía.

Peter se rió encantado cuando la leyó.

—Esto les obligará a despertarse y abrir los ojos. ¡Tercero! ¡Un noble título! Oh, tienes un toque perverso.

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