En una solitaria y yerma extensión de tundra, allí donde los límites de un pequeño reino se encuentran con las enormes murallas heladas de los glaciares meridionales, las ruinas de una torre solitaria arrojan su perversa sombra sobre la llanura. La Torre de los Pesares —no tiene ningún otro título—fue la obra de un personaje cuyo nombre quedó olvidado hace muchísimo tiempo, ya que, según cuenta la antigua historia barda, la suya fue una época antiquísima, anterior incluso a aquella en la que los que ahora vivimos bajo el sol y el firmamento empezamos a contar el tiempo.
En aquella época remota, la estupidez y la codicia de la humanidad condujeron este mundo al borde de la ruina. Al fin, la misma Naturaleza se alzó contra ella, y la Madre Tierra descargó su venganza sobre los hijos que habían traicionado su confianza. Pero durante la sombría noche de su desquite, la torre permaneció incólume. Y cuando todo hubo terminado, y una humanidad más sabia levantó la cabeza de entre los restos de su propio desatino para iniciar la vida de nuevo en un mundo purificado y sin mácula, la torre se convirtió en un símbolo de esperanza, ya que entre sus muros estaban encerrados por fin los demonios que el hombre había creado.
Así pues, durante siglos la Torre de los Pesares se alzó solitaria sobre la llanura, y ningún hombre ni mujer se atrevió a volver la cabeza hacia ella, por temor a la antigua maldición contenida en su interior. Y así hubiera continuado, de no haber sido por la imprudencia de la temeraria hija de un rey.
Su título era en aquel entonces princesa Anghara hija-de-Kalig; pero ahora ha perdido el derecho a ese nombre y a su herencia. El motivo es que violó una ley que había perdurado desde los albores de la historia de su pueblo, al quebrantar la santidad de aquella antiquísima torre en un intento por descubrir su secreto.
Oh, sí; la princesa consiguió lo que deseaba y descubrió el secreto. Pero, al soltarse sus cadenas, la Torre de los Pesares se partió en dos y la antigua maldición de la humanidad surgió profiriendo alaridos de entre las tinieblas para aferrarse de nuevo al mundo y al espíritu de Anghara hija-de-Kalig.
En aquella lóbrega noche en que la maldición volvió a despertarse, Anghara perdió su casa y su hogar, su familia y su amor, frente a aquel siniestro poder. Y con la llegada del nuevo amanecer tomó sobre sus jóvenes hombros el peso que ahora la atormenta día y noche, dormida y despierta. La Madre Tierra ha decretado que, para reparar su crimen, la muchacha debe buscar y eliminar a los siete demonios que cayeron, entre carcajadas obscenas, sobre el mundo cuando la Torre de los Pesares se derrumbó.
Siete demonios; siete seres maléficos que, a menos que se los destruya, arrojarán a la humanidad de nuevo a la tenebrosa historia de su propia estupidez. Anghara ya no es Anghara. Su nombre ahora es índigo —el color del luto— y su hogar es el mundo entero, ya que ha perdido todo derecho sobre la casa en la que nació.
índigo no puede morir. Ni tampoco puede envejecer o cambiar, pues mientras su búsqueda permanezca incompleta está condenada a la inmortalidad. Tiene una amiga que no es humana. Y tiene una enemiga que seguirá sus pasos dondequiera que vaya, ya que forma parte de ella misma y ha sido creada a partir de las profundidades más tenebrosas de su propia alma. El octavo demonio es su Némesis.
Han transcurrido cinco años desde que índigo contemplara por última vez las viejas piedras de Carn Caille, la fortaleza de los reyes de las Islas Meridionales y su antiguo hogar. Ahora gobierna allí un nuevo señor, y la leyenda de la Torre de los Pesares ha dejado de existir; la Madre Tierra ordenó que todo recuerdo de la caída de la torre, así como el conocimiento de su auténtico propósito, quedase borrado de la memoria de la gente. Es por ello que el rey Ryen pide a sus bardos que compongan tristes baladas sobre las fiebres que acabaron con las vidas de la antigua dinastía de Kalig. Y las llora como es
justo y propio que haga, sin sospechar que un miembro de esa vieja dinastía sigue con vida.
Pero Carn Caille le está prohibido a índigo. En su lugar ha vuelto el rostro hacia el norte, hacia, las calurosas tierras centrales del enorme continente occidental, en busca del primero de los demonios: la primera de sus pruebas. Guiada tan sólo por la piedra-imán, regalo de la Madre Tierra, índigo viaja y busca.
Y allí donde la conduzcan sus vagabundeos, Némesis la sigue siempre de cerca...