CAPÍTULO 9

Drachea pasaba lenta y rítmicamente la mano a lo largo de la hoja de la espada, inclinado sobre ésta en una de las más apartadas habitaciones vacías del Castillo. Habia enjugado cuidadosamente la sangre de Cyllan, pero esto no era suficiente; necesitaba pulir el acero hasta que tuviese un brillo cegador, borrar todo posible rastro de ella. Pureza, se decía una y otra vez, con malévola ferocidad; la espada debía ser absolutamente pura para que él pudiese blandiría de nuevo: no podían quedar en ella huellas de aquella bruja de rostro pálido.

El recuerdo de la frustración y la ira que había sentido al verse privado de su víctima hacía brotar un sudor frío de la frente de Drachea. Al abalanzarse sobre Cyllan, seguro de que iba a matarla, había sido momentáneamente cegado por una brillante aureola que se había materializado alrededor de ella viniendo de ninguna parte, y cuando se extinguió el breve destello, ella había desaparecido. No le cabía duda de que Tarod era el responsable de esto, aunque no sabía si su habilidad habría sido suficiente para mantener viva a Cyllan. Si ésta vivía, sería otro adversario con el que tendría que contar; pero las cuentas que tenía que saldar con ella y con su diabólico amante podían esperar. Ahora tenía que pensar en cosas más apremiantes.

Drachea dejó de pulir la espada, la observó con ojos críticos y, sintiéndose satisfecho, la puso casi con veneración sobre la cama antes de levantarse y acercarse a la ventana. Durante su búsqueda de un escondrijo seguro, había encontrado nueva ropa que creía más adecuada para su noble condición de heredero de un Margrave y campeón del Círculo contra el enemigo común. Plantado junto a la ventana, echó atrás la corta capa ribeteada de piel que cubría el jubón de terciopelo verde oscuro y la camisa de seda gris y el pantalón, tratando de ver su propia imagen en el cristal. Este le devolvió un reflejo deformado y eso le irritó; volvió atrás y tomó de nuevo la espada, levantándola y comprobando su equilibrio. No era el arma ideal (Cyllan le había fallado en esto, como en otras tantas cosas), pero le serviría. También había encontrado un cuchillo, que podía resultar un arma más útil. El cuchillo enfundado pendía ahora de su cinto; deslizó la espada en su funda junto a aquél, la ajustó sobre la cadera y decidió que estaba listo.

Drachea no se hacía ilusiones sobre sus perspectivas si se enfrentaba con Tarod y le desafiaba a solas; su última experiencia en manos del Adepto había estado a punto de hacerle perder la razón, y por nada del mundo quería repetirla. Si tenía que vencer a Tarod necesitaría ayuda, y la única posibilidad de conseguir esa ayuda era encontrar la manera de deshacer el hechizo que había detenido el Tiempo y hacer que el Círculo volviese al mundo. Entonces le correspondería aplicar el justo castigo, y nada podía ser más satisfactorio para él. Si Cyllan vivía, aprendería a lamentar su alianza con el Caos, y sonrió al pensar en la satisfacción que sentiría al obligarla a presenciar la destrucción final de Tarod.

Pero gozar ahora con su triunfo era prematuro: tenía que hacer un largo camino para alcanzar la victoria. Y el, primer paso era buscar la piedra del Caos, que podía ser el arma más valiosa de todas. Con ella en la mano, estaría en condiciones de negociar con Tarod..., un negocio que redundaría en su propio favor.

Drachea echó una última mirada a la habitación, lamentando no haber podido compartir ese momento con alguien que admirase su valor y le desease suerte. Pero no importaba; a su tiempo recibirá la gratitud del Círculo como su campeón y salvador, y ellos cuidarían de que fuese debidamente recompensado.

Salió de la habitación, cerró la puerta sin hacer ruido y se dirigió a la escalera.

—Cyllan. —Tarod apoyó delicadamente las manos en sus hombros y ella le miró—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Ella sonrió con animación.

— Sí, estoy segura. — Puso una mano sobre la izquierda de él, sintiendo los afilados bordes del anillo roto de su palma —. Tú no puedes entrar en el Salón de Mármol, y yo sí. Si la piedra puede ser encontrada, la encontraré. — Se puso de puntillas para besarle—. Confia en mí.

—Sí. Pero estoy inquieto. —Sus ojos verdes e intranquilos se fijaron en un punto detrás de ella—. Me persuadiste de que tuviese clemencia con Drachea... Sigo creyendo que fue un error.

— No.

Cyllan sacudió enérgicamente la cabeza, recordando lo mucho que le había costado disuadirle de ir en busca del joven y matarlo. No sabía por qué Drachea le inspiraba compasión; había traicionado su confianza y, si sus posiciones se invirtiesen, él no vacilaría en matarla a ella. Pero, mezclado con su desprecio, había un elemento de piedad; la venganza no cabía en su manera de pensar, y ver morir a Drachea sin una buena razón habría pesado siempre sobre su conciencia.

Tarod pensaba de modo diferente. El trato que Drachea había dado a Cyllan era por sí solo suficiente para provocar su ira, y nada deseaba más que mandarle al infierno y acabar con él. Por Cyllan había prometido contener su mano, pero, en el fondo de su corazón, se preguntaba si no tendría que lamentar esta promesa.

— Drachea no puede dañarnos — dijo Cyllan —. No cuenta para nada, Tarod. No le temo.

El vaciló y después sonrió, aunque había todavía un poco de duda en sus ojos.

—Entonces, ve —le dijo—. Y si en cualquier momento me necesitas, te oiré y estaré contigo. —La besó, pareciendo reacio a dejarla marchar—. Que los dioses te protejan.

Observó cómo se cerraba la puerta, esperó a oír las ligeras pisadas en la escalera y, entonces, cerró los ojos verdes y se concentró brevemente en el pequeño ejercicio de poder que la transportaría al pie de la gigantesca torre. Hecho esto, volvió a su mesa y se sentó. La única vela se hallaba en su palmatoria entre un montón de libros; Tarod pasó una mano sobre ella y brotó la conocida y misteriosa llama verde. Cuando ésta aumentó en intensidad, proyectando una fría radiación sobre las demacradas facciones, Tarod miró sin pestañear el centro de la llama y trató de desterrar la inquietud que roía como un gusano su interior.

Al bajar la escalera que conducía a la biblioteca del sótano, Cyllan sintió una mezcla de excitación, impaciencia y miedo. No temía la tarea que iba a realizar, pero sabía que, si tenía éxito, el futuro se convertiría en un territorio desconocido y tal vez peligroso. Al recobrar la piedra-alma, Tarod recuperaría su verdadera naturaleza y no se contentaría con permanecer en el Castillo sin tiempo. Se había negado a confesar directamente la verdad, pero Cyllan creía que, cuando tuviera la piedra en su poder, la emplearía para llamar de nuevo al Tiempo. La idea de lo que podría ocurrir cuando se enfrentara de nuevo con el Círculo le daba escalofríos; pero le conocía lo bastante para saber que no actuaría de otra manera. No podía existir en una eternidad inmutable; necesitaba vivir, y si vivir presuponía un riesgo, no vacilaría en correrlo. No había tenido valor para discutir con él, y sin embargo, el único temor que la roía como una grave enfermedad era el miedo a perderle. Ni siquiera con su alma recobrada era Tarod invencible, y si el Círculo prevalecía contra él, ella perdería su propia razón de existir.

Los súbitos y drásticos cambios, tanto en ella como en Tarod, se habían producido tan inesperadamente que no había tenido ocasión de tratar de estudiarlos y comprenderlos. Y, si había de ser sincera, no lo deseaba. A requerimiento de Drachea, se había convencido de que Tarod era malo, un enemigo del que había que desconfiar y al que había que frustrar, y Cyllan había luchado contra sus propios deseos e instintos, para reforzar aquella convicción. Pero nunca se había sentido a gusto con ella y, al romperse por fin la barrera entre ambos, los sentimientos que había tratado de sofocar se habían apoderado irremisiblemente de su ánimo. Poderosas emociones, largo tiempo reprimidas, habían encontrado su objetivo en un hombre que le despertaba un furioso deseo, un amor inextinguible y una fidelidad que nada podía quebrantar. Con razón o sin ella, había elegido su camino y, fuera lo que fuese lo que le reservaba el futuro, no se apartaría de él.

Bajó corriendo los últimos peldaños de la escalera y empujó la puerta que conducía a la biblioteca. El oscuro sótano estaba tranquilo y en silencio, y Cyllan se detuvo en el umbral, centrando su mente en Tarod, que esperaba en la torre. Al momento sintió que le contestaba una presencia que se unía a ella y calmaba su inquietud, y esto la reconfortó. Pasara lo que pasase, él estaría con ella...

Al cruzar la estancia hacia la puerta medio oculta que la llevaría al Salón de Mármol, el dobladillo de su falda se enganchó en uno de los libros tirados en el suelo, y esto la obligó a detenerse para desengancharla. No estaba acostumbrada a usar prendas como éstas, pues en todo el tiempo que alcanzaba su recuerdo sólo había llevado las camisas y los pantalones que le daba un primo o, en años recientes, alguno de los hombres de la cuadrilla de su tío. Pero Tarod le había dicho que merecía algo mejor, mucho mejor... , y había encontrado, sabían los dioses dónde, un vestido de seda rojo oscuro que le sentaba como hecho a medida. La sensación de la tela la fascinaba; el susurro que hacía al moverse, el contacto de la seda sobre sus piernas desnudas...

Y cuando se lo había puesto para él, Tarod le había dicho que estaba muy hermosa. Nadie le había hecho nunca este cumplido, pero no dudaba de la sinceridad de Tarod. Para él, era hermosa, y esta convicción significaba para ella más de lo que habría podido expresar. Cyllan seguía recordando complacida sus palabras cuando llegó a la puerta baja, la abrió y miró a lo largo del pasillo desierto, con su luz peculiar teñida de plata. Después, haciendo acopio de valor, se dirigió hacia la fuente de aquella luz y hacia el Salón de Mármol.

El plan de Tarod, tal como se lo había esbozado, era bastante sencillo. Sin la piedra-alma, nada podía hacer para invertir las fuerzas que habían detenido el Péndulo del Tiempo y encerrado al Castillo en esta extraña no-dimensión; pero la piedra había sido enviada al limbo junto con los moradores del Castillo. La única manera de resolver la paradoja era romper la barrera de uno de los más altos de los siete planos astrales y encontrar la piedra. Si la estratagema daba resultado, y Tarod había confesado que no estaba seguro del éxito, podría ser traída a través de las dimensiones, si la fuerza y la voluntad motivado-ras eran lo bastante firmes. Tarod tenía la fuerza y la voluntad, pero el foco vital representado por el propio Salón de Mármol le había sido negado por el capricho del destino, que había hecho que quedase ligeramente fuera de sincronización con el Castillo al ser desterrado el Tiempo. Sin alma, no podía entrar allí..., pero sí podía hacerlo Cyllan.

Y Tarod creía que las innatas facultades psíquicas de ésta serían suficientes para permitirle triunfar en su empeño, empleándola a ella como medio, Cyllan no pretendía comprender la naturaleza de la facultad oculta que necesitaría Tarod para lograr su objetivo; solamente rezaba para que pudiese ser capaz de hacer lo que él quería de ella. Le había advertido que podía haber peligro, pero ella lo había rechazado tercamente; confiaba en él, quería ayudarle y estaba resuelta a representar su papel lo mejor posible.

Pero ahora, al alargar la mano para tocar la puerta de plata mate que se interponía entre ella y el Salón de Mármol, sintió un escalofrío de incertidumbre. Nadie sabía las verdaderas propiedades de este extraño y fantástico lugar; esto lo había visto claro en los documentos del Sumo Iniciado, y Tarod lo había confirmado. Si algo fallaba en el plan, si se manifestaba alguna fuerza con la que ni siquiera Tarod había contado, nadie podía predecir cuáles serían las consecuencias. El limbo... Cyllan se estremeció ante la idea y estuvo a punto de apartar la mano de la puerta.

No es vergonzoso tener miedo, le había dicho Tarod. No luches contra el miedo, ni pretendas que no existe. Tenía razón... Este sentimiento, en los umbrales de semejante empresa, era natural...

Respiró hondo y tocó la puerta con la mano. La puerta se abrió, y la niebla reluciente y cambiante envolvió a Cyllan cuando entró despacio en el Salón de Mármol.

Drachea estaba al abrigo de la entrada, siguiendo inquieto con la mirada el extenso patio. Parecía desierto, pero era imposible estar seguro; la luz carmesí era engañosa, y cualquiera de las mil densas sombras podía moverse sin previo aviso y convertirse en algo que no fuese sombra... Miró hacia la cima de la Torre de Norte y creyó percibir un débil destello en una alta ventana; pero también esto podía ser una ilusión.

Había llegado al patio por un camino deliberadamente sinuoso que le llevó al fin a una insignificante entrada lateral contigua a las caballerizas. Si Tarod le estaba vigilando, lo más probable era que fijase la atención en la puerta principal que, según podía ver Drachea, estaba abierta. Si se mantenía en la oscuridad, podría alcanzar su meta con poco peligro de ser visto... y así, tratando de calmar los latidos de su corazón, salió y se refugió en la sombra de la negra pared y empezó a andar furtivamente a lo largo de ella. No ocurrió nada alarmante; en una ocasión creyó percibir un movimiento confuso como si algo sensible se hubiese separado del pie de un contrafuerte y deslizado sobre las losas; pero sólo era fruto de su imaginación, y al fin llegó al abrigo de la columnata. Aquí podía confundirse fácilmente con las oscuras siluetas de las columnas y, moviéndose despacio y con cautela, llegar a la puerta que conducía a la biblioteca del sótano.

Cuando llegó a la escalera, su resolución flaqueó, pues se dio cuenta de que Tarod podía estar esperándole en la biblioteca, pero se obligó a rechazar esa idea. Si vacilaba ahora, viendo demonios en cada esquina, igual podía volver a su habitación y esperar a que la locura o la venganza de Tarod, o ambas cosas, viniesen a buscarle. Tenía que empezar su trabajo y nada ganaría con demorarlo.

Cautelosamente, aunque imaginándose que cada pisada sonaba como un trueno, empezó a bajar la escalera.

Cyllan estaba al pie del bloque macizo de madera negra situado en lo que se creía que era el centro exacto del Salón de Mármol. Tenía los ojos cerrados y sus labios se movían en silencio, en una ferviente plegaria a Aeoris para que la protegiese, aunque no se atrevía a especular sobre si el dios consideraría oportuno hacerlo, en vista de lo que ella se proponía realizar. Los nervios le atacaban el estómago, produciéndole una impresión de mareo, y aunque el instinto la apremiaba para que alargara las manos y las pusiese sobre el bloque, no se atrevía a tocarlo. Al pasar por delante de las siete estatuas negras y sin cara, que se alzaban misteriosas entre la niebla, había vacilado, y sólo repitiendo en silencio las palabras de Tarod había podido seguir adelante. Pero había llegado hasta tan lejos... por mor de él, por mor de ambos, que debía mirar al frente y no hacia atrás.

El silencio y la quietud eran absolutas. Una vez se había imaginado que oía el sonido lejano y amortiguado de una campaña, y otra vez, el eco de una risa tenue, apagada, casi fuera del alcance del oído humano, había parecido flotar tembloroso en la niebla; pero estas ilusiones engañosas se habían desvanecido. Pero el propio Salón parecía vivo y expectante; sentía su tensión como un presencia física. El suelo de mosaico estaba frío bajo sus pies descalzos... Cruzó las manos y se esforzó en calmar su mente, en hacerse receptiva al contacto con Tarod.

Su presencia se manifestó de pronto y poderosamente en la mente subconsciente de Cyllan. Por un instante, vio la habitación oscura en la cima de la torre y creyó ver también los ojos verdes fijando la mirada en los suyos y brillando con una intensidad que la asustó. Entonces sintió que aquella voluntad que la guiaba empezaba a fundirse con la suya y tomaba el mando... Respirando despacio, superficialmente, alargó las manos como una sonámbula y las apoyó en la tosca superficie del bloque de madera. Al tocarla, una fuerte sensación de vértigo la alcanzó, como surgiendo de debajo del suelo, y se tambaleó y se mordió la lengua para no gritar de espanto. Esta sensación pasó, pero Cyllan supo que, detrás de sus párpados cerrados, algo había cambiado. La tensión se estaba transformando en una impresión de sueño, como si flotase libre de tiempo y del espacio. Quería abrir los ojos, pero le faltaba valor para hacerlo. Todo lo que la rodeaba no había sido hecho para que lo viesen o comprendiesen los mortales, y esta certidumbre le infundió algo parecido al pánico. Agitó mentalmente los brazos, buscando ciegamente un áncora, y casi en el mismo instante, la otra voluntad se impuso a ella y la sostuvo, librándola del terror. Sintió de nuevo en su mente la presencia de Tarod, pero era una presencia que trascendía humanidad, más poderosa que todo lo que ella había conocido. Por un momento, su propia voluntad se resistió, impulsada por el miedo, pero aquella presencia la apaciguó, la tranquilizó, y Cyllan se dejó eclipsar por ella, mientras Tarod la conducía a través de los planos hacia la meta común.

Con la espada desenvainada, Drachea penetró en el sótano y siguió cuidadosamente su camino entre los libros y manuscritos desparramados en el suelo. Se volvió rápidamente a cada paso, levantando la espada como para parar un ataque por la espalda, pero la precaución era inútil. No había nadie en la biblioteca.

Y sin embargo, tenía la convicción de que no todo estaba como debía estar. Notaba una anomalía, aunque no podía descubrir su causa. Drachea no era adivino, pero algo le ponía sobre aviso, incluso antes de llegar a la puerta baja de la pared del fondo y encontrarla abierta de par en par.

Pisó el umbral, lamiéndose los labios, vacilante. Por allí se iba al Salón de Mármol, el único lugar de todo el Castillo donde, según su propia confesión, Tarod no podía entrar. Sin embargo, la puerta estaba abierta, indicando que alguien había pasado recientemente por ella... , y el otro único habitante del Castillo era Cyllan...

El miedo irracional que le había inspirado el Salón de Mármol no significaba nada en comparación con la inesperada oportunidad de ajustarle las cuentas a Cyllan. Dejó la espada, consciente de su poca utilidad en el espacio reducido del pasillo, y desenvainó el cuchillo. La hoja brilló siniestra a la extraña luz, y Drachea avanzó, despacio y cautelosamente, hacia la puerta de plata.

Primero experimentó una terrible sensación de peso, como si los imponentes acantilados de la Tierra Alta del Oeste cayeran sobre ella y la aplastasen... Pero resistió, apremiada por la voluntad que se había entrelazado con la siga, y bruscamente cesó la presión, sustituida por el bálsamo de una fresca y clara corriente que la arrastró como a un pez en su curso. Oyó la misteriosa canción de los fanaani, pero pronto se extinguió, en su lugar fue azotada por un alegre y caprichoso vendaval... , como una oleada de calor inflamado e inextinguible. Tuvo la impresión de que pasaba en medio de fuego, y rompió a gritar, hasta que de pronto el terrible dolor fue mitigado por una voz que hablaba a lo más hondo de su conciencia. Despacio, parecía decirle. Despacio... , poco a poco... Estoy contigo...

Y se hizo un silencio. Sintió como si pendiese ingrávida e inmóvil en la nada; sin embargo había turbación en su mente, inquietud, miedo... , la sensación de que algo esperaba debajo de ella... , y la voz habló de nuevo dentro de ella y dijo: Mira...

Era un mundo en negro y plata, sin el menor color que mitigase su austeridad. Cyllan se cernía incorpórea sobre un suelo cuyos mosaicos trazaban un complicado dibujo, y al mirar hacia abajo, vio un cuadro extraordinario, inmóvil.

Unos veinte o treinta hombres y mujeres estaban alineados en un círculo, vueltas las cabezas hacia un hombre que llevaba un grueso y sombrío traje de ceremonia y un aro en la cabeza que tenía un brillo frío. Sus brazos estaban extendidos y sostenían con ambas manos una pesada y amenazadora espada que reflejaba una luz que parecía inflamar el aire a su alrededor. La luz iluminaba su robusto cuerpo, y su cara, aunque joven y bella, reflejaba dureza en sus facciones.

Cyllan sintió como si la atravesase un venablo de cólera, y comprendió que procedía de la conciencia anexa que era la de Tarod. Miró de nuevo y vio que el joven que sostenía la espada estaba plantado delante de un gran bloque de madera negra... y que sobre el bloque había otra figura, alta, macilenta, medio oculta la cara por una mata de cabellos negros. La rigidez inmóvil de la escena daba un aspecto macabro a la actitud de extrema angustia de la víctima tendida sobre el bloque... Entonces, el furor cobró de nuevo vida y la mente de Cyllan retrocedió espantada al reconocer la víctima.

La piedra, Cyllan..., encuentra la piedra... La voz que habló dentro de ella no demostraba emoción palpable, pero Cyllan sintió la furiosa oleada de dolor que acompañaba a las palabras. Momentáneamente, comprendió lo que debió sentir Tarod al presenciar la escena de su propia ejecución, pero esta comprensión fue eclipsada por un deseo apremiante que surgió en sus entrelazadas voluntades. Guiada por Tarod, concentró toda su fuerza en la búsqueda...

Y entonces la vio. Estaba en las manos de otro Iniciado que se hallaba al pie del bloque, y brillaba con fría vida propia. Una sola gema, bella y de múltiples facetas..., la piedra del Caos.

Tómala, oyó que Tarod le ordenaba en voz baja, y algo pareció impulsarla hacia delante y hacia abajo, de manera que su mente alcan zó las figuras inmóviles del cuadro. La piedra empezó a latir, lanzando siete rayos de luz que a punto estuvieron de cegarla a medida que se iba acercando... , y la presencia que había en su mente se apercibió para un último y único esfuerzo de voluntad. Sabía que éste era el momento peligroso; se requeriría toda la habilidad de Tarod para entrelazar sus conciencias compartidas con la piedra-alma y rescatarlas de aquel mundo de ilusión y fantasmagoría. Sintió que el poder crecía dentro de ella, hasta que pensó que no podría contenerlo y que estallaría bajo su inexorable presión... Pero siguió creciendo y la piedra luminosa resplandeció más que nunca, atrayendo a Cyllan como un terrible remolino...

Un enorme estruendo estalló en todas direcciones a la vez y Cyllan gritó aterrorizada cuando mil ecos retumbaron en sus oídos y fue lanzada de aquella dimensión. La mente, el cuerpo y el alma saltaron en pedazos y el grito siguió sonando... hasta que, con un gigantesco chasquido, retornó el mundo.

Estaba tendida sobre el tajo de ejecución, expulsado todo el aire de sus pulmones por la fuerza del impacto. Trató de moverse, pero sus miembros no tenían fuerza y sólo pudo deslizarse impotente hasta el suelo mientras sus perturbados sentidos luchaban por recuperarse. Al fin, guiada por el frío de las baldosas de mármol, pudo orientarse un poco y, lenta, gradual y dolorosamente, consiguió sentarse. Tenía cerrados los puños y, cuando trató de abrirlos, se vio sacudida por violentos espasmos musculares..., pero sintió algo duro y frío y redondeado en la palma de la mano...

— Tarod....

Articuló su nombre en voz alta y cascada, tratando de obligar a su voluntad a fundirse de nuevo con la de él, y casi sollozó aliviada cuando sintió que la mente de Tarod se acercaba a la suya. La presencia fue debilitada por la terrible experiencia compartida; él había gastado toda su energía conjurando a las fuerzas que había empleado, y el contacto era tenue. Sin embargo, era suficiente...

Ella proyectó la certidumbre que tenía con toda la fuerza que le quedaba. Tengo la piedra...

El apenas pudo responderle y Cyllan empezó a levantarse. Al ponerse de pie, tuvo que apoyarse en el bloque de madera para mantener el equilibrio y recobrar el aliento, y fue mientras llenaba de aire sus pulmones, todavía con la piedra del Caos apretada en su mano, que una brillante hoja de acero pasó por encima de su hombro y se detuvo casi rozando su cuello, y una voz salvajemente triunfal le dijo:

—Gracias, Cyllan. Has resuelto mi problema más apremiante.

Tarod se derrumbó en su sillón, echando la cabeza hacia atrás. El sudor brillaba en su cara y en sus manos. Estaba agotado y la fuerza que ansiaba se negaba a volver a él. Llamar y emplear aquel poder era fatigoso en todas las circunstancias, pero hacerlo a través de otro, valiéndose de otra mente, casi había sido su perdición. Solamente con un férreo control de su voluntad había podido volver él mismo y hacer volver a Cyllan del limbo, y ahora se sentía tan débil como un niño recién nacido.

Pero lo había logrado... Esto encendió un fuego en su interior, pero no tenía fuerzas para regocijarse. Había triunfado y la piedra había sido recobrada de aquel otro mundo...

Debía ir junto a Cyllan. En su actual estado no tenía energía para traerla de nuevo a la torre, pero debía ir a su encuentro. Con un tremendo esfuerzo, se levantó del sillón y se tambaleó como si estuviese borracho. Y entonces, al volverse hacia la puerta, algo rebulló en el nivel más hondo de su conciencia.

Tarod...

Esto le inquietó, pues reconoció el origen de la llamada psíquica y muda, y su inflexión le dijo que algo andaba mal.

Tarod...

Miedo. Era miedo lo que percibió en la llamada de ella; miedo y una súplica incoherente. Agotado como estaba, no podía aunar completamente su mente con la de Cyllan, pero le quedaba energía bastante, acuciada ahora por la alarma, para marchar físicamente hacia ella. Al hacerlo oyó más claramente lo que ella quería decirle.

Tarod, te he fallado... Estaba equivocada. Creí que él no podía desafiarnos...

La impresión que le causaron sus palabras sacudió la cansada mente de Tarod, y le hizo comprender la verdad con terrible claridad. Giró en redondo y se acercó a la vela que seguía encendida y con un halo enfermizo, y se inclinó sobre la nacarada llama verde. Imágenes confusas bailaron ante él; ordenó que se fijasen, y entonces vio a Cyllan.

Estaba arrodillada en el suelo de mosaico a los pies de Drachea, con ambos brazos cruelmente retorcidos a su espalda. Drachea apoyaba la hoja de un cuchillo en su cuello, de manera que cualquier movimiento imprudente haría que le cortase la vena yugular. Tenía los ojos fuertemente cerrados y Tarod vio sangre en el labio que se había mordido.

Un furor más intenso que nunca empezó a invadir su mente. El furor que había sentido en la muerte de Themila, el que le había llevado a matar a Rhiman Han, o el provocado por la traición de Sashka, no eran nada en comparación con la loca cólera que le consumía ahora. Jadeó, se tambaleó hacia atrás y, con una mano, barrió la vela, los libros y todo lo que había sobre la mesa. Cayeron al suelo; el misterioso halo se extinguió, y en la mente de Tarod se hizo una oscuridad que trajo consigo un resurgimiento de poder que dirigió furiosamente contra Drachea...

-¡No!

Gritó esta palabra en un desesperado esfuerzo por romper su propia concentración, y casi cayó de espaldas al desintegrarse aquel rayo de poder en su cabeza. Su magia era inútil; sin un médium bien dispuesto no podía cruzar la barrera que se interponía entre él y el Salón de Mármol, y emplear a Cyllan como vehículo para esto sería matarla. Aspiró aire, esforzándose en calmarse y rebelándose furiosamente contra la idea de que estaba atrapado. No podía hacer nada contra Drachea, y Drachea tenía a Cyllan como rehén. Fuera lo que fuese lo que quisiera el heredero del Margrave (y Tarod creía tener la respuesta a esa pregunta), no tenía más remedio que acceder. Si se negaba, Cyllan moriría. Y al enfrentarse con esta última y terrible prueba, Tarod supo que todo sacrificio sería poco para salvarla.

—Así pues, nuestro mutuo amigo te ha oído y sabe el apuro en que te hallas. —Drachea sonrió, hablando suavemente, y dio un cruel tirón a los brazos sujetos de Cyllan que hizo que ésta gritase de dolor—. Sin duda sabe también lo que sería de su preciosa piedra si tratase de cruzarse en mi camino.

Cyllan no respondió. No podía moverse, sabiendo que Drachea sostenía la hoja del cuchillo tan cerca de su cuello que el menor movimiento haría que se clavase profundamente, y que la herida sería fatal. Había sentido la desesperación y furia de Tarod al darse cuenta éste de lo que había sucedido, pero ahora no había ninguna presencia en su mente. Rezó para que tuviera todavía una reserva de energía que pudiese emplear para destruir a Drachea, y se maldijo mil veces por su estupidez. Si no hubiera suplicado a Tarod que tuviese clemencia, Drachea estaría muerto...

Otro cruel tirón a sus brazos la devolvió a la realidad.

—¿Y bien? —preguntó Drachea con voz dura, junto a su oído—. ¿Qué dice? ¿Qué pretende hacer?

Cyllan emitió unos sonidos inarticulados y él retiró lo bastante el cuchillo para que pudiese hablar.

—No... no lo sé... —murmuró ella.

— ¡Embustera!

No... Es la verdad...

Drachea se echó a reír.

— Entonces, tal vez tu amante-demonio te aprecia menos de lo que creías. En cambio, aprecia mucho esa bonita chuchería que tienes en la mano. Suéltala, Cyllan.

Ella apretó el puño.

No...

— ¡He dicho que la sueltes!

El cuchillo tocó el cuello de Cyllan y ésta se dio cuenta de que nada conseguiría con una actitud desafiadora. Él podía matarla y apoderarse de la piedra, y nada habría ganado con su sacrificio.

La joya cayó al suelo con un débil y frío retintín, y Drachea la miró fijamente, casi incapaz de creer en su buena suerte. Parecía una baratija bastante corriente, mate, sin vida, como un trozo de cristal. Pero había visto el resplandor rojo-blanco que había brotado de la mano estirada de Cyllan cuando aquella cosa se había materializado ante sus ojos, y había sentido el poder que palpitaba en su núcleo. Era un artefacto mortal, y el Círculo le recompensaría espléndidamente cuando lo pusiese de nuevo bajo la custodia que por derecho le correspondía.

Drachea había entrado en el Salón de Mármol cuando el rito celebrado por Tarod y Cyllan se acercaba a su punto culminante. Cyllan no veía nada de cuanto la rodeaba y él se había ocultado detrás de una de las negras estatuas, apostando a que su presencia pasaría inadvertida. Pronto se dio cuenta de que Cyllan estaba actuando como médium del sombrío hechicero, y cuando vio la radiación de la piedra-alma brotando entre los dedos apretados de ella, supo lo que habían hecho y le invadió un vertiginoso entusiasmo. Débil como estaba ahora, Cyllan sería una presa fácil. Tarod no podía entrar en el Salón..., y Drachea, con la piedra-Caos en su mano, tendría una fortaleza inexpugnable desde la que formular sus exigencias.

Pero hasta ahora no había tenido oportunidad de formularlas. Había ordenado a Cyllan que estableciese contacto con Tarod, pero aunque ella juraba que lo había hecho, Tarod no había respondido. Sin duda consideraba que podía prescindir de ella y, en definitiva, vendría en busca de la piedra. Y no estaría dispuesto a perder su propia alma por mor de un sencillo trato...

Drachea se preguntó si Tarod estaría proyectando algún contraataque. Aquel demonio era muy astuto, y le inquietaba no poder hacer nada salvo esperar. Furioso, de pronto, retorció una vez más el brazo de Cyllan, abriendo la boca para amenazarla si no trataba de nuevo de establecer contacto. Pero antes de que pudiese hablar, otra voz rompió el misterioso silencio del Salón de Mármol.

Drachea.

El tono era escalofriante, tranquilo pero terrible. Drachea se sobresaltó y estuvo a punto de soltar los brazos de Cyllan; viendo una oportunidad, por ligera que fuese, ella se retorció y trató de desprenderse, pero antes de que pudiese hacerlo, él la sujetó con más fuerza, de modo que la cabeza de ella se apoyó en su hombro, y tocó con el cuchillo la carne de su cuello. Poco a poco, tirando de su carga, Drachea se volvió en redondo.

La niebla centelleante se había abierto como si un rayo de luz la hubiese atravesado, y el camino hacia la puerta de plata era claramente visible. A un paso más allá del umbral del Salón de Mármol, estaba Tarod, con la mirada enloquecida y levantando la mano izquierda para señalar directamente a Drachea.

Tarod dijo, con malicia inhumana:

— Suéltala.

Por un instante, Drachea vaciló; pero entonces recordó las propiedades del Salón de Mármol y una mueca burlona se pintó en su semblante.

—¿Que la suelte? —dijo en son de mofa—. Debes de pensar que soy imbécil, demonio, ¡pero no soy tan crédulo! Tengo la piedra y tengo a Cyllan. ¡Destruiré a las dos con toda impunidad si te atreves a darme órdenes de nuevo!

Los ojos de Tarod echaron chispas y un aura oscura centelleó a su alrededor.

—Tú no puedes destruir la piedra de Caos, gusano.

—Tal vez no, ¡pero puedo matarla a ella!

Sacudió violentamente a Cyllan y vio miedo en los ojos de Tarod antes de que éste pudiese disimularlo. Sus propios ojos brillaron de entusiasmo al darse cuenta de que su adversario había puesto inesperadamente al descubierto un punto flaco. ¿Sería posible que sintiese en fin de cuentas algún aprecio por Cyllan o, al menos, que ésta fuese de algún modo vital para él?

Lenta y reflexivamente, Drachea pasó la lengua sobre su labio inferior.

—Digamos, Adepto Tarod —prosiguió, poniendo un desprecio venenoso en las dos últimas palabras—, que hay algo que quiero pedirte. Digamos que si te niegas a dármelo, degollaré a Cyllan y podrás presenciar cómo se desangra sobre el suelo de mosaico. ¿Cuál sería tu respuesta a mi demanda?

Tarod contrajo el semblante y respondió furiosamente:

— Haz el menor daño a Cyllan y no solamente morirás, ¡sino que te enviaré a la tortura eterna!

— ¡Oh! —graznó Drachea, encantado—. ¡Conque el ser sin alma tiene un punto flaco! ¿Qué es Cyllan para ti, Tarod, que la consideras tan vital? Al fin y al cabo, una ramera es una ramera, ¡y las hay mucho mejores entre las que elegir en este mundo!

Tarod alzó una mano como para lanzar un rayo, pero Cyllan le gritó:

— ¡El sólo quiere enfurecerte, Tarod! ¡No le des esa satisfacción!

Drachea lanzó una maldición y tiró cruelmente de sus cabellos

para hacerla callar, pero Tarod comprendió que Cyllan tenía razón. La cólera y el miedo habían estado peligrosamente a punto de hacerle perder el control; ahora, con un esfuerzo, consiguió dominarse. Si tenía que salvar a Cyllan, de nada le serviría discutir con Drachea. Había que llegar a un trato.. , y sabía cuál sería éste.

El aura oscura vaciló y se desvaneció al mirar él al heredero del Margrave y a Cyllan. El menor movimiento podría significar la muerte de ésta... Tenía seca la garganta, tragó saliva y dijo a Drachea:

—¿Qué quieres de mí?

Drachea sonrió.

— ¡Así está mejor! Al fin empiezas a comprender. Te lo diré claramente, demonio. Tengo a Cyllan, y tengo tu piedra-alma. Si quieres salvar la vida de Cyllan, debes emplear la piedra y devolver el Tiempo a este Castillo.

Cyllan se retorció furiosamente entre los brazos de Drachea.

— ¡No, Tarod! — gritó—. Eso significaría despertar al Círculo y no puedes hacerlo, ¡no de esta manera!

Sus ojos, fijos y desorbitados, encontraron los de él, y vio en su verde mirada una tristeza y una compasión que la horrorizaron por sus implicaciones. Trató de sacudir la cabeza, pero el cuchillo estaba demasiado cerca.

—No, Tarod, por favor...

El siguió mirándola.

—No tengo elección.

— ¡Si que la tienes! Deja que me mate. ¡Será mejor que la otra alternativa!

— ¡No! — La negativa fue terriblemente vehemente, y Tarod levantó la cabeza para mirar orgullosa y despectivamente a Drachea—. Haré lo que hay que hacer, heredero del Margrave. Y te felicito por tu maldad. ¡Mi ajuste de cuentas contigo puede esperar!

— ¡Tendrás que ajustarlas con el Sumo Iniciado! — se burló Drachea—. Reserva tu orgullo para él, ¡serpiente!

Tarod respiró hondo, para aplacar su furia, y dijo con calma:

—Entonces, dame la piedra.

— ¿Qué? — dijo Drachea, con incredulidad; después se echó a reír, con una fuerte carcajada que resonó en el Salón de Mármol—. ¡Dejé de chuparme el dedo hace muchos años, amigo mío! Hasta que vuelva el Círculo y estés bien atado, ¡esta piedra se quedará conmigo! —Empujó a Cyllan hacia adelante e inclino la cabeza. Después impulsó con un pie la piedra del Caos, que seguía en el suelo, para que Tarod la viese—. Ya has empleado a esta zorra de rostro pálido como médium. Empléala de nuevo.

Esto requeriría más fuerza que la que poseía... Todavía estaba débil por la energía que había gastado para traer la piedra del limbo... En voz alta, dijo Tarod:

—No puedo.

— ¡Mientes! ¡Lo has hecho una vez!

— Cyllan puede negarse.

— ¡Entonces, maldito seas, haz que consienta! Es un dilema bastante sencillo: o haces lo que te ordeno y de la manera que te ordeno, ¡o la verás morir! Mi paciencia se ha agotado. ¡Decide!

No tenía otro camino. Si se negaba a acceder a lo que pedía Drachea, éste degollaría a Cyllan y Tarod sería impotente para impedirlo.

Y por muy terrible que fuese su venganza, nada podría compensar su pérdida...

Pero Tarod sabía que, debilitado como estaba por la energía empleada en sacar del limbo la piedra del Caos, podía no tener fuerza para hacer lo que Drachea quería de él. No era una magia sencilla y, si fracasaba, si se rompía su voluntad, la fuerza del retroceso podía destruir a Cyllan.

Sin embargo, ella está, ya condenada si no lo intentas...

Esta voz interior le estremeció, pues no decía más que la pura verdad. Tarod suspiró.

—Muy bien, Drachea. Acepto tus condiciones.

—¡Ah! —Drachea hizo una mueca y después se inclinó para mirar burlonamente a Cyllan —. ¡Parece que la fidelidad de tu demonio amigo puede ser un consuelo para ti, zorra! Y él creía que era yo el estúpido...

Cyllan cerró los ojos, queriendo borrar la imagen de la cara torcida y triunfal de Drachea. Tenía que detener de algún modo a Tarod; era mejor, mucho mejor, que ella muriera y le dejase libre, pues la alternativa era demasiado espantosa para tomarla en cuenta. Desesperadamente, le suplicó de nuevo:

— Tarod..., escúchame...

— ¡Silencio! — susurró Drachea.

— ¡Tarod! —Su voz se hizo estridente—. ¡No me importa lo que me suceda! Deja que emplee el cuchillo, ¡no me importa! No debes hacer eso, ¡no puedes hacerlo!

Drachea la había hecho girar en redondo para que no pudiese ver a Tarod, pero oía su voz con bastante claridad y su tono era implacable.

—No hay otro camino.

Y mientras él decía esto, ella oyó resonar en su mente otras palabras no formuladas con los labios: Cyllan, si me amas, ¡obedéceme!

Ella apeló a sus recursos mentales. ¡No puedo! El Círculo te...

¡Al diablo con el Círculo! No quiero verte morir...

Lucharé contra ti...

No puedes luchar contra mí. Haré lo que debo hacer, y te emplearé como tenga que hacerlo, ¡para salvarte la vida!

Había veneno en el último mensaje y Cyllan comprendió que nada de lo que pudiese ella decir o hacer le haría vacilar. Empezaron a rodar lágrimas por sus mejillas, lágrimas de aflicción y de derrota, y Drachea miró rápidamente a Cyllan

—¿Se ha sometido? —preguntó.

—Hará lo que yo le diga —respondió brevemente Tarod.

—Bien. Entonces, no te desdigas... ¡Empieza!

Tarod inclinó la cabeza. Alejar de su mente la difícil situación en que se hallaba Cyllan y concentrarla en lo que debía hacer era una pesadilla, pero se obligó a apartar todo pensamiento extemporáneo. Era mucho lo que dependía de su habilidad y de la energía que le quedaba... Sin embargo, si tenía éxito, se colocaría a sí mismo en una trampa que se cerraría ferozmente sobre él. Era probable que Drachea tratase de matar a Cyllan en el momento en que hubiese terminado el rito, y Tarod tenía que arriesgarlo todo a la posibilidad de que, al verse libre de las trabas impuestas por la ausencia del Tiempo, pudiese ser capaz de intervenir antes de que fuese demasiado tarde. Pero si fracasaba...

Dijo, casi sin reconocer su propia voz:

— Haz que Cyllan se arrodille junto al bloque de madera y pon la piedra en sus manos.

Drachea escupió al suelo.

— La piedra se quedará donde está, ¡y también ella!

Tarod le miró con ojos malévolos.

— Entonces no puede haber la fuerza necesaria. Hay que seguir el procedimiento.

El heredero de Margrave se puso colorado de irritación y miró a su alrededor. A su espalda se alzaba el negro bloque de madera entre la niebla, y arrastró a Cyllan hacia él, empujando la piedra del Caos sobre el suelo mientras andaba. Al llegar al bloque, se volvió para mirar reflexivamente a Tarod; después, con una fuerza que hizo gritar a Cyllan, la subió sobre el bloque de madera para que yaciese de cara al techo invisible y con el cuello descubierto. Entonces agarró la piedra y la puso en las manos de ella y, por último, se inclinó sobre Cyllan y apoyó ligeramente el cuchillo sobre su garganta.

— Creo que habré dejado claras mis intenciones, demonio — dijo a Tarod —. Si intentas algún truco contra mí, por rápido que seas, ¡le cortaré el cuello antes de que puedas tocarme! —Sonrió sarcásticamente—. Cuando jugamos a quarters en mi casa de Shu-Nhadek, ambos contrincantes saben que nada ganan si tratan de aprovecharse de un callejón sin salida.

—También nosotros jugamos a quarters en el Castillo —replicó Tarod—. Cuando se llega a un callejón sin salida, el juego ha terminado y no hay vencedor ni vencido.

—Entonces sugiero, en bien de Cyllan, que no trates de cambiar las reglas.

Tarod inclinó la cabeza.

—Sea como tú dices.

Yaciendo en el duro y mellado bloque de madera, con los ojos cerrados, supo Cyllan que estaban perdidos. Tarod había tomado su decisión y se había negado, temerariamente, a sacrificarla. Ahora, le faltaba voluntad para desafiarle, por mucho que quisiera hacerlo. El podía derribar todos los obstáculos que pusiera en su camino.

Se rebeló interiormente contra el capricho del Destino que les había puesto a ambos en esta situación. Hubiese debido dejar que Tarod matase a Drachea... y se juró que, si ambos sobrevivían (o si sólo sobrevivía ella, lo cual era demasiado terrible para pensarlo), no descansaría hasta haber aniquilado al heredero del Margrave de Shu-Nhadek, a él y todo lo que representaba. Nunca se había creído capaz de tanto odio, pero ahora la quemaba como una llama negra. Y de pronto, mezclándose con este sentimiento, tuvo conciencia de otra mente, de una cruda emoción que se entrelazaba con la suya y le daba fuerza.

Tarod... Le llamó mentalmente, dulcemente, y oyó su respuesta en palabras insonoras.

Escúchame, amor mío, puede que no sea lo bastante fuerte... y para conservar la fuerza, tengo que actuar rápidamente. No tengas miedo y no resistas. Sujeta la piedra con firmeza y deja que yo te guíe... Estaré contigo...

Su presencia se desvaneció súbitamente en una confusión de imágenes que se disolvieron con rapidez en una unidad lisa, como un mar monótono y oscuro. Cyllan sintió que su identidad se le escapaba, y la piedra que tenía entre las manos pareció latir con fuerza, como un corazón vivo. Todavía podía sentir el contacto del cuchillo en su cuello, pero era su único y tenue lazo con la realidad. Suspirando suavemente, dejó que su conciencia se hundiese en aquel mar, fundiéndose con Tarod, con la piedra-alma, con el infinito...

Tenía que hacerse rápidamente, pues no habría una segunda oportunidad. Antes, cuando buscaba el Péndulo del Tiempo, había viajado a través de los siete planos astrales, sacando fuerza y voluntad de cada uno de ellos, hasta que a l fin se había envuelto en una capa de fuerza inquebrantable que había sido suficiente para su impresionante tarea. Pero ahora no podía tomar tantas precauciones. Sólo había un camino, salvaje e instantáneo. Y una antigua memoria empezó a despertar en los más hondo de su ser, abriendo las puertas que le llevarían al borde del...

Tarod proyectó su voluntad y encontró la piedra del Caos. Esta le llamó y él la amó y la aborreció al mismo tiempo. Todos los músculos de su cuerpo estaban rígidos; Cyllan y Drachea y el Salón de Mármol se desvanecieron en su conciencia y quedaron muy atrás, mientras él se alejaba viajando en espíritu. La piedra pendía siempre delante de él, justo fuera de su alcance, y él quería respirar y no encontraba aire, y estaba empapado en sudor y tenía las manos cruzadas en una señal que casi había olvidado en su existencia humana.

Se estaba acercando... Sentía su presencia como una inexorable Némesis, y de nuevo proyectó su mente hacia la piedra, necesitando su poder en este momento crucial. Una imagen apareció vagamente en el borde de su conciencia: oscuridad, herrumbre, deterioro... La perseguía y ella le eludía.

Oscuridad, herrumbre, deterioro..., recuerda lo que eras antaño...

Y lentamente, lentamente, se materializó ante él una monstruosa sombra en medio de una penumbra densa, maléfica. La varilla se erguía en un vacío inimaginable y el gigantesco disco pendía inmóvil y sin vida, revestida de orín su superficie. El Péndulo, el árbitro del Tiempo en su propio mundo, abandonado y herrumbroso, como un pecio, como petrificado hasta que aquella fuerza única le despertase...

Tarod buscó en los más recónditos pliegues de su alma. Le estaba fallando la energía, se le escapaba el poder de la piedra; debía hacer la última llamada, o sería derrotado. Encogiendo su psiquis como un animal presto a saltar, sintió un ardor intenso en su corazón al liberarse instantáneamente la fuerza del alma del Caos de su cárcel de cristal y fundirse con él. Por un momento, él y el Péndulo fueron uno, y Tarod se lanzó hacia delante con toda la fuerza de su voluntad.

Un alarido agudo como de alma atormentada partió la oscuridad cuando el macizo disco del Péndulo cedió a las fuerzas que lo atacaban. La varilla tembló con una enorme sacudida.., y el Péndulo del Tiempo osciló hacia delante, rompiendo la barrera entre las dimensiones y se precipitó en el mundo con un tremendo estruendo que lanzó a Tarod hacia atrás como un buque naufragando contra una ola gigantesca. Por un instante, vio que el bulto tremendo del Péndulo caía sobre él, pero entonces pareció estallar en una cegadora estrella de siete puntas que anuló sus sentidos. Paredes surgidas de ninguna parte fueron a su encuentro; se tambaleó y su cuerpo cayó, en forzada contorsión, sobre el suelo del pasadizo, y en el mismo instante perdió el conocimiento.

El grito que brotó de la garganta de Cyllan fue sofocado por la espantosa voz del Péndulo, y el Salón de Mármol pareció girar sobre sí mismo, alabeándose el suelo y crujiendo en protesta las paredes. Salió lanzada del bloque de madera como una muñeca arrojada por un niño gigante y enojadizo, y cayó despatarrada sobre el suelo de mosaico del Salón, con los ecos del gran estampido resonando todavía en su cabeza. Jadeando como un pez fuera del agua, miró con ojos acuosos el cuerpo postrado de Drachea, y después fue acometida por un espasmo de náuseas y se dobló al contraerse violentamente los músculos de su estómago vacío.

Tarod... El recuerdo volvió al fin a la superficie de su mente. ¿Dónde estaba Tarod? ¿Había triunfado? Y la piedra... Cerró convulsivamente el puño y sintió las duras aristas de la gema en la palma de la mano. En su confusión, lo único que sabía era que debía llegar hasta Tarod, y empezó a ponerse de pie.

—¡Oh, no zorra!

Cyllan se volvió en redondo y vio que Drachea se abalanzaba sobre ella. Había recobrado el sentido más de prisa que ella y estaba ya en pie, aunque vacilando. Horrorizada, echó a correr, oyó pisadas a su espalda... y Drachea se arrojó contra ella y los dos cayeron brutalmente al suelo. Cyllan pateó furiosamente y un puño le golpeó la cara, dejándola aturdida; perdió el conocimiento y Drachea la agarró fatigosamente de los hombros y se levantó, arrastrándola sobre el suelo...

Y se detuvo.

¡Aeoris!

Dejó caer su carga e hizo la señal del Dios Blanco sobre el corazón. Los personajes togados (unos veinte o treinta entre hombres y mujeres) que formaban un círculo alrededor del bloque negro le miraban fijamente, pálidos los semblantes por la impresión y la sorpresa. Un hombre joven y de cabellos rubios sostenía una enorme espada con ambas manos; ahora cayó de sus dedos y repicó fuertemente sobre el suelo de mármol mientras el que la blandía se esforzaba en asimilar lo que veían sus ojos. Un movimiento en uno de los lados llamó la atención de Drachea, a tiempo de ver que un hombre muy viejo caía al suelo con un débil gemido y yacía inmóvil; entonces una mujer empezó a chillar, con un grito prolongado y gemebundo de histerismo.

Drachea y el hombre de cabellos rubios siguieron mirándose, y todas las palabras de saludo triunfal que Drachea había cuidadosa y frecuentemente ensayado murieron en su lengua. Después, poco a poco y a sacudidas, el hombre rubio avanzó dando la vuelta al bloque.

—¿Que.. ?

Sacudió la cabeza, perplejo e incapaz de formular la pregunta.

Cyllan se movió. Tenía una moradura en la mejilla donde la había golpeado Drachea y, cuando abrió los ojos, no pudo enfocar de momento la mirada. Trató convulsivamente de levantarse y unas manos se lo impidieron empujándola cruelmente. Protestó haciendo una mueca de dolor y entonces se dio cuenta de que alguien la estaba mirando. Y al aclararse su visión, observó los ojos castaños claros, fijos, de un hombre que vestía un traje fúnebre de púrpura y azul zafiro. Entonces recordó: había visto aquella cara, aquel atuendo, antes de ahora, en el espantoso cuadro del plano astral..., y entonces reconoció el símbolo en el hombro del personaje: un doble círculo dividido por un rayo. Era Keridil Toln, Sumo Iniciado del Círculo... y el peor enemigo de Tarod...

Drachea apartó de los ojos los cabellos empapados en sudor e hizo un encomiable intento de reverencia en dirección al hombre de cabellos rubios.

— Señor — dijo cuando hubo recobrado el aliento—. Hay mucho que explicar y considero que éste será mi privilegio. Pero... ¡que Aeoris sea loado por tu regreso sano y salvo!

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