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El médico se llamaba Wang y era un anciano, como la mayoría de los médicos que colaboraban en proyectos fuera del planeta. Podría haberse retirado a los noventa, pero como otros tantos como él, había optado por dar tumbos de emplazamiento en emplazamiento, atendiendo arañazos y magulladuras, recetando medicamentos para el mareo espacial o la pérdida del equilibrio a causa de la gravedad, trayendo a un niño al mundo de vez en cuando y proveyendo los diagnósticos pertinentes.

Pero éste reconocía un cadáver en cuanto lo veía.

– Está muerto. -Hablaba de forma cortante, ligeramente exótica. Tenía la piel amarillo pergamino y tan arrugada como un mapa antiguo, y los ojos negros y almendrados. Su cabello brillante y lacio le daba el aspecto de una vieja y algo abollada bola de billar.

– Sí, hasta ahí he llegado. -Eve se frotó los ojos. Nunca había tratado con un médico espacial, pero había oído hablar de ellos. Les traía sin cuidado que les interrumpieran su cómoda rutina-. Dígame la causa y la hora.

– Estrangulamiento. -Wang dio unos golpecitos con un dedo en las desagradables marcas del cuello de Mathias-. Autoprovocado. En cuanto a la hora de la muerte, diría que entre las diez y las once de la noche del día de hoy, del mes corriente y del año corriente.

Ella le dedicó una débil sonrisa.

– Gracias, doctor. No hay otras señales de violencia en el cuerpo, así que me inclino hacia su diagnóstico de suicidio. Pero quiero los resultados del análisis de drogas. Veamos si lo hizo bajo el efecto de sustancias. ¿Trató al fallecido en alguna ocasión?

– No me suena. Tendré su historial, desde luego. Debió de venir a verme a su llegada para el diagnóstico de rigor.

– Quiero verlo también.

– Haré lo posible por complacerla, señora Roarke. -Ella entornó los ojos.

– Dallas. Teniente Dallas. Dése prisa, Wang.

Volvió a bajar la vista hacia el cadáver y pensó: Hombre menudo, delgado y pálido, muerto. Apretó los labios y le examinó el rostro. Había visto las malas pasadas que podía hacer en los rostros la muerte, y más concretamente la muerte violenta. Pero nunca había visto nada parecido a esa amplia sonrisa de ojos desorbitados.

El despilfarro, el patético despilfarro de una vida tan joven truncada le provocó una aguda tristeza.

– Lléveselo, Wang. Y entrégueme su informe y la información de la que dispone. Puede enviármelo a mi habitación por telenexo. Necesito el nombre del pariente más próximo.

– Desde luego. -El médico le sonrió al añadir-: Teniente Roarke.

Ella le devolvió la sonrisa enseñándole los dientes y decidió no entrar en ese juego de nombres. Permaneció de pie con los brazos en jarra mientras Wang daba instrucciones a sus dos ayudantes para que retiraran el cadáver.

– ¿Te parece divertido? -murmuró a Roarke.

Él parpadeó, inocente.

– ¿Que?

– Teniente Roarke.

Roarke le acarició el rostro porque necesitaba hacerlo.

– ¿Por qué no? A ninguno de los dos nos sentarían mal unas risas.

– Sí, tu doctor Wang es para partirse de la risa. -Observó al médico pasar por delante del joven tendido en una camilla de ruedas-. Me cabrea. Y no sabes cómo.

– No está tan mal el nombre.

Eve casi rió mientras se frotaba la cara.

– No me refiero a eso, sino al muchacho. Un crío como él tirando sus próximos cien años de vida. Me cabrea.

– Lo sé. -Él la sujetó por los hombros-. ¿Estás segura de que fue un suicidio?

– No hay señales de lucha, ni rastro de otras sevicias en el cuerpo. -Se encogió de hombros-. Interrogaré a Carter y hablaré con los demás, pero por lo que veo, Drew Mathias llegó a casa, encendió las luces y puso la música a tope. Se bebió un par de cervezas, tal vez hizo un viaje de realidad virtual, y se comió unas galletas saladas. Luego entró en el dormitorio, arrancó las sábanas de la cama e hizo con ellas una soga de profesional.

Le volvió la espalda y examinó la habitación grabando la escena en su cabeza.

– Luego se quitó la ropa y la arrojó al suelo, y se subió a la mesa. Puedes ver las marcas de los pies. Ató la cuerda a la lámpara y probablemente le dio un buen tirón para asegurarse de que estaba bien sujeta. Luego se deslizó la soga por la cabeza, utilizó el mando a distancia, para encender la luz al máximo y se ahorcó.

Levantó el mando a distancia que ya había guardado en una de las bolsas de pruebas.

– No tuvo por qué ser rápido. Fue un ascenso lento, lo bastante para no partirle limpiamente el cuello, pero no opuso resistencia, no cambió de parecer. De haberlo hecho le habrías visto en el cuello marcas de uñas por haber tratado de soltarse.

Roarke frunció el entrecejo.

– Pero ¿no habría sido instintivo e involuntario hacer algo así?

– No lo sé. Diría que depende de lo firme que era su voluntad, de las ganas que tenía de morir. Y de por qué. Tal vez estuviera bajo el efecto de alguna droga. Pronto lo sabremos. Con la debida mezcla de sustancias químicas la mente no registra el dolor. Podría incluso haber disfrutado.

– No niego que corra alguna que otra sustancia prohibida por aquí. Es imposible regular y supervisar las costumbres y gustos de toda la gente contratada. -Roarke se encogió de hombros y levantó la vista hacia la magnífica araña de cristal azul-. Mathias no me parece el prototipo de consumidor habitual, ni siquiera ocasional.

– La gente nunca deja de sorprendernos, y es increíble lo que algunos son capaces de meterse en las venas. -Eve se encogió también de hombros-. Tendré que hacer el habitual registro en busca de sustancias prohibidas para ver si puedo averiguar algo de Carter. -Se apartó el cabello con una mano-. ¿Por qué no vuelves y tratas de dormir un poco?

– No; prefiero quedarme. -Y antes de que ella pudiera replicar, añadió-: Me has nombrado segundo, ¿recuerdas?

Esas palabras la hicieron sonreír.

– Un buen ayudante sabría que necesito un café para continuar.

– Entonces te traeré uno. -Roarke le sujetó el rostro entre las manos-. Pretendía que te mantuvieras un tiempo alejada de esto. -La soltó y se dirigió a la cocina.

Eve entró en el dormitorio. Las luces estaban bajas y Carter se hallaba sentado en un lado de la cama, con la cabeza oculta entre las manos. Se enderezó de golpe al oírla entrar.

– Tranquilo, Carter, todavía no estás detenido. -Al verlo palidecer, se sentó a su lado y añadió-: Lo siento, es el pésimo humor de los polis. Estoy grabando, ¿de acuerdo?

– Sí. -El joven tragó saliva.

– Teniente Dallas, Eve, interrogando a Carter. ¿Cuál es tu nombre completo, Carter?

– Esto… Jack. Jack Carter.

– Carter, Jack, en relación con la muerte no investigada de Mathias, Drew. Carter, compartías la habitación 1036 con el fallecido.

– Sí, durante los pasados cinco meses. Éramos amigos.

– Háblame de esta noche. ¿A qué hora llegaste a casa?

– No lo sé. Cerca de las doce y media, supongo. Tenía una cita. Estoy saliendo con Lisa Cardeaux, una de las diseñadoras de jardines. Queríamos ver qué tal era el complejo de recreo. Pasaban un nuevo vídeo. Después fuimos al club Athena. Está abierto para los empleados del complejo. Tomamos un par de copas y escuchamos un poco de música. Ella tenía que madrugar al día siguiente, así que no nos quedamos hasta muy tarde. La acompañé a casa. -Esbozó una sonrisa-. Traté de persuadirla para que me dejara subir, pero me dijo que ni hablar.

– Muy bien, no te comiste nada con Lisa. ¿Volviste directo a casa?

– Sí. Ella está instalada en el bungalow del personal. Le gusta vivir allí. No quiere encerrarse en una habitación de hotel, o eso es lo que dice. Hay un par de minutos en aerodeslizador hasta aquí. Subí. -Suspiró y se masajeó el corazón como si tratara de calmar los latidos-. Drew había cerrado la puerta. Era quisquilloso con eso. Algunos compañeros dejan la puerta abierta, pero Drew tenía todo ese equipo y estaba paranoico con que alguien lo tocara.

– ¿La placa de la entrada está codificada únicamente para vosotros dos?

– No.

– ¿Y qué ocurrió entonces?

– Lo vi, corrí a buscarles.

– Está bien. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste vivo?

– Esta mañana, desayunando. -Carter se frotó los ojos, tratando de recordar la normalidad de aquella escena.

– ¿Cómo estaba él? ¿Preocupado, deprimido?

– No. -Carter concentró la mirada y por primera vez pareció animado-. Eso es lo que no concibo. Estaba bien. Hizo bromas, por lo de Lisa, porque aún no me la había… ya sabe. Nos pinchábamos mutuamente, en plan amistoso. Yo le dije que él hacía tanto que no follaba que no se enteraría si lo hacía., Y que por qué no se buscaba una amiga y salía con nosotros esta noche para ver cómo había quedado todo.

– ¿Salía con alguien?

– No. Siempre hablaba de una tía de la que estaba colgado. No trabajaba en la estación. Nena, la llamaba. Iba a aprovechar su siguiente ciclo libre para hacerle una visita. Decía que lo tenía todo, cerebro, belleza, cuerpo y un apetito sexual insaciable. ¿Por qué iba a jugar con modelos peores cuando tenía lo último?

– ¿No sabes cómo se llamaba?

– No; era sencillamente Nena. Para ser sincero, creo que era una invención. Drew no era de los que tienen una nena, ya sabe. Era tímido con las mujeres y andaba muy metido en sus juegos de fantasía y en su autotrónica. Siempre trabajaba en algo.

– ¿Qué hay de otros amigos?

– No tenía muchos. Era reservado cuando estaba con mucha gente, ya sabe, introvertido.

– ¿Tomaba drogas?

– Los clásicos estimulantes si tenía que trasnochar.

– Me refiero a ilegales.

– ¿Drew? -Carter abrió mucho sus ojos cansados-. De ninguna manera. Era recto como una vara. No estaba mezclado con drogas, teniente. Tenía una mente clara y quería conservarla. Y quería conservar su empleo y ascender. Te echan por esa clase de cosas. Basta con que te cojan una vez.

– ¿Estás seguro de que no había decidido experimentar?

– Llegas a conocer a una persona con quien has convivido cinco meses. -La mirada de Carter volvió a ensombrecerse-. Te acostumbras a ella, a sus costumbres y demás. Como digo, no se relacionaba con mucha gente. Era más feliz solo, jugueteando con su equipo, sumergiéndose en los programas de juegos de rol.

– Entonces era un tipo solitario, introvertido.

– Sí. Pero no estaba preocupado ni deprimido. No paraba de decir que estaba trabajando en algo grande, un nuevo juguete. Siempre estaba trabajando en un nuevo juguete -murmuró Carter-. La semana pasada dijo que esta vez iba a hacer una gran fortuna y le haría sudar tinta china a Roarke.

– ¿A Roarke?

– No hablaba en serio -se apresuró a decir Carter en defensa del fallecido-. Tiene que comprenderlo. Para muchos de nosotros Roarke es, no sé, como un diamante, ¿entiende? Le llueven los créditos, viste ropa elegante, tiene apartamentos de lujo, además de poder, y ahora una nueva esposa sexy… -Se interrumpió, ruborizándose-. Perdone.

– No te preocupes -respondió Eve. Más tarde decidiría si era divertido o asombroso que un chico de apenas veinte años la considerara sexy.

– Sólo que muchos de los técnicos, bueno, un montón de gente en general tiene aspiraciones. Y Roarke es el ejemplo a seguir. Drew sentía una gran admiración por él. Tenía ambiciones, señora… perdón, teniente. Tenía objetivos y planes. ¿Por qué iba a hacer algo así? -De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas-. ¿Por qué iba a querer hacer algo así?

– No lo sé, Carter. A veces nunca se sabe el porqué.

Ella le hizo hacer memoria y lo guió hasta que tuvo una imagen lo bastante clara de Drew Mathias. Una hora más tarde no tenía otra cosa que hacer que escribir un informe para quien acudiera a cerrar el caso.

Se apoyó contra el tabique de espejo del ascensor mientras regresaba al ático con Roarke.

– Ha sido un acierto instalarlo en otra habitación y otro piso. Puede que duerma mejor esta noche.

– Dormirá mejor si toma los tranquilizantes. ¿Qué me dices de ti? ¿Crees que dormirás?

– Sí. Le daría menos vueltas si tuviera alguna idea de lo que le preocupaba, de lo que lo empujó a hacer algo así. -Eve salió al pasillo y esperó a que Roarke desconectara el dispositivo de seguridad de su habitación-. La imagen que tengo de tu técnico es de un joven con grandes aspiraciones. Tímido con las mujeres y lleno de fantasías. Y estaba satisfecho con su trabajo. -Alzó los hombros-. No hizo ni recibió llamadas por telenexo, ni recibió o envió nada por correo elecrónico, ni tenía mensajes grabados, y el dispositivo de seguridad de la puerta fue conectado por Mathias a las dieciséis horas, y desconectado a las doce y treinta y tres por Carter. No recibió ninguna visita ni salió. Simplemente se acomodó para pasar la noche y se ahorcó.

– No fue un homicidio.

– No, no lo fue. -¿Mejoraba eso las cosas o las empeoraba?, se preguntó Eve-. No tenemos a nadie a quien culpar. Sólo un muchacho muerto. Una vida desperdiciada. -Eve se volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos-. Has cambiado mi vida, Roarke.

Sorprendido, él le alzó el rostro. No tenía los ojos húmedos, sino secos, con una expresión fiera e indignada.

– ¿A qué viene eso?

– Has cambiado mi vida -repitió ella-. Al menos parte de ella. Y empiezo a darme cuenta de que es la mejor parte. Quiero que lo sepas. Quiero que lo recuerdes cuando volvamos y las cosas caigan de nuevo en la rutina, si me olvido de hacerte saber lo que siento o lo que pienso, o lo mucho que significas para mí.

Conmovido, él le besó la frente.

– No dejaré que lo olvides. Vamos a la cama. Estás cansada.

– Sí, lo estoy. -Eve se apartó el cabello y se acercó a la cama.

Les quedaban menos de cuarenta y ocho horas, se recordó. No iba a permitir que una muerte inútil estropeara las últimas horas de su luna de miel.

Ladeó la cabeza y pestañeó.

– ¿Sabes que Carter me encuentra sexy?

Roarke se detuvo y entornó los ojos.

– ¿Cómo dices?

Oh, le encantaba cuando esa melodiosa voz irlandesa se volvía arrogante.

– Y tú eres un diamante -dijo ella, moviendo la cabeza en círculo sobre sus agarrotados hombros mientras se desabrochaba la camisa.

– ¿Lo soy? ¿De verdad?

– Un diamante en bruto que, como diría Mavis, es súper. Y por si te interesa, parte del motivo de que lo seas es porque tienes una nueva esposa sexy.

Desnuda de cintura para arriba, se sentó en la cama y se quitó los zapatos. Él tenía las manos en los bolsillos y sonreía. Ella también sonrió. Sonreír era agradable.

– Así pues, diamante en bruto -continuó, ladeando la cabeza y arqueando un hombro-, ¿qué te propones hacer con tu mujer sexy?

Roarke se pasó la lengua por los labios y dio un paso adelante.

– ¿A qué espero para demostrarlo?

Eve pensaba, respecto al viaje de regreso, que mejor sería ser arrojada al espacio sin más. Se equivocaba.

Discutió, ya que en su opinión eran razones muy lógicas de por qué no debía embarcar en el transporte privado de Roarke.

– No quiero morir.

Él se mofó de ella, lo que la puso furiosa, y se limitó a cogerla en brazos y subirla a bordo.

– ¡No lo consentiré! -gritó ella. El corazón le palpitaba cuando él entró en la cabina de felpa-. Hablo en serio. Tendrás que dejarme inconsciente si quieres que me quede en esta trampa mortal.

– Hummm. -Él escogió una amplia butaca forrada de cuero negro para sentarse, y, sosteniéndola en su regazo, se apresuró a atarla a fin de inmovilizarle los brazos y evitar así posibles represalias.

– Eh, basta.

Presa de pánico, ella forcejeó maldiciéndolo.

– Déjame salir. ¡Suéltame!

El trasero de Eve sacudiéndose en su regazo le dio una idea de en qué emplear las primeras horas del viaje.

– Despega en cuanto te den autorización -ordenó al piloto, luego sonrió a la azafata y añadió-: No la necesitaremos por el momento.

Y en cuanto ella salió discretamente, selló las puertas de la cabina.

– No voy a hacerte daño -prometió a Eve.

Al oír el rumor de los motores preparándose y sentir la débil vibración bajo sus pies anunciando el despegue, consideró seriamente el arrancarse de un mordisco el cinturón de seguridad.

– No pienso pasar por esto -dijo ella-. Dile al piloto que se detenga.

– Demasiado tarde. -Él la rodeó con los brazos y apoyó el rostro en su nuca-. Relájate, cariño. Confía en mí. Estás más segura aquí que conduciendo por el centro de la ciudad.

– Mierda. -Cerró los ojos con fuerza cuando los motores emitieron un fuerte rugido.

Cuando la lanzadera espacial salió disparada hacia el cielo, el estómago de Eve se aplastó, y la fuerza de la gravedad la arrojó a los brazos de Roarke.

Jadeaba cuando cesaron las sacudidas y descubrió que la causa de la opresión que sentía en el pecho era que estaba conteniendo la respiración. Vació los pulmones de golpe, luego aspiró aire como un buceador que sale a la superficie.

Seguía con vida. Y eso ya era algo. Entonces cayó en la cuenta de que no sólo ya no estaba atada, sino que tenía la blusa desabrochada y las manos de Roarke en los pechos.

– Si crees que vamos a hacerlo después de…

Él se limitó a volverla. Eve captó el destello de humor y lujuria en sus ojos antes de que posara la boca en uno de sus senos.

– Canalla. -Pero se echó a reír al sentirse inundada de placer y lo sujetó por la nuca para animarlo a seguir.

Nunca dejaba de sorprenderla lo que él era capaz de hacerle. Esas salvajes oleadas de placer, el lento y excitante ascenso… Se restregó contra él, se olvidó de todo excepto del modo en que sus dientes la mordisqueaban y su lengua la recorría.

Y esta vez fue ella quien lo tendió en la gruesa y blanda alfombra, quien acercó la boca a la suya.

Le quitó la camisa, deseando sentir el tacto de su carne firme y musculosa.

– Te quiero dentro de mí…

– Tenemos horas por delante -repuso él. Y volvió a hundirse entre sus senos, tan pequeños y firmes, encendidos por sus caricias-. Quiero saborearte.

Y así lo hizo, con avidez, de la boca al cuello, del cuello al hombro, del hombro a los senos. La saboreó con ternura y con delicadeza, concentrado en el placer mutuo.

Sintió que ella empezaba a estremecerse bajo sus manos y su boca, que tenía la piel cada vez más húmeda a medida que le recorría el vientre, le bajaba los pantalones y se abría paso entre sus muslos. Una vez allí la lamió, haciéndola gemir. Ella arqueó las caderas al tiempo que él se las sujetaba y la abría de piernas. Cuando él introdujo la lengua Eve sintió el primer orgasmo.

– Más…

Esta vez la devoró. Ella iba a dejarse llevar por él como no lo había hecho jamás, y Roarke lo sabía. Iba a abandonarse completamente.

Cuando Eve se estremeció y dejó caer las manos al suelo, él se colocó a horcajadas sobre ella y la penetró. Eve abrió los ojos y los clavó en los suyos, y vio en ellos concentración, control absoluto. Ella quería, necesitaba destruir ese control, saber que era capaz de hacerlo, como él hacía con ella.

– Más… -repitió, sujetándole la cintura con las piernas para sentirlo más dentro.

Vio el brillo de sus ojos, su profundo y oscuro deseo, y atrayendo su boca hacia la suya se movió debajo de él.

Roarke la sujetó por el cabello y empezó a jadear a medida que la embestía más fuerte, más deprisa, hasta que creyó que el corazón iba a estallarle. Ella se movió a la par, hundiéndole sus cortas uñas en la espalda, los hombros, las caderas, causándole deliciosas punzadas de dolor.

Él sintió que ella volvía a correrse, la violenta y deliciosa contracción de sus músculos. Y una y otra vez la embistió con fuerza, oyendo los jadeos y gemidos de Eve, excitándose por el roce de sus cuerpos húmedos.

Ella se tensó al llegar al éxtasis mientras un gemido gutural le brotaba de los labios. Entonces él hundió el rostro en su cabello y con una última embestida se descargó.

Cayó sobre ella con la mente confusa, el corazón palpitándole. Ella permaneció inmóvil salvo por los furiosos latidos de su corazón.

– No podemos seguir así… -logró articular ella-. Nos mataremos.

Él rió entre jadeos.

– Sería una muerte agradable, en todo caso. Me había propuesto algo un poco más romántico, una copa de vino y música para rematar la luna de miel. -Le sonrió-. Pero esto también ha funcionado.

– Eso no quiere decir que no siga enfadada contigo.

– Desde luego. Nuestras mejores sesiones de sexo han sido cuando estás enfadada conmigo. -Le sujetó la barbilla y le pasó la lengua-. Te adoro, Eve.

Mientras ella se alegraba, como siempre hacía, él rodó en la cama, se levantó ágilmente y se acercó desnudo a la consola con espejo situada entre dos sillas. Apoyó las manos en ella y se abrió una puerta.

– Tengo algo para ti.

Ella vio una caja de terciopelo.

– No tienes por qué comprarme regalos. Ya sabes que no me gusta.

– Sí, te hace sentir incómoda. -Sonrió-. Tal vez por eso lo hago. -Se sentó a su lado en el suelo y le entregó la caja-. Ábrela.

Ella imaginó que serían joyas. Parecía disfrutar adornándole el cuerpo con diamantes, esmeraldas y cadenas de oro que la aturdían y le hacían sentir incómoda. Pero al abrir la caja encontró un sencillo capullo blanco.

– ¿Una flor?

– De tu ramo de novia. La he hecho tratar.

– Una petunia. -Eve lagrimeó al sacarla de la caja. Sencilla y vulgar, una flor que podía crecer en cualquier jardín. Tenía los pétalos suaves y húmedos de rocío.

– Es un nuevo proceso en el que ha estado trabajando una de mis compañías. Las preserva sin cambiar la textura elemental. Quería que la conservaras. -Cerró una mano en torno a las suyas-. Quería que los dos la conserváramos, para que nos recordara que hay cosas que perduran.

Ella levantó la mirada hacia él. Los dos habían salido de la pobreza, pensó, y habían sobrevivido. Se habían sentido mutuamente atraídos en medio de la violencia y la tragedia, y lo habían superado. Seguían caminos diferentes y de pronto habían encontrado una senda común.

Hay cosas que perduran, pensó ella. Cosas corrientes. Como el amor.

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