15

Optó por el ascensor, deseando actuar deprisa y discretamente. Lo programó para un breve ascenso, y a continuación para un desplazamiento horizontal de ala en ala.

– Tengo que decir que tú y Roarke tenéis una casa fantástica. Sencillamente súper.

– Oh, servirá hasta que encontremos algo más grande -replicó Eve secamente, y se negó a permitir que la carcajada de Jess le crispara los nervios-. Dime, ¿decidiste trabajar con Mavis en serio antes o después de enterarte de su relación con Roarke?

– Ya te lo he dicho, Mavis es una entre un millón. Me bastó con verla un par de veces dando un breve concierto en el Down and Dirty para saber que congeniaríamos. -Le dedicó una sonrisa irresistible, como un niño del coro sosteniendo una rana debajo de la túnica-. Claro que no la perjudicó tener un contacto como Roarke. Pero tenía que valer.

– Sin embargo te enteraste del contacto antes.

Jess se encogió de hombros.

– Había oído comentarlo. Por eso bajé a verla. Ese club no es la clase de local que frecuento. Pero ella me deslumbró. Si consigo que dé grandes conciertos picantes, y si Roarke, o alguien de su posición, por así decirlo, está interesado en invertir en una próxima actuación, todo estará resuelto.

– Tienes mucha labia, Jess. -Eve salió de la cabina al abrirse las puertas-. Mucha labia.

– Como te decía, llevo haciendo conciertos desde que era niño. Creo que sé cómo hacerlo.

Jess miró alrededor mientras ella lo conducía por el pasillo. Arte, madera cara, alfombras artesanales. Eso era el dinero, pensó. Lo suficiente para levantar imperios.

Eve se volvió ante la puerta de su despacho.

– No sé cuánto tiene -dijo, leyéndole el pensamiento a la perfección-, y tampoco me importa.

Sin dejar de sonreír, él arqueó una ceja y clavó la mirada en el grueso diamante en forma de lágrima que descansaba sobre el corpiño de su delicado traje de seda.

– Pero no vistes con harapos ni llevas bisutería, encanto.

– Lo he hecho, y puede que vuelva a hacerlo. -Tecleó el código de la cerradura-. Y no me llames encanto.

Entró y saludó con un movimiento de la cabeza a una atónita pero atenta Peabody.

– Siéntate -dijo a Jess, yendo a su escritorio.

– Un rincón agradable. Hola, cielo. -No consiguió recordar el nombre de Peabody, pero le dedicó una radiante sonrisa como si fueran viejos amigos-. ¿Has visto la actuación?

– Casi toda.

Él se dejó caer en una silla.

– ¿Y qué te ha parecido?

– Increíble. Tú y Mavis hicisteis realmente un buen papel. -Se aventuró a devolverle la sonrisa, no muy segura de si eso esperaba Eve de ella-. Estoy lista para comprar el primer disco.

– Eso es lo que esperaba oír. ¿Es posible tomar una copa aquí? -preguntó a Eve-. Prefiero abstenerme antes de la actuación y ahora estoy más que preparado para empezar a beber.

– Claro. ¿Qué te apetece?

– El champán tenía buen aspecto.

– Debe de haber una botella en la cocina, Peabody. Sirve una copa a nuestro invitado, ¿quieres? ¿Y por qué no sirves café para nosotras?

Eve se recostó y reflexionó. Técnicamente debería empezar a grabar a partir de ese momento, pero antes de hacerlo quería una introducción.

– Alguien como tú, que diseña música y la atmósfera que la rodea, tiene que ser técnico además de artista, ¿no es así? Eso es lo que me estabas explicando antes de la actuación.

– Ésa es la forma en que funciona el negocio hoy en día, y así ha sido durante muchos años. -Agitó una de sus esbeltas manos con un brazalete de oro-. Tengo suerte de tener aptitud e interés por ambas cosas. Los tiempos de sacar una melodía en el piano o un tema de jazz con la guitarra han quedado atrás, del mismo modo que el combustible fósil se ha extinguido prácticamente.

– ¿De dónde sacas tu preparación técnica? Habría dicho que no está al alcance de cualquiera.

Él sonrió cuando Peabody regresó con las copas. Se tentía cómodo, relajado, y supuso que estaba en una especie de entrevista de trabajo.

– De trabajar hasta altas horas de la noche. Pero también hice un curso a distancia con el Instituto de Tecología de Massachusetts.

Ella ya conocía algunos datos por Peabody, pero quería camelarlo.

– Digno de elogio. Te has hecho tú solo un nombre en el mundo del espectáculo y el diseño. ¿No es así, Peabody?

– Sí. Tengo todos tus discos y espero ansiosa el próximo. Ya hace tiempo del último.

– Eso he oído decir. -Eve recogió la pelota que Peabody le lanzó sin saberlo-. ¿Has pasado una época de poca inspiración, Jess?

– En absoluto. Quería dedicar tiempo a perfeccionar el nuevo equipo, a reunir los componentes adecuados. Cuando saque el nuevo material será algo que nadie ha visto u oído antes.

– Y Mavis es el trampolín.

– Es un decir. Ha sido un golpe de suerte. Ella exhibirá parte del material que no va conmigo, y he personalizado ciertos temas para que encajen con ella. Confío en dar conciertos por mi cuenta en los próximos meses.

– Cuando todo esté en su sitio.

Él bebió un sorbo de champán.

– Exacto.

– ¿Has diseñado alguna vez bandas sonoras para realidad virtual?

– De vez en cuando. No es un mal oficio si el programa es interesante.

– Y apuesto a que sabes poner subliminales.

Él hizo una pausa y volvió a beber.

– ¿Subliminales? Eso es algo puramente técnico.

– Pero tú eres un buen técnico, ¿no, Jess? Lo bastante bueno para conocer los ordenadores por dentro y por fuera. Al igual que los cerebros. Un cerebro es un ordenador, ¿recuerdas?

– Claro.

– Y te has metido en alteradores de ánimo, que provocan cambios de humor. Patrones de conducta y emocionales. Ondas cerebrales. -Sacó del cajón del escritorio una grabadora y la colocó a simple vista-. Háblanos de ello.

– ¿Qué demonios es esto? -Jess dejó la copa y se irguió en el borde de la silla-. ¿Qué ocurre?

– Ocurre que voy a recitarte tus derechos y vamos a tener una charla. Oficial Peabody, pon en marcha la grabadora de refuerzo y toma nota, por favor.

– No os he dado mi consentimiento para ser interrogado -replicó él poniéndose de pie.

Eve lo imitó.

– Está bien. Podemos hacer que sea obligatorio y llevarte a comisaría. Allí tendrás que esperar, ya que no he reservado la sala de interrogatorios. Pero no te importará pasarte unas horas encerrado, ¿verdad?

Él volvió a sentarse despacio.

– Te vuelves rápidamente poli, Dallas.

– Digamos que nunca dejo de serlo. Teniente Dallas, Eve -empezó a decir a la grabadora, y pasó a precisar la hora y el lugar antes de recitar el Miranda revisado-. ¿Has comprendido tus derechos y alternativas, Jess?

– Sí, los he comprendido. Pero no sé a qué viene todo esto.

– Voy a decírtelo claramente. Se te está interrogando en relación a las muertes sin resolver de Drew Mathias, S. T. Fitzhugh, el senador George Pearly y Cerise Devane.

– ¿Quién? -exclamó él, convincentemente confundido-. ¿Devane? ¿No es ésa la mujer que saltó del Tattler Building? ¿Qué se supone que tengo que ver con ese suicidio? Ni siquiera la conocía.

– ¿Acaso no sabías que Cerise Devane era la presienta y principal accionista de la Tattler Enterprises?

– Bueno, supongo que lo sabía, pero…

– Supongo que tu nombre ha aparecido en The Tattler alguna vez a lo largo de tu carrera.

– Claro, siempre andan tratando de sacar trapos sucios de la gente. Y han sacado algunos míos. Es parte del oficio. -El miedo lo había abandonado dejando paso a indignación-. Escucha, la señora saltó. Yo estaba en mi estudio del centro ensayando cuando lo hizo. Tengo testigos. Mavis es uno de ellos.

– Sé que no estabas en el lugar de los hechos porque yo sí estaba. Al menos no estabas allí en carne y hueso. -Jess esbozó una sonrisa burlona.

– ¿Qué soy entonces, un maldito fantasma?

– ¿Conoces o has tenido alguna vez contacto con un técnico autotrónico llamado Drew Mathias?

– No me suena.

– Mathias se examinó en el mismo instituto.

– Como otros miles. Yo opté por un curso a distancia. Nunca he puesto el pie en el campus.

– ¿Y nunca has tenido ningún contacto con otros estudiantes?

– Claro que sí. Mediante telenexo, correo electrónico, fax láser o lo que fuera. -Se encogió de hombros, tamborileando con los dedos en la parte superior de una de sus botas labradas a mano-. No recuerdo ningún técnico electrónico con ese nombre.

Ella decidió cambiar de táctica.

– ¿Cuántas veces has trabajado en subliminales individualizados?

– No sé de qué me estás hablando.

– ¿No comprendes el término?

– Sé qué significa. -Esta vez a Jess le temblaron los hombros al encogerlos-. Y que yo sepa, nunca se ha hecho, de modo que no sé qué me estás preguntando.

Eve probó suerte y miró a su ayudante.

– ¿Sabes qué estoy preguntándole, Peabody?

– Creo que está bastante claro, teniente. -La oficial estaba sumida en la confusión, pero añadió-: Te gustaría saber cuántas veces el interrogado ha trabajado en subliminales individualizados. Tal vez debería recordar al interrogado que hoy en día no es ilegal investigar o interesarse en este campo. Sólo el desarrollo y fabricación van contra la actual legislación estatal, federal e internacional.

– Muy bien, Peabody. ¿Te aclara eso las cosas, Jess?

Aquella intervención había dado tiempo a Jess para tranquilizarse.

– Claro. Me interesa ese campo. Como a otra mucha gente.

– Se aparta un poco de tu especialidad, ¿no crees? Eres un músico, no un científico licenciado.

Ése era el botón. Jess se incorporó con los ojos brillantes.

– Estoy licenciado en musicología. La música no es sólo un montón de notas que se tocan juntas, encanto. Es la vida misma. Los recuerdos. Las canciones desencadenan reacciones emocionales específicas y a menudo predecibles.

– Y yo que pensaba que sólo era una forma agradable de pasar el rato.

– El entretenimiento es sólo una faceta. Los celtas iban a la guerra con gaitas. Para ellos era un arma tan válida como el hacha. Los nativos guerreros de África se preparaban para la lucha con tambores. Los esclavos se alimentaban de sus cantos espirituales, y los hombres llevan siglos seduciendo a las mujeres con música. La música actúa sobre la mente.

– Lo que nos lleva de nuevo a preguntarte: ¿cuándo decidiste dar un paso más allá y vincularla a las ondas cerebrales individuales? ¿Lo descubriste por casualidad, por puro azar, mientras componías una melodía?

Él soltó una breve carcajada.

– Crees que lo que hago se hace solo, ¿verdad? Me limito a sentarme, tocar unas notas y listo. Es duro. Es un trabajo arduo y agotador.

– Y estás muy orgulloso de tu trabajo, ¿verdad? Vamos, Jess, estabas a punto de contármelo antes. -Eve se levantó y rodeó el escritorio para sentarse en el borde-. Te morías por contármelo. Por contárselo a alguien. Lo increíble que es, la satisfacción que te produce crear algo tan asombroso, para después tener que guardártelo.

Él volvió a coger la copa y recorrió con los dedos el largo y delgado pie.

– Esto no era exactamente lo que me había imaginado. -Bebió un sorbo y consideró las consecuencias… y las ventajas-. Mavis dice que puedes ser flexible. Que no sigues al pie de la letra los códigos y procedimientos.

– Oh, puedo ser flexible, Jess. -Cuando hay motivos que lo justifiquen, pensó-. Explícate.

– Bueno, digamos que si hubiera inventado una técnica para introducir subliminales individualizados, alteradores del ánimo que actuaran sobre las ondas cerebrales personales, sería increíble. La gente como Roarke o como tú, con vuestros contactos y base financiera, y vuestra influencia, por así decirlo, podríais pasar por alto unas cuantas leyes anticuadas y hacer un gran fortunón. Revolucionar la industria del entretenimiento personal.

– ¿Es una propuesta?

– Hipotéticamente -dijo él e hizo un ademán con la copa-. Las industrias de Roarke disponen de las instalaciones apropiadas para llevar a cabo la investigación y desarrollo, y de la mano de obra y los créditos necesarios para emprender algo así y sacarlo adelante. Y me parece que una policía inteligente podría hallar el modo de saltarse alguna ley para que todo marchara sobre ruedas.

– Por Dios, teniente, parece que tú y Roarke sois la pareja perfecta -exclamó Peabody con una sonrisa que no le alcanzó los ojos-. Hipotéticamente.

– Y Mavis el conducto -murmuró Eve.

– Eh, olvídate de Mavis. Ya tiene lo que quería. Después de esta noche va a despegar.

– ¿Y crees que eso la compensa de haber sido utilizada para llegar a Roarke?

Él volvió a encogerse de hombros.

– Los favores se pagan, cielo. Y me he dedicado de pleno a ella. -En los ojos de Jess volvía a haber un brillo entre malicioso y divertido-. ¿Disfrutaste con la demostración informal de mi sistema hipotético?

No muy segura de ser capaz de disimular su rabia, Eve volvió a sentarse tras su escritorio.

– ¿Demostración?

– La noche que tú y Roarke vinisteis al estudio para ver la grabación. Me pareció que los dos estabais muy ansiosos por marcharos y estar a solas. -Su sonrisa se hizo más amplia-. ¿Queríais revivir la luna de miel?

Ella mantuvo las manos detrás del escritorio hasta lograr abrir los puños. Echó un vistazo a la puerta del despacho de Roarke que comunicaba con el suyo, y se sobresaltó al ver parpadear la luz verde del monitor.

Los estaba observando. Eso no sólo era ilegal, sino peligroso en esas circunstancias, pensó ella. Se volvió hacia Jess. No podía permitirse romper el ritmo.

– Pareces tener un interés exagerado en mi vida sexual.

– Ya te lo he dicho, Dallas. Me fascinas. Eres una mujer inteligente y llena de determinación, con una cabeza llena de espacios oscuros. Me pregunto qué ocurriría si abrieras esos espacios. Y el sexo es la llave maestra. -Se inclinó hacia adelante y la miró a los ojos-. ¿Con qué sueñas, Dallas?

Ella recordó las horribles pesadillas de la noche que había visto el disco de Mavis. El disco que él le había dado. Le temblaron las manos.

– Hijo de perra. -Se levantó despacio y apoyó las manos en el escritorio-. Te gusta hacer demostraciones, ¿eh, cabrón? ¿Es eso lo que Mathias fue para ti? ¿Una demostración?

– Ya te lo he dicho. No sé quién es.

– Es posible que necesitaras un técnico autotrónico para perfeccionar tu sistema. Luego lo probaste con él. Prepara el patrón de sus ondas cerebrales, de modo que las programaste dentro. ¿Le diste instrucciones para que se fabricara una soga y se la colocara alrededor del cuello, o dejaste que él escogiera el método?

– Te has salido de órbita.

– ¿Y Pearly? ¿Qué relación tiene con todo esto? ¿Se trataba acaso de una declaración política? ¿Mirabas hacia el futuro? Eres un auténtico visionario. El se habría opuesto a la legalización de tu nuevo juguete, así que ¿por qué no utilizarlo con él?

– Para el carro -dijo él levantándose-. Estás hablando de asesinato. Por Dios, ¿intentas involucrarme en un asesinato?

– Y luego Fitzhugh. ¿Necesitabas un par de demostraciones más o simplemente le cogiste el gusto? Te sentías poderoso matando sin mancharte las manos de sangre, ¿eh, Jess?

– Nunca he matado a nadie.

– Y Devane era un chollo, con todos los medios de comunicación allí. Tenías que verlo. Apuesto a que disfrutaste haciéndolo. Que te excitaste viéndolo. Como te excitaste al pensar qué ibas a empujar a Roarke esta noche con tu maldito juguete.

– Eso es lo que te sulfura, ¿no? -Furioso, Jess se inclinó sobre el escritorio. Esta vez su sonrisa no era cautivadora sino feroz-. Quieres herirme porque influí sobre tu marido. Deberías darme las gracias. Apuesto a que follasteis como salvajes.

Eve le golpeó en la mandíbula impulsivamente. Jess cayó de bruces con los brazos abiertos, y el telenexo voló por los aires.

– Maldita sea -jadeó ella.

Peabody habló con voz fría y serena por encima del zumbido de la grabadora.

– Que conste en acta que el individuo ha amenazado físicamente a la teniente durante el interrogatorio. A continuación el interrogado perdió el equilibrio y se dio con la cabeza contra el escritorio. En estos momentos parece aturdido.

Eve no pudo hacer otra cosa que mirar a Peabody mientras ésta se ponía de pie, se acercaba a Jess y lo levantaba cogiéndolo por el cuello de la camisa. Lo sostuvo de pie unos instantes como si considerara su estado. Le fallaban las rodillas y tenía los ojos en blanco.

– Afirmativo -declaró, y lo dejó caer en una silla-. Teniente Dallas, creo que su grabadora se ha estropeado. -A continuación Peabody derramó su café en el aparato de Eve para estropear de verdad los chips-. La mía sigue funcionando y bastará para continuar informando sobre este interrogatorio. ¿Estás herida?

– No. -Eve cerró los ojos y recuperó el control-. No, estoy bien, gracias. El interrogatorio se interrumpe a la una y media. El individuo Jess Barrow será llevado al centro médico Brightmore para ser examinado y tratado, y allí permanecerá hasta las nueve de la manana, hora en que este interrogatorio se reanudará en comisaría. Oficial Peabody, ocúpese del traslado. El interrogado será retenido para ser interrogado por cargos pendientes.

– Sí, teniente. -Peabody se volvió hacia la puerta del despacho de Roarke cuando ésta se abrió. Le bastó con.mirarlo a la cara para darse cuenta de que podía haber problemas-. Teniente -empezó a decir con cuidado de mantener la grabadora boca abajo-. Hay interferencias en mi comunicador y su telenexo podría haberse estroeado cuando el interrogado cayó al suelo. Pido permiso para utilizar la otra habitación para llamar a los asistentes sanitarios.

– Adelante -respondió Eve, y suspiró al ver a Roarke entrar y Peabody salir a grandes zancadas-. No tenías ningún derecho a espiar el interrogatorio -empezó.

– Lamento discrepar. Tengo todo el derecho. -Él bajó la vista hacia la silla donde Jess gemía y cambiaba de postura-. Está volviendo en sí. Quisiera estar unos minutos a solas con él.

– Escucha, Roarke…

Él la interrumpió con una mirada glacial.

– Ahora mismo, Eve. Déjanos solos.

Ése era el problema, decidió ella. Ambos estaban tan acostumbrados a dar órdenes que ninguno de los dos las encajaba bien. Pero recordó la mirada afligida de Eve cuando él se había apartado de ella. Ambos habían sido utilizados, pero Roarke había sido la víctima.

– Tienes cinco minutos. Eso es todo. Y te lo advierto. En la grabación aparece levemente herido. Si tiene, señales de golpes me las achacarán a mí, lo que podría poner en peligro el caso.

Roarke esbozó una sonrisa mientras la cogía del brazo y la acompañaba hasta la puerta.

– Confía en mí, teniente. Soy un hombre civilizado.

Cerró la puerta en sus narices y echó la llave. Sabía cómo causar grandes tormentos a un cuerpo humano sin dejar rastro, se dijo.

Se acercó a Jess, lo levantó de la silla y lo zarandeó hasta que abrió los ojos.

– ¿Estás despierto y consciente? -masculló.

Jess tenía la espalda empapada en sudor. Su vida estaba en peligro, y lo sabía.

– Quiero un abogado.

– No estás tratando con polis, sino conmigo. Al menos durante los próximos cinco minutos. Y ahora no tienes derechos ni privilegios.

Jess tragó saliva y trató de conservar la calma.

– No puedes ponerme la mano encima. Si lo haces, la responsabilidad caerá sobre tu mujer.

Roarke curvó los labios y le dio un puñetazo en el estómago.

– Voy a demostrarte lo equivocado que estás.

Sin apartar los ojos de Jess, se agachó, le agarró el miembro y se lo retorció. Le dio cierta satisfacción ver cómo le caían gotas de sangre por la cara y torcía la boca como un pez boqueando. Con el pulgar le apretó la tráquea hasta que se le desorbitaron los ojos.

– ¿No es repugnante verte conducido por tu polla? -Le retorció el miembro por última vez antes de dejar que se desplomara en la silla y se acurrucara como un renacuajo-. Ahora hablemos -añadió con tono agradable-. De asuntos personales.

Fuera en el pasillo, Eve se paseaba arriba y abajo, mirando cada pocos segundos hacia la gruesa puerta. Sabía que si Roarke había conectado la insonorización, Jess podía estar aullando a pleno pulmón, que ella no lo oiría.

Si lo mataba… Por Dios, si lo mataba, ¿cómo iba a resolver el caso? Se detuvo horrorizada. Tenía la obligación de proteger a ese cabrón. Había unas leyes. No importaban los sentimientos personales, había unas leyes.

Se dirigió a la puerta, tecleó el código de la cerradura y resopló cuando éste fue rechazado.

– Maldita sea, Roarke.

Él la conocía demasiado bien. Con pocas esperanzas se dirigió al otro extremo del pasillo e intentó abrir la puerta que comunicaba al despacho. Pero también le fue negada la entrada.

Se acercó al monitor y conectó la cámara de seguridad de su despacho, pero descubrió que él también le había impedido el acceso.

– Por Dios, lo está matando.

Corrió de nuevo hasta la puerta y la aporreó impotente. Unos momentos más tarde, como por arte de magia, la puerta se abrió silenciosamente. Vio a Roarke sentado ante el escritorio, fumando tranquilamente.

El corazón le dio un brinco al ver a Jess. Estaba pálido como un muerto, pero respiraba. De hecho, resoplaba como un termostato defectuoso.

– No tiene ni un rasguño -dijo Roarke cogiendo el coñac que acababa de servirse-. Y creo que ha empezado a comprender el error que ha cometido.

Eve examinó los ojos de Jess, que se encogió de miedo en la silla como un perro apaleado.

– ¿Qué demonios le has hecho?

Roarke dudaba que Eve o el DPSNY aprobara los trucos que había aprendido en su pasado.

– Mucho menos de lo que merecía.

Ella se irguió y miró a Roarke. Éste tenía el aspecto de alguien que se dispone a entretener a sus invitados o a presidir una importante reunión de negocios. Tenía el traje sin una arruga, el cabello perfectamente peinado y el pulso firme. Pero la mirada ligeramente extraviada.

– Por Dios, das miedo.

Roarke dejó a un lado el coñac.

– Nunca volveré a hacerte daño.

Ella contuvo sus deseos de acercarse a él y estrecharlo en sus brazos. Pero no era lo que pedían las circunstancias. O lo que él necesitaba.

– Roarke, no es un asunto personal.

– Lo es -repuso él, exhalando despacio el humo. Peabody entró con rostro inexpresivo.

– Los asistentes sanitarios ya están aquí, teniente. Con tu permiso, acompañaré al sospechoso al centro médico.

– Iré yo.

Peabody lanzó una mirada a Roarke, que aún no había apartado los ojos de Eve, y vio que tenía una expresión más que peligrosa.

– Si me disculpas, teniente, creo que tienes aquí asuntos más apremiantes. Puedo ocuparme yo. Todavía tenéis en casa muchos invitados, incluyendo la prensa. Estoy segura de que preferirás que el asunto no se difunda hasta nueva orden.

– Está bien. Llamaré desde aquí a la central y tomaré las medidas necesarias. Dispón la segunda parte del interrogatorio para mañana a las nueve.

– Estoy impaciente. -Peabody echó un vistazo a Jess y arqueó una ceja-. Debe de haberse golpeado la cabeza con mucha fuerza, porque sigue aturdido, y tiene la piel fría y húmeda. -Dedicó a Roarke una sonrisa y añadió-: Sé muy bien lo que es estar así.

Roarke rió, y sintió que la tensión lo abandonaba.

– No, Peabody. En este caso no creo que lo sepas.

Se acercó a ella y, sosteniéndole el rostro entre sus esbeltas manos, la besó.

– Eres un encanto -murmuró. Luego se volvió hacia Eve y añadió-: Me ocuparé del resto de nuestros invitados. Tómate tu tiempo.

Peabody se llevó los dedos a los labios mientras se dirigía a la puerta. Una oleada de placer la había recorrido de la cabeza a los pies.

– Caramba. Soy un encanto, Dallas.

– Estoy en deuda contigo, Peabody.

– Creo que acaban de saldarla. -Retrocedió hasta la puerta-. Aquí están los asistentes. Nos llevaremos a nuestro amigo. Dile a Mavis que estuvo absolutamente ultra.

– ¿Mavis? -Eve se frotó los ojos. ¿Cómo iba a explicárselo a Mavis?

– Yo de ti la dejaría brillar esta noche. Puedes contárselo más tarde. Lo entenderá.

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