16

Obtener una orden de registro y detención a las dos de la madrugada era un asunto peliagudo. Le faltaban los datos más sencillos para obtener una autorización automática. Y necesitaba un juez. Los jueces solían ponerse de malhumor con las llamadas a medianoche. Y tratar de explicar por qué le urgía autorización para examinar una consola de música en su propia casa era una tarea incierta.

Así las cosas, Eve soportó el sermón del furioso y cortante juez de su elección.

– Lo comprendo, su señoría. Pero no puede esperar hasta mañana. Tengo serias sospechas de que la consola en cuestión está relacionada con las muertes de cuatro personas. Su diseñador y operador está en estos momentos detenido, y no puedo contar con su colaboración inmediata.

– ¿Trata de decirme que la música mata, teniente? -replicó el juez-. Yo mismo podría habérselo dicho. La porquería que se oye hoy en día podría matar un elefante. En mis tiempos sí teníamos música. Springsteen, Live, los Cult Killers. Eso era música.

– Sí, señor. -Ella puso los ojos en blanco. Había tenido que escoger precisamente un amante de la música clásica-. Necesito la orden, su señoría. El capitán Feeney está disponible para comenzar este examen inicial. Según consta en el acta, el operador ha confesado haber utilizado la consola de forma ilegal. Necesito más pruebas para relacionarlo con los otros casos en cuestión.

– Si quiere mi opinión, deberían prohibir y prender fuego a esas consolas musicales. Esto es basura, teniente.

– No si las pruebas confirman mi convicción de que esta consola y quien la opera están relacionados con la muerte del senador Pearly y de los demás.

El juez hizo una pausa seguida de un resoplido.

– Eso es un gran salto al vacío. Literalmente.

– Sí, señor. Y quiero la orden para tender un puente.

– Se la enviaré, pero más vale que consiga algo, teniente. Y que sea consistente.

– Gracias. Lamento haberle interrumpido… -el telenexo hizo clic en su oído- su sueño -concluyó ella.

Luego cogió el comunicador y llamó a Feeney.

– Eh, Dallas. -El rostro del técnico se iluminó con una amplia y divertida sonrisa-. ¿Dónde te habías metido? La fiesta acaba de empezar. Te has perdido a Mavis haciendo un número con un holograma de los Rolling Stones. Ya sabes qué pienso de Jagger.

– Sí, es como un padre para ti. No despegues, Feeney. Tengo una misión para ti.

– ¿Misión? Son las dos de la madrugada y mi mujer parece, ya sabes… -parpadeó con expresión sentimentaloide- interesada.

– Lo siento. Tendrás que controlar tus glándulas. Roarke se encargará de que la lleven a casa. Estaré allí en diez minutos. Tómate algo para despejarte si lo crees necesario. Puede que nos espere una larga noche.

– ¿Despejarme? -Feeney adquirió la expresión taciturna de costumbre-. Llevo toda la noche tratando de animarme. ¿De qué se trata?

– En diez minutos -repitió ella antes de cortar la comunicación.

Se entretuvo en cambiarse de ropa y se descubrió cardenales que no se había visto antes. Dedicó unos minutos a untarse de crema por donde pudo e hizo una mueca de dolor al ponerse una camisa y unos pantalones.

No obstante, cumplió su palabra y diez minutos más tarde salía a la terraza del tejado.

Roarke se había dedicado a despedir a los invitados más remolones.

Sentado junto al bufet diezmado, Feeney comía paté con tristeza.

– Sabes cómo cortar el rollo, Dallas. Mi mujer se ha quedado tan deslumbrada de que una limusina la llevara a casa que se ha olvidado de mí. Y Mavis ha estado todo el rato buscándote. Creo que estaba un poco dolida de que no te hubieras quedado para felicitarla.

– La compensaré. -Su telenexo portátil emitió un pitido. Leyó la pantalla y ordenó una impresión-. Aquí tenemos la orden judicial.

– ¿Orden? -Feeney cogió una trufa y se la metió en la boca-. ¿Para qué?

Eve se volvió y señaló la consola.

– Para ella. ¿Listo para utilizar tu magia?

Feeney tragó la trufa y miró la consola. Los ojos se le llenaron de una luz que muchos habrían llamado amor.

– ¿Quieres que toque algo? Caray.

Se puso de pie de un salto y casi corrió hasta el equipo. Lo recorrió reverente con las manos y Eve lo oyó murmurar algo así como TX-42, con ondas sonoras de alta velocidad.

– ¿Me autoriza la orden a anular el código de la cerradura?

– Sí, Feeney. Esto es algo serio.

– ¡A quién se lo vas a decir! -Levantó las manos y se rotó los dedos como un experto en abrir cajas fuertes a punto de dar el gran golpe-. Esta criatura sí es algo serio. El diseño es todo un acierto, y tiene una potencia que está fuera de escala. Es…

– Probablemente la causa de cuatro muertes -dijo Eve. Se acercó y añadió-: Déjame ponerte al día.

Al cabo de veinte minutos, utilizando el equipo portátil que llevaba en el coche, Feeney trabajaba absorto. Eve no podía entender qué murmuraba, y él se impacientaba cuando ella se inclinaba por encima de su hombro.

Esto permitió a Eve pasearse por la habitación y hacer una llamada para informarse del estado de Jess. Acababa de ordenar a Peabody que la relevara un agente y volviera a casa para dormir un poco cuando Roarke entró.

– Me he disculpado por ti a nuestros invitados -dijo y se sirvió otro brandy-. Les he explicado que te surgió un imprevisto. Me han compadecido por vivir con una policía.

– Traté de advertirte que hacías un mal negocio. -Él sonrió.

– Eso ha aplacado a Mavis. Espera tu llamada mañana.

– La llamaré. Tendré que explicarle algunas cosas. ¿Ha preguntado por Barrow?

– Le dije que se había sentido… indispuesto de repente. -Roarke no la rozó siquiera. Deseaba hacerlo, pero aún no estaba preparado-. Te duele todo, Eve. Salta a la vista.

– Vuelve a taparme la nariz y te tumbo. Feeney y yo tenemos mucho que hacer aquí, y debo estar despierta. No soy frágil, Roarke. -Le suplicó con los ojos que lo olvidara-. Métetelo en la cabeza.

– No lo consigo. -Dejó a un lado el coñac y se metió las manos en los bolsillos-. Podría echar una mano allí -añadió, inclinando la cabeza hacia Feeney.

– Es un asunto policial. No estás autorizado a tocar el aparato.

Cuando él volvió a mirarla con algo del viejo humor, ella soltó un suspiro.

– Es cosa de Feeney -replicó-. Está jerárquicamente por encima de mí, y si quiere meterte en esto, es asunto suyo. Yo no quiero saber nada. Tengo informes que preparar.

Se encaminó a la puerta con aire irritado.

– Eve. -Cuando ella se detuvo y lo miró con ceño, él negó con la cabeza-. Nada. -Y se encogió de hombros, impotente.

– Déjalo estar, maldita sea. Me estás hartando -replicó ella saliendo a grandes zancadas y casi haciéndole sonreír.

– Yo también te quiero -murmuró él. Luego se acercó a Feeney y preguntó-: ¿Qué tenemos aquí?

– Es tan hermoso que hace que me salten las lágrimas, te lo juro. Te digo que ese tipo es un auténtico genio. Ven aquí y mira este panel de mandos. Sólo míralo.

Roarke se quitó la americana, se agachó y se puso manos a la obra.

Ella no se acostó. Por una vez olvidó sus prejuicios y se tomó su autorizada dosis de anfetas, que le disiparon el cansancio y le sacudieron la mayoría de las telarañas de la cabeza. Utilizó la ducha, se puso un vendaje de hielo en la rodilla dolorida y se dijo que se ocuparía de las contusiones más tarde.

Eran las seis de la mañana cuando volvió a la terraza del tejado. Habían desmotando la consola metódicamente, y los cables, tableros, chips, discos y paneles estaban distribuidos por el reluciente suelo en lo que supuso eran pilas ordenadas.

Con su elegante camisa de seda y los pantalones hechos a medida, Roarke se hallaba sentado con las piernas cruzadas en medio de ellas, introduciendo datos en una tarjeta-diario. Se había recogido el cabello para impedir que le cayera sobre la cara y tenía una expresión concentrada, sus ojos azules increíblemente abiertos para la hora que era.

– Ya lo tengo -murmuró Feeney-. He visto algo parecido antes. Muy parecido. Los componentes se están comprobando ellos mismos. -Le pasó la tarjeta-diario por debajo del panel inferior de la consola-. Echa un vistazo.

Roarke se la arrebató.

– Sí, podría servir. Podría jodidamente servir. ¡Chúpamela!

– Los irlandeses tienen un bonito lenguaje.

Ante el tono seco de Eve, Feeney levantó la cabeza de golpe. Tenía el cabello en punta, como si hubiera sufrido una descarga al toquetear el equipo. Los ojos le brillaban desorbitados.

– Eh, Dallas. Creo que lo tenemos.

– ¿Por qué habéis tardado tanto?

– Muy graciosa. -La cabeza de Feeney volvió a desaparecer.

Eve cruzó una larga y seria mirada con Roarke.

– Buenos días, teniente.

– No estás aquí -respondió ella pasando por su lado-. No te veo. ¿Qué tienes, Feeney?

– Hay un montón de opciones en esta criatura -empezó él, y volvió a salir para acomodarse en la silla de la consola-. Un montón de chismes, todos impresionantes. Pero el que más nos ha costado encontrar, porque estaba escondido bajo varios dispositivos de seguridad, es una auténtica maravilla. Volvió a pasar las manos por la consola, acariciando la lisa superficie que ahora sólo cubría entrañas vacías. -El diseñador habría hecho una gran carrera en el departamento electrónico. La mayoría de los tipos por debajo de mí no saben hacer lo que él ha hecho. La creatividad -la señaló con un dedo- no está en las fórmulas y los teclados. La creatividad convierte un triste rincón en un campo abierto. Y este tipo ha recorrido ese campo. Es su jodido dueño. Y esto es lo qúe él llamaría su mayor logro.

Le tendió la tarjeta-diario sabiendo que ella iba a fruncir el entrecejo al ver los códigos y componentes.

– ¿Y bien?

– Requiere cierta pericia llegar a esto. Lo tenía oculto tras su pase privado, con su propia voz y la palma de su mano. Y bajo varios dispositivos de seguridad. Casi saltamos por los aires hace una hora, ¿verdad, Roarke?

Roarke se levantó y metió las manos en los bolsillos.

– No he dudado de ti ni por un momento, capitán.

– ¡Y un cuerno! -Feeney sonrió con complicidad-. Si tú no estabas rezando tus oraciones, muchacho, yo sí. Y sin embargo no puedo pensar en muchas otras personas con quienes me gustaría saltar por los aires.

– El sentimiento es casi mutuo.

– Si habéis terminado vuestras varoniles muestras de afecto, ¿os importaría explicarme qué demonios debería estar viendo aquí?

– Es un escáner. El más intrincado que jamás he visto aparte de en Reconocimiento.

– ¿Reconocimiento?

Se trataba de un examen que todos los policías temían, y al que debían enfrentarse cuando se habían visto obligados a utilizar sus armas para matar.

– Aun cuando tenemos archivados los patrones de las ondas cerebrales de cada miembro del DPSNY, durante los reconocimientos se hace un escáner. Se buscan las posibles lesiones, defectos y anomalías que pueden haberle llevado a utilizar la máxima fuerza. Este escáner se compara con el último realizado, y el individuo debe realizar un par de viajes de realidad virtual en los que se utilizan los datos obtenidos a partir del escáner. Un asunto desagradable.

Feeney sólo había pasado por ello en una ocasión y esperaba no tener que volver a hacerlo.

– ¿Y él ha conseguido copiar o promocionar ese método? -preguntó Eve.

– Diría que lo ha mejorado en un par de aspectos. -Feeney hizo un gesto hacia el montón de discos-. Allí tenemos un montón de patrones de ondas cerebrales. No debe de ser muy difícil compararlos con los de las víctimas e identificarlas.

Uno de ellos debía ser su patrón, pensó ella. Su mente comprimida en un disco.

– Genial -murmuró.

– Realmente brillante. Y potencialmente letal. Nuestro amigo cuenta con una asombrosa variación de estados de ánimo. Y todos están vinculados a pautas musicales, ya sabes, notas y acordes. Él escoge la melodía, luego aumenta lo que llamarías el tono de ésta para estimular la reacción de la víctima, digamos el estado de ánimo de éste, sus impulsos inconscientes.

– De modo que lo utiliza para sumergirse en lo más profundo de nuestras mentes. En el subconsciente.

– Hay un montón de tecnología médica con la que no estoy muy familiarizado, pero diría que es algo así. Sobre todo en lo que toca a apetitos sexuales -añadió Feeney-. Ésa es la especialidad de nuestro amigo. Aún no he terminado, pero diría que puede programar las ondas cerebrales, fijar el estado de ánimo y dar a la mente de la víctima un fuerte empujón.

– ¿De un tejado? -preguntó ella.

– Eso es trampa, Dallas. Estoy hablando de sugestión. Claro que si alguien está en el borde de un tejado planteándose saltar, con esto puedes darle el último empujón. Pero que sea posible influir en una mente para que actúe de un modo completamente contrario y ajeno a su naturaleza no puedo afirmarlo de momento.

– Saltaron, se asfixiaron y se desangraron hasta morir -le recordó ella impaciente-. Tal vez todos tenían inclinaciones suicidas en el subconsciente y esto sólo las hizo emerger.

– Para esto necesitas a Mira, no a mí. Yo seguiré con lo mío. -Sonrió esperanzado-. ¿Después de desayunar?

Ella tragó saliva.

– Después de desayunar. Te agradezco toda la noche en vela, Feeney, y tu trabajo rápido. Pero necesitaba lo mejor.

– Y lo has tenido. El tipo con el que decidiste unirte tampoco está nada mal como técnico. Haría de él un ayudante decente si se decidiera a renunciar a su monótono estilo de vida.

– Mi primera oferta del día. -Roarke sonrió-. Ya sabes dónde está la cocina, Feeney. Puedes utilizar el Autochef o pedir a Summerset que te prepare la comida que quieras.

– Estando donde estoy, eso significa huevos de verdad. -Feeney estiró el cuello y todas las articulaciones-. ¿Queréis que pida desayuno para los tres?

– Empieza tú -sugirió Roarke-. Nosotros bajaremos seguida. -Esperó a que Feeney saliera silbando ante la perspectiva de unos huevos benedictinos y crepes de arándano, y se volvió hacia Eve-: No tienes mucho tiempo, lo sé.

– El suficiente si tienes algo que decirme.

– Así es. -Era raro que él se sintiera incómodo. Casi había olvidado esa sensación-. Lo que Feeney acaba de decirte acerca de la capacidad que cree que tiene esta consola. Del hecho de que sea poco probable que un individuo sea influenciado para actuar de una forma poco habitual en él, de hacer algo abominable.

Ella vio adónde quería ir a parar y quiso soltar una maldición.

– Roarke…

– Déjame terminar. Yo he sido el hombre que te violó anoche. He vivido bajo esta piel y no ha pasado aún tanto tiempo como para haberme olvidado de él. Lo convertí en algo más porque quise. Y pude. El dinero ayudó, y cierto deseo de… distinción. Pero sigue allí. Sigue siendo parte de mí. Anoche lo recordé de golpe.

– ¿Quieres que te odie por ello, que te culpe de ello?

– No; quiero que lo comprendas, y me comprendas. Vengo de esa clase de hombre que anoche te hizo daño.

– Yo también.

Eso lo detuvo en seco, y le hizo aflorar lágrimas en los ojos.

– Por Dios, Eve.

– Y me asusta. Me despierta a mitad de la noche con la pregunta de qué hay dentro de mí. Vivo con ello cada santo día. Sabía de dónde venías cuando te acepté, y no me importa. Sé que has hecho cosas, quebrantado leyes y vivido al margen de ellas. Pero estoy aquí. -Eve resopló y cambió de postura-. Te quiero, ¿me oyes? Eso es todo. Ahora tengo hambre, y me espera un día muy ajetreado, así que voy a bajar antes de que Feeney nos deje sin huevos.

Él le cerró el paso.

– Un minuto más. -Le sujetó el rostro con las manos, la besó tiernamente y convirtió su ceño en un suspiro.

– Bueno -logró decir ella cuando él la soltó-. Así está mejor, supongo.

– Mucho mejor. -Él entrelazó los dedos con los suyos. Y porque lo había utilizado cuando le había hecho daño, ahora lo compensó haciéndolo de nuevo-: A ghra.

– ¿Eh? ¿Otra vez gaélico?

– Sí. -Se llevó los dedos entrelazados de ambos a los labios-. Amor mío.

– Suena bien.

– Ya lo creo -respondió él con un suspiro. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que se había permitido oír su musicalidad.

– No debería entristecerte -murmuró ella.

– No lo hace. Sólo me pone melancólico -respondió Roarke-. Me encantaría invitarte a desayunar, teniente.

– Convénceme. ¿Tenemos crepes?

El problema con los fármacos, pensó Eve mientras se preparaba para interrogar a Jess Barrow, era que no importaba los seguros y leves que afirmaran ser, siempre te hacían sentir falsa. Sabía que no estaba despierta de forma natural, que debajo de ese estallido de energía provocado, su cuerpo era un cúmulo de desesperado cansancio.

No paraba de imaginarse llevando una enorme máscara de entusiasmo sobre su rostro triste y exhausto.

– ¿De vuelta al trabajo, Peabody? -preguntó Eve a su ayudante al entrar en la despejada sala de paredes blancas.

– Sí, teniente. He leído tus informes, y he pasado por tu oficina al venir aquí. Tienes un mensaje del comandante, y dos de Nadine Furst. Creo que se huele una noticia.

– Nadine tendrá que esperar. Y hablaré con el comandante en nuestro primer descanso. ¿Sabes algo de béisbol, Peabody?

– Jugué un par de años en la academia. Guante de oro.

– Bueno, pues caliéntate. Cuando te lance la pelota, debes interceptarla y devolvérmela. Feeney hará su aparición antes del final de la entrada.

A Peabody se le iluminaron los ojos.

– Eh, no sabía que fueras una experta.

– Tengo muchas facetas ocultas. Limítate a interceptar la pelota, Peabody. Quiero darle un buen pelotazo a ese hijo de perra. Ya has leído el informe y conoces el procedimiento. -Hizo un gesto para que hicieran pasar al sospechoso-. Es todo nuestro. Si se pone en manos de un abogado tendremos que reorganizarnos, pero creo que es demasiado arrogante para tomar ese camino de entrada.

– Por lo general me gustan los hombres gallitos. Tendré que hacer una excepción aquí.

– Y es tan atractivo de cara -añadió Eve y se hizo a un lado cuando un agente hizo pasar a su hombre-. ¿Qué tal, Jess? ¿Te sientes mejor hoy?

El había tenido tiempo para recomponerse.

– Te mataría sin mucho esfuerzo. Pero voy a dejarlo correr porque sé que antes de terminar serás el hazmerreír de tu estúpido departamento.

– Sí, se encuentra mejor. Siéntate. -Se acercó a la pequeña mesa y puso en marcha la grabadora-. Teniente Dallas, Eve, y la oficial Peabody, Delia, su ayudante. Son las 9.08 del 8 de setiembre de 2058. Individuo interrogado Barrow, Jess, archivo S-19305. Por favor, diga su nombre para el acta.

– Jess Barrow.

– En nuestro anterior interrogatorio se te informó de tus derechos y alternativas como está estipulado, ¿no es cierto?

– Me soltaste un discurso, eso seguro. -Para lo que le había servido, pensó, y cambió de postura en la silla. Le dolía el miembro como un diente cariado.

– ¿Y comprendes esos derechos y alternativas tal como están estipulados?

– Los entendí entonces y los entiendo ahora.

– ¿Deseas esta vez hacer uso de tu derecho a solicitar un abogado o representante?

– No necesito a nadie aparte de mí mismo.

– Muy bien. -Eve se sentó, entrelazó las manos y sonrió-. Empecemos. En tu declaración anterior admitiste haber diseñado y utilizado un equipo concebido para alterar los patrones de conducta y las ondas cerebrales personales.

– No admití ni un carajo.

– Eso es cuestión de interpretaciones -replicó ella sin dejar de sonreír-. No negarás que en el curso de un acto social que tuvo lugar anoche en mi casa, utilizaste un programa que has diseñado para influenciar subliminalmente sobre Roarke, ¿verdad?

– Eh, si tu marido te sacó de allí para levantarte las faldas, es tu problema.

Eve siguió sonriendo.

– Desde luego. -Necesitaba pillarlo por allí para acusarlo de todo lo demás-. Peabody, es posible que Jess no esté enterado de la pena por falso testimonio en un interrogatorio.

– La pena consiste en un máximo de cinco años en un calabozo. ¿Pongo la grabación del primer interrogatorio, teniente? Puede que le falle la memoria a causa de la herida que sufrió durante el asalto a un oficial.

– ¿Asalto? Y una mierda -replicó Jess-. ¿Crees que puedes manipularme de ese modo? Ella me golpeó sin que yo la provocara, y luego dejó que ese cabrón de su marido entrara y…

Se interrumpió al recordar la advertencia que Roarke le había susurrado con voz sedosa mientras el dolor, si placentero de puro intenso, se extendía por todo su organismo.

– ¿Deseas formalizar una denuncia? -preguntó Eve.

– No -respondió él. Le cayó una gota de sudor del lab¡o superior y Eve volvió a preguntarse qué le había heho Roarke-. Anoche estaba alterado. Las cosas se me fueron de las manos. -Respiró hondo-. Escucha, soy musico y estoy muy orgulloso de mi trabajo, del arte que conlleva. Me gusta pensar que lo que hago influye en la gente, le llega a lo más hondo. Puede que este orgullo haya creado la impresión equivocada acerca del alcance de mi trabajo. La verdad, no sé a qué viene tanto revuelo.

Volvió a sonreír con una gran dosis de su encanto habitual al tiempo que alargaba sus esbeltas manos.

– Toda esa gente de la que hablabas anoche, no la conozco. He oído hablar de ellos, desde luego, pero no los conozco personalmente ni he tenido nada que ver con su decisión de quitarse la vida. Yo mismo me opongo a ella. En mi opinión la vida es demasiado corta tal y como es. Todo esto es un malentendido, y estoy deseando olvidarlo.

Eve se recostó en su asiento y lanzó una mirada a su ayudante.

– Peabody, está deseando olvidarlo.

– Es generoso de su parte, teniente, y no es sorprendente en estas circunstancias. La pena por violar el estatuto de la intimidad personal mediante la electrónica es muy severa. Y, por supuesto, está el cargo añadido de diseñar y utilizar un equipo con subliminales individuales. En estos momentos estamos hablando de diez años como mínimo de cárcel.

– No puedes demostrar nada. Nada. No tienes argumentos.

– Te estoy dando la oportunidad de confesar, Jess. Te ponen las cosas más fáciles cuando confiesas. Y en lo que se refiere a la demanda que mi marido y yo tenemos derecho a poner contra ti, que conste en acta que renunciaré a ese derecho siempre que admitas tu culpa en los cargos mencionados, y que esa admisión llegue en treinta segundos. Piénsalo.

– No tengo nada que pensar porque no he hecho nada. -Jess se echó hacia adelante-. No eres la única que tiene gente detrás. ¿Qué crees que ocurrirá con tu gran carrera si voy a la prensa con esta historia?

Ella le sostuvo la mirada y luego echó un vistazo al reloj de la grabadora.

– La oferta ha sido denegada. -Eve asintió hacia la cámara-. Peabody, por favor, descodifica la puerta para que entre el capitán Feeney.

Feeney entró con una radiante sonrisa. Dejó en la mesa un disco y un dosier, y tendió la mano a Jess.

– Tengo que decirte que tu trabajo es lo mejor que he visto nunca. Es un auténtico placer conocerte.

– Gracias. -Jess adoptó la actitud que adoptaba al tratar con el público y estrechaba manos calurosamente-. Me gusta mi trabajo.

– Y se nota. -Feeney se sentó-. Hacía años que no disfrutaba tanto como lo he hecho desmontando esa consola.

En otro momento, en otro lugar, habría resultado cómica la transformación que sufrió el rostro de Jess: de una expresión amable a una palidez mortal y a rojo de ira.

– ¿Me has jodido el equipo? ¿Lo has desmontado? ¡No tenías ningún derecho a tocarlo! Eres hombre muerto. ¡Estás acabado!

– Que conste en acta que el interrogado está exaltado -recitó Peabody con serenidad-. Sus amenazas contra la persona del capitán Feeney son aceptadas como emocionales antes que literales.

– Bueno, al menos por esta vez -repuso Feeney alegremente-. Pero ándate con cuidado, amigo. Si constan en acta muchas cosas así, solemos cabrearnos. -Se apoyó en los codos-. En fin, hablemos del trabajo. Tenías un sistema de seguridad admirable. Tardé un rato en anularlo. Pero llevo en el oficio tanto como años tienes tú. Diseñar ese escáner cerebral ha sido todo un logro. Es tan consistente y tan sensible al tacto. Calculé que tenía un alcance de dos metros. Vamos, eso es muchísimo para un aparato tan pequeño y portátil.

– No entraste en mi equipo -replicó Jess con voz temblorosa-. Estás fingiendo. No pudiste llegar al centro.

– Bueno, los tres dispositivos de seguridad eran peliagudos -reconoció Feeney-. Me pasé cerca de una hora con el segundo, pero el último sólo estaba acolchado. Supongo que nunca creíste que necesitarías nada a ese nivel.

– ¿Has revisado los discos, Feeney? -preguntó Eve.

– He empezado. Estás en ellos, Dallas. Roarke no está en el archivo. Es un civil, ya sabes. Pero encontré el tuyo y el de Peabody.

La oficial parpadeó.

– ¿El mío?

– Y estoy comprobando si aparecen los nombres que me has pedido, Dallas. -Volvió a dedicar una sonrisa radiante a Jess-. Has estado ocupado coleccionando especímenes. Has diseñado una bonita opción de almacenamiento, con una increíble capacidad de compresión de datos. Me va a partir el corazón tener que destruir ese equipo.

– ¡No puedes hacerlo! -exclamó Jess. Los ojos se le llenaron de lágrimas-. He puesto en él todo lo que tengo. No sólo dinero, sino tiempo, ideas, energía. Tres años de mi vida, sin un descanso. Dejé mi carrera para diseñarlo. ¿Tienes idea de lo que puedo llegar a hacer con él?

Eve recogió la pelota.

– ¿Por qué no nos lo dices, Jess? Con tus propias palabras. Nos encantaría saberlo.

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