10

Antes de salir de casa Eve preparó un detallado informe sobre las similitudes entre los presuntos suicidios y en qué basaba sus sospechas de que la muerte del senador se debía a las mismas causas desconocidas. Transfirió sus conclusiones a la terminal del comandante, con una banderita metálica en el telenexo de su casa indicando que tenía un mensaje.

A menos que su esposa estuviera dando una de sus ostentosas cenas, sabía que Whitney revisaría el informe antes del día siguiente. Con esa esperanza tomó el aerodeslizador para desplazarse de Homicidios al departamento electrónico.

Se encontró a Feeney sentado ante su escritorio, con unas delicadas herramientas en sus dedos gordezuelos y unas microgafas que convertían sus ojos en platos, desmontando un miniteclado.

– ¿Te dedicas ahora a reparaciones y mantenimiento? -Eve apoyó una cadera en el borde del escritorio procurando no interrumpirlo. No esperaba otra respuesta que el gruñido que él le ofreció. Esperó a que introdujera una lámina en un plato vacío.

– Alguien se ha estado divirtiendo -murmuró él-. Y ha conseguido meter un virus en el ordenador del jefe. La memoria se ha multiplicado y la unidad general corre peligro.

Ella echó un vistazo a la lámina plateada. La informática no era su fuerte.

– ¿Alguna idea?

– Aún no. -Con unas pinzas minúsculas, levantó la lámina y la examinó a través de las gafas-. Pero la tendré. Ya he encontrado el virus y lo he tratado, que era lo prioritario. Pero el pobre diablo estaba muerto. Veremos cuando le haga la autopsia.

Ella no pudo evitar sonreír. Era muy propio de Feeney pensar en sus componentes y chips en términos humanos. Volvió a colocar la lámina y precintó el plato, luego se quitó las gafas.

Se le empequeñecieron los ojos y parpadeó hasta volverlos a enfocar. Allí lo tenía, arrugado y desgarbado, como a ella más le gustaba. Él había hecho de ella una policía, le había dado la clase de entrenamiento de campo que jamás habría aprendido por medio de discos o realidad virtual. Y aunque lo habían trasladado de Homicidios para nombrarlo capitán del departamento electrónico, ella seguía dependiendo de él.

– ¿Me has echado de menos? -preguntó.

– ¿Te has ido? -Él le sonrió y metió la mano en un bol lleno de almendras garrapiñadas-. ¿Disfrutaste de tu elegante luna de miel?

– Sí. -Eve cogió una almendra. Hacía mucho que había almorzado-. A pesar del cadáver al final de la misma. Gracias por los datos que me has conseguido.

– No hay de qué. Siempre se arma mucho alboroto con los suicidios.

– Ya.

El despacho era más grande que el de ella debido al rango y la obsesión por el espacio de Feeney. Este se vanagloriaba de tener una gran pantalla sintonizada con un canal de películas clásicas. En ese preciso momento Indiana Jones era introducido en un pozo de áspides.

– Pero éste ofrece unos cuantos aspectos interesantes.

– ¿Quieres compartirlos?

– Para eso estoy aquí. -Eve había copiado los datos obtenidos del archivo del senador en un disco que sacó del bolsillo-. Tengo aquí una disección cerebral, pero la imagen es poco clara. ¿Podrías limpiarla y mejorarla un poco?

– ¿Pueden cagar los osos en los parques reforestados? -El cogió el disco, lo introdujo en su terminal y lo cargó. Unos segundos más tarde fruncía el entrecejo al ver la imagen-. Lamentable. ¿Qué hiciste, utilizaste un portátil para filmarlo de una pantalla?

– Preferiría no hablar de ello.

Él volvió la cabeza y la observó sin dejar de fruncir el entrecejo.

– ¿Bailando en la cuerda floja, Dallas?

– Tengo buen equilibrio.

– Esperemos que así sea. -Feeney prefirió trabajar manualmente y sacó el teclado. Sus dedos danzaron sobre las teclas como los de un experto arpista sobre las cuerdas. Alzó un hombro cuando ella se inclinó sobre él-. No me atosigues, cariño.

– Quiero ver.

Con la experiencia del técnico la imagen se fue aclarando y los contrastes se intensificaron. Eve contuvo su impaciencia mientras él trabajaba tarareando. A sus espaldas se desataba un auténtico infierno entre Harrison Ford y las serpientes.

– Esto es todo lo que podemos hacer con este ordenador. Si quieres más, tendré que llevarlo a la unidad principal. -La miró-. Para ello hay que entrar en el sistema. Técnicamente.

Eve sabía que él había transgredido las normas por ella.

– De momento pasaremos con lo que tenemos. ¿Ves esto, Feene? -Señaló la pantalla debajo de la diminuta sombra.

– Veo un enorme trauma. Este cerebro debió de ser aplastado.

– Me refiero a esto… -Eve apenas podía distinguirlo-. Lo he visto antes, en otros dos escáneres.

– No soy neurólogo, pero imagino que no debería estar allí.

– No. -Eve se irguió-. No debería estar allí.

Llegó a casa tarde y Summerset acudió a abrirle la puerta.

– Hay dos caballeros que desean verla, teniente. Con un ligero sobresalto Eve pensó en los datos que había robado.

– ¿Llevan uniformes?

Summerset apretó sus finos labios.

– No. Los he hecho pasar al salón delantero. Han insistido en esperar, aunque usted no había dejado dicho a qué hora regresaría, y el señor se ha retrasado en la oficina.

– Está bien, me ocuparé de ello.

Eve se moría por engullir un enorme plato de cualquier cosa comestible, tomar un baño caliente y tener tiempo para pensar. En lugar de ello se encaminó al salón y se encontró con Leonardo y Jess Barrow. Se sintió primero aliviada y luego contrariada. Summerset conocía a Leonardo y podría haberle dicho que era él quien quería verla.

– Dallas. -En el rostro de Leonardo apareció una sonrisa en cuanto ella entró.

Cruzó la habitación como un gigante vestido con un ceñido mono morado cubierto con un blusón de gasa verde esmeralda. No le extrañaba que Mavis lo adorara. Casi le estrujó los huesos al abrazarla, luego entornó los ojos.

– Todavía no has hecho nada con tu pelo. Llamaré yo mismo a Trina.

– Oh, en fin… -Intimidada, Eve se mesó su corto y desordenado cabello-. La verdad es que ahora no tengo tiempo para…

– Tienes que buscar tiempo para cuidar tu aspecto. No sólo eres una importante figura pública por derecho propio, también eres la mujer de Roarke.

Ella era policía, maldita sea. A los sospechosos y las víctimas les importaba un comino su peinado.

– Bien. Tan pronto…

– Estás descuidando tus tratamientos -le recriminó él, haciendo caso omiso de sus excusas-. Tienes los ojos cansados y las cejas sin depilar.

– Sí, pero…

– Trina se pondrá en contacto contigo para fijar el día. -Él la condujo al otro lado de la habitación y la sentó en una silla-. Ahora relájate -ordenó-. Pon los pies en alto. Ha sido un día muy largo. ¿Quieres que te traiga algo?

– No, la verdad. Estoy…

– Una copa de vino. -Le dedicó una sonrisa radiante mientras le hacía un breve masaje en los hombros-. Me ocuparé de ello. Y no te preocupes. Jess y yo no te entretendremos mucho rato.

– Es inútil discutir con un cuidador nato -comentó Jess cuando Leonardo salió en busca del vino-. Me alegro de verte, teniente.

– ¿No irás a decirme que he adelgazado, o engordado, o que necesito una limpieza de cutis? -Pero Eve soltó un suspiro y se recostó. Era muy agradable sentarse en una silla que no estaba diseñada para torturar las posaderas-. En fin, debe de tratarse de algo gordo para que permitáis que Summerset os insulte hasta mi regreso.

– La verdad, se limitó a mirarnos horrorizado y a encerrarnos aquí. Creo que cuando nos vayamos registrará la habitación para asegurarse de que no nos hemos llevado nada. -Jess se sentó con las piernas cruzadas en un almohadón a los pies de Eve. Sus ojos plateados sonreían y su voz era suave como una crema bávara-. Es una sala preciosa, por cierto.

– Nos gustan. Si querías hacer el tour, tendrías que haberlo dicho antes de que Leonardo me sentara aquí. Voy a quedarme en esta posición un rato.

– Me basta con mirarte. Espero que no te importe que te diga que eres la mujer policía más atractiva con la que jamás… me he codeado.

– ¿Nos hemos codeado, Jess? -Ella arqueó las cejas, que desaparecieron bajo el flequillo-. No me había enterado.

Él soltó una risita y le dio una palmadita en la rodilla con una de sus esbeltas manos.

– Me encantaría hacer el tour en otra ocasión. Pero ahora tenemos que pedirte un favor.

– ¿Algún problema de tráfico que necesitas solucionar?

El rostro de Jess resplandeció.

– Bueno, ahora que lo dices…

Leonardo trajo una copa de cristal llena de vino dorado.

– No la molestes, Jess.

Eve aceptó la copa y levantó la vista hacia Leonardo.

– No me molesta, sólo está flirteando conmigo. Le gusta el peligro.

Jess dejó escapar una melodiosa carcajada.

– Me has pillado. Las mujeres felizmente casadas son las más seguras para flirtear. -Jess extendió los brazos mientras ella bebía un sorbo, observándolo-. No hay daños ni prejuicios. -Le cogió una mano y le recorrió con un dedo el intrincado diseño del anillo de boda.

– El último hombre que tuvo líos conmigo está entre rejas -comentó Eve-. Eso fue después de molerlo a golpes.

– ¡Huy! -Riendo, Jess le soltó la mano-. Tal vez sea mejor que deje que Leonardo te pida el favor.

– Es para Mavis -explicó Leonardo, y su mirada se enterneció al pronunciar su nombre-. Jess cree que la maqueta ya está lista. El mundo de la música y los espectáculos es duro, ya sabes. Está atestado y es muy competitivo, y la mayor ilusión de Mavis es triunfar. Después de lo que ocurrió con Pandora… -Se estremeció ligeramente-. Bueno, después de lo que ocurrió, y de que Mavis fuera arrestada y despedida de Blue Squirrel, pasar por todo eso… Ha sido duro para ella.

– Lo sé. -Eve se sintió de nuevo culpable por la parte que había tomado en el asunto-. Es agua pasada.

– Gracias a ti. -Eve negó con la cabeza, pero Leonardo insistió-: Tú la creíste, luchaste por ella y la salvaste. Ahora voy a pedirte que hagas algo más porque sé que la quieres tanto como yo.

Ella entornó los ojos.

– Es evidente que me estás acorralando -dijo.

Él no se molestó en disimular una sonrisa.

– Eso espero.

– Fue idea mía -interrumpió Jess-. Tuve que empujar un poco a Leonardo para que acudiera a ti. El no quería aprovecharse de tu amistad o posición.

– ¿Mi posición de policía?

– No. -Jess sonrió, comprendiendo la reacción de ella-. De esposa de Roarke. -Oh, a ella le traía sin cuidado eso, pensó divertido. Era una mujer que quería que la valoraran por sí misma-. Tu marido tiene una gran influencia, Dallas.

– Sé muy bien qué tiene Roarke. -No era exactamente cierto. Eve no tenía ni idea de hasta dónde llegaban sus propiedades y operaciones. No quería saberlo-. ¿Qué quieres de él?

– Sólo una fiesta -se apresuró a responder Leonardo.

– ¿Una qué?

– Una fiesta para Mavis.

– Por todo lo alto -terció Jess con una sonrisa-. De las que rompen.

– Un acontecimiento. -Leonardo miró a Jess con afecto-. Un escenario, por así decirlo, donde Mavis pueda conocer gente y actuar. No le he comentado la idea por si te oponías. Pero pensamos que si Roarke pudiera invitar… -Se hizo evidente su embarazo cuando ella lo miró a los ojos-. Bueno, conoce a mucha gente.

– Gente que compra discos, va a clubes, busca espectáculos. -Jess le dedicó una sonrisa cautivadora-. ¿Más vino?

En lugar de ello, Eve dejó a un lado la copa que apenas había tocado.

– Quieres que organice una fiesta. -Temiendo una trampa, escudriñó el rostro de ambos-. ¿Eso es todo?

– Más o menos. -Leonardo la miró esperanzado-. Nos gustaría presentar el disco durante la fiesta y que Mavis actuara también en directo. Sé que es mucho gasto, y estoy más que dispuesto a pagar…

– No será el dinero lo que le preocupe. -Eve reflexionó, tamborileando en el brazo de la silla-. Hablaré con él y me pondré en contacto con vosotros. Supongo que querréis que sea pronto.

– Lo antes posible.

– Me pondré en contacto -repitió Eve, poniéndose de pie.

– Gracias, Dallas. -Leonardo se inclinó para besarle en la mejilla-. Ya no te molestamos más.

– Será un gran éxito -predijo Jess-. Sólo necesita un empujoncito. -Sacó un disco del bolsillo-. Es una copia de la maqueta. -Una copia especialmente amañada para la teniente, pensó él-. Echale un vistazo.

Eve sonrió, pensando en Mavis.

– Lo haré.

Una vez a solas en el piso de arriba, Eve programó el Autochef y se encontró con un humeante plato de pasta y lo que sin duda era una salsa recién hecha a base de tomates y hierbas de la huerta. Nunca dejaba de asombrarle todo lo que Roarke tenía a su disposición. Lo devoró mientras se llenaba la bañera, luego decidió echar en el agua sales aromáticas que él le había comprado en París.

Pensó que olían como su luna de miel, ostentosa y romántica. Se sumergió en una bañera del tamaño de una pequeña piscina y suspiró. Vacía la mente antes de ponerte a pensar, se ordenó al tiempo que abría el panel de mandos empotrado en la pared. Ya había cargado el disco maqueta en la unidad del cuarto de baño y la encendió para verlo en la pantalla de la pared.

Se sumergió en el agua caliente y espumosa, se recostó con una segunda copa de vino en la mano, y meneó la cabeza. ¿Qué demonios estaba haciendo ella allí? Eve Dallas, una policía que se había hecho a sí misma; una niña sin nombre que había sido encontrada en un callejón, abandonada y violada, con un asesinato a cuestas que había borrado de su memoria.

Hasta hacía un año ese recuerdo había permanecido fragmentario y su vida había sido trabajo, supervivencia y más trabajo. Su cometido era hacer justicia a las víctimas, y era buena en ello. Eso le había bastado. Ella se había encargado de que le bastara.

Hasta que apareció Roarke. Seguían desconcertándola los destellos que lanzaba el anillo en su dedo.

Él la quería. La deseaba. Él, el competente, exitoso y enigmático Roarke, incluso la necesitaba. Eso era aún más desconcertante. Y dado que ella al parecer no lograba dar con una respuesta, tal vez con el tiempo aprendería a aceptarlo.

Bebió un sorbo de vino, se sumergió un poco más en el agua y pulsó el botón del mando a distancia.

Al instante el color y el sonido irrumpieron en la habitación. Eve bajó el volumen antes de que le estallaran los tímpanos. Entonces Mavis cruzó la pantalla como un torbellino, tan exótica como un duende, tan potente como un whisky con hielo. Su voz era un alarido, pero resultaba atractiva, y le iba tanto como la música que Jess había compuesto a propósito para ella.

Era un tema ardiente, despiadado, salvaje. Muy propio de Mavis. Pero mientras Eve lo asimilaba, cayó en la cuenta de que el sonido y el espectáculo habían sido pulidos. Siempre había algo centelleante cuando se trataba de un trabajo de Mavis, pero ahora había un brillo que antes no estaba.

Los valores de producción, supuso ella. La orquestación. Y alguien que había tenido la vista de reconocer un diamante bruto, y el talento y voluntad de pulirlo.

La opinión que le merecía Jess mejoró. Tal vez le había parecido un muchacho engreído exhibiendo su complicada consola, pero era evidente que sabía cómo hacerla funcionar. Más aún, comprendía a Mavis. Valoraba lo que era y lo que quería hacer, y había descubierto el modo de que lo hiciera bien.

Eve rió para sí y levantó la copa para brindar por su amiga. Al parecer iban a ofrecer una fiesta por ella.

En su estudio del centro Jess revisaba el disco maqueta. Esperaba de todo corazón que Eve lo viera. Si lo hacía, su mente se abriría a los sueños. Le habría gustado saber cuáles iban a ser, adónde la llevarían. De este modo podría ver lo mismo que ella. Podría documentarlo, revivirlo. Pero su investigación aún no le había permitido descubrir el camino que conducía a los sueños. Algún día, pensó. Algún día.

Los sueños volvieron a sumir a Eve en la oscuridad y el miedo. Al principio eran confusos, luego asombrosamente claros hasta desparramarse de nuevo como hojas al viento. Soñaba con Roarke, y eso era sedante. Contemplando una explosiva puesta de sol con él en México, haciendo el amor en el agua oscura y burbujeante de una laguna. Lo oyó susurrarle al oído mientras la penetraba, instándola a dejarse llevar. Simplemente dejarse llevar.

De pronto se convertía en su padre, que la sujetaba, y ella era una niña indefensa, herida, asustada.

Por favor, no…

Allí estaba el olor a dulce y alcohol que él desprendía. Demasiado dulce, demasiado fuerte. Lo olía y se echaba a llorar, y él le cubría la boca con la mano para acallar sus gritos mientras la violaba.

«Nuestras personalidades son programadas en el momento de la concepción.» La voz de Reeanna acudió flotando, fría y segura. «Somos lo que somos. Nuestras decisiones son tomadas al venir al mundo.»

Y ella era una niña, encerrada en una horrible habitación fría que olía a basura, orina y muerte. Y tenía las manos manchadas de sangre.

Alguien la sostenía, sujetándola por los brazos, y ella luchaba como un animal salvaje, como lucharía una niña desesperada y aterrorizada.

– No, no, no…

– Shhh, Eve, es un sueño. -Roarke la abrazó y la meció en sus brazos mientras el sudor de Eve le manchaba la camisa y le partía el corazón-. Estás a salvo.

– Te maté. Estás muerto. Quédate muerto.

– Despierta.

Él le besó la sien, tratando de hallar el modo de tranquilizarla. Si hubiera podido, habría retrocedido en el tiempo y asesinado alegremente lo que la atormentaba.

– Despierta, cariño. Soy Roarke. Nadie va a hacerte daño. Ha muerto -murmuró cuando ella dejó de forcejear y empezó a temblar-. Y nunca volverá.

– Ya estoy bien. -Siempre le humillaba ser sorprendida en medio de una pesadilla.

– Pues yo no. -Él siguió sosteniéndola, acariciándola, hasta que ella dejó de temblar-. Ha sido una pesadilla.

Ella mantuvo los ojos cerrados y trató de concentrarse en el olor que él desprendía, limpio y varonil.

– Recuérdame que no me meta en cama después de unos maravillosos espaguetis con especias. -Eve se dio cuenta de que él estaba vestido y que las luces del dormitorio estaban bajas-. Aún no te has acostado.

– Acabo de entrar. -Él le secó una lágrima de la mejilla-. Sigues pálida. -Le destrozaba verla así y su voz se volvió tensa-. ¿Por qué demonios no tomas al menos un tranquilizante?

– No me gustan. -Como de costumbre, la pesadilla le había dejado un ligero dolor de cabeza. Sabiendo que él se daría cuenta si la miraba con mucho detenimiento, se apartó-. Hacía tiempo que no tenía ninguna. Semanas enteras. -Más serena, se frotó los ojos cansados-. Esta era muy confusa y extraña. Tal vez fuera el vino.

– O el estrés. El trabajo acabará contigo.

Ella ladeó la cabeza y consultó el reloj que él llevaba en la muñeca.

– ¿Y quién acaba de llegar de la oficina a las dos de la madrugada? -Eve sonrió, deseando borrar la preocupación reflejada en los ojos de Roarke-. ¿Has comprado algún pequeño planeta últimamente?

– No, sólo unos satélites insignificantes. -Roarke se levantó, se quitó la camisa y arqueó una ceja al ver la expresión con que ella le miraba el pecho desnudo-. Estás demasiado cansada.

– Tú puedes hacer todo el trabajo.

Riendo, él se sentó para quitarse los zapatos.

– Muchas gracias, pero ¿qué tal si esperamos a que tengas fuerzas para participar?

– ¡Cielos, eso es tan de casados! -Pero se deslizó debajo de las sábanas, agotada. El dolor de cabeza la rondaba.

Cuando él se acostó a su lado, ella descansó la cabeza en su hombro.

– Me alegro de que estés en casa.

– Yo también. -Roarke le acarició el cabello con los labios-. Ahora duerme.

– Sí. -A Eve le tranquilizaba sentir los latidos de su corazón bajo la palma de la mano. Sólo que se sentía ligeramente avergonzada de necesitarlo, de necesitar que él estuviera allí-. ¿Crees que somos programados al nacer?

– ¿Cómo dices?

– Simple curiosidad. -Eve se sumía ya en el sueño crepuscular, y habló despacio y con voz pastosa-. ¿Es el azar, la dotación genética, lo que se cuela con los huevos y el esperma? ¿En qué nos convierte eso a ti y a mí, Roarke?

– En supervivientes -respondió él, pero sabía que ella dormía-. Hemos sobrevivido.

Permaneció despierto largo rato escuchándola respirar y contemplando las estrellas. Cuando creyó que ella dormía sin interrupción, la imitó.

A las siete la despertó un comunicado de la oficina del comandante Whitney. Esperaba la llamada. Tenía dos horas para preparar el informe que debía exponerle.

No le soprendió encontrar a Roarke ya en pie, vestido y tomando café mientras revisaba los informes de la bolsa en su monitor. Ella le dedicó un gruñido, su acostumbrado saludo de buenos días, y se llevó el café a la ducha.

Él hablaba por telenexo cuando ella volvió. Con su corredor de bolsa, según dedujo ella de los fragmentos de conversación que captó. Eve cogió un bollo de pan con la intención de comérselo mientras se vestía, pero Roarke le cogió la mano y la sentó en el sofá.

– Te llamaré a la una -dijo a su corredor antes de cortar la transmisión-. ¿A qué vienen tantas prisas? -preguntó a Eve.

– Tengo que reunirme con Whitney dentro de hora y media y convencerle de que hay una conexión entre tres víctimas no relacionadas entre sí, y persuadirle de que me deje mantener el caso abierto y acepte los datos que he conseguido de forma ilegal. Luego me esperan otra vez en el tribunal para testificar, para que un chulo de los bajos fondos, que tenía un prostíbulo ilegal de menores y que golpeó a una de ellas hasta matarla, vaya a la cárcel y no salga de allí.

Él la besó con delicadeza.

– Un día más. Tómate unas fresas.

Ella sentía debilidad por las fresas y cogió una de la fuente.

– No tenemos ningún compromiso esta noche, ¿verdad?

– No. ¿Qué tienes en mente?

– Estaba pensando que podríamos no hacer nada. -Se encogió de hombros-. A menos que acabe en Interrogatorios por haber violado la seguridad del gobierno.

– Deberías haberlo dejado en mis manos. -Él le sonrió-. Con un poco de tiempo habría podido acceder a esos datos desde aquí.

Ella cerró los ojos.

– No digas nada. La verdad, prefiero no saberlo. -¿Qué me dices de ver un par de viejos vídeos comiendo palomitas y dándonos el lote en el sofá?

– Digo gracias, Dios.

– Entonces quedamos así. -Roarke destapó la taza del café-. Tal vez incluso logremos cenar juntos. Ese caso… o casos te tienen preocupada.

– No consigo ver nada claro. No veo el porqué ni el cómo. Aparte del cónyuge de Fitzhugh y de su socia, nadie se ha apartado siquiera de las normas. Y los dos son imbéciles. -Eve alzó los hombros-. No es homicidio cuando se trata de autodestrucción, pero tiene todo el aspecto de serlo. -Resopló-. Y si eso es todo lo que tengo para convencer a Whitney, tendré que sacar mi trasero de su oficina antes de que me lo pisotee.

– Confía en tu instinto. Me da la impresión de que ese hombre es lo bastante listo para confiar también en él.

– Pronto Lo sabremos.

– Si te arrestan, cariño, te esperaré.

– ja, ja.

– Summerset dijo que tuviste visita ayer -añadió Roarke mientras ella se levantaba y se acercaba al armario.

– Oh, mierda, lo había olvidado. -Arrojando el albornoz al suelo, buscó desnuda entre su ropa. Era un ritual que a Roarke le encantaba. Encontró una camisa de algodón azul claro y se la puso-. Hice venir a un par de tíos para una rápida orgía después del trabajo.

– ¿Hicisteis fotos?

Ella soltó una risita. Encontró unos vaqueros, pero recordó su cita en los tribunales y los cambió por unos pantalones entallados.

– Eran Leonardo y Jess. Querían pedirte un favor.

Roarke observó cómo empezaba a ponerse los pantalones, recordaba la ropa interior y abría un cajón.

– ¿Ah, sí? ¿Me dolerá?

– No lo creo. Y la verdad, estoy de su parte. Se les ocurrió que podrías organizar una fiesta aquí en honor de Mavis. Y dejarla actuar. El disco maqueta ya está listo. Lo vi anoche y es realmente bueno. Serviría para, digamos, promocionarlo antes de que empiecen a venderlo.

– De acuerdo. Podríamos organizarla para dentro de una o dos semanas. Revisaré mi agenda. Medio vestida, ella se volvió hacia él.

– ¿Ya está?

– ¿Por qué no? No hay ningún problema. -Ella hizo un mohín.

– Imaginé que tendría que persuadirte.

Los ojos de Roarke se iluminaron de anticipación.

– ¿Te gustaría?

Ella se abrochó los pantalones y lo miró inexpresiva.

– Bueno, lo agradecería. Y ya que estás tan complaciente, supongo que es buen momento para soltar la segunda parte.

Él se sirvió más café y lanzó una mirada al monitor cuando empezaron a desfilar en la pantalla los informes de agricultura de fuera del planeta. Recientemente había comprado una minigranja en la estación espacial Delta.

– ¿Qué segunda parte?

– Bueno, Jess ha preparado un número. Me lo mostró anoche. -Miró a Roarke-. Forman un dúo realmente impresionante. Y nos preguntamos si en la fiesta, en la parte de la actuación en directo, podrías salir con Mavis.

Él parpadeó, perdiendo interés en los cultivos.

– ¿Para qué?

– Para actuar. La verdad es que fue idea mía -siguió ella, casi delatándose al verlo palidecer-. Tienes una bonita voz. Al menos en la ducha. Te sale el acento irlandés. Lo comenté y a Jess le pareció fabuloso.

Roarke logró cerrar la boca, no sin dificultades. Alargó un brazo para apagar el monitor.

– Eve…

– Sería fantástico. Leonardo te ha diseñado un conjunto.

– ¿Para mí…? -Alterado, Roarke se levantó-. ¿Quieres que me disfrace y cante un dúo con Mavis… en público?

– Significaría mucho para ella. Piensa sólo en la publicidad que conseguiríamos.

– Publicidad. -Roarke palideció-. Cielo santo, Eve.

– Es un número muy sexy. -Poniendo a ambos a prueba, ella se acercó a él y empezó a juguetear con los bolsillos de su camisa mientras lo miraba esperanzada-. Podría conducirla a la cima.

– Eve, le tengo mucho aprecio, de veras. Sólo que no creo…

– Eres tan importante… -lo interrumpió ella deslizándole un dedo por el pecho-. Tan influyente y… maravilloso.

Eso era demasiado. Roarke entornó los ojos.

– Me estás camelando.

Eve prorrumpió en carcajadas.

– Te lo has tragado. ¡Oh, tendrías que haber visto la cara que has puesto! -Se llevó una mano al estómago y gritó cuando él le tiró de una oreja-. Por poco te convenzo.

– Lo dudo. -Roarke le volvió la espalda y volvió a servirse café.

– Lo habría conseguido. Habrías actuado si hubiera seguido un poco más. -Sin parar de reír, ella le rodeó el cuello y se abrazó a su espalda-. Te quiero.

El permaneció inmóvil mientras la emoción le inundaba el pecho. Conmovido, se volvió y la sujetó por los brazos.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Eve dejando de reír. Parecía aturdido, y su mirada era oscura y feroz.

– Nunca lo dices. -La atrajo hacia sí y hundió el rostro en su cabello-. Nunca lo dices -repitió.

Ella no podía hacer más que esperar, estremecida ante las emociones que había suscitado en él. ¿De dónde habían salido?, se preguntó. ¿Dónde habían permanecido escondidas?

– Claro que lo digo.

– No así. -Él había sabido cuánto necesitaba oírselo decir de ese modo-. Sólo lo haces de forma impulsiva, sin pensar.

Ella abrió la boca para negarlo, pero volvió a cerrarla. Era cierto, y estúpido y cobarde.

– Lo siento. Me cuesta mucho. Claro que te quiero -dijo ella en voz queda-. A veces me asusta porque tú eres el primero. Y el único.

Él la abrazó.

– Has cambiado mi vida. Eres mi vida. -La besó despacio y delicadamente-. Te necesito.

Ella le echó los brazos al cuello y lo atrajo hacia sí.

– Demuéstramelo. Ya.

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