Eve se paseaba por la oficina elegantemente enmoquetada de la doctora Mira con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha como un toro listo para embestir.
– No lo entiendo. ¿Cómo es posible que no coincida su perfil? Puedo encerrarlo por cargos menos graves. Ese cabrón ha estado jugando con los cerebros de otras personas, disfrutando con ello.
– No se trata de coincidencias, Eve, sino de probabilidades.
Paciente y con expresión serena, Mira se hallaba sentada en su confortable butaca adaptable al cuerpo, bebiéndose un té al jazmín. El ambiente estaba cargadísimo de la frustración y energía que emanaban de Eve.
– Tienes su confesión y pruebas de que ha experimentado en torno a la influencia del patrón de las ondas cerebrales individualizadas. Y estoy de acuerdo en que tiene muchas preguntas que responder. Pero en lo que se refiere al cargo de coacción al suicidio, no puedo corroborar dé un modo decisivo tu sospecha.
– Bueno, eso es estupendo. -Eve se volvió. El tratamiento de Reeanna y un sueñecito de una hora la habían reanimado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes-. Sin tu corroboración Whitney no se tragará el asunto, lo que significa que el fiscal tampoco lo hará.
– No puedo amañar mi informe a tu gusto, Eve.
– ¿Quién te ha pedido que lo hagas? -Levantó las manos, luego volvió a meterlas en los bolsillos-. ¿Qué no encaja, por el amor de Dios? Ese hombre se cree Dios y eso lo ve hasta el más ciego.
– Estoy de acuerdo en que los rasgos de su personalidad se inclinan hacia un exceso de amor propio y que su temperamento recuerda el del artista atormentado. -Mira suspiró-. Me gustaría que te sentaras. Me canso sólo de verte.
Eve se dejó caer en una silla y frunció el entrecejo.
– Ya estoy sentada. Te escucho.
Mira no pudo evitar sonreír. La increíble energía e infinita capacidad de concentración de Eve eran admirables.
– ¿Sabes, Dallas? Nunca he conseguido explicarme por qué la impaciencia resulta tan atractiva en ti. Y cómo, con tan elevada dosis de ella, sigues siendo meticulosa con tu trabajo.
– No estoy aquí para que me analices, doctora.
– Lo sé. Sólo me gustaría convencerte de que asistieras a sesiones regulares. Pero ésa es una cuestión que dejaremos para otro momento. Ya tienes mi informe, pero para resumir mis conclusiones, el sujeto es un hombre egocéntrico, que se congratula a sí mismo y suele explicar su conducta poco sociable como un arte. También es brillante. -La doctora suspiró levemente, luego meneó la cabeza-. Tiene una mente realmente despierta. Casi se salía de la escala según los clásicos tests de Trislow y Secour.
– Me alegro por él. Pongamos su cerebro en un disco y sometámosle a varias sesiones de sugestión.
– Tu reacción es comprensible -repuso Mira con suavidad-. La naturaleza humana se resiste a cualquier clase de control de la mente. Los adictos lo racionalizan engañándose al afirmar que lo controlan. -Se encogió de hombros-. En cualquier caso, el sujeto tiene una admirable e incluso asombrosa aptitud para la visualización y la lógica. También es muy consciente y se jacta, por así decirlo, de dicha aptitud. Bajo su apariencia encantadora es, utilizando un término no científico, un gilipollas. Pero no puedo en conciencia catalogarlo de asesino.
– No me preocupa tu conciencia -replicó Eve apretando los dientes-. Es capaz de diseñar y hacer funcionar un equipo que puede influenciar en la conducta de otras personas. Creo, perdón, sé, que las mentes de esos cuatro muertos fueron coaccionadas para que se suicidaran.
– Y, lógicamente, debería haber una conexión. -Mira se recostó y programó un té para Eve-. Pero no has detenido a un hombre hostil a la sociedad. -Le tendió una fragante y humeante taza que ambas sabían que ella no quería-. Hasta la fecha no existe una explicación clara de esas muertes, y si fueron realmente coaccionadas, en mi opinión el responsable es un sujeto antisocial.
– ¿Y qué lo diferencia?
– Que le gusta la gente y quiere casi desesperadamente gustar y ser admirado -explicó Mira-. Es manipulador, es cierto, pero cree que ha hecho un gran descubrimiento para la humanidad. Del que piensa beneficiarse, desde luego.
– Así que a lo mejor sólo se dejó llevar. -¿No era así como lo había explicado él al referirse a la noche anterior?, se preguntó. Se había dejado llevar-. Y tal vez no controla tanto su equipo como se piensa.
– Es posible. Por otra parte, Jess disfruta con su trabajo y necesita ser partícipe de los resultados. Su amor propio le exige ver y experimentar al menos parte de lo que ha creado.
Él no estaba en el maldito cuarto de baño con nosotros, pensó Eve, pero temió haber comprendido lo que Mira quería decir: el modo en que Jess la había buscado con la mirada y la había sonreído al volver a la fiesta. -Eso no es lo que quiero oír.
– Lo sé. -Mira dejó la taza a un lado-. Escúchame, ese hombre es como un niño, un sabio emocionalmente atrofiado. Para él su visión y su música son más reales y más importantes que la gente, pero no descarta a la gente. En una palabra, no encuentro pruebas de que pusiera en peligro su libertad para matar.
Eve bebió un sorbo de té.
– ¿Y si tuviera un socio? -especuló, recordando la teoría de Feeney.
– Es posible. No es un hombre que comparta alegremente sus logros, pero siente una gran necesidad de adulación y de éxito financiero. Podría ser que en un punto determinado del diseño necesitara ayuda y se buscara un socio.
– Entonces ¿por qué no lo confesó? -Meneó la cabeza-. Es un cobarde; lo habría delatado. No habría cargado él solo con la culpa. -Volvió a beber un sorbo, dando rienda suelta a sus pensamientos-. ¿Y si estaba genéticamente marcado hacia una conducta sociopatológica? Es inteligente, y lo bastante astuto para enmascararla, pero es sólo parte de su maquillaje.
– ¿Marcado al nacer? -Mira casi resopló-. No suscribo tal hipótesis. La familia, el entorno, la educación, las elecciones tanto morales como inmorales que tomamos nos convierten en lo que somos. No nacemos monstruos o santos.
– Pero hay expertos que creen que sí. -Y tenía una a su disposición, se dijo Eve.
Mira le leyó tan fácilmente el pensamiento que no pudo evitar sentirse herida en su orgullo.
– Si deseas consultar este asunto con la doctora Ott, eres muy libre de hacerlo. Estoy segura de que estará encantada.
Eve no supo si hacer una mueca o sonreír. Mira raras veces hablaba con irritación.
– No era mi intención cuestionar tus aptitudes, doctora. Pero necesito algo con que golpear, y tú no puedes proporcionármelo.
– Déjame decirte lo que pienso acerca de si somos marcados al nacer, teniente. Creo que es un puro y simple escurrir el bulto al problema. Una muleta. No pude evitar prender fuego a ese edificio y quemar a cientos de personas vivas. Conclusión: nací pirómano. No pude evitar matar a palos a esa anciana por un puñado de créditos. Conclusión: mi madre era ladrona.
Le enfurecía pensar que se utilizaba ese ardid para esquivar responsabilidades, además de para dejar marcados a quienes no podían defenderse de los monstruos que los parieron.
– Esa teoría nos exime de humanidad, de moralidad -continuó-, de distinguir el bien del mal. Nos permite decir que fuimos marcados en el útero materno y nunca tuvimos una oportunidad. -Ladeó la cabeza-. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
Eve dejó la taza con brusquedad.
– No estamos hablando de mí. No hablamos de dónde vengo o en qué me he convertido, sino de cuatro personas que no tuvieron una oportunidad, que yo sepa. Y alguien tiene que responder de ello.
– Una cosa -añadió Mira cuando Eve se puso de pie-. ¿Te has concentrado en ese tipo por los ultrajes que te ha hecho a ti y al hombre que amas, o por los muertos a los que representas?
– Tal vez por ambos -admitió Eve al cabo de un momento.
No habló con Reeanna enseguida. Quería un poco de tiempo para dejarlo reposar en la mente. Y se vio obligada a posponerlo al encontrar a Nadine Furst en su oficina.
– ¿Cómo has pasado los dispositivos de seguridad?
– Oh, tengo mis métodos. -Nadine balanceó la pierna y le dedicó una sonrisa amistosa-. Y la mayoría de los polis de aquí saben que tú y yo nos conocemos desde hace tiempo.
– ¿Qué quieres?
– No diría que no a un café.
De mala gana, Eve se volvió hacia el Autochef y ordenó dos tazas.
– Sé breve, Nadine. El crimen está muy extendido en esta ciudad.
– Y eso nos mantiene a las dos ocupadas. ¿Qué te hizo salir anoche, Dallas?
_¿Qué?
– Vamos, me hallaba en la fiesta. Mavis estuvo increíble, por cierto. Primero tú y Roarke desaparecéis. -Nadine bebió un sorbo con delicadeza-. No es preciso ser una reportera astuta como yo para imaginar de qué se trata. -Juntó las cejas y soltó una risita al ver que Eve la miraba fijamente-. Pero tu vida sexual no es ninguna novedad, al menos para mí.
– Nos estábamos quedando sin croquetas de gambas, de modo que bajamos a la cocina e hicimos más.
– Ya, ya. -Nadine hizo un gesto con la mano y se concentró en el café. Ni en los más altos peldaños del canal 75 raras veces se tenía acceso a tan poderoso brebaje-. Entonces advierto, siendo lo observadora que soy, que te llevas de ahí a Jess Barrow al final del número. Y ya no volvéis. Ninguno de los dos.
– Nos dimos un frenético revolcón -repuso Eve secamente-. Eres muy libre de sacarlo en crónicas de sociedad.
– Y yo me estoy tirando a un androide sexual de un solo brazo.
– Siempre te ha gustado explorar.
– La verdad, lo probé en una ocasión, pero me estoy apartando del tema. Roarke, con su estilo encantador, logra mover de allí a los invitados rezagados y conduce a los parásitos a la sala recreativa, con un gran equipo de holograma, por cierto, y nos comunica tu pesar. ¿La llamada del deber? -Ladeó la cabeza-. Qué raro. En mi escáner policial no consta que hayan hecho salir a esas horas de la noche a nuestra brillante detective de homicidios.
– En tu escáner no sale todo, Nadine. Y yo soy un soldado más. Voy cuando y a donde me mandan.
– Cuéntaselo a otro. Sé lo unida que estás a Mavis. Sólo algo de alto nivel te habría hecho perder su gran momento.- Se inclinó hacia adelante-. ¿Dónde está Jess Barrow, Dallas? ¿Y qué demonio ha hecho?
– No tengo nada que decirte, Nadine.
– Vamos, Dallas, ya me conoces. Lo guardaré para mí hasta que me des luz verde. ¿A quién ha matado?
– Cambia de canal -aconsejó Eve. Luego sacó su comunicador cuando éste sonó-. Sólo visualizar, desconectar audio.
Leyó la transmisión de Peabody, y pidió mediante el teclado que se reunieran, con Feeney incluido, en veinte minutos. Dejó el comunicador en el escritorio y se volvió hacia el Autochef para ver si había patatas de soja. Necesitaba comer algo para contrarrestar la cafeína.
– Tengo trabajo, Nadine -dijo, tras descubrir que no había nada salvo un sándwich de huevo irradiado-. Y nada de aumentar tu índice de audiencia.
– Me estás ocultando algo. Sé que tienes a Jess detenido. Tengo informadores en Detenciones.
Disgustada, Eve se volvió. En Detenciones siempre había filtraciones.
– No puedo ayudarte.
– ¿De qué vas a acusarle?
– Los cargos aún no pueden divulgarse.
– Maldita sea, Dallas.
– Estoy justo en el borde, y podría caer en una u otra dirección -replicó Eve-. No me empujes. Y cuando esté autorizada para hablar sobre el caso con los medios de comunicación, tú serás la primera. Tendrás que conformarte con eso.
– Dirás que tengo que conformarme con nada. -Nadine se puso de pie-. Vas tras algo importante, o no te mostrarías tan altanera. Sólo te pido… -Se interrumpió cuando Mavis irrumpió en la oficina.
– Por Dios, Dallas, ¿cómo has podido detener a Jess? ¿Qué te propones?
– Maldita sea, Mavis. -Eve vio a Nadine aguzar sus oídos de periodista-. Tú, largo de aquí -ordenó.
– Ten compasión, Dallas. -Nadine se aferró a Mavis-. ¿No ves lo alterada que está? Déjame traerte un café, Mavis.
– He dicho largo, y hablo en serio. -Eve se frotó la cara-. Lárgate, Nadine, o te pondré en la lista de bloqueo.
Como amenaza tenía garra. Estar en la lista de bloqueo informativo significaba que no habría un solo policía en la brigada de homicidios que informara a Nadine de la hora correcta, y mucho menos del protagonista de una noticia.
– Está bien. Pero no voy a dejarlo correr. -Había otras formas de indagar, pensó Nadine, y otros métodos.
Cogió el bolso y tras lanzar una última mirada furibunda a Eve, salió.
– ¿Cómo has podido? -preguntó Mavis-. Dallas, ¿cómo has podido hacerme esto?
Para asegurarse cierta privacidad Eve cerró la puerta. El dolor de cabeza había trazado un círculo completo y ahora le palpitaba detrás de los ojos.
– Es mi trabajo.
– ¿Tu trabajo? -Mavis tenía los ojos enrojecidos de llorar. Era conmovedor el modo en que hacían juego con los mechones azul cobalto de su cabello escarlata-. ¿Qué hay de mi carrera? Cuando por fin me llega la oportunidad que estaba esperando, y por la que he trabajado duro, vas y encierras a mi socio. ¿Y por qué? -Le tembló la voz-. Porque se te insinúa y eso cabrea a Roarke.
– ¿Qué? -Eve abrió la boca e hizo un esfuerzo por articular las palabras-: ¿De dónde demonios has sacado esa idea?
– Acabo de hablar con él. Está destrozado. No puedo creer que hayas jugado de ese modo, Dallas. -Se echó a llorar de nuevo-. Sé que para ti lo primero es Roarke, pero hace mucho que nos conocemos.
En ese momento, con Mavis llorando ruidosamente, Eve habría estrangulado alegremente a Jess Barrow.
– Sí, hace mucho que nos conocemos, y deberías saber que no estaba jugando. No detengo a nadie sólo porque me parezca molesto. ¿Por qué no te sientas?
– ¡No quiero sentarme! -aulló Mavis.
Eve hizo una mueca de dolor cuando el sonido penetró de lleno en su cerebro como la punta de un cuchillo.
– Pues yo sí. -Se dejó caer en la silla. ¿Cuánto podía contar a un civil sin ponerse en peligro? ¿Y cuánto peligro estaba dispuesta a correr? Volvió a mirar a Mavis y suspiró. Cuanto fuera necesario-. Jess es el primer sospechoso de cuatro muertes.
– ¿Cómo? ¿Te has vuelto loca desde ayer noche? Jess jamás…
– Basta -replicó Eve-. Todavía no tengo pruebas, pero estoy en ello. Sin embargo tengo otros cargos, y serios. Ahora, si paras de lloriquear y te sientas de una vez, te lo explicaré.
– Ni siquiera te quedaste hasta el final de la actuación. -Mavis consiguió desplomarse en una silla, pero siguió lloriqueando.
– Oh, Mavis. Lo siento. -Le tendió una mano. No servía para consolar a la gente-. No pude… no podía hacer otra cosa. Jess está involucrado en el control de la mente.
– ¿Qué? -Era una afirmación tan descabellada viniendo de la persona más sensata que conocía, que Mavis dejó de llorar y sorbió por la nariz, boquiabierta.
– Ha desarrollado un programa para tener acceso al patrón de las ondas cerebrales e influir en la conducta. Y lo ha utilizado conmigo, con Roarke y contigo.
– ¿Conmigo? Esto me recuerda a Frankestein. Jess no es un científico loco. Es un músico.
– Es ingeniero y musicólogo, pero sobre todo un cabrón.
Eve respiró hondo, luego le explicó más de lo que creía necesario. A Mavis se le secaron las lágrimas y se le endureció la mirada.
– Me utilizó para contactar contigo y con Roarke. Sólo fui un trampolín. Una vez que lo lancé hacia ti, empezó a joderte la mente.
– No ha sido culpa tuya. Basta ya -ordenó Eve cuando los ojos de Mavis empezaron a brillar de nuevo-. Hablo en serio. Estoy cansada y muy presionada, y creo que me va a estallar la cabeza. Lo último que necesito ahora son tus lágrimas. No ha sido culpa tuya. Te utilizó, lo mismo que a mí. Esperaba que Roarke apoyara su proyecto. Eso no me hace menos policía, ni a ti menos artista. Eres buena, y serás aún más buena. Él sabía que podías hacerlo y por eso te utilizó. Está demasiado orgulloso de su talento para asociarse con una inútil.
Mavis se llevó la mano a la nariz.
– ¿De verdad? -dijo con tan tímida esperanza que hizo comprender a Eve hasta qué punto la había herido en su amor propio.
– De verdad. Eres genial, Mavis. Te lo aseguro.
– Está bien. -Se secó los ojos-. Supongo que me dolió que no te quedaras hasta el final. Leonardo me dijo que era tonta. Que no te habrías ido si no hubieras tenido que hacerlo. -Respiró hondo alzando y dejando caer sus delgados hombros-. Entonces Jess me llamó y me soltó todo ese cuento. No debí creerle.
– No importa. Aclararemos el resto más tarde. Tengo mucho que hacer, Mavis. No tengo tiempo que perder.
– ¿Crees que mató a alguien?
– Eso es lo que tengo que averiguar. -Eve se volvió al oír llamar a la puerta.
Peabody se asomó vacilante.
– Lo siento, teniente. ¿Espero fuera?
– No, ya me iba. -Mavis sorbió por la nariz, se levantó y sonrió con tristeza-. Siento el mar de lágrimas y demás.
– Ya está olvidado. Te llamaré cuando pueda. No te preocupes por nada.
Mavis asintió, y bajó los párpados para ocultar el fuego que echaba por los ojos. Se proponía hacer algo más que preocuparse.
– ¿Todo bien por aquí, teniente? -preguntó Peabody en cuanto Mavis las dejó a solas.
– La verdad, Peabody, todo está jodido. -Eve se sentó y se masajeó las sienes para aliviar el dolor-. Mira no cree que nuestro sospechoso tenga el perfil del asesino. Y la he herido en sus sentimientos porque voy a acudir a otra experta. Nadine Furst se huele algo, y he partido el corazón de Mavis y le he dejado el ego por los suelos.
Peabody esperó unos instantes.
– Bueno, aparte de eso, ¿qué tal las cosas?
– Genial. -Eve sonrió-. Maldita sea, prefiero mil veces un bonito y claro asesinato que esta porquería fisiológica.
– Ésos eran buenos tiempos. -Peabody se hizo a un lado y Feeney entró-. Bueno, ya tienes la banda al completo.
– Manos a la obra. ¿Novedades? -preguntó Eve a Feeney.
– El equipo de recogida de pruebas encontró más discos en el estudio del sospechoso, pero hasta la fecha no corresponden a las víctimas. Solía hacer comentarios sobre su trabajo. -Incómodo, Feeney cambió de postura. Jess había sido muy explícito al especular sobre los resultados, incluyendo el impulso sexual que había dado a Eve y Roarke-. Anotaba nombres, horas, ah, y clase de sugestión. No hay ninguna mención de los cuatro muertos. He revisado sus sistemas de comunicaciones; nada.
– Bueno, eso es fabuloso.
Feeney volvió a cambiar de postura y empezó a ruborizarse.
– Lo he precintado para que sólo tú la veas. Ella frunció el entrecejo.
– ¿Porqué?
– Esto… habla mucho de ti. A nivel personal. -Clavó la vista más allá de Eve-. De nuevo es muy explícito en sus especulaciones.
– Sí, dejó claro que estaba muy interesado en mi cabeza.
– No sólo en esa parte de tu anatomía. -Feeney suspiró-. Consideraba que sería un experimento divertido intentar…
_¿Qué?
– Influenciar tu comportamiento hacia él… de forma sexual.
Eve resopló. No sólo eran las palabras, sino la forma tan formal de pronunciarlas por parte de Feeney.
– ¿Creía que podía utilizar su juguete para llevarme a la cama? Genial. Podemos acusarle de otro cargo. Intención de acoso sexual.
– ¿Me nombra a mí? -quisó saber Peabody y recibió una mirada furibunda de Eve.
– Eso ha sido de mal gusto, oficial.
– Simple curiosidad.
– Estamos aumentando la condena -siguió Eve-, pero no tenemos pruebas del asunto grande. Y el análisis de Mira va en contra nuestra.
Peabody respiró hondo y probó suerte.
– ¿Te has planteado que ella podría tener razón? ¿Que él podría no ser el culpable?
– Sí, lo he hecho. Y me aterroriza la idea. Si ella tiene razón, entonces hay alguien ahí fuera con un juguete para manipular cerebros. Así que confiemos en que hemos encerrado a nuestro hombre.
– Hablando de nuestro hombre -interrumpió Feeney-, has de saber que se ha puesto en manos de abogados.
– Me lo suponía. ¿Alguien que conozcamos?
– Leanore Bastwick.
– Cielos, el mundo es un pañuelo.
– Esa mujer quiere ganar puntos a tu costa, Dallas. -Feeney sacó un paquete de frutos secos y ofreció a Peabody-. Está deseosa de ponerse manos a la obra. Quiere hacer una rueda de prensa. Corre la voz de que le cobra los honorarios mínimos, que sólo lo hace para hundirte, y que para eso organizó la rueda de prensa.
– Ya puede atacar. Podemos posponer la rueda de prensa veinticuatro horas. Confiemos en que hayamos encontrado algo consistente para entonces.
– He averiguado algo que podría llevarnos a alguna parte -comentó Peabody-. Mathias asistió dos semestres al Instituto de Tecnología de Massachusetts. Por desgracia, eso fue tres años después de que Jess obtuviese su licenciatura, pero Jess utilizó su categoría de alumno para acceder a los datos de los archivos. También enseñó musicología a través un programa optativo clase E que la universidad cargó en las ofertas de la biblioteca. Mathias hizo ese curso durante su último semestre.
Eve sintió una subida de tensión.
– Buen trabajo, Peabody. Por fin tenemos una conexión. Tal vez hemos estado buscado donde no tocaba. Pearly fue la primera víctima que conocemos. ¿Y si es el único que estaba en contacto con los demás? Podría tratarse de algo tan simple como su interés por los juegos electrónicos.
– Ya hemos buscado en esa dirección.
– Pues vuelve a hacerlo -ordenó Eve a Peabody-. Y más a fondo. No todos los circuitos son legales. Si Mathias fue utilizado para desarrollar ese sistema, debió de jactarse de ello. Los piratas aficionados utilizan toda clase de compu-nombres. ¿Puedes averiguar el suyo?
– Con tiempo -accedió Feeney.
– Puedes ponerte en contacto con Jack Carter. Era su compañero de habitación en el Olympus. Tal vez pueda ayudarte. Peabody, llama al hijo de Devane y mira e intenta sonsacarle desde este ángulo. Yo me centraré en Fitzhugh. -Echó un vistazo al reloj-. Pero primero haré una visita. Puede que consiga ahorrar algunos pasos.
Eve tenía la sensación de haber retrocedido al punto de partida en busca de una conexión. Tenía que haber alguna, e iba a tener que mezclar a Roarke en ello. Lo llamó desde el telenexo del coche.
– Hola, teniente. ¿Qué tal la siesta?
– Demasiado corta. ¿Tienes para mucho en la oficina?
– Unas horas. ¿Por qué?
– Me gustaría pasarme por allí. Ahora mismo. ¿Puedes hacerme un hueco?
Él sonrió.
– Eso siempre.
– Es un asunto de trabajo -explicó Eve, y cortó la comunicación sin devolverle la sonrisa. A continuación puso a prueba la conducción automática y programó su destino. Luego volvió a utilizar el telenexo-. Nadine.
Nadine ladeó la cabeza y le lanzó una mirada glacial.
– Teniente.
– A las nueve en mi oficina.
– ¿Llevo un abogado?
– Mejor lleva la grabadora. Tendrás la primicia de la rueda de prensa sobre Jess de mañana.
– ¿Qué rueda de prensa? -Mejoró la imagen y el tono de voz cuando Nadine pasó a confidencial y se puso auriculares-. No hay ninguna programada.
– La habrá. Si quieres la primicia y el informe oficial, estáte a las nueve.
– ¿Cuál es la trampa?
– El senador Pearly. Tráeme todo. No los datos oficiales, sino lo que se han callado. Pasatiempos, lugares de recreo, contactos clandestinos.
– Pearly estaba limpio.
– No tienes por qué no estarlo para jugar en la clandestinidad, sólo necesitas tener curiosidad.
– ¿Y qué te hace pensar que puedo acceder a datos confidenciales acerca de un funcionario del gobierno?
– Porque eres tú, Nadine. Envíame los datos a la terminal de mi casa y nos veremos a las nueve. Les sacarás a todos dos horas de ventaja. Piensa en el índice de audiencia.
– Eso hago. Trato hecho -replicó, y cortó la comunicación.
Mientras Eve introducía con suavidad el vehículo en el aparcamiento de la oficina de Roarke situada en la periferia del centro de la ciudad, empezó a pensar con más benevolencia en el departamento de mantenimiento de vehículos. Su plaza de VIP la esperaba, y bajó la pantalla de seguridad en cuanto apagó el motor.
El ascensor le aceptó la palma de la mano y la llevó a la tercera planta en un silencioso y decoroso trayecto. Nunca se acostumbraría a ello.
La secretaria personal de Roarke le sonrió radiante, le dio la bienvenida y la condujo a través de las oficinas externas y por el pasillo de diseño funcional que llevaba al elegante pero eficiente despacho privado de Roarke.
Pero no estaba solo.
– Siento interrumpir. -Eve hizo un esfuerzo por no poner mala cara a Reeanna y William.
– En absoluto. -Roarke se acercó y la besó-. Ya hemos terminado.
– Tu marido es un negrero. -William estrechó afectuosamente la mano a Eve-. Si no hubieras venido, Reeanna y yo nos habríamos quedado sin cenar.
– Eso tú. -Reeana rió-. No piensas en otra cosa que en electrónica o en tu estómago.
– O en ti. ¿Quieres acompañarnos? -preguntó William a Eve-. Pensábamos probar el restaurante francés del pasillo aéreo.
– Los polis no comen -respondió Eve tratando de adaptarse al tono jocoso de la conversación-. Pero gracias.
– Necesitas combustible para acelerar el proceso de cicatrización -obervó Reeanna. Y entornó los ojos al hacerle un rápido y profesional examen-. ¿Algún dolor?
– Poca cosa. Te agradezco tus servicios. ¿Podría hablar contigo unos minutos sobre un asunto oficial? Si tienes tiempo después de comer.
– Desde luego. -Reeanna la miró intrigada-. ¿Puedo preguntar de qué se trata?
– De la posibilidad de hacerte una consulta sobre un caso en que estoy trabajando. Si estás dispuesta, te necesitaré mañana a primera hora.
– ¿Una consulta sobre un ser humano? Allí estaré.
– Reeanna está harta de máquinas -comentó William-. Lleva semanas amenazando con volver a montar una consulta privada.
– Realidad virtual, hologramas, autotrónica. -Reeanna puso sus bonitos ojos en blanco-. Me muero por tratar con algo de carne y hueso. Roarke acaba de instalarnos en la planta 32, ala oeste. Dentro de una hora habré terminado de comer con William. Nos reuniremos allí.
– Gracias.
– Oh, y Roarke -añadió Reeanna mientras se encaminaba con William a la puerta-. Nos encantaría que nos dieras pronto tu opinión personal de la nueva unidad.
– Y luego me llama negrero. Os la daré esta noche, antes de irme.
– Estupendo. Hasta luego, Eve.
– Comida, Reeanna. Estoy soñando con una coquille de Saint Jacques. -William se la llevó de allí riendo.
– No era mi intención interrumpir tu reunión -se disculpó Eve.
– No lo has hecho. Y deja que me tome un descanso antes de sumergirme en un montón de informes de progreso. He hecho que me transmitan todos los datos sobre esa unidad de realidad virtual que te preocupa. Me lo he mirado por encima, pero no he encontrado nada extraordinario de momento.
– Eso es algo. -Eve respiraría más tranquila en cuanto pudiera tachar esa posibilidad.
– William sin duda daría con el problema mucho antes -añadió él-. Pero como él y Ree estuvieron envueltos en el desarrollo, pensé que no querrías que lo hiciera.
– No. Prefiero que no transcienda.
– Reeanna estaba preocupada por ti. Al igual que yo.
– Estuvo examinándome. Es buena.
– Sí que lo es. Sin embargo… -Le tocó la frente con un dedo-. Te duele la cabeza.
– ¿Para qué utilizar escáneres cerebrales ilegales cuando puedes ver dentro de mi cabeza? -Eve le cogió el brazo antes de que Roarke lo dejara caer-. Yo no logro ver dentro de la tuya. Es indignante.
– Lo sé. -Roarke sonrió y le besó la frente-. Te quiero muchísimo.
– No he venido a esto -murmuró ella cuando él la rodeó con los brazos.
– Sólo un momento. Lo necesito. -Él sintió el tacto del diamante que Eve llevaba colgado del cuello, al principio de mala gana, y ahora de forma habitual-. Suficiente. -La soltó, satisfecho de que se hubiera dejado abrazar-. ¿Qué tienes en mente, teniente?
– Peabody ha encontrado una débil conexión entre Barrow y Mathias y quiero ver si es posible fortalecerla. ¿Sería muy complicado acceder a transmisiones clandestinas, utilizando los servicios del Instituto de Tecnología de Massachusetts como punto de partida?
A Roarke se le iluminaron los ojos.
– Me encantan los retos. -Rodeó el escritorio, encendió el ordenador y, tras abrir un panel escondido debajo, apretó manualmente un interruptor.
– ¿Qué es esto? -A Eve le entró dentera-. ¿Un sistema de bloqueo? ¿Acabas de impedir el acceso a Compuguardia?
– Eso sería ilegal, ¿no? -replicó él alegremente. Le dio una palmadita en la mano y añadió-: No hagas preguntas, teniente, si no te gusta oír las respuestas. Veamos, ¿qué período en concreto te interesa?
Con cara larga, Eve sacó su tarjeta-agenda y consultó las fechas de la asistencia de Mathias al ITM.
– Estoy investigando a Mathias en particular. Aún no sé qué nombres utilizaba. Feeney los está averiguando.
– Oh, creo que puedo averiguarlos por ti. ¿Por qué no te ocupas de encargar una comida? No hay razón para que nos quedemos sin comer.
– ¿Coquille de Saint Jacques? -preguntó ella secamente.
– No, un bistec. Poco hecho. -Roarke sacó un teclado y se puso a trabajar.