El retorno imposible
El tema — incluso el título — de esta novela es un tópico de la ciencia ficción: el astronauta que parte hacia un objetivo lejano y a su regreso, a causa de la contracción relativista del tiempo, se encuentra con que el mundo que dejara al partir pertenece al pasado.
Desde Cuando el durmiente despierte, de H. G. Wells, el asombro del hombre contemporáneo ante su futuro (al que puede llegar mediante hibernación, máquina del tiempo o contracción einsteiniana), constituye un tema recurrente del género.
Pero, como suele ocurrir con Lem, en sus manos un tema aparentemente familiar se reviste desde el primer momento de una luz insólita e inquietante. Algo tan obvio como los problemas de adaptación de un astronauta que, tras una ausencia de diez años, se encuentra con que en la Tierra ha pasado más de un siglo, da lugar a la más desazonadora reflexión sobre la fragilidad de nuestros valores y la soledad e indefensión del hombre, no sólo entre las estrellas, sino entre sus propios semejantes.
Una vez más Lem nos ofrece el relato en primera persona de un astronauta, recurso al parecer tan caro al autor como maleable en sus manos (recordemos al paradójico Ijon Tichy de Diarios de las estrellas y al protagonista de La fiebre del heno). Y es que el símbolo del astronauta no podría ser más adecuado, si de lo que se trata es de meditar — ya sea de forma jocosa o dramática — sobre la incesante búsqueda del hombre más allá de sus condicionamientos inmediatos.
Retorno de las estrellas es en cierto modo una antiodisea, en la medida en que la épica clásica expresa el mito del eterno retorno y Lem lo impugna: no hay Penélope que desteja el tapiz de la historia, ni siquiera de la historia individual, y el viajero que es cada hombre deberá hacerse a la idea de que el horizonte es inalcanzable, tanto hacia adelante como hacia atrás.
CARLO FRABETTI