22

Yelén regresó a últimas horas de la tarde.

—Kim Tioulang ha muerto.

Wil levantó la cabeza, de golpe. ¿Era así como iba a empezar todo?

—¿Cuándo? ¿Cómo?

—Hace menos de diez minutos. Tres balas en la cabeza… Te mando los detalles.

—¿Hay alguna evidencia de quién…?

Ella hizo una mueca, pero ya había aceptado que lo que enviaba no era una parte inmediata de su memoria.

—No hay nada definitivo. Mi seguridad de la Costa Norte se ha quedado muy reducida desde que esta tarde hemos cambiado la distribución. Él se había escabullido de la base Pacista; ni siquiera su gente se había dado cuenta. Al parecer, trataba de subirse a un transbordador marino. —El único sitio que podría haberle acogido era Ciudad Korolev—. No hay testigos. La verdad es que sospecho que no había nadie en tierra cuando le dispararon. Las balas eran explosivas, de Nuevo Méjico y de cinco milímetros de calibre.

Normalmente aquella munición se disparaba con una pistola, con un límite de precisión máximo de treinta metros. ¿Creía el asesino que les iba a engañar?

—Es demasiada coincidencia para que dejemos de hacerte caso, Brierson. Tienes razón; el enemigo debe de tener chivatos en nuestro sistema.

—Claro.

Durante unos segundos no le escuchó. Se acordaba del picnic de la Costa Norte, del hombre decrépito que había sido Kim Tioulang. Era tan resistente como cualquier otro que Wil hubiera conocido, pero su tristeza con relación al futuro había parecido real. El hombre más viejo del mundo… y estaba muerto. ¿Por qué? ¿Qué había intentado decirles? Miró a Yelén.

—Desde esta tarde, ¿has notado algo especial en los Pacistas? ¿Hay alguna evidencia de interferencia de los tecno-max?

—No. Acabo de decirte que no puedo vigilar tan de cerca como antes. He hablado de esto con Phil Genet. Dice que no ha advertido nada en los Pacistas, pero dice que el tráfico vía radio de NM ha cambiado durante las últimas horas. Lo estoy comprobando — se detuvo, y por primera vez Wil vio el miedo reflejado en su cara—. Durante las próximas horas podemos perderlo todo, Wil. Todo aquello que Marta había confiado alcanzar.

—Sí. Pero también podemos sorprender al enemigo, y salvar el plan de Marta… ¿Cómo habéis dispuesto las cosas para mañana?

Esta pregunta hizo que volviera la Yelén de siempre.

—Este retraso nos ha hecho perder la ventaja de la sorpresa, pero nos permitirá estar mejor preparados. Della dispone de una cantidad increíble de armamento. Ya sabía yo que su expedición al Compañero Oscuro le había reportado mucho dinero, pero jamás me hubiera podido figurar que podía costear todo esto. Mañana estará casi todo en posición. Llegará y aterrizará en tu casa, al amanecer. Y a partir de entonces, podrás dirigir la operación.

—¿No vas a venir?

—No. En realidad no formo parte de vuestra área interna de seguridad. Mi equipo ha de cuidarse de las acciones periféricas, pero… Della y yo hemos estado hablando de todo esto. Si yo, mi sistema, resultara estar profundamente interferido, el enemigo podría volverlo contra vosotros.

—Hummm.

Había contado con la protección de ambas mujeres: si se hubiese equivocado al juzgar a una de ellas, la otra toda— vía estaría allí. Pero si la propia Yelén creía que podía llegar a perder el control…

—Está bien. Della parecía estar en muy buena forma, esta tarde.

—Sí. Tengo la teoría de que cuando está en un apuro, surge a la superficie la personalidad adecuada. Después de estar mucho tiempo sola, suele no tener un propósito fijo. Acabo de hablar con ella, y me parece que está muy bien. Con algo de suerte, mañana todavía conservará su personalidad de policía.

Después que Yelén borrara su imagen, Wil se dedicó a la información que ella le estaba enviando. Llegaba más de la que podía leer, y a cada momento había nuevos acontecimientos. Genet tenía razón en lo de los NM. Estaban usando un nuevo sistema de claves, uno que Yelén no podía descifrar. Esto, por sí mismo, constituía un anacronismo mayor que la pintura a topitos o las pelotas antigravitatorias de balonvolea. En otras circunstancias les habría atacado repentinamente, y a la porra con la diplomacia… Pero en aquellos momentos, estaba tan desguarnecida localmente que lo único que podía hacer era vigilar.

El asesinato de Tioulang. La manipulación de Fraley por parte de los tecno-max. Había algún aspecto de la motivación del asesino que Wil no alcanzaba a comprender. Si lo que deseaba era destruir la colonia, ya podría haberlo hecho mucho tiempo antes. Y debido a esto, Wil llegó a la conclusión de que el enemigo quería mandar. Wil meditaba. ¿Era la supervivencia de los tecno-min un arma meramente de regateo para el asesino?

Fue una noche muy larga.

Brierson estaba mirando por la ventana cuando se posó el aparato volador de Della. Todavía amanecía a nivel del suelo, pero ya podía ver los rayos de sol sobre las copas de los árboles. Tomó su registro de datos y salió de la casa. Sus pasos eran enérgicos, alimentados por su adrenalina.

—¡Espera, Wil!

Los Dasguptas estaban en el porche de su casa. Se detuvo, y corrieron calle abajo hacia él. Confió en que sus guardianes no fueran demasiado inclinados a disparar primero.

—¿Te has enterado?

Roban había empezado, y su hermano continuó:

—El jefe de los Pacistas ha sido asesinado la noche pasada. Parece que son los de NM los que lo han hecho.

—¿Dónde lo has oído? —No podía imaginar que Yelén difundiera la noticia.

—Los servicios informativos de los Pacistas. ¿Es eso cierto, Wil?

Brierson asintió.

—Pero no sabemos quién lo ha hecho.

—¡Maldita sea! —Wil nunca había visto a Dilip tan preocupado—. Después de tanta palabrería sobre sostener una competición pacífica, yo había creído que los NM y los Pacistas habían cambiado de procedimientos. Si empiezan a disparar, el resto de nosotros… Mira, Wil, cuando estábamos en la civilización, estas cosas no podían ocurrir. Se les habrían echado encima todos los servicios policiales de Asia. ¿Podemos… podemos contar con que Yelén apartará a estos fulanos de nuestro camino?

Wil sabía que Yelén preferiría morir antes de consentir que se iniciara una lucha entre los NM y los Pacistas. Pero morir ya no sería suficiente. Los Dasguptas no veían más que una parte de un juego mucho más complicado de lo que imaginaban, incluso más de lo que Wil sabía. Miró a los hermanos y leyó en sus caras una inmerecida confianza en él. ¿Qué podía hacer?… Tal vez fuera oportuno decirles la verdad.

—Creemos que esto puede estar ligado con el asesinato de Marta, Dilip —señaló con su pulgar hacia el aparato volador de Della—. Estoy comprobándolo. Si hay tiroteo, apuesto que vais a ver que en él están involucrados algunos que no son tecno-min. Mirad. Conseguiré que Yelén anule el campo supresor para que podáis estar emburbujados durante los próximos dos días.

—Con todo nuestro equipo, además.

—Está bien. En cualquier caso, haced que el personal se disemine y se ponga a cubierto.

No había nada más que pudiera decirles, y los hermanos, al parecer, lo sabían.

—Está bien, Wil —dijo Roban en tono bajo— ¡Suerte para todos nosotros!


El aparato volador de Della era mayor que el que solía llevar, y había cinco objetos sujetos a su sección central.

Pero el área de la tripulación no tenía la apariencia de la de un vehículo de combate. Y no era únicamente la falta de pantallas de visualización. Cuando Wil se fue de la civilización, éstas ya eran objetos en vía de extinción. Los modelos más antiguos llevaban cascos de mando que permitían al piloto ver el mundo exterior, o por lo menos aquello que era importante para su misión. Los modelos recientes ya no necesitaban los cascos, las mismas ventanas eran paneles de holo de una realidad artificial. Pero en el aparato de Della no había cascos de mando, y las ventanas dejaban ver la misma clase de realidad que mostrarían si hubieran sido de vidrio normal transparente. El suelo estaba alfombrado. Los trozos de pared donde no había ventanas estaban decorados con las extrañas acuarelas de Della.

Mientras subía a bordo, Wil hizo un ademán en dirección a los objetos suplementarios que colgaban del aparato.

—¿Son cañones de refuerzo?

—No. Sólo son armas defensivas. Cada una lleva una tonelada de materia/antimatería.

—Ugh —se sentó y se colocó el cinturón de fijación. Defensivas, ¿como una protección antiaérea hecha de plástico?

Lu utilizó más de dos G para elevarse desde la calle; aquel día no iba a subir como si hiciera un sencillo viaje en ascensor. Pasó medio minuto antes de que cortara la aceleración, y durante todo este tiempo el estómago de Wil estuvo protestando. Alcanzaron unos diez mil metros, y allí Della redujo a una G.

Era un día precioso. El ángulo bajo del sol hacía destacar el relieve de las arboledas de las tierras altas. No se podía ver mucho de Ciudad Korolev, pero el castillo de Yelén era una forma sombreada de oro y verde. Hacia el Norte, las nubes tapaban las tierras bajas y el mar. Hacia el Sur, las montañas grises sobrepasaban la línea de las zonas de los bosques mostrando sus picachos nevados. Los Alpes Indonésicos eran una especie de Montañas Rocosas, escritas en mayúsculas.

Los ojos de Lu estaban abiertos pero desenfocados.

—Sólo quería tener espacio para maniobrar —miró a Wil y le sonrió—. ¿A dónde vamos, jefe?

—¿Della, has oído lo que estaba diciendo a los Dasguptas? Yelén debería desconectar sus supresores. Tal vez algunos tecno-min desaparecieran de esta era al emburbujarse, pero ella no puede cruzarse de brazos y dejarles expuestos a todo.

—¿Wil, es que no lees tu correo?

—Uhh, la mayor parte, sí.

Durante toda la noche había recibido más información de la que podía asimilar. Había leído todo lo que llegaba con etiqueta roja, hasta que se quedó dormido una hora antes de la aurora.

—No sabemos la causa, pero ahora sabemos concretamente que el enemigo puede matar a muchos tecno-min. Durante los últimos sesenta minutos, Yelén ha intentado retirar la supresión de burbujeos en toda Australasia. Pero no lo ha conseguido.

—¿Por qué no? Se trata de su propio equipo.

Wil se dio cuenta de que acababa de decir una estupidez.

—Sí. No podrías pedir una prueba mejor de que su sistema ha sido invadido, ¿verdad? —su sonrisa se hizo más amplia.

—Si no puede dominar su equipo, ¿por qué no se limita a hacerlo volar por los aires?

—Es posible que nos decidamos a hacerlo. Pero no sabemos cómo van a responder sus defensas. Por otra parte, el enemigo puede tener preparado su sistema de supresores para utilizarlo en cuanto el de Yelén deje de funcionar.

—Es decir, que nadie puede emburbujar.

—Se trata de un campo de gran volumen y de baja intensidad, que es capaz de suprimir los generadores de los tecno-min. Pero mis burbujeadores pueden todavía autoemburbujarse, y el más potente de los míos todavía podría hacerlo con un cierto alcance.

Por unos instantes, se olvidaron del objetivo de la expedición. Debía existir algún modo de dar protección a los tecno-min. ¿Evacuarlos de la zona de acción del supresor? Esta maniobra podría colocarlos en una situación todavía peor. ¿Llevar hasta allí algunos burbujeadores de alta potencia? De pronto se dio cuenta de que los tecno-max debían estar analizando el problema con mucha mayor profundidad que él. Era un problema que se había presentado por su propia culpa. Debía hacerle frente. La única manera como podía ayudarles consistía en cumplir con éxito su misión: identificar al asesino. ¿Hacia dónde debían dirigirse? —¿Estás absolutamente segura de que nadie puede oírnos? — Hubo un gesto afirmativo de Lu—. Está bien. Empezaremos por el Lago de los Pacistas.

El volador aceleró por encima del Mar Interior. Pero Della no estaba todavía satisfecha con la indicación de su destino.

—¿Desconoces las coordenadas del quinto montón de piedras?

—Sólo sé qué es lo que estoy buscando. Vamos a seguir un programa de búsqueda.

—Pero las búsquedas se pueden hacer mejor desde una órbita.

—Seguramente tienes sensores que necesitan estar situados en plataformas bajas y lentas. —Sí, pero…

—Y seguramente querremos estar próximos a estos sensores para recoger inmediatamente lo que encuentren.

—¡Ah! —sonreía de nuevo y no le pidió que especificara el equipo a que se refería.

Volaron en silencio durante algunos minutos. Wil trató de ver si llevaban escolta. Había otro volador delante de ellos. A la derecha y a la izquierda de su ruta vio que había otros dos. Y de vez en cuando se veía un reflejo desde detrás de éstos, como si hubiera más objetos que volaran en formación. No era muy impresionante, hasta que empezó a preguntarse hasta dónde debía extenderse aquella formación.

—Efectivamente, Wil. Nadie nos puede escuchar; ni siquiera lo estoy grabando. Puedes confesármelo todo.

Brierson la miró interrogativamente, y Della prosiguió:

—Es evidente que viste algo en el diario que, a pesar de todos nuestros profundos análisis y todos los años de convivencia de Yelén con Marta, nosotras no pudimos ver. Ella intentaba decirnos que el asesino estaba acechándola, y que el sistema Korolev había sido profundamente intervenido… Pero toda esta historia del quinto montón de piedras —levantó una ceja y puso cara maliciosa—, es ridícula.

Wil fingió un gran interés por el terreno.

—¿Por qué dices que es ridícula?

—En primer lugar, no es verosímil que el asesino viviera cada segundo de estos cuarenta años en el tiempo real. Pero si estaba tan interesado en que Marta notara su presencia, y tuviera necesidad de escribir con significados secretos; pienso que es razonable creer que tenía sensores que la vigilaban permanentemente. ¿Cómo pudo Marta escaparse de su campamento, levantar otro montón de piedras y regresar, sin que él se enterara?

En segundo lugar, admitiendo que consiguiera engañar a su asesino, hemos de tener en cuenta que estamos hablando de cosas que sucedieron hace cincuenta mil años. ¿Tienes idea de lo largo que es tal período? Toda la historia escrita no abarca más de seis mil años. Y se ha perdido su mayor parte. Sólo por un increíble accidente podría haberse conservado un relato escrito tanto tiempo atrás.

—Sí. Yelén me hizo esta misma objeción. Pero…

—Es cierto. Le dijiste que Marta ya lo habría previsto. Wil, te concedo que cuando quieres eres la persona más convincente que he conocido (y he visto muchos expertos…). Dicho sea de paso, yo te apoyé en esto. Creo que Yelén está convencida de que Marta era casi sobrehumana, y no me sorprendería que el asesino pensara igual. Pero mi punto de vista es que sé por dónde vas —continuó Lu, mientras Wil adoptaba una expresión de correcta sorpresa—. Tú viste algo en el diario que nosotras no vimos. Pero sabes muy poco más de lo que nos has contado y no tienes más pistas. Y esta es la razón de esta cacería de patos salvajes —gesticuló hacia la tierra que había por debajo del volador—. Confías en haber convencido al asesino de que pronto sabrás su identidad. Nos has colocado a los dos como señuelos para hacer que salga a la vista.

Era una perspectiva que, al parecer, le gustaba.

Y su teoría estaba desagradablemente cerca de la realidad. Wil había intentado crear una situación en que el enemigo se vería obligado a atacarle. Lo que no podía comprender era su actividad relacionada con los tecno-min. ¿Cómo era posible que al hacerles daño a ellos, pudiera esconderse el asesino?

Wil se encogió de hombros; esperaba que toda esta lucha interior no asomara a su cara.

Della le observó durante un segundo, con la cabeza ladeada.

—¿No contestas? Entonces es que todavía me tienes en la lista de sospechosos. Si mueres y yo sobrevivo, entonces los demás caerán sobre mí… y si se unen todos, me superarán en cañones. Eres más astuto de lo que creía, y también tienes más agallas de lo que pensé.


Transcurrió la mañana, lenta y tensa. Della no prestó la menor atención al paisaje. Era lo bastante lógica, y tal vez hasta con mayor brillantez que de ordinario. Pero había una especie de soberbia en sus maneras, como si quisiera mantener la realidad a distancia y considerar todo aquello como un juego inmensamente interesante. Estaba llena de teorías. No era de extrañar que su sospechoso número uno fuese Juan Chanson.

—Sé que disparó sobre mí. Juan ha asumido el papel de protector de la especie. Me recuerda al centauro. Pienso que nuestro asesino debe ser como aquel centauro, Wil. Aquella criatura estaba tan atrapada por los preceptos de su deber racial que mató a los últimos supervivientes. Aquí estamos viendo la misma cosa: asesinatos y preparación para más asesinatos.

El «programa de búsqueda» de Wil les alejó lentamente del Lago de los Pacistas. Cincuenta mil años antes, aquello había sido un desierto vitrificado, pero los bosques de jacarandas habían recuperado el terreno desde hacía ya algunos miles de años. Aunque aquellos bosques no existían cuando Marta estuvo por allí, eran muy parecidos a los que ella había tenido que atravesar en sus viajes. Wil estaba viendo la parte aérea del mundo que Marta había descrito. Hacia el Noreste, una faja grisácea se extendía por el borde del reino de los bosques. Aquello debía ser la telaraña kudzu, que mataba la jungla y evitaba su invasión. En el lado de las Jacarandas, de vez en cuando aparecían unas manchas plateadas que eran el resultado de los ataques que las telarañas hacían a los árboles que no eran Jacarandas y que habían crecido detrás de la barrera. Las Jacarandas, propiamente dichas, formaban un inacabable mar verde teñido por una espuma azulada de flores. Sabía que allí había también unas vastas telarañas, pero aquellas estaban debajo de la cubierta de hojas, donde las orugas domesticadas por las arañas podían aprovechar las hojas sin tener que estar a la sombra.

Aquí y allí unos brillantes copos de nubes flotaban sobre todo aquello, trazando caminos de sombra.

Marta había andado algunos kilómetros antes de encontrar una cortina de telarañas. Desde su altitud, ellos podían ver algunas simultáneamente. Ninguna de ellas tenía menos de treinta metros a través. Temblaban a causa de la brisa que había a la altura de las copas de los árboles, y sus colores iban alternando entre el rojo y el azul eléctrico. En alguna parte por ahí abajo debía de haber el cauce fosilizado, recuerdo del riachuelo que Marta había seguido en una de sus últimas expediciones partiendo del Lago de los Pacistas. Wil recordaba cómo debía de haber sido entonces aquel territorio: kilómetros de gris, el agua y el viento luchando todavía para romper la superficie vítrea. Marta debió transportar toda la comida que hubo necesitado.

Al frente, el bosque estaba salpicado con kudzu en zonas reducidas y repartidas irregularmente. Las cortinas de telarañas estaban distribuidas por todas partes. Se veía más azul, rojo y plata, que verde.

Della le dio la explicación oportuna.

—Los que Marta plantó se extendieron a partir de su línea de señalización. Es donde el nuevo bosque se encuentra con el antiguo; es como una guerra civil entre jacarandas.

Wil sonrió al oír la metáfora. Aparentemente, los dos bosques y sus arañas eran lo bastante diferentes para excitar el reflejo kudzu. Pensaba que tal vez las cortinas de telarañas podían ser como las concentraciones de animales en las fronteras de sus territorios. El revoltijo de colores pasó lentamente por debajo de ellos, y volvieron a volar por encima de Jacarandas normales.

—Ya nos hemos alejado mucho de donde llegó Marta en esta dirección, Wil. ¿Crees que alguien va a creer que estamos haciendo aquí una investigación seria?

Fingió no haberlo oído.

—Sigue esta línea otros cien kilómetros, luego vira y dirígete al lago donde Marta encontró los pescadores.

Treinta minutos después flotaban sobre un agua de color verde y castaño, era más un pantano que un lago. Las Jacarandas habían alcanzado el borde; parecía que el kudzu llegaba hasta el agua. Cincuenta mil años atrás, allí había habido una tierra maderera normal.

—¿Cuál es nuestra situación defensiva, Della?

—Fría, fría. A excepción del asunto del supresor, no se aprecia acción enemiga. Los NM y los Pacistas se han preparado, pero han cesado de dirigirse acusaciones. Hemos discutido la amenaza entre todos los tecno-max. Han estado de acuerdo en mantenerse alejados del aire por ahora y en aislar sus fuerzas. Si alguien ataca, sabremos su identidad. Y acabo, Wil: no creo que el enemigo se haya creído tu farol.

No había nada que hacer al respecto, y preguntó:

—¿Exactamente, hacia donde está el norte, Della?

Maldito volador, que no tenía casco de mando ni holos. Se sentía como un recluso dentro de un cuarto acolchado.

De repente, una flecha roja marcada con la palabra NORTE apareció sobre el bosque. Parecía que era sólida y media kilómetros de longitud; así pues las ventanas, después de todo, eran holos.

—Bien. Retrocede hasta el este del lago. Desciende a mil metros.

Se desplazaron de lado, casi en caída libre. Todavía podían ver gran parte del lago.

—Traza una circunferencia que marque el perímetro original del lago. Que vaya marcada en grados —estudió el lago y la línea azul que ya lo rodeaba—. Quiero penetrar en el bosque hasta unos diez kilómetros de la orilla del lago con un rumbo de treinta grados a partir del norte.

Volaban tan cerca de la cubierta del bosque que podían distinguir las flores y las hojas que se alejaban velozmente a su paso. La cubierta parecía profunda y densa.

—¿Vas a tener problemas para encontrar donde posarte?

—No hay problema.

Cesó su movimiento hacia adelante. Estaban rozando las copas de los árboles. De sopetón, el volador golpeó directamente hacia abajo. Por un momento, la G negativa dejó a Wil colgado de su arnés. A su alrededor sonaron unos cortantes ruidos de destrucción.

Y habían logrado atravesar. Lo que estaba en el suelo estaba iluminado por los rayos de sol que les seguían por el agujero que acababan de abrir en la cubierta. Allí donde no llegaba aquella luz, todo era oscuro y verdoso. La basura iba cayendo por todas partes, a su alrededor. La mayor parte no tenía importancia. La telaraña de abajo tenía una acumulación de siglos de alas y restos de insectos, eran como pecios cíe un naufragio que todavía no habían aflorado a la superficie. Entonces cayó todo a la vez, oscilando a lado y lado del rayo de luz. Algunos residuos, ramas, flores, estaban todavía en el aire, sujetos por pedazos de telaraña. Más que cualquier otra cosa, a Wil le parecía aquello como si se hubieran sumergido en aguas profundas. El volador se apartó de la luz y sus ojos se adaptaron poco a poco a la penumbra.

—Ya estamos aquí, Wil. ¿Y ahora qué? —¿Pueden vigilarnos bien los demás aunque estemos aquí abajo?

—Es complicado. Depende de lo que hagamos. —Está bien. Creo que el montón de piedras está al suroeste de nosotros, cerca de la orientación que tomamos desde el lago.

Después de tanto tiempo, no vamos a encontrar la menor evidencia en la superficie, pero confío en que podrás localizar las piedras.

Y si no puedes, habré de pensar en otra cosa. —Esto debería ser fácil.

El volador resbaló alrededor de un árbol. Estaban a menos de un metro de altura, y se desplazaban un poco más rápidamente que un hombre andando. Iban atrás y adelante a través de su orientación; la luz del sol que entraba por el agujero que habían hecho, se habían perdido tras ellos. El volador de Della medía cinco metros de alto y casi igual de ancho, pero no tuvieron inconveniente en seguir el camino de búsqueda. Wil miraba por la ventana, maravillado. Casi todo el suelo era absolutamente liso, formando una ligera pendiente verdegris. Aquello era la parte superior de la acumulación a lo largo de cincuenta mil años de los excrementos de las arañas, de hojas y de trozos de bichos. Era el cieno de las simas del bosque de Jacarandas.

El suelo del bosque era como Marta lo había descrito, pero mucho más tenebroso. Pensaba sí ella había creído realmente que aquello era hermoso, o lo había dicho para disfrazar una melancolía parecida a la que él sentía entonces.

—¡Mira… he encontrado algo, Will —había una expresión de verdadera sorpresa en la cara de Della—. Ecos fuertes, a unos treinta metros al frente.

Mientras hablaba, el volador había acelerado hacia adelante, esquivando los árboles.

—La mayor parte de las piedras están esparcidas, pero queda un conglomerado central. Esto… podría ser realmente lo que buscamos. ¡Dios mío, Wil!, ¿cómo pudiste saberlo?

El volador se posó en el suelo, cerca del secreto que estaba esperándoles desde hacía cincuenta mil años.

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