20

Después de cenar, Wil se quedó sentado mucho tiempo en las ruinas de su cuarto de estar. Era el responsable directo de una muy pequeña parte de la destrucción: con sus puñetazos había abierto agujeros en una pared y destruido un espejo. Los guardias autones habían dejado que aquello durara unos quince segundos mientras decidían si representaba una amenaza para su seguridad. Después le habían emburbujado: las paredes que estaban cerca del espejo habían quedado cortadas a lo largo de una línea limpia y curvada. Una pequeña depresión se hundía treinta centímetros por debajo del suelo, hasta los cimientos. Pero el emburbujamiento no era lo que había causado los mayores destrozos. Éstos se produjeron cuando Yelén y Della desgajaron la burbuja de la casa. Aparentemente querían que sus aparatos dispusieran de una buena vista cuando la burbuja reventase. Miró el reloj de la pared. Era el mismo día que antes; lo habían tenido en el congelador sólo el tiempo necesario para sacarle de la casa.

Si el sentido del humor de Wil hubiese estado en buenas condiciones, se habría sonreído. Todo aquello corroboraba la afirmación de Yelén de que la casa no estaba vigilada por sus equipos. Lo mejor que podían hacer los autones de protección era emburbujarlo todo y pedir ayuda.

Pero las cosas habían cambiado. Desde donde se hallaba sentado, Wil vio varios robots que construían con espuma una pared provisional.

Al lado de su silla estaba sentado un autón médico, tan poco animado como el cubo de la basura. Por alguna parte tenía manos que le habían ayudado a preparar la cena.

Observaba la reconstrucción con interés, y hasta encendió las luces de la habitación cuando oscureció. El Quita-Penas era una gran cosa. Las sensaciones sencillas, como por ejemplo la de tener hambre, no quedaban afectadas. Se sentía tan alerta y en posesión de toda su coordinación como siempre. Simplemente estaba más allá del alcance de las emociones; pero, lo que era raro, podía imaginarse fácilmente cómo todas aquellas cosas le habrían afectado si no hubiera tomado la droga. Y aquel conocimiento le ocasionaba algunas débiles motivaciones. Por ejemplo, deseaba que los Dasguptas no se detuvieran allí cuando regresaran a su casa. Suponía que las explicaciones podían ser difíciles.

Wil se levantó y se dirigió a la mesa de lectura. El autón se deslizó silenciosamente tras él. Algo más pequeño flotó desde la repisa. Se sentó, advirtiendo entonces la causa de que el QuitaPenas jamás hubiera hecho mucho impacto en el mercado de las drogas recreativas. Tenía afectos secundarios: todas las cosas se movían un poco más despacio. Los sonidos tenían un tono más bajo y se arrastraban. No llegaba a causarle pánico (dudaba de que entonces hubiera algo que pudiera hacerlo), pero la realidad tenía un ligero parecido al despertar de una pesadilla. Sus silenciosos visitantes no hacían más que intensificar aquella impresión… Ah, ya recordaba cómo se llamaba aquel juego: paranoia.

Encendió la lámpara de la mesa de su despacho y apagó las otras luces de la habitación. Por alguna causa, la destrucción no había alcanzado a la mesa ni a sus instrumentos de lectura. La última página del diario de Marta flotaba en el círculo de luz. Supuso que si volvía a leer aquella página podría alterar en gran manera a su estado normal, y por este motivo no la miró. Della tenía razón. Debía haber otros entretenimientos para su ocio. Aquel día iba a proporcionar a su ente normal una depresión que podía durar mucho tiempo. Tenía la esperanza de que no volvería a coger el diario, ni a hurgar en las heridas que había abierto hasta entonces. Tal vez debería borrarlo: la dificultad de tener que exigir una nueva copia a Yelén, tal vez salvaría su personalidad.

Wil habló hacia la oscuridad.

—Casa, borra el diario de Marta.

La pantalla dejó ver su orden y la red ideográfica que se asociaba con «Diario de Marta».

—¿Por entero? —preguntó la casa.

La mano de Wil se detuvo en alto sobre la tecla de confirmación.

—Ah, no. Espera.

En Brierson la curiosidad era una cosa muy importante. Acababa de recordar algo que podría obligar a su ente normal a ir contra el sentido común y recoger otra copia. Era mejor comprobarlo antes, y hacer borrar el diario después.

Cuando había recibido el diario, había pedido todas las referencias que había sobre él mismo. Habían aparecido cuatro. Había visto tres de ellas: ella le había mencionado cuando le llamó para decirle que regresara de la playa, el día del rescate de los Pacistas. Había habido el pescador al que Marta había llamado con su nombre. Después, cerca del año treinta y ocho, había recomendado a Yelén que utilizara sus servicios, a pesar de que entonces ya se había olvidado de su nombre. Esta fue la referencia que más le había dolido la primera vez que examinó el documento. Wil decidió que ahora podía perdonarlo; todos aquellos años habrían destruido por completo el alma de una persona menos entera, y no se habrían limitado a difuminar algunos recuerdos.

¿Pero, de qué trataba la cuarta referencia? Wil repitió la búsqueda por el concepto del contexto. Ah. No era extraño que no la hubiera visto. Aparecía por el año trece, metida entre unos ensayos sobre su plan. En aquel ensayo, trataba de todos los tecno-min que recordaba, mencionando sus capacidades y sus debilidades, intentando descubrir cómo reaccionarían frente a su proyecto. En cierto sentido, era un ejercicio loco (Marta aseguraba que en las bases de datos de Korolev había análisis mucho mejores), pero tenía la esperanza de que su «tiempo de soledad» podría haberle dado mayor perspicacia. Además, aunque no hablaba de esto, necesitaba hacer algo que fuera útil durante los años que le esperaban.

»Wil Brierson. Este es uno de los importantes. Jamás he creído en la mitología comercial, y mucho menos en las novelas que escribió su hijo. Pero… desde que le conocemos personalmente, he llegado a la conclusión que puede ser casi tan agudo como nos lo habían presentado. Por lo menos, en ciertos aspectos. Si ni tú ni yo podemos imaginar quién me ha hecho esto, pudiera ser que él sí pudiera descubrirlo.

»Brierson es muy respetado por los otros tecno-min. Esto, unido a su competencia general, puede representar una ayuda importante frente a Steve Fraley y a quienquiera que dirija la función de los Pacistas. Pero, ¿qué pasará si él se opone a nuestro plan? Esto puede parecer ridículo, ya que nació en una era civilizada. Pero con todo, no estoy segura de este hombre. Es lo que ocurre con la civilización, que permite a los tipos más extremistas encontrar un hueco donde acomodarse y vivir para su propio beneficio y para el de los demás. Aquí estamos temporalmente, lejos de la civilización; gente en la que antes hubiéramos confiado, ahora puede resultar peligrosa. Wil todavía anda desorientado; tal vez esto explique su conducta. Pero es posible que tenga un lado malo, irracional, debajo de su amistosa apariencia. No tengo más que una evidencia, algo de lo que me avergüenzo un poco al contártelo.

»Ya sabes que me sentía atraída por este individuo. Bien, me siguió cuando tuve el arrebato y salí de la función de Don Robinson. Yo no estaba intentando flirtear; sólo estaba muy enfadada por la conducta sigilosa de Don. Tenía que hablar con alguien, y tú estabas en conexión profunda. Hablamos durante algunos minutos antes de que me diera cuenta de que los golpecitos en mi hombro y la mano que me ceñía la cintura no eran unos fraternales intentos de consolarme. Fue culpa mía por haberle dejado llegar tan lejos, pero él no quería un no por respuesta. Es un individuo grande; empezó a golpearme realmente. Si luego no hubiera empezado «mi aventura», las magulladuras que me hizo en el pecho hubieran requerido atención médica. ¿Lo ves, Lelya? Era lo bastante canalla corno para golpearme cuando le rechacé. Y lo bastante irracional como para hacerlo con Fred a tan sólo cinco metros. Hube de suprimir los reflejos del autón para que Brierson no quedara paralizado durante una semana. Por fin, le abofeteé lo más fuerte que pude y le amenacé con Fred. Entonces se echó atrás y me pareció que estaba realmente avergonzado. Wil leyó aquel párrafo una y otra vez. Estaba en el círculo de luz que proyectaba su lámpara de sobremesa… y no variaba ni una sola letra. Se preguntaba cómo su ser normal reaccionaría frente a aquellas palabras de Marta. ¿Le daría un ataque de rabia? ¿O se quedaría completamente apabullado a causa de que ella pudiera decir tamaña mentira?

Estuvo pensando durante mucho tiempo, dándose apenas cuenta de que la oscuridad que le rodeaba hacía parecer aquello como una pesadilla. Finalmente, lo supo. La reacción no sería de rabia, no se sentiría herido. Cuando pudiera sentir de nuevo, tendría una sensación de auténtico triunfo.

El caso estaba resuelto. Por primera vez, sabía que iba a atrapar al asesino de Marta.

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