18

Wil dedicaba las mañanas a la investigación. Todavía tenía que empaparse con los antecedentes. Quería alcanzar un conocimiento básico de toda la colonia. Todos tenían pasados y habilidades; cuanta más información obtuviera, menores serían las sorpresas. Al mismo tiempo había algunas preguntas específicas (sospechas) que saltan a la luz a causa de sus trabajos de campo y de las conversaciones con Yelén.

Por ejemplo: ¿Qué pruebas había que corroboraran la historia de Tung Blumenthal? ¿Fue víctima de un accidente, o de una batalla? ¿Había sucedido en 2210, o mucho más tarde, tal vez dentro de la misma Singularidad?

Resultó que había una evidencia física: la nave espacial de Blumenthal. Era un vehículo pequeño (Tung, lo llamaba un bote de reparaciones) cuya masa era de poco más de tres toneladas. Le faltaba la proa, pero ésta no había sido cortada por la curvatura suave de una burbuja sino que se había evaporado instantáneamente. Aquel casco tenía la opacidad del plomo multiplicada por un millón; algún monstruoso estallido de rayos gamma había vaporizado una buena parte de la nave al mismo tiempo que se emburbujaba. Su sistema de propulsión era una «ordinaria» antigravedad; pero en este caso era una característica propia del material del casco. Los sistemas de comunicaciones y de soporte de la vida llevaban unas marcas de fábrica conocidas, pero su mecanismo era prácticamente ininteligible. El recirculador media treinta centímetros de largo y no tenía partes móviles. Al parecer, era tan eficiente como la ecología de un planeta.

Tung podía explicar muchas de estas cosas en términos generales. Pero las explicaciones detalladas (la teoría y las especificaciones) habían estado en la base de datos de la nave, precisamente en la chaqueta de Tung que guardaba en el compartimento delantero, el que resultó volatilizado. Los procesadores que quedaron eran compatibles con los de Korolev, y Yelén había practicado largamente con ellos en más de una ocasión.

En uno de los extremos estaba la red de monoprocesadores y burbujadores incluidos en el casco. Los monos no eran mejores que los de un ordenador casero del siglo veinte, pero cada uno de ellos no media más de una unidad ángstrom en cualquiera de sus direcciones. Cada uno ejecutaba un solo bucle de programa, uno por «e» elevado a 17 veces por segundo. El programa vigilaba a los demás hermanos suyos del procesador por si había señales de catástrofe, y de haberlas disparaba el burbujeador que estaba preparado allí. La flota de aparatos de guerra de Yelén no tenía nada parecido a esto.

En otro extremo estaba el ordenador de la cinta de cabeza de Tung. Mantenía una parecida relación de masas y tenía tanta potencia como el cuerpo central del ordenador de una gran corporación del tiempo de Yelén. Marta había opinado que a pesar de haber perdido su base de datos, Tung con su cinta de cabeza era tan importante para su plan como cualquiera de los otros técnicos elevados. Ellas le habían dado una buena parte de su equipo avanzado a cambio de que les dejara usarla.

Brierson sonreía mientras leía el informe. Había algunos comentarios ocasionales de Marta, pero de ellas dos Yelén era el ingeniero y éste era su trabajo principal. Cuando conseguía enterarse de que iba la cosa, el tono era una mezcla de asombro y de frustración. Al leerlo lo comparaba con lo que pudiera parecer un análisis imaginario que Benjamín Franklin hubiera hecho de una nave aérea a reacción. Yelén podía estudiar el equipo, pero sin la ayuda de las explicaciones de Tung su utilización hubiera sido un misterio. Y hasta después de conocer para qué servían y los principios básicos del método operativo, no podía entender cómo se podía haber construido aquellos apara tos ni la causa de que trabajasen tan perfectamente.

La sonrisa de Wil desapareció. Casi dos siglos separaban a Benjamín Franklin de los aviones a reacción, pero había menos de una década entre la experta habilidad de Yelén y este «bote de reparaciones». Wil conocía lo que era la aceleración del progreso. Había sido una de las realidades de su vida. Pero, incluso en su tiempo, siempre había habido un límite en la manera como un mercado podía absorber los nuevos adelantos técnicos. Suponiendo que todos aquellos adelantos se hubieran podido hacer en sólo nueve años, ¿qué pasaría con las bases ya instaladas en los equipos más anticuados? ¿Qué pasaría con la compatibilidad de los dispositivos que todavía no se hubieran puesto al día? ¿Cómo el mundo de los productos reales podía cambiarse tan por completo en un tiempo tan corto?

Wil apartó su mirada de la pantalla. Pues sí, había evidencia tangible, pero todo aquello no probaba más que entre Tung y los tecno-max había tanta diferencia como entre éstos y Wil. Realmente, resultaba raro que Chanson no hubiera acusado a Tung de ser otro alienígena, a pesar de que había sido rescatado del sol, tenía unos equipos inexplicables y una historia que nadie podía comprobar. Tal vez la paranoia de Juan no podía abarcarlo todo, contra lo que parecía.

Se imponía otra charla con Blumenthal.


Wil utilizó un canal de comunicaciones que Yelén le había descrito como privado. Blumenthal estaba tan calmado y era tan razonable como en ocasiones anteriores.

—Claro que puedo hablar contigo. El trabajo que hago para Yelén es, principalmente, de programación, y su horario puede ser muy flexible.

—Gracias. Deseaba hablar contigo sobre la manera como fuiste emburbujado. Me dijiste que era posible que te hubieran secuestrado…

Blumenthal se encogió de hombros.

—Es posible. Pero es mucho más probable que se tratase de un accidente. ¿Has leído lo relacionado con los proyectos de mi compañía?

—Sólo en los sumarios de Yelén.

Tung vaciló e hizo un gesto como para quitarle importancia al asunto.

—Ah, sí. Lo que ella dice es correcto. Nosotros estábamos trabajando en una destilería materia/antimateria. Pero observa las cantidades. Las instalaciones de Yelén pueden destilar tal vez un kilo cada día, lo que ya es bastante para dar energía a un proyecto pequeño. Nosotros estábamos en otra categoría completamente distinta. Mis socios y yo nos habíamos especializado en el trabajo mucho más próximo al sol, a menos de cinco radios de distancia. Teníamos instalaciones en una gran parte del hemisferio sur del sol. Cuando yo… partí, estábamos destilando cien mil toneladas de materia y antimateria cada segundo. Esto es suficiente para ir apagando el sol, aunque habíamos arreglado las cosas para que el efecto no se pudiera notar desde la eclíptica. Pero pese a todo, hubo quejas. Una condición absoluta de nuestro seguro, era que nuestra producción la trasladáramos rápidamente y sin fugas. La producción de unos pocos días podría ser suficiente para perjudicar a un sistema solar que no estuviera protegido.

—El resumen de Yelén decía que la estabais enviando al Compañero Oscuro, ¿es cierto?

Igual que sucedía con muchos de los comentarios de Yelén, el resto de aquel informe era técnico, ininteligible para quien no usara una cinta de cabeza.

—¡Es verdad! —la cara de Tung se iluminó—. Y se trataba de una buena idea. A nuestra compañía central le gustaban los grandes proyectos de construcción. Originariamente querían convertir Júpiter en una estrella, pero no pudieron adquirir las opciones necesarias. Y fue entonces cuando dimos con un proyecto mucho más importante, íbamos a producir una implosión del Compañero Oscuro, convirtiéndolo en un pequeño cilindro de Tipler —notó la expresión de incomprensión de Wil—. ¡Un agujero negro desnudo, Wil! ¡Un bucle del espacio! ¡Una puerta para el viaje más rápido que la luz! Desde luego, el Compañero Oscuro es tan pequeño que la abertura sólo tendría unos pocos metros de ancho, y con esfuerzos de marea superiores a uno elevado a 13 g por metro, pero sería practicable utilizando burbujas. Y si no lo fuera, teníamos planes para introducirnos a través de él hasta el centro de la galaxia y sacar de allí, por sifón, la energía necesaria para ampliarlo.

Tung se interrumpió cuando desapareció su entusiasmo.

—Por lo menos éste era el plan. En realidad, la destilería era casi demasiado para nosotros. Cada vez, pasábamos varios días seguidos en las instalaciones. Al cabo de poco, esto se te mete en los nervios, sabiendo que detrás de todo el montaje de pantallas, el sol se extiende desde una punta a otra del horizonte. Pero teníamos que estar allí, ya que no podíamos permitirnos retrasos en la transmisión. Era preciso que todos nosotros estuviésemos enlazados con nuestras instalaciones centrales para mantener estable el producto.

»Habíamos logrado que fuera estable, pero no lo expedíamos todo. Algo, aproximadamente una tonelada cada segundo, empezó a acumularse sobre el polo sur. Era imprescindible que lo arreglásemos inmediatamente para no perder las primas de rendimiento. Salí en el bote de reparaciones para ocuparme de ello. Localicé el problema a diez mil kilómetros de nuestra estación: se trataba de un intervalo de tiempo de treinta milisegundos. Las redes de información funcionan bien con unos tiempos muertos de este orden, pero en este caso se trataba de un control de proceso; habíamos corrido un riesgo. Según los registros, ya habíamos acumulado una retención de doscientas mil toneladas. Todas estaban en almacenaje precario y eran una bomba que estaba explotando lentamente. Tenía que embalarlas mejor y lanzarlas fuera de allí.

Tung se encogió de hombros.

—Esto es lo último que recuerdo. Por lo que fuera, perdimos el control y parte de aquel atasco se recombinó. Mi bote se emburbujó y salí desplazado. Ya estaba en el lado del sol, la explosión me había mandado directamente hacia él. Mis socios no podían salvarme de ninguna de las maneras.

Emburbujado en el sol. En el argot de los técnicos elevados esto equivalía a una muerte cierta.

—¿Cómo podría uno escapar de allí?

Blumenthal se sonrió.

—¿No lo has leído? No había manera humana de salvarme. En el sol, la única forma de sobrevivir es estando en estasis. Mi emburbujamiento inicial era únicamente para unos pocos segundos. Después que hubieron transcurrido, el control de seguridad inspeccionó instantáneamente la situación, vio hacia donde nos dirigíamos e hizo un nuevo emburbujamiento para sesenta y cuatro mil años. Esto era «prácticamente el infinito» para aquel programa del tamaño de una cabeza de alfiler.

Desde entonces acá he efectuado algunas simulaciones. Golpeé la superficie con la suficiente velocidad para penetrar miles de kilómetros. La burbuja estuvo unos cuantos años siguiendo las corrientes de convección que iban dando vueltas por el interior. Era mucho menos densa que la materia de que estaba formado aquello. Eventualmente «percolé» de regreso hasta cerca de la superficie. Después cada vez que la burbuja flotaba por encima de una erupción era despedida hasta decenas de miles de kilómetros hacia fuera… Durante treinta mil años fui como una maldita pelota de balonvolea que volaba por las partes altas de la corona y luego volvía a caer a través de la fotosfera, donde flotaba durante cierto tiempo hasta que era lanzada de nuevo hacia arriba.

Fue allí donde estuve durante la Singularidad y durante todo el tiempo que los viajeros de corto plazo fueron rescatados. Allí es donde habría muerto si no hubiera sido por Bill Sánchez —hizo una pausa—. Tú nunca conociste a Bill Sánchez. Renunció a seguir, y murió hace unos veinte millones de años. Estaba chiflado por la teoría de la exterminación que explicaba Juan Chanson. La mayor parte de las pruebas de Chanson están en la Tierra; W. W. Sánchez viajó por todo el Sistema Solar buscando evidencias. Sacó a relucir cosas que Chanson no había podido ni soñar.

Una de las cosas que Bill hizo fue explorar en busca de burbujas. Estaba convencido de que antes o después encontraría a alguna persona, o alguna máquina, que hubiera escapado de la Extinción. Cuando descubrió mi burbuja en el sol, creyó que le había tocado el primer premio. Sus últimas observaciones, efectuadas en el 2201, no habían visto aquella burbuja. Era el sitio donde menos podía esperarse hallar un superviviente; incluso a los exterminado—res les habría resultado imposible colocar a alguien allí.

Pero Bill Sánchez era muy paciente. Advirtió que con intervalo de unos cuantos milenios una gran erupción solar me lanzaría a mucha distancia hacia arriba. El y las Korolevs desviaron un cometa y lo dejaron aparcado más allá de Mercurio. A la primera ocasión en que después de esto fui arrojada fuera de la superficie, ellos ya estaban preparados. Dejaron caer el cometa en una órbita que pasaba rozando al sol. Me recogió cuando estaba en el punto más alto de mi protección. Afortunadamente aquella bola de nieve no se rompió, y mi burbuja se quedó pegada a su superficie; nos columpiamos alrededor del sol y nos fuimos hacia el reino del frío. Una vez estuve allí, la situación era mucho más parecida a la de los otros rescates. Treinta mil años después pude regresar a mi tiempo real.

—Tung, tú viviste más cerca de la Extinción que nadie. ¿Cuál es tu opinión respecto a su causa?

El espacial se reclinó en el respaldo de su asiento y se cruzó de brazos.

—Todos me preguntáis lo mismo… Ah, Wil Brierson. ¡Si yo lo supiera! Yo siempre respondo que no lo sé. Y todo el mundo se marcha convencido de que su teoría particular queda reflejada en mi propia historia —pareció darse cuenta de que su respuesta no iba a resultar satisfactoria—. Muy bien. Aquí están mis teorías. Teoría Alfa: Es posible que la Humanidad fuera exterminada. Lo que Bill encontró en las catacumbas de Charon es difícilmente explicable a partir de otra teoría. Bill lo expresaba mejor: cualquier cosa que pueda hacer desaparecer las redes de inteligencia en Tierra-Luna, forzosamente había de ser sobrehumana. Si todavía anda por aquí, ningún discurso presuntuoso podrá salvarnos. Es por esta razón que Bill Sánchez y su pequeña colonia abandonaron la empresa. Pobre hombre, estaba asustado por lo que podría pasar si su colonia iba aumentando.

»Y, Teoría Beta: Esto es lo que cree Yelén, y probablemente también Della (aunque esta es todavía demasiado tímida para decirlo). Yo no puedo asegurarlo. La Humanidad y sus máquinas llegaron a ser algo mejor, algo… que no podemos entender. Y también he podido ver cosas que encajan con esta teoría.

»A partir de la Guerra de la Paz siempre han existido mecanismos más o menos autónomos. Durante siglos, la gente ha estado convencida de que máquinas tan inteligentes como los humanos estaban a la vuelta de la esquina. Muchos no se daban cuenta de la poca importancia que esto podía tener. Lo que se necesitaba era que fueran mucho más inteligentes que los seres humanos. Entre nuestros procesadores y nosotros mismos, ya lo hemos conseguido.

»Mi compañía era pequeña; sólo constaba de ocho personas. Éramos de los atrasados, campesinos; el resto de la humanidad estaba a centenares de segundos luz por delante de nosotros. Las firmas espaciales más importantes eran mucho mejores. Como es lógico, sus ordenadores eran mucho mayores que los nuestros, y conectaban a miles de personas. Tenía amigos en la Corporación Charon y en la Stellation Incorporada. Creían que estábamos locos por quedarnos tan aislados. Y cuando pudimos visitar sus habitáis, cuando la demora de comunicación fue menor de un segundo, pude ver lo que querían decir. En aquellas compañías había potencia, sabiduría y diversión… y nos daban la vuelta en todo. Nuestra única ventaja estribaba en nuestra movilidad.

»Pero hasta estas compañías eran fragmentos, unos pocos miles de personas aquí y otros tantos allá. A principios del siglo veintitrés había tres mil millones de personas en el volumen Tierra-Luna. Tres mil millones de personas con su correspondientes generadores de energía, todo concentrado en una distancia inferior a tres segundos-luz.

»Yo pienso… era muy raro que habláramos con ellos. Asistimos a una conferencia de márketing en la Luna, en el 2209. Aunque estábamos conectados, jamás pudimos comprender lo que pasaba allí —se calló durante unos largos momentos—. Es decir, ya lo ves, cualquiera de las dos teorías puede ser válida.

Wil no tenía intención de dejarlo escapar tan fácilmente.

—Pero vuestro proyecto…, me has dicho que podía significar el viaje a una velocidad mayor que la de la luz. ¿Hay alguna manera de saber qué resultado tuvo todo aquello?

Tung asintió.

—Bill Sánchez visitó un par de veces el Compañero Oscuro. Es una simple cosa muerta, tal como había sido siempre. No había señales de que hubiera sido modificado. Pienso que esto le asustó todavía más que lo que encontró en Criaron. Sé que me asusta a mí. Dudo de que mi accidente bastara para echar a perder todo el plan, ya que nuestro proyecto habría abierto una puerta a la Humanidad para recorrer toda la Galaxia…, pero hay que hacer constar además que era la primera muestra de ingeniería cósmica de toda la historia. Si hubiese salido bien, queríamos repetirlo con cierto número de estrellas. Al final, habríamos llegado a construir un objeto Arpa en este brazo de la Galaxia. Bill pensó que nos habíamos comportado como «unas engreídas cucarachas» y los verdaderos amos habían acabado por pisarnos.

»Pero no te inclines todavía por la Teoría Alfa. He dicho que la Singularidad fue un espejismo. La Teoría Beta lo puede explicar igualmente. En el 2207 el nuestro era el proyecto más importante de Stellation Incorporada. Emplearon todos sus fondos en alquilar tantas concesiones como fuera posible alrededor del sol. Pero después del 2209, ya había disminuido su entusiasmo. En la conferencia de márketing realizada en la Luna, casi pareció como si los peces gordos de Stellation quisieran presentar nuestro proyecto como si se tratara de una frivolidad.

Tung se calló y sonrió.

—Ahora ya tienes un esbozo a grandes rasgos de los Grandes Sucesos. Lo encontrarás explicado mucho más claramente y con más detalles en las bases de datos de Yelén —inclinó su cabeza hacia un lado—. ¿Tanto te gusta escuchar a los demás, Wil Brierson, que antes has preferido venirme a ver?

Wil le devolvió la sonrisa.

—Quería oírte primero y de primera mano. Y todavía no te comprendo. Soy uno de los primitivos tecno-min, Tung. Jamás he experimentado una conexión directa, y mucho menos los enlaces mentales de que hablas. Pero sé lo que le duele a un tecno-max el quedarse sin su cinta de cabeza —a lo largo de todo el diario de Marta, tal pérdida era un motivo de dolor—. Por lo que llego a entender de tus explicaciones sobre tu tiempo, has perdido mucho más. ¿Cómo te las arreglas para parecer tan tranquilo?

Una mínima expresión sombría cruzó por la cara de Tung.

—Realmente, no es ningún misterio. Tenía diecinueve años cuando abandoné la civilización. Desde entonces ya he vivido cincuenta años más. No recuerdo casi nada del tiempo inmediato después de que me rescataran. Yelén dice que estuve en coma durante meses. No encontraban nada que marchara mal en mi cuerpo: sólo que no había nadie dentro.

»Ya te he dicho que mi compañía era pequeña y rural. Esto es sólo si se la compara con las mejores. Éramos ocho personas: cuatro hombres y cuatro mujeres. Tal vez debiera decir, además, que aquello era un matrimonio en grupo, porque efectivamente lo era. Pero también era mucho más. Invertimos hasta nuestro último gAu en nuestro sistema procesador y en los interfaces. Cuando estábamos todos conectados, formábamos algo… maravilloso. Pero ahora todo esto ya no son más que recuerdos de recuerdos, que no tienen más significado para mí que el que puedan tener para ti —su voz se había ablandado—. ¿Sabes? Teníamos una mascota: una pobre y dulce niña, casi descerebrada. Incluso con prótesis era apenas tan brillante como tú o como yo. Casi siempre era feliz —la expresión de su semblante era ilusionada e intrigada—. Y la mayor parte de las veces, yo también soy feliz.

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