17

Los días siguientes cayeron en una rutina que resultó grata casi en su totalidad: todas las tardes las pasaba con uno u otro grupo de técnicos bajos.

Visitó varias minas. Todavía estaban automatizadas a fondo. Muchas de ellas se abrían a cielo abierto; cincuenta millones de años habían creado yacimientos completamente nuevos (los únicos yacimientos más ricos que aquéllos estaban en el cinturón de asteroides, y una de las formas de ahorrar de Yelén consistía en suprimir la mayor parte de las actividades espaciales). Las fábricas de la colonia eran completamente distintas a lo que había existido en toda la historia, eran una combinación fantástica de la construcción a medida, de técnica elevada y de las primitivas cadenas de montaje que a la postre deberían predominar. Gracias a Gail Parker pudo ver una fábrica de tractores de NM; quedó sorprendido por la amistosa acogida que todos le dispensaron.

En algunos aspectos, el picnic de la Costa Norte le había engañado. Wil descubrió que, aunque muchos estaban de acuerdo con las quejas que Tioulanng formuló contra Korolev, muy pocos de los «sin gobierno» estaban dispuestos a conceder su soberanía a los de la Paz o a Nuevo Méjico. De hecho, ya habían dado algunas calladas deserciones en los campamentos estadistas.

La gente estaba tan ocupada como decía Rohan. Las jornadas de diez o doce horas eran la regla general. Y gran parte del tiempo restante se empleaba en discurrir formas de potenciar al máximo las ganancias a largo plazo. Muchos de los regalos de alta tecnología ya se habían cambalacheado varias veces. Cuando visitó la granja de los Dasguptas vio que también construían maquinaria agrícola. Les habló de la fábrica de NM. Rohan no hizo más que sonreír inocentemente. Dilip se apoyó en uno de los tractores que fabricaban allí y se cruzó de brazos.

—Sí, ya he hablado de esto con Gail. Fraley quiere comprar nuestro negocio. Si ofrece un buen precio, tal vez aceptemos. Ja, ja. Tanto los de NM como los Pacistas se dedican a la producción masiva de herramientas. Ya puedo imaginar lo que pasa por su débil seso. Suponen que al cabo de diez años habrá una confrontación entre los campesinos y los industriales, y que ellos van a ganar. Pobre Fraley, algunas veces me da pena. Aún en el supuesto de que los NM y los Pacistas se unieran, todavía no estarían en posesión de todas las fábricas ni mucho menos de la mitad de todas las minas. Yelén dice que sus bases de datos y su software de proyectos estarán disponibles durante siglos. Hay ciertos técnicos entre los «sin gobierno» que son mejores que cualquiera de los de Fraley. Rohan y yo conocemos el comercio de mercancías. ¡Diablo! Muchos de nosotros estamos especializados en esto, y también en la prospección de mercados —y sonrió feliz—. Al final, acabarán perdiendo la camisa.

Wil contestó a su sonrisa con otra. Dilip Dasgupta jamás había padecido por falta de confianza en sí mismo. En aquel caso podía ser que estuviera en lo cierto… siempre que los de NM y de la Paz no usaran su fuerza.


Las reuniones de despacho que todas las tardes tenía Wil con Yelén no eran tan amenas, aunque en ellas ambos congeniaban más que lo habían hecho en la reunión posterior al picnic de la Costa Norte. El autón de Yelén le seguía a todas partes, lo que generalmente permitía a ésta ver y oír todo lo que él hacía. Algunas veces parecía que ella quería repasar cada uno de los detalles; el encontrar al asesino de Marta era un objetivo que nunca se alejaba de su intención, y más cuando parecía formar parte de un plan general de sabotaje. Pero con igual frecuencia, quería que Wil le diera su opinión sobre las actitudes e intenciones de los tecno-min. Sus frecuentes conversaciones eran una mezcla fantástica de ciencias sociales, paranoia e investigación criminal.

Habían emburbujado a Tammy pocas horas después del picnic. Después de esto no hubo señales de interferencia de los tecno-max. O bien había sido ella la responsable de esa interferencia (y había actuado de forma terriblemente chapucera), o bien el balón luminoso y la pintada eran parte de algo que todavía era inescrutable.

Aparentemente, los tecno-min se habían percatado de esta segunda parte de la alternativa. Durante las últimas semanas habían visto y utilizado una enorme cantidad de maquinaria; muchos no tenían manera de saber el origen o el grado de «santidad» de lo que recibían. Y Yelén había borrado el graffiti de pintura punteada de la puerta de Wil. Por otra parte, era verdad que algunos de los de NM estaban enterados del contrabando, hasta el punto que los espías de Tioulang lo habían sabido. Conociendo la organización de NM, Wil no podía imaginar que hubiera una conspiración que fuera independiente de Fraley.

Yelén estaba indecisa sobre si debía coger a Fraley y a su equipo de mando para someterlos a interrogatorio, pero al final desistió de hacerlo. Habría el mismo problema si se apoderaba de Tioulang. Además, parecía que los planes de Marta funcionaban bien. Las primeras fases, es decir, las donaciones y el establecimiento de acuerdos entre los tecno-min, eran pasos muy delicados que dependían de la confianza y buena voluntad de cada uno de los implicados. Incluso en la mejor de las circunstancias (y los últimos días parecía que las cosas no podían ir mejor), los tecno-min tenían toda clase de razones para que no les gustara la reina de la montaña. Y en esto radicaba uno de los principales intereses de Korolev para sacar información de Brierson. Tomaba cada una de las quejas que figuraban en las grabaciones y pedía el análisis de Wil. Y más aún, quería enterarse de los problemas que Wil detectaba aunque no se hablara de ellos. Ésta era una de las cosas que más le gustaba a Wil de su nuevo trabajo, y era algo que sospechaba que muchos de los tecno-min también comprendían… De no ser así, ¿hubiese sido tan cordial la acogida en la fábrica de tractores de NM?

A Yelén le divertían mucho los tratos de Dilip Dasgupta con los de Nuevo Méjico:

—Estoy a su favor; nadie debería consentir que estos atávicos quieran darle lecciones. ¿Sabes lo que hicieron Tíoulang y Fraley cuando empecé el reparto de donativos previsto por Marta? —continuó Yelén—. Me dijeron que entre ellos había sus desacuerdos, pero que el futuro de la especie era de suprema importancia; sus expertos se habían reunido y habían acabado por redactar un «Plan de Unidad». En él se detallaba las metas de producción previstas y el reparto de las asignaciones, exactamente lo que cada maldita persona tenía que hacer en los próximos diez años. Esperaban de mí que haría tragar esta muestra de sabiduría a todo el mundo… Idiotas. Tengo software que lleva años machacando estos problemas y soy incapaz de planear con tanto detalle como pretenden estos cretinos. Creo que Marta habría estado orgullosa de mí, porque no me reí en voz alta. Me limité a sonreír dulcemente al decirles que cualquiera que quisiera seguir su plan, sería bien recibido; pero que yo, ni en sueños pensaba poder imponérselo a alguien. A pesar de esto se dieron por ofendidos. Supongo que fue porque creyeron que yo lo había dicho con sarcasmo. Fue después de esto que Tioulang empezó a hacer propaganda de la regla de la mayoría y de la unidad de todos frente a la reina de la montaña.

Otros asuntos que se trataron fueron mucho más importantes, pero a ella no le resultaron nada divertidos. Había 140 hembras tecno-min. Desde las fundación de la colonia, sus servicios médicos sólo habían registrado cuatro embarazos.

—¡Dos de las cuatro mujeres solicitaron el aborto! ¡Y no quiero que haya abortos, Brierson! Y quiero que todas las mujeres dejen de utilizar métodos de contracepción.

Ya habían hablado en otras ocasiones de este problema; Wil casi no sabía qué decir.

—Con esto no conseguirás más que hacer que caigan en brazos de los de NM o de los Pacistas.

Pero, puestos a pensar, se trataba de un tema sobre el que Korolev y los gobiernos, con toda probabilidad, tenían exactamente la misma opinión. Fraley y Tioulang podían hacer la comedia de apoyar la libertad de reproducción, pero no podía imaginarse que esto pudiera ser otra cosa que una estratagema sólo a muy corto plazo.

En la voz de Yelén ya no había cólera. Casi suplicaba:

—¿No lo ves, Wil? Ha habido colonias, antes. Muchas no consistían más que en una o dos familias, pero otras, como la de Sánchez, tenían casi la mitad del tamaño de la nuestra. Todas fracasaron. Creo que la nuestra será lo suficiente grande. Pero sólo por muy poco. Si las mujeres tienen, en promedio, diez niños cada una durante los próximos treinta años, y sus hijas tienen un comportamiento análogo, podremos tener la gente necesaria para tapar los agujeros que se produzcan cuando falle la automatización. Pero si no lo consiguen, entonces fallará la tecnología, y con toda seguridad perderemos población. Todos mis estudios demuestran que los supervivientes no podrían mantenerse. Al final, sólo quedarían unos pocos tecno-max que vivirían algunos siglos subjetivos más con lo que hubiera quedado de su equipo.

La visión de Marta de un avión a propulsión al que se le había apagado el chorro de llamas y que no tenía más recurso que picar en dirección a la Tierra pasó por la mente de Wil.

—Creo que las mujeres tecno-min quieren que sobreviva la humanidad tanto como tú, Yelén. Pero hay que darles tiempo para que se acostumbren a esta idea. Las cosas eran muy diferentes cuando estaban en la civilización. Un hombre o una mujer podían decidir dónde y cuándo y si…

—¿Inspector, no le parece que yo ya sé esto? Viví cuarenta años en la civilización, y sé de sobra que lo que tenemos aquí es algo abominable… pero no tenemos otra cosa.

Hubo un momento de ominoso silencio y después Wil dijo:

—Hay una cosa que no entiendo, Yelén. De entre todos los viajeros, tú y Marta fuisteis las que tuvisteis la mejor visión del futuro. ¿Por qué no…? —las palabras se le escapa— ron antes de que pudiera contenerlas, aunque no tenía intención de provocar una batalla verbal—. ¿Por qué no tuvisteis la previsión de traer matrices automáticas y un banco de cigotos?

Korolev se sonrojó, pero no llegó a dispararse. Después de unos segundos contestó:

—Lo hicimos. Como siempre, fue una idea de Marta. Yo—me cuidé de la compra. Pero… me pasé de rosca —desvió la mirada de Brierson. Era la primera vez que éste la veía avergonzada—. No comprobé suficientemente bien el envío. La compañía estaba calificada como AAAA; debía haber sido de las más fiables. ¡Y nosotras estábamos tan ocupadas aquellas últimas semanas! Pero debí haber sido más cuidadosa —movió la cabeza—. Después tuvimos mucho tiempo, en el lado del futuro de la Singularidad. Todo el equipo era basura, Brierson. Las matrices y la automatización postnatal eran sólo cubiertas con la mínima capacidad de operación para simular el proceso de diagnosis ante una observación rutinaria.

—¿Y los cigotos?

Yelén soltó una risita amarga.

—Sí. ¿Crees que teniendo burbujas había de ser imposible que aquello fallara? Estás en un error. Los cigotos estaban malformados, eran la clase de cigotos no viables que ningún cristiano tocaría.

«Posteriormente he estudiado esta compañía en el Greenlnc; pero allí no hay nada que hubiera podido prevenirnos. Después de la última calificación de aquella empresa, sus propietarios deben haberla echado al arroyo. Su comportamiento fue criminal; si les cogieron, debieron pasarse décadas reparando el mal. O tal vez sólo cometieron un fraude con nosotras, porque se habían enterado de que nos íbamos a marchar en un salto muy largo.

Hizo una pausa, y el vigor había retornado a su voz cuando prosiguió:

—Quisiera tenerles ahora aquí. No tendría que ponerles pleito; solamente les dejaría caer en el sol.

»Algunas veces los inocentes han de pagar a causa de los errores de otros, inspector. Es lo que ocurre ahora. Estas mujeres han de empezar a producir. Ahora.

Wil se abrió de brazos:

—Dales, danos un poco de tiempo.

—Tal vez te resulte difícil de creer, pero no estamos sobrados de tiempo. Hemos esperado cincuenta millones de años para poder reunir a todos. Pero una vez que esto ha empezado, hay algunas fechas tope. Te habrás dado cuenta de que no he repartido equipo médico.

Wil asintió. La propaganda de NM y de los Pacistas lo anunciaban a todo grito. Cualquiera podía utilizar los servicios médicos de tecnología tecno-max pero, igual que pasaba con las burbujas y las armas, los equipos médicos no formaban parte de las donaciones.

—Ahora tenemos aquí unas trescientas personas. El equipo médico de alto nivel es algo muy delicado. Consume materiales que no se pueden reponer, y además se deteriora. Esto ya está ocurriendo ahora, Brierson, y mucho más aprisa de lo que una simple escala lineal pudiera predecir. Los sintetizadores deben ser recalibrados constantemente para tratar a cada individuo determinado.

Había un nudo en la garganta de Wil. Se preguntaba si un fulano del siglo veinte se sentiría así cuando le comunicaban que tenía un cáncer que no se podía operar.

—¿De cuánto tiempo disponemos?

Ella se encogió de hombros.

—Si atendemos a todo el mundo, y la población no aumenta, tal vez serán cincuenta años. Pero la población debe aumentar para que podamos mantener el resto de nuestra tecnología. Los niños van a necesitar muchos cuidados médicos… pero no sé cuanto tiempo deberá pasar para que la nueva civilización pueda hacer su propio equipo médico. Quizá se necesiten entre cincuenta y doscientos años, en función del tiempo que debamos esperar a tener una población verdaderamente grande o a lograr un crecimiento exponencial de la técnica cuando sólo tengamos unos pocos miles de pobladores.

»Nadie deberá morir a causa de la edad. Estoy decidida a emburbujar a los moribundos. Pero sí habrá senectud. No voy a proporcionar conservación de la edad y, con ciertas excepciones, no pienso hacerlo por lo menos durante un cuarto de siglo.

Wil, tenía veinte años biológicos. En cierta ocasión se había dejado envejecer hasta los treinta y descubrió que no era de los que envejecen elegantemente. Se acordó de su obesidad, de la barriga que desbordaba por encima de sus pantalones.

Yelén le sonrió fríamente.

—¿No vas a preguntarme por las excepciones?

Maldita seas, pensó Wil.

Al ver que él no contestaba, continuó:

—Las excepciones menos importantes: aquellos tan locos o desgraciados que ya tienen más de cuarenta bioaños. Voy a retrasarles los relojes sólo por una vez. Las excepciones importantes: cualquier mujer, con tal de que se mantenga embarazada — Yelén se sentó con una inexorable mueca en su cara—. Esto deberá suplir las pocas ganas que tenga.

Wil la miraba pensativamente. Hacía unos pocos minutos que Yelén había actuado como lo haría una persona civilizada, muy divertida con los planes de los Pacistas y los de NM para obtener el control central. Y ahora estaba hablando de disponer de las vidas del personal tecno-min.

Se produjo un largo silencio. Yelén comprendió de qué se trataba. Wil lo podía asegurar por la forma con que ella intentaba hacerle bajar la mirada. Al final, la bajó ella.

—Maldita sea, Brierson, hay que hacerlo así. Y además, también es moral. Cada uno de nosotros, los tecno-max, poseemos nuestro propio equipo médico. Todos estamos de acuerdo en que, sin duda, es asunto nuestro el decidir cómo hacemos nuestra caridad.

Ya habían discutido otras veces esta teoría. La lógica de Yelén era algo muy frágil, e iba algo más allá de las leyes referentes a naufragios que Wil conocía. Después de todo, los viajeros avanzados habían llevado allí a los tecno-min, y no les iban a permitir que se emburbujaran para salir de aquella era. Con más claridad que nunca comprendía la reacción de Yelén ante Tammy. ¡Podría necesitarse tan poca cosa para destruir la colonia! Y durante los siguientes años el descontento estaba predestinado a aumentar.

Le gustara o no, Wil trabajaba para un gobierno. ¡Heil Yelén!

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