13

Algo relampagueó, en el aire por encima de Wil, y sus piernas se quedaron paralizadas. Cayó casi en el mismo lugar donde había estado el Chico. Mientras perdía violentamente la respiración, intentó ponerse de rodillas. No pudo. Escupió sangre y recuperó la capacidad de pensar. Alguien le había disparado un rayo paralizante.

A su alrededor sonaban gritos y la gente seguía retirándose, por si continuaba su furioso arrebato. El juego se había interrumpido; la pelota luminosa estaba quieta sin cambiar de color. Wil se tocó la nariz: sangraba, pero no estaba rota.

Cuando se revolvió y se quedó apoyado sobre sus codos, se acalló el ruido confuso de voces.

Fraley se acercó a él con una ancha sonrisa en su cara.

—Vaya, vaya, inspector. Está un poco exaltado ¿no? Suponía que era usted más frío. Usted, más que nadie, debería saber que no podemos mantener los antiguos rencores.

Cuando se le acercó más, Wil tuvo que esforzarse para poder mirarle a la cara. Hubo de renunciar y bajó la cabeza. Detrás del Presidente de NM, y en el límite de la zona iluminada por el balón, vio al Chico que vomitaba en la hierba.

Fraley se detuvo junto al caído Brierson, y sus zapatos deportivos llenaron el primer plano visual de éste. Wil se preguntaba cómo se sentiría si le diera con uno de aquellos zapatos en la cara, y estaba seguro de que Steve estaba pensando lo mismo.

—Presidente Fraley —la voz de Yelén hablaba desde algún lugar situado arriba—. Estoy completamente de acuerdo con usted acerca de los rencores.

—Hummm, sí —retrocedió un par de pasos. Cuando hablaba parecía como si lo hiciera hacia arriba—. Le agradezco que lo haya atontado, señora Korolev. Es posible que sea mejor que haya sucedido esto. Creo que ya es hora de que usted se dé cuenta de a quién puede confiar una responsabilidad, y a quién no.

Yelén no contestó. Pasaron algunos segundos. Wil oía el murmullo de conversaciones cerca de él. También oyó el ruido de unos pasos que se acercaban y después la voz de Tung Blumenthal.

—Sólo queremos apartarlo de la gente. Yelén. Dale una oportunidad y deja que use sus piernas. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Blumenthal ayudó a Wil a ponerse de espaldas y después le cogió por debajo de los sobacos. Vio que Rohan Dasgupta le había cogido por las piernas. Pero lo único que Wil podía sentir eran las manos de Blumenthal, sus piernas todavía estaban como muertas. Entre los dos le llevaron con dificultad lejos de la luz y de la gente. Fue una hazaña del escuálido Rohan. Cada pocos pasos, el trasero de Wil se arrastraba por el suelo; oía el ruido, pero no sentía nada. Por fin, todo estuvo a oscuras a su alrededor. Le incorporaron, apoyando su espalda en una gran roca. Las pistas y las fogatas eran lagunas de luz que se agrupaban debajo de ellos. Blumenthal se puso en cuclillas al lado de Wil.

—Tan pronto como notes un hormigueo en las piernas, te aconsejo que intentes andar, Wil Brierson. Así te dolerá menos.

Wil asintió. Era el consejo que siempre se daba a las víctimas de un paralizador, por lo menos cuando el corazón no había salido perjudicado.

—Por Dios, Wil. ¿Qué te ha pasado? —La curiosidad luchaba con la turbación en la voz de Rohan.

Brierson respiró profundamente: las ascuas de su ira todavía ardían.

—Nunca me habías visto cabreado de verdad. ¿Es esto lo que quieres decir, Rohan?

¡El mundo estaba tan vacío! Todos aquellos que le habían importado ya no estaban allí… y el vacío que habían dejado se había llenado de una cólera desconocida para él. Wil movió la cabeza. Nunca se había dado cuenta de lo desagradable que podía llegar a ser una cólera permanente.

Permanecieron sentados otro minuto. Wil empezó a notar un hormigueo en sus pies. Nunca había visto un paralizador cuyos efectos desaparecían tan pronto; sin duda se trataba de otra mejora que habían hecho los tecno-max. Se puso de rodillas.

—Veamos si puedo andar —dijo y se encaramó sobre sus pies con la ayuda de Dasgupta y de Blumenthal, que le servían de muletas.

—Allí hay un sendero —dijo Blumenthal—. No dejes de andar y cada vez te resultará más fácil.

Andaba tambaleándose. El sendero empezó a descender, dejando los terrenos del picnic detrás de la cresta de una colina. Los gritos y risas se fueron amortiguando, y al cabo de unos instantes el sonido más intenso que podían oír era el de los insectos. Había un olor dulzón, ¿de flores, tal vez?, que él jamás había percibido en las proximidades de Ciudad Korolev. El aire era frío, y terriblemente más frío en las partes de sus piernas que habían recuperado la sensibilidad.

Al principio, Wil hubo de descansar todo su peso en Blumenthal y en Dasgupta. Sus piernas le parecían poco más que muñones, a veces se sostenían y a veces se doblaban sin ninguna coordinación real. Al cabo de unos cincuenta metros, los pies de Wil ya notaban los guijarros del camino, y él ya realizaba por lo menos la mitad del trabajo.

La noche era clara pero sin luna. De alguna manera, la luz de las estrellas era suficiente para que vieran por dónde iban… ¿O tal vez era la luz de la Vía Láctea? Wil miró hacia el cielo que tenían delante. La pálida luz era extraordinariamente brillante. Subía por el Este y era una franja ancha que se estrechaba y se perdía a medio camino hacia el cénit del cielo. ¿Por el Este? ¿Podían los megaaños haber llegado a cambiar hasta este punto? Wil casi dio un traspié y notó que los otros le cogían con más fuerza.

Miró hacia lo alto y vio la verdadera Vía Láctea que estaba en otra dirección.

Blumenthal se rió.

—¿No pasaban muchas cosas en las zonas de Lagrange en tu tiempo, verdad? Había habitáis en L4 y L5. Se podían ver fácilmente, ya que eran como estrellas brillantes —no como este resplandor de polvo de estrellas—. Pon suficientes elementos en la órbita de la luna y verás mucho más que unas pocas estrellas nuevas. En mis tiempos, allí vivían millones de personas. Toda la industria pesada de la Tierra estaba emplazada allí. Ya empezaba a haber demasiada aglomeración. Hay un límite para la contaminación térmica y química que se puede soltar antes de que las fábricas empiecen a envenenarse ellas mismas.

Entonces Wil recordó cosas que Marta y Yelén habían dicho.

—Pero ahora allí casi todo son burbujas.

—Sí. Esta luz no se debe a fábricas o civilización. Las perturbaciones debidas al tercer cuerpo del sistema, desde ya hace mucho tiempo han arrasado los artefactos originales. Ahora es un buen lugar para los almacenajes a corto plazo, o para situar allí equipos de observación.

Wil contemplaba absorto aquel pálido resplandor. Intentaba imaginar cuántos miles de burbujas debían ser necesarias para producir aquel resplandor. Sabía que Yelén todavía tenía gran parte de su equipo fuera de la Tierra. ¿Cuántas toneladas de elementos «almacenados a corto plazo» habría allí? Y ya que estamos en esto, ¿cuántos viajeros estaban todavía en estasis, y desconocían los mensajes, que las Korolevs habían dejado a lo largo de los megaaños? Aquella luz era fantasmal en más de un sentido.

Se desplazaron otros doscientos metros hacia el Este. La coordinación de Wil fue retornando gradualmente, hasta que logró andar sin ayuda, aunque tambaleándose algunas veces. Sus ojos se habían adaptado completamente a la oscuridad. Unas flores de color claro parecían flotar sobre los arbustos que bordeaban el sendero, y cuando se acercaban, el olor dulzón les llegaba con más intensidad. Se preguntaba si aquel sendero era natural, o algo artísticamente proyectado por Korolev. Puso a prueba su equilibrio mirando directamente hacia arriba. Con toda certeza, allí había algo negro que ensombrecía las estrellas. El autón de Yelén, y probablemente también el de Della, todavía estaban con él.

El sendero serpenteaba hacia el Sur, hacia las rocas desnudas que formaban los bordes de los acantilados. Desde abajo llegaba un débil suspiro, que no era más que el rítmico batir del agua contra las rocas. Podría haberse tratado del Lago Michigan en una noche silenciosa. Echaba de menos algunos mosquitos para poder sentirse realmente como en casa.

Blumenthal rompió el largo silencio.

—Tú fuiste uno de los héroes de mi infancia, Wil Brierson —se percibía una sonrisa en su voz.

—¿Qué?

—Sí. Tú y Sherlock Holmes. Leí todas las novelas que escribió tu hijo.

—¿Billy escribió… sobre mí?

Greenlnc había dicho que la segunda carrera de Billy había sido la de novelista, pero Wil no había tenido tiempo para ver qué había escrito.

—Las aventuras eran inventadas, aunque tú eras el héroe. Las escribió bajo la premisa de que Derek Lindemann no te había liquidado. Eran casi treinta novelas; corriste aventuras durante todo el siglo veintidós.

—¿Derek Lindemann? —dijo Dasgupta—. ¿Quién…? ¡Oh! ya lo entiendo.

Wil asintió.

—Ya, Wimpy Derek Lindemann… el Chico. El fulano al que hace poco he intentado matar.

Aunque fuese sólo por un momento, su cólera le parecía irrelevante. Wil sonrió tristemente en la oscuridad. Pensaba que Billy había creado una vida sintética para suplir la que se había acabado. ¡Por Dios, iba a leer todas aquellas novelas!

Miró al tecno-max.

—Me alegro mucho de que disfrutaras con mis aventuras, Tung. Supongo que al crecer, lo superaste. Por lo que he oído decir, te dedicaste a la construcción.

—Cierto y cierto. Pero si hubiera querido ser policía, no me habría costado demasiado. A finales del siglo veintidós, muchas zonas urbanas no tenían más de un policía por cada millón de habitantes. En las zonas rurales, todavía era peor. Había una terrible escasez de crímenes.

Wil sonrió. El acento de Blumenthal era raro, casi cantarín, una mezcla entre escocés y amerasiático. Ninguno de los otros técnicos elevados hablaba así. En los tiempos de Wil, las diferencias entre los dialectos se habían ido suavizando debido a lo rápidas y fáciles que eran las comunicaciones dentro del volumen Tierra-Luna. Blumenthal había crecido en el espacio, a algunos días de viaje de la Tierra.

—Además, preferí construir cosas para proteger a la gente. A principios de siglo veintitrés, el mundo cambiaba más aprisa de lo que puedas imaginarte. Apostaría a que hubo más cambios técnicos en la primera década del veintitrés que en todos los siglos que habían transcurrido hasta terminar el veintidós. ¿Te has dado cuenta de las diferencias que hay entre los viajeros avanzados? Mónica Raines dejó la civilización en el 2195, y a pesar de lo que diga ahora, se compró el mejor equipo técnico disponible. Juan Chanson se fue en el 2200 con una inversión mucho menor; no obstante, el equipo de Juan es superior en todos los aspectos. Sus autones han estado varios miles de años en el tiempo real, y van a servir por lo menos para otro período igual. Mónica ha sobrevivido sesenta años y sólo le queda un autón. La diferencia estaba en los progresos hechos en cinco años en lo referente a equipos de deporte y acampada. Las Korolevs partieron un año después que Chanson. Compraron una cantidad inmensa de equipos con casi la misma inversión que Chanson: un sólo año había depreciado los modelos de 2200 hasta aquel punto. Juan, Yelén y Genet saben esto, pero no creo que ninguno de ellos pueda comprender lo que nos pueden traer nueve años de progresos… ¿Sabes que soy el último de los que salimos?

Wil lo había leído en los resúmenes de Yelén. La diferencia no le había parecido tan terriblemente importante.

—¿Te emburbujaste en el 2210?

—Efectivamente. Della Lu fue la última que lo hizo antes que yo, en el 2202. Jamás hemos podido encontrar a alguien que haya vivido más cerca de la Singularidad.

Rohan intervino en voz baja:

—Debes ser el más poderoso de todos ellos.

—Debería serlo, tal vez. Pero el hecho es que no soy un viajero voluntario. Era más que feliz entonces. Nunca tuve la menor inclinación a saltar hacia el futuro para iniciar una nueva religión o hacer caer el mercado bursátil… lo siento. Rohan Dasgupta, yo no…

—Está bien. Mi hermano y yo fuimos demasiado codiciosos. En aquella época pensamos: ¿qué puede fallar? Nuestras inversiones parecen estar seguras; después de uno o dos siglos nos habrán convertido en hombres muy ricos. Y si no sucede así, pues bien, el nivel de vida habrá de ser tan alto, que incluso siendo pobres podremos vivir mucho mejor que ahora —suspiró—. Apostamos por el progreso del que has hablado antes. No contábamos con regresar a las junglas y a las ruinas, a un mundo sin habitantes.

Anduvieron algunos pasos en silencio. Finalmente pudo más la curiosidad de Rohan:

—¿A ti te secuestraron como a Wil?

—No… no lo creo; pero dado que nadie vivió después de mí, es imposible saberlo con seguridad. Yo trabajaba en la construcción pesada, y a veces ocurren accidentes… ¿Cómo van tus piernas, Brierson?

—¿Qué dices?

El repentino cambio de tema de conversación había pillado a Wil desprevenido.

—Ya están mejor —continuó Wil.

Todavía notaba el hormigueo, pero ya no tenía problemas con su coordinación.

—En este caso regresemos, ¿de acuerdo?

Se alejaron de los acantilados dejando atrás las flores de dulce olor. Las fogatas eran invisibles porque estaban detrás de algunas crestas, habían andado casi unos mil metros. Hicieron todo el camino de regreso sin casi pronunciar palabra. Hasta Rohan estaba callado.

La rabia de Wil se había enfriado, sólo quedaban las cenizas: una tristeza profunda. Meditaba sobre lo que pasaría cuando viese nuevamente a Derek Lindemann. Su disfraz era muy bueno. Si Phil Genet no hubiera dirigido a Wil directamente hacia el Chico, podrían haber pasado semanas enteras antes de que le localizara. Cuando pasó aquello, Lindemann tenía diecisiete años, y era un desgarbado anglo; ahora parecía ser un asiático algo gordinflón de unos cincuenta años. Se veía claramente que había intervenido la cirugía cosmética. Y en cuanto a lo de su edad… pues bien, cuando Yelén y Marta decidían hacer algo podían llegar a ser brutalmente directas. Durante los millones de años que Wil y los otros estuvieron emburbujados, Derek Lindemann había vivido treinta años en el tiempo real, sin asistencia médica. Tal vez entonces las Korolevs habían estado fuera del estasis, tal vez no; los autones que cuidaban su campamento de burbujas de Canadá, podían haber sido competentes para cuidar de él. Durante aquellos treinta años el Chico vivió completamente solo. Treinta años de introspección. El Lindemann que Wil había conocido era un resentido. Sin duda sus pequeños hurtos eran venganzas contra sus parientes de la compañía. No cabía la menor duda de que había emburbujado a Brierson a causa de un pánico infantil. Y durante treinta años el Chico había vivido con el miedo de que algún día W. W. Brierson pudiera reconocerlo.

—Gracias por… haber hablado conmigo. Por lo general, yo no soy así.

Aquello era verdad, y tal vez también era lo que le acobardaba más de todo aquel día. Durante treinta años de trabajo de policía, nunca había perdido los estribos. Posiblemente aquello no era tan sorprendente, porque si hubiera golpeado salvajemente a sus clientes le hubieran despedido inmediatamente. Pero en el caso de Wil, la frialdad le había resultado fácil. Era verdaderamente el tipo tranquilo que aparentaba ser. Con mucha frecuencia había sido él quien conservaba la calma y conseguía apartar a los demás de las fronteras del pánico y de la rabia. Durante las últimas semanas, todo esto había cambiado, pero…

—Vosotros habéis perdido tanto como yo, ¿no es cierto?

Recordó toda la gente con la que había hablado aquella misma tarde, y la confusión se convirtió en vergüenza. Tal vez el viejo W. W. Brierson había sido siempre imperturbable porque nunca había tenido verdaderos problemas. Cuando llegó la crisis, fue el más débil de todos.

—Está bien —dijo Blumenthal—. Siempre han existido las peleas. Algunas personas hacen más daño que otras. Y para cada persona, algunos días son peores que otros.

—Además, tú eres especial, Wil —dijo Rohan.

—¿Yo?

—Los demás tenemos que ocuparnos de reconstruir la civilización. Korolev nos da una considerable cantidad de material. Requiere mucha supervisión, no hay bastantes elementos automáticos para hacerlo todo. Trabajamos tanto como cualquiera del siglo veinte. Creo que esto vale para la mayoría de los tecno-max. De Tung lo sé concretamente.

»Pero tú, Wil, ¿cuál es tu trabajo? Tu trabajo es tan duro como el nuestro, pero ¿qué es lo que haces? Intentas descubrir al que asesinó a Marta. Apuesto a que te resulta divertido. Tienes que pasar todo tu tiempo por ahí, tú solo, pensando en las cosas que se han perdido. Ni el más perezoso de los tecno-min tiene este problema. Si alguien quisiera que te volvieras loco, no podría haber inventado un trabajo más adecuado.

Wil se dio cuenta de que sonreía. Recordaba las veces que Rohan había intentado llevarle a aquellos picnics.

—¿Qué me vas a recetar? —preguntó a la ligera.

—Bien… —Rohan se había vuelto tímido de repente—. Podrías abandonar el caso. Pero espero que no lo hagas. Todos queremos saber qué es lo que le pasó a Marta. De todos los tecno-max, es a la que más quería. Y su asesinato puede ser parte de una trama que podría acabar con todos nosotros… Creo que lo más importante es que te des cuenta de cuál es el problema. No es que te estés desmoronando, sencillamente es que tú estás bajo una presión mayor que muchos de nosotros. Además, tampoco se trata de que andes trabajando continuamente en ello ¿verdad? Estoy seguro de que te pasas muchas horas buscando en callejones sin salida. Dedica más tiempo al resto de la humanidad. ¡Hasta podría ser que al hacerlo, encuentres algunas pistas!

Wil recordó lo que había pasado durante las dos últimas horas. Respecto al último consejo de Rohan, era imposible estar en desacuerdo.

Загрузка...