Ijale estuvo junto a Jason durante todo el día siguiente, y no se movió de su lado en la formación reglamentaria e inacabable de la busca del krenoj. Tantas veces como le era posible le hacía preguntas a la muchacha, y antes del atardecer había conseguido que ella le dijera cuánto sabía del lugar donde vivían. El océano era algo misterioso que producía animales comestibles, pescado, y de vez en cuando algún cadáver humano, y algún barco en lontananza. Pero no se sabía nada de ellos. El otro lado del territorio estaba flaqueado por un desierto más inhóspito todavía que éste sobre el que arrastraban su existencia; una inconmensurable planicie de arena sin vida, que sólo era habitable por los d’zertanoj y sus misteriosos caroj. Estos últimos quizá fueran animales, o tal vez, algún tipo de transporte mecánico; según la vaga descripción de Ijale cualquiera de los dos era factible. Océano, costa y desierto; esto y nada más era lo que constituía su mundo, y no concebía que pudieran existir otras cosas más allá.
Pero Jason sabía que había más; que tenía que haber algún contacto con una civilización superior; el arco era una prueba evidente de ello, y se había propuesto firmemente descubrir su procedencia. Pero para conseguir esto tendría que cambiar su condición de esclavo, cuando llegara el momento oportuno. De momento había conseguido hacer un progreso: esquivar con cierta facilidad las pesadas botas de Ch’aka.
El trabajo no era duro, y había comida suficiente.
Siendo solamente un esclavo, no tenía otras obligaciones oportunidades que obedecer órdenes, y sin embargo, tenía más que suficientes para descubrir un gran número de cosas de este planeta, lo cual, estando todo lo bien preparado que fuera posible, le sería de gran utilidad en el momento en que decidiera abandonar aquel lugar.
Cuando ya casi anochecía, divisaron otra columna de esclavos caminantes, en la distancia, siguiendo una ruta paralela a la de ellos. Jason sospechó que se repetirían los acontecimientos del día anterior, pero quedó agradablemente sorprendido al ver que no era así. La vista de los otros, hizo montar en cólera a Ch’aka inmediatamente, y enviar a sus esclavos para que se pusieran a cubierto de todo riesgo, a toda velocidad y en todas direcciones. Dando saltos tremendos, gritando desaforadamente, blandiendo la maza al aire de un modo incontenible, se puso en situación antes de emprender una loca carrera.
Jason le siguió de cerca, vivamente interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas.
Frente a ellos, estaba el otro grupo de esclavos esparcido, y de entre la penumbra que formaban, apareció otra figura armada. Los dos líderes se abalanzaron el uno hacia el otro a toda velocidad, y Jason ansiaba y suplicaba por un choque brusco y demoledor que los dejara fuera de combate en cuanto se encontraran. Sin embargo, redujeron de a poco la velocidad antes de chocar y comenzaron a dar vueltas uno alrededor del otro, escupiendo insultos e imprecaciones a mansalva.
— ¡Te odio, M’shika!
— ¡Te odio, Ch’aka!
Las palabras eran las mismas, pero el significado tenía más formalidad y fiereza que Cuando fueron intercambiadas con Fasimba.
— ¡Te mataré, M’shika! ¡Has vuelto a entrar en mis tierras con la carroña de tus esclavos!
— ¡Eres un farsante, Ch’aka, este terreno es mío desde hace mucho tiempo!
— ¡Te voy a matar!
Ch’aka dio un salto enorme al pronunciar esas palabras, y descargó un mazazo tal, que hubiera partido al otro hombre en dos de haberlo alcanzado. Pero M’shika esperaba el golpe y se tiró hacia atrás, lanzando un contragolpe con su maza que Ch’aka logró esquivar con facilidad. Hubo un intercambio rápido de golpes que no hicieron más que blandir el aire, hasta que ambos hombres estuvieron entrelazados, entregándose a una lucha llena de vigor y acometividad.
Rodaron cogidos por el suelo, gritando de un modo salvaje y tratando de destrozarse el uno al otro. Los pesados mazos no tenían ninguna utilidad en aquella lucha cuerpo a cuerpo, y fueron despreciados en favor de los cuchillos y las rodillas: ahora comprendía Jason la utilidad de los colmillos que Ch’aka llevaba atados, de punta, sobre las pieles que envolvían las rodillas. No se trataba de una simple lucha de dominación, sino que cada uno de ellos trataba de matar a su oponente. La armadura que en ambos constituían las pieles, hacía más difíciles sus propósitos, y la lucha continuaba, llenando el suelo de dientes de animales rotos, armas desechadas, y toda clase de despojos. Parecían que iban a decidirse por declarar nulo el combate, cuando los dos se separaron para recuperar fuerzas, pero inmediatamente se lanzaron el uno contra el otro con renovado ahínco.
Fue Ch’aka quien deshizo el equilibrio de fuerzas, cuando con gran astucia clavó la daga en el suelo, y en el siguiente volteo que dieron sobre la arena, la recogió por el mango con la boca. Sujetando los brazos de su oponente entre sus manos, se lanzó de cabeza, y acertó a encontrar el punto débil sobre la armadura del otro.
M’shika lanzó un grito y una imprecación terribles, y se debatió por desasirse de su enemigo hasta conseguirlo. Cuando se puso en pie la sangre corría estrepitosamente por el brazo, goteando sin cesar por la punta de los dedos. Ch’aka volvió a saltar sobre él, pero el herido tuvo tiempo de apoderarse de su maza y parar el golpe.
Retrocediendo alocadamente, aprovechó para recoger la mayoría de sus armas esparcidas con el brazo herido, y emprendió una veloz retirada.
Ch’aka corrió tras él por espacio de unos metros, gritando a los cuatro vientos las alabanzas de su fuerza y habilidad, y de cobardía de su oponente. Entretanto, Jason, vio una especie de cuerno corto, procedente de algún animal marino, perdido entre la arena revuelta, y rápidamente lo recogió antes de que Ch’aka volviera.
Una vez que el enemigo había sido disperso y había desaparecido, Ch’aka buscó cuidadosamente por el suelo que había sido campo de batalla, tratando de encontrar algún trofeo militar de valor. Aunque todavía quedaban una o dos horas de luz diurna indicó que había llegado el momento de detenerse, y distribuyó la correspondiente ración de tarde de krenoj.
Jason se sentó, y mascó su ración sumido en reflexiones, mientras que Ijale, recostada a su lado, movía la espalda rítmicamente, tratando de aliviar la comezón de su piel dañada por la repugnante mordedura de algún ácaro escondido. Los piojos eran inevitables; hacían de las costuras o arrugas de las pieles su inexpugnable fortaleza, y emergían de tanto en tanto sobre la tibia carne humana. Jason había llegado al nivel de los demás, en lo que a la ración de esa peste se refiere, y como los demás, buscaba también sus ratos y oportunidades para mitigar la comezón. Aquel estado de cosas, habían hecho que el malhumor y la ira se fueran adueñando de él sin ni siquiera apercibirse.
— Me estoy cansando — dijo, poniéndose en pie —. Estoy harto de la esclavitud. ¿Cuál es el lugar más próximo en el desierto, donde pueda encontrar los d’zertanoj?
— Por allí, a dos días de camino. Pero, ¿cómo vas a matar a Ch’aka?
— Yo no lo voy a matar, simplemente me voy. Ya he disfrutado bastante tiempo de su hospitalidad y de sus botas.
— No puedes hacer eso — susurró ella —. Te matarán.
— No creo que Ch’aka me pueda matar si no esto y aquí.
— Todos te matarían. Es la ley. Todos los esclavos que escapan mueren.
Jason se volvió a sentar, mordió otro trozo de su krenoj y se entretuvo rumiándolo.
— Me propones que me quede. Pero yo no tengo ningún deseo particular en matar a Ch’aka, aun a pesar de que me robara las botas. Y por otra parte, no veo de qué me podría servir el matarle.
— Eres tonto. Si mataras a Ch’aka, tú serías el nuevo Ch’aka. Y entonces… podrías hacer lo que quisieras.
Naturalmente. Ahora que se lo había dicho, los estamentos sociales parecían evidentes. Pero el hecho de haber visto esclavos y esclavizadores, Jason había caído en la errónea creencia de que eran diferentes clases de sociedad, cuando en realidad, no había más que una sola clase, y era la que se podía denominar la del más fuerte. Él mismo se tenía que haber dado cuenta de esto cuando vio el extremo cuidado que Ch’aka ponía en no permitir que nadie se acercara más de lo que creía prudencial a él, y cuando observó que todas las noches desaparecía para dirigirse a algún lugar oculto. Siempre existía la sospecha de la venganza llevada hasta el más absoluto extremo, pensando en cada uno de los hombres con las manos tendidas hacia él, contra él, y con el convencimiento de que la longevidad dependía de la fuerza del brazo y la rapidez de reflejos. Cualquiera que quisiera individualizarse, separarse, tenía que considerar que era tanto como aislarse de la sociedad, y por tanto se convertía en un enemigo susceptible de ser asesinado en cuanto le echaran la vista encima. Todo esto sumaba al hecho de que tenía que matar a Ch’aka si quería continuar adelante. En realidad no quería hacerlo.
Pero no le quedaba más remedio.
Aquella noche, Jason siguió con la mirada a Ch’aka en el momento en que éste se separaba de los otros, observando con toda minuciosidad la dirección que tomaba. Naturalmente, el dueño de los esclavos, darla un rodeo antes de dirigirse al lugar escogido de antemano, pero con un poco de suerte, Jason lograría encontrarle. Y le mataría. No es que le atrajera mucho el asesinato a medianoche, e incluso, antes de llegar a este planeta, había siempre tenido el convencimiento de que matar a un hombre, terminar con la existencia de otro hombre dormido era una cobardía y un procedimiento infame. Pero a tales males, tales remedios, pues desde luego lo que no podía afrontar era un combate abierto contra aquel hombre armado y acorazado.
Estuvo dormitando pacientemente hasta que llegó la medianoche, cuando llegó este momento, salió con máximo sigilo de entre las pieles que le cubrían. Ijale se dio cuenta de su maniobra, y él vio sus ojos abiertos de par en par a la luz de las estrellas, pero la muchacha ni se movió ni dijo una palabra. En el más completo silencio desapareció en la oscuridad de las dunas.
Encontrar a Ch’aka en la noche del desierto, no era empresa fácil, pero Jason persistía. Anduvo de un lado a otro, encontrándose con sombríos repechos y montículos que había que registrar con el mayor de los cuidados. Aquel hombre debía estar durmiendo en uno de ellos, y sin duda estaría alerta al menor ruido.
El hecho de que Ch’aka había tomado especiales precauciones para salvaguardarse de un asesinato, quedó indiscutiblemente demostrado a Jason cuando oyó sonar la campanilla. Era un sonido débil, apenas audible, pero que le dejaba a uno helado instantáneamente. Algo había quedado enredado en su brazo, y al echarse hacia un lado, aun a pesar de hacerlo con el mayor de los cuidados, la campanilla volvió a sonar. Maldijo en voz baja su estupidez, por no haber recordado las campanillas que en otras ocasiones oyera alrededor de Ch’aka. Sin lugar a dudas, aquel hombre debía protegerse todas las noches con una especie de tela de araña de cuerdas finas, que hacían sonar las campanillas si alguien intentaba aproximarse a él en la oscuridad. Muy despacio y haciendo el menor ruido posible, Jason se alejó de aquel lugar.
Armando un gran alboroto con los pies, apareció Ch’aka, agitando la maza por encima de la cabeza, y yendo directamente hacia Jason. Jason se hizo desesperadamente hacia un lado, y la maza se estrelló contra el suelo. Pequeñas rocas salientes, se alzaban ante sus pies, y lo que más temía era que si tropezaba con una de ellas y caía, podía considerarse muerto, pero no le quedaba otro recurso que correr. Ch’aka con toda su impedimenta no lograba darle alcance, y Jason consiguió mantenerse en pie el tiempo suficiente para dejarle a larga distancia. Ch’aka gritaba enfurecido, maldiciendo a ultranza, sin lograr alcanzarle. Jason, por su parte, con la respiración totalmente alterada, consiguió perderse en la oscuridad.
Describió, un gran círculo antes de adentrarse en el campamento que formaban los hombres en descanso. Sabía que el menor ruido les despertaría, y prefirió andar con el máximo cuidado antes de volver a meterse entre sus pieles. El cielo, empezaría pronto a despejar las tinieblas, y ya que el estado nervioso no le permitiría reconciliar el sueño, prefirió permanecer despierto dudando si habría sido reconocido; se inclinó más bien por pensar que no.
Cuando el sol comenzaba a asomar en el horizonte, Ch’aka apareció sobre las dunas, y aun en la distancia se apreciaba la ira que le embargaba.
— ¿Quién fue? — chilló —. ¿Quién fue el que se acercó a mí esta noche? — comenzó a caminar entre ellos, mirando a derecha e izquierda, y nadie osó decir palabra ni moverse si no fue para echarse hacia atrás a medida que avanzaba —. ¿Quién ha sido? — volvió a gritar de nuevo, en el momento en que llegó al lugar en que estaba Jason.
Cinco esclavos se atrevieron a alzar la mano señalando a Jason, al mismo tiempo que Ijale, temblorosa, se separaba de él.
Maldijo a los traidores, al mismo tiempo que se ponía en pie y saltaba hacia atrás para esquivar el golpe de maza que se le venía encima. Llevaba en la mano. el cuerno puntiagudo de que se había apropiado durante la lucha entre Ch’aka y M’shika, pero un sexto sentido le decía que tenía que haber otro procedimiento mejor para salir con éxito de aquella empresa, que el de enfrentarse en combate singular a Ch’aka, tenía que haber otro medio. En su alocada carrera se volvió para mirar furtivamente a su enemigo que venía tras de sus pasos, momento que aprovechó un esclavo para extender la pierna y hacerle caer.
¡Todos estaban contra él! Todos estaban uno contra otro, y ningún hombre estaba a salvo de las manos del de al lado. Se levantó y consiguió salir de entre el grupo de esclavos, para dirigirse hacia un ribazo de pronunciada vertiente. Cuando llegó a la cúspide, se giró para tirar arena al rostro de Ch’aka con ánimo de cegarle momentáneamente, pero el dueño de los esclavos, despreciando el ataque de Jason, sacó el arco y se dispuso a montar la flecha. Jason tuvo que echar a correr. Ch’aka salió en su persecución, con pesados pasos.
Jason comenzaba a cansarse, y llegó a la determinación de que era el mejor momento para lanzarse a un contraataque. Habían perdido de vista a los esclavos, y por lo tanto la lucha se desarrollaría sin testigos, subiéndose a un montículo de rocas areniscas, se giró repentinamente, para saltar desde aquella altura. Ch’aka fue cogido por sorpresa y ya tenía la maza medio levantada cuando Jason cayó sobre él. Jason aprovechó la ventaja que le daba caer sobre su enemigo y la sorpresa de éste, para coger la maza y arrancarla de la mano de Ch’aka.
Al caer al suelo, y puesto boca abajo, el hombre armado escupió sobre la arena, mientras Jason se debatía ardientemente por llegar a poner la mano sobre la barbilla de Ch’aka. Apretó con toda la fuerza de su mano y sus dedos sobre el cuello del enemigo, para luego con un movimiento rapidísimo, bajar la mano y asirse a las barbas de Ch’aka, tirándole bruscamente la cabeza hacia atrás. Le mantuvo en aquella posición durante unos instantes al final de los cuales, Jason, con la mano libre, hundió el puntiagudo cuerno sobre la carne blanda de la garganta. Un borbotón de sangre calenturiento le inundó la mano, mientras que Ch’aka moría entre horribles convulsiones y estertores de agonía, que Jason aminoraba con el peso de su cuerpo.
Exhausto, próximo al desfallecimiento, Jason se puso en pie. Se hallaba solo con su víctima. El aire frío atravesaba su cuerpo, un viento que arrastraba granos de arena que le azotaban, algunos de los cuales quedando pegados a su piel al hacer cuerpo con el sudor que le cubría. Restregó sus manos ensangrentadas sobre la arena, y comenzó a desnudar el cadáver. Cuerdas recias sostenían el caparazón sobre la cabeza del muerto, y cuando terminó de desatarlas y se lo quitó, vio que Ch’aka era un hombre que había sobrepasado la mediana edad. Poseía bastantes mechones grises en la barba, y la cabeza la tenía totalmente blanca. Tenía el rostro excesivamente pálido a causa de ir siempre cubierto con el caparazón.
Le costó bastante rato quitarle todo cuanto le envolvía, para ponérselo él, pero al fin lo consiguió. Bajo las pieles y los envoltorios, aparecieron en los pies de Ch’aka las botas de Jason, muy sucias, pero sin estropear, y Jason se las quitó lleno de contento. Cuando por fin, después de haber restregado el caparazón con arena, lo puso sobre su cabeza, Ch’aka acababa de resucitar. El cuerpo sobre la arena, no era más que el de un esclavo muerto. Jason abrió una tumba en la arena, enterró el cuerpo, y lo cubrió con la misma tierra.
Después, terriblemente embarazado con las armas, los sacos, el arco y la maza en la mano, se puso en camino hacia los esclavos expectantes. Tan pronto como apareció ante ellos, se pusieron en pie, y organizaron la acostumbrada formación en fila.
Jason vio a Ijale que le miraba con rostro preocupado, intentando descubrir quién habría ganado la batalla.
— ¡En marcha para volver sobre nuestros pasos! — gritó. Ella, habiéndole reconocido, le sonrió tímidamente y dio media vuelta —. ¡Un nuevo día está amaneciendo para vosotros, esclavos! Ya sé que en este momento no me creéis, pero aún tenemos muchas probabilidades.
Comenzó a silbar mientras arrastraba sus pasos tras la formación, y saboreó con satisfacción el primer krenoj que encontraron sus hombres.