Capítulo XIII

Remó hasta que el ejercicio le hizo entrar en calor y luego dejó que el bote fuera arrastrado por la marea. De vez en cuando chocaba contra algún obstáculo oculto en la oscuridad. Jason remaba en los momentos en que era preciso hacer girar el bote para internarse en otro canal y fue serpenteando de un lado a otro hasta que quedó convencido de que su rastro había quedado suficientemente difuso para posibles perseguidores. Se acercó hacia el desembarcadero más próximo donde le fuera posible dejar el bote. Saltó de la embarcación con agua hasta los tobillos y la arrastró, sacándola cuanto pudo del agua.

Cuando ya no pudo más, volvió a saltar al interior y puso la cápsula de vidrio fuera del alcance de cualquier emergencia que la pudiera romper accidentalmente. Entonces se sentó a esperar la llegada del amanecer. Estaba entumecido y tembloroso y antes de que las primeras luces grises irrumpieran en el cielo se hallaba de un humor terrible.

Tenues siluetas fueron apareciendo de entre la oscuridad, pequeñas embarcaciones cercanas apoyadas sobre el suelo y aseguradas con cadenas a recios troncos de madera y mucho más lejos el ligero boceto de unos edificios. Un hombre avanzaba decidido hacia aquel lugar pero tan pronto como vio a Jason y a su bote quedó como petrificado durante unos instantes y desapareció. Se oyeron algunos murmullos cercanos y Jason saltó a tierra y blandió al aire unas cuantas veces la espada para desentumecer los músculos.

Alrededor de una decena de hombres se acercaban inciertos hacia él, llevando mazos y remos y casi temblando de temor.

— Vete y déjanos en paz — dijo el que, parecía ser portavoz de los demás, extendiendo el dedo índice en otra dirección —. Coge tu insana barcaza, mastreguloj, y vete de nuestras tierras. No somos más que pobres pescadores…

— Yo no siento más que respeto y simpatía por vosotros — dijo Jason apoyándose sobre la espada — y debéis creerme que no siento más amor por los mastreguloj que vosotros mismos.

— Pero tu bote… y ese signo… — señaló el portavoz hacia una horrible talla esculpida sobre la parte curva del bote.

— Yo se lo robé.

Los pescadores quedaron sorprendidos, cambiaron algunas palabras entre ellos, algunos echaron a correr, mientras que unos cuantos caían de rodillas para rezar. Uno de ellos le lanzó su maza a Jason y a buen seguro le hubiera alcanzado si éste no hubiera esquivado el golpe con la espada.

— Estamos perdidos — murmuraba quejumbroso el que llevaba la voz cantante —, los mastreguloj vendrán hasta aquí, verán esta maldita embarcación, y entonces caerán sobre nosotros y nos matarán. ¡Cógela y llévasela inmediatamente!

— Hay algo de verdad en lo que dices — accedió Jason. El bote era un handicap apenas podía manejarlo solo y era demasiado fácil identificarlo para poder llegar a pasar desapercibido. Sin perder de vista a los pescadores, recogió la bola de vidrio y apoyando el hombro sobre el extremo de la embarcación, la volvió a meter en el agua, hasta un lugar donde la corriente se apoderó de ella y la arrastró hasta hacerla perder de vista.

— Ya no existe tal problema — dijo Jason —. Ahora tengo que volver a los dominios de los perssonoj. ¿Cuál de vosotros quiere tomarse el trabajo de llevarme hasta allí?

Los pescadores comenzaron a alejarse, y Jason se plantó ante el que los conducía antes de que pudiera desaparecer también.

— ¡Bueno, qué me dices!

— No creo que llegara a encontrar ese lugar — dijo el hombre transformado momentáneamente en blanca su piel quemada por el viento —. Niebla, muchos islotes apenas perceptibles que provocan grandes riesgos de embarrancar, y… además, yo no hice esa ruta nunca…

— Vamos, vamos, te pagaré bien tan pronto como lleguemos a tierra. Pon tú el precio.

El hombre lanzó una risita incrédula y se hizo a un lado.

— Ya veo lo que quieres decir — dijo Jason cruzando la espada en el camino del otro —. El dinero es una cosa que no tiene mucho valor aquí.

Jason miró pensativamente la espada y se dio cuenta por vez primera de que los relieves de la empuñadura eran piedras con fines ornamentales. Hizo un gesto mostrándolas al otro con la mano libre.

— Aquí tienes, te pagaré por adelantado si encuentras un cuchillo para poder sacar las piedras de aquí. De momento te daré esta roja que parece un rubí; después, cuando lleguemos allí, la verde.

Tras unos minutos de discusión y la añadidura de otra piedra roja, puesto que la avaricia es más fuerte que el miedo, como de costumbre, el pescador metió en el canal un bote pequeño y mal calafateado. Remó mientras Jason se acomodaba en el fondo del bote y ambos comenzaron a buscar con la mirada el lugar que les pudiera indicar el camino a seguir para llegar a los dominios de los perssonoj. Llegaron a un lugar donde el hombre juró que aquella era una entrada a los dominios buscados, pero Jason, enterado como estaba ya, al menos hasta ahora, de las costumbres locales, sabía que aquellos juramentos podrían ser una añagaza que le llevara a alguna situación muy distinta de la deseada, y por tanto, con un pie en el bote dispuesto a saltar a la menor sospecha, hasta que apareció un guardia de los perssonoj, distinguible en la distancia, por el sol ardiente que llevaba en la vestimenta a la altura del pecho. El pescador recibió el pago final con sorpresa, y se alejó remando rápidamente. Llamaron a otro guardia, le quitaron la espada a Jason y fue inmediatamente conducido a la sala de audiencia de Hertug.

— ¡Traidor! — gritó Hertug, dejando para mejor ocasión los formulismos —. Conspiraste para matar a mis hombres y escapar, pero ahora te tengo aquí…

— ¡Oh, para, para! — interrumpió Jason irritado, quitándose de encima de un empujón a los guardias que le tenían cogido por los brazos —. Si volví aquí, fue voluntariamente, y eso, incluso en Appsala, debe querer decir algo, tiene que ser significativo. Fui raptado por los mastreguloj con la ayuda de un traidor de entre los de tu guardia…

— ¡Su nombre!

— Benn’t, muerto… yo mismo lo vi. Tu capitán, en quien tenías tanta confianza, te vendió a la competencia, quienes querían que trabajara para ellos, pero yo no acepté. No me fiaba mucho de ellos, y me fui antes de que me hicieran cualquier oferta. Pero traje una muestra conmigo. — Jason sacó la esfera de vidrio, y al verla, los guardias, corrieron hacia atrás, chillando, y aun el mismo Hertug se puso blanco.

— ¡El agua que quema! — consiguió decir.

— Exactamente. Y tan pronto como pueda, va a formar parte de la batería que estaba inventando. Estoy cansado, Hertug, no me gusta que me rapten y me hagan ir dando tumbos de un lado a otro. Todo lo de Appsala me cansa, y tengo algunos planes para el futuro. Haz salir a esos hombres para que te pueda decir cuáles son esos planes.

Hertug se mordió los labios nervioso, y miró a los guardias.

— Volviste — le dijo a Jason —, ¿por qué?

— Porque te necesito del mismo modo que tú me necesitas a mí. Tienes muchos hombres, poder y dinero. Yo tengo grandes proyectos. Haz salir a tus siervos.

Había una olla de krenoj sobre la mesa, y Jason anduvo rebuscando en ella hasta encontrar algunas raíces frescas, y dio algunos mordiscos. Hertug continuaba pensativo.

— Volviste — repitió. Parecía encontrar este hecho altamente sorprendente —. Hablemos.

— Solos.

— Despejad la habitación — ordenó. Pero se tomó la precaución de colocar a su lado un arco a punto para disparar. Jason no hizo el menor caso; no esperaba otra cosa. Se acercó a la ventana y contempló la ciudad isleña. El viento que antes soplara se había detenido, y un sol todavía débil, cubría la extensión de la vista.

— ¿Te gustaría ser el dueño de todo eso? — preguntó Jason.

— Continúa hablando — los ojos de Hertug comenzaban a bailar en sus órbitas.

— Antes ya te mencioné esto, pero ahora… te hablo muy seriamente. Te voy a revelar cada uno de los secretos de cada uno de los clanes de este condenado planeta. Te voy a enseñar cómo los d’zertanoj destilan el petróleo, cómo los mastreguloj hacen el ácido sulfúrico, y cómo los trozelligoj fabrican motores. Además, voy a mejorar tus armas de guerra e inventar otras nuevas. Haré de la guerra algo tan terrible, que nunca será larga. De vez en cuando la guerra se recrudecerá, pero tus tropas siempre ganarán. Barrerás para siempre a la competencia, uno tras otro, empezando por los más débiles, hasta que te conviertas en el dueño y señor de la ciudad, y después, de todo el planeta. Las riquezas de un mundo serán tuyas, y tus atardeceres se verán animados por las horribles muertes que tú ordenarás para tus enemigos. ¿Qué dices a todo esto?

— ¡Supren la Perssonoj! — gritó Hertug poniéndose en pie de un salto.

— Eso es lo que pensé que dirías. Si voy a tener que quedarme aquí durante un periodo de tiempo, quiero hacerme cargo de algunas cosas concernientes al sistema. Me he sentido demasiado incómodo durante algún tiempo, y ya ha llegado el momento de cambiar.

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