Capítulo II

— ¿Me va a dar de comer en la boca? ¿O me va a desatar las muñecas mientras como? — preguntó Jason. Mikah estaba ante él con una bandeja, sin saber qué resolución tomar al respecto. Con esas palabras Jason pretendía aguijonearle un poco, muy suavemente, ya que Mikah sería cualquier cosa menos un estúpido —. Le advierto que casi preferiría que me lo diera usted, pues su cuerpo, delgado, alto, calvo, se adopta bien a las características de la mayoría de los que ejercen esta profesión.

— Puede comer usted solo, sin necesidad de que le ayuden — repuso Mikah instantáneamente dejando la bandeja a un lado del sillón que ocupaba Jason —. Pero tendrá que comer con una sola mano, puesto que si le dejo completamente libre es usted capaz de crearme problemas. — Oprimió sobre uno de los botones instalados en el respaldo del sillón, y la muñeca derecha quedó en libertad. Jason abrió y cerró la mano repetidas veces, como si quisiera recuperar la energía perdida en los dedos y cogió el tenedor.

Mientras comía, los ojos de Jason bailaban de un lado a otro sin descanso, escrutándole todo. La atención en un jugador no es cualidad indispensable, pero teniendo los ojos bien abiertos y la atención aparentemente puesta en un lugar distante, se pueden ver muchas cosas: el súbito reflejo de las cartas de alguien, o un ligero cambio de expresión que revela si es buena o mala la jugada de un oponente. Poco a poco, sin aparentarlo, su mirada recorrió toda la cabina sin excepción. El cuadro de mandos, las pantallas, computadores, los mandos de iniciación de vuelo, mapas, el estuche donde se guardaban éstos, y una librería. Todo fue detenidamente observado, considerado y recordado. Quizás uno o varios de ellos le darían la solución o le proporcionarían idea de algún plan.

Hasta este momento todo cuanto poseía, era el comienzo y el final de una idea. El comienzo: Se hallaba prisionero en aquella nave, en viaje de vuelta hacia Cassylia. Y el final: No sabía cómo pero no era él quien iba a admitir el hecho de continuar siendo prisionero, ni el que iba a volver a Cassylia.

Poseía los dos extremos, el principio y el fin. Pero ahora le faltaba el punto medio que en estos momentos era la parte vital. El final parecía imposible de alcanzar por el momento, pero Jason, sin embargo, en un solo instante llegó a dudar de poderlo conseguir. Partía del principio de que cada uno se busca su suerte. Hay que tener los ojos abiertos mientras las cosas evolucionan, y en cuanto llega el momento oportuno, hay que actuar. Si se actúa lo suficientemente rápido, es buena suerte. Y si se pasa el tiempo y con él la oportunidad, pensando en los pros y los contras y calibrando las posibilidades, entonces, es lo que algunos definen como mala suerte.

Empujó suavemente el plato hacia un lado, y se dispuso a revolver el azúcar que había en la taza. Mikah había comido a su lado, y comprensiblemente más de prisa, y se disponía a tomar la segunda taza de té. Miraba fijamente, pero sin que sus ojos dieran muestra de estar concentrados en lo que veían, como si estuviera borracho. Las palabras de Jason le sacaron de aquel estado.

— Puesto que usted no tiene cigarrillos en la nave, ¿me permitiría fumar uno de los míos? Tendrá que cogérmelos usted, pues no llego a meter la mano en el bolsillo estando encadenado de este modo.

— Lo siento, pero no podré ayudarle — repuso Mikah sin inmutarse —. El tabaco es un irritante, una droga y un cancerígeno. Si le doy un cigarrillo es darle cáncer.

— ¡No sea hipócrita! — espetó Jason sin contemplaciones —. Hace muchas centurias que ya han desterrado del tabaco los agentes productores del cáncer. Y aún en el supuesto que no lo hubieran hecho, ¿es que variaba en algo la situación? Usted me lleva a Cassylia hacia una muerte segura. Entonces, ¿para qué demonios le importa el estado de mis pulmones con miras a un futuro?

— Yo no lo miraba desde ese punto de vista. Lo hacía simplemente porque hay ciertas reglas de vida…

— ¿Ah, si? — interrumpió Jason guardando la iniciativa y la ventaja —. ¡No tantas como usted se cree! Y usted y los que como usted están siempre soñando con esas reglas de vida, nunca, sin embargo, consiguen hacer prosperar sus creencias. Se opone usted a las drogas. ¿Qué drogas? ¿Qué me dice del ácido tánico que hay en el té y que usted se está bebiendo? ¿O de la cafeína que también hay en él? Está cargado de cafeína, y eso es una droga considerada al mismo tiempo como un fuerte estimulante y un diurético. Esta es la razón por la cual no encontrará té en ninguna de las cantinas del espacio. Y este es el caso de una droga prohibida por una buena razón. ¿Puede usted justificar del mismo modo su prohibición a los cigarrillos?

Mikah se disponía a hablar, pero antes reflexionó unos instantes.

— Quizá tenga usted razón. Estoy cansado y, además, no tiene ninguna importancia. — Sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de Jason y dejó caer uno sobre la bandeja. Inmediatamente después se sirvió una tercera taza de té con cierto aire apologético —. Le ruego que me disculpe, Jason, por haber intentado arrastrarle a mis propios sistemas y conceptos. Cuando se persigue con ahínco la gran Verdad, deja uno escapar imperceptiblemente la pequeña Verdad. No soy intolerante, pero tengo tendencia a creer que los que me rodean se abandonarán y dejarán arrastrar por ciertos criterios y principios que he fijado incluso para mí mismo. La humildad es algo que nunca deberíamos olvidar, y debo por tanto agradecerle el haber sido causa de recordarlo. La búsqueda de la Verdad es ardua tarea.

— ¡Pero la Verdad no existe! — espetó Jason, poniendo una inflexión de rabia e insulto en la voz, ya que quería mantener envuelto en la conversación a quien le había hecho prisionero. Y lo suficientemente envuelto y atraído en la conversación como para hacerle olvidar que su brazo estaba en libertad. Se llevó la taza a los labios, pero sin llegar a beber ni una gota. Aquella media taza le proporcionaba una razón para continuar con el brazo libre.

— ¿Que no existe la Verdad? — Mikah sopesó sus palabras —. ¡Usted no sabe lo que dice! ¡Toda la galaxia se desborda de Verdad! es la piedra de toque de la misma Vida, es lo que separa a la Raza Humana de los animales.

— Ni hay Verdad, ni hay Vida, ni hay Raza Humana; al menos con letras mayúsculas, como usted las deletrea no las hay. No existen.

Mikah contrajo su expresión en un esfuerzo de concentración.

— Tendrá que explicarme eso — propuso al fin —. No se expresa usted con claridad suficiente.

— Me temo que el que no ve las cosas claras es usted. Está haciendo una realidad de algo que no existe. La Verdad, con v minúscula es una descripción, una relación. Es… un medio de describir un juicio. Un útil semántica. Pero Verdad con V mayúscula, es una palabra imaginaria, un sólido sin significado. Pretende por sí misma ser un nombre, pero no tiene referencia. No sirve para nada. No significa nada. Cuando usted dice «creo en la Verdad», es lo mismo que si dijera, «creo en nada».

— ¡Está usted terriblemente equivocado! — decía Mikah apuntando con un dedo e inclinando su cuerpo hacia delante —. La Verdad es una abstracción filosófica, uno de los útiles de que se han servido nuestras mentes para alzarnos por encima de las bestias… es la prueba de que nosotros mismos no seamos bestias, sino un orden más alto de la creación. Las bestias pueden ser verdad, pero no pueden conocer la Verdad. Las bestias pueden ver, pero no pueden ver la Belleza.

— ¡Brrr…! — gruñó Jason —. No se puede hablar con usted, y mucho menos llegar a disfrutar de un intercambio comprensible de ideas. Ni siquiera estamos hablando en el mismo idioma. Olvide por un momento quién tiene razón y quién no la tiene. De ese modo se hallará usted en los principios básicos de la cuestión y al menos accederá a reconocer el significado de los términos que estamos utilizando. Para empezar…, ¿sabe definir la diferencia entre ética y ethos?

— Desde luego — respondió Mikah alzando la cabeza ligeramente y mostrando un brillo especial en los ojos que mostraba placer —. Ética es la disciplina que trata de lo que es bueno o malo, de lo que está bien o mal, y también del deber moral y la obligación. El ethos se refiere al conjunto de creencias, similitudes o ideales que caracterizan a un grupo o una comunidad.

— Muy bien. Ya veo que se ha pasado las largas noches espaciales con la nariz aplastada contra los libros. Pues, ahora el asegurarse de la diferencia entre estos dos términos es muy sencillo, porque es el corazón, la medula del pequeño problema de comunicación que tenemos aquí. El ethos está inextricablemente ligado a una sociedad simple, y en ningún caso se puede separar de ella, so pena de peder todo su significado. ¿Estamos de acuerdo?

— Pues…

— Vamos, vamos… tiene que estar de acuerdo con los términos de su propia definición. El ethos de un grupo es lo que rodea al término de los medios necesarios para que los miembros del grupo estén en contacto social y psicológicamente unidos los unos con los otros. ¿De acuerdo?

Mikah, aunque con desgana hizo un signo de aquiescencia.

— Pues ahora que estamos de acuerdo con esto, podemos avanzar un paso más. La ética, de acuerdo con su definición debe tratar con cualquier número de sociedades o grupos. Si hay leyes absolutas de éticas, deben ser tan inclusivas que se podrán aplicar a cualquier sociedad. Una ley de éticas, debe ser tan universal en su aplicación como la ley de la gravedad.

— No le comprendo muy bien…

— Estaba seguro de ello, desde el primer momento que llegamos a este punto. Hay mucha gente como usted, que no hacen más que charlar y charlar acerca de las Leyes Universales, y ni siquiera se dan cuenta del verdadero significado de esas palabras. Mis conocimientos respecto a la historia de la ciencia son bastante vagos, pero apostaría cualquier cosa a que la primera Ley de la Gravedad de que se pudiera tener noticia determinarla que las cosas caen a tal y tal velocidad, y en su caída se produce una aceleración que aumenta según tales y tales principios. Pero eso no es una ley, sino una observación que no puede tomarse como definitiva hasta que usted no añada y especifique: «sobre este planeta». En un planeta que difiera en su masa de otro, se llegaría a diferentes observaciones. La ley de la gravedad es la fórmula: F = mM / — d2 a la cual se puede recurrir para calcular la fuerza de la gravedad entre dos cuerpos.

«— Esto no es — continuó — más que un medio de expresar fundamentales e inalterables principios, que pueden aplicarse en todas circunstancias. Por tanto, si lo que usted pretende es tener, crear, fundar, verdaderas leyes éticas, éstas tendrán que tener la misma universalidad que la ley antes mencionada. Tendrán que responder del mismo modo en Cassylia que en Pyrrus que en cualquier planeta o sociedad que se pueda hallar. Y esto nos lleva nuevamente a lo que decíamos antes. Lo que usted con tanta grandilocuencia llama (con letras mayúsculas y un buen coro de trompetas) «Leyes Éticas», no son leyes ni nada. No son más que pequeños retazos de ethos triviales, observaciones aborígenes efectuadas por unos cuantos pastores del desierto, con el fin exclusivo de mantener el orden y el respeto en casa o en la choza. ¡Esas reglas no pueden tener ninguna aplicación universal!; usted mismo puede verlo. Piense en los distintos planetas que ha visitado y en los innumerables, fantásticos, y maravillosos medios que la gente tiene para reaccionar los unos contra los otros, y luego intente dar forma a diez reglas de conducta que fueran aplicables a todos los tipos de sociedades humanas imaginables. Eso es una tarea imposible. Le aseguro que no es usted muy ético si trata de imponer sus principios a donde quiera que vaya, a no ser que encuentre un interés muy particular en cometer un suicidio.

— ¡Me está usted insultando!

— Eso espero, que se sienta ofendido. Si no consigo hacerle reaccionar por otros medios, quizá con el insulto pueda sacudirle ese estado de moral medio adormecido que hay en usted. ¿Cómo se atreve usted a considerarme merecedor de un juicio por robar dinero del casino de Cassylia, cuando todo lo que dice fue de acuerdo con el propio código de ética de aquellas gentes? Ellos consienten los juegos de azar, lo cual quiere decir que la ley, según el ethos local, debe ser que los juegos perversos sean una norma. Y si ellos han creado posteriormente una ley que diga que el castigar los tejemanejes de los garitos de juego es ilegal, entonces, es la ley la que carece de ética, y no el castigo. Si usted me lleva a juicio, para ser juzgado por la ley, usted no responde a la ética, y yo seré una víctima indefensa de un hombre endemoniado.

— ¡Maldición de Satanás! — gritó Mikah, poniéndose en pie de un salto y paseando de un lado a otro por delante de Jason, al mismo tiempo que enlazaba y desenlazaba las manos presa de gran agitación —. Usted lo que quiere es confundirme con su semántica y ética, que no son al fin y al cabo más que un oportunismo y un acuerdo. Pero hay una Ley Más Alta que no se puede discutir…

— ¡Eso es un juicio imposible…, y se lo puedo demostrar! — al decir estas palabras Jason señaló hacia los libros que había en la pared —. Y se lo puedo demostrar con sus propios libros. Con el Aquinas no… ése es demasiado denso. Me basta el pequeño volumen ese donde dice «Lull» al dorso. ¿No es El libro de la Orden de Chyialry de Lull?

Los ojos de Mikah se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.

— ¿Conoce ese libro? ¿Ha leído las obras de Lull?

— Pues claro que sí — respondió Jason con hipócrita seriedad, pues era el único libro de la colección que recordaba haber leído; sin razón justificada el título había quedado grabado en su memoria —. Déjemelo ver, y le demostraré lo que decía.

Nadie hubiera podido apreciar, a juzgar por la naturalidad de sus palabras, que había llegado a un momento crítico de sus propósitos. Dio un sorbo en la taza de té, sin mostrar la más leve señal de la incertidumbre que le embargaba.

Mikah Samon tomó el libro de la estantería y se lo dio.

Jason fue hojeando paulatinamente mientras hablaba.

— Sí…, sí, esto es perfecto. Y casi es un ejemplo ideal de su modo de pensar. ¿Le gusta leer a Lull?

— ¡Extraordinario! — respondió Mikah con vehemencia —. Hay belleza en cada una de sus líneas, y muestra la Verdad que hemos olvidado con las prisas de la vida moderna. Es una reconciliación y una prueba de la intercorrelación entre lo Místico y lo Concreto. Por una simple manipulación de símbolos, lo expresa todo con aplastante lógica.

— ¡No prueba nada de nada! — manifestó Jason con énfasis —. No hace más que un juego de palabras. Coge una, le da un valor abstracto e irreal, y luego demuestra ese valor relacionándolo con otras palabras de idénticos antecedentes confusos. Sus verdades no son verdades. Son simplemente sonidos sin significación. Este es punto clave, y en el que precisamente defieren su universo y el mío. Usted vive en ese mundo de hechos, de verdades sin significado, que carecen de existencia. El mío, mi mundo, se compone de hechos, de verdades que se pueden sopesar, probar, y que están relacionados con otros hechos de una forma lógica. Mis verdades son inamovibles e indiscutibles.

— Demuéstrame una de sus inamovibles verdades Existen. — Propuso Mikah con la voz más tranquila en estos momentos que la de Jason.

— Ahí — dijo Jason —. Ese libro grande y verde que hay sobre el aparador. Ese libro contiene verdades que no le quedará más remedio que aceptar incuestionablemente… Me comeré cada una de sus páginas si no lo reconoce así. Tráigamelo.

A juzgar por el tono de voz parecía enfadado, totalmente convencido de la realidad de sus palabras, y Mikah cayó en la trampa. Le tendió el volumen a Jason, teniendo que recurrir para ello a sus dos manos, a causa de su espesor, sus perfiles metálicos y el gran peso.

— Escúcheme atentamente y trate de comprender, aunque reconozco que le será un poco difícil — comenzó a demostrar Jason abriendo el libro. Mikah sonrió con mal disimulada suficiencia ante la ignorancia de su detenido —. Esta es una efemérides estelar, tan ligada a los hechos, como un huevo a la carne que reboza. En cierto modo es una historia de la raza humana. Mire hacia la pantalla del tablero de mandos y comprobará lo que quiero decir. ¿Ve la línea horizontal verde? Pues bien, ésa es nuestra ruta.

— Dada la rara circunstancia de que esta es mi nave, y que yo soy el que la pilota, eso ya lo sabía — respondió irónico Mikah —. Continúe con su prueba.

— Sígame bien — continuó Jason —. Intentaré hacerlo lo más simple posible. Ahora, el puntillo rojo que hay en la línea verde, indica la posición de nuestra nave. El número que hay encima de la pantalla es nuestro próximo punto de navegación, y que es el lugar exacto donde el campo gravitatorio de una estrella es lo suficientemente fuerte como para poder ser detectado en un vuelo espacial. El número es el que se le ha dado a la estrella en la lista del código estelar. BD89-046-229. Ahora lo busco en el libro — pasó rápidamente las páginas — y miro en la lista. No tiene nombre. Un error en la codificación de símbolos. Esos pequeños significan que hay un planeta o planetas que reúnen las condiciones necesarias como para que el hombre pueda vivir en ellos. Lo cual no quiere decir que no haya gente allí.

— ¿Y qué quiere demostrar con todo esto? — preguntó Mikah.

— Paciencia…, paciencia… ya lo verá dentro de un momento. Ahora mire a la pantalla. El punto verde que se aproxima a la línea de ruta es el PMP (Punto Máximo de Proximidad). Cuando el puntito verde y el rojo coincidan…

— Deme ese libro — ordenó Mikah, avanzando con resolución hacia él, seguro de que algo raro estaba ocurriendo. Pero llegó tarde por unos instantes.

— ¡Aquí tiene su prueba! — dijo Jason lanzando el pesado libro contra la pantalla, con todos los extrasensibles circuitos tras ella. Y antes de que el primer libro cayera rebotado sobre los mandos, ya estaba el segundo en el aire.

El ruido que produjeron fue considerable, y el chisporroteo que se formó a la ruptura de circuitos, originó una policromía de colores.

En el suelo se observó un tremendo y súbito viraje, al quedar abiertos los relais, dejando caer a la nave en el espacio normal.

Mikah lanzó un grito de dolor al quedar tendido en el suelo como consecuencia de la brusca transición. Atado a la silla, Jason luchaba desesperadamente contra las náuseas que invadían su estómago, y la nebulosa que a causa del mareo tenía ante sus ojos.

Mientras Mikah se debatía por ponerse en pie, Jason ponía todo su empeño en hacer diana con los platos y la bandeja entre las ruinas de los computadores y mandos de la nave.

— Aquí tiene su hecho, su realidad — dijo con irreprimible voz de triunfo —. Un hecho incontrovertible. ¡Ya no vamos a Cassylia!

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