Capítulo X

Hacía seis días que habían salido de Puti’ko, y las provisiones estaban casi exhaustas. El terreno, una vez alejados de las montañas, se había hecho más fértil y comenzaba a dibujar en el horizonte pampas de hierba con bastantes riachuelos y manadas de animales que les aseguraban el no tener que morir de hambre. Lo que les preocupaba era el fuel, y Jason aquella misma tarde había abierto el último bidón. Se detuvieron unas cuantas horas antes de que anocheciera, ya que la carne fresca se les había acabado, y Snarbi cogió el arco y las flechas y salió a cazar. De entre todos ellos era el único que podía manejar aquella arma con cierta destreza, aun a pesar de su deficiencia ocular, puesto que era el único que conocía los intríngulis de aquellas tierras; de modo que los quehaceres de la caza le fueron asignados a él. A fuerza de la costumbre el temor que había experimentado en un principio por el caroj fue desapareciendo, y su propia estima fue creciendo gracias a su habilidad como cazador. Avanzaba arrogante entre la hierba a la altura de la rodilla, con el arco pendiente del hombro y silbando notas desconocidas por él mismo entre dientes. Jason le contemplaba al alejarse y experimentó una sensación de malestar que no le era desconocida en los últimos días.

— No confío en este mercenario. No confío en él ni un momento — murmuró.

— ¿Me hablabas? — preguntó Mikah.

— No, no te hablaba, pero es igual. ¿Has observado algo interesante en esta región, algo diferente?

— Nada. Es un lugar salvaje, donde nunca se ha posado la mano del hombre.

— Entonces estás ciego, amigo mío, porque he observado cosas distintas durante estos días, y eso que yo sé tanto del ambiente de estos parajes como tú, Ijale — llamó —. Y ella separó la cabeza de la caldera, donde estaba haciendo cocer los últimos restos de krenoj. — Deja eso, sabe igual de mal en todas partes, y si Snarbi tiene un poco de suerte tendremos esta noche carne asada. Dime, ¿has visto algo raro o diferente en la tierra que hemos atravesado hoy?

— No, nada raro, únicamente algunas huellas de gente. Hemos pasado dos veces por sitios donde la hierba estaba truncada y había ramas rotas, como si hubiera pasado un caroj hace dos o tres días o quizá más. Y hemos pasado un sitio donde alguien hizo fuego, pero no era reciente.

— ¿De manera que no había nada que observar, — ironizó Jason —. Mira lo que toda una vida de buscar krenoj puede hacer para desarrollar el sentido de la observación y el reconocimiento del terreno.

— Pero es que se da la circunstancia de que yo no soy un salvaje. No pretenderás que yo ande buscando ese tipo de cosas.

— Desde luego. He aprendido a no esperar nada de ti desde el primer momento que haya un problema. Pero ahora necesito tu ayuda. Ésta es la última noche de libertad de Snarbi, y no quiero que él haga ninguna guardia esta noche, de manera que tú y yo nos repartiremos el trabajo.

Mikah quedó sorprendido.

— No te comprendo. ¿Qué es lo que quieres decir con eso de que ésta es su última noche de libertad?

— Pues tendría que estar muy claro, incluso para ti, después de ver cómo funciona la ética social en este planeta. ¿Qué es lo que te crees que íbamos a hacer cuando llegáramos a Appsala? ¿Seguir a Snarbi como una cabra a su dueño? No tengo ni la menor idea de lo que se lleva entre manos, pero lo que sí sé es que algo planea. Cuando le hago alguna pregunta acerca de esa ciudad sólo me responde con generalidades. Ya sé que no es más que un mercenario a sueldo y que por tanto no debe estar muy metido en detalles, pero desde luego sabe más de lo que nos dice. Su versión es de que todavía estamos a cuatro días de camino de la ciudad, pero yo estoy seguro, por el contrario, de que nos hallamos a más de uno o dos. Al amanecer quiero apoderarme de él, atarle con fuerza y acercarnos a aquellas colinas para ver lo que se divisa. Yo lo ataré con cadenas para que no pueda escapar y luego subiré allí y haré algunas exploraciones.

— ¡Vas a encadenar a ese pobre hombre y hacer un esclavo de él sin razón alguna!

— ¡No voy a hacer un esclavo de él! sino solamente voy a encadenarle para estar seguros de que no nos lleva a ninguna trampa que le beneficie. Esta porquería de caroj vale lo suficiente como para ser la tentación de cualquiera de los locales, y si él es capaz de venderme como a una máquina de vapor, su suerte está echada.

— ¡No te puedo soportar! — estalló Mikah —. Condenas a un hombre sin prueba evidente, por el simple hecho de que sospechas de él. ¡Es muy distinto de juzgar a ser juzgado! Y además no puedo por menos de decirte que eres un hipócrita, porque me permito recordarte que, según me dijiste, un hombre es inocente mientras no se demuestre lo contrario.

— Bueno, pues si adoptas esa postura, te diré que este hombre es culpable; culpable de ser miembro de una Sociedad hundida, destrozada, lo cual le llevará siempre a actuar de un modo idéntico en cada oportunidad. ¿Aún no has comprendido lo suficientemente bien a esta gente?

«— ¡Ijale! — Ella alzó la cabeza sorprendida, evidentemente ajena a la conversación —. Dime, ¿cuál es tu opinión? Pronto vamos a llegar a un lugar donde Snarbi tiene amigos o gente que le ayudará. ¿Qué es lo que crees que hará?

— Saludará a las que conoce. Y hasta quizá le den un poco de krenoj — sonrió satisfecha por su respuesta.

— Estoy hablando muy en serio y no me refiero a eso — dijo Jasen pacientemente —. ¿Qué sucederá si vamos los tres con él cuando lleguemos a algún sitio donde haya gente y la gente nos vea a nosotros y al caroj…?

Ella se sentó, asustada.

— ¡No podemos ir con él! Si se reúne con gente a quienes conoce lucharán contra nosotros, nos harán sus esclavos y se apoderarán del caroj. Tienes que matar a Snarbi inmediatamente.

— ¡Siempre sedientos de sangre… — comenzó a decir Mikah con voz acusadora, pero se detuvo cuando vio a Jason recoger una pesada maza.

— ¿Aún no lo comprendes? — se exasperaba Jason atando a Snarbi no hago más que ponerme a la altura de la ética social del código que rige aquí, algo como… un saludo en el ejército, o no comer con los dedos cuando se está en una sociedad distinguida. En realidad aún creo que soy un poco blando o demasiado razonable, pues si tuviera que seguir al pie de la letra las costumbres sociales locales, creo que tendría que matarle, antes de que nos creara mayores problemas.

— No puede ser. No puedo creerlo. Es que no puedo creerlo. No se puede juzgar y condenar a un hombre por una simple suposición.

— ¡Pero si no le estoy condenando! — dijo Jason comenzando a montar en cólera —. No hago más que asegurarme de que no nos pueda causar ningún disgusto. Estoy de acuerdo en que no estés de acuerdo conmigo y en que no me ayudes; ¡pero no te metas ni te interpongas en mi camino! Comparte la guardia conmigo esta noche, y sea lo que sea lo que yo haga mañana por la mañana irá sobre mis espaldas y no tendrá nada que ver contigo.

— Ya vuelve — susurró Ijale. Y al cabo de unos segundos Snarbi aparecía de entre la alta hierba.

— Atrapé un corvo — anunció con orgullo, dejando caer el animal ante ellos —. Trocéenle, hagan buenos trozos y los asaremos. Esta noche comeremos.

Por su aspecto y sus palabras aparentaba una total inocencia; lo único que denotaba en él cierta sensación de culpabilidad eran sus ojos cruzados. Jason llegó a dudar durante unos segundos si su aseveración de sospecha había sido correcta; pero después pensó en el lugar donde se hallaba y desaparecieron sus dudas. Snarbi no cometería ningún delito intentando matarles o esclavizarles; no haría con ello más que obrar como cualquier otro bárbaro mantenedor de esclavos hubiera hecho en su lugar. Jason buscó entre su saco de herramientas algunas cuerdas que le permitieran atar al nativo.

Cenaron todos tranquilamente y todos los demás se durmieron rápidamente. Jason, cansado de los trabajos de la jornada y por el viaje, y un tanto pesado por la digestión de la cena copiosa, a la que ya no estaba acostumbrado, tenía que esforzarse por permanecer despierto y alerta para cualquier contingencia que se pudiera presentar, que bien pudiera provenir del interior del campamento como del exterior. Cuando ya no podía resistir el sueño, caminaba alrededor del campamento, hasta que el frío le obligaba a retirarse al lado de la caldera. Por encima de las estrellas parpadeaban serenamente, y cuando una, más brillante que las demás, alcanzó su cenit, estimó que había llegado la medianoche. Sacudió a Mikah para que despertara.

— Ahora te toca a ti. Ten los oídos y los ojos bien atentos a cualquier ruido o movimiento, y sobre todo no olvides de vigilar con toda atención por ahí — señaló con el dedo pulgar hacia la silueta silenciosa de Snarbi —. Despiértame inmediatamente si hay algo sospechoso.

Se quedó dormido casi de inmediato, y Jason apenas se movió hasta que las primeras luces del alba irrumpieron en el cielo. Sólo se divisaban ya las estrellas más brillantes, y se apreciaba una densa capa de niebla que se alzaba de entre la hierba de los contornos; cerca de él se dibujaban las siluetas de los dos que dormían; el que estaba más lejos de él experimentó un sobresalto en su sueño y Jason se dio cuenta de que era Mikah.

Saltó de entre las pieles que le cubrían y cogió al otro hombre por los hombros.

— Pero, ¿qué haces dormido? — gritó —. ¡Habíamos quedado en que estarías de guardia!

Mikah abrió los ojos y parpadeó con majestuosa seguridad en sí mismo.

— Estaba de guardia, pero hacia el amanecer Snarbi se despertó y se brindó a relevarme en mi puesto. No pude rehusarle.

— ¡Que le dejaste que se hiciera cargo de la guardia!

— No podía juzgar a un hombre inocente como culpable, formando parte al mismo tiempo de sus actos carentes de toda justicia y honradez, Jason. Por tanto le dejé que él se hiciera cargo de la guardia.

Las palabras se agolpaban en la garganta de Jason:

— ¿Y entonces, dónde está? ¿Ves a alguien de guardia?

Mikah miró a su alrededor con toda atención y vio que en todo cuanto abarcaba su vista no estaban más que ellos dos e Ijale que comenzaba a despertar.

— Parece que se ha ido. Con esto ha demostrado que no se puede tener confianza en él, y en el futuro no se le permitirá que haga la guardia.

Jason echó el pie hacia atrás para proporcionarle una nueva patada, pero rápidamente pensó que no tenía tiempo para tales indulgencias y se lanzó hacia los mandos de la máquina. El encendedor de la caldera funcionó al primer intento por casualidad y lo aplicó a la caldera. Comenzó a elevar la presión, pero cuando miró los indicadores pudo apreciar que carecían casi totalmente de fuel. Tenía que quedar de todos modos suficiente en el último barril, como para sacarles de allí y ponerles a salvo antes de que volviese Snarbi trayendo problemas y disgustos, pero el barril había desaparecido.

— Esto lo echa todo por tierra — expuso Jason amargamente tras una búsqueda infructuosa por todos los rincones del caroj. El agua de poder había desaparecido con Snarbi, quien, asustado como estaba de aquella máquina de vapor, debía saber bastante de todos modos a fuerza de observar a Jason cómo alimentaba con fuel las calderas, y de donde deducía que aquel aparato no podía funcionar sin aquel líquido vital.

— ¿Y no te preocupa — dijo — ni te remuerde el habernos condenado a todos a esclavitud nuevamente?

— Hice lo que era de razón. No tenía otra alternativa. Tenemos que vivir como criaturas con moral o hundirnos hasta el nivel de los animales.

— Pero cuando tú vives entre gente que se comporta como animales, ¿cómo haces para sobrevivir?

— Vive como ellos… como tú, Jason — juzgó con majestuosidad —, arrastrándose Y doblegándose al temor, pero incapaces de librarse de su destino, se retuercen o se arrastren como quieran. O se vive como yo lo he hecho, como un hombre de convicción, sabiendo lo que está bien y lo que se debe hacer en todo momento, y no dejándose influenciar o engañar por las pequeñas necesidades diarias. Si se vive de esta manera se puede morir feliz.

— ¡Pues muérete feliz! — gritó Jason haciendo mención de avanzar hacia la espada. Pero se contuvo antes de llegar hasta ella —. Pensar que siempre tuve el convencimiento de que llegaría a enseñarte algo de lo que es la existencia aquí, y que ahora estoy seguro de que antes te morirás que llegarás ni siquiera a comprender lo que quiero enseñarte. Tú llevas contigo, en tu ser, lo que crees que es tu realidad, y no te separas de ella ni siquiera un momento, siendo más firmes y más sólidos tus convencimientos que el suelo que estamos pisando.

— Por una vez estamos de acuerdo, Jason. He intentado abrirte los ojos a la luz de la verdad, y tú siempre has girado el rostro para no verla. Ignoras, o haces por ignorar las Leyes Eternas por las exigencias del momento, y por consiguiente estás condenado.

Los indicadores de presión de la caldera habían llegado al punto máximo, pero el nivel del fuel estaba a cero.

— Coge comida para el desayuno, Ijale — dijo Jason —, y alejaros de esta máquina. El fuel se ha terminado y con él se ha acabado todo.

— Haré un fardo que podamos llevar con nosotros y escaparemos a pie.

— No. eso por descontado que no. Snarbi conoce estos territorios y sabía que le echaríamos de menos al amanecer. Cualquiera que sea el problema que nos acarree, aún está por ver, y sin embargo no seríamos capaces de hallar una solución escapando a pie. De manera que lo mejor será que nos ahorremos energías. ¡Pero os aseguro que no se van a apoderar de mi aparato a vapor casi fabricado por mí mismo de pura artesanía! — añadió con cierta vehemencia, mientras recogía el arco —. ¡Atrás, atrás los dos! Harán de mi un esclavo por mis posibilidades y conocimientos, pero no les voy a dejar ninguna muestra de ello. Si quieren uno de estos vehículos a vapor tendrán que pagarlo caro.

Se tiró largo en el suelo y a la tercera flecha incendiada alcanzó el caroj. Éste se prendió fuego, y al cabo de pocos segundos estallaba la caldera, lanzando al aire una lluvia de metal y madera que se esparció alrededor.

En la distancia oyó gritos y ladridos de perros.

Cuando se puse en pie divisó una línea lejana de hombres que avanzaban a través de la hierba que les llegaba casi a la cintura, y cuando estaban más cerca distinguió unos perros enormes que tiraban furibundos de las correas. Aunque todavía deberían tardar unas horas en llegar hasta allí, se acercaban a un trote rapidísimo. Expertos corredores ataviados con cueros, portadores de arcos y carcaj llenos de flechas. Se desplegaron en semicírculo e hicieron alto cuando los tres extranjeros estuvieron al alcance de sus flechas. Montaron los arcos y esperaron alerta, a que las ruinas humeantes del caroj se desvanecieron, hasta que al fin Snarbi avanzó, sosteniéndose en pie gracias a otros dos corredores.

— Ahora pertenecéis a… al Hertug Persson… y sois sus esclavos… — dijo Snarbi. Parecía demasiado exhausto para apercibirse de cuanto le rodeaba —. ¿Qué le ha ocurrido al caroj? — Su pregunta fue casi un chillido al apercibirse de las humeantes ruinas, y se hubiera desplomado al suelo a no ser por los que le sostenían entre sus brazos. Evidentemente los nuevos esclavos perdían mucho valor con la pérdida de la máquina.

Snarbi se acercó, y sin que ninguno de los soldados le ayudara recogió todas las herramientas de Jason que pudo encontrar. Cuando ya había hecho un paquete con ellas y la caballería de a pie comprobó que no sufría ningún daño con ello, accedieron, aunque no de muy buen grado, a transportarlas. Uno de los soldados, idéntico en la indumentaria a todos los demás, parecía ser el responsable de la patrulla, y cuando hizo la señal de que daban la vuelta para alejarse, cercaron a los tres prisioneros y les conminaron para que se pusieran en pie.

— Ya voy, ya voy… — dijo Jason royendo un hueso —. Pero primero voy a terminar el desayuno. Veo un horizonte interminable de krenoj que se cierne sobre mí, y quiero saborear esta comida antes de entrar en el servilismo.

Los soldados se miraron confundidos los unos a los otros, y miraron a su oficial en espera de órdenes.

— ¿Quién es éste? — le preguntó a Snarbi mientras señalaba a Jason, que continuaba sentado —. ¿Hay alguna razón para que no le mate en el acto?

— ¡No debes hacerlo! — se apresuró a responder Snarbi —. Ése es el que construye los vehículos y conoce todos sus secretos. Hertug Persson le torturará hasta que le haga construir uno.

Jason se limpió los dedos en la hierba y se puso en pie.

— Muy bien, caballeros, podemos marchar. Y en el camino quizás alguien me pueda explicar quién es Hertug Persson y cuál es la suerte que nos espera.

— Yo te lo diré — se ofreció Snarbi poniéndose a su lado mientras iniciaban la marcha —. Se trata de Hertug de Perssonoj. Yo he combatido junto a los perssonoj y ellos me conocen, y yo vi a Hertug en persona, y me creyó. Los perssonoj son muy poderosos en Appsala y poseen muchos secretos ocultos, pero no son tan poderosos como los trozelligo que poseen los secretos del caroj y del jetilo. Sabía que podía pedirles cualquier precio a los perssonoj si les proporcionaba el secreto del caroj. Y me decidí. — Acercó el rostro a pocos centímetros del de Jason y añadió —: Tú les descubrirás los secretos. Yo les ayudaré a torturarte hasta que lo hagas.

Jason extendió el pie al mismo tiempo que caminaban, y Snarbi tropezó en él y cayó de bruces, circunstancia que aprovechó Jason para continuar la marcha de tres o cuatro pasos, por encima del cuerpo de Snarbi.

Ninguno de los soldados prestó atención a este incidente. Cuando Snarbi se puso en pie, corrió hasta la altura de Jason y los soldados, gritando y escupiendo maldiciones, pero Jason ni siquiera las oyó, por entender que bastantes problemas tenía con los suyos.

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