Capítulo XII

— ¿Cuándo estará esto terminado? — preguntó Hertug, pasando la mano por los objetos y herramientas extendidas sobre el banco de trabajo de Jason.

— Mañana por la mañana, aunque para ello tenga que trabajar toda la noche, oh, Hertug. Pero antes de que esté terminado quiero hacerte otro regalo, que consiste en un procedimiento de mejorar tu sistema telegráfico.

— ¡No necesita mejoras! Funciona tal como lo hacia en los días de nuestros antepasados, y…

— Yo no voy a cambiar nada; ya sé que vuestros antepasados, sabían de todo más, y que no es posible aventajarles en nada. Pero lo que sí querría es mostrarte una nueva técnica operacional. Mira esto… — y le mostró una de las tiras de metal, con un revestimiento de tiza a modo de escritura sobre ella —. ¿Sabes leer este mensaje?

— Pues claro que sí, sólo que requiere un gran poder de concentración, puesto que es un profundo misterio.

— No tan profundo, yo con un simple golpe de vista, adivino su horrible sencillez.

— ¡Eres un blasfemo!

— Pues yo no lo veo así. Mira aquí: Esto es una B, dos trazos hechos por el péndulo mágico, ¿no es así?

Hertug se entretuvo contando con los dedos.

— Pues sí que es cierto, es una B, tienes razón. ¿Pero cómo lo has sabido?

— Fue difícil descubrirlo, pero en realidad, para mí todo es como un libro abierto. La B es la segunda letra del alfabeto, y por tanto está codificada por dos golpes. La C es la tercera, lo cual aún es fácil; pero se termina con la Z, necesitando para ella veintiséis pulsaciones en la tecla emisora, lo que representa una pérdida de tiempo considerable. Y sin embargo, lo que se tendría que hacer es unas pequeñas modificaciones en el equipo, para que se puedan emitir dos señales diferentes… o lo que es lo mismo, y para ser un poco más originales, llamemos a las unas puntos y a las otras rayas. Y en este momento, haciendo uso de las dos señales, una corta y una larga, podemos transcribir cada letra del alfabeto, con un máximo de cuatro señales, ¿comprendido?

— Creo que me duele un poco la cabeza, y se me hace difícil seguirte…

— Pues piensa en ello esta noche. Por la mañana mi invento estará terminado, y entonces te demostraré lo que te he explicado.

Hertug salió de la habitación, musitando algo entre dientes, y Jason terminó las últimas conexiones sobre una armadura para su nuevo generador.

— ¿Cómo le llamas a esto? — dando una vuelta sobre sí mismo alrededor de una caja alta, y bien adornada de madera.

— Esto es la Bienaventuranza al Hacedor Hertug una nueva fuente de reverencia, respeto y financiación para Tu Excelencia. Hay que colocarla en el templo, o en lugar equivalente de tus dominios, donde el público tendrá que pagar por el privilegio de hacerte homenaje. Observa: Yo soy un individuo que entra en el templo. Hago un donativo a los sacerdotes, cojo esta maneta que sale de este lado, y la pongo en esta posición. — Se puso en movimiento lentamente al mismo tiempo que se oía un ruido de ejes que entraban en funcionamiento, en el interior de la caja —. Ahora mira ahí arriba.

Sobresaliendo por encima de la superficie de la caja, había dos brazos metálicos curvados, que terminaban en dos esferas de cobre ligeramente separadas. Hertug se sobresaltó, e instintivamente retrocedió unos pasos, al ver cómo saltaban unas chispas azules.

— Esto impresionará y causará sensación a los payeses, ¿no crees? — preguntó Jason —. Ahora mira las chispas, y observa su secuencia. Mira… primero tres chispas cortas, luego tres largas, y después tres cortas otra vez.

Detuvo la máquina, y fue hacia Hertug tendiéndole una hoja de pergamino escrita, que parecía más bien una doctorada versión del código interestelar.

— Advierte bien esto. Tres puntos para la H y tres rayas que indican una A. Por tanto mientras la máquina está puesta en posición de trabajo, emite en clave un H.A.H., que significa Huraoj al Hertug. ¡Hurra al Hertug! ¡Todos gritan sus alabanzas al Hertug! Un sistema que sin duda producirá su impacto, que mantendrá a los sacerdotes ocupados y fuera de todo posible error, y tendrá también a tus seguidores entretenidos. Y al mismo tiempo la máquina gritará tus alabanzas con la voz de la electricidad, una y otra vez, una y otra vez, de día y de noche.

El Hertug puso en marcha la palanca de mando, y observó las chispas con los ojos llenos de asombro.

— Será puesto en el templo mañana mismo. Pero hay algunos designios sagrados que deberían tenerse en cuenta.

— Quizás oro…

— Sí, y joyas también, cuanto mayor sea la riqueza exterior mucho mejor. La gente no va a pagar mucho si no tiene un aspecto exterior impresionante.

Jason escuchaba feliz el ruido de las chispas que saltaban. Según el código y la clave locales, estaba diciendo H.A.H, pero para alguien perteneciente a otro mundo, estaba diciendo S.O.S. Y cualquier nave espacial con un receptor nada más que mediano que entrara en la atmósfera del planeta tenía que recoger y apercibirse de las ondas emitidas por aquel aparato. Hasta quizá habría quien podría estar escuchando el mensaje en estos momentos. Con solo que tuviera un receptor podría escuchar a su vez las respuestas a su mensaje, pero poco importaba, pues si esto llegara a ocurrir más adelante, pronto oirían el zumbido de los motores al aproximarse a Appsala…

Pero en aquellos momentos no ocurrió nada. Hacía más de doce horas que Jason había emitido el primer S.O.S., pero muy a pesar suyo tuvo que abandonar la idea de un rescate inmediato. Lo mejor que podía hacer por tanto era esperar con las mayores comodidades posibles a que llegara aquel momento. No podía pensar ni concebir la posibilidad de que no pasara ninguna nave espacial por las proximidades de aquel planeta en toda su vida.

— He estado considerando tus proposiciones — dijo Hertug separándose del transmisor —. Podrás tener un pequeño apartamento para ti, y quizás un esclavo o dos, bastante comida y los días festivos vino y cerveza…

— ¿Y no habrá ninguna bebida más fuerte que esas?

— Ya no se puede conseguir nada más fuerte que eso; los vinos de los perssonoj, que vienen de nuestros campos en las laderas del Monte Malviglia, son sobradamente conocidos por su potencia.

— Pues aún serán más y mejor conocidos en cuanto yo me ocupe un poco de ellos. Veo un gran número de pequeñas aunque considerables mejoras que se pueden llevar a cabo si es que tengo que quedarme por aquí durante algún tiempo. Hasta creo que os tendré que inventar el water closed, antes de que yo mismo coja un reumatismo terrible en esos lugares tan húmedos. Hay que hacer muchas cosas, muchas. La primera de todas es una lista de prioridades, encabezada sin lugar a dudas por la moneda. Algunas de las cosas que quiero hacer para tu mayor gloria, serán un poco caras, de manera que lo más importante es que podamos reunir primeramente un buen tesoro. Supongo que no habrá entre tus principios religiosos ninguno que te prohíba hacerte rico, ¿verdad?

— Ninguno — se apresuró a responder Hertug, mostrándose muy positivo.

— Entonces, podemos descansar ahora un poco. Con el permiso de Su Excelencia, me retiraré a mis nuevas habitaciones para dormir un poco, tras lo cual prepararé una lista de proyectos para someterlos a tu juicio primero, y para que sirvan después a tu mayor encumbramiento.

— Esto me satisface. No olvides la cosa esa de hacer dinero.

— Encabezará la lista.

Aunque Jason tenía libertad para traspasar las habitaciones que eran consideradas sagradas por ser lugares destinados al trabajo, siempre tenía cuatro guardianes que no se movían de su lado en todo el tiempo, haciendo que de vez en cuando llegara hasta él el pestilente olor a krenoj de sus bocas.

— ¿Sabes dónde están mis nuevas habitaciones? — inquirió Jason al capitán de la guardia, un tipo de tosco aspecto llamado Benn’t.

— Unnh — respondió Benn’t poniéndose al frente del grupo. Subieron una tortuosa escalera de piedra que conducía a los pisos más altos, y luego por un corredor oscuro llegaron a una puerta donde había un guardia estacionado. Benn’t abrió con una llave enorme que pendía de su cinturón.

— Aquí es — indicó señalando con el pulgar que resaltaba por la uña negra, hacia el interior.

— Y veo que han traído los esclavos — dijo Jason mirando al interior y viendo a Mikah e Ijale encadenados al muro —. La verdad es que no les voy a poder sacar mucho provecho a estos dos, si no tienen que estar más que como figura decorativa. ¿Tienes la llave?

Con menor gracejo y soltura si cabe, Benn’t sacó una llave pequeña de una faltriquera y se la entregó a Jason; a continuación salió y cerró la puerta tras él.

— Estaba segura de que conseguirías que no te hicieran el menor daño — le decía Ijale a Jason — mientras éste lo libraba del aro de hierro. — Estaba tan segura que llegué incluso a casi no temer por ti.

Mikah mantuvo un mutismo absoluto, hasta que Jason empezó a inspeccionar los alrededores de la habitación en compañía de Ijale para irrumpir de pronto fríamente:

— Te has olvidado de liberarme de estas cadenas.

— Me alegro de que te hayas dado cuenta — respondió Jason —. Eso me ahorra el tenértelo que decir yo mismo. ¿Conoces de algún medio mejor para estar seguros de que no te verás metido en ningún lío?

— ¡Me estás insultando!

— No, señor. Te estoy diciendo la verdad. Me hiciste perder mi trabajo con los d’zertanoj cuando iba a las mil maravillas, y no paraste hasta que me encerraron como a un esclavo vulgar. Cuando escapé, te llevé conmigo, y pagaste mi generosidad dejando que Snarbi nos traicionara para traernos hasta mi actual patrón… y la posición que ocupo en este momento, la he ganado sin tener que agradecerte nada.

— Hice lo que honradamente creí más conveniente.

— Pues pensaste mal.

— ¡Eres un hombre vindicativo y vulgar, Jason Dinalt!

— Pues la verdad es que no sabría demostrarte lo contrario, pero de momento te quedas encadenado al muro.

Tomó a Ijale por un brazo y la llevó a dar una vuelta de reconocimiento por el apartamento.

— La moda más actualizada dice que la puerta de entrada debe abrirse sobre la habitación principal, amueblada con leños rústicos, y que las paredes deberán estar decoradas con una gran variedad de molduras. Este es un buen sitio para hacer queso, pero completamente inhabitable para un ser humano. Esta se la dejamos a Mikah. — Abrió una puerta que daba sobre una habitación al lado —. Ésta está mejor, expuesta al sur, vista al gran canal, y hay más luz. Las ventanas están bien orientadas permitiendo que entre el sol y el aire fresco. Aquí tendré que poner un vidrio. Pero de momento un poco de lumbre en este fogón medio oxidado no irá del todo mal.

— ¡Krenoj! — exclamó Ijale corriendo hacia un cesto que se vislumbraba en la alcoba. Jason se mostró pasivo. Ella lo olió unos instantes, palpándole entre los dedos —. No es muy viejo; diez días, o quizá quince. Bueno para sopa.

— ¡Precisamente lo que necesita un estómago hambriento! — expuso Jason carente de entusiasmo.

Mikah daba gritos desde la otra habitación, y Jason encendió la fogata antes de ir a ver lo que quería.

— ¡Esto es criminal! — decía Mikah al mismo tiempo que con sus movimientos hacía chasquear las caderas.

— Yo soy un criminal — y Jason hizo ademán de volver a marcharse.

— ¡Espera! No puedes dejarme así. Somos hombres civilizados. Sácame de aquí y te daré mi palabra de que haré lo que me digas.

— Muy amable por tu parte, Mikah. viejo amigo, pero toda mi confianza se esfumó, desapareció, se agotó en mi alma siempre tan confiada antes. Soy un nuevo converso al ethos y ahora de ti no confío más que en lo que te veo hacer. Es todo cuanto puedo hacer, pero dejaré que estires las piernas por aquí para ver si al menos dejas de gritar.

Jason le liberó de las cadenas que le sujetaban los pies, y dio media vuelta dispuesto a alejarse.

— Te has olvidado de quitarme el aro, el collar — dijo Mikah.

— ¿Ah, si? ¡Qué descuido! — respondió Jason —. No he olvidado que me traicionaste ante Edipon, y por tanto, tampoco he olvidado el collar. Entretanto seas un esclavo no me volverás a traicionar, de manera que continuarás siendo un esclavo.

— Debí haberme esperado esto de ti — la voz de Mikah estaba preñada de una ira sorda y fría —. Tú no eres un hombre civilizado, sino un perro. No te daré mi palabra de ayudarte en ningún momento, sea cual fuere. Estoy avergonzado de mí mismo por haber considerado la posibilidad de llegar a tal extremo. Eres un satánico, mefistofélico, y como mi vida entera está dedicada a combatir tales cosas, lucharé contra ti.

Jason tenía el brazo medio levantado para descargar el puño sobre él, pero de pronto desistió de tal idea y por el contrario se puso a reír.

— Nunca debes amenazarme, Mikah. Parece imposible que un hombre pueda ser tan insensible a los hechos, a la lógica, a la realidad y a lo que solía denominarse sentido común. Me alegro de que admitas que estás en contra mía, pues así me será más fácil guardar mis espaldas. Además, de este modo no olvidaré que no debo cometer nuevas tonterías contigo. Te guardaré como a esclavo, y te trataré como a tal. Así que coge ese recipiente de piedra y vete a buscar agua, adonde van a buscarla los otros esclavos.

Giró sobre sus talones, y salió de la habitación sobreexcitado todavía por la ira, pero comenzó a mostrar cierto entusiasmo cuando vio la comida que Ijale había preparado tan cuidadosamente.

Con el estómago lleno, y calentándose los pies en el fuego, Jason se sentía casi cómodo. Ijale estaba agazapada a su lado entreteniéndose en reparar algunas pieles con una enorme aguja de hierro, mientras que desde la otra habitación llegaba hasta ellos el ruido de las cadenas que Mikah iba arrastrando. Era tarde y Jason estaba cansado, pero le había prometido a Hertug toda una relación de posibles descubrimientos, y quería terminarla antes de irse a dormir. Alzó la cabeza sorprendido al oír un ruido de llaves en la puerta de entrada, pero casi antes de apercibirse de lo que ocurría, Benn’t irrumpía en la habitación seguido de uno de sus soldados, que llevaba una antorcha.

— Vamos — dijo Benn’t señalando hacia la puerta.

— ¿Adónde y por qué? — preguntó Jason, sin moverse de su sitio, aunque un tanto preocupado.

— Vamos — repitió Benn’t, en el mismo tono desagradable, y sacando una pequeña espada del cinturón.

— Estoy empezando a aborrecerte — espetó Jason poniéndose lentamente en pie y de mal grado. Se echó una de sus pieles sobre la espalda y cruzó la habitación.

No se veía la guardia en la puerta de la habitación, pero sin embargo, había unas formas oscuras en el suelo visibles a la luz de la antorcha. ¿Sería la guardia? Jason reaccionó de repente y quiso dar media vuelta, pero la puerta se cerró de golpe tras ellos, y la punta de la espada de Benn’t se hundió en sus ropajes de cuero, dejando sentir lo que serían los efectos de la afilada punta por encima de los riñones.

— Como hables o te muevas, date por muerto — le susurró el soldado al oído.

Jason lo pensó durante unos instantes y decidió no moverse. No era porque la amenaza le causara la menor preocupación, pues estaba seguro de poder desarmar a Benn’t y caer sobre el otro soldado antes de que pudiera sacar la espada, sino porque se sentía atraído e interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas. Tenía la firme sospecha de lo que estaba ocurriendo era totalmente ajeno a Hertug, y se preguntaba adónde iría a parar aquella situación.

Pero al momento se arrepintió de haber tomado tal decisión. Le metieron en la boca un trapo maloliente, y para que no se pudiera desprender de él le cruzaron la boca con cuerdas que le hirieron el cuello y las mejillas. Le ataron los brazos al mismo tiempo, y una segunda espada le oprimía uno de los costados. Ya era imposible intentar la menor resistencia, a no ser de exponerse a riesgos muy serios, de manera que fue subiendo las escaleras en la dirección que le indicaban, hasta que llegaron al techo del edificio.

El soldado apagó la antorcha, y quedaron a merced de la oscuridad de la noche, con un viento frío, casi helado, que les azotaba. Descendieron lentamente a lo largo de las resbaladizas tejas. La balaustrada era invisible en la oscuridad reinante, y cuando Jason tropezó con las piernas por debajo de las rodillas con ella, se venció su peso hacia adelante y hubiera caído al otro lado si un soldado no le hubiera retenido a tiempo. Trabajando lentamente y con el mayor de los sigilos le ataron una cuerda por debajo de los brazos, y le fueron bajando por el alvero de la fachada. Aquel lado del edificio de los perssonoj estaba rodeado por el canal, y Jason, al descender, se fue hundiendo en él hasta quedar sumergido hasta la cintura. De pronto, entre la oscuridad fue apareciendo la silueta de un bote ante sus ojos. Unas manos rudas le ayudaron a subir y momentos más tarde el bote cortaba las aguas, después de situarse debajo del edificio, para que los raptores de Jason pudieran embarcarse junto con él. Los remos apresuraban la marcha. La alarma no había sonado.

Los hombres del bote le ignoraron por completo; tendido como estaba en el fondo, hacían descansar los pies sobre él, hasta que molesto se hizo a un lado. No había mucho que ver en aquel viaje de sorpresa, y menos en la posición en que se hallaba, pero al fin divisó unas luces. y alzando un poco la cabeza divisó una amplia entrada de mar, muy parecida a la que había visto a su llegada al territorio de los perssonoj. No le costó mucho trabajo llegar a la conclusión de que había sido raptado por una de las organizaciones rivales. Cuando el bote se detuvo fue literalmente arrojado al embarcadero, para ser más tarde empujado hacia un alto y rústico portal de hierro. Benn’t había desaparecido — probablemente después de haber recibido las treinta monedas de plata — y los nuevos guardianes permanecían en silencio. Le desataron, le quitaron la mordaza y le obligaron prácticamente a atravesar una puerta de hierro, cerrándola tras él. Le dejaron solo, frente a los escalofriantes horrores de la habitación.

Había siete figuras sentadas sobre alto entarimado, armadas y terriblemente enmascaradas. Cada una de ellas se apoyaba sobre un largo montante. Ardían unas lámparas de extrañísima concepción produciendo un humo tal que el aire enrarecido rebosaba olor sulfuroso.

Jason se echó a reír fríamente, y miró alrededor en busca de una silla. No había ninguna a la vista, de manera que cogió una lámpara, con forma de culebra y que arrojaba llamas por la boca, de una mesa próxima, y la puso en el suelo, para después sentarse sobre la mesa. Volvió a lanzar una mirada llena de incredulidad a las horribles siluetas que se alzaban ante él.

— ¡De pie mortal! — dijo la figura que ocupaba el centro de la reunión —. ¡Sentarse ante el Mastreguloj es tanto como pedir la muerte!

— Pues yo me siento — respondió Jason, haciendo acción de ponerse más cómodo —. Estoy seguro de que no me raptaron con la simple intención de matarme, y cuanto antes os deis cuenta de que vuestras tragicómicas vestimentas no me asustan lo más mínimo, antes iréis al grano de lo que queráis de mí.

— ¡Silencio! ¡La muerte está a mano!

— Ekskremento! — respondió Jason silabeando la palabra —. Vuestras máscaras y vuestras amenazas son de la misma calidad que la de los esclavizadores del desierto. Vayamos cuanto antes a los hechos. Han llegado hasta vosotros rumores respecto a mí, y os habéis sentido interesados. Habéis oído hablar de los caroj y los espías os han hablado del orador electrónico en el templo y hasta quizás os han dicho más cosas. Todo eso os parecía tan bueno que me quisisteis para vosotros, y entonces tratasteis de conseguirme por medio de algunos traidores, por un poco de dinero. Pues aquí estoy.

— ¿Sabes a quién le estás hablando? — preguntó la figurilla de la derecha con una voz chillona y temblorosa. Jason examinó al que había hablado detenidamente.

— ¿Al Mastreguloj? He oído hablar de vosotros. Se dice que sois los brujos de esta ciudad, porque poseéis el fuego que arde en el agua, el humo que quema los pulmones, el agua que quema la carne, y más cosas por el estilo. Y yo lo que creo es que sois los aprendices de químico de estos contornos; y aunque también se dice que sois muy pocos en número, sois lo suficientemente pestilentes como para tener asustadas y alejadas de vosotros a las otras tribus.

— ¿Sabes lo que esto contiene? — preguntó el hombre, alzando una esfera de vidrio con un líquido amarillento en el interior.

— Ni lo sé ni me importa lo más mínimo.

— Pues contiene la ardiente agua mágica que te marchitará en un instante si te toca…

— ¡No me hagas reír! Ahí no hay más que un ácido cualquiera, de los más comunes, sulfúrico probablemente, porque el otro ácido proviene de él, y que es el que produce el olor a huevos podridos que hay en la habitación.

Su conclusión pareció haber conmovido todo el edificio; las siete figuras se movieron nerviosas, y susurraron palabras ininteligibles a aquella distancia para Jason. Entre tanto estaban distraídos, Jason se puso en pie y avanzó despacio hacia ellos. Ya se había cansado de aquel juego de acertijos científicos y le irritaba pensar que había sido raptado, atado, puesto a remo o en aquella agua helada, y continuó avanzando. Estos mastreguloj eran temidos y repudiados de Appsala, pero según los cálculos que se había hecho, no formaban un clan muy numeroso. Por un buen número de razones había respaldado a los perssonoj para que se alzaran con el poderío y no pensaba cambiar de idea ni de bando.

Aprovechando el charloteo que aún continuaba llegó a su mente el recuerdo de un libro que leyó en una ocasión acerca de huidas célebres. Se acordó siempre de algunos detalles porque tenía un verdadero interés profesional en tal técnica, ya que en muchas ocasiones sus propósitos y los de la policía habían sido totalmente dispares. Y la conclusión que había sacado de aquel libro era que el mejor momento para escapar era siempre inmediatamente después de haber sido capturado. Y ésta era la ocasión.

Los mastreguloj hablan cometido el error de dejarle suelto y solo; estaban tan acostumbrados a intimidar, a asustar a la gente que se habían hecho descuidados… y viejos. A juzgar por las voces y la manera de actuar estaba seguro de que no había ningún joven entre los presentes, al igual que el hombre que estaba a la derecha estaba ya bien metido en la vejez. Lo revelaba su voz. y ahora que Jason estaba más cerca, podía apreciar mejor la ostensible vibración de la espada en la mano del hombre.

— ¿Quién te reveló el secreto y el sagrado nombre del sulfurika adda? — preguntó irritado la figura del centro —. Habla, espía, o de lo contrario te arrancaremos la lengua y arrojaremos fuego por tu garganta…

— No hagáis eso — rogó Jason, poniendo una rodilla en tierra y cruzando los brazos conmiserativamente ante su pecho —. ¡Cualquier cosa menos eso! ¡Hablaré! — Se fue acercando de rodillas hacia el entarimado, dirigiéndose al mismo tiempo hacia la derecha —. Diré la verdad, no lo resisto más… éste es el hombre que me habló de los sagrados secretos. — Señaló al más viejo de la derecha, y acercó al mismo tiempo la mano hacia la espada que sostenía el anciano.

Jason se puso en pie y arrancó la espada de la mano del viejo en el mismo instante que le propinó un empujón que le lanzó contra el otro que tenía al lado. Ambos hombres rodaron por el suelo.

— ¡Muerte a los infieles! — gritó arrancando de un tirón la cortina negra que llena de dibujos de calaveras y demonios colgaba del muro. La arrojó sobre los dos hombres más próximos en el preciso instante en que se ponían de nuevo en pie, y veía una pequeña puerta que hasta entonces había permanecido oculta tras la cortina. La abrió de un golpe, yendo a desembocar a un pasillo de tenue luz, y casi en los brazos de dos guardias allí estacionados. La ventaja de la sorpresa estaba de su parte. El primero se desplomó al proporcionarle Jason un golpe terrible con la parte plana de la espada sobre la cabeza, y el segundo dejó caer la espada cuando la punta de la de Jason le hirió en la parte superior del brazo. El entrenamiento en la lucha que había adquirido en Pyrran le hacía ahora un buen servicio. Podía moverse con más rapidez y matar a sus enemigos gracias a sus reflejos más ágiles, que cualquiera de los de Appsala. Lo dejó bien demostrado cuando al dar la vuelta a una esquina, yendo en dirección a la puerta, casi tropezó con Benn’t, su primer guardián.

— Gracias por haberme traído aquí… como aún no tenía bastantes problemas… y aunque ser un traidor a sueldo sea normal en Appsala, no fue muy delicado por tu parte matar a uno de tus propios hombres. — Alzó la espada y atravesó la garganta de Benn’t casi decapitándolo. Aquel arma era pesada y difícil de manejar, pero una vez puesta en movimiento cortaba cuanto se hallaba en su camino. Jason continuó corriendo y atacó con todas sus fuerzas a los guardianes que había en el patio de entrada.

La única ventaja que tenía era, una vez más, el elemento de la sorpresa, por tanto, tenía que moverse con la mayor rapidez posible. Si llegaban a reagruparse aquellos hombres podrían capturarle y matarle, pero la noche estaba muy avanzada y la menor cosa del mundo que pudieran sospechar era un ataque furibundo por la retaguardia. Uno cayó, otro soltó el arma y echó a correr con el brazo destrozado, y Jason entre tanto reunía todas sus fuerzas sobre la pesada barra que cerraba la entrada. Con el rabillo del ojo vio aparecer a uno de los enmascarados, Mastreguloj.

— ¡Muerte! — chillaba el hombre lanzando una esfera de vidrio hacia la cabeza de Jason.

— Gracias — dijo Jason atrapando el objeto en el aire con la mano libre. Se lo metió entre sus ropas y abrió la puerta.

Ya estaban organizando la persecución cuando bajó las resbaladizas escaleras, y saltó al interior del bote más próximo. Era demasiado ancho para poderlo remar con facilidad pero cortó las amarras y haciendo presión con un remo sobre el embarcadero se internó en el canal. Un ligero oleaje se había levantado en el canal y dejó que el bote se meciera entre las olas mientras sujetaba los remos en sus puntos de apoyo. Algunas siluetas aparecieron en las escalera, hubo gritos y parpadeos de antorchas, hasta que poco a poco fueron perdiéndose en la distancia y desaparecieron de su vista. Jason remaba internándose en la oscuridad de la noche y sonriendo amargamente para consigo mismo.

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