Capítulo XI

Vista desde la montaña, Appsala parecía una ciudad en llamas que se estuviera hundiendo en el mar. Sólo al acercarse más, dedujeron que el humo salía de una gran cantidad de chimeneas, grandes y pequeñas, que ponían cima a los edificios, y que la ciudad comenzaba en la tierra, y cubría un cierto número de pequeñas islas, que se alzaban en lo que sin duda era una laguna. Había embarcaciones sujetas por cabos a los embarcaderos de un lado de la ciudad, y por todas partes se veían discurrir canales. Jason buscó con ansiedad un aeropuerto del espacio, o al menos algún signo de cultura interestelar, pero no vio nada.

Había una nave de respetable tamaño en uno de los extremos de un embarcadero, que sin duda les estaba esperando, y los cautivos fueron atados de pies y manos y arrojados dentro. Jason consiguió dar media vuelta sobre sí mismo, hasta situarse de cara a la ciudad y se puso a discursear a medida que avanzaba el crucero, aparentemente para tranquilizar a sus compañeros pero en realidad en beneficio propio, puesto que el sonido de su propia voz siempre le reconfortaba y le daba ánimo.

— Nuestro viaje está llegando a su fin, y ante nosotros se alza la romántica y antigua ciudad de Appsala, famosa por sus asquerosas costumbres, sus nativos criminales, y sus arcaicos progresos sanitarios, uno de cuyos canales acuosos surca esta nave que parece resignada desde hace tiempo a discurrir por lo que parece ser la cloaca mayor. Hay islas a ambos lados, y las más pequeñas están pobladas de cabañas tan decrépitas, que en comparación con los agujeros que hacen en el suelo los más humildes animales, son al lado de sus palacios, mientras que las islas mayores parecen fortalezas, cada una de ellas amurallada, y presentando un rostro de guerrero al mundo exterior. No puede haber tantas fortalezas en una ciudad como ésta, o de lo contrario me inclino por creer que cada una de ellas es indudablemente el celoso guardián de una de las tribus, grupos o clanes de que nos habló nuestro amigo Judas. Mirad esos monumentos del más refinado egoísmo; esto es el producto acabado de un sistema que comienza con esclavizadores como el antiguo Ch’aka, con sus tribus de buscadores de krenoj, pasando por familias jerárquicas como los d’zertanoj, y que alcanza su cenit en la depravación que se esconde tras esos muros. Todavía es el poder absoluto el que rige, cada hombre apoderándose de cuanto esté a su alcance, y siendo el único medio de ascender, el caminar sobre los cuerpos hundidos o medio hundidos de los demás. En estas circunstancias todos los descubrimientos físicos y todos los inventos, son tratados como asuntos secretos, privados y personales, y de esa forma hacer uso de ellos en aras de un beneficio personal. Nunca había visto un grado de egoísmo humano llevado a tales extremos. Y admiro la capacidad y sapiencia de Homero, en seguir siempre fiel a una idea, sin importarle a quien le duela.

El barco llegó y Jason tuvo que abandonar su precario discurso para volver a la realidad.

A medida que descendían, Jason aprovechó para echar una ojeada por los alrededores. No pudo ver nada importante porque rápidamente fueron empujados a través de una puerta, bordeada al igual que los pasillos por guardianes, hasta que desembocaron en una enorme habitación central. Carecía totalmente de mobiliario, a excepción de un entarimado en el extremo opuesto, sobre el que se alzaba un rústico trono de hierro. El hombre que se sentaba en él, era sin lugar a dudas Hertug Persson, que llevaba una magnífica barba blanca, y el pelo largo hasta los hombros; tenía la nariz roja y redonda, y los ojos azules y acuosos. Se estaba llevando en aquel momento un trozo de krenoj a la boca, suspendido delicadamente de un tenedor de hierro de dos púas.

— Decidme — gritó Hertug de pronto —, ¿por qué no se les puede matar de inmediato?

— Somos tus esclavos, Hertug, somos tus esclavos — gritó todo el mundo en la habitación al unísono, al mismo tiempo que alzaban los brazos al aire.

Cogido por sorpresa Jason, no llegó a gritar con ellos la primera vez, pero lo hizo a la segunda. Sólo Mikah fue el único que no se unió a aquella algazara y cantó, hablando por contra en solitario cuando la plegaria de saludo hubo terminado.

— Yo no soy esclavo del hombre.

El que mandaba a los soldados blandió el arco y lo descargó sin compasión sobre la cabeza de Mikah, el que cayó inconsciente al suelo.

— Ya tienes un nuevo esclavo, oh, Hertug — dijo el oficial.

— ¿Cuál es de entre vosotros el que conoce los secretos del caroj — preguntó Hertug.

Y Snarbi señaló a Jason.

— Él, oh, Todopoderoso. Sabe construir caroj y monstruos que abrasan y hacen huir. Lo sé porque yo mismo lo vi. Vi cómo quemaba a los d’zertanoj. Y aún sabe hacer muchas otras cosas. Te lo traje para que fuera tu esclavo y para que hiciera un caroj para los perssonoj. Aquí están las piezas del caroj en el que viajábamos juntos, o las que quedaron después de que se viera consumido por el fuego.

Snarbi saco las herramientas y fragmentos del vehículo que esparció en el suelo. Hertug se mordió los labios, incrédulo.

— ¿Y qué demuestra esto? — preguntó volviéndose hacia Jason —. Esto no quiere decir nada. ¿Cómo me puedes demostrar, esclavo, que eres capaz de hacer todo cuanto dices?

Por la mente de Jason pasó fugaz la idea de negar el ser conocedor de tales asuntos, lo cual sería una buena venganza contra Snarbi, quien sin lugar a dudas tendría un trágico final por armar tanto revuelo por nada, pero descartó tal pensamiento, y reaccionó rápidamente. Por una parte había razones humanitarias, pues Snarbi no tenía la culpa de ser como era, pero principalmente porque Jason no tenía ningún interés en ser sometido a tortura. No sabía nada de los métodos locales de tortura, y quería continuar desconociéndolos.

— Pues, probarlo es muy fácil, Hertug, de todos los perssonoj, porque yo sé todo de todo. Sé construir maquinas que andan, que hablan, que corren, vuelan, navegan, y que ladran como un perro.

— ¿Construirás un caroj para mí?

— Lo podría hacer si tuvieras las herramientas que necesito para trabajar. Pero tengo que saber primero, cuál es la especialidad de tu pueblo, si entiendes lo que quiero decir. Por ejemplo, los trozelligoj hacen motores, y los d’zertanoj obtienen aceite: ¿qué hace tu pueblo?

— ¡No puedes saber tanto como dices, si no conoces las glorias de los perssonoj!

— Vengo de una tierra muy lejana, como sabes, y las noticias tardan mucho en extenderse en este planeta.

— Pero no de los perssonoj — dijo Hertug molesto, dándose un golpe en el pecho —. Podemos hablar a todo lo largo de la región y siempre sabemos dónde están nuestros enemigos. Podemos conseguir con nuestra magia, que se encienda una luz en el interior de una bola de vidrio, o la magia de hacer soltar la espada de entre las manos del enemigo haciendo que el terror llegue hasta su corazón.

— Esto me hace pensar que tú y los tuyos, debéis tener el monopolio de la electricidad, lo cual me alegro de oír. Si tienes algún equipo de potencia…

— ¡Detente! — interrumpió Hertug —. ¡Fuera! ¡Todo el mundo fuera excepto los sciuloj! No, el nuevo esclavo, no, éste que se quede aquí — gritó cuando los soldados cogían a Jason para llevárselo.

Cuando los demás salieron, sólo quedó en la habitación un puñado de hombres. Todos ellos llevaban un dibujo en el pecho que recordaba un sol radiante. Eran indudablemente adeptos en el secreto de las artes eléctricas. Todos miraban con rabia a Jason.

El Hertug les habló de nuevo:

— Has hecho uso de una palabra sagrada. ¿Quién te habló de ello? Habla inmediatamente o morirás en el acto.

— ¿Pues no te dije que yo lo sabía todo? Puedo construir un caroj y, si se me concede un poco de tiempo, estoy seguro de que podré mejorar vuestros trabajos y conocimientos eléctricos, si es que vuestra técnica está al mismo nivel que el resto del planeta.

— ¿Sabes lo que se esconde tras ese portal prohibido? — preguntó Hertug, señalando hacia una puerta cerrada, custodiada, protegida con una barrera que había al otro extremo de la habitación —. Es imposible que hayas visto nunca lo que hay ahí, pero si eres capaz de decirnos lo que se esconde tras ella, reconoceré que eres el hechicero que pretendes y proclamas.

— Tengo el extraño presentimiento de que me he encontrado en una situación parecida en otra ocasión — suspiró Jason —. De acuerdo, pues ahí va. Tu gente hace aquí electricidad, quizá químicamente, aunque dudo que tuvierais bastante energía para hacerla de esa forma, de manera que debéis tener alguna especie de generador. Será una gran magneto, un hierro especial unos cables alrededor, y ya está la electricidad. Todo ello lo hacéis con cables de cobre, del cual no debéis tener gran abundancia. Dices que habláis a lo largo de la región a gran distancia. Apostaría cualquier cosa a que no habláis, sino que lo que hacéis es emitir golpes secos, ruidos, ¿es cierto o no?

Un trasiego de pies inquietos y voces que elevaban cierto murmullo de entre los adeptos, eran signos inequívocos de que había acertado en gran parte.

— Se me ocurre una idea para ti: creo que inventaré el teléfono. En lugar de ese tictac seco, podréis hablar de un lado a otro de la región. ¿Os gustaría poder hacerlo así? Habláis al lado de un aparato, y vuestra voz es reconocida al otro extremo del cable.

Los ojos de cerdo de Hertug brillaron inconteniblemente de ilusión.

— Dicen que antiguamente se podía hacer así, pero nosotros lo hemos intentado con insistencia, y siempre hemos fracasado. ¿Sabrías realmente hacerlo?

— Podría hacerlo… si primero llegáramos a un acuerdo. Pero antes de hacer ninguna promesa tengo que ver vuestro equipo de trabajo.

Esto era rebelarse contra el secreto tan celosamente guardado, pero al fin y al cabo la avaricia era más fuerte que el tabú. y la puerta del lugar más sagrado de entre los sagrados se abrió para Jason, mientras que dos de los sciuloj, con las dagas desnudas y prestas para el ataque, se ponían a su lado. Hertug abría el camino, seguido por Jason y sus septuagenarios guardianes, con el resto de los sciuloj, más jóvenes detrás. Cada uno de ellos hizo una inclinación de cabeza y murmuró una plegaria antes de penetrar en el sagrado recinto, mientras que Jason, a la vista de aquello, casi estuvo a punto de estallar en risas.

Una columna rotativa — indudablemente movida por esclavos — entraba en la gran habitación, a través del muro más alejado, y hacía mover un entretramado de correas y poleas, que daba la impresión de que todo iba a fundirse de un momento a otro. Todo aquello sorprendió a Jason, e incluso le llegó a desorientar hasta que examinó detenidamente las piezas, una por una y se apercibió de lo que se trataba.

— ¿Qué otra cosa podía haber esperado? — se dijo a sí mismo —. Si hay dos maneras de hacer una cosa, es seguro que esta gente escogerán la peor.

Todo el conjunto recordaba una ilustración de la edad del bronce en una edición de los primeros pasos en la electricidad.

— ¿No se estremece tu alma a la vista de estas maravillas? — preguntó Hertug viendo a Jason boquiabierto y casi petrificado.

— Sí que se estremece, sí — respondió Jason —, ¡pero de dolor! al ver esta colección raquítica, enfermiza, mal concebida, de mecánica errónea.

— ¡Blasfemo! — chilló Hertug — ¡Acabad con él ahora mismo!

— ¡Esperad un momento! — dijo Jason sujetando con fuerza los brazos armados de los dos sciuloj más próximos, e interponiendo su cuerpo entre él y los otros soldados —. ¡No interpretar mal mis palabras! Es un gran generador el vuestro, la séptima maravilla del mundo, aunque más maravilloso sea todavía cómo se las arregla para producir electricidad. Es un invento extraordinario que se adelanta en muchos años al standard de vida de este tiempo. Sin embargo, yo me atrevería a sugerir algunas pequeñas modificaciones, que harían producir más electricidad con menos trabajo. Creo que sabréis que la corriente eléctrica se genera en un cable, cuando la atraviesa un campo magnético.

— No tengo intención de discutir de teología con alguien que no cree — respondió fríamente Hertug.

— Teología o ciencia, llámalo como quieras, pero las respuestas son siempre las mismas. — Jason apretó un poco los brazos de los dos ancianos, con sus músculos endurecidos en Pyrran, y las dagas que ellos sostenían cayeron al suelo. El resto de los sciuloj no parecieron muy decididos a lanzarse al ataque —. ¿Pero nunca se les ha ocurrido pararse a pensar que podrían tener corriente eléctrica continuamente y con mayor facilidad moviendo el cable alrededor del campo magnético, en lugar de hacerlo al revés? Podéis tener así la misma afluencia de corriente, con la décima parte de trabajo.

— Siempre lo hemos hecho así, y siempre dio resultados excelentes a nuestros antepasados…

— Ya lo sé…, ya lo sé… no me cites ahora a tus antepasados. Me parece que ya he oído hablar antes de ellos en este planeta. — Los sciuloj comenzaron a moverse inquietos de nuevo con las armas prestas —. Mira, Hertug, ¿quieres matarme o no? Díselo a tus muchachos.

— No matarle — decidió Hertug tras unos momentos de duda —. Lo que dice puede ser verdad. Puede ser capaz de ayudarnos en el funcionamiento de nuestras máquinas sagradas.

Amparándose en la tregua, Jason dio una vuelta por la habitación examinando detenidamente los aparatos que la llenaban de extremo a otro, intentando por todos los medios controlar sus reacciones promovidas por el horror.

— Supongo que esta maravilla que hay aquí es tu santificado telégrafo.

— Exactamente — respondió Hertug.

Jason se encogió de hombros.

Cables de cobre colgaban desde el techo, y terminaban en un embrollo que hacía las veces de electroimán. Cuando la corriente salía del electroimán, atraía una pieza de hierro plano. Y cuando la corriente se interrumpía, el peso del extremo de la pieza, a modo de péndulo, volvía a la vertical. Había un trozo de metal puntiagudo, a modo de rayador, en el extremo opuesto del metal, y en la punta del rayador un trozo de tiza. Todo ello se movía según el balanceo del péndulo.

Mientras Jason observaba, el mecanismo se puso en movimiento. El electroimán funcionó, el péndulo saltó, la aguja hizo una incisión en la tiza, las ruedas chirriaron, y todo el conjunto se movió lentamente dando la impresión de que iba a derrumbarse. Un sciuloj, atento, se aprestaba a poner otro trozo de cera en cuanto el primero se hubiera terminado.

Una vez terminado el mensaje, las líneas se hacían visibles poniendo un líquido rojo sobre ellas. Después se llevaba la cinta sobre una mesa donde según el código de información se traducía el mensaje. Aun considerándolo todo, era un procedimiento, lento, inseguro, o inepto de transmitir información. Jason se frotaba las manos.

— ¡Oh, Hertug, de todos los perssonoj! — entonó — He estado observando tus santificadas maravillas, y estoy aterrorizado, ya lo creo que lo estoy. Sería muy difícil para un simple mortal, mejorar los trabajos de los dioses, al menos en estos momentos, pero creo que está dentro de mi poder, transmitirle algunos poderes, y algunos secretos de la electricidad, que los dioses quisieron compartir conmigo.

— ¿Tales como…? — preguntó Hertug.

— Tales como…, veamos, ¿como es en esperanto esta palabra…? tales como el akumulatoro. ¿Sabes lo que es?

— Esa palabra aparece en algunos de nuestros santos escritos, pero ya no sé más de ella.

Hertug se relamía de ilusión.

— Pues entonces prepárate para añadir un nuevo capítulo a tus escritos, pues te voy a proporcionar un vaso Leyden, gratis, y con todas las instrucciones necesarias para conseguir mejores resultados. Es una manera de poner electricidad en una botella, como si fuera agua. Más tarde ya iremos a por otros tipos de baterías más sofisticadas.

— Si eres capaz de hacer eso, serás debidamente recompensado. Fracasa, y tendrás…

— No quiero amenazas, Hertug, ya estamos muy por encima de todo eso. Y tampoco quiero recompensas. Te dije que sería una muestra gratis, sin sentirte obligado a nada, a no ser algunos conforts o mejoras de tipo físico, para cuando esté trabajando: no quiero grilletes, quiero un aprovisionamiento de krenoj y agua, y algunas cosas por el estilo. Y entonces, si te gusta lo que he hecho, y quieres más, podremos hacer un trato. ¿De acuerdo?

— Tendré en cuenta tus proposiciones — respondió Hertug.

— Un simple sí, o no, es suficiente. ¿Qué puedes perder en un trato como éste?

— Tus compañeros continuarán prisioneros y morirán tan pronto como tú no respetes lo acordado.

— Una buena idea. Y si quieres que uno de ellos, el llamado Mikah, te haga algún trabajo, aunque sea penoso y duro, estaré perfectamente de acuerdo. Necesitaré algunos materiales especiales que no veo por aquí. Necesitaré un vaso de vidrio de boca ancha, y una buena cantidad de estaño.

— ¿Estaño? No sé lo que es.

— Sí, sí que lo sabes. Es ese metal blanco que mezcláis con el cobre para obtener bronce.

— Stano. De eso sí tenemos mucho.

— Pues házmelo traer y me pondré a trabajar.

En teoría, un vaso Leyden, es muy fácil de manufacturar, si todos los materiales necesarios se tienen a mano. Pero llegar a tener los materiales requeridos era el mayor problema de Jason. Los perssonoj, no soplaban el vidrio, pero compraban todo el que necesitaban a los vitristoj, que trabajaban bajo fórmulas secretas. Estos sopladores del vidrio, producían una buena cantidad de botellas, vasos para beber, platos de vidrio, y una media docena más de otros recipientes y tarros. Pero ninguna de sus botellas se podía adaptar a ese uso, y se sintieron horrorizados ante la sugerencia de Jason de que tendrían que fabricar una botella de acuerdo con sus especificaciones. La oferta de un buen pago al contado les recuperó un tanto del desmayo y poca disposición a complacer que mostraron en un principio, y después de estudiar el modelo de arcilla que había hecho Jason, accedieron no sin desgana a fabricar una botella de iguales características, a cambio de una suma apreciable. Hertug se mostró en un principio un tanto reacio a pagar aquella cantidad, pero al fin pagó la suma requerida con monedas de oro.

— Tu muerte será horrible — le dijo a Jason — si el akumulatoro fracasa.

— Ten confianza, y todo saldrá bien — le tranquilizó Jason.

No había visto a Mikah ni a Ijale desde que habían caído en posesión de los perssonoj, pero no tenía que preocuparse por ello de momento. Ijale estaba bien acostumbrada a la vida de esclavitud, y por tanto no había peligro de que se metiera en problemas mientras él estaba vendiendo a Hertug las maravillas de sus conocimientos eléctricos. Pero Mikah, sin embargo, no estaba habituado a la esclavitud, y Jason esperaba y casi deseaba que se metiera en algún lío, del que tendría que salir, en el mejor de los casos con bastantes contusiones físicas. Después de los últimos fracasos, las reservas de buena voluntad por parte de Jason hacia aquel hombre habían llegado a su limite, desembocando en un dique seco.

— Ya lo han traído — anunció Hertug, mientras él y todos los sciuloj se agrupaban alrededor del vaso de vidrio, del que estaban quitando los envoltorios que le protegían.

— No está mal del todo — dijo Jason, acercándolo a la luz para calibrar el espesor del vidrio —, de todos modos creo que es unas cuatro veces más grande que el modelo que les envié.

— Por un gran precio, un gran vaso — dijo Hertug — de manera que no hay nada de extraño. ¿De qué te quejas? ¿Temes fracasar?

— No temo nada. Hay muchos más trabajos para hacer un modelo de este tamaño. Puede ser más peligroso; estos vasos Leyden llegan a concentrar mucha carga.

Haciendo caso omiso de los mirones, Jason recubrió el vaso por dentro y por fuera con una lámina de estaño, dejando al descubierto unos dos tercios de la parte superior. Después hizo una especie de tapón con gund, un material pastoso de cualidades aislantes, y a continuación hizo un agujero en él. Los perssonoj no salían de su asombro, mixtificados, mientras Jason metía una varilla de hierro a través del agujero, y luego ataba una cadena de hierro corta al extremo más largo, y fijaba una bola de hierro al extremo más corto.

— Ya está terminado — anunció.

— Pero…, ¿Y ahora qué pasa? — preguntó Hertug preocupado.

— Ya lo verás — Jason colocó nuevamente el tapón en la boca del vaso, de manera que la cadena descansaba en el revestimiento interior de la lámina de estaño. Señaló hacia la bola que salía del extremo superior —. Ésta está atada al polo negativo de tu generador, — la electricidad fluye a lo largo de la varilla y la cadena y es recogida en el revestimiento de estaño. Tenemos en marcha el generador hasta que el vaso está lleno, y luego desconectamos la entrada. Entonces el vaso tendrá en su interior una gran cantidad de carga eléctrica, de la que podremos aprovecharnos haciendo conexión con la bola: ¿Comprendido?

— ¡Idioteces! — espetó uno de los sciuloj.

— Espera y verás — respondió Jason mostrando una calma que no sentía en realidad. Había construido el vaso de Leyden, de acuerdo con los borrosos recuerdos que tenía de las ilustraciones de los libros de texto estudiados en su juventud, y por tanto no tenía ninguna garantía de que la cosa funcionara. Conectó la tierra con el polo positivo del generador, y extendió otros cables en el suelo.

— ¡No tocar nada! — gritó, dando unos pasos atrás y cruzándose de brazos.

El generador se puso en funcionamiento pero nada visible ocurría. Lo dejó funcionar durante varios minutos, puesto que no tenía ni idea de la capacidad del vaso, y mucho dependía de los resultados del primer experimento. Al fin se fueron elevando algunos murmullos de impaciencia por parte de los sciuloj, y decidió avanzar y desconectar el vaso.

— Parad el generador; la operación ha terminado. El akumulatoro está rebosante de la santificada fuerza de la electricidad.

Acercó una unidad de demostración que había preparado, consistente en unos bulbos de luz conectados en un mismo cable en serie. Tenía que haber carga suficiente en el vaso de Leyden, como para vencer la débil resistencia de los filamentos de carbón, y encenderlos. Así lo esperaba.

— ¡Blasfemia! — gritó el viejo sciuloj, avanzando unos pasos —. Los escritos sagrados dicen que la fuerza santificada no puede aparecer más que cuando el circuito es complejo, y que cuando no o es, la fuerza no aparece. Y ahora este extranjero se atreve a decirnos que ahora la santidad reside en ese vaso, al que no hay conectado más que un cable. ¡Mentiras y blasfemias!

— Yo no haría eso si estuviera en su lugar… — le sugirió Jason al más viejo, que se aproximaba a la bola de hierro situada en la parte superior del vaso de Leyden.

— Aquí no hay ninguna fuerza, no puede haber aquí… — no terminó de decir sus palabras, en el mismo momento que acercaba un dedo a un centímetro de la bola. Saltó una tremenda chispa azul de entre la punta del dedo y el metal cargado, y el sciuloj, lanzó un chillido terrible antes de desplomarse sobre el suelo. Uno de sus compañeros se inclinó para examinarle y luego tomó la mirada llena de espanto hacia el vaso.

— Está muerto — susurré.

— No podéis decir que no se lo advertí — expuso Jason, decidiendo sacar el mayor partido posible de aquella situación ya que tenía la suerte de su parte —. ¡Era él quien estaba blasfemando! — gritó Jason, mientras el viejo se separaba de su compañero muerto —. La fuerza santificada estaba concentrada en el vaso, él no quiso creerlo, y la fuerza le castigó matándole. No volváis a dudar, o todos correréis la misma suerte. Nuestro trabajo como sciuloj — añadió, confiriéndose a si mismo cierta promoción de la esclavitud — es sacar el mayor rendimiento posible de los poderes de la electricidad, para hacer más grande la gloria de Hertug. Que esto nos sirva de recuerdo para que nunca se pueda olvidar. — Miraron el cuerpo yaciente, echándose hacia atrás inconscientemente, y comprendieron perfectamente la exposición a que les acababa de hacer Jason.

— La fuerza santificada puede matar — dijo Hertug, sonriendo ante el cadáver y frotándose las manos —. Estas son en realidad, nuevas maravillosas. Sabía desde siempre que podía producir sacudidas, y causar quemaduras pero no pensé que llegara a tener este gran poder. Nuestros enemigos temblarán antes nosotros.

— Desde luego — respondió Jason retirando los cables que tan cuidadosamente había preparado —. Y ahora — continuó Jason arrastrando las sílabas y bajando el tono de voz — dime qué te parecen estas otras maravillas: un motor eléctrico para levantar y empujar grandes pesos, una luz que pueda penetrar en la oscuridad de la noche, un procedimiento para revestir objetos con una capa de metal, y muchas cosas más. Todas pueden ser tuyas, Hertug.

— ¡Empieza a construir ahora mismo!

— Inmediatamente… ¡tan pronto como nos hayamos puesto de acuerdo en algunos términos del contrato!

— Eso no me suena muy bien.

— Pues aún te sonará peor, cuando oigas los detalles de la proposición, pero estoy seguro de que merecen la pena. — Se inclinó un poco, y susurró al oído de Hertug —: ¿Qué me dices de una máquina que pudiera derribar los muros de las fortalezas de tus enemigos, de tal manera que pudieras aniquilarlos a tu voluntad y apoderarte de sus secretos?

— ¡Salid todos fuera! ¡Pronto! — ordenó Hertug. Cuando se quedaron solos volvió la mirada enrojecida hacia Jason —. ¿Cuál es el trato que mencionabas?

— Libertad para mí, que me eleves al rango de tu consejero personal, esclavos, joyas, muchachas, buena comida… y todas esas cosas que son habituales en el trabajo. A cambio de eso construiré para ti todos esos objetos que he mencionado, y aun muchos más. ¡No hay nada que yo no sepa y pueda hacer! ¡Y todo, todo será tuyo…!

— Los destruiré a todos… ¡yo regiré los destinos de Appsala!

— Eso es poco más o menos lo que me imaginaba, y lo que me proponía. Y cuanto mejor vayan las cosas para ti, mejor lo irán también para mí. Por mi parte no pido más que una vida confortable, y la oportunidad de poder trabajar y concentrarme en mis inventos, ya que soy un hombre de escasas ambiciones. Yo me sentiré feliz encerrado en mi laboratorio… mientras tú dominas y riges el mundo.

— Pides mucho…

— Pero también yo te daré mucho. Hagamos una cosa, piénsatelo durante un día o dos, mientras te decides, y entretanto yo haré algún invento para ti, que te sirva al mismo tiempo de instrucción y beneficio.

Jason recordó la chispa que había derribado al viejo sciuloj y esto le hizo concebir nuevas esperanzas. Quizás aquello fuera el medio de salir de aquel planeta.

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