Capítulo XVI

Le dolía, pero no era insoportable. Lo que era peor era la certeza de que la muerte le acechaba. Aquel viejo había podido más que él y le había matado. Todo había terminado. Casi por instinto Jason levantó el escudo y lo lanzó contra el hombre, tirándole hacia atrás a trompicones. La espada continuaba, instrumento resplandeciente de la muerte, atravesada en su cuerpo.

— Déjala — dijo Jason con voz extenuada a Ijale, que alzó sus manos encadenadas para quitársela.

La batalla había terminado y a través de la nube que el dolor formaba en sus ojos, Jason pudo ver a Hertug ante él, con el testimonio de la muerte escrito en los ojos.

— Trapos — dijo Jason con la mayor claridad que pudo —. Tenedlos a punto para ponerlos en las heridas cuando me saquéis la espada.

Manos fuertes de soldados lo pusieron en pie, y los trapos estaban a punto. Hertug estaba ante Jason, que asintió ligeramente con la cabeza, y cerró los ojos. Una vez el dolor, terrible dolor, hizo presa en él, y cayó. Estaba tendido en el suelo, con las ropas destrozadas y la sangre que manaba comprimida por los vendajes.

Cuando perdía el conocimiento, lo cual aliviaba su agonía, se preguntó a sí mismo que por qué se preocupaba. ¿Por qué prolongar el dolor? Sólo podía morir aquí, a gran distancia de antisépticos y antibióticos, y con la destrucción en sus entrañas. No tenía más remedio que morir…

Jason recobró el conocimiento a tiempo para ver a Ijale arrodillada a su lado, con una aguja e hilo, cosiendo los labios horribles de la herida de su abdomen. Las tinieblas volvieron nuevamente ante él, y la próxima vez que abrió los ojos estaba en su propia habitación, de cara a la luz del sol que entraba por las ventanas. Algo oscureció la luz, y primero la frente y las mejillas, y luego los labios sintieron frío. Esto le hizo volver a la realidad del gran dolor que le embargaba y la sequedad que cubría la garganta.

— Agua… — susurró, y él mismo quedó sorprendido de la debilidad que reflejaba su voz.

— Me dijeron que no tenías que beber con una herida así — dijo Ijale señalando su cuerpo.

— No creo que importe mucho… de un modo u otro — respondió él, causándole mayor dolor la certeza de la muerte que la misma herida. Hertug apareció al lado de Ijale, tendiendo una cajita a Jason.

— Los sciuloj han conseguido esto, raíces del bede que amortiguan el dolor y lo alejan. Tienes que masticarlo, aunque no mucho; es muy peligroso si se toma demasiado bede.

«No para mí». pensó Jason, haciendo grandes esfuerzos para masticar la reseca raíz. «Un calmante, un narcótico, una droga… no voy a tener mucho tiempo para habituarme a ella.»

Cualquiera que fuera la droga, consiguió buenos efectos y Jason se encontró mejor.

El dolor disminuyó, así como la sed, y aunque se sentía muy debilitado, no tenía la misma sensación de estar exhausto.

— ¿Cómo fue la batalla? — pregunto a Hertug, que se mantenía en pie con los brazos cruzados.

— La victoria fue nuestra. Los únicos supervivientes de los trozelligoj son nuestros esclavos ahora; su clan ha dejado de existir. Algunos soldados huyeron, pero no cuentan. Su fortaleza es nuestra, así como las habitaciones más secretas donde construían sus motores. Si sólo pudieras ver esas máquinas…

Al darse cuenta de que Jason no podría verlas, Hertug comenzó a sollozar.

— Alégrate — le dijo a Hertug —. Ganada una, ganadas todas. No hay tribu ahora lo suficientemente fuerte como para poderse enfrentar a ti. Sigue atacando antes de que ellos se puedan reagrupar. Aplasta primero a los mayores enemigos. Y si es posible procura no matar a sus técnicos; necesitarás algunos para que te expliquen y den cuenta de sus secretos después que los hayas derrotado. Muévete rápido, y antes del invierno todo Appsala será tuyo.

— Te haremos el funeral más exquisito que Appsala haya visto nunca — dijo Hertug sollozando nuevamente.

— Claro que sí. No repares en gastos.

— Habrá fiestas religiosas y plegarias, y tus restos serán convertidos en cenizas en el arco calorífico en honor al dios Elektro.

— Nada me podría hacer más feliz…

— Y después serán llevados al mar, en cabeza de una magnífica procesión funeral, barco tras barco, todos ellos perfectamente armados, de manera que a la vuelta del viaje podamos caer sobre los mastreguloj, cogiéndolos desprevenidos.

— Eso ya está mejor, Hertug. Llegué a pensar por un momento que te estabas haciendo un poco sentimental.

Un ruido en la puerta atrajo la atención de Jason y éste volvió la cabeza despacio para ver a un grupo de esclavos que metían a rastras unos cables en la habitación. Otros llevaban un equipo de cajas, tras ellos venía otro esclavo que hacía restallar un látigo, llevando a Mikah encadenado, delante de él. Mikah fue conducido a un rincón y allí se desplomó.

— Iba a matar al traidor — dijo Hertug —, pero después pensé en lo bonito que sería que tú mismo lo torturaras hasta que muriera. Te gustará, disfrutarás. El arco calorífico estará pronto a punto, y tú mismo puedes asarle, centímetro a centímetro, enviándole por delante como sacrificio a Elektron, y para que te allane y suavice el camino que tú debes recorrer.

— Es una gran consideración por tu parte — dijo Jason mirando con el rabillo del ojo a Mikah, que continuaba encogido en el suelo —. Encadenadlo a la pared y luego dejadnos solos, para que yo pueda pensar en la más ingeniosa y terrible de las torturas.

— Haré lo que me pides. Pero después me tienes que dejar presenciar la ceremonia. Siempre he tenido un gran interés en conocer nuevos métodos de tortura.

— Me lo creo, Hertug.

Se fueron y Jason vio a Ijale que se acercaba a Mikah con un cuchillo de cocina.

— No hagas eso — le dijo Jason —. Eso no es bueno.

— No, no es bueno.

Ella, obediente, dejó el cuchillo y cogió una esponja para limpiar el rostro de Jason. Mikah levantó la cabeza y miró a Jason. Mostraba diversas heridas en el rostro, y un ojo lo tenía completamente tapado.

— Me querrás decir — preguntó Jason — ¿qué demonios te proponías traicionándonos e intentando que yo fuera capturado por los trozelligoj?

— Aunque me tortures mis labios permanecerán eternamente cerrados.

— No seas más idiota que de costumbre. Nadie te va a torturar. Lo único que me pregunto es qué mosca te picó en esa ocasión.

— Hice lo que creí más conveniente — respondió Mikah, poniéndose en pie.

— Siempre haces lo que crees más conveniente, sólo que siempre te equivocas. ¿No te gustaba la forma en que yo te trataba?

— No había nada personal en lo que hice.

— Pues yo creo que lo hiciste por la recompensa y por un nuevo trabajo, ya que estabas irritado conmigo — puntualizó Jason conociendo el punto débil de Mikah.

— ¡Nunca! Si quieres saberlo… lo hice para evitar la guerra…

— ¿Qué quieres decir con eso?

Mikah daba una impresión omnipotente y judicial a pesar de su ojo hinchado. Las cadenas dejaron oír sus chasquidos en el momento en que señalaba con dedo acusador a Jason.

— Un tanto ahogado en alcohol, un día me confesaste tus delitos y me hablaste de tus planes de sembrar una guerra mortal entre estas gentes inocentes, haciendo que la muerte y el despotismo cayeran sobre sus cuellos. Yo me di cuenta de lo que tenía que hacer. Tenía que detenerte. Me mordí los labios para que continuaran callados, y de ese modo no llegaran a decir ni una palabra que revelara mis pensamientos porque yo conocía el medio de evitar todo aquello.

«En cierta ocasión — continuó — se me había acercado un hombre a sueldo de los trozelligo, un clan de honestos labradores y mecánicos, que me aseguró que había quien deseaba hacerse con sus servicios, liberándolo de los perssonoj. En aquella ocasión no le respondí porque cualquier plan para librarnos de estas gentes llevaría consigo violencias y pérdidas de vidas, y por tanto no pude considerar tal proposición aun a precio de que negarme era tanto como continuar entre cadenas. Entonces, cuando me di cuenta de tus intenciones sedientas de sangre, examiné mi conciencia y comprendí lo que tenía que hacer. Saldríamos de aquí, raptados por los trozelligoj, quienes prometieron no hacerte ningún daño, aunque serías guardado como prisionero. La guerra se habría evitado.

— Eres un imbécil — dijo Jason.

— No me importa la opinión que tengas de mí. Volvería a hacer lo mismo si tuviera la ocasión.

— ¿Aun a pesar de saber que las gentes a las que querías venderme no eran mejores que éstas? ¿No evitaste tú mismo que uno de ellos matara a Ijale durante la lucha? Creo que debería darte las gracias por eso, aunque en realidad fuiste tú quien la metió allí.

— No necesito tu agradecimiento. Era la pasión del momento lo que les hizo lanzarse sobre ella. No les podemos culpar de ello.

— De cualquier modo, no importa. La guerra ha terminado; ellos perdieron y mis planes para conseguir una revolución industrial se llevarán a efecto, aun sin mi atención personal. Lo único que has conseguido con todo esto ha sido matarme… lo que considero muy difícil de olvidar.

— ¿Qué tontería…?

— ¡Tontería, especie de idiota sin cerebro! — dijo Jason apoyándose en un brazo, pero volviendo a caer, a causa del dolor que el movimiento le produjo. ¿Te crees que estoy aquí porque estoy cansado? Vuestro rapto e intrigas me metieron en la lucha más de lo que pretendía, y con ello fui a dar con una espada, larga, aguda y poco recomendable. Me derrumbó como a un cerdo.

— No comprendo lo que estás diciendo.

— No me extraña. Me atravesaron de parte a parte, de abdomen a la espalda. Mis conocimientos de la anatomía no son tan buenos como quizá debieran, pero creo que ningún órgano de vital importancia recibió el menor daño. Si me hubieran dañado el hígado o cualquier otra vesícula, no estaría hablando contigo ahora. Pero no veo la manera de hacer un agujero a través de un abdomen sin perforar algún intestino. Y en tal caso, si no has leído el libro de primeros auxilios, lo que ocurre después es una infección, sin conocimientos médicos de este planeta, es cien por cien fatal.

Esto hizo callar a Mikah, pero Jason no aprovechó esta circunstancia para seguir hablando, y cerró los ojos para descansar un poco. Cuando los volvió a abrir era de noche, y descansó y abrió los ojos varias veces hasta el amanecer. En aquel momento tuvo que despertar a Ijale para que le trajera la caja con raíces de bede. Ella le limpió la frente, Jason observó la expresión de su rostro.

— No es que haga más frío aquí — le dijo —. Soy yo. Te hirieron por mi culpa — dijo Ijale empezando a gimotear.

— Tonterías — le dijo Jason —. No importa de la forma que muera, siempre hubiera sido un suicidio. Yo mismo lo había predicho hace mucho tiempo. En el planeta en que nací no había más que días llenos de sol, paz interminable y larga vida. Decidí abandonarlo, prefiriendo una vida corta, pero rebosante de acción, que una larga y vacía. Bueno, dame un poco más de esas raíces porque me gusta olvidar mis problemas.

La droga era fuerte, y la infección muy extendida. Jason se sumió en la rojiza niebla que le proporcionaba el bede y cuando volvió en sí se dio cuenta de que nada había cambiado. Ijale continuaba allí, junto a él, y Mikah en el otro extremo de la habitación cargado de cadenas. Se preguntó qué les ocurriría a ellos cuando él muriera, y el solo hecho de pensarlo le estremeció.

Fue durante uno de esos momentos de negros presagios que oyó un ruido, un murmullo creciente que traía el aire. Haciendo un acopio desmedido de fuerzas, se apoyó sobre los codos y gritó.

— ¡Ijale! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí inmediatamente!

Ella llegó corriendo desde la habitación de enfrente y él se percataba de los gritos en el exterior, de las voces en el canal y en el patio central. ¿Había oído bien? ¿Sería una alucinación de su estado enfebrecido? Ijale estaba tratando de acostarle de nuevo, pero él se resistía y llamo a Mikah.

— ¿Oíste algo? ¿Lo has oído?

— Estaba dormido… creo que oí…

— ¿Qué?

— Un murmullo, un zumbido… me despertó. Parecía como si… pero es imposible…

— ¿Imposible? ¿Por qué imposible? Era un motor a propulsión, ¿no es cierto? Aquí, en este primitivo planeta.

— Pero aquí no hay cohetes espaciales.

— Pero ahora si que los hay, idiota. ¿Para qué crees que construí mi emisora de largo alcance de plegarias?

«Ijale — urgió a la muchacha, buscando debajo de la almohada —. Toma este dinero, todo, y baja al templo de Elektro y dáselo a los sacerdotes. No dejes que nadie te detenga, pues es la cosa más importante que hayas hecho en tu vida. Probablemente han dejado todos de hacer funcionar el aparato y han salido todos al exterior a contemplar el extraño fenómeno. Esa nave nunca descubrirá el lugar exacto sin alguien que la guíe, y si se posa en algún lugar distinto de Appsala quizá se vea metida en problemas. Diles que la hagan funcionar y que no dejen un solo momento de hacerlo, porque una nave de los dioses viene hacia aquí, y necesita la ayuda de todas las plegarias.

Ijale salió corriendo y Jason se recostó nuevamente, con la respiración alterada. ¿Habría en los alrededores alguna nave espacial que se había percatado de sus SOS? ¿Habría a bordo algún médico o algún sistema que detuviera su avanzado estado de infección? Tenía que haberlo, todas las naves espaciales estaban dotadas de un modo u otro de alguna previsión médica. Por primera vez desde que había sido herido se permitió pensar que había alguna oportunidad de sobrevivir, quitándose con ello un gran peso de encima. Hasta llegó a sonreír a Mikah.

— Tengo el presentimiento, viejo Mikah, de que ya nos hemos comido el último krenoj. ¿Crees que podremos soportarlo?

— Me veré obligado a hacerme cargo de ti — dijo Mikah con gravedad —. Tus delitos son demasiado serios; no puedo obrar de otro modo. Me veré obligado a decirle al capitán que notifique a la policía…

— ¿Qué me impide ahora mismo matarte para que dejes de meterte conmigo?

— No creo que lo hagas. Al fin y al cabo debo reconocer que posees un cierto sentido del honor.

— ¡Un cierto sentido del honor! ¡Palabra de oración para ti! ¿Es posible que baya un tanto de luz y de inteligencia en tu mente?

Antes de que Mikah pudiera responder se volvió a oír el runruneo de los motores que se acercaban y que no moría al alejarse el aparato como había ocurrido antes, sino que iba aumentando hasta el extremo de hacerse ensordecedor.

— Cohetes — gritó Jason —. Es una nave espacial atraída por mi aparato de radio.

En aquel momento Ijale entraba corriendo en la habitación tratando de ocultarse bajo la cama de Jason.

— Los sacerdotes han huido — susurró —; todo el mundo está escondido. Una bestia enorme que respira fuego acaba de llegar para destruirnos a todos. — Su voz se convirtió de pronto en un grito y el ruido de los motores en el patio exterior dejó de oírse.

— Ha tomado tierra felizmente — suspiró Jason. Mientras señalaba los objetos que había sobre la mesa — Ijale. Tráemelos. Voy a escribir dame papel y un lápiz, una nota que quiero que lleves tú misma a la nave que acaba de llegar. — Ella se echó hacia atrás temblorosa —. No tienes que tener miedo, Ijale. No es más que un barco como los que tenemos aquí, sólo que en lugar de ir por el agua va por el aire. Esa nave lleva gente que no te hará ningún daño. Sal fuera y dales esta nota; luego tráelos aquí.

— Tengo miedo…

— Pues no lo debes tener; ningún mal te harán. La gente de esa nave me ayudará, y creo que me sanarán en seguida.

— Si es así, iré — se limitó a responder, sacando fuerzas de flaqueza y temblando todavía en el momento de salir por la puerta.

Jason la vio salir.

— Hay veces, Mikah — dijo — que si no te veo llego a sentirme orgulloso de la raza humana.

Pasaron los minutos, y Jason, sin darse cuenta, no hacía más que tirar de las sábanas, retorciéndolas entre sus dedos, pensando en lo que estaría ocurriendo en el exterior. Oyó de pronto un ruido de metales, seguido de una rápida serie de explosiones. ¿Estarían atacando aquellos locos la nave,? Lanzó unas imprecaciones y maldijo su propia debilidad al no poder ponerse en pie. Todo cuanto podía hacer era quedarse allí y esperar; entretanto su existencia dependía de otros.

Sonaron más explosiones — esta vez en el interior del edificio —, así como gritos y desgarradores chillidos. Se oyeron pasos en el pasillo, hasta que Ijale entró corriendo, y Meta, con el revólver humeante entre sus manos, entró tras ella.

— Hay mucha distancia desde aquí hasta Pyrrus — dijo Jason reposando los ojos sobre la turbada belleza de Meta —, pero no esperaba que apareciera otra persona por esa puerta…

— ¡Estás herido! — corrió hacia él, arrodillándose al lado de la cama, pero de tal forma que no perdía de vista la puerta de entrada. Cuando ella le tomó la mano sus ojos mostraron sorpresa y temor. No dijo nada, pero rápidamente sacó una caja que llevaba en el cinturón, le inyectó tres veces con una aguja hipodérmica en rápida sucesión.

Cuando terminó, el rostro de Meta estaba junto al suyo; ella se inclinó un poco y le besó en los labios, mientras una hebra de oro de su pelo descansaba sobre la mejilla de Jason. Era una mujer, pero una mujer Pyrrana, y le besaba con los ojos abiertos, y sin separarse de su posición disparó un tiro que deshizo un rincón del marco de la puerta e hizo retirar a los soldados que se habían acercado.

— No les dispares — dijo Jason cuando ella había dejado de besarle —. Mientras no se demuestre lo contrario son nuestros amigos.

— No míos. Tan pronto como salí de la nave me hicieron fuego con una especie de arma primitiva. Pero yo supe responder. Hasta llegaron a disparar contra la muchacha que trajo el mensaje. ¿Te encuentras mejor?

— Ni mejor ni peor. Un poco desmayado por los inyectables que me has puesto. Pero será mejor que nos vayamos a la nave. Veremos si puedo caminar.

Sacó las piernas de la cama, y en el momento de querer ponerse en pie perdió el conocimiento, cayendo de bruces sobre el suelo. Meta lo volvió a meter en la cama y le arregló las sábanas.

— Tienes que quedarte aquí hasta que te encuentres mejor. Estás demasiado enfermo para moverte ahora.

— Pero estaré mucho más enfermo si me quedo. Tan pronto como Hertug (que es el que manda aquí) se dé cuenta de que me quiero marchar, hará cuanto sea posible para retenerme aquí, sin importarle los hombres que pueda perder para conseguirlo. Tenemos que marchar antes de que ese corto de entendimiento llegue a esta conclusión.

Meta miró alrededor de la habitación y su mirada cayó sobre Ijale, que estaba a su vez mirándola, pero pasó sobre ella como si formara parte del mobiliario, para después detenerse en Mikah.

— ¿Es peligroso este bicho encadenado al muro? — preguntó.

— A veces si; tienes que vigilarlo con todo esmero; es el que se apoderó de mí en Pyrrus.

La mano de Meta voló hacia un bolsillo que tenía en el cinturón y sacó un revólver de repuesto.

— Aquí tienes un revólver… supongo que lo querrás matar tú mismo.

— Mira, Mikah — dijo Jason notando el peso familiar del arma sobre su mano —. Todo el mundo quiere que te mate. ¿Por qué querrá todo el mundo deshacerse de ti de esa manera?

— No tengo miedo a morir — respondió Mikah irguiendo la cabeza y echando hacia atrás los hombros pero sin llegar a alcanzar un aspecto impresionante a causa de su barba gris y las cadenas que llevaba.

— Pues tendrías que tenerlo — dijo Jason bajando el revólver —. Es sorprendente cómo un hombre, tan empeñado siempre en hacer las cosas mal y al revés haya podido vivir durante tanto tiempo.

Se volvió hacia Meta y añadió:

— Me he cansado de matar por ahora — le dijo. En este planeta no se puede hacer otra cosa. Además lo necesitamos para que me ayude a bajar las escaleras, puesto que no creo que pueda hacerlo por mí mismo, y estoy seguro de que es la mejor camilla que podamos encontrar por aquí.

Meta se volvió hacia Mikah, sacó el revólver y disparó. Mikah se encogió, se puso la mano delante de los ojos y después pareció sorprendido de hallarse aún con vida. Meta le acababa de dejar en libertad rompiendo las cadenas. Después se acercó despacio hacia él y dijo:

— Jason no quiere que le mate, pero no siempre hago lo que él me dice. Si quiere continuar viviendo hará lo que yo diga. Sacará el tablero de esa mesa para improvisar una camilla. Ayudará a llevar a Jason hasta la nave. Si nos causa el menor problema ya puede darse por muerto. ¿Comprendido?

Mikah abrió la boca para protestar, o quizá para lanzar uno de sus discursos, pero algo en la fría apariencia de la muchacha le detuvo. Se limitó a asentir y fue hacia la mesa.

Ijale se hallaba al lado de la cama de Jason, estrechando su mano con fuerza. No había entendido ni una sola palabra del idioma que hablaban.

— ¿Qué es lo que ocurre, Jason? — susurró —. ¿Qué fue esa cosa brillante que mordió tu brazo? Esta nueva te besó, o sea que debe ser tu mujer, pero tú eres fuerte y puedes tener dos mujeres. No me dejes.

— ¿Quién es esa muchacha? — preguntó Meta fríamente.

— Una nativa. Una esclava que me ayudó — dijo Jason con una indiferencia que no sentía —. Si la dejamos aquí, probablemente la matarán. Vendrá con nosotros…

— No creo que sea aconsejable. — Los ojos de Meta eran refulgentes en aquel momento. Una mujer Pyrrana enamorada era siempre una mujer… y una Pyrrana, lo que resultaba ser una combinación peligrosa. Afortunadamente un ruido en la puerta la distrajo y lanzó dos disparos en aquella dirección antes de que Jason pudiera detenerla.

— Detente… es Hertug.

Una voz asustada habló desde fuera.

— No sabíamos que ella fuera tu amiga, Jason. Algunos soldados, demasiado fogosos, se apresuraron a disparar. Les he hecho castigar. Somos amigos, Jason. Dile a la de la nave que no siga disparando para que yo pueda entrar y pueda hablarte.

— No entiendo sus palabras — dijo Meta —, pero no me gusta su tono de voz.

— Tu instinto es correcto, cariño — le dijo Jason —. Aunque tuviera dos ojos, nariz y boca en la parte posterior de la cabeza no podría ser más falso y de doble intención.

Jason se movió y se dio cuenta de que sentía mareos a causa sin duda de las drogas que había en su cuerpo. El pensar con naturalidad le suponía un esfuerzo, pero era un esfuerzo que tenía que hacer. Aún no habían terminado los problemas, y aunque Meta era muy diestra con las armas, era imposible que pudiera hacer frente a todo un ejército. Y eso es lo que estaba llamado a ocurrirles si él no prestaba esmerada atención a los futuros acontecimientos.

— Pasa, Hertug — llamó —. Nadie te causará el menor daño… a veces ocurren estos errores. — Y luego le dijo a Meta —: No dispares, pero tampoco te muestres demasiado confiada. Trataré de hablar y conseguir que no haya jaleo, pero no puedo garantizarlo, así que estate presta para cualquier cosa.

Hertug apareció en la puerta, miró en la habitación y desapareció de nuevo. Al fin consiguió dominar los nervios y entró con desconfianza.

— Es un arma muy bonita la que tiene tu amigo, Jason. — Quedó sorprendido al ver el uniforme y el pelo de Meta, y continuó —: Bueno, tu amiga. Dile que le cambiamos algunos esclavos por un arma como esa. Cinco esclavos no es mal negocio.

— Digamos siete.

— De acuerdo. Cógelos.

— Pero no te dará ésa; ha pertenecido a su familia durante muchos años y no podría soportar el tenerse que separar de ella. Pero hay otra en la nave que llegó… y podría ir a buscarla.

Mikah había terminado de descoyuntar la mesa y colocó el tablero al lado de la cama de Jason; después, entre él y Meta, lo colocaron encima. Hertug se limpió la nariz con el dorso de la mano y sus ojos se apercibieron de todo.

— En el barco hay cosas que harán mucho bien — dijo mostrando más inteligencia de la que Jason le había concedido —, ¡No morirás y escaparás en la nave del cielo!

Jason se retorció en la camilla, haciendo gestos de agonía.

— ¡Me estoy muriendo, Hertug! Se llevan mis cenizas a la nave para hacer un funeral del espacio y luego esparcirlas por las estrellas…

Hertug se fue hacia la puerta, pero Meta le dio alcance al instante, retorciéndole el brazo y poniéndoselo en la espalda hasta hacerle chillar de dolor. Después le hundió el revólver en los riñones.

— ¿Cuáles son tus planes, Jason? — preguntó tranquilamente.

— Mikah llevará la parte de delante de la camilla, y Hertug e Ijale irán detrás. Tenle a raya con tu revólver, y con un poco de suerte saldremos de aquí con la piel entera.

Salieron despacio y con mucho ruido. Los perssonoj, sin alguien que les mandara, no sabían qué decisión tomar; los gritos de dolor de Hertug no hacían más que amedrentarles, así como los disparos de Jason, que hicieron saltar en pedazos algunas ventanas. Llegaron por fin hasta la nave sin dificultades.

— Ahora viene la parte más difícil — dijo Jason, pasando un brazo por encima de los hombros de Ijale y dejando descansar la mayor parte del peso sobre el cuello de Mikah, bien sujeto con la otra mano. No podía caminar, pero consiguieron ponerlo a bordo —. No te muevas de la puerta, Meta, y no descuides ni un momento a este viejo búho. Estate a la expectativa de cualquier cosa, pues en estas latitudes la lealtad no existe, y si tienen que matar a Hertug para apoderarse de ti no lo dudarán ni un solo instante.

— Es lógico — accedió Meta —. Después de todo, es la guerra.

— Sí, creo que un Pyrrana lo miraría de ese modo. Estate preparada. Pondré en marcha los motores, y cuando estemos dispuestos para despegar haré sonar la sirena. Entonces dejas a Hertug, cierras la puerta y vienes hacia los mandos a la mayor velocidad posible… no creo que yo pudiera encargarme de un despegue, ¿comprendido?

— Perfectamente. Adelante… estamos perdiendo el tiempo.

Jason se dejó caer en el sillón del copiloto y accionó sobre los mandos de demarrage a la mayor velocidad. Iba a accionar el botón de la sirena cuando de pronto se oyó un estruendo terrible que hizo estremecer la nave, y durante un segundo crucial pareció que la nave iba a derrumbarse. Se reincorporó y puso en funcionamiento la alarma. Antes de que dejara de silbar, Meta ocupaba el sitio del piloto y la pequeña nave tornaba el camino del espacio.

— Están más adelantados de lo que yo creía en este mundo primitivo — dijo tan pronto como pudo dominar los efectos de la aceleración —. Había una máquina grande, horrible, en uno de los edificios, que de repente empezó a echar humo, y nos lanzó una piedra que casi se nos lleva una de las aletas. Yo disparé, pero ese a quien tú llamabas Hertug escapó.

— En algunos aspectos están muy avanzados — dijo Jason, sintiéndose demasiado débil para admitir que casi hablan sucumbido a causa de su propio invento.

Загрузка...