No le quiso matar en aquel momento, pero le miraba de un modo insoslayable; y mientras los segundos transcurrían lentamente, Y Jason se mantenía en vida, se esforzó en reconsiderar sobre la amenaza que había aparecido ante ellos de entre las tinieblas.
— ¿K’e vi stas el…? — dijo el extraño ser. Por vez primera Jason llegó a la conclusión de que era un ser humano. El significado de la pregunta que le acababan de formular llegó, no obstante a ser captado por su exhausto cerebro; se percató de que casi lo había comprendido, aunque en realidad nunca había oído antes tal idioma. Intentó responder, pero de su garganta no salieron más que balbuceos casi incoherentes.
— Ven k’n torcoj…! r’pidu!
Nuevas luces aparecieron de entre la oscuridad, acompañadas de ruido de pasos. Al acercarse, Jason vio con más nitidez al hombre que tenía ante él, y pudo comprender la razón por la que le había confundido con un ser inhumano. Todos sus miembros estaban completamente envueltos en trozos de pieles curtidas, y tanto el pecho como el resto del cuerpo, estaban protegidos con pieles enteras, en las que se apreciaban dibujos de color rojo sanguinolento. En la cabeza llevaba el caparazón de algún animal monstruoso, que por la parte de delante terminaba en espiral; dos agujeros taladrados expresamente facilitaban la visión de aquel ser indescriptible. Tenía unos dientes grandes, largos como dedos, que habían sido colocados en la parte inferior del caparazón, lo cual acrecentaba su escalofriante apariencia. Lo único que había de humano en el aspecto exterior de aquel ser era la apestosa barba que asomaba por debajo del caparazón y los dientes. Había otros muchos detalles que Jason asimiló rápidamente. Tantas y tantas sensaciones físicas y psíquicas, le tenían a punto de desfallecer.
Una orden dada con voz muy gutural, detuvo a los porteadores de antorchas a unos cinco metros del lugar donde yacía Jason. No llegaba a comprender la razón por la que no se permitía a aquellos hombres armados acercarse más a ellos, sobre todo teniendo en cuenta que la luz de las antorchas apenas les alumbraba; todo, absolutamente todo, en aquel planeta parecía inexplicable.
Pero Jason, debió perder el conocimiento durante unos segundos al menos, pues cuando volvió a mirar a la antorcha estaba clavada en la arena, a su lado, mientras que el hombre le había quitado una de las botas, y estaban haciendo lo propio con la otra. Jason se quiso debatir febrilmente, pero todo fue inútil y no pudo impedir el robo de que era objeto. La sensación normal del transcurso del tiempo también parecía haberse alterado y aunque cada segundo en aquellos momentos parecía una hora: los acontecimientos se sucedían a una rapidez vertiginosa. Había sido desprovisto de las botas, y el hombre manoseaba las ropas de Jason deteniéndose a cada instante para mirar a los portadores de antorchas.
Los aparatos magnéticos eran extraños para aquel ser, y al encontrar la brújula de Jason, clavó indeciso los dientes en ella, queriendo abrirla o romper la resistente cobertura metálica. Estaba montando en cólera al no conseguir sus propósitos, cuando incomprensiblemente apretó el botón que aseguraba la tapa exterior y apareció la brillante esfera ante sus ojos. No contento con ello, quiso continuar sus exploraciones hasta que llegó a romper el vidrio de protección. Todo aquello parecía agradarle sobremanera; pero cuando jugueteando con ella, la punta de la aguja se clavó en su mano, penetrando a través de los envoltorios que la cubrían, dio un grito horrible y arrojó con furia y rabia terribles, el aparato sobre la arena. La pérdida de aquel objeto, que en estas latitudes sería irreemplazable, y probablemente de gran utilidad, puso a Jason en acción, tratando de recuperarlo, se sentó, se arrastró hacia un lado y cuando ya tenía la brújula al alcance de su mano, perdió repentinamente el conocimiento.
Poco antes del amanecer, el dolor que sentía en la cabeza le hizo experimentar la agradable sensación de que aún vivía. Sobre él tenía unos cuantos harapos, que despedían un olor insoportable, pero que al menos retenían en cierto modo el calor de su cuerpo. Apartó la ropa que le cubría el rostro, y permaneció mirando a las estrellas, puntos fríos de luz, que parpadeaban en la frígida noche.
El aire era estimulante, y aspiró con fuerza repetidas veces. Tuvo la sensación de que le quemaba la garganta, pero al mismo tiempo le aclaraba los pensamientos. Hasta entonces no se dio cuenta de que su semiinconsciencia había sido causada por el golpe recibido en la cabeza al estrellarse la nave; fue explorando con los dedos su propia cabeza, para encontrarse una región tumefacta, hinchada y dolorida. Seguramente había sufrido una contusión cerebral, y ésta era la explicación de su anterior imposibilidad para moverse o pensar sin esfuerzo.
Se preguntaba qué le habría ocurrido a Mikah Samon después del terrible mazazo que había recibido en la cabeza. En caso de haber muerto habría sido un final inesperado para un hombre que había conseguido sobrevivir al choque de la nave contra las aguas del océano. No es que Jason tuviera un afecto especial por aquel hombre desnutrido, pero al fin y al cabo le debía la vida. Mikah le había salvado, para ser asesinado poco después.
A través de todos estos pensamientos, Jason llegó a la conclusión de que tenía que matar a aquel hombre tan pronto como se encontrara en las suficientes condiciones físicas para ello; al mismo tiempo, quedó no poco sorprendido de sus reflexiones al aceptar aquella sed de sangre a que le obligaba la lucha de una vida por otra. Al parecer, durante su larga estancia en Pyrrus, había perdido una buena parte de su aversión a matar, salvo en los casos de defensa propia, aunque a juzgar por lo que había visto hasta ahora, las costumbres pyrranas hubieran sido en esta ocasión de mayor utilidad. El cielo aparecía gris e incorporó la cabeza para contemplar el amanecer.
Quedó terriblemente sorprendido al encontrar a Mikah Samon acostado junto a él, asomando apenas la parte superior de la cabeza de entre las pieles que le cubrían. Tenía el pelo pegado y manchado de sangre negra, pero aún respiraba.
— Es más difícil matar a uno de lo que yo pensaba — murmuró Jason, incorporándose más todavía al apoyarse sobre un codo, y contemplando aquel mundo adonde les había llevado su propio sabotaje de la nave espacial.
Era un desierto horrendo, de cuerpos amontonados unos junto a otros, que le recordaba la imagen que tenía del final de la batalla del fin del mundo. Unos cuantos de ellos se estaban poniendo en pie, sujetando las pieles que les servían de abrigo alrededor de sus cuerpos que constituían los únicos signos de vida en aquella inmensidad arenosa. A un lado, una cadena de dunas, tapaba la vista del mar, aunque no le impedía oír el murmullo de las olas. En lo alto de las dunas apareció una figura que le era conocida, el hombre armado, haciendo algo extraño con lo que parecían ser trozos de cuerda; había un ruido metálico que de pronto se perdió en la distancia, dejando de oírse después. Mikah Samon se agitó y lanzó una especie de quejido.
— ¿Cómo te encuentras? — preguntó Jason —. Son los suyos, los dos ojos más preñados en sangre que haya visto en mi vida.
— ¿Dónde estoy…?
— ¡Esta sí que es una pregunta bien original! Pues, no, señor, no tengo ni idea de dónde estamos, pero si se encuentra en condiciones, puedo hacerle una breve sinopsis del modo como llegamos hasta aquí.
«Recuerdo que íbamos andando, pero algo horrible salió de entre la oscuridad, como un demonio del mismo infierno. Luchamos y…
«Le aporreó la cabeza. Un golpe rápido y seco, y ésa fue toda la lucha que hubo. Yo contemplé más detenidamente a su demonio, aunque no me hallaba en mejores condiciones para luchar contra él que usted. Es un hombre vestido con un inimaginable disfraz propio de una pesadilla, y que resulta ser el jefe de toda esta tribu de desarrapados que hay por aquí. Aparte de esto, son pocas las cosas que sé, excepto que me han robado las botas, y que las voy a recuperar aunque para ello lo tenga que matar.
— No codicie las cosas materiales — entonó Mikah con seriedad —, y no hable de matar a un hombre por bienes materiales. Es usted un demonio, Jason y…, ¡no llevo las botas! ¡Ni la ropa tampoco!
Mikah apartó con relativa energía las pieles que le servían de abrigo, al descubrir lo que ocurría.
— ¡Belial! — gritó —. ¡Asmodeus, Abaddon, Apollyon y Ball-zebub!
— Muy bonito — dijo Jason admirado —. No cabe la menor duda de que ha estudiado usted toda la demonología. ¿Estaba pasando lista o es que les pedía ayuda?
— ¡Silencio, blasfemo! ¡Me han robado! — Se puso en pie, y el viento, azotando el casi desnudo cuerpo, tiñó rápidamente su piel poco curtida de un débil tono azul —. Me voy ahora mismo al encuentro de la corrompida criatura que se atrevió a hacer tal cosa, y le voy a obligar a que me devuelva lo que es mío.
Mikah se dispuso a marchar, pero Jason se abalanzó sobre él y le hizo presa sobre un tobillo hasta que le derribó sobre el suelo. La caída le dejó a Mikah medio conmocionado a causa de su persistente debilidad, y Jason volvió a cubrir con las mugrientas pieles el huesudo cuerpo.
— ¡Estamos en paz! — dijo Jason —. La noche pasada me salvó usted la vida, y ahora le he salvado yo la suya. Está desarmado y herido, mientras que el hombre ese que está en la montaña es una especie de armario andante, y el que tiene la personalidad suficiente para vestir un disfraz de ese tipo, la tiene también para matar con la misma tranquilidad que se mondan los dientes. Así que serénese, y procure evitar problemas. Hay un medio para salir de este lío, siempre hay un medio para salirse de cualquier lío si se busca, y yo lo encontraré. De momento, voy a dar una vuelta por los alrededores y hacer algunas investigaciones. ¿De acuerdo?
La respuesta fue una especie de quejido, pues Mikah había perdido nuevamente el sentido, mientras sangre fresca volvía a manar de la herida.
Jason se puso en pie y envolvió su cuerpo entre los harapos para que le sirvieran de protección del viento, anudando los dos extremos. A continuación hurgó en el suelo levantando la arena, hasta que encontró una piedra que le cabía en la mano, y armado de ese modo comenzó a abrirse camino entre las revueltas siluetas de los que dormían.
Cuando volvió, Mikah había recobrado el conocimiento, y el sol ya había hecho un largo recorrido sobre el horizonte. Toda la gente estaba despierta, formando una mezcla desordenada de unos treinta hombres, mujeres y niños. Todos eran idénticos en suciedad dentro de aquellas pieles, y los pocos que se movían, lo hacían muy lentamente. Los demás permanecían impertérritos sentados en el suelo. No mostraban el menor interés por los dos extranjeros. Jason acercó a Mikah una taza de cuero, conteniendo un brebaje de color alquitranado.
— Bébase esto. Es agua. Lo único que parece que hay por aquí para beber. No encontré comida. — Conservaba la piedra en la mano, y mientras hablaba la frotaba sobre la arena. En uno de los lados se distinguía una mancha de color rojizo, muy seca, que conservaba unos cuantos pelos largos, pegados a ella.
— Eché un vistazo por los alrededores, y la verdad es que hay muy poco más de lo que se ve desde aquí. Ese grupo de individuos derrengados, con sus apestosas pieles, y unos cuantos de ellos que llevan agua en botellas de cuero. Están acostumbrados a recibir órdenes del «yo más fuerte», de modo que ordené más que supliqué un poco de agua. La comida vendrá después.
— Pero. ¿quiénes son? ¿qué es lo que hacen? — preguntó Mikah con voz incierta a causa del sufrimiento que le producía el efecto del golpe. Jason miré la parte contusionada y decidió no tocarla. La herida había sangrado libremente, y la sangre había coagulado. Lavarle con aquella agua no serviría de mucho, y por el contrario podría provocarle una infección que no haría más que sumarse a los otros problemas.
— De lo único que estoy seguro es de una cosa — dijo Jason —. De que son esclavos. No sé por qué están aquí ni lo que están haciendo ni adónde van, pero su estado está dolorosamente claro; e igual que el nuestro. El Viejo Asqueroso que está en la colina, es el jefe. Y los demás somos esclavos.
— ¡Esclavos! — exclamó Mikah horrorizado —. ¡Eso es abominable! ¡Los esclavos deben ser libertados!
— No idealice, por favor; olvide todo cuanto le han enseñado los libros y trate de ser realista… aunque le duela. Aquí no hay más que dos esclavos que necesitan ser puestos en libertad, y cuanto antes; y esos somos usted y yo. Estas gentes parece que se acomodan perfectamente a su statu quo, y no veo razón alguna para que cambien. No voy a emprender ninguna campaña abolicionista hasta que no vea despejado el camino para salir de este lío, y aun entonces, probablemente no me meteré en tales menesteres. Este planeta ha existido durante muchos tiempos, bajo tales condiciones de vida sin mi presencia, y continuará del mismo modo cuando yo me haya ido.
— ¡Cobarde! ¡Usted tiene, debe, luchar por la Verdad, y la Verdad es lo que le libertará!
— Ya tenemos las letras mayúsculas otra vez — murmuró Jason —. Lo único que me puede libertar soy yo. Quizá no sea muy poético, pero es la verdad. La situación aquí no es muy halagüeña, pero tampoco imposible de derrotar, de modo que escuche y aprenda. El jefe, cuyo nombre es Ch’aka, parece que ha salido a una especie de cacería; no sé de qué. No está muy lejos y volverá pronto, de manera que trataré de explicárselo todo con la máxima rapidez. Creí que había reconocido el idioma, y tenía razón. Es forma degenerada del esperanto, el idioma que hablan todos los mundos del Terido. Este lenguaje alterado, más el hecho de que estas gentes se hallen a un paso por encima de la Edad de Piedra, nos proporcionan la evidencia absoluta de que carecen y han carecido desde siempre de cualquier contacto con el resto de la galaxia, aunque preferiría que no fuese así. Puede haber alguna base comercial en algún punto del planeta, y si la hay ya la encontraremos más tarde. En estos momentos tenemos otras muchas cosas de qué ocuparnos, pero cuando menos sabemos hablar el idioma. Estas gentes han hecho una contracción de gran número de sonidos, y han perdido otros, e incluso han introducido una especie de detención silábica gutural, que dicho sea de paso, no necesita el lenguaje; pero con un poco de esfuerzo se puede llegar a un entendimiento del significado de las palabras.
— Pero yo no hablo esperanto.
— Pues apréndalo. Es muy fácil. Y ahora no me interrumpa y escúcheme. Estas criaturas nacieron y se han criado como esclavos, y es todo cuanto saben. Hay una pequeña lucha de niveles, en la que los más fuertes empujan al trabajo a los más débiles, cuando Ch’aka no mira, pero eso lo tengo resuelto. Nuestro mayor problema es Ch’aka, y tenemos que averiguar muchas cosas antes de que podamos salirle al paso. Él es el jefe, el guerrero, el padre, el proveedor, y el destino de este populacho, y a decir verdad, parece que conoce su trabajo. Así pues, trate de ser un buen esclavo durante un tiempo. No sé cuánto, pero el justo para poder resolver esta situación.
— ¿Esclavo yo? — inquirió Mikah tratando de reincorporarse. Jason le obligó a volver a su anterior posición, quizá con más ímpetu del necesario.
— ¡Sí! usted… y yo también. Es el único medio de que podamos sobrevivir a esta situación. Haga lo que hagan los demás; obedezca órdenes, y con ello mantendrá una oportunidad de permanecer en vida, hasta que podamos encontrar el medio de salir de aquí.
La respuesta de Mikah quedó ahogada por el murmullo que levantaron las gentes al ver venir a Ch’aka por las dunas. Los esclavos se pusieron en pie, y comenzaron a formar una alineación bastante espaciosa entre individuo e individuo.
Jason ayudó a Mikah a ponerse en pie, y envolverle con tiras de pieles los pies. Después, cargando prácticamente con todo su peso, ocuparon un lugar de la formación. Cuando todos estuvieron en su sitio, Ch’aka propinó una patada al más próximo, y todos empezaron a caminar muy despacio, mirando detenidamente hacia el suelo, como si buscaran algo. Jason no tenía idea del significado de aquel acto, pero mientras nadie se metiera con él ni con Mikah, lo demás era secundario: bastante trabajo tenía él con tener que llevar prácticamente arrastrado al hombre herido. Por fin Mikah consiguió reunir fuerzas suficientes como para ayudar a soportar su propio peso.
Uno de los esclavos señaló algo sobre el suelo, se puso a gritar, y la formación se detuvo. Estaba demasiado alejado de Jason, como para poder averiguar la causa de la excitación que le invadía. El hombre se inclinó y comenzó a hurgar un agujero en el suelo, con un trozo de madera puntiagudo. Al cabo de unos segundos había sacado una cosa redonda, de tamaño inferior al de la mano, que elevó por encima de la cabeza lleno de júbilo y lo fue a entregar a Ch’aka dando una pequeña carrerilla. El amo del esclavo, lo cogió y le dio un mordisco, y cuando el hombre que la había encontrado se volvió para alejarse, le gratificó con otra patada. La formación se volvió a poner en camino.
Encontraron otros dos de aquellos objetos misteriosos, que Ch’aka se comió rápidamente, y no consintió en mostrarse proveedor hasta que su hambre no estuvo satisfecha. Cuando encontraron otro de los objetos, causa de incesante búsqueda, llamó a un esclavo, y dejó el fruto dentro de una especie de cesto enmallado que aquél llevaba colgado en la espalda. A partir de aquel momento, el esclavo del cesto anduvo constantemente al lado y delante de Ch’aka, quien se ocupaba de vigilar cuidadosamente de que todo lo que se recogiera fuera a parar inmediatamente dentro del cesto. Jason se preguntaba qué sería aquello, y al pensar en que era algo comestible, sintió unas terribles punzadas en el estómago.
El esclavo que caminaba junto a Jason, lanzó un grito señaló hacia la arena. Al detenerse la columna, Jason dejó a Mikah sentado en el suelo, y observó con gran interés cómo el esclavo hurgaba el suelo con su trozo de madera alrededor de un puntito verde que despuntaba sobre la arena del desierto. El hoyo descubrió por fin un objeto rugoso de color gris, con raíces de las que apuntaban hojas verdes. A Jason le pareció en aquel momento tan comestible como un trozo de piedra, lo cual estaba en desacuerdo totalmente con la opinión del esclavo, a juzgar por la temeridad irresistible que tuvo de llevarse las raíces a la cara para olerlas. Ch’aka se molestó por tal acto, hasta el punto de que después de haber dejado el esclavo el objeto en el cesto, le dio una patada tan fuerte que lo tiró por tierra. El esclavo se levantó, y dolorido, volvió al lugar que antes ocupara en la formación.
Poco después Ch’aka ordenó que se detuvieran e inmediatamente todos los esclavos se reunieron a su alrededor mientras éste metía la mano en el cesto. Fue llamando uno por uno, y a medida que se acercaban, les daba una o más raíces según los méritos, que a su juicio, habían adquirido cada uno de los individuos. Ya estaba el cesto medio vacío cuando con la maza señaló a Jason.
— K’e nam h’vas vi? — preguntó.
— Mia namo estas Jason, mia amiko estas Mikah.
Jason le había respondido en correcto esperanto, y Ch’aka parecía comprenderlo bastante bien, puesto que emitió una especie de gruñido de asentimiento y metió la mano en el cesto. Le miró a través de su rostro enmascarado, y Jason presintió el impacto de aquellos ojos, invisibles para él, que le acechaban. El mazo le señaló de nuevo.
— ¿De donde venís? ¿Era vuestra la nave que se hundió?
— Sí. Veníamos en esa nave, y procedemos de un sitio muy lejano.
— ¿Del otro lado del océano? — Aparentemente era la distancia más grande que el esclavizador podía imaginar.
— Eso es, del otro lado del océano — Jason no se encontraba de humor suficiente como para darle una lección de astronomía —. ¿Y cuándo comemos?
— Vosotros sois hombres ricos en vuestra región, tenéis una nave y hasta calzado. Ahora soy yo el que tiene las botas. Aquí sois esclavos. Mis esclavos. Los dos sois mis esclavos.
— Sí, sí, yo soy tu esclavo, yo soy tu esclavo — repitió Jason con desgana —. Pero los esclavos también comen. ¿Dónde está la comida?
Ch’aka volvió a meter la mano en el cesto, y sacó una de las raíces. La partió por la mitad, y la arrojó sobre la arena frente a Jason.
— Trabaja de firme, y tendrás más.
Jason la recogió y limpió la suciedad que había sobre ella lo mejor que pudo. Le dio un trozo a Mikah, y haciendo un gran esfuerzo se decidió a meterse en la boca el trozo que le correspondía: casi se masticaba la arena, aun a pesar de las sacudidas que le había dado, y el fruto, tenía un ligero sabor a cera rancia. Le costó un gran trabajo, y aun hasta reprimir las arcadas, el tener que tragar aquello, pero al fin lo hizo. Sin lugar a dudas, era comida, y de momento tendrían que pasar con aquello, hasta que los tiempos cambiaran.
— ¿De qué hablaron? — preguntó Mikah, mientras rumiaba muy despacio su ración entre dientes.
— De cambalaches inciertos. Él cree que somos sus esclavos, y naturalmente yo dije que sí. Pero, claro, eso no es más que temporal — añadió Jason al ver que el rostro de Mikah se ponía lívido, y empezaba a ponerse en pie. Jason le dio un empujón que le hizo sentar nuevamente —. Éste es un planeta extraño; usted está herido, no tenemos ni comida, y ni siquiera tenemos idea de cómo haremos para sobrevivir. Por tanto, lo único que podemos hacer para continuar viviendo, es lo que diga ese Viejo Feo. Si él nos quiere llamar esclavos, ¡pues de acuerdo! esclavos.
— ¡Antes morir libre que vivir bajo cadenas!
— ¡Deje ya de decir tonterías! Es mejor vivir entre cadenas y averiguar el modo de librarnos de ellas. De este modo acabará vivo libre, que es mucho mejor que muerto libre, y desde luego mucho más atractivo. Y ahora cierre el pico y coma. No podemos hacer nada mientras pertenezcamos a la clase de los heridos renqueantes.
El resto del día lo pasó la formación de caminantes, afanándose entre la arena, y para poder seguir contribuyendo a la recuperación de Mikah, Jason aportó dos krenoj, la raíz comestible.
Se detuvieron antes del oscurecer, y se dejaron caer rendidos sobre la arena. En el momento de efectuar el reparto de la comida recibieron una ración un poco más extensa, sin duda en atención a la eficiente contribución de Jason en el trabajo. Los dos hombres se hallaban exhaustos, y se quedaron dormidos tan pronto como anocheció.
A la mañana siguiente se pusieron inmediatamente en marcha. Caminaban siempre, en busca de comida, paralelamente al mar, oculto por las dunas, mientras que uno de los esclavos lo hacía por las cretas de aquéllas. Seguramente, el que caminaba en solitario, había visto algo de gran interés, pues empezó a descender la pendiente, agitando los brazos sin cesar. Ch’aka corrió con torpeza hacia las dunas, y habló con el explorador; después le hizo que se alejara de su presencia.
Jason contempló con creciente interés, como desembalada el fardo que pendía de su hombro, hasta que por fin sacó un arco de extraordinaria presencia. Aquella pieza complicada y mortal discordaba totalmente de los medios de aquella sociedad esclavizada y primitiva. Jason hubiera querido mirarlo con más detenimiento. Ch’aka sacó de otro envoltorio una flecha de dimensiones apropiadas al arco.
Los esclavos se sentaron en silencio sobre la arena, mientras que su amo, aceleraba la marcha para escalar la duna. Poco antes de llegar a la cima se tendió en el suelo boca abajo, arrastrándose sigilosamente. Después desapareció de la vista de sus esclavos.
Pocos minutos más tarde se oyó un chillido desgarrador de dolor, procedente de detrás de las dunas, e inmediatamente todos los esclavos se pusieron en pie y emprendieron una loca carrera hacia las dunas. Jason dejó a Mikah donde estaban, y pronto estuvo entre la primera fila de observadores.
Se detuvieron todos a la distancia habitual, y se deshicieron en cumplidos y parabienes por la calidad del disparo, y glosando la extraordinaria habilidad de Ch’aka como cazador. Jason tuvo que admitir que los elogios tenían algo de merecido. Un anfibio grande, cubierto de piel, yacía al borde del agua. El extremo posterior de la flecha sobresalía del cuello del animal y la sangre corría al mezclarse con el agua que impulsaban las olas.
— ¡Carne! ¡Hoy hay carne!
— ¡Ch’aka ha matado al rosmaro! ¡Ch’aka es extraordinario!
— ¡Ch’aka el gran proveedor! — gritó Jason para meterse en el ambiente de las cosas —. ¿Cuándo comemos?
El amo ignoraba a los esclavos, y recuperaba la respiración, entrecortado por el esfuerzo de la carrera. Después cogiendo nuevamente el arco, se acercó al animal y con el cuchillo fue desgarrando la carne para recuperar la flecha, que sostuvo en la misma mano que el arco manchándolo con sangre fresca.
— ¡Ir a buscar leña para hacer fuego! — ordenó. — Tú, Opisweni, hazte cargo del cuchillo.
Retrocediendo unos pasos de espaldas, se sentó en un altillo apuntando al esclavo con el arco, mientras éste se aprestaba a descuartizar la pieza. Ch’aka había dejado el cuchillo clavado en el animal, y el esclavo se dispuso a efectuar lo que le habían ordenado. Mientras trabajaba, miraba de vez en cuando a Ch’aka que no dejaba de apuntarle.
— Un alma confiada, nuestro conductor de esclavos — se dijo Jason a sí mismo, mientras se reunía con los demás para ir en busca de leña. Ch’aka tenía las armas, pero también un temor constante de que le pudieran asesinar. Si Opisweni hacía uso del cuchillo para cualquier otra cosa que no fuera el despedazado de la bestia, se encontraría con la flecha incrustada en la nuca. Muy eficiente.
Se recogió la leña suficiente para hacer una hoguera respetable, y cuando Jason volvió con su contribución para el fuego, el rosmaro había sido despedazado en grandes trozos. Ch’aka apartó a puntapiés a sus esclavos del montón de leña, y sacó un pequeño objeto de otro de los sacos. Movido por el interés y la curiosidad, Jason se acercó lo máximo posible, saliéndose incluso del círculo expectante. Aunque nunca había visto anteriormente un encendedor primitivo, el funcionamiento le era de sobra conocido. En una mano llevaba un trozo de piedra, y en la otra un trozo de metal, y frotándolos desprendía chispas que eran recogidas por otro trozo de yesca. Ch’aka sopló sobre ella, y se inflamó.
¿De dónde habría sacado el encendedor y el arco? Eran signos evidentes de un nivel cultural superior al que poseían aquellos nómadas esclavos, y que demostraban una remota posibilidad de que hubiera un sistema de vida más elevado en aquel planeta, del que habían visto desde que se estrellaron en él. Poco más tarde, mientras los otros se afanaban en sus raciones de carne, se llevó a un lado a Mikah y le habló de todo ello.
— Aún hay esperanza. Estos solemnes ignorantes, no han fabricado en su vida un arco ni un encendedor. Por tanto, debemos averiguar de dónde los sacaron, y tratar de llegar hasta allí. Eché un vistazo a la flecha, cuando Ch’aka la arrancó de la bestia, y juraría que era de acero.
— ¿Y qué tiene eso que ver? — preguntó Mikah.
— Pues sería la prueba de la existencia de una sociedad industrializada, y hasta de un posible contacto interestelar.
— Pues entonces, tenemos que preguntarle a Ch’aka de donde los sacó, y marcharnos en seguida. Allí habrá autoridades con las que nos pondremos en contacto, les expondremos la situación, y podremos ser trasladados a Cassylia. Hasta entonces no le consideraré arrestado de nuevo.
— ¡Me maravilla lo considerado que es usted! — dijo Jason poniendo una burlona inflexión en el tono de sus palabras. Mikah era un hueso duro de roer a causa de la rectitud y firmeza de sus ideas, y Jason había intentado por todos los medios, descubrir su talón de Aquiles —. ¿Y no se siente usted con remordimientos al querer llevarme a un lugar donde me van a matar? Después de todo, somos compañeros de fatigas… y yo le he salvado la vida.
— Lo sentiré, Jason. Me doy cuenta de que aunque sea pecador, no está completamente perdido, y guiándole hacia un buen camino, puede ser de gran utilidad en la sociedad. Pero mis sentimientos personales no deben permitir que se alteren los demás acontecimientos y las cosas sigan el debido curso; olvida usted que cometió un delito y que por tanto debe pagar con la pena que le corresponda.
Ch’aka lanzó un eructo en el interior de su caparazón, lo cual produjo un ruido cavernoso, y gritó a sus esclavos:
— ¡Ya vale de comer, cerdos! Os estáis engordando. Envolver la carne y llevarla con vosotros, aún hay luz suficiente para buscar krenoj. ¡Moveos!
Una vez más, la alineación estuvo formada en un momento, y comenzó a caminar por el desierto. Hallaron más raíces comestibles, y se detuvieron en una ocasión unos momentos para llenar los recipientes de pieles, a propósito para el agua, en un lugar donde ésta salía a borbotones de entre la arena. El sol se alejaba hacia el horizonte, y el poco calor que pudieran tener sus rayos, quedaba absorbido por un cúmulo de nubes. Jason miró a su alrededor y sintió un escalofrío; de pronto se apercibió de una pequeña línea de puntos que se movían en el horizonte. Se lo hizo notar a Mikah, que todavía continuaba recostado sobre él.
— Parece que venga toda una compañía. Me pregunto qué representan ellos en este programa.
El dolor disminuía considerablemente la capacidad de atención de Mikah, quien no llegó a comprobar por sí mismo lo que le decía su compañero; pero lo más curioso era que tampoco se dieron cuenta los otros esclavos, ni Ch’aka siquiera.
Los puntos se fueron acrecentando hasta convertirse en otro grupo de caminantes, aparentemente absorbidos en la misma tarea que el grupo de Ch’aka. Se afanaban en su tarea sin dejar de avanzar, y examinando detenidamente la arena, siguiéndoles detrás la solitaria figura de su amo. Los dos grupos se iban acercando lentamente el uno al otro.
Cerca de las dunas, había un pequeño ribazo de piedras, y el grupo de esclavos de Ch’aka. se detuvo allí tan pronto como llegaron, dejándose caer sobre la arena. y emitiendo profundos suspiros de satisfacción por el descanso. El montón de piedras era a todas luces indicativo de una zona limítrofe, y Ch’aka se acercó para posar un pie sobre una de las piedras, y permaneció contemplando al otro grupo de esclavos que se acercaba. Ellos también se detuvieron ante el ribazo, y se dejaron caer al suelo. Ninguno de los dos grupos mostró interés alguno en el otro, y únicamente los amos parecían más animados. El recién llegado se detuvo a unos diez pasos antes de llegar a la altura de Ch’aka, y agitó por encima de su cabeza un martillo de piedra de aspecto terrorífico.
— ¡Te odio, Ch’aka! — masculló.
— ¡Te odio, Fasimba! — fue la inmediata respuesta.
El intercambio de saludos fue tan formal como un pas de deux, y casi una declaración de guerra. Ambos hombres aprestaron las armas, intercambiaron unos cuantos insultos, y luego pasaron a una conversación más tranquila. Fasimba llevaba el mismo tipo de disfraz que Ch’aka, horrible por el temor que inspiraba, y difiriendo solamente en algunos detalles. En lugar de un caparazón, la cabeza de Fasimba estaba oculta en el interior de una calavera de un anfibio rosmaro, adornada además con otros detalles y cuernos. Las diferencias entre los dos hombres eran insignificantes, y correspondían solamente a pequeños detalles de decoración. Eran, sin ningún género de dudas, amos de esclavos, e iguales.
— Hoy he matado un rosmaro, el segundo en diez días — dijo Ch’aka.
— Cogiste un buen trozo de costa. Está plagado de rosmaro. ¿Y qué hay de los dos esclavos que me debes?
— ¿Que yo te debo dos esclavos?
— Sí, dos esclavos. Vamos, no te hagas el tonto. Te traje aquellas piezas de acero desde d’zertanoj. Uno de los esclavos con que me pagaste murió. Todavía me debes uno.
— Sí, claro, cogí dos esclavos para ti. Dos que saqué del océano.
— Buen trozo de costa cogiste.
Ch’aka anduvo a lo largo de la formación, ahora tendida en el suelo, de sus esclavos, hasta que llegó al que el día anterior había olido la rata ganándose una buena patada. De un manotazo lo puso en pie, y lo fue llevando a empujones hacia el otro grupo.
— Aquí tienes uno bueno — dijo, mientras como prueba definitiva de la mercancía le propinaba una nueva patada al esclavo.
— Parece que está muy delgado. No es muy bueno, no.
— ¡No…! Lo que ocurre es que es todo fibra, todo músculo. Y trabaja mucho. Y comer…, come muy poco.
— ¡Eres un embustero!
— ¡Te odio Fasimba!
— ¡Y yo también te odio Ch’aka! ¿Dónde está el otro?
— ¡Ah…! Tengo uno muy bueno. Un extranjero que vino del otro lado del océano, y que además de que es muy trabajador, te contará historias muy divertidas.
Jason dio media vuelta a tiempo para evitar que el patadón que le venía encima, no le diera de lleno. Aun así le dio lo bastante fuerte como para dejarle tumbado. Antes de que se pudiera levantar, Ch’aka había cogido a Mikah Samon por un brazo y lo fue arrastrando hasta llevarlo con el otro grupo de esclavos. Fasimba se acercó para examinarle, palpándole las costillas y un brazo.
— No tiene muy buen aspecto. Y el agujero que lleva en la cabeza es enorme.
— Pero trabaja mucho — dijo Ch’aka — casi está curado. Es muy fuerte.
— ¿Me darás otro si se muere éste? — preguntó Fasimba dubitativamente.
— ¡Sí, sí! Te daré otro. ¡Te odio, Fasimba!
— ¡Y yo a ti, Ch’aka!
Todo el rebaño de esclavos se puso en pie y comenzaron a caminar volviendo sobre los pasos que les habían traído hasta aquel lugar.
Jason se acercó corriendo hasta Ch’aka y gritando:
— ¡Espera! ¡No vendas a mi amigo! Trabajamos mucho mejor si lo hacemos juntos. Te podrías desprender de otro…
Los esclavos se quedaron sorprendidos ante aquella reacción desconocida para ellos, mientras Ch’aka se volvió sobre sus talones levantando al mismo tiempo la maza.
— ¡Cierra el pico! Eres un esclavo, y si me vuelves a decir otra vez en tu vida lo que tengo que hacer, te mato.
Jason no se atrevió a continuar, pues era evidente que no tenía otra alternativa. Tenía cierto remordimiento de conciencia por la posible suerte de Mikah: si sobrevivía a la herida, no era desde luego el tipo de individuo que se sabía someter a las condiciones inevitables de la vida de esclavo. Pero Jason había hecho todo cuanto había podido para salvarle, y nada más se podía hacer. Ahora Jason no tenía más remedio que pensar en sí mismo.
Anduvieron durante un rato antes de que oscureciera. La duración de la marcha había estado supeditada a que llegara el momento de perder de vista a los otros esclavos; cuando ya no se veía ni rastro de ellos, se detuvieron para pasar la noche.
Jason buscó refugio al socaire de un altillo que rompía la fuerza del viento, y sacó un trozo de carne reseca que tuvo la precaución de guardar en el primer festín. Estaba duro y muy grasiento, pero de todos modos era superior en mucho a los krenoj apenas comestibles, que constituían la mayor parte de la dicta de los esclavos. Empezó a comer mirando a un lado y otro, y vio a uno de los esclavos que venía hacia él.
— ¿Me das un poco de carne? — preguntó el esclavo con voz plañidera. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que quien había hablado era una mujer, una muchacha. Todos los esclavos tenían idéntico aspecto envueltos en sus pieles y con el pelo largo, sucio, y revuelto. Arrancó un trozo de carne y se lo ofreció.
— Aquí tienes. Siéntate y cómetelo. ¿Cómo te llamas?
A cambió de su generosidad, intentó obtener información de la muchacha.
Ijale estaba todavía de pie y desgarraba la carne sujetándola con una mano, mientras con el dedo índice de la otra se rascaba la cabeza.
— ¿De dónde viniste? ¿Siempre has vivido aquí…, de esta forma?
— No, aquí, no. Vine de Bul’wajo, luego de Fasimba, y ahora pertenezco a Ch’aka.
— ¿Qué o quién es Bul’wajo? ¿Es alguien como nuestro jefe Ch’aka?
Ella asintió sin dejar de mordisquear la carne.
— ¿Y los d’zertanoj de quienes Fasimba consiguió las flechas, quiénes son?
— No sabes mucho, que digamos — dijo ella, terminando de comer la carne, y chupando la grasa de los dedos.
— Sé lo suficiente como para tener carne cuando tú no tienes, de manera que no abuses de mi hospitalidad. ¿Quiénes son los d’zertanoj?
— Todo el mundo sabe quiénes son — hizo un gesto de incomprensión ante la pregunta de Jason, y buscó un lugar blando en la arena para sentarse —. Viven en el desierto. Van en caroj, y apestan. Tienen muchas cosas bonitas. Uno de ellos me dio la bonita que tengo. Si te la enseño, ¿no me la quitarás?
— No, no la tocaré. Pero me gustaría ver algo de lo que ellos hayan hecho. Mira, aquí tienes un poco más de carne. Y ahora enséñame esa cosa.
Ijale hurgó entre sus pieles, hasta llegar a un bolsillo escondido, de donde sacó algo que apretaba con todas sus fuerzas con la mano cerrada. Extendió la mano con orgullo y la abrió. Todavía había luz suficiente para que Jason pudiera descubrir la forma ruda de un trozo de vidrio rojo.
— ¿Verdad que es muy bonito? — preguntó ella.
— Precioso — convino Jason.
Durante unos instantes sintió una punzada de verdadera compasión, al contemplar el aspecto de la muchacha con el brazo tendido, y su «tesoro» en la mano. Los antepasados de la muchacha habían llegado a este planeta en naves espaciales, llevando con ellos el conocimiento de las más avanzadas ciencias. Cortando el cordón umbilical que les unía a otros mundos, sus hijos habían degenerado hasta este punto: esclavos llegados a tal grado de inteligencia, que daban más valor a un trozo de vidrio insignificante, que a ninguna otra cosa en el mundo.
— Te gusta, ¿eh? — repitió Ijale, volviendo a esconder el vidrio —. ¿Oye, me quieres dar un beso?
— Quieta, quieta — se apresuró a responder Jason —. La carne ni era más que un regalo, y por tanto, no tienes que pagarme nada.
— ¿No te gusto? ¿Te parezco demasiado fea?
— No, no. ¡Qué va! ¡Eres preciosa! — mintió Jason —. Lo que ocurre es que estoy muy cansado.
¿Era guapa o fea? No lo sabría decir. La mitad del pelo, totalmente revuelto y sucio, le cubría la mitad del rostro, mientras que la otra mitad, estaba cubierta de una película densa y oscura. Tenía los labios agrietados y casi en carne viva, y una contusión rojiza le cubría parte de la mejilla.
— Déjame que me quede cerca de ti esta noche, porque sino Mzil’kazi se querrá apoderar de mí, y le tengo miedo. Mira donde está.
El hombre a quien ella había señalado, les estaba mirando desde lejos, y aún se alejó más todavía cuando Jason alzó el rostro para verle.
— No te preocupes por Mzil’kazi — dijo Jason. Se levantó, cogió una piedra y vio cómo el observador echaba a correr a toda prisa.
— Me gustas. Te volveré a enseñar mi cosa bonita.
— Tú también me gustas. No, ahora no. Demasiadas cosas buenas muy de prisa, me podrían hacer daño. Buenas noches.