OCTAVA PARTE Ingeniería social

¿Dónde naciste? Denver.

¿Dónde te criaste? Roca. Boulder.

¿Cómo eras de niño? No lo se.

Dame tus impresiones. Yo quería saber por qué.

¿Eras curioso? Muy curioso.

¿Jugabas con kits de ciencia? Con todos los que existían.

¿Y tus amigos? No me acuerdo.

Intenta recordar algo.

Me parece que no tenía muchos amigos.

¿Eras ambidextro de niño? No lo recuerdo.

Piensa en tus kits de ciencia. ¿Utilizabas las dos manos cuando jugabas con ellos?

Creo que a menudo era necesario.

¿Escribías con la mano derecha?

Ahora sí. También… también lo hacía entonces. Sí. De niño.

¿Y hacías algo con la mano izquierda? ¿Cepillarte los dientes, peinarte, comer, señalar algo, lanzar pelotas?

Hacía todas esas cosas con la mano derecha. ¿Cambiaría algo si no hubiera sido así?

Bien, ya sabes, en los casos de afasia, los diestros se ajustan a un cierto perfil. Las actividades se localizan, o mejor dicho, se coordinan, en ciertas zonas del cerebro. Cuando determinamos las dificultades que el afásico experimenta, podemos precisar con bastante exactitud dónde se localizan las lesiones cerebrales. Y viceversa. Pero con los zurdos y los ambidextros no hay tales patrones. Podríamos decir que cada cerebro zurdo o ambidextro tiene una organización distinta.

Ya sabes que la mayoría de los niños ectógenos de Hiroko son zurdos. Sí, lo se. Lo he comentado con ella, pero asegura desconocer la razón. Dice que tal vez se deba al hecho de haber nacido en Marte.

¿Crees que eso es plausible?

Bien, en cualquier caso aún desconocemos que determina el dominio de una mano u otra, y los efectos de la gravedad más ligera… Tardaremos siglos en descubrirlos.

Supongo que sí.

No te gusta esa idea, ¿verdad? Preferiría obtener respuestas.

¿Qué ocurriría si todas las preguntas fueran contestadas? ¿Serías feliz entonces?

Me resulta difícil imaginar tal… estado. Un porcentaje muy reducido de mis preguntas tiene respuesta.

Pero eso es magnífico, ¿no te parece?

No. No sería científico estar de acuerdo con eso.

¿Es que tú sólo concibes la ciencia como respuestas? Como sistema para generar respuestas.

¿Y cuál es el propósito de eso?

…Saber.

¿Y qué harás con ese conocimiento?

…Averiguar más cosas.

¿Pero por que?

No lo sé. Es mi manera de ser.

¿No deberían algunas de tus preguntas ir encaminadas en esa dirección, a averiguar por qué eres así?

No creo que haya respuestas satisfactorias a preguntas sobre la naturaleza humana. Es mejor imaginarla como una caja negra. No se puede aplicar el método científico. Al menos, no lo suficiente como para confiar en las respuestas.

En psicología creemos haber identificado científicamente una patología en la que la persona que la padece, necesita saberlo todo porque tiene miedo al conocimiento. El nombre de monocausotaxofilia, como la llamo Poppel, el temor a causas simples que lo explican todo. Esto puede llegar a ser temor a la ausencia de razones, y puede ser peligrosa. La búsqueda del conocimiento se convierte al principio en defensiva, que es una manera de negar el miedo cuando uno está interesado, y cuando se agrava, deja de ser incluso una búsqueda del conocimiento, porque cuando se consiguen las respuestas, éstas dejan de tener interés. La realidad en si no interesa a esas personas.

Todo el mundo trata de evitar el peligro. Pero las motivaciones son siempre múltiples. Y distintas de una acción a otra, de un momento a otro. Algún patrón de conducta es simplemente… especulación del observador.

La psicología es una ciencia en la que el observador se implica profundamente con el sujeto de la observación.

Ésa es una de las razones por las que no la considero una ciencia.

Es sin duda una ciencia. Uno de sus principios es: si quieres saber más, ama más. El astrónomo ama las estrellas. De otro modo, ¿por qué las estudiaría?

Porque son un misterio.

¿Que cosas te importan? Me importa la verdad.

La verdad no es un buen amante. Yo no busco amor.

¿Estás seguro?

No más seguro que cualquiera que piense en… motivaciones.

¿Reconoces, pues, que tenemos motivaciones? Sí. Pero la ciencia no puede explicar todo. Entonces forman parte de tu gran incógnita. Si.

Y por eso ni concentras tu atención en otras cosas. Sí.

Pero las motivaciones siguen existiendo. Oh, sí.

¿Qué leías cuando eras adolescente? De todo.

¿Cuáles eran algunos de tus libros favoritos?

Sherlock Holmes. Otras novelas policíacas. La máquina pensante. Doctor Thorndyke.

¿Te castigaban tus padres cuando te enfadabas? Creo que no.

¿Los viste alguna vez enfadados? No lo recuerdo.

¿Los viste gritar o llorar alguna vez?

Nunca los oí gritar. Mi madre lloraba alguna vez, creo.

¿Sabías por qué? No.

¿Te preguntabas por qué?

No lo recuerdo. ¿Importaría si lo hubiese tenido?

¿Qué quieres decir?

Quiero decir si hubiese tenido alguna clase de pasado. Podía haberme convertido en cualquier clase de persona. Dependía de mi reacción ante… los sucesos. Y si hubiese tenido otro pasado, podrían haberse dado las mismas variaciones. De modo que mi línea de investigación es inútil, porque no tiene rigor explicativo. Es una imitación del método científico.

Considero tu concepción de la ciencia tan pobre y reduccionista como tus actividades científicas. En esencia dices que no estudiarías la mente humana de una manera científica, porque es demasiado compleja, eso no es muy audaz de tu parte. El universo fuera de nosotros también es complejo, pero tú no aconsejas evitarlo. Pero sí evitas el universo interior.

¿Por qué?

No puedes aislar factores, no puedes repetir condiciones, no puedes establecer experimentos con controles, no puedes proponer hipótesis falsificables. Todo el aparato científico es inalcanzable a uno mismo.

Piensa por un momento en los primeros científicos.

¿Los griegos?

Antes de ellos. Lo prehistoria no fue una sucesión de estaciones informe y atemporal, ¿sabes? Tenemos tendencia a pensar en aquellas gentes como si se pareciesen a nuestras mentes inconscientes, pero no eran así. Durante al menos cien mil años hemos sido tan intelectuales como lo somos ahora. Probablemente durante medio millón de años. Y cada edad ha tenido sus grandes científicos, que han trabajado en el contexto de sus tiempos, igual que nosotros. Para los primeros científicos, nada tenía explicación; la naturaleza, era un todo tan compleja y misteriosa como lo es ahora nuestra mente para nosotros, pero ¿que podían hacer? Tenían que empezar de algún modo, ¿no? Eso es lo que tienes que recordar. Y se tardaron miles de años en aprender sobre las plantas, los animales, el uso del fuego, rocas, hachas, arcos y flechas, refugios, ropa… Después la alfarería, la agricultura y la metalurgia. Todo muy lentamente, con mucho esfuerzo. Y todo transmitido de boca en boca, de un científico al siguiente. Y sin duda la gente tenia demasiado complejo para estar seguros de nada. ¿Por qué intentarlo? Galileo dijo:

«Los antiguos tenían buenas razones para colocar a los científicos entre los dioses, en vista de que las mentes comunes tenían tan poca curiosidad. Los pequeños indicios que fueron el origen de los primeros inventos no pertenecían a un espíritu trivial, sino a un espíritu sobrehumano». ¡Sobrehumano! Quizá, simplemente, la mejor parte de nosotros mismos, las mentes inquisitivas de cada generación. Los científicos. Y a lo largo de los milenios hemos unido las piezas formando un modelo del mundo, un paradigma bastante preciso y poderoso.

¿Pero no hemos intentado con el mismo empeño durante todos esos años, y con escaso resultado, entendernos a nosotros mismos?

Digamos que sí. Quiza nos tomará mucho tiempo. Pero mira, también en eso hemos progresado un poco. Y no recientemente. Mediante la observación, los griegos descubrieron los cuatro temperamentos y no ha sido hasta hace poco que hemos aprendido lo suficiente sobre el cerebro para explicar cuál es la base neurológica de ese fenómeno.

¿Crees en los cuatro temperamentos?

Oh, desde luego. Son confirmables por experimentación, como tantas otras cosas acerca de la mente humana. Quizá no todo se reduce a la física, quizá nunca será cuestión de física. Puede ser, sencillamente, que somos más complejos e impredecibles que el universo.

Eso parece muy poco probable. Al fin y al cabo, estamos hechos de átomos.

¡Pero animados! ¡Impelidos por la fuerza verde, llenos de espíritu, la gran incógnita!

Reacciones químicas…

¿Pero por qué la vida? Es algo más que reacciones. Hay una tendencia hacia la complejidad que se opone frontalmente a la ley física de la entropía. ¿Por qué?

No lo sé.

¿Por qué le disgusta tanto no saber el porque de algo?

No lo sé.

El misterio de la vida es una cuestión sagrada. Es nuestra libertad. Hemos salido de la realidad física, existimos ahora en una suerte de libertad divina, y el misterio es una parte integrante de esa libertad.

No. Seguimos siendo una realidad física. Átomos en sus órbitas. Determinadas en la mayor parte de las escalas, aleatorias en otras.

Ah, bien. Discrepamos. Pero en cualquier caso la labor del científico es explorar todo. ¡Sin importar las dificultades! Permanecer abierto, aceptar la ambigüedad. Intentar fundirse con el objeto de conocimiento. Admitir que hay valores que justifican toda la empresa. Amarla. Trabajar con el fin de descubrir los valores por los que deberíamos vivir, y esforzarnos por llevar esos valores al mundo. Explorar, y más que eso, ¡crear!

Tendré que pensar en ello.


La observación nunca es suficiente. Además, ni siquiera era su experimento. Coyote llegó a Dorsa Brevia, y Sax fue a verlo.

—¿Peter sigue volando?

—Caramba, pues sí. Pasa bastante tiempo en el espacio, si te refieres a eso.

—Sí. ¿Puedes ponerme en contacto con él?

—Pues claro. —La cara quebrada de Desmond mostró una expresión intrigada.— Tu habla está mejorando mucho, Sax. ¿Qué es lo que te han estado haciendo?

—Tratamientos gerontológicos. También hormona del crecimiento, L— dopa, serotonina y otras sustancias químicas. Algo sacado de la estrella de mar.

—Te han hecho crecer un nuevo cerebro, ¿no?

—Sí. Algunas zonas, al menos. Estimulación sinérgica de la sinapsis. Y también muchas charlas con Michel.

—¡Uh, ju!

—Pero sigo siendo el mismo.

La risa de Desmond era un sonido animal.

—Ya lo veo. Escucha, partiré dentro de un par de días y te llevaré al aeropuerto de Peter.

—Gracias.


Creció un nuevo cerebro. No era una manera muy precisa de definirlo. La lesión se había producido en el tercio posterior de la circunvolución frontal inferior. Los tejidos murieron como consecuencia de la interrupción de la estimulación de los centros de memoria con ultrasonidos focalizados durante el interrogatorio. Una embolia. Afasia de Broca. Dificultades con el aparato motor del habla, poca entonación, dificultad para iniciar la expresión, reducción casi telegráfica, sobre todo a nombres y formas verbales simples. Una batería de tests había determinado que el resto de las funciones cognitivas estaban intactas. el no estaba tan seguro; comprendía todo lo que la gente le decía; su pensamiento, hasta donde él podía percatarse, seguía funcionando como siempre, y no tenía ningún problema con los tests espaciales y no lingüísticos. Pero cuando intentaba hablar… la traición súbita de la palabra y del pensamiento. Las cosas perdían su nombre.

Sin embargo, aun sin nombre, seguía habiendo cosas. Podía verlas y pensar en ellas como formas o números. Fórmula de descripción. Varias combinaciones de secciones cónicas y las seis superficies de revolución simétrica alrededor de un eje, el plano, la esfera, el cilindro, el catenoide, el onduloide y el nodoide. Formas sin nombre, pero las formas eran como nombres. Lenguaje espacial.

Pero descubrió que recordar sin palabras era difícil. Tenía que tomar prestado un método, el método del palacio de la memoria, espacial para empezar. Estableció un espacio en su mente semejante al interior de los laboratorios del Mirador de Echus, que recordaba con tal claridad que podía pasearse por él mentalmente, con o sin nombres. Y en cada lugar un objeto. O bien otro lugar. Sobre un mostrador, todos los laboratorios de Acheron. Encima del refrigerador, Boulder, Colorado. Y así recordaba todas las formas en las que pensaba por su localización en el laboratorio mental.

Y entonces, de cuando en cuando, el nombre venía. Pero cuando sabía el nombre y trataba de decirlo, de su boca salía con frecuencia la palabra equivocada. Siempre había tenido tendencia a esto. Después de reflexiones brillantes, cuando todo le parecía muy claro, a veces le había costado mucho traducir esos pensamientos al plano del lenguaje, que no expresaba satisfactoriamente las ideas que había estado madurando. Por tanto, hablar siempre le había resultado trabajoso. Pero nunca hasta ese extremo, ese tanteo vacilante, errático, que por lo general fracasaba o lo traicionaba. Frustrante en extremo. Doloroso. Aunque preferible a la afasia de Wernicke, sin duda, en la que uno parloteaba con soltura, ignorante de que nada de lo que decía tenía sentido, asi como él tenía una tendencia premórbida a perder las palabras para las cosas, había personas con tendencia a la afasia de Wernicke sin la excusa de una lesión cerebral, como Art había observado. Sax prefería su propio problema.


Ursula y Vlad habían ido a verlo.

—La afasia es diferente para cada persona —dijo Ursula—. Hay patrones de conducta y grupos de síntomas que por lo general acompañan a determinadas lesiones en adultos diestros. Pero en mentes excepcionales hay muchas excepciones. Ya hemos visto que tus funciones cognitivas han permanecido en un nivel muy alto para alguien con el grado de dificultades de expresión que tú tienes. Probablemente en la mayor parte de tu pensamiento matemático y físico no intervenía el lenguaje.

—Así es.

—Y si era pensamiento geométrico más que analítico, probablemente se localizaba en el hemisferio derecho del cerebro en vez del izquierdo. Y tu hemisferio derecho no sufrió lesiones.

Sax asintió con un movimiento de cabeza, desconfiando de su capacidad para intervenir con palabras.

—Por tanto, las perspectivas de recuperación varían mucho. Casi siempre hay mejoría. Los niños, sobre todo, son muy adaptables. Cuando sufren un traumatismo craneal, incluso una lesión circunscrita puede causarles graves problemas, pero casi siempre se recuperan. Puede extirpársele un hemisferio cerebral entero a un niño si un problema lo requiere, y la mitad restante reaprende todas las funciones. Eso se debe al increíble crecimiento del cerebro del niño. En los adultos es diferente. Ya se ha producido la especialización, de modo que las lesiones en áreas concretas causan un daño limitado y específico. Pero una vez que se destruye una capacidad en un cerebro maduro, no se observa con demasiada frecuencia una mejora significativa.

—El trat. El tratamiento.

—Exactamente. Pero verás, el cerebro es precisamente uno de los lugares en los que el tratamiento de gerontología tiene dificultades para penetrar. Hemos estado trabajando, sin embargo, y hemos diseñado un paquete de estímulos para administrar en conjunto con el tratamiento cuando nos enfrentamos a casos de lesión cerebral. Puede llegar a convertirse en parte regular del tratamiento, si los ensayos siguen dando buenos resultados. No lo hemos ensayado con demasiados humanos todavía. La inyección incrementa la plasticidad cerebral mediante la estimulación del crecimiento del axón y las dendritas, y de la sensibilidad de las sinapsis de Hebb. El cuerpo calloso se ve particularmente afectado, y el hemisferio opuesto a la mitad dañada. El aprendizaje puede construir nuevas redes neuronales completas allí.

—Adelante —dijo Sax.


La destrucción es creación. Convertirse en un niño pequeño. El lenguaje como un espacio, una suerte de notación matemática. Idealizaciones geométricas en el laboratorio de la memoria. Lectura. Mapas. Códigos, sustituciones, el nombre secreto de las cosas. La gloriosa irrupción de una palabra. La alegría de la charla. La longitud de onda de cada color, por número. Esa arena es naranja, tostada, dorada, amarilla, siena, ámbar, ámbar oscuro, ocre. Ese cielo es cerúleo, cobalto, lavanda, malva, violeta, azul de Prusia, índigo, berenjena, azul de medianoche. El placer de mirar las escalas de colores con sus nombres, la rica intensidad de los colores, el sonido de las palabras… Sax quería más. Un nombre para cada longitud de onda del espectro visible, ¿y por qué no? ¿Por qué ser tan mezquinos? La longitud de onda de.59 micras es mucho más azul que la.6, y la.61 es mucho más roja… Necesitaban más palabras para los púrpuras, de la misma manera que los esquimales necesitaban más palabras para la nieve. Siempre se usaba ese ejemplo: los esquimales tenían unas veinte palabras para la nieve; pero los científicos tenían más de trescientas palabras para la nieve, ¿y quién le había dado crédito a los científicos por prestar atención a su mundo? No había dos copos de nieve iguales. Identidad. Bu, bu. Hueso, oso, huso, eso. Bu. ¡El lugar donde mi brazo se dobla es el codo! ¡Marte parece una calabaza! El aire es frío. Y está envenenado de dióxido de carbono.

Había trozos de su charla interior que se componían enteramente de viejos clichés, que sin duda venían de lo que Michel llamaba actividades «sobreaprendidas» en el pasado, tan enraizadas en su mente que habían sobrevivido a la lesión. Diseño limpio, datos válidos, partes por millón, resultados negativos. Apareciendo entre esas cómodas formulaciones, como si viniesen de otro idioma, las nuevas percepciones, y las nuevas frases vacilantes para expresarlas. Sinergias sinápticas. Cualquier charla, viniese de donde viniese, era bien recibida. La alegría de la normalidad. Y él la había dado por supuesta. Michel iba a hablar con el cada día, y lo ayudaba a construir ese nuevo cerebro. Michel tenia algunas creencias alarmantes para un hombre de ciencia. Los cuatro elementos, los cuatro temperamentos, formulaciones alquímicas, posiciones filosóficas presentadas como científicas.

—¿Me preguntaste una vez si yo podría convertir el plomo en oro?

—Creo que no.

—¿Por qué pasas tanto tiempo hablando conmigo, Michel?

—Porque disfruto hablando contigo, Sax. Dices cosas nuevas cada día.

—Me gusta esto de arrojar las cosas con la mano izquierda.

—Ya lo veo. Es muy probable que acabes siendo zurdo. O ambidextro, debido a que tu hemisferio izquierdo es tan poderoso. No creo que se retrase mucho, sin importar la gravedad de la lesión.

—Marte parece una bola de vicios planetesimales con un corazón de hierro.


Desmond voló con él hasta el refugio rojo del Cráter Wallace, donde Peter solía alojarse con frecuencia. Y estaba allí, Peter, el hijo de Marte, alto, veloz y fuerte, grácil, amable aunque impersonal, distante, absorto en su trabajo y su vida. Igual que Simón. Sax le explicó lo que quería hacer y por qué. Aún tropezaba al hablar de cuando en cuando. Pero había mejorado tanto que no le importaba. ¡Adelante! Era como hablar en otro idioma. Todos los idiomas era extranjeros para él ahora. Excepto su dialecto de bromas. Pero no le exasperaba. Al contrario, era un alivio hacerlo tan bien, ver cómo se disipaba la niebla que cubría los nombres, con las conexiones entre mente y boca restauradas, aunque fuese de manera arriesgada. Era una oportunidad de aprender. A veces prefería esa nueva forma. La realidad de uno podía muy bien depender del paradigma científico propio, pero en rigor dependía de la estructura cerebral. Cámbiala y tus paradigmas la seguirán. No se puede luchar contra el progreso. Ni contra la diferenciación progresiva.

—¿Comprendes?

—Oh, claro que comprendo —dijo Peter, esbozando una amplia sonrisa—. Creo que es una buena idea. Muy importante. Tardaré unos días en preparar el avión.

Ann llego al refugio, parecía vieja y cansada. Saludó a Sax, la vieja antipatía tan intensa como siempre. Sax no supo que decirle. ¿Era ése un nuevo problema?

Decidió esperar a que Peter hablase con ella, y ver si eso cambiaba algo las cosas. Esperó. Ahora, si no hablaba, nadie lo molestaba. Ventajas por todas partes.

Ann regresó de una charla con Peter para comer con los otros rojos en la sala común, y sí, lo miró con curiosidad. Lo observaba por encima de las cabezas de los otros como si inspeccionase un nuevo acantilado en el paisaje marciano. Concentrada y objetiva. Evaluadora. Un cambio de estatus en un sistema dinámico es un dato que habla de la teoría. Apoyándola o poniéndola en duda ¿Qué eres tú? ¿Por qué haces esto?

Él mantuvo la mirada de Ann con calma, trató de pararla y devolverla. Sí, todavía soy Sax. He cambiado. ¿Quién eres tu? ¿Por qué no has cambiado? ¿Por qué sigues mirándome de esa manera? He sufrido una lesión. El individuo premórbido ya no existe, no del todo. Me he sometido a un tratamiento experimental, me siento bien, ya no soy el hombre que tú conociste. ¿Y por qué tú no has cambiado?

Si demasiados datos perturban la teoría, tal vez la teoría no sea correcta. Si la teoría es básica, quizás haya que cambiar el paradigma.

Ann se sentó para comer. Dudaba de que ella hubiese leído su mente con tanto detalle. ¡Pero era tan agradable poder mirarla a los ojos!


Entró en la pequeña carlinga con Peter y justo después del lapso marciano rodaron por la pista de roca, aceleraron y enfilaron hacia el cielo negro; el aerodinámico avión espacial vibraba debajo de ellos. Sax se acomodó en el asiento, aplastado contra él, mientras el gran avión subía esa colina asintótica hasta lo alto de su curso. Redujeron la velocidad conforme atravesaban con suavidad la alta estratosfera. Hicieron la transición de avión a cohete cuando la densidad de la atmósfera alcanzó su más mínima expresión, a cien kilómetros de altura, donde los gases del cóctel Russell eran aniquilados diariamente por los rayos ultravioletas que caían sobre el planeta. Las planchas del avión estaban al rojo. A través del filtro de la carlinga se veían del color del sol al atardecer. Sin duda les afectaba la visión nocturna. Debajo, el planeta estaba oscuro, excepto por las débiles manchas de los glaciares iluminados por las estrellas en la Cuenca de Hellas. Continuaban subiendo. Un viraje amplio. Las estrellas llenaban la negrura de lo que parecía un inmenso hemisferio negro sobre un inmenso plano negro. El cielo nocturno, el Marte nocturno. Subieron y subieron. El fuselaje incandescente mostraba ahora un amarillo traslúcido, alucinantemente brillante. Lo último salido de Vishniac, diseñado en parte por Spencer, y fabricado con un compuesto intermetálico, sobre todo de titanio-aluminio, convertido en un superplástico para fabricar las piezas del aparato de alta resistencia al calor, como las turbinas exteriores, que se oscurecieron un poco cuando subieron y se enfriaron. Sax imaginaba la hermosa celosía de titanio-aluminio, estructurado como un tapiz de nodoides y catenoides, como anzuelos y ojos, vibrando violentamente con el calor. Construían cosas extraordinarias en esos tiempos. Aviones aire— espacio. Salir al patio trasero de tu casa y volar a Marte en una lata de aluminio.

Sax explicó lo que quería hacer después de eso. Peter rió.

—¿Crees que Vishniac podrá hacerlo?

—Oh, desde luego.

—Hay algunas dificultades de diseño.

—Lo sé, lo sé. Pero ellos las resolverán. Vaya, uno no tiene que ser un experto en cohetes para ser un experto en cohetes.

—Eso es muy cierto.

Peter canturreó para pasar las horas. Sax lo acompañaba siempre que conocía las letras, como en Dieciséis toneladas, una canción satisfactoria. Peter le contó cómo había escapado del ascensor que caía. Lo que se sentía flotando en un traje EVA, solo durante dos días.

—De alguna manera le tomé el gusto después de aquello. Ya sé que suena extraño.

—Lo comprendo.

—Las formas allí afuera eran tan grandes y puras. El color de las cosas. ¿Qué se siente al tener que aprender a hablar otra vez?

—Tengo que concentrarme para hacerlo. Tengo que pensar mucho. Las cosas me sorprenden constantemente. Cosas que sabia pero había olvidado. Cosas que nunca supe. Las que aprendí justo antes de la lesión. Ese período por lo general permanece oculto. Pero fue muy importante. Cuando estuve trabajando en el glaciar. Tengo que hablar con tu madre de eso. No es como ella piensa. Ya sabes, la tierra. Las nuevas plantas ahí afuera. El sol como una mariposa amarilla. No tiene por qué ser…

—Deberías hablar con ella.

—Me detesta.

—Habla con ella cuando regresemos.

El altímetro indicaba 250 kilómetros sobre la superficie. El avión enfilo hacia Casiopea. Cada estrella tenía un color definido, distinto de cualquier otro. Debajo, sobre el borde oriental del disco oscuro, apareció el terminador, de un negro rayado de ocres arenosos y sombras. La delgada medialuna de Marte iluminada por el sol hizo que de pronto Sax percibiese el disco como una gran esfera. Una bola girando a través de la galaxia de estrellas. El inmenso continente-montaña de Elysium se elevaba en el horizonte, perfectamente delimitado por las sombras horizontales. Veían el largo desfiladero, Hecates Tholus semioculta detrás del cono del Monte Elysium y Albor Tholus a un lado.

—Ahí la tenemos —dijo Peter, y la señaló. Sobre ellos, al este el borde oriental de la lupa espacial parecía de plata en la luz de la mañana; el resto se sumergía en la sombra del planeta.

—¿Estamos ya suficientemente cerca? —preguntó Sax.

—Casi.

Sax volvió a mirar la medialuna cada vez más gruesa de la mañana. Sobre las oscuras y agrestes tierras altas de Hesperia, una nube de humo se hinchaba desde la superficie oscura más allá del terminador y se expandía en la luz. Incluso a esa altura estaban dentro de la nube, en la parte que ya no era visible. La lupa estaba suspendida sobre esa corriente térmica invisible, empleando su ascensión y la presión de la luz solar para mantenerse en posición sobre la zona quemada.

Ahora toda la lupa estaba iluminada por el sol: parecía un inmenso paracaídas de plata con nada bajo él. En el brillo argénteo había notas violeta, del color del cielo. La copa era una sección de esfera, de mil kilómetros de diámetro, el centro unos cincuenta kilómetros por encima del borde. Girando como un Frisbee. Había un agujero en el pico, por el que entraba la luz del sol. En el resto de la lupa, las bandas circulares de espejo que formaban la copa reflejaban la luz procedente del sol y la soletta, hacia adentro y abajo, concentrándola en un punto que se desplazaba sobre la superficie de Marte, de tal modo que encendía el basalto. Los espejos de la lupa alcanzaban casi los 900°K, y la roca licuada, abajo, los 5000. Y liberaba los productos volátiles.

Mientras estudiaba el gran objeto que volaba por encima de ellos, en la mente de Sax apareció la imagen de una lupa sostenida sobre hierbas secas y la rama de un álamo temblón. Humo, llama, fuego. Los rayos del sol concentrados. Un asalto de fotones.

—¿No estamos ya suficientemente cerca? Parece que la tenemos justo encima.

—No, estamos a bastante distancia del borde. No conviene meterse debajo de esa cosa, aunque supongo que no podría freírnos. Por otra parte, se desplaza sobre la zona quemada a casi mil kilómetros por hora.

—Como los aviones de reacción cuando yo era joven.

—¡Ajá! —Unas luces verdes parpadearon en uno de los paneles.

—Bien allá vamos.

Tiró de la palanca de dirección y el avión se irguió y subió directamente hacia la lupa, que estaba cien kilómetros por encima de ellos y bastante más al oeste. Peter apretó un botón. El avión se viro cuando una batería de misiles apareció debajo de las cortas alas. Los misiles se encendieron como bengalas de magnesio, salieron disparados hacia arriba, hacia la lente. Agujas de fuego amarillo con rumbo a ese enorme ovni de plata que rápidamente se perdieron de vista. Sax esperó, la boca apretada, e intentó detener sus parpadeos.

El borde frontal de la lente empezó a deshacerse. Era un ingenio frágil, nada más que un gran cáliz giratorio de bandas de paneles solares, y se deshizo con sorprendente rapidez: el borde frontal giró y luego empezó a caer, arrastrando unas largas serpentinas. Un millón y medio de toneladas de paneles solares, desagregándose mientras ondeaban en su trayectoria descendente, que parecía lenta dadas las dimensiones de la lupa, aunque probablemente la enorme masa de material se desplazaba muy por encima de la velocidad límite de impacto. Una buena porción de ella se consumiría antes de alcanzar la superficie. Lluvia de sílice.

Peter viró al este y la siguió en su descenso, manteniéndose a una distancia prudencial. Y así pudieron seguir viéndola debajo de ellos en el cielo violeta de la mañana, mientras la masa principal de la lente se calentaba hasta incendiarse, como un gran cometa amarillo con una enredada cabellera de plata, precipitándose hacia el planeta rojizo. Toda ella cayó.

—Buen disparo —dijo Sax.


En el Cráter Wallace los recibieron como a héroes. Peter rechazó todos los elogios.

—Fue idea de Sax, el vuelo en sí no tuvo nada de particular, un vuelo de reconocimiento excepto por el disparo. No sé porque no se nos había ocurrido antes.

—Acaban de colocar otra en posición. —dijo Ann, un poco apartada del grupo, mirando a Sax con una curiosa expresión.

—Pero son muy vulnerables —dijo Peter.

—Misiles aire-espacio —dijo Sax, nervioso—. ¿Pueden inventar… inventariar todos los objetos en órbita?

—Ya lo hemos hecho —dijo Peter—. Hay algunos que no hemos conseguido identificar, pero la mayoría son muy evidentes.

—Me gustaría ver la lista.

—Me gustaría hablar contigo —le dijo Ann taciturna.

Y los demás abandonaron rápidamente la habitación, moviendo las cejas y mirándose unos a otros como un puñado de Art Randolphs.

Sax se sentó en una silla de bambú. Era una habitación pequeña y sin ventanas. Podía haber sido una de las cámaras abovedadas de la Colina Subterránea, como en el pasado. La forma era la misma, y las texturas. El ladrillo era un material muy estable. Ann arrastró una silla y se sentó frente a él, inclinándose hacia adelante para mirarle a la cara. Parecía envejecida. La alabada líder de los rojos, feroz, obsesionada. Sax sonrió.

—¿No es tiempo de que te hagas el tratamiento gerontológico? —dijo la boca de él, sorprendiéndolos a los dos.

Ann ignoró la pregunta, como si fuese una impertinencia.

—¿Por qué querías derribar la lupa? —dijo ella, taladrándolo con la mirada.

—No me gustaba.

—Eso ya lo sé. ¿Pero por que?

—No era necesaria. Las cosas ya se están calentando bastante deprisa. No hay razón para correr más. Ni siquiera necesitamos mucho más calor. Y estaba liberando enormes cantidades de dióxido de carbono. Costará mucho eliminarlo. Y estaba tan bien anclado… Es difícil sacar el dióxido de carbono de los carbonatos. Mientras uno no funda la roca, permanece allí. —Hizo un ademán de disgusto.— Era una estupidez. Sólo lo hacían porque podían. Canales. No creo en los canales.

—O sea que ése no te parecía el tipo de terraformación apropiado.

—Exactamente. —Sostuvo la mirada de ella con calma.— Creo en la terraformación definida en Dorsa Brevia. Tú firmaste también. Si no recuerdo mal.

Ella negó con la cabeza.

—¿No? Pero los rojos firmaron. Ella asintió.

—Bien… Lo comprendo. Ya te he dicho esto mismo antes. Viable para los humanos hasta cierta altura. Por encima de esta, aire tenue y frío. Despacio. Ecopoyesis. No me gusta ninguno de los nuevos grandes métodos de la industria pesada. Quizás un poco de nitrógeno de Titán. Pero nada más.

—¿Qué me dices de los océanos?

—No lo sé. ¿No podríamos ver qué pasa sin bombear?

—¿Y la soletta?

—No sé. La insolación adicional implica necesitar menos derivados de los gases industriales. O de otros métodos. Pero podríamos haberlo conseguido sin ella. Creí que los espejos del amanecer eran suficientes.

—Pero ya no está en tus manos.

—No.

Permanecieron en silencio un rato. Ann parecía pensativa. Sax observó su rostro devastado, preguntándose cuándo habría recibido el último tratamiento. Ursula recomendaba repetirlo cada cuarenta años, como mínimo.

—Estaba equivocado —dijo la boca de Sax. Ella lo miró y él trató de seguir el pensamiento. Todo consistía en formas, geometrías, elegancia matemática. Caos recombinante en cascada. La belleza es la creación de un extraño amante—. Deberíamos haber esperado antes de empezar. Unas cuantas décadas de estudio del estado primitivo. Nos habría sugerido el proceder a seguir. No creí que las cosas cambiarían tan deprisa. Mi idea original era algo más en la línea de la ecopoyesis.

Ella apretó los labios.

—Pero ahora es demasiado tarde.

—Sí, lo siento. —Volvió una palma hacia arriba y la inspeccionó. Las líneas eran las mismas de siempre.— Deberías hacerte el tratamiento.

—No pienso repetirlo nunca más.

—Oh, Ann, no digas eso. ¿Lo sabe Peter? Te necesitamos… Te necesitamos.

Ella se levantó y salió de la habitación.


El siguiente proyecto de Sax era más complejo. Aunque Peter confiaba en el éxito, la gente de Vishniac vacilaba. Sax explicó el plan lo mejor que pudo y Peter ayudó. Las objeciones se centraron en los detalles prácticos. ¿Demasiado grande? ¿Alistar más bogdanovistas? ¿No se puede ocultar? Interrumpan la red de vigilancia. La ciencia es creación, les dijo. Esto no es ciencia, replicó Peter. Es ingeniería. Mijail pensaba lo mismo, pero le gustaba esa parte. Ecotaje, una rama de la ingeniería ecológica. Pero complicada de organizar. Alisten a los suizos, dijo Sax. O al menos comuníquenles el plan. A ellos no les gusta la vigilancia. Comuníquenselo a Praxis.

El proyecto empezó a tomar forma. Pero pasó mucho tiempo antes de que Peter y Sax volaran otra vez en el avión espacial. Esta vez subieron muy por encima de la estratosfera. Veinte mil kilómetros por encima de ella, hasta que se aproximaron a Deimos.

La gravedad de la pequeña luna era tan ligera que fue más un acoplamiento que un aterrizaje. Jackie Boone, que había participado en el proyecto, principalmente para estar cerca de Peter (la jugada fue muy evidente), pilotaba el avión. Durante la aproximación, Sax disfrutó de una vista magnífica desde la carlinga. La negra superficie de Deimos parecía cubierta de una gruesa capa de regolito polvoriento: los cráteres estaban casi sepultados, eran apenas unos hoyuelos circulares en el manto de polvo. La pequeña luna oblonga no era regular, sino que estaba compuesta de varias facetas redondeadas, casi un elipsoide triaxial. Un viejo desembarcador robot descansaba en el centro del Cráter Voltaire; los patines de aterrizaje estaban enterrados, las patas articuladas y las cajas cobrizas empañadas por un fino polvo oscuro.

Habían elegido como lugar de aterrizaje una de las crestas que separaban las facetas; allí una roca desnuda de color más claro sobresalía del manto de polvo. Las crestas eran antiguas cicatrices de espalación que marcaban los puntos donde unos impactos tempranos habían arrancado pedazos de la minúscula luna. Jackie hizo descender la nave suavemente hasta la cresta, al oeste de los cráteres Swift y Voltaire. La órbita de Deimos estaba determinada por las mareas, como la de Fobos, lo que favorecía el proyecto. El punto submarciano servía como punto 0°, tanto de latitud como de longitud, un plan muy sensato. La cresta de aterrizaje estaba cerca del ecuador, en la longitud 90°. Aproximadamente a un paseo de diez kilómetros del punto submarciano.

Cuando se aproximaron a la cresta, el borde de Voltaire desapareció bajo el negro horizonte curvo. Cuando el cohete se posó los gases del escape levantaron una nube de polvo. Sólo había unos pocos centímetros de polvo cubriendo la roca. Condrito carbonoso, de cinco mil millones de años de antigüedad. Se posaron con un golpe seco, rebotaron y luego volvieron a posarse lentamente. Sax sentía la atracción hacia el suelo del avión, pero era muy ligera. Probablemente él no pesaba más de un par de kilos.

Otros aviones se posaron en la cresta a ambos lados, proyectando nubes de polvo al vacío al descender lentamente. Todos los aviones rebotaron al primer impacto, y luego se posaron con suavidad entre el polvo. Al cabo de media hora había ocho aviones en fila sobre la cresta, recortándose sobre los reducidos horizontes. Ofrecían un extraño espectáculo: los elementos intermetálicos de las superficies redondeadas resplandecían como quitina bajo la claridad quirúrgica de la luz solar desnuda, y la claridad del vacío iluminaba los bordes con nitidez. Una imagen onírica.

Cada avión transportaba un componente del sistema. Perforadoras, cavadoras de túneles y trituradoras robóticas. Galerías de canalización del agua, preparadas para derretir las venas de hielo de Deimos. Una planta procesadora para separar el agua pesada, más o menos una parte por cada 6.000 de agua corriente. Otra planta para procesar deuterio a partir del agua pesada. Un pequeño tokamak, que se alimentaría de la fusión del deuterio-deuterio. Por último, cohetes guía, aunque la mayoría de ellos venía en los aviones que habían aterrizado en la otra cara de la luna.

Los técnicos bogdanovistas que habían venido con el equipo se ocuparon de la mayor parte de la instalación. Sax se metió en uno de los abultados trajes presurizados y bajó a la superficie, con la idea de ver si el avión que transportaba el cohete guía para la región Swift-Voltaire había aterrizado.

Las grandes botas térmicas llevaban lastre, y se alegró de que así fuese; la velocidad de escape no era mayor de veinticinco kilómetros por hora, lo que significaba que si uno echaba a correr podía dar un salto y salir de la luna. Le costaba mucho mantener el equilibrio. Millones de diminutos movimientos lo llevaban a uno con ellos. Cada paso levantaba una densa nube de polvo negro, que se posaba lentamente sobre la superficie. Había rocas diseminadas sobre el polvo, por lo general en los pequeños agujeros que habían abierto al caer. Deyecciones que sin duda habían orbitado alrededor de la pequeña luna muchas veces después de salir despedidas, antes de volver a caer en ella. Recogió una roca que parecía una pelota de béisbol negra. La lanzó a la velocidad adecuada, se volvió, esperó a que diese una vuelta a la luna y la detuvo a la altura del pecho. Eliminado a la primera. Un nuevo deporte.

El horizonte estaba solo a unos pocos centenares de metros, y cambiaba perceptiblemente con cada paso: bordes de cráteres y bloques de roca aparecían en el filo polvoriento mientras el avanzaba con dificultad. La gente que había tras las cresta, entre los aviones, aparecía ahora inclinada hacia el. Como el Principito. La claridad era asombrosa. Sus pisadas abrieron un profundo sendero. Las nubes de polvo flotaban sobre las pisadas y luego se asentaban, cuatro o cinco pasos atrás.

Peter salió de la nave y caminó hacia él, y Jackie lo siguió. Peter era el único hombre que atraía de veras a Jackie, intensa e inevitablemente, como a un objeto orbital, y la mujer herida de amor suspiraba por la declinación de la órbita. Peter era también el único hombre que no respondía a la atención amorosa de Jackie. La perversidad del corazón. Como en la atracción que él mismo había sentido hacia Phyllis, una mujer que detestaba, o como su deseo de conseguir la aprobación de Ann, una mujer que lo detestaba. Una mujer con puntos de vista insensatos. Pero quizás había alguna racionalidad en todo ello. Si alguien pierde la cabeza por ti, forzosamente te preguntas por qué. Algo por el estilo.

Jackie seguía a Peter como un perro, y aunque los visores eran de color cobre, Sax comprendió por sus movimientos que ella estaba hablando con Peter, tratando de engatusarlo de algún modo. Sax sintonizó la frecuencia común y se introdujo en la conversación.

—… por qué los llaman Swift y Voltaire —decía Jackie.

—Ambos predijeron la existencia de las lunas marcianas en sus libros, escritos un siglo antes de que las descubrieran —contestó Peter—. En Los viajes de Gulliver, Swift incluso da las distancias que las separan del planeta y sus períodos orbitales, y no andaba muy desencaminado en sus cálculos.

—¡Bromeas!

—No.

—¿Cómo se las arregló para saberlo?

—No lo sé. Pura suerte, supongo. Sax carraspeó.

—Secuencia.

—¿Qué? —dijeron.

—Venus no tenía luna; la Tierra, una; Júpiter, cuatro. Marte debía de tener dos. Y como no podían verlas, seguramente eran muy pequeñas. Y cercanas, por tanto veloces.

Peter rió.

—Swift debía ser un tipo muy listo.

—O su fuente. Pero sigue siendo suerte. Porque la secuencia es pura coincidencia.

Se detuvieron en otra cresta de espalación, desde la que alcanzaban a ver el Cráter Swift, una cresta casi enterrada en el horizonte próximo. Un pequeño avión espacial gris se levantaba en medio del polvo negro como un milagro. Sobre sus cabezas, Marte llenaba casi todo el cielo, un vasto mundo naranja. La noche avanzaba a través de la medialuna oriental. Isidis estaba directamente sobre ellos, aunque no pudo distinguir Burroughs, las llanuras al norte, aparecieron salpicadas de grandes manchas blancas. Los glaciares se reunían para formar lagos de hielo, y el principio de un océano de hielo. Oceanus Borealis. Una capa de nubes onduladas flotaba pegada a la superficie, y esa visión le recordó de súbito a Sax la Tierra vista desde el Ares. Un frente de nubes blancas que bajaba de Syrtis Mayor. El dibujo de nubes blancas tenía el mismo aspecto que habría tenido en la Tierra. Ondas cíclicas de partículas de condensación.

Dejó la cresta y regresó a los aviones. Las botas altas y rígidas eran lo único que lo mantenía erguido, y le dolían los tobillos. Era como caminar por el fondo del mar, sólo que sin encontrar resistencia. El océano del universo. Se agachó y escarbó en el polvo; no encontró roca dura en los primeros diez centímetros, ni en los veinte siguientes. Podía muy bien estar a cinco o diez metros de profundidad, o incluso más. Las nubes de polvo que había levantado tardaron unos quince segundos en posarse de nuevo en el suelo. El polvo era tan fino que en cualquier atmósfera habría permanecido en suspensión indefinidamente. Pero en el vacío caía como todo lo demás. Deyecciones. Sencillamente no había nada que las retuviese. Uno podía arrojar el polvo al espacio. Cruzó una cresta baja y de pronto pudo ver la llanura inclinada de la siguiente faceta. Era evidente que la luna estaba modelada como una herramienta paleolítica, las facetas talladas por antiguos golpes. Elipsoide triaxial. Era curioso que tuviera una órbita tan circular, una de las más circulares del sistema solar. No lo que uno esperaría de un asteroide atrapado o de un pedazo arrancado de Marte por un gran impacto. ¿Entonces qué? Una captura antiquísima, y cuerpos en otras órbitas que regularizan sus movimientos. Fractura, fractura. Espalación. El lenguaje era tan hermoso. Las rocas golpeaban otras rocas en el océano del espacio. Arrancaban pedazos y se los llevaban. Hasta que todos caían en el planeta o bien lo esquivaban y seguían su camino. Todos menos ellos, dos entre millones. Una bomba lunar. Una caseta de tiro. Rotando más deprisa que Marte, de modo que cualquier punto de la superficie marciana la tenía en el cielo durante sesenta horas. Conveniente. Lo conocido era más peligroso que lo desconocido. Los aviones subiendo sobre el horizonte parecían absurdos, como insectos de un sueño, quitinosos, articulados, coloreados, diminutos contra la oscuridad llena de estrellas, sobre la roca cubierta por el manto de polvo. Sax trepó hasta la antecámara.


Pasaron unos meses, él estaba solo en Echus Chasma, y al fin los robots en Deimos terminaron la construcción, y el deuterio encendió el impulsor. El impulsor arrojaba mil toneladas de roca aplastada por segundo, a una velocidad de doscientos kilómetros por segundo. Todo eso salió disparado tangente a la órbita y en el plano orbital. En cuatro meses, cuando aproximadamente la mitad de la masa de la luna hubiera sido expulsada, el motor se detendría. Deimos estaría entonces a 614.287 kilómetros de distancia de Marte, según los cálculos de Sax, y saliendo de la influencia de Marte para convertirse en un asteroide de nuevo libre.

Por el momento volaba en el cielo nocturno, una patata gris irregular, menos luminosa que Venus o Terra, salvo que ahora había un cometa resplandeciendo en su costado. Todo un espectáculo. Aparecía en las noticias de los dos mundos. ¡Escandaloso! Levantó controversia incluso entre la resistencia, donde la gente se declaraba a favor o en contra. Riñas tontas. Hiroko se hartaría de ellas y se largaría, él la comprendía muy bien. Sí, no, qué, dónde. ¿Quién lo hizo? ¿Por qué?

Ann apareció en su muñeca para hacerle las mismas preguntas, y parecía furiosa.

—Era una perfecta plataforma de ataque —dijo Sax—. Si la hubiesen convertido en una base militar, como hicieron con Fobos, habríamos estado indefensos.

—¿De modo que lo hiciste por la remota posibilidad de que se convirtiese en una base militar?

—Si Arkadi y su grupo no se hubiesen ocupado de Fobos, no habríamos podido hacerle frente. Nos habrían matado a todos. Además, los suizos se habían enterado de que planeaban hacerlo.

Ann meneaba la cabeza y lo miraba como si estuviese loco. Un saboteador chalado. Según como él lo veía era como si la sartén le dijese al cazo no te acerques que me tiznas. Él le sostuvo la mirada con determinación. Cuando ella cortó la comunicación, se encogió de hombros y llamó a los bogdanovistas.

—Los rojos tienen un catálogo de todos los objetos en orbita alrededor de Marte. Por tanto necesitamos sistemas de seguimiento superficie-espacio. Spencer ayudará. Silos ecuatoriales. Agujeros de transición abandonados. ¿Comprenden?

Ellos dijeron que sí. No hacía falta ser un científico de cohetes. Y la situación se agravaba, no serían aplastados desde el espacio.

Un tiempo después, Sax no estaba seguro de cuánto, Peter apareció en la pequeña pantalla del rover-roca que Desmond le había prestado.

—Sax, estoy en contacto con algunos amigos que trabajan en el ascensor, y como Deimos está acelerando, la oscilación del cable para esquivarlo está desfasada. Parece que en el próximo paso orbital chocará contra el ascensor, pero mis amigos no consiguen que la IA de navegación del cable les responda. Al parecer está reforzada para evitar las entradas desde el exterior, para evitar los sabotajes, ya sabes, y no consiguen introducir el dato de que Deimos ha cambiado de velocidad. ¿Tienes alguna sugerencia?

—Dejen que lo descubra por sí misma.

—¿Cómo?

—Introdúzcanle los datos sobre Deimos. Está obligada a aceptarlos. Y está programada para evitar la colisión. Confíen en ella.

—¿Que confiemos en ella?

—Bien, hablen con ella.

—Lo estamos intentando, Sax. Pero el programa antisabotaje está muy reforzado.

—La IA programa las oscilaciones para evitar a Deimos. Mientras eso esté en su lista de objetivos, estarán a salvo. Sólo proporciónenle los datos.

—De acuerdo. Lo intentaremos.

Era de noche y Sax salió. Vagaba en la oscuridad, bajo la inmensa pared del Gran Acantilado, justo al norte del punto donde Kasei Vallis irrumpía. Sei significaba «estrella» en japonés, y ka «fuego». Estrella de fuego. Ocurría lo mismo con el chino: huo era la sílaba que los japoneses pronunciaban ka, y hsing, sei. Una palabra china, Huo Hsing, «estrella de fuego», ardiendo en el cielo. Ellos decían que Ka era el nombre que el pequeño pueblo le daba. Vivimos sobre fuego. Sax estaba plantando semillas, enterrando apenas las pequeñas nueces duras en la arena del abismo. Johnny Fireseed [1]. Deimos ardía en el sur meridional, perdiendo lentamente su curso entre las estrellas, deslizándose hacia el oeste con paso lento, ahora empujado por el diminuto cometa que ardía en su borde oriental. El ascensor que subía desde Tharsis era invisible; quizás el nuevo Clarke era una de las estrellas menores en el cielo sudoccidental, era imposible decirlo. Pateó una roca sin querer, se inclinó y plantó otra semilla. Cuando terminase con las semillas, le quedarían unos brotes de un nuevo liquen por distribuir. Una especie chasmoendolítica, muy resistente, de propagación rápida, que bombeaba oxígeno a buen ritmo, con un índice superficie-volumen muy alto. Muy seco.


La consola de muñeca emitió un pitido, y él pasó la voz al intercomunicador del casco para poder seguir sacando las pequeñas nueces del bolsillo lateral y enterrándolas en la arena, con cuidando de no dañar las raíces de ninguno de los carrizos u otras especies que moteaban la superficie como peludas piedras oscuras.

Era Peter y sonaba excitado.

—Sax, Deimos se está acercando a ellos y la IA parece haber advertido que no se encuentra en el punto habitual de la órbita. Dicen que ha estado reflexionando. Los cohetes de posición de ese sector se han puesto en marcha, así que estamos seguros de que el sistema responderá.

—¿Pueden calcular la oscilación?

—Sí, pero la IA sigue mostrándose recalcitrante. Es una estúpida cabezota, los programas de seguridad son casi inaccesibles. Sólo podemos aventurar, por cálculos independientes, que evitará la colisión por muy poco.

Sax se enderezó e hizo sus propios cálculos en la consola de muñeca.

Habían empezado con un período orbital de Deimos de aproximadamente 109.077 segundos. El impulsor ya llevaba tiempo funcionando, Sax no sabía cuánto, tal vez alrededor de un millón de segundos, acelerando significativamente a la pequeña luna, pero también ampliando el radio de la órbita. Siguió tecleando en aquel silencio absoluto. Normalmente, cuando Deimos pasaba junto al cable del ascensor, éste se encontraba en su punto máximo de oscilación en ese sector, alejado unos cincuenta kilómetros o más, una distancia que implicaba una perturbación gravitacional tan insignificante que ni siquiera era necesario incluirla en los cálculos de ajuste de los cohetes de posición. Esta vez, la aceleración y el desplazamiento hacía el exterior de Deimos invalidaría los cálculos; el cable se desplazaría hacia el plano orbital de Deimos demasiado pronto. Así que había que retrasar la oscilación de Clarke y ajustarla en toda la longitud del cable. Un asunto complicado. No sorprendía, pues, que la IA no pudiera mostrar lo que estaba haciendo con demasiado detalle. Estaba demasiado ocupada conectándose a las otras IA para tener la capacidad de cálculo necesaria para la operación. Los protagonistas —Marte, el cable, Clarke, Deimos— constituían un atractivo panorama.

—Muy bien, ahí va, al encuentro de ellos —dijo Peter.

—¿Están tus amigos en la órbita? —preguntó Sax, sorprendido.

—Están unos doscientos kilómetros por debajo, pero la cabina del ascensor en la que viajan está subiendo. Me han conectado a sus cámaras, y… ¡eh!, ahí viene… ¡Sí! ¡Oh! ¡Ka bum, Sax, ha pasado a tres kilómetros! ¡Pasó como un relámpago delante de la cámara!

—La distancia poco importa.

—¿Qué quieres decir?

—Al menos en el vacío. —Pero esta vez hablaban de algo más que de una roca que pasaba.— ¿Qué hay de la cola de deyecciones del impulsor?

—Lo preguntare… Han pasado, dicen.

—Bien. —Sax cortó la comunicación. Buena previsión por parte de la IA. Unas pocas pasadas más y Deimos estaría por encima de Clarke, y el cable ya no tendría que volver a esquivarla. Mientras tanto, si la IA de navegación se percataba del peligro, como evidentemente ocurría ahora, estarían a salvo.

Sax estaba dividido en ese asunto. Desmond había dicho que le encantaría ver caer el cable otra vez. Pero eran pocos los que coincidían con él. Sax había decidido oponerse a cualquier acción unilateral en ese asunto, puesto que no estaba seguro de cuáles eran sus sentimientos con respecto a ese vínculo con la Tierra. Sería mejor limitar las acciones unilaterales a aquello sobre lo que no tenía dudas. Se inclinó y plantó otra semilla.

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