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Pocos minutos después de que se abriera la compuerta exterior, la nave extraterrestre realizó idéntica maniobra. Dispositivos impermeabilizados tomaron contacto con la nave exploratoria, aislando ambas entradas del vacío espacial.

El aire siseó en el pasillo que formaban entre las dos naves las compuertas neumáticas. Se abrió una puerta interior en el vehículo alienígena.

Lesbee contuvo de nuevo la respiración.

Hubo un movimiento en el pasillo. Un ser extraño apareció ante los terrestres, avanzando sin vacilación alguna, y golpeó el vidrio de la compuerta con algo sujeto en la punta de uno de sus cuatro brazos correosos. El recién llegado tenía cuatro patas y cuatro brazos, sobresaliendo de un cuerpo alargado y delgado, que se mantenía en posición erecta. Prácticamente no poseía cuello alguno, aunque las numerosas arrugas de la piel entre el tronco y la cabeza indicaban que gozaba de una gran flexibilidad.

En tanto que Lesbee se fijaba en los detalles de su aspecto, el extraño ser volvió un poco la cabeza, y sus dos grandes e inexpresivos ojos se concentraron en el receptor oculto en la pared que fotografiaba la escena, topándose así con los ojos de Lesbee.

Lesbee parpadeó y luego desvió la mirada. Tragó saliva y movió la cabeza en dirección a Tellier.

– ¡Abrid! -ordenó.

En el instante en que se abría la puerta interior de la nave terrestre, aparecieron sucesivamente en el pasillo otras seis criaturas de cuatro patas, avanzando con la misma seguridad que la primera. Los siete seres cruzaron la abierta puerta de la nave. Y conforme iban entrando, sus pensamientos penetraron en el acto en la mente de Lesbee…

Cuando Dzing y su grupo de abordaje salieron de la pequeña nave karniana para recorrer la compuerta de conexión, el oficial que ostentaba el mando a bordo le envió un mensaje mental.

«La presión y el contenido de oxígeno están dentro de los valores existentes en la superficie de Karn. No hay duda alguna, pueden vivir en nuestro planeta.»

Dzing se introdujo en la nave terrestre y advirtió que se hallaba en la sala de control del vehículo espacial. Allí, por primera vez, vio a los hombres. El y sus acompañantes se detuvieron. Y los dos grupos de seres, los humanos y los karnianos, se observaron mutuamente.

El aspecto de los seres bípedos no sorprendió a Dzing. Con anterioridad, los pulsovisores habían penetrado las paredes metálicas de la nave y fotografiado con exactitud la forma y dimensión de sus ocupantes.

La primera orden a su tripulación pretendía comprobar si los extranjeros se rendían de verdad.

«Dad a entender a los prisioneros que necesitamos que se desnuden como medida de precaución.»

Lesbee no estuvo seguro respecto a si aquellos seres recibían o no los pensamientos humanos igual que él recibía los suyos… hasta que se dio la última orden. Desde el primer momento, los extraterrestres mantuvieron sus conversaciones mentales como si no conocieran los pensamientos de los seres humanos. Ahora, observó a los karnianos que se acercaban. Uno de ellos le tiró significativamente de la ropa. Y ya no le cupo duda alguna.

La telepatía mental sólo funcionaba en una dirección: de los karnianos a los humanos.

Lesbee empezó a saborear las implicaciones del hecho, mientras se apresuraba a desnudarse… Era absolutamente vital que Browne no lo averiguara.

Se quitó todas sus prendas y, antes de dejarlas caer, tomó cuaderno y pluma. Desnudo, escribió a toda prisa: «Que no Sc sepa que podemos leer las mentes de estos seres».

Pasó el cuaderno a los demás y se sintió mucho mejor cuando todos los hombres lo hubieron leído e hicieron un silencioso gesto de asentimiento con la cabeza.

Dzing se comunicó por telepatía con alguien situado en planeta:

«Los extranjeros han decidido rendirse, es obvio. Sólo subsiste un problema: ¿cómo lograr ahora que nos apresen sin despertar las sospechas de que deseamos que lo hagan?»

Lesbee no captó la respuesta directamente. Sin embargo, la obtuvo a través de la mente de Dzing:

«Empezad a destrozar el bote. Veamos si eso provoca una reacción.»

Los miembros del grupo de abordaje karniano obedecieron al instante. Arrancaron los tableros de mando, y las placas del suelo fueron fundidas y rasgadas. Muy pronto, instrumentos, cables y controles quedaron expuestos a la vista. Lo que más interesó a los extraterrestres fueron las numerosas computadoras y sus accesorios.

Browne debía de haber contemplado el destrozo, porque en aquel momento, antes de que los karnianos comenzaran a destrozar la maquinaria automática, sonó su voz:

– ¡Atención, tripulantes! Voy a cerrar la compuerta y hacer que el bote describa una cerrada curva a la derecha. Dentro de veinte segundos, exactamente.

Al oír la advertencia, Lesbee y Tellier ocuparon sus asientos y los hicieron girar, de modo que la presión provocada por la aceleración les aplastara contra los respaldos. Los otros hombres se acurrucaron en el maltrecho suelo y se prepararon para el golpe.

La nave dio un brusco bandazo. Y aunque el giro se inició con lentitud, lanzó a Dzing y sus compañeros contra una pared de la sala de mandos. El extraterrestre se aferró con sus numerosas manos a los asideros que habían surgido de repente del liso metal. Cuando el viraje se intensificó, ya había asegurado sus cuatro cortas patas. El resto de la amplia curva lo tomó poniendo en tensión su alargado y bruñido cuerpo. Los demás karnianos le imitaron.

La terrible presión menguó, y Dzing estimó que la nueva dirección del vehículo formaba casi un ángulo recto con la anterior.

Fue informando de los hechos conforme se iban produciendo. La respuesta fue:

«Seguid destruyendo. Observad cómo responden y estad preparados para sucumbir ante cualquier cosa que se parezca a un ataque letal.»

Lesbee se apresuró a escribir en su cuaderno: «Nuestro método de capturarlos no tiene por qué ser sutil. Nos darán facilidades. No podemos perder».

Aguardó en tensión mientras el cuaderno pasaba de mano en mano. Seguía resultándole difícil creer que nadie más que él había reparado en cierto detalle respecto al grupo de abordaje.

Tellier añadió otra nota: «Está claro que también estos seres recibieron órdenes de considerarse sacrificables».

Esa observación acabó de resolver la cuestión para Lesbee. Los otros no habían reparado en lo mismo que él. Suspiró de alivio ante aquel falso análisis, puesto que le concedía la mejor de todas las ventajas; la que se derivaba de su educación especial.

En apariencia, sólo él sabía lo bastante para analizar qué eran aquellas criaturas.

La prueba residía en la inmensa claridad de sus pensamientos. Hacía mucho tiempo, en la Tierra, se había establecido que el hombre poseía una vacilante facultad telepática, que sólo podía aprovecharse de manera fiable mediante una amplificación electrónica aplicada fuera de su cerebro. La cantidad de energía precisada por el proceso de amplificación bastaba para consumir los nervios cerebrales en caso de que se aplicara directamente.

Y dado que los karnianos la empleaban de modo directo, no se trataba de seres vivos. En consecuencia, Dzing y sus compañeros eran un tipo de robot muy avanzado. Los verdaderos habitantes de Alta III no arriesgaban sus pellejos en lo más mínimo.

Y cosa mucho más importante, Lesbee sabía ya cómo servirse de aquellos maravillosos mecanismos para derrotar a Browne, apoderarse de la Esperanza del hombre y emprender el largo viaje de regreso a la Tierra.

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