El ordenador maestro del planeta Armonía no estaba diseñado para intervenir de forma tan directa en los asuntos humanos. Estaba profundamente perturbado por haber inducido al joven Nafai a asesinar a Gaballufix. Pero el ordenador maestro no podía regresar a la Tierra sin el índice, y Nafai no habría podido obtener el índice sin matar a Gaballufix. No había alternativa.
¿O sí la había? Soy viejo, se dijo el ordenador maestro. Tengo cuarenta millones de años, y no soy una máquina diseñada para durar tanto tiempo. ¿Cómo puedo saber si mi juicio es atinado? Mi juicio causó la muerte de un hombre, y al joven Nafai le remuerde la conciencia por el acto que le induje a cometer. Todo ello con el propósito de llevar el índice de vuelta a Zvezdakroog, para que yo pudiera regresar a la Tierra.
Ojalá pudiera hablar con el Guardián de la Tierra. Ojalá el Guardián me dijera qué hacer. Entonces podría actuar sin aprensiones. Entonces no dudaría de cada uno de mis actos, no me preguntaría si las decisiones que tomo son fruto de mi decadencia.
El ordenador maestro necesitaba hablar con el Guardián, pero no podía hablar con el Guardián sin regresar a la Tierra. Era un frustrante círculo vicioso. El ordenador maestro no podía actuar sabiamente sin la ayuda del Guardián, pero tenía que actuar sabiamente para llegar al Guardián.
—¿Y ahora qué? ¿Ahora qué? Necesito sabiduría, pero ¿quién me guiará? Tengo conocimientos mucho más vastos que cualquier humano, pero sólo puedo buscar consejo en las mentes humanas.
¿Le bastarían las mentes humanas? Ningún ordenador poseía la genial anti-organización del cerebro humano. Los humanos tomaban asombros as decisiones basadas en datos fragmentarios, porque su cerebro los recombinaba de modos extraños y certeros. Sin duda era posible hallar en ellos alguna sabiduría.
Y aunque no fuera así, valía la pena intentarlo.
El ordenador maestro utilizó sus satélites para proyectar imágenes en la mente de los humanos más receptivos a sus transmisiones. Las imágenes que proyectaba el ordenador maestro comenzaron a introducirse en la memoria de esos humanos, obligando a sus mentes a afrontarlas, a concatenarlas, a infundirles sentido. A crear con las imágenes esos extraños y vigorosos relatos que ellos llamaban sueños. Tal vez en los siguientes días, en las siguientes semanas, aflorase en sus sueños alguna asociación o intuición que permitiera al ordenador maestro seleccionar a los mejores del planeta Armonía para llevarlos a su hogar, la Tierra.
Durante años los he guiado y enseñado, los he modelado y protegido. Ahora, al final de mi vida, ¿están preparados para guiarme y enseñarme, para modelarme y protegerme? Es improbable. Tan improbable que quizá deba decidir por mi cuenta. Y cuando decida, sin duda me equivocaré. Tal vez no deba actuar. Tal vez no deba actuar en absoluto. No lo haré. Pero debo hacerlo.
Espera.
Espera.
Una vez más, espera…