Staunt era consciente de que había cobrado la categoría de permanente entre los que Partían, un tipo de conservador emérito de la Casa de Realización. Aquí estaba, gozando de esta vida de desahogo y dignidad, aceptando las atenciones de voz dulce de los que se proponían empujarle suavemente fuera del mundo, desempeñando su papel de patriarca entre los cascotes desmoronados que eran los otros que Partían. Cada semana llegaban nuevos; él los recibía con solemnes saludos, les ayudaba a asociarse con los que ya estaban en residencia, y con el tiempo, presidía su Ida. Y él se quedaba. ¿Por qué? Ciertamente no por miedo a morir. ¿Por qué, entonces, hacía una carrera profesional de su Ida?
Posiblemente para poder tener el prestigio de ser el héroe de su tiempo, representante de la noble renuncia, practicante de la partida gozosa. Muchas palabras fáciles sobre el hecho de hacer girar la rueda y de crear un lugar para los que vienen: un Sydney Cartón del siglo XXI, de pie junto a la guillotina y alabando la parte que él hará mucho mejor, sólo que ahora encuentra que le gusta tanto el papel que se olvida de arrodillarse y de ofrecer el cuello a la cuchilla.
O quizá sólo está interrumpiendo el aburrimiento de una vida demasiado sosa con una aventura fingida de morir. La gloria de llegar a ser uno de los que Parten, prestando así complejidades interesantes a una existencia estática. Pero con la diversión y no la muerte como propósito real. ¿Sí? Si es así, Henry, vete a casa y compon la ópera; las vacaciones debieran haberse terminado ya. Estuvo a punto de llamar a Bollinger y pedir que le mandaran a casa. Pero luchó contra el impulso. Salir de Omega Prima ahora sería una verdadera cobardía. Él debía al mundo una muerte. Había ocupado este cuerpo bastante tiempo. Se necesitaba su lugar; pronto se Iría. Pronto. Pronto. Pronto.