3

No fue difícil seguir el rastro. Nueve jinetes montados sobre kanks cargados en exceso no podían moverse sin dejar huellas a su paso. Tampoco parecían tener prisa. «¿Y por qué no? —se dijo Sorak—. Creen que estoy muerto.» Ni siquiera se habían detenido a comprobar su cadáver. Había estado en el suelo, inmóvil, con una flecha en la espalda, pero Ryana había ocupado toda su atención. Sorak sintió un escalofrío al pensar en lo que podrían haberle hecho a su amiga.

La villichi jamás se habría ido tranquilamente, y en circunstancias normales los forajidos se habrían encontrado con una resistencia más encarnizada de lo que cabría esperar. Pero el largo viaje por la llanura había dejado a Ryana sin un ápice de energía, y, si se había quedado dormida, quizá la habían capturado con facilidad.

El elfling intentó no pensar en lo que podrían hacerle. No era una mujer corriente. No sólo resultaba muy hermosa, sino que también era una sacerdotisa villichi. De todos modos, pudiera ser que sus capturadores no se hubieran dado cuenta de ello, porque Ryana no se parecía demasiado a la mayoría de villichis. El color de su piel era distinto, y aunque era alta para ser mujer, carecía de la exagerada longitud de cuello y extremidades que caracterizaba a las de su condición, por lo que sus proporciones se asemejaban al modelo humano. Si Ryana era inteligente —y lo era– no se descubriría, sino que esperaría el momento oportuno mientras recuperaba fuerzas para escoger su ocasión. Pero si le habían tocado uno solo de sus cabellos...

Casi todo el camino, Sorak y Valsavis cabalgaron en silencio, excepto por algún que otro comentario relativo a las huellas dejadas por los malhechores. El respeto del elfling por el musculoso y veterano guerrero crecía con rapidez. El mercenario era un rastreador soberbio. Nada escapaba a su mirada vigilante. A una edad en la que la mayoría de guerreros haría tiempo que se habrían retirado, con una mujer que los cuidara en el ocaso de sus vidas, Valsavis seguía estando en pleno apogeo de sus facultades físicas, y Sorak se preguntaba qué clase de vida habría llevado aquel hombre, de dónde vendría y adónde se dirigía. También la tribu se hacía preguntas sobre él, y de un modo que los inquietaba profundamente a todos.

No confío en este hombre, Sorak, anunció la Guardiana. Ten cuidado.

¿No puedes ver lo que hay en su mente?, inquirió Sorak.

La Guardiana no respondió enseguida. Al cabo de un rato, dijo:

No, no puedo.

La respuesta le sorprendió.

¿No puedes sondear sus pensamientos?

Lo he intentado, pero no sirve de nada. Sencillamente no puedo penetrar sus defensas.

¿Está protegido contra los telépatas?, indagó Sorak.

No lo sé, respondió la Guardiana, pero si lo está, las defensas son poderosas e ingeniosas. Existen individuos a los que no se puede sondear, cuyas mentes están protegidas por sus propias defensas autónomas. Tales individuos poseen un carácter enérgico, intensidad emocional y, raras veces, se revelan tal y como son. No confían con facilidad, y, a menudo, resulta peligroso confiar en ellos. Su esencia permanece guardada bajo llave en lo más profundo de su ser. Frecuentemente, se trata de gentes solitarias que no experimentan la falta de afecto o de camaradería. Muchas veces no sienten nada en absoluto.

Este hombre sintió compasión, indicó Sorak. Se detuvo a ayudar a un desconocido herido, y nos acompaña a rescatar a Ryana sin pensar en pago alguno.

Sin pensar en un pago realizado en dinero, quizás, observó la Guardiana, pero aún no sabes si espera alguna clase de ganancia.

¿Crees que quiere algo de mí?

Muy poca gente actúa de modo desinteresado, repuso ella. La mayoría no corre riesgos sin pensar en alguna clase de beneficio para sí. No me gusta este Valsavis, y el resto de la tribu percibe una aureola de peligro a su alrededor.

En ese caso, permaneceré alerta, dijo Sorak. Pero la seguridad de Ryana es lo que me preocupa en estos momentos.

Igual que a nosotros, aseguró la entidad. Todos sabemos lo que significa para ti. Y la mayoría ha llegado a sentir cariño por ella, a nuestro modo. Pero este hombre ha aparecido muy convenientemente y de una manera muy oportuna. ¿De dónde salió? ¿Qué hacía viajando solo por un zona tan lejana?

A lo mejor, al igual que nosotros, se dirigía al poblado de Paraje Salado, apuntó Sorak. Parece un destino lógico. Y eligió una ruta indirecta, como nosotros, para evitar a los forajidos.

Si eso es así, entonces, ¿por qué los persigue contigo ahora si no hay nada de interés para él en ello?

Es posible que fuera sincero en su explicación, dijo Sorak. Tal vez anhela aventuras. Es un luchador y, evidentemente, ha sido un mercenario. Esa clase de hombres acostumbra a ser diferente.

Puede ser que sea así, replicó la Guardiana, pero todos mis instintos me dicen que éste no es lo que parece ser.

Si piensa traicionarnos, dijo Sorak, descubrirá que también yo soy mucho más de lo que parezco ser.

No dejes que tu confianza en ti mismo te ciegue, Sorak, advirtió la entidad. Recuerda que, aunque somos fuertes, no somos invulnerables. Nos clavaron una flecha en la espalda que muy bien podría habernos matado, y ni siquiera la Centinela la vio venir.

No lo he olvidado. A partir de ahora, vigilaré mi espalda con más atención.

Ocúpate de que Valsavis no se encuentre ahí, indicó ella.

Lo recordaré.

El terreno que atravesaban era accidentado, pero Sorak estaba seguro de que avanzaban más deprisa que los forajidos. Cabalgaba detrás del mercenario, sobre su kank, vigilando el rastro que tenían delante y observando cómo el veterano luchador captaba todos los detalles de las huellas. Pasado el mediodía, estaban ya cerca del desfiladero que atravesaba las montañas.

—Sin duda, se detendrán para acampar —dijo Valsavis.

—¿En el cañón? —preguntó Sorak.

—Es posible —respondió el otro—, aunque yo no lo haría si estuviera en su lugar. Buscaría terreno más elevado para así evitar sorpresas.

—¿Crees que sospechan que los seguimos?

—Lo dudo. Viajan sin prisas. Lo más probable es que crean que dejaron atrás tu cadáver, y no pueden saber nada de mi existencia. A menos que seamos muy torpes, tendremos la ventaja de la sorpresa.

—Espero con ansia el momento de sorprenderlos —dijo Sorak sombrío.

—Tendremos que movernos con rapidez —indicó Valsavis—. No vacilarán en utilizar a tu amiga como rehén. Entretanto, tendrás que meditar sobre lo que quieres hacer si eso sucede.

—No debemos permitir que lleguen a su campamento —repuso Sorak—. En cuanto nos pongamos en acción, hemos de ir hasta el final. No puede haber retirada.

—¿Y qué pasa con tu compañera?

—Estoy seguro que ella no desearía que yo titubeara por su culpa.

—Supón que le colocan un cuchillo en la garganta cuando ataquemos. ¿Qué hacemos entonces? —inquirió el mercenario.

—En tal caso, intentaré salvarla si puedo —respondió Sorak—, pero ella no querría que me rindiera o me retirara. Además, de ser así, descubrirían que matarla puede no ser tan sencillo como creen.

—Parece una mujer excepcional.

—Es villichi.

—¿De verdad? Conocí a una sacerdotisa villichi en una ocasión..., hace mucho, mucho tiempo. Y si aquélla era un ejemplo típico de su orden, me sorprende que tu amiga se dejara coger sin luchar.

—El viaje la dejó agotada —explicó el elfling– y, sin duda, se durmió. Si no la hubieran cogido desprevenida, habría dejado un rastro de cadáveres.

Valsavis no dejó de detectar la vehemencia del elfling.

—Es algo más para ti que una simple compañera de viaje, ¿verdad?

—Es mi amiga —respondió Sorak en un tono que no invitaba a más preguntas.

Valsavis decidió no ahondar más en el tema. Ya había averiguado lo que deseaba. El elfling quería a la sacerdotisa, y más que como un simple amigo. «Ésta es una información valiosa —se dijo—. Puede resultar muy útil.»

Llegaron al cañón ya entrada la tarde y por las huellas que encontraron dedujeron que los forajidos no estaban muy lejos. Examinaron el desfiladero desde la cumbre antes de aventurarse ladera abajo. Los bandidos habían descendido hasta el fondo del cañón, cerca de la entrada, donde las estribaciones se alzaban para unirse a las montañas. Sorak pensó que resultaba irónico haber añadido un día más al viaje por la llanura para evitar el desfiladero y ahora haber vuelto sobre sus pasos para cruzarlo.

El elfling se maldijo por dejar sola a Ryana. No había esperado encontrar forajidos tan lejos de su campamento, pero debería haberse dado cuenta de lo agotada que estaba la joven y que le resultaría imposible no dormirse. ¿Qué le habría costado dejarla dormir un poco y recuperar energías antes de permitir que el Vagabundo saliera de caza? Se sentía culpable y, si algo le sucedía a la joven, no sabía cómo conseguiría seguir adelante.

Hacia el atardecer, alcanzaron por fin a los forajidos. Estaban acampados en un sendero que zigzagueaba por las colinas más bajas, uno que, evidentemente, habían utilizado ya en muchas ocasiones, puesto que el claro mostraba señales de haber sido usado como campamento con anterioridad. Sorak descubrió que no se trataba de un grupo de saqueo, sino de una partida de caza, y vio que varios de los kanks iban cargados con los animales que habían matado. Valsavis y él habían olido el humo de la fogata de los bandidos mucho antes de verlos. Aquellos hombres no se molestaban en ocultar su presencia; éste era su territorio y el número de individuos que formaban el grupo los hacía sentirse a salvo.

Valsavis había estado en lo cierto. Eran nueve, y ni tan siquiera se habían preocupado de colocar centinelas. Se encastraban todos agrupados alrededor de la hoguera, riendo estrepitosamente y cocinando la cena. Parecían muy satisfechos de sí mismos en tanto se pasaban un pellejo de vino.

«Y por qué no han de estarlo», se dijo Sorak mientras él y Valsavis observaban a los forajidos desde el abrigo de unos arbustos. No sólo habían tenido una buena cacería, sino que también se habían tropezado con un trofeo inesperado.

Ryana estaba sentada a poca distancia, apoyada contra una roca. Tenía las manos atadas a la espalda y los brazos bien sujetos a los costados por una cuerda que le rodeaba el pecho. También sus pies estaban atados por los tobillos y las rodillas. Apenas si podía moverse y la posición en que se encontraba debía de resultar terriblemente incómoda. Sorak no sabía si estaba herida o no. No se movía.

—Tendremos que acercarnos más —musitó.

—Aún no —indicó Valsavis posando una mano sobre su pecho—. Tu sacerdotisa está a salvo por el momento. Los bandidos no le harán daño. Pagarán un buen precio por ella en una subasta de esclavos, y a los postores no les gustan las mercancías deterioradas. Dejemos que esa carroña coma y beba hasta hartarse. Un hombre no se mueve tan deprisa cuando tiene el estómago lleno.

Sorak asintió dándole la razón.

—Tu consejo es acertado —dijo—. Serán más vulnerables después de haberse acostado.

—En especial, si siguen bebiendo de esa forma —indicó su compañero—. Esto puede resultar mucho más sencillo de lo que habíamos pensado. Qué lástima.

—¿Lástima? —se sorprendió Sorak.

—No es ningún reto rebanar el cuello a unos borrachos dormidos.

—No me interesan los retos, sino la seguridad de Ryana —replicó el elfling.

—Sí, ya me doy cuenta —dijo Valsavis—. Pero he sentido curiosidad por una cosa. Las sacerdotisas villichis poseen poderes paranormales que su adiestramiento perfecciona al máximo, y, me pregunto, ¿por qué no los ha utilizado para liberarse?

—No lo sé —respondió Sorak sacudiendo la cabeza—. Acaso espere el momento oportuno, como nosotros, y aguarda a que se presente.

—No parece una villichi —observó Valsavis—. Yo no la habría tomado por una, y es indudable que tampoco lo han hecho los bandidos o, de lo contrario, habrían tenido más cuidado con ella. —Calló unos instantes; luego, como si no fuera más que una pregunta sin importancia que se le acababa de ocurrir, preguntó–: ¿De qué índole son sus poderes?

—Mente sobre materia —replicó el elfling—. Se le llama telequinesia. Es el talento innato más común entre las villichis.

El mercenario tomó buena nota de ello por si le era útil más adelante.

—En ese caso, puede utilizar su poder para librarse de las ligaduras —indicó—. Eso nos será de ayuda cuando llegue el momento de atacar. Esperemos que no actúe ella primero, y antes de tiempo.

—Es inteligente. Elegirá bien el instante.

—¿Por qué viaja contigo? —inquirió Valsavis—. Por propia experiencia sé que a las sacerdotisas villichis no les interesa demasiado la compañía masculina, sea cual sea su raza. Ni tampoco necesitan, por lo general, de su protección.

—Ryana es mi amiga —repuso Sorak, como si eso lo explicara todo. De repente se dio cuenta de que su compañero hacía muchas preguntas, y ofrecía muy poca información sobre sí mismo—. Ha sido una suerte para nosotros que aparecieras cuando lo hiciste. ¿Cómo es que viajabas por una zona tan apartada?

—Iba de camino al poblado de Paraje Salado —respondió él–; supongo que igual que vosotros.

—¿Por qué supones eso?

Valsavis se encogió de hombros.

—¿A qué otra parte os podíais dirigir? Exceptuado el campamento de los bandidos, es el único poblado en muchos kilómetros a la redonda.

—La mayoría de viajeros habría utilizado el desfiladero —dijo Sorak.

—Donde un hombre que viaja solo puede caer fácilmente en una emboscada —indicó Valsavis—. Tú y yo no nos diferenciamos tanto. Ambos somos rastreadores listos y también expertos en lo referente al desierto. Está claro que tuvimos la misma idea. Cruzar las montañas por el extremo este de la cordillera nos habría llevado al otro lado, justo encima de Paraje Salado, y nos habría alejado todavía más del campamento de los bandidos, donde sin duda es fácil tropezar con una cuadrilla numerosa y bien armada. La lógica y la prudencia nos dictaron el camino.

—¿Así que has atravesado las Llanuras de Marfil?

—Desde luego. ¿De qué otro modo se puede llegar a las Montañas Mekillot? Las Llanuras de Marfil las rodean por todas partes.

—Así es —repuso Sorak—. ¿Entonces vienes de Nibenay?

—De Gulg, donde finaliza la ruta de las caravanas.

—¿Qué te trae a Paraje Salado?

—La diversión —replicó él con un nuevo encogimiento de hombros—. Gulg no ofrece gran cosa en lo referente a vida nocturna. La Oba es una soberana demasiado austera para tales cosas. Había oído que las casas de juego de Paraje Salado tienen mucho que ofrecer en lo tocante a diversiones y que su teatro está considerado de los mejores.

—No das la impresión de ser la clase de persona a la que atrae el teatro —opinó Sorak.

—En realidad, me importa muy poco el teatro en sí —admitió Valsavis—, pero allí donde se encuentran compañías teatrales también hay actrices y bailarinas.

—Ah —asintió Sorak—. Entiendo.

—¿Y qué me dices sobre ti? Paraje Salado resulta un destino inusitado para un druida y una sacerdotisa villichi. Además, he oído que en ese lugar no les tienen mucho cariño a los protectores.

—De bien poco serviría predicar al converso —repuso Sorak.

—¿Así que estáis de peregrinaje?

—Paraje Salado es un pueblo aislado —dijo Sorak—. Si no les gustan los protectores, es sin duda porque han tenido poco contacto con ellos. La gente siempre se muestra suspicaz y desconfiada con aquello que no puede comprender.

—Creo recordar haber oído en alguna parte que ya hay al menos un protector en Paraje Salado —comentó Valsavis—. Un anciano druida llamado el Tranquilo, o a lo mejor era el Silencioso, no lo recuerdo muy bien.

—¿El Silencioso? —repitió Sorak manteniendo la expresión de su rostro cuidadosamente neutra—. Un nombre curioso.

—¿No has oído hablar de él, entonces?

El elfling se encogió de hombros.

—Un druida que no habla no hace gran cosa por ayudar a la causa de los protectores. ¿Cómo podría predicar el Sendero y enseñar a otros de qué modo seguirlo?

—Supongo que es cierto. En realidad, no había pensado en ello desde ese punto de vista.

—¿Y qué hay de tus simpatías? —quiso saber Sorak—. ¿Hacia dónde se inclinan?

—No me interesa en exceso el conflicto entre protectores y profanadores. Soy tan sólo un soldado. No veo qué tiene que ver conmigo.

—Tiene mucho que ver contigo —repuso el elfling– porque determinará el destino del mundo en que vivimos.

—Es posible —dijo Valsavis displicente—, pero en ese caso existen muchas cosas que pueden decidir el destino de un hombre, y la mayoría son cosas sobre las que éste tiene muy poco control. Los conflictos políticos me interesan en la medida en que un bando u otro vaya a contratarme. En cuanto a cuestiones de mayor relevancia, no hay mucho que un hombre pueda hacer para influir en el resultado final, de modo que no les presto demasiada atención.

—Si todos pensáramos así, no habría esperanza para el mundo —replicó Sorak—. He descubierto que hay muchas cosas que un hombre puede hacer si realmente se decide a hacerlas.

—Bien, en ese caso, dejaré la salvación del mundo a jóvenes idealistas como tú —contestó irónico Valsavis—. Soy demasiado viejo y estoy demasiado enraizado en mis costumbres para cambiar. Te ayudaré a salvar a tu sacerdotisa, Sorak. Puedes considerarlo mi contribución a la gran contienda si lo deseas.

—Perdóname —se disculpó Sorak—. No era mi intención ofenderte. No tengo ningún derecho a decirte cómo vivir tu vida y no quería parecer desagradecido. Te debo mucho.

—No me debes nada. Toda persona tiene sus motivos para hacer lo que hace.

Y él no te ha contado la verdad sobre los suyos, recordó la Guardiana a Sorak.

Sorak prefirió no forzar la cuestión; lo que importaba ahora era la seguridad de Ryana. Pasaron el resto de la espera en silencio, observando cómo los bandidos se acostaban. Éstos se lo tomaron con calma, no obstante. Mientras oscurecía, permanecieron agrupados alrededor de la fogata, bromeando y bebiendo. Alguien sacó unos dados y jugaron un rato. Estalló una disputa, y dos de los forajidos llegaron a las manos en tanto los otros los contemplaban y les gritaban palabras de aliento; no parecía importarles quién ganara, sólo que resultara una pelea entretenida. Sorak consideró que podría ser un buen momento para atacar, pero Valsavis se le anticipó, lo sujetó por el brazo antes incluso de que el joven sugiriera la acción y dijo:

—No, aún no. Espera. Pronto.

La paciencia del elfling empezaba a agotarse, y no estaba muy seguro de cuánto tiempo más podría aguardar. Por fin, varios de los bandidos se retiraron a sus sacos de dormir; los otros permanecieron despiertos, charlando y bebiendo durante un rato más, pero no tardaron en acostarse; se quedaron dos de guardia. Mientras los otros dormían, los que permanecían despiertos se instalaron junto al fuego, tirando los dados y hablando en voz baja. Al cabo de un rato, su juego se tornó más animado.

—Sospecho que acaban de aumentar las apuestas a algo bastante más interesante que el dinero —comentó Valsavis.

Por un instante, Sorak no comprendió a qué se refería, pero luego vio cómo los dos forajidos lanzaban miradas a Ryana llenas de codicia. Se puso rígido y cerró la mano alrededor de la empuñadura de la espada.

—Tranquilo, amigo, tranquilo —musitó el mercenario.

—No pretenderás que nos quedemos aquí sentados sin hacer nada y esperemos mientras esos dos mal nacidos...

—Baja la voz —aconsejó el otro—. Los sonidos llegan lejos con el aire nocturno. Su lascivia por tu amiga la sacerdotisa irá en nuestro favor. Está claro que no sospechan que sea villichi. Piensa en esto: si ésas son sus intenciones, primero tendrán que aflojar las ataduras. Y mucho me sorprendería que una sacerdotisa que puede controlar la materia con la mente no haya pensado ya en hacerlo ella misma. Recuerda que no sabe que estamos aquí. Sólo hay dos individuos despiertos en este momento; si planea la huida, ahora es el instante ideal. Apuesto a que actuará cuando ellos lo hagan.

Al poco, uno de los bandidos tiró los dados y se volvió maldiciendo en voz baja, enojado. El otro, por el contrario, parecía muy satisfecho. Dio una palmada en el hombro a su camarada, y el agudo oído de Sorak captó sus palabras.

–No temas, Tarl. Puedes tenerla cuando yo haya terminado. La sujetas para mí, y luego yo la sujetaré para ti. Pero hemos de asegurarnos de que no haga ruido; de lo contrario, despertará a los otros.

Se incorporaron y avanzaron hacia Ryana.

—Ahora —indicó Valsavis en un susurro.

Se pusieron en movimiento.

Los forajidos llegaron junto a Ryana y se detuvieron, para contemplarla durante unos instantes. Parecía dormida. Uno de ellos se agachó a su lado y empezó a desatarle las piernas, mientras el otro no dejaba de pasear la mirada nerviosamente de Ryana a sus dormidos compañeros. Sorak y Valsavis se acercaron más sin hacer el más mínimo ruido.

El primer bandido terminó de desatarle las piernas y comenzó a desenrollar la cuerda. El segundo se inclinó para sujetarla por los hombros, de modo que pudiera, primero, apartarla de la roca en la que estaba apoyada y, después, tumbarla sobre el suelo. Sin embargo, en cuanto la asió, Ryana entró en acción. El cuchillo que el hombre llevaba se liberó de improviso de la funda que colgaba de su cinto y se hundió hasta la empuñadura en su garganta, en plena laringe.

El hombre empezó a dar sacudidas y emitía unos horribles sonidos ahogados y chirriantes, a la vez que la sangre brotaba de entre sus labios. Se llevó las manos al cuchillo; dio unos cuantos pasos tambaleantes y se desplomó. El compañero levantó la cabeza sobresaltado, sin haberse percatado antes de lo sucedido; por un momento, pareció totalmente desorientado. Vio a su amigo tambaleándose y con un cuchillo sobresaliendo de la garganta. Pensando que alguien lo había lanzado, miró rápidamente a su alrededor, alarmado y descubrió a Sorak y a Valsavis que penetraban en el claro en aquel momento. Hizo ademán de lanzar un grito de advertencia a los otros, pero de repente sintió cómo las piernas de Ryana se cerraban rodeando su garganta, al tiempo que su propio cuchillo de obsidiana salía de la funda y flotaba por los aires.

El forajido intentó agarrar el arma y se originó un combate en el que él contendía con el poder de la mente de Ryana para impedir que el cuchillo se hundiera en su cuerpo. Sin embargo, todo lo padecido había debilitado a la sacerdotisa, y ésta no podía mantener la presión de sus piernas y, a la vez, oponerse a los esfuerzos de su adversario por controlar el instrumento. Sus piernas se aflojaron ligeramente, y el hombre consiguió lanzar un grito.

Los otros se despertaron. Algunos, los que más habían bebido, reaccionaron lentamente, pero un par se levantó de un salto; lo primero que vieron fue a Sorak y a Valsavis correr hacia ellos. Al instante, profirieron voces de alarma y se lanzaron hacia sus armas.

Valsavis sacó dos dagas, una con cada mano, y las arrojó con la velocidad del rayo. Cada una encontró su blanco, y dos bandidos cayeron fulminados con las dagas clavadas en el corazón. Otro se abalanzó sobre Sorak con una espada de obsidiana, pero en cuanto la descargó con violencia, Galdra rechazó el golpe y la hoja de obsidiana del malhechor se hizo añicos. Antes de que el sorprendido atacante pudiera reaccionar, Sorak lo atravesó de parte a parte. Todos los bandidos estaban ya despiertos y armados.

Ryana soltó de repente al forajido con el que lidiaba, y éste cayó al suelo. En ese momento, la joven utilizó su fuerza de voluntad para hundirle el cuchillo de obsidiana en el pecho. El hombre lanzó un alarido al sentir cómo el arma penetraba y se retorcía en la herida. La sacerdotisa no perdió el tiempo y empezó a forcejear para deshacerse de sus ataduras, que ya había aflojado mentalmente mientras los forajidos se la jugaban a los dados.

Dos de los malhechores cargaron contra Valsavis, en tanto que los dos restantes se aproximaban a Sorak. Valsavis se deshizo de sus antagonistas con una rapidez increíble: ejecutó una parada circular y desarmó a uno de los hombres; luego, con un único movimiento, describió una pirueta lateral para esquivar el ataque del segundo adversario y, por medio de un potente mandoble, lo decapitó de un solo tajo. El hombre al que había desarmado se volvió para correr en busca de su arma, pero Valsavis lo agarró por los cabellos, tiró de él hacia atrás y le hundió la espada en la espalda hasta que la punta sobresalió por el pecho. Mientras se deshacía del cadáver, se volvió para comprobar cómo se las arreglaba Sorak.

Un bandido había caído ya y su espada se había hecho añicos contra el arma del elfling. Galdra había terminado rápidamente con él. El segundo, tras ver lo sucedido a los dos anteriores, retrocedió asustado, alargó la mano hacia su daga, la desenvainó y la arrojó contra Sorak. Éste se replegó instintivamente y dejó que la Guardiana tomara el control. El cuchillo se detuvo de improviso en pleno vuelo y quedó inmóvil a pocos centímetros del pecho.

El forajido, boquiabierto, pronto transformó su asombro en horror al ver cómo el cuchillo giraba sobre sí mismo muy despacio y se dirigía hacia él como un abejorro furioso. Saltó a un lado, justo a tiempo, lanzando un grito, y en cuanto el cuchillo pasó por su lado, volvió a incorporarse; pero no le sirvió de nada porque el arma describió un arco en el aire y regresó hacia él. Presa del pánico, dio media vuelta y echó a correr entre alaridos. La hoja se hundió en su espalda antes de que pudiera dar tres pasos, y cayó, cuan largo era, sobre el suelo. Valsavis había contemplado toda la escena con sumo interés.

Mientras el mercenario recuperaba sus armas y las limpiaba utilizando los cadáveres de los forajidos, Sorak corrió hacia Ryana y la ayudó a ponerse en pie. La muchacha estaba débil por culpa de las ataduras, que habían impedido que la sangre circulara correctamente, pero se mantuvo derecha, vacilante, contemplándolo con alegría y alivio.

—¡Sorak! —exclamó—. ¡Creí que estabas muerto!

—Sólo herido —replicó él—. Perdóname. No tendría que haberte dejado sola.

—Fue culpa mía. Me advertiste que no me durmiera... —Echó un vistazo a Valsavis, que permanecía a un lado, contemplándolos mientras enfundaba sus dagas—. ¿Quién es ese hombre?

—Un amigo —dijo Sorak volviéndose hacia él.

Quizá, le advirtió mentalmente la Guardiana. Y también puede ser que no.

—Se llama Valsavis —siguió el elfling en voz alta—. Me encontró y se ocupó de mi herida. Y ahora estoy doblemente en deuda con él.

—En tal caso, yo también estoy en deuda contigo —repuso Ryana—. Gracias, Valsavis. ¿Cómo podemos compensarte?

—No ha sido nada —respondió él encogiéndose de hombros—. No ha sido más que un poco de diversión; de lo contrario, habría resultado un viaje bastante aburrido.

—¿Diversión? —inquirió Ryana en tono perplejo, frunciendo el entrecejo.

—Cada cual encuentra su diversión donde puede —contestó Valsavis—. Y también nuevas provisiones. Al parecer, estos bandidos no tan sólo nos han facilitado carne fresca y una buena hoguera, sino además una reata de kanks bien cargados de pertrechos, que aparte de hacernos más fácil el resto del viaje, encontrarán sin duda compradores bien dispuestos cuando lleguemos a Paraje Salado. Mirándola con detenimiento, yo diría que ésta ha sido una empresa bastante provechosa.

—Supongo que se podría considerar de este modo —dijo Ryana observándolo de una manera extraña.

—¿De qué otra forma podría considerarla un mercenario? —objetó Valsavis alzando los hombros.

—No lo sé —repuso ella—. Pero luchas muy bien, incluso para ser un mercenario.

—He tenido algo de experiencia.

—No lo dudo. ¿Así que te diriges a Paraje Salado?

—¿A qué otro lugar se puede ir en este territorio desolado?

—Puesto que llevamos la misma dirección, tiene sentido que viajemos juntos —indicó Sorak—. Una vez que lleguemos a Paraje Salado, serás libre de vender las mercancías de los bandidos y quedarte con los beneficios. Después de todo, es lo mínimo que podemos hacer para recompensarte por tus servicios.

—Agradezco la oferta —respondió Valsavis–; sin embargo, si os quedáis al menos con dos de los kanks, vuestro viaje, cuando decidáis abandonar Paraje Salado, será más fácil. Y Paraje Salado no es la clase de lugar en el que uno puede arreglárselas sin dinero. Permitid que sugiera una distribución bastante más equitativa. Con vuestro permiso, me ocuparé de la venta de las mercancías de los bandidos cuando lleguemos al poblado. Tengo cierta experiencia en tales cosas y puedo negociar el mejor precio. Luego, podemos distribuirnos los beneficios en partes iguales, un tercio para cada uno.

—Eso no es necesario —objetó Sorak—. ¿Por qué no la mitad para ti y la otra mitad para nosotros? Será más que suficiente para cubrir nuestras carencias.

—Muy bien, de acuerdo —concedió Valsavis.

–Matar a estos hombres fue preciso —dijo Ryana meneando la cabeza negativamente—, y lo merecían con creces, pero sigue pareciéndome mal sacar provecho de sus muertes.

—Aprecio el sentimiento; no obstante, ¿resultaría correcto dejar todo esto aquí? —inquirió el mercenario—. Eso supondría más bien un despilfarro nada práctico.

—Tengo que darte la razón —intervino Sorak—. Tampoco será la primera vez que haya sacado provecho de la muerte de gente como ésta. El mundo se beneficia con su desaparición.

—Un sentimiento en absoluto protector —sonrió Valsavis—, pero lo comparto por completo. Y ahora que lo hemos resuelto, sugiero que traslademos estos cuerpos a una distancia apropiada, para que no nos invadan las moscas y los carroñeros. Luego, yo, por lo menos, pienso saborear un poco de ese vino que estas difuntas criaturas han sido tan amables de facilitarnos. Tengo una sed terrible.

Ya entrada la noche, una vez que se hubieron deshecho de los cadáveres de los bandidos arrojándolos a un barranco cercano, Ryana se sentó con Sorak junto al fuego, y Valsavis se echó a dormir, tras haber vaciado todo un pellejo de vino, no muy lejos, sobre su saco. Los forajidos habían traído algo de comida con ellos entre sus pertenencias, un poco de pan, así como una mezcla de frutos secos, nueces y semillas, que la sacerdotisa pudo comer sin romper sus votos druídicos. Había recuperado parte de las energías, aunque se veía a todas luces que la extrema dureza del viaje y el cautiverio la habían agotado considerablemente.

—¿Qué piensas de él? —preguntó la joven a Sorak en voz muy baja para que sólo éste pudiera oírla. Valsavis parecía dormido, pero no deseaba que los escuchara en el caso de que siguiera despierto.

—No estoy muy seguro —respondió el elfling—. Parece una persona bastante rara, pero lo cierto es que vino en mi ayuda, y en la tuya.

—¿No te ha dicho nada la Guardiana? —inquirió ella sorprendida.

—No confía en él. No puede sondear su mente, y, por lo tanto, me advierte que desconfíe yo también.

—¿La Guardiana no consigue detectar nada sobre él? —Ryana frunció el entrecejo.

Sorak sacudió la cabeza.

—No, nada.

—¿Está protegido?

—La Guardiana no lo sabe. Dice que si está protegido por una barrera mágica, ésta es a la vez poderosa y lo bastante sutil como para no ser detectada. Pero también dice que existen personas que son inmunes a las sondas paranormales.

—Sí, eso es cierto —concedió Ryana—. Pero esa clase de gente acostumbra a ser muy peligrosa. —Dirigió una rápida mirada a Valsavis, que estaba tumbado en el suelo a poca distancia—. Y eso ya lo ha demostrado.

—Luchó a nuestro lado, no en contra de nosotros —le recordó Sorak.

—Sí, lo hizo, pero apareció de la nada, y en un momento de lo más oportuno. ¿De dónde venía?

—De Gulg, creo que dijo.

—Dijo —repitió Ryana–; pero ¿cómo podemos estar seguros? Podría habernos seguido desde Nibenay.

–Supongo que es posible —admitió él—. Es uno de los mejores rastreadores que he conocido jamás. Resulta concebible que pudiera haber seguido nuestras señales. Pero, si el Rey Espectro quería perseguirnos, ¿por qué no enviar todo un ejército armado en lugar de a un solo hombre?

—Quizá porque su intención no es capturarnos —dijo Ryana—. Podría querer que lo condujéramos hasta el Sabio. Y ¿qué mejor modo para que su agente no nos perdiera de vista que aprovechar esta oportunidad y unirse a nosotros durante el viaje?

Sorak frunció los labios, pensativo.

—Todo esto son simples suposiciones —repuso.

—Tal vez —replicó ella—. Pero es un luchador sumamente diestro y experimentado. El mejor y el más rápido que he visto jamás, a pesar de su edad. Y un rastreador excelente, como dijiste. También lleva armas de hierro, lo que lo convierte en un mercenario poco común. ¿Has observado el anillo que lleva en la mano izquierda? Parece de oro.

—Sí, lo he visto —asintió Sorak—. No obstante, también es posible que tras servir a un rico aristócrata obtuviera como regalo las armas y el anillo.

—La Guardiana te ha prevenido contra él —insistió Ryana—, y todo lo que lo rodea crea interrogantes. Sin embargo, tú pareces confiar en él. ¿Por qué?

—No quiero pensar mal de un hombre simplemente porque es raro —respondió el elfling.

—Como te sucede a ti —dijo Ryana con repentina perspicacia—. Sorak, no podemos permitirnos ser confiados. Tenemos enemigos muy poderosos, enemigos que no se detendrían ante nada para encontrar al Sabio y destruirlo.

—Valsavis nos acompañará a Paraje Salado —repuso Sorak—. Eso no está muy lejos de aquí. Si lo que me contó era la verdad, nuestros caminos se separarán en cuanto abandonemos el pueblo en dirección a Bodach.

—Supongamos que descubre que es allí adonde nos dirigimos y decide seguirnos. ¿Qué haremos entonces?

—En ese caso, tendremos razones de sobra para recelar de sus motivos.

—¿Recelar?

Sorak alzó los hombros.

—Una decisión en tal sentido no tendría por qué demostrar necesariamente que es un agente del Rey Espectro. Es un aventurero que parece considerar el peligro como una apacible diversión. Si averigua que nos dirigimos a Bodach, podría sentirse tentado de unirse a nosotros y buscar el legendario tesoro. Y no estoy tan seguro de que debiéramos rechazarlo si se ofrece a acompañarnos. Un luchador con su destreza sería una buena baza en la ciudad de los no muertos.

—Ya tendremos suficientes preocupaciones en Bodach sin que él aparezca por allí —objetó Ryana.

—Si espera que le conduzcamos hasta el Sabio, creo que al menos podemos confiar en que nos ayude a seguir vivos el tiempo suficiente para encontrarlo —dijo Sorak.

—Eso es cierto —asintió ella—. Pero ¿qué sucederá cuando abandonemos Bodach?

—Encontrar el Peto de Argentum y salir vivos de allí resultará un desafío suficiente por el momento —respondió él con una sonrisa—. Ya tendremos tiempo de decidir qué hacer con Valsavis después de eso. Y ahora será mejor que duermas un poco. Necesitas recuperar fuerzas. Yo montaré guardia.

La muchacha volvió a echar una ojeada a Valsavis y meneó la cabeza.

—Si es un agente del Rey Espectro, duerme muy tranquilo en nuestra presencia.

—¿Qué tendría que temer? —inquirió Sorak con ironía—. Sabe que somos protectores y que no lo mataremos mientras duerma sólo porque resulta sospechoso.

Ryana hizo una mueca burlona.

—No sé por qué, pero dudo que él vacilara en hacer precisamente eso si nuestros papeles se intercambiaran. ¿O no estás de acuerdo?

—No —repuso Sorak asintiendo—, no creo que le costara nada hacerlo.

—Esa información no me ayudará precisamente a dormir más tranquila.

—No lo perderé de vista —dijo Sorak—. Y ya veremos qué hace cuando lleguemos a Paraje Salado.

—No me sentiré desilusionada si decide permanecer allí, a pesar de los peligros a los que tengamos que enfrentarnos en Bodach.

—Si realmente es un agente del Rey Espectro —observó él—, preferiría tenerlo con nosotros a fin de que podamos vigilarlo, en lugar de saberlo tras nuestras huellas. Al menos una cosa es segura: si está al servicio del Rey Espectro, entonces nos ha venido siguiendo desde Nibenay a través de las Llanuras de Marfil; no conseguiremos quitárnoslo de encima.

—Lo que significa que quizá tengamos que matarlo —concluyó ella.

Sorak contempló fijamente a Valsavis durante un buen rato mientras éste dormía tumbado sobre su saco, de espaldas a ellos.

—Me temo que no tendremos mucha elección, en ese caso —dijo por fin—. Y por lo que he visto, la tarea no resultará sencilla.

—No será rival para la Sombra —replicó Ryana.

—No estoy tan seguro —respondió él—. Pero incluso si nuestras sospechas se verifican, no podemos matar a alguien si no ha hecho nada para merecerlo. Eso sería asesinato a sangre fría.

—Sí, lo sé —asintió la joven—. Así pues, ¿qué vamos a hacer?

—Lo ignoro. —Sorak sacudió la cabeza—. Al menos por ahora. Pero lo pensaré con detenimiento.

—¿Crees que sabe que sospechamos de él?

—Podría ser. Después de todo, tal vez sea simplemente un mercenario errante en busca de aventuras, tal y como afirma. Por otra parte, conoce la existencia del Silencioso. Me lo dijo. Así que o bien carece de cualquier ánimo de engaño, o bien se entretiene jugando con nosotros, al igual que un gato montés se divierte con su presa antes de matarla. La cuestión es ¿cuánto tiempo jugará con nosotros antes de atacar?

Ryana se tumbó en su saco de dormir.

—Una pregunta desagradable sobre la que meditar mientras intento dormir —repuso con voz cansina.

—Buenas noches, hermanita —le dijo Sorak—. Duerme bien.

—Buenas noches, mi amor —respondió ella en un susurro.

No tardó en quedarse dormida, pero Sorak se mantuvo despierto durante un buen rato contemplando las llamas y haciéndose preguntas sobre su nuevo compañero. Finalmente, se replegó al interior y durmió mientras la Centinela salía al exterior y lo observaba todo a través de sus ojos.

Permaneció sentada en silencio junto al fuego toda la noche, alerta a lo que la rodeaba, al menor sonido y al más débil de los olores que trajera la brisa nocturna. Y ni una sola vez dejó de mirar con agudeza a Valsavis.

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