12

Así que mi búsqueda ha finalizado —dijo Sorak cuando despertó y vio a Kara que lo contemplaba.

—La vida es una búsqueda —replicó ella—, una búsqueda de respuestas y significados, y la tuya aún dista mucho de haber finalizado.

—La única respuesta que he buscado siempre fue quiénes eran mis padres y qué había sido de ellos —repuso el elfling—, y el único significado que he encontrado a mi vida estaba en la búsqueda del Sabio.

—Has hallado la respuesta que buscabas y también al Sabio. Eso es más de lo que la mayoría de la gente puede esperar conseguir durante toda una vida. Pero esto no es más que el principio. Tu vida tiene más significado del que puedas imaginar, y se encuentra en tu dedicación a la Disciplina del Druida y a la Senda del Protector. Asimismo, puedes encontrarle significado en el vínculo que existe entre Ryana y tú, que tu búsqueda ha contribuido a estrechar. Igualmente, puedes encontrarlo en ti mismo cuando explores el nuevo significado de quién eres ahora y en quién te puedes llegar a convertir.

Sorak se humedeció los labios.

–Se han ido —repuso pensando en la tribu—. Es una sensación tan extraña. Me siento... solo. ¿Es esto lo que significa sentirse igual que los otros, esta soledad? —Sacudió la cabeza—. Nunca lo imaginé —suspiró—. Ellos temían que si encontraba al Sabio y le pedía su ayuda, él de algún modo los hiciera desaparecer. Y, no obstante, durante toda mi búsqueda, me estuvieron ayudando, a pesar de saber que podría significar su propia muerte.

—No su muerte, sino su liberación y la tuya —indicó Kara—. Y en eso puedes encontrar aun más significado.

—¿Y ahora qué va a suceder?

—La vida sucede —dijo la pyreen con una sonrisa—. La Senda del Protector es larga y a menudo difícil, pero el Sendero te guiará. Los reyes-hechiceros se vuelven más poderosos, y cada día que pasa el planeta sufre mayores saqueos y la amenaza de los dragones crece. Todos nosotros debemos enfrentarnos a nuestros dragones a su debido tiempo. Pero por el momento, dejemos que el tiempo se detenga. El portal está cerrado ahora. Aquellas escaleras ahora no conducen a Bodach, sino a un jardín en el que te aguarda Ryana para averiguar qué has descubierto. Me ha atosigado con innumerables preguntas, ansiosa por saber qué había sucedido mientras dormía, pero no soy yo quien debe contárselo. Ve a verla.

Sorak tragó saliva y contuvo la respiración con los ojos fijos en la pyreen.

—¿Qué ha sido del Sabio?

—Descansa ahora —respondió Kara—. Descansará durante largo tiempo. Ha completado una fase compleja de la metamorfosis y necesitará mucho más tiempo para recuperarse del que has necesitado tú. Dormirá durante días, a lo mejor durante semanas, y no se le debe molestar. Me pidió que te transmitiera sus mejores deseos, y le despidiera de ti. Por el momento.

—Sólo espero que sean felices ahora —dijo Sorak pensando en la tribu—. Les echo de menos. Siento un curioso... vacío.

—Sí —repuso ella—, es una sensación que todos conocen bien, tanto hombres como mujeres. Estoy segura de que Ryana te podrá explicar todo lo referente a ese sentimiento. Ve a verla, Nómada. Ya ha esperado demasiado.

El muchacho descendió por la escalera de piedra y pasó junto a salas de la torre que parecían totalmente nuevas; no había ni el menor rastro de la ruina de suelos podridos que había visto al ascender por primera vez en dirección al piso superior. Al llegar a la planta baja, se encontró con una gruesa puerta de madera en el lugar donde antes sólo había habido una arcada de piedra a punto de desplomarse. Abrió la puerta y salió a un jardín precioso, lleno de flores perfumadas y plantas de grandes hojas que se agitaban dulcemente bajo la brisa veraniega; había hierba bajo sus pies, hierba lujuriante y espesa, de un verde que jamás había visto, y el canto de los pájaros inundaba el aire.

En el otro extremo del jardín, se alzaba un muro de piedra, y por encima distinguió una llanura ondulante que se extendía hasta el infinito ante sus ojos. A su espalda, el viento le traía un olor desconocido, acre, vigorizante y reparador. Cuando se volvió y miró más allá de la torre se dio cuenta de que se trataba del olor del mar. Su inmensidad azul verdosa se desplegaba ante él; no un mar de cieno, sino un mar de agua, más agua de la que jamás habría podido imaginar.

No había ni un solo indicio de Bodach. Se encontraban en una época tan antigua que la ciudad ni siquiera había sido construida. No había más que la torre y nada a su alrededor; nada, excepto el mar a un lado y, al otro, un mundo que sólo había imaginado en sus sueños infantiles; un mundo verde, un mundo al que no había llegado la corrupción de la magia profanadora. Era tan hermoso que cortaba la respiración.

—Es una preciosidad, ¿verdad? —dijo Ryana.

Se dio la vuelta y la vio de pie a poca distancia de él con una flor roja en la mano.

—Se llama rosa —explicó la joven tendiéndosela—. Nunca imaginé que algo pudiera oler tan bien.

Le entregó la flor, y él la olió saboreando el delicado perfume.

—Es una maravilla —exclamó Sorak—. Jamás creí que pudiera ser parecido a esto.

—No nos podemos quedar, ya lo sabes —dijo Ryana—. Kara dice que hemos de regresar. No pertenecemos a esto, no somos de esta época.

—Lo sé.

—Si pudiéramos quedarnos —musitó ella melancólica—. Cuando veo que es así como fue el mundo en una ocasión y pienso en lo que se ha convertido, siento ganas de llorar.

—Tal vez algún día podamos volver —repuso él—. Y ahora que sabemos cómo puede ser el mundo, sabremos por qué seguimos la Senda del Protector. Tendrá un nuevo significado para nosotros.

—Sí. El desierto puede ser hermoso, incluso en su desolación, pero en Athas hay lugar tanto para el desierto como para esto —vaciló—. ¿Cómo te sientes ahora?

—Raro. Muy raro. Hay un vacío en mi interior que no había conocido antes.

—¿Se han ido todos entonces?

—Sí; se han ido todos. Los echaré terriblemente de menos. No comprendía lo que era sentirse... normal. Me siento una simple sombra de mi anterior personalidad, o más bien personalidades —añadió irónico—. Sí, los echaré a todos de menos, pero tendré que aprender a vivir sin ellos.

—Aún me tienes a mí —repuso ella clavando en él sus ojos antes de bajarlos hacia el suelo—. Es decir, si todavía me quieres.

—Siempre te he querido, Ryana —contestó él—. Lo sabes muy bien.

—Sí, lo sé. Y sabía qué era lo que se interponía entre nosotros. De modo que ¿qué se interpone entre nosotros ahora?

—Nada —replicó el muchacho al tiempo que la tomaba entre sus brazos y la abrazaba con fuerza, besándola con dulzura en el cuello—. Y ahora ya nada se interpondrá jamás.


—Es la hora —anunció la pyreen cuando estuvieron en la sala superior de la torre—. El portal está a punto de abrirse.

—¿No podemos despedirnos del Sabio? —preguntó Ryana.

Kara negó con la cabeza.

—Nos encontramos entre dos mundos en estos instantes. Si descendéis por esa escalera ahora, os encontraréis de vuelta en Bodach. No podéis llegar ya hasta el aposento del Sabio donde éste duerme ahora, e incluso aunque pudierais no conseguiríais despertarlo. Algún día habrá otra oportunidad, pero, por el momento, debemos regresar a la época de la que procedemos.

—Muy bien, entonces —dijo Sorak—. Estamos dispuestos.

Kara echó una ojeada por la ventana en tanto que el oscuro sol se ocultaba lentamente bajo la línea del horizonte y los últimos rayos de su luz se desvanecían.

—El portal está abierto ahora —indicó.

Empezaron a bajar la escalera. Mientras descendían, las paredes de piedra parecieron envejecer, y una gruesa capa de polvo apareció sobre los peldaños. Pasaron junto a los niveles inferiores, cuyos suelos ya no existían. El fresco aroma del mar había desaparecido y había sido reemplazado por el desagradable olor del cieno que el viento filtraba por las estrechas aberturas. Volvían a estar de vuelta en su tiempo y, de improviso, les pareció más desolado aún de lo que recordaban.

—Será de noche en el exterior —dijo Ryana—. ¿Qué pasará con los no muertos?

—Aguardaremos dentro de la torre hasta el amanecer —replicó Kara—. No entrarán y estaremos a salvo. Luego, por la mañana, nos iremos por donde vinimos. Y si lo deseáis, tendréis tiempo suficiente para llevaros con vosotros una parte del tesoro.

Sorak dirigió una veloz mirada a Ryana y sonrió.

—Yo ya tengo todo el tesoro que necesito.

—Y también yo —repuso ella con una sonrisa deteniéndose al final de las escaleras y volviéndose hacia él—. Pero no haría ningún mal llenar nuestras mochilas.

Y entonces lanzó un grito cuando una mano ensangrentada surgió de detrás de la parte inferior de la escalera, la sujetó por los cabellos y tiró hacia atrás de ella con violencia. Al cabo de un instante, se escuchó un golpe y luego silencio.

—¡Ryana! —Sorak desenvainó su espada y bajó corriendo los últimos peldaños mientras Kara le pisaba los talones.

Se quedó helado al ver que Valsavis sujetaba a Ryana con un cuchillo apoyado contra su garganta, aunque antes la había dejado inconsciente de un golpe para asegurarse de que no intentaría utilizar sus poderes villichis contra él. La sostenía en alto, con el brazo alrededor del pecho, y apretaba la punta del cuchillo contra el cuello de la joven de modo que con un simple y veloz empujón pudiera acabar con ella.

—Un movimiento, un simple parpadeo —dijo con voz áspera—, y la mataré.

Por su aspecto parecía recién salido de una guerra. Sangraba por varias docenas de sitios, y su mano izquierda había desaparecido dejando sólo un muñón horrible en la muñeca; la larga cabellera gris estaba enmarañada y cubierta de sangre, sangre que también manchaba su rostro. Tenía las ropas hechas jirones.

—Dejasteis un magnífico rastro de cadáveres para que lo siguiera —añadió con voz ronca—. Por desgracia, algunos de los cadáveres también me siguieron a mí. Me llevó un cierto tiempo, elfling, pero parece que una vez más he conseguido alcanzaros.

—Eres de lo más obstinado, Valsavis —dijo Sorak—. Pero llegas demasiado tarde. Ya he cumplido mi misión.

El mercenario lo contempló fijamente unos instantes, y luego se echó a reír. Sorak y Kara lo miraron boquiabiertos por el asombro mientras Ryana colgaba inerte de su poderoso brazo.

–Sabes —repuso Valsavis—, ésta es la primera vez en toda mi vida que realmente encuentro que algo resulta divertido. Así, ya has coronado rey a tu mago, ¿verdad? ¡Pues vaya palacio espléndido que tiene por residencia! Saludemos al poderoso rey druida, escondido entre ruinas como un roedor cobarde entre los cadáveres putrefactos de Bodach. Ya había supuesto que este lugar era algo más de lo que parecía cuando vi que los no muertos no entraban aquí. No veas cómo se pusieron a gemir ahí fuera cuando entré. Era una vergüenza desilusionarlos, pero ya había matado a algunos de ellos dos o tres veces, y mi paciencia tiene un límite. Así que has encontrado lo que buscabas. Y pensar que yo también podría haber cumplido mi misión... de haber tenido las fuerzas necesarias para subir por esa maldita escalera. —Se echó a reír por lo bajo otra vez.

—Déjala ir, Valsavis —ordenó Sorak—. No se va a ganar nada con esto.

–Siempre se gana alguna cosa —replicó él—. Todo depende de lo que quieras y de aquello con lo que te contentes. Estaba medio muerto cuando entré aquí, pero jamás había combatido con tanta fiereza. Deberías haberme visto, elfling. Luché como un jabato. Aguardé aquí toda la noche, y luego todo el día. No sabía qué era más peligroso: que esos cadáveres entraran o que vosotros bajarais y me encontrarais dormido. De todos modos, conseguí descabezar un sueñecito de vez en cuando, en cada ocasión que el dolor me hacía perder el conocimiento. —Volvió a reír entre dientes—. Sabes, resulta realmente divertido. Nibenay daría cualquier cosa por ver esto, pero en estos instantes, uno de esos muertos ambulantes está masticando su ojo dorado junto con mi mano izquierda. Desde luego, el Rey Espectro, sin duda, habrá retirado ya el hechizo del anillo y no lo siente, lo que es una lástima porque me encantaría compartir con él un poco de mi malestar.

—Valsavis... —repuso Sorak—. Ha terminado. Suéltala.

–Te habrás dado cuenta de que vine aquí a matarte —contestó el mercenario con un bufido.

–La verdad es que, de momento, resulta un poco dudoso que puedas conseguirlo —respondió el elfling—. Apenas puedes tenerte en pie. Ríndete, Valsavis. Al Rey Espectro no le importas en absoluto. No ha hecho más que utilizarte, y mira lo que has conseguido a cambio.

–Podría haberlo conseguido todo. Aún puedo obtenerlo. Nibenay daría una fortuna por saber dónde encontrar a tu amo. Él no me dijo quién era. Fingió no saberlo, pero no soy un idiota. Sólo hay un hechicero protector al que tema un rey-hechicero. Sabes, elfling, incluso aunque Nibenay no haya descubierto el lugar donde se encuentra el Sabio a través de mí, yo he tenido éxito de todos modos. Yo estoy aquí, y ni tú, ni la sacerdotisa, ni la pyreen, ni siquiera un ejército de no muertos, podría detenerme.

—Desde luego —intervino Kara—, tu tenacidad no tiene igual. Debo felicitarte por ello.

—Fracasé sólo en una cosa —continuó el mercenario dirigiendo una mirada a Ryana. Luego, con una sonrisa burlona que dejó al descubierto los ensangrentados dientes, añadió–: Si hubiera tenido más tiempo, sacerdotisa. Es una pena. Habríamos hecho una buena pareja, tú y yo. Realmente es... una pena.

—Si le haces daño, Valsavis —masculló Sorak—, juro que no abandonarás vivo este lugar.

—¿Lo dices en serio? —repuso él—. ¿Y tú que dices, transformista? Quiero que jures, también. Que jures por tus votos de protectora que si suelto a la sacerdotisa, no interferirás en ningún modo. Júralo o hundiré esto en su preciosa garganta!

—Juro por mis votos como protectora que no interferiré de ningún modo si tú sueltas a Ryana sin hacerle daño.

—Tienes mi palabra. Pero primero el elfling debe desprenderse de su espada mágica.

–No te servirá de nada, Valsavis —advirtió Sorak—. Sirves a un profanador, y la magia de Galdra no actuará para ti.

—En ese caso, entrégasela a. la pyreen. Lucharemos como hombres, con dagas y sin hechizos, de modo que podamos mirarnos a los ojos.

Sin vacilar, Sorak se quitó el talabarte y la vaina, y se los entregó a Kara. Valsavis soltó a Ryana, que cayó al suelo, y, tras colocarse el cuchillo entre los dientes, sacó su propia espada y la arrojó a un lado; después volvió a empuñar la daga con la mano que le quedaba.

Mientras sacaba su propio cuchillo, Sorak se dio cuenta de que, por vez primera, no tendría a la tribu para respaldarlo. La Sombra no estaría allí para surgir como una furia de su subconsciente, y tampoco podría utilizar los poderes de la Guardiana; el Vagabundo, Eyron, Kether..., todos se habían ido. No tenía a Galdra, y Kara había jurado no intervenir.

Se enfrentaba a Valsavis solo.

Sin embargo, el mercenario estaba gravemente herido. Ni siquiera había tenido fuerzas para subir la escalera, y, aunque había descansado un poco, también había perdido mucha sangre. ¿Cómo esperaba vencer estando tan débil?

—No deseo matarte, Valsavis —dijo Sorak meneando la cabeza.

—Debes hacerlo —replicó el otro con energía—. No tienes elección. He encontrado el refugio del Sabio. Si no consigo regresar, Nibenay simplemente supondrá que los no muertos me mataron y que me he unido a sus filas; pero si vivo, entonces me llevaré lo que he descubierto y se lo venderé, y él pagará lo que le pida. De un modo u otro, Sorak, uno de nosotros no saldrá vivo de aquí.

—No tiene por qué ser así —dijo el elfling mientras empezaban a girar—. Has visto la sala del tesoro. Hay más riqueza allí de la que puedas gastar en toda una vida. Sin duda, hay suficiente para comprar tu silencio.

—Tal vez si pudiera comprarse mi silencio. Pero nunca habrá suficiente para comprar mi orgullo. Jamás he dejado de cumplir un contrato. Es una cuestión de principios, como comprenderás.

—Entiendo.

—Ya supuse que lo harías.

Giraban con cautela el uno alrededor del otro, encogidos ligeramente, esperando una oportunidad. Cada uno sujetaba el arma oblicuamente, cerca del cuerpo, para evitar la posibilidad de que el otro se la arrebatara de una patada o la inmovilizara mediante una veloz tenaza sobre la muñeca. Valsavis alzó el brazo y lo colocó un poco por delante del cuerpo para repeler un posible ataque, y lo mismo hizo Sorak. Se sostenían mutuamente la mirada y vigilaban con atención los ojos del adversario, ya que observando los ojos podía verse también todo el cuerpo; los ojos eran a menudo los primeros en transmitir las intenciones.

Sorak hizo una leve finta con el hombro y a punto estuvo Valsavis de atacar, pero reconoció de inmediato la finta y se contuvo. Siguieron describiendo círculos, moviendo los cuchillos con recelo, sin que ninguno ofreciera al otro una oportunidad cómoda. Era como una especie de curiosa danza, en la que ambos se movían, vigilaban, fintaban, reaccionaban y se recuperaban sin que ninguno de los dos cometiera el más mínimo error. Y cuanto más duraba, más aumentaba la tensión y el nerviosismo, y mayores eran las posibilidades de que uno de ellos cometiera un desliz.

«La ventaja debería estar de mi parte», pensaba Sorak, ya que Valsavis estaba malherido. Pero el mercenario había tenido al menos un día para recuperar fuerzas mientras los esperaba en la planta baja de la torre, y su larga experiencia y férrea determinación le habían enseñado a hacer caso omiso del dolor y el agotamiento.

Sin embargo, al mismo tiempo, para Sorak, la experiencia era totalmente nueva. No podía contar, como había aprendido por la fuerza de la costumbre, con la vigilancia de la Centinela, ni llamar en su ayuda a la Guardiana para que sondeara la mente de su oponente, e incluso aunque pudiera, Valsavis había demostrado ser inmune a las sondas telepáticas. Sorak sabía también que ahora carecía de los finos instintos del Vagabundo, y que tampoco tenía ya el talento de Eyron para el cálculo y la estrategia. Tan sólo podía contar con una cosa: el adiestramiento recibido en el convento villichi.

«No intentéis adelantaros —les había repetido la hermana Tamura una y otra vez durante los entrenamientos con las armas—. No penséis en el resultado del combate. No permitáis que vuestras emociones salgan a la superficie, porque os derrotarán siempre. Encontrad un punto de quietud en vuestro interior, y colocad vuestra percepción por completo en el presente.»

«En el presente», recordó Sorak al comprobar que su concentración empezaba a fallar, y, en ese momento, Valsavis se lanzó sobre él. El elfling apenas si tuvo tiempo de alzar su arma para parar el golpe, y el mercenario actuó con rapidez, levantando su cuchillo para asestar una violenta cuchillada. Sorak contraatacó, y lo que había sido una tensa, lenta y silenciosa danza se transformó en un frenético centelleo y entrechocar de cuchillos cuando se lanzaron el uno sobre el otro, antes de volver a separarse, sin que ninguno hubiera conseguido herir al adversario.

Valsavis respiraba con dificultad, pero había echado mano de sus reservas internas y se movía ágilmente sobre las puntas de los pies; hacía describir a su cuchillo veloces y complicados dibujos en el aire. En respuesta, Sorak seguía moviendo su propia arma. Cada uno estaba situado ahora más cerca del otro, esperando el contraataque equivocado o ligeramente retrasado que proporcionaría una buena oportunidad de ataque.

De improviso, Valsavis atacó y Sorak se defendió con su arma, y una vez más, sus cuchillos centellearon en una veloz mancha borrosa y una repiqueteante sinfonía de metal contra metal. El elfling hizo una mueca de dolor cuando uno de los golpes dio en el blanco y le abrió una herida en su antebrazo derecho.

Saltó hacia atrás con rapidez, antes de que Valsavis pudiera adelantarse para aprovechar la ventaja. Volvieron a girar de nuevo, las hojas de sus cuchillos describiendo veloces y ondulantes arabescos frente a ellos. «¡Sangre de gith! ¡Qué veloz es!», se dijo Sorak. Jamás había visto a nadie moverse con tal celeridad. Después de todo por lo que había pasado, ¿de dónde sacaba la energía? Casi no podía tenerse en pie momentos antes. ¿Qué lo sostenía ahora?

—Luchas bien, elfling —comentó Valsavis haciendo zigzaguear el cuchillo en el aire—. Hace mucho tiempo que no encontraba un adversario digno de mi talento.

—Es una lástima que utilices tu talento para cuestiones tan despreciables —repuso Sorak.

—Lo cierto es que uno va allí donde hay trabajo —replicó el otro, e inmediatamente dio un paso al frente para acuchillarle el rostro.

Con una reacción puramente instintiva, Sorak echó la cabeza atrás y lanzó un agudo siseo de dolor al producirle la hoja un corte en la mejilla, justo bajo el ojo; al mismo tiempo, levantó su propio cuchillo e hirió al mercenario en el antebrazo.

En lugar de retroceder, Valsavis aguantó la herida e intentó acuchillar de nuevo el rostro de Sorak, en esta ocasión en dirección opuesta; las hojas entrechocaron dos, tres, cuatro, cinco, seis veces antes de que los dos contendientes volvieran a separarse, ambos sangrando merced a nuevas heridas.

En el suelo, a su espalda, Ryana se removió un poco y lanzó un gemido.

Sin apartar la vista del elfling, Valsavis dio un salto atrás, giró sobre sí mismo, veloz y asestó a la muchacha una patada en la cabeza. Ésta volvió a desplomarse con un gruñido en tanto que el mercenario se volvía para enfrentarse a Sorak, que se disponía a atacar.

«No te enfurezcas —se dijo Sorak con los ojos fijos en los de su adversario—. No te enfurezcas; eso es lo que él quiere. Concéntrate, permanece en el presente...»

—Si me matas, ella irá por ti —dijo a Valsavis mientras sus cuchillos se agitaban en el aire.

—No me importaría.

—Kara ha jurado no interferir en esto, pero su juramento deja de ser válido una vez que el combate haya terminado.

—Eso fue un terrible descuido por mi parte, ¿no es así? —dijo Valsavis realizando una finta hacia él.

Sorak hizo caso omiso de la finta e intentó realizar él una, pero Valsavis tampoco cayó en la trampa.

—Aunque me mates, jamás conseguirás llegar hasta el Rey Espectro para contarle lo que sabes.

—Pero si te mato, sólo tendré que preocuparme de dos de vosotros, no de tres. —Vio una oportunidad y se abalanzó sobre él.

El joven intentó interceptar el golpe, pero no llegó a tiempo, y un grito escapó de sus labios cuando el cuchillo le infligió una profunda herida en la parte superior del brazo. Valsavis siguió atacando. Embistió a Sorak, y mientras éste interceptaba el ataque con su daga, el mercenario levantó la rodilla y la clavó en la ingle de su oponente. El elfling lanzó un gemido, y los ojos parecieron a punto de saltársele de dolor. Las rodillas se le doblaron, y Valsavis le asestó un violento golpe en un lado de la cabeza con el codo del brazo sin mano.

Mientras se desplomaba, Sorak intentó asestar un navajazo a Valsavis, a la vez que clavaba con fuerza el pulgar izquierdo en el plexo solar de su antagonista y le hundía el diafragma.

El mercenario se quedó sin aire, y retrocedió tambaleante, boqueando con ansiedad. Antes de que quedara fuera de su alcance, Sorak, atacando desde una posición arrodillada, le abrió una profunda herida en el muslo. Durante unos instantes, el combate quedó momentáneamente detenido en tanto que ambos se separaban andando a gatas.

Doblado hacia adelante, Sorak procuraba detener las oleadas de insoportable dolor. Valsavis, también hecho un ovillo, intentaba recuperar el aliento.

Con un gemido, Sorak bajó la cabeza, y el cuchillo resbaló de sus dedos. El mercenario se lanzó inmediatamente al ataque, tal y como él había esperado. Con un veloz movimiento, el elfling sacó una daga de la funda oculta en el interior de su mocasín de caña alta y la lanzó. El arma alcanzó a Valsavis en el hombro, quien profirió un gruñido e instintivamente alzó la mano y soltó el cuchillo.

Sorak intentó incorporarse, pero el fornido mercenario le asestó una patada y le dio en plena cabeza. El joven cayó de costado, rodando hacia un lado, y Valsavis volvió a patearlo. Inmediatamente, Sorak se retorció, sacudió la pierna y derribó a su adversario.

Valsavis se desplomó con un fuerte golpe y cayó de espaldas, pero sin perder un instante dobló las piernas hacia atrás y volvió a incorporarse de un salto. La maniobra lo llevó muy cerca de Kara, y antes de que la sobresaltada pyreen pudiera reaccionar, le arrebató a Galdra, agarrándola por la empuñadura, y la sacó de la vaina que la mujer sujetaba.

—¡No! —exclamó ella.

Pero él se volvió para dejarla caer sobre Sorak. La hoja centelleó con una cegadora luz sobrenatural y estalló en mil pedazos.

—¡Aaaah! ¡Mis ojos! —chilló Valsavis. Levantó la mano, se arrancó el cuchillo del hombro y empezó a lanzar cuchilladas a diestro y siniestro, cegado aún por el brillante fogonazo.

Sorak retrocedió para apartarse de él. Entonces su pie tropezó con algo a su espalda y perdió el equilibrio para caer sobre el cuerpo inconsciente de Ryana.

Valsavis se lanzó de inmediato hacia el lugar del que había provenido el sonido, pero tropezó también con el cuerpo de la sacerdotisa y fue a caer encima del elfling.

Durante unos instantes, Kara observó con inquietud cómo forcejeaban en el suelo. Luego se escuchó un débil sonido sordo; un cuchillo se hundió en un cuerpo y alguien dejó escapar una exclamación ahogada.

Todo quedó en silencio.

Kara permaneció allí, inmóvil, conteniendo la respiración. Por fin, Valsavis se movió. A la pyreen se le cayó el alma a los pies por un segundo, pero entonces vio que rodaba sobre sí mismo hasta caer de espaldas y que Sorak emergía muy despacio de debajo de su cuerpo. Kara dejó escapar el aire con un profundo suspiro de alivio y corrió a su lado.

Valsavis estaba vivo aún, pero el cuchillo que sobresalía de su pecho indicaba claramente que no iba a durar mucho. Sus ojos empezaban ya a nublarse; respiraba con gran dificultad y de sus labios brotaban espumarajos de sangre.

—Has luchado bien... elfling —dijo esforzándose por formar las palabras—. De todos modos... no me hubiera... gustado... acabar... mi vida... como un... tullido. Lamento... lo de tu espada.

—No importa —repuso Sorak apoyándose en Kara mientras lo contemplaba—. Jamás quise ser rey.

—Me harías... un gran honor... si... aceptaras... la mía.

—Como desees.

—¿Con... conseguiste... averiguar... tu... auténtico nombre?

—Es Alaron —respondió el elfling.

—Alaron —repitió Valsavis mientras sus ojos empezaban a vidriarse—. No dejes... que los cadáveres... mastiquen... mis huesos...

—No lo permitiré.

—Gracias... ¡uuuuh! Maldita... —El aire se le escapó en un prolongado estertor, y dejó de respirar.

—¡Oooh!, mi cabeza... —gimió Ryana recuperando el conocimiento.

Sorak se volvió y se agachó junto a ella.

—¿Te encuentras bien?

La muchacha contempló su rostro ensangrentado y desfigurado por una profunda cuchillada, y abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Qué ha sucedido?

—Valsavis.

La ayudó a incorporarse, y entonces ella lo vio caído de espaldas.

—¿Está... ?

—Muerto —respondió Sorak.

—Siento habérmelo perdido.

Kara se volvió y se encaminó hacia el lugar donde yacían desparramados los pedazos de la espada elfa. Se inclinó y recogió el trozo más grande que encontró; era la empuñadura envuelta en hilo de plata, y en ella aún quedaban unos treinta centímetros de hoja.

Ryana la vio, y sus ojos volvieron a abrirse de par en par. Lanzó una exclamación ahogada y se volvió para mirar inquisitiva al joven.

–La leyenda era cierta —dijo éste—. Valsavis intentó matarme con ella, pero Galdra no servía a un profanador.

—Se la mantuvo a salvo durante generaciones —musitó Kara—. Y ahora... —Se limitó a sacudir la cabeza entristecida mientras sostenía la rota espada.

—Cumplió su propósito —repuso Sorak—. Además, ahora poseo otra. —Recogió la espada que había pertenecido a Valsavis—. Una hoja hermosa y bien equilibrada —indicó—. Acero del bueno, algo que escasea mucho. Intentaré darle un mejor uso que él.

—Toma esto, de todos modos —dijo la pyreen entregándole el pedazo—. Guárdalo como símbolo de lo que habéis conseguido y de aquello por lo que luchamos.

Sorak la cogió de sus manos. Sostuvo la hermosa espada de Valsavis en una mano y la espada rota en la otra. La contempló meditabundo. Cuando estaba entera, había una inscripción grabada en la hoja en lengua elfa: «Fuerte en espíritu, bien templado, forjado en la fe». Ahora sólo quedaba una parte de la inscripción.

—Fuerte en espíritu —leyó en voz alta, y luego asintió–: un sentimiento más cierto ahora de lo que lo fue jamás. Finalmente, he encontrado mi propio espíritu.

—En ese caso, siempre tendrá un gran significado para ti —repuso Kara—. Llévala contigo, Alaron.

El joven alzó los ojos hacia ella, sonrió y dijo:

—Mi nombre es Sorak.

Загрузка...