5

El juicio de las matriarcas

En cuanto mi madre Deméter recibió los informes de mi investigación en Urt, su respuesta no se hizo esperar. Me convocó urgentemente y tuve que preparar mi bolsa a toda prisa para viajar al fin del mundo. Conmigo llevaba la carpeta con las fotografías que había tomado en casa de Elena y las copias del doble informe sobre la muerte de la pequeña Diana, uno destinado a ser divulgado y otro para ser debatido por las matriarcas. Estaba asustada por su reacción ante mi descubrimiento acerca del retorno de Baal. No había escatimado ninguna prueba ni había ocultado ningún dato. Hacerlo hubiera sido un disparate; Deméter tenía mil formas de averiguarlo y tarde o temprano hubiera sacado la verdad a la luz. Era mejor aceptar mi error y asumir mis responsabilidades. ¿La elección de mi disfraz no había sido casual? Evidentemente. Y las consecuencias de ese acto habían sido terribles.

Por desgracia, yo me sentía muy desamparada. Sin el amor de Gunnar, sin la amistad sincera de Meritxell, sin nadie en quien poder confiar, necesitaba algo así como el afecto de una madre. Pero Deméter, reunida de incógnito en una aldea de la Bucovina Moldava, no estaba enterada de los avatares de mi vida sentimental ni le importaban. Estrenaba su cargo de nueva matriarca de Occidente de las tribus Omar y, tras convocarme por telepatía, tuvimos una larga charla telefónica que me tranquilizó. Su tono era cordial y me felicitó por la rigurosidad de mi informe. No parecía enfadada y en ningún momento manifestó disgusto o preocupación por mi relación con el disfraz de Baalat. Al revés. Insistió en que acudiese a la aldea lo más pronto posible, las matriarcas estaban impacientes por escuchar de mis propios labios el relato de mis investigaciones.

Y me dirigí hacia la Bucovina, una zona limítrofe con Ucrania, cercana a la inquietante Transilvania húngara, flanqueada por los altos Cárpatos y dominio indiscutible de la milenaria y otrora todopoderosa Odish la condesa húngara Erzebeth Bathory. Allí se había producido el mayor número de víctimas Omar la noche de Imbolc. Dieciséis muertes de las treinta y nueve computadas. Tampoco resultaba tan extraño. Los bosques de los Cárpatos, frondosos y recónditos, habían sido a lo largo de los siglos refugio de osas, lobas, águilas y cabras, y uno de los lugares preferidos por los clanes de brujas Omar.


El viaje me ocupó cerca de dos días y llegué a la aldea exhausta y deseando una cama en la que poder dormir; en lugar de eso, Deméter me ofreció un café amargo y una tarta de manzana espesa y crujiente y me llevó con ella a la sala contigua, donde ocho mujeres me esperaban ansiosas alrededor de una mesa cuadrangular repleta de mapas, papeles y atames.

Ahí estaban sentadas ante mí brujas míticas de las que había oído hablar de niña, como la anciana serpiente Lucrecia, la intrépida cabra Ludmila, la grulla novelista Lil o la docta salamandra Ingrid. Sólo había otra muchacha joven que sustituía a su madre en la representación del clan del delfín, una joven bióloga marina de unos veinticinco años, morena, de complexión atlética y con un nombre que la alumbraba proféticamente: Valeria. Era la encarnación de la valentía, nada ni nadie se interponía ante la decisión de sus ojos negros y fieros. Fue ella quien abrió fuego.

– Ha sido la dama de Biblos, Baalat, quien ha atacado durante la noche de Imbolc.

Un murmullo de inquietud siguió a sus palabras y Valeria, con un gesto, pidió silencio para continuar.

– Las delfines mediterráneas hemos vivido en costas asiáticas, europeas y africanas, pero la mayoría tuvimos que acabar refugiándonos en las islas, puesto que las que se afincaron en Asia Menor, la antigua Numidia, en los alrededores de la vieja Cartago y las costas ibéricas fueron destruidas sistemáticamente por la dama de Biblos. Por eso hemos conservado muchas tradiciones orales para educar a nuestras hijas acerca de cómo defenderse de la sanguinaria Baalat. Nuestras canciones y nuestros juegos advierten del peligro de la dama. Y las brujas del clan del delfín estamos seguras de que Baalat ha regresado. La muerte en Trapani de la joven Nicoletta y en Herculano del bebé Sofía coinciden con el mismo ritual de fuego y sangre que practicaba la Odish que se hacía pasar por diosa de los fenicios.

– ¿Creéis que su ataque responde a alguna estrategia concreta? -inquirió Deméter en su calidad de moderadora.

– Creemos que la dama de Biblos, con esta ofensiva sorprendente, pretende asustar a las Omar, recuperar un poder que tuvo antaño y sobre todo disputar el territorio de otras Odish.

Valeria se detuvo y miró fijamente a Ludmila.

– El vuestro -afirmó dirigiéndose a la matriarca Ludmila, portavoz de los Cárpatos y sus valles-. Baalat ha atacado muy duramente en tierras de la condesa.

Ludmila, una cabra de familia campesina de grandes y fuertes manos, con la cara surcada por profundas arrugas y unos ojillos perspicaces y rápidos, le dio la razón.

– Cierto. La condesa Erzebeth nos diezmó hasta hace cuatro siglos. Pero los métodos de la condesa, no menos crueles, eran muy diferentes. Nosotras, las cabras, las osas y las ciervas estamos seguras de que la condesa, nuestra enemiga ancestral, no ha regresado y de que permanece en el mundo opaco esperando su momento.

– ¿Qué diferencias habéis observado en estas muertes? -preguntó de nuevo Deméter.

Ludmila se sirvió un vaso de agua, quizá para suavizar la dureza de las imágenes que se veía obligada a recordar.

– En esta ocasión, como dice Valeria, las muertes se han producido de una forma para nosotras extraña. En todas las moradas había fuego y, os diré más, en la casa de Brasov, donde desangró a la pequeña Greta, se halló grabado a fuego el símbolo de la serpiente de Baalat.

– ¿Y cuál es su aspecto? -preguntó la escritora noruega Lil, que en su juventud fue muy bella y aún conservaba intacto el destello de inteligencia en sus hermosos ojos azules.

Ludmila le contestó gravemente:

– La madre de una tortuga, junto al Mar Negro, pudo ver a la luz de la luna una gaviota huyendo por la ventana. La criatura tenía claras señales de haber sido picoteada en cuello y brazos, pero también fue quemada.

Lil disertó al respecto:

– Eso explicaría su facilidad para entrar en las casas. La Odish de Cartago ha adoptado la forma de una gaviota.

Deméter, mi madre, intervino:

– No creo que sea la única. Selene, mi hija, fue enviada a Urt tras la muerte de la pequeña loba Diana. Allí topó con una de las apariencias que tomó Baal y tuvo un encuentro desagradable. Ella os lo explicará y os mostrará las pruebas.

Y a pesar de la responsabilidad de participar en un consejo de matriarcas, no me sentí en absoluto nerviosa. Mi madre confiaba en mí, mi madre me concedía la palabra y se sentía orgullosa de mis descubrimientos. Me sentí útil, justo lo que necesitaba para remontar mi mal momento. Hablé alto y claro.

– El ataque a la pequeña loba Diana en Urt, un ritual de fuego y sangre, fue obra de Baal bajo la apariencia de una víbora. Yo misma la maté y cuento con el testimonio de un niño de un año.

– ¿Un año? No me parece un testimonio muy fiable para una aseveración tan seria -se permitió objetar la cabra Ludmila.

La ruda matriarca me miró mal desde el primer momento. Probablemente le molestaba mi aire rutilante y cosmopolita que tanto chocaba con la sencillez de su atuendo y su casa.

– No hay ninguna duda. La serpiente, antes de morir, escribió su nombre en fenicio. Tengo aquí las fotografías.

Ante el asentimiento de mi madre, repartí las instantáneas que había sacado y las distribuí entre las curiosas Omar. Al tiempo que iban pasando de mano en mano, un murmullo de incredulidad se adueñó de la sala. Mi madre, puso orden.

– Perdona, Selene, me gustaría que Ingrid explicase lo que sabe acerca de Baalat y sus poderes.

La salamandra Ingrid se caló sus gafas, sacó una hoja amarillenta de sus papeles y comenzó a leer.

– El carburador averiado… -Ingrid calló en seco; se trataba de una factura de la reparación de su viejo coche-. Disculpadme.

Al darse cuenta de su error, tuvo que vaciar su bolso hasta dar con el documento que buscaba y que por fin encontró, pringado de caramelo y con un dibujo de una margarita pintada de colores chillones en el margen izquierdo.

– A partir de ahora os pido una sola cosa. No la nombréis más. La llamaremos la dama oscura.

Ingrid era una estudiosa algo despistada que perdía constantemente sus piedras y sus pócimas y envolvía los bocadillos de sus hijos con los apuntes de sus últimas investigaciones. A pesar de eso y del barullo constante que armaba su numerosísima prole, era respetada y oída en congresos y convenciones. Ingrid tenía una voz simpática, acostumbrada a cantar canciones infantiles y a narrar cuentos de miedo. Se dirigió a nosotras como si fuéramos las alumnas de una escuela primaria.

– Baalat no tiene cuerpo -susurró-. Su carne y sus huesos fueron destruidos hace veintiún siglos. Pero Baalat existe. Su espíritu, su energía y su fuerza se pueden apropiar del cuerpo de un muerto, un niño o un animal. ¿Por qué? Porque carecen de voluntad o tienen su autoestima muy débil. Baalat fue una experta en las artes de la nigromancia, la que adivina el futuro a través de los muertos y se sirve de ellos para sus propósitos. Y por esa razón es la Odish más peligrosa. Otras Odish han desaparecido con la destrucción de su cuerpo, no pueden ni podrán corporeizarse más. En cambio la dama oscura profetizó su regreso antes de que su cuerpo fuera reducido a cenizas. Según los datos que poseemos sobre la fuerza de los conjuros nigrománticos, la sola mención de su nombre puede convocar energías suficientes para que posea la forma…, por ejemplo…, de una mosca.

Dicho esto, Ingrid hurgó en sus bolsillos y sacó un puñado de canicas, chicles y un martillo de juguete. Tomó el martillo y, sin mediar palabra, aplastó una mosca que se encontraba sobre la mesa. La recogió con mucho cuidado sujetándola con los dedos pulgar e índice y la mostró a todas las contertulianas.

– Fijaos en el peso y el tamaño. Una sola mención puede proporcionar la fuerza que la dama oscura necesitaría para mover este cuerpo. Para materializarse por ejemplo en un cuerpo de mujer adulta, necesitaría ser mencionada por cien mil personas.

– ¿Simultáneamente? -preguntó Valeria.

– No es necesario. Pero tened en cuenta también que la proyección de su imagen o la fuerza del pensamiento de quien reflexiona sobre ella pueden ser potencialmente más peligrosas que nombrarla. Y lo peor…

Todas callamos expectantes. Ingrid se quitó las gafas.

– Lo peor sería mantener un diálogo con ella. Ésa es la forma de reconocerla y alimentarla. Una verdadera bomba de relojería que dependería también del rango y la fuerza de la Omar con la que se comunicase.

Lil, poéticamente, fantaseó sobre su poder.

– La sangre de la primera víctima le proporcionó la fuerza para encarnarse en la criatura asesina de su siguiente crimen. De esa forma debió de causar la matanza de la noche de Imbolc. Tras cada muerte hizo acopio de más fuerzas y ahora su energía debe de ser inmensa. Si son treinta y nueve víctimas, pensemos que eso le permite vivir…

Todas se horrorizaron por el cálculo.

La vieja Lucrecia, una serpiente nonagenaria tan sabia como las rocas milenarias del volcán Etna de donde procedía, encendió con sumo cuidado una pipa y chupó lentamente mientras hablaba.

– Y yo me pregunto, ¿cómo consiguió la dama oscura materializarse por primera vez? ¿De dónde extrajo la fuerza necesaria para hacer acopio de la sangre que necesitaba?

Sentí cómo me temblaban las piernas. Ésa era la misma pregunta que yo me había hecho. ¿Era yo la culpable?

Y de pronto, solemnemente, Deméter se puso en pie.

– Bien. Debo deciros algo muy doloroso para mí.

Me miró y se señaló a sí misma.

– Pongo mi cargo de matriarca recién electo a vuestra disposición. Por eso os he convocado a todas y por eso también he hecho venir a mi hija Selene.

Yo palidecí. Creía que Deméter me había invitado con la intención de exponer los resultados de mi investigación. Pero no. Todo había sido más premeditado, más sucio.

– Mi hija Selene, de quien soy absolutamente responsable, fue quien, con su inconsciencia, convocó la fuerza de la dama oscura para corporeizarse.

Todos los ojos se posaron en mí. Sentí cómo el mundo se hundía bajo mis pies, cómo la vergüenza me inundaba, cómo los reproches arañaban mi ropa, pellizcaban mi piel y golpeaban mi conciencia. ¿Por qué mi madre me había tendido esa trampa? ¿Por qué no me advirtió de su intención?

Lil, inteligente y sensitiva, advirtió mi total desconcierto y se apiadó de mí.

– Deméter, ¿no habías avisado a tu hija de este juicio público?

Mi madre asintió.

– Selene no sabía nada.

La voz de Ludmila no sonó tan piadosa como la de Lil:

– Dinos, Selene, ¿cómo la convocaste?

Quise ponerme en pie, pero las piernas no me obedecían. Quise mirarlas a los ojos, pero el cuello no me sostenía la cabeza. Quise llorar, pero las lágrimas se empeñaban en permanecer secas.

Valeria me tomó la mano, me transmitió su fuerza y sentí un derroche de energía instantáneo.

– Selene -susurró Valeria-, la dama oscura utiliza muchos subterfugios. Una vez consiguió que una Omar egipcia celebrase un ritual de purificación para deshacerse de ella. El efecto fue el contrario. Se creció en su poder.

Fuesen las palabras de Valeria, su mano o el calor de su valentía, por fin me levanté y alcé la cabeza.

– Sentí un impulso muy grande de disfrazarme de ella la noche de Carnaval. Y lo hice. Durante unas horas fui la dama oscura y todos los que me miraron la vieron a ella.

Esta vez Deméter bajó la cabeza.

– Yo descubrí su intención y se lo prohibí, pero a pesar de mi prohibición me desobedeció. No he sabido educar a mi hija y no merezco ser vuestra matriarca.

Y entonces me eché a llorar como una tonta por la actitud de mi madre. Mi madre se avergonzaba de mí y lo decía públicamente. Yo era el gran engorro de su vida y de su carrera. Yo había ensuciado su inmaculado expediente y ahora se lavaba las manos abandonándome a un juicio público. La vi capaz de clavarme su atame si así lo decidían las matriarcas. En aquellos instantes yo era una desconocida. Y estaba más sola que nunca.

De golpe se me mezcló todo, el amor perdido de Gunnar, la pena de Meritxell y el rechazo de Deméter, un cóctel tremebundo para llorar durante semanas.

– Selene, por favor, ¿puedes esperar fuera? -pronunció con voz ronca la anciana Lucrecia, que por edad era quien había recogido el atame que Deméter había depositado sobre la mesa.

Salí de la sala temblando y aquejada de un ataque de llanto incontrolable. Deméter no levantó ni una ceja. Valeria, en cambio, me acompañó solícitamente y, una vez fuera, me abrazó y me consoló con una dulzura que yo no había conocido nunca en mi propia madre.

– Es el ritual, tontina, es el protocolo. No eres culpable de nada. Eres alocada y algo egocéntrica, ésos son tus defectos, los que Baal aprovechó para filtrarse en tu conciencia y servirse de ti.

Yo sabía que por una parte tenía razón, pero por otra eso no me eximía del todo de mi irresponsabilidad y tampoco me consolaba sobre la dureza del trato de mi madre.

– ¿Te gusta mirarte al espejo? ¿A que sí?

Miré a Valeria y asentí. Éramos tan diferentes. Ella, a sus veinticinco años, se apasionaba por bucear en las profundidades marinas y observar de cerca a los calamares mutantes. Yo me moría por besar a Gunnar, bailar hasta reventar y lucir sortijas de brillantes en las manos. Yo era infinitamente más superficial y vulnerable que Valeria.

– Me gusta que me miren -sollocé.

– Y lo consigues, preciosa, lo consigues seguro.

– Soy presumida y caprichosa.

– ¿Y…? -inquirió Valeria.

– Y mala -dije deseando a la vez que me corrigiese.

Y así fue.

– No eres mala, Selene, eres impulsiva y no te avergüenzas de tu belleza; por eso tendrás problemas, con los hombres y las mujeres.

– Ya los tengo.

– ¡Vaya, sí que empiezas pronto!

Dejé de llorar y me dispuse a explicarle a Valeria mi situación desesperada, cómo, sin saberlo, me había enamorado del novio de mi amiga y había provocado que tres personas fuéramos infelices, pero nos interrumpió Ludmila que, muy secamente, me indicó con un gesto que entrase de nuevo en la sala.

– Cuando quieras te vienes a pasar unas vacaciones en Taormina. A veinte metros bajo el agua los problemas desaparecen…, te lo aseguro -me susurró Valeria animándome a entrar en la lúgubre sala.

Valeria era un encanto, una chica con la que se podía contar. En cambio las matriarcas estaban serias. Deméter volvía a lucir la vara en sus manos. Así pues, no habían aceptado su dimisión.

Ludmila, por ser la anfitriona, tomó la palabra.

– Selene, no hemos considerado una falta grave tu desobediencia si tenemos en cuenta que fuiste utilizada por la dama oscura. Sin embargo, creemos que tu carácter y tu destino nos obligan a tomar precauciones sobre tu persona.

El corazón me dio un vuelco y no pude dejar de preguntar:

– ¿Mi destino? ¿Cuál es mi destino?

Las matriarcas se miraron preocupadas. Ingrid intervino con un tono ligero.

– En realidad tu destino, hija mía, es bastante cafre. Dice que causarás muerte y destrucción.

– ¿Muerte y destrucción? -repetí incrédula mirando a mi madre.

Deméter me aguantó la mirada y me respondió:

– Selene, las profecías y los destinos pueden ser interpretados desde diferentes puntos de vista. Como brujas Omar, estamos obligadas a conocer los destinos de nuestras hijas, aunque también estamos obligadas a ser cautas ante el fatalismo que conllevan determinadas aseveraciones. A veces los destinos se cumplen interfiriendo en otros, a veces la muerte trae consigo la esperanza.

Me sentí fatal y las miré a todas con reproche.

– Vosotras ya lo sabíais. Sabíais que yo cometería algún acto reprobable pero no sabíais cuál, y tampoco sabíais por qué ni para qué, y por eso no me lo impedisteis ni me lo advertisteis. Soy parte de una cadena, de un experimento.

Deméter palideció repentinamente y yo me envalentoné.

– Sois tan culpables como yo.

Deméter me pidió calma y me dio la razón.

– Hemos llegado a esa misma conclusión y por eso mi dimisión no ha sido aceptada y tu castigo irá destinado a protegerte en el futuro.

– ¿A protegerme?

– Junto con Ingrid, te encargarás de recopilar toda la información acerca de la dama oscura para prevenir futuras agresiones. De esa forma te protegerás de ella y nos protegerás a nosotras.

Me quedé sin habla. Eso suponía seguramente cambiar de ciudad, dejar los estudios, abandonar a Meritxell y sobre todo… alejarme de Gunnar.

– Pero… -aventuré.

Deméter me fulminó con su mirada.

– Regresa a Barcelona y ya recibirás órdenes.

– No puedo abandonarlo todo por…

– ¡Selene! -gritó Deméter con una autoridad capaz de poner firme a un ejército de hunos.

Callé y me retiré tras el saludo ritual y las palabras de despedida en la lengua antigua. Lucrecia me hizo una advertencia antes de cerrar la puerta:

– Selene, tu voluntad puede dominar el lado oscuro de tu espíritu.

Unas y otras no paraban de recordarme que yo era pasto fácil de las tentaciones Odish.


Hubiera querido dormir esa noche con Valeria y charlar largamente sobre mi gran dilema entre mi amor y mi amiga, pero quien compartió habitación conmigo fue mi madre. Yo estaba muy dolida con ella.

– No me moveré de Barcelona, ¿me oyes?

– Hablaremos con más calma otro día.

– ¿Por qué me enviaste a Urt?

– Para que hicieras el reportaje.

– ¡Mentira! Me enviaste para que viera con mis propios ojos lo que había provocado con mi inconsciencia.

– Tal vez…

– Y luego me engañaste haciéndome venir hasta aquí.

– Es posible.

– ¿Cómo quieres que te crea si no me dices toda la verdad?

– Tú tampoco.

– ¿Y qué quieres saber?

– Lo que a toda madre le gusta saber: cómo te van tus estudios, quiénes son tus amigos, si estás enamorada, cuáles son tus sueños.

– ¿Cuándo quieres que hablemos?

– Ahora, por ejemplo.

Deméter no propiciaba la confidencia. Me interrogaba con un cuestionario delante. Estaba seria, rígida, no se abría a los sentidos, no transpiraba complicidad. Lo intenté, pero no pude. Mi respuesta fue tan seca como su pregunta.

– No pude presentarme a tres exámenes y me han concedido un aplazamiento.

Deméter me atravesó con la mirada.

– ¿Y ése es el motivo desesperado por el que no puedes dejar la ciudad?

Dudé unos instantes. Antes muerta que hacer partícipe a Deméter de mi historia de amor.

– Una amiga mía me necesita.

– ¿Qué amiga?

– Meritxell.

De pronto Deméter cambió su actitud completamente y mostró un verdadero interés.

– ¿Qué le ocurre?

– Tiene problemas.

– ¿De qué tipo?

– Pues, de falta de amor…

– ¿Está deprimida?

– Sí.

– ¿Y come?

– No mucho.

– ¿Duerme?

– Mal. Tiene pesadillas.

Deméter parecía preocupada.

– Cuídala. Cuídala mucho. Esa chica es muy frágil y necesita que alguien como tú le eche una mano.

Me molestó. Deméter se preocupaba más por Meritxell que por mí. ¿La había conmovido quizá su aspecto? ¿La convenció su aire desvalido?

En algunos momentos tenía la certeza de que yo era la hija que Deméter no hubiera deseado por nada del mundo. Yo era una equivocación.

Yo estaba equivocada y me estaba equivocando.

Tenía que solucionarlo.

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