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A las ocho y cuarenta y cinco de la mañana siguiente, seguimos un camino bordeado de árboles hasta lo alto de la colina y entramos a un jardín para aparcar, con espacio para automóviles entre las flores. Caminamos por uno entre muchos senderos hasta el salón de reuniones, entre matas de narcisos, tulipanes y jacintos; entre ellos brillaban diminutas flores plateadas; en el aire, delicados aromas. ¡Spring Hill, la colina de la primavera, merecía su nombre!

En el edificio, un salón espacioso, con múltiples ventanas, se extendía ante nosotros, construido en voladizo por sobre el mar. En el agua, abajo, danzaba la luz del sol, reflejando diseños en el techo.

Dos hileras de sillas se extendían en amplio arco a través del salón, con un espacioso pasillo entre ellas. Más allá de las sillas se veía una plataforma baja, tres pizarrones de color verde lima y un micrófono en su soporte plateado.

Nos detuvimos ante una mesa de la entrada. En ella sólo había dos rótulos con nuestros nombres, dos folletos informativos, libretas y estilográficas: los nuestros. Eramos los últimos en llegar, los últimos de cincuenta o sesenta personas que habían viajado miles de kilómetros para asistir a esa reunión de mentes.

Hombres y mujeres se saludaban, de pie entre las sillas. Alguien se inclinó ante el pizarrón central y escribió un tema con su nombre.

Un corpulento caballero, pelo negro veteado de gris, subió a la plataforma.

— Bienvenidos — dijo firmemente al micrófono, por sobre la cháchara del salón —. Bienvenidos a Spring Hill. Parece que ya hemos llegado todos.

Esperó a que nosotros halláramos nuestras sillas y tomáramos asiento. Leslie y yo terminamos de ponernos nuestros rótulos y levantamos la vista hacia el orador, en el mismo instante. La sala se borroneó por la impresión.

Me volví hacia ella en el mismo segundo en que ella se volvía hacia mí.

— ¡Richie! Es…

El orador se acercó al pizarrón del centro y tomó una tiza.

— ¿Hay alguien que no haya anotado aún el título de su disertación? ¿Los Bach, que acabáis de llegar…?

— ¡Atkin! — dije.

— Puede llamarme Harry — dijo él — ¿Tiene título para su disertación?

Fue como volver al diseño, como aterrizar en alguna sucursal de la fundición de ideas. Exceptuando la marca de unos pocos años, el hombre era el mismo. ¿Acaso no estábamos en Los Angeles, como habíamos creído? ¿Y si de algún modo se nos había pasado por alto…?

— ¡No! — dije, trémulo —. No hay título. No hay disertación.

Las cabezas se volvieron por un momento. Rostros desconocidos, pero…

Leslie me tocó la mano.

— No puede ser — susurró —, pero ¡qué coincidencia!

Por supuesto. Harry Atkin nos había invitado; era él quien firmaba la carta que nos había hecho viajar hasta allí; conocíamos su nombre antes de abandonar nuestra casa. ¡Pero se parecía mucho a Atkin!

— ¿Alguien más? — preguntó —. Recuerden que hay un máximo de quince minutos para la primera rueda de disertaciones. Seis disertaciones y una pausa de quince minutos; seis más y una hora para almorzar. ¿Algún otro título?

Una mujer se levantó, a algunas sillas de distancia de nosotros.

Atkin la señaló con la cabeza.

— ¿Sí, Marsha?

— La inteligencia artificial ¿es artificial? Nueva definición de la humanidad.

El hombre escribió el título en letras de imprenta en el pizarrón central, bajo otros diez, diciendo las palabras mientras escribía:

— … de… la… huma…ni… dad — dijo —. MARSHA BAN… NAR… JEE. — Levantó la vista. — ¿Alguien más?

Nadie alzó la voz. Leslie se inclinó hacia mí.

— ¿Nueva definición de la humanidad? ¿Eso no te suena a…?

— ¡Sí! Pero Marsha Bannarjee es un nombre conocido — susurré a mi vez—; es una autoridad en inteligencia artificial y hace años que escribe. No puede ser…

— Creo que estamos abusando un poco de las coincidencias — observó ella —. ¡Fíjate en los otros títulos!

Harry Atkin echó un vistazo a una nota.

— El directorio me ha pedido explicar que Spring Hill es una reunión íntima de sesenta entre las mentes más originales que se han encontrado en las ciencias y las comunicaciones de la actualidad. — Hizo una pausa y levantó la vista, con una sonrisita… ¡la misma sonrisa! — Si habláramos de sesenta entre las mentes más inteligentes, probablemente la lista sería otra…

La carcajada chisporroteó en la sala.

El primer tópico del tablero era el del mismo Atkin: LA ESTRUCTURA Y LA PROYECCION DE IDEAS. Me volví hacia Leslie, pero ella ya lo había leído y asintió con la cabeza, en tanto seguía adelante con la lista.

— Ustedes han sido invitados porque son diferentes — dijo Harry —, porque el directorio ha notado que se deslizan por el borde del hielo. Spring Hill se organizó para ponerlos en contacto con algunos otros patinadores que se deslizan tan cerca del límite como cada uno de ustedes. No queremos que se sientan solos allá afuera…

Leímos los títulos del pizarrón, cada vez más atónitos:

UN FUTURO SIN FRONTERAS: EL NACIMIENTO DE LA NACION ELECTRONICA. EXPERIMENTOS EN LA FISICA DE LAS PARTICULAS DE PENSAMIENTO. ¿QUÉ HACE UNA PERSONA SIMPATICA COMO TU EN UN MUNDO COMO ESTE? ASIGNACION DE IMPUESTOS: COMO AVERIGUAR LA VOLUNTAD DEL PUEBLO. QUE TAL SI…: DECISIONES PREVIVIDAS.

SUPERCOMPUTADORAS HIPERCONDUCTIVAS PARA LA RESTAURACION ECOLOGICA META INDIVIDUAL: TERAPIA PARA LA POBREZA Y EL CRIMEN.

CAMINOS HACIA LA VERDAD: DONDE LA CIENCIA SE ENCUENTRA CON LA RELIGION EL DESTRUCTOR COMO EXPLORADOR: NUEVOS PAPELES PARA LOS MILITARES. CAMBIAR EL AYER, CONOCER EL MAÑANA.

FAMILIARES POR ELECCION; LA FAMILIA EN EL SIGLO XXI.

COINCIDENCIAS: ¿HUMOR DEL UNIVERSO?

PARA REVERTIR EL DESASTRE: ELECCIONES EN LA POLITICA MODERNA.

— …recordarles que cualquiera, durante cualquier disertación — estaba diciendo Atkin —, puede acercarse a los tableros laterales para anotar conexiones, interrelaciones, rumbos de investigación e ideas que el disertante haya podido fusionar en su mente. Cuando los pizarrones se hayan llenado, se borrará la idea de arriba para agregar otra; después, la siguiente, y así sucesivamente.

¿ES NECESARIO MORIR?

HOMO AGAPENS: REQUISITOS PARA UNA NUEVA RAZA.

LA VENTA DEL AIRE: UTILIDADES PARA LA RESTAURACION PLANETARIA.

EL APRENDIZAJE DEL IDIOMA DELFIN. ALTERNATIVAS CREATIVAS A LA GUERRA Y LA PAZ.

¿MUCHOS MUNDOS A UN MISMO TIEMPO? ALGUNOS ESQUEMAS DE POSIBILIDAD.

— ¿Ves eso, Richie? ¡Fíjate en el último!

Atkin sacó un cronómetro del bolsillo de su chaqueta y lo programó, CHIIP-CHIIP-CHIIP…, exigente canario electrónico.

— Quince minutos pasan muy pronto.

Leí y parpadeé. ¿Era posible que alguna otra persona hubiera descubierto el esquema? No se nos había ocurrido la posibilidad… ¡Y si no éramos los únicos que habían estado allí?

— …tendrán que rozar la superficie de sus últimos trabajos en nuestro beneficio, tan rápido como les sea posible — prosiguió Atkin —: lo que han descubierto y hacia dónde investigarán a continuación. Podemos reunirnos durante las pausas para intercambiar más detalles, datos de investigación o para acordar reuniones en otro sitio. Pero cada uno deberá detenerse cuando oiga esto. — Dejó oír otra vez el canario. — Porque entonces será el tamo de otra persona, que tendrá para decir cosas igualmente asombrosas. ¿Alguna pregunta?

Aquello parecía el arranque de alguna máquina de gran velocidad. Sentimos que las mentes echaban a funcionar a nuestro alrededor, objetos exóticos a altas revoluciones, tiroteando para partir. Era como si Atkin hubiera agitado una bandera de partida.

Giró para consultar el reloj.

— Comenzaremos dentro de un minuto, a la hora justa. Habrá una grabación del congreso disponible para todos. Cada uno tiene ya su nombre y su número. La pausa para almorzar será a las doce y cuarto; la cena, entre las cinco y las seis, en la sala contigua a ésta; interrumpiremos a las nueve y cuarto de esta noche para recomenzar mañana, a las ocho y cuarenta y cinco. No habrá más preguntas porque yo seré el primer disertante.

Volvió a consultar el reloj, algunos segundos antes de la hora, y puso en marcha el cronómetro.

— Bien. Las ideas no son pensamientos, sino estructuras organizadas. Reparemos en esto y prestemos atención al modo en que están construidas nuestras ideas; descubriremos entonces un dramático aumento en la calidad de lo que pensamos. ¿No me creen? Busquen su última idea, la mejor. Ahora mismo, cierren los ojos y retengan esa idea en la mente.

Cerré los ojos alrededor de lo que habíamos descubierto: que cada uno de nosotros es un aspecto de todos los demás.

— Que cada uno observe la idea. Levante la mano quien piense que su idea está hecha de palabras. — Hizo una pausa. — ¿De metal? — Otra pausa. — ¿De espacio vacío? — Pausa. — ¿de cristal?

Levanté la mano.

— Abran los ojos, por favor.

Abrí los ojos. Leslie tenía la mano levantada, y también todos los concurrentes. Se oyó un murmullo de sorpresa, risas, ah, ohhh…

— Hay un motivo para que sean de cristal y también un motivo para la estructura que les vemos — dijo Atkin — Toda idea efectiva responde a tres reglas de ingeniería. Busquémolas y sabremos de inmediato si la idea nos dará resultado o si se hará pedazos.

En el salón reinaba el silencio del alba en el campo.

— La primera es la regla de la simetría — continuó él —. Cerremos los ojos y examinemos la forma de nuestra idea…

La última vez que yo había sentido algo similar era al pasar a un avión de combate a chorro de plena potencia a empuje adicional: el mismo estallido de energía salvaje contra mi espalda, apenas dominado.

Mientras Atkin continuaba hablando, un hombre de la segunda fila se levantó para acercarse al pizarrón de la izquierda y anotó rápidamente, con letras de imprenta:

DISEÑO Y CODIFICACION DE IDEAS COMPUTADORA-A-COMPUTADORA PARA COMPRENSION DIRECTA SIN PALABRAS.

Por supuesto, pensé. ¡Sin palabras! Las palabras son un auxiliar tan torpe de la telepatía… ¡Cuánto nos habían estorbado las palabras al conversar con Pye sobre el tiempo!

— En vez de computadora-a-computadora — susurró Leslie, escuchando y tomando notas de inmediato —, ¿por qué no mente-a-mente? ¡Algún día evitaremos el lenguaje!

— … la cuarta regla de cualquier idea efectiva — dijo Atkin— es el encanto. De las tres reglas, la cuarta es la más importante. Sin embargo, la única medida del encanto está en la…

CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP

Desde el público, un gruñido de fastidio y frustración.

Atkin levantó la mano para decir que no importaba, detuvo el cronómetro, volvió a programarlo y se hizo a un lado. Un joven se adelantó a grandes pasos y habló aun antes de llegar al micrófono.

— Las naciones electrónicas no son experimentos descabellados, que puedan funcionar o no — dijo —. Ya se han iniciado, ya están funcionando y existen en este momento a nuestro alrededor, redes invisibles de quienes comparten los mismos valores e ideas. ¡Gracias, Atkin, por abrirme tan bien el camino! Los ciudadanos de estas naciones pueden ser norteamericanos, españoles, japoneses o lituanos, pero lo que mantiene unidos a sus países invisibles es más fuerte que las fronteras de cualquier geografía…

La mañana pasó volando; los rayos de luz viraron de diamante a esmeralda, de esmeralda a rubí, cobrando fuego con cada cambio y giro.

¡Qué solos nos habíamos sentido con nuestros pensamientos extraños y qué glorioso deleite era estar en familia con esos desconocidos!

— La pequeña Tink — dijo Leslie —, bendita sea su alma, ¿no estaría encantada con esto, si lo supiera?

— Claro que lo sabe — susurré —. ¿De dónde crees que surgió la idea de Spring Hill?

— ¿No nos dijo que era nuestra hada de las ideas, otro nivel de nosotros?

Toqué la mano de Leslie.

— ¿Dónde terminamos nosotros y dónde comienza la gente sentada en este salón? — pregunté.

Yo mismo no lo sabía. ¿Dónde comienzan y terminan la mente y el espíritu, dónde comienza y termina la abnegación, cuáles son los límites de la inteligencia, la curiosidad y el amor?

¡Cuántas veces habíamos lamentado no tener más cuerpos! Sólo unos pocos cuerpos más, para poder ir y quedarnos a un mismo tiempo. Podríamos vivir tranquilamente en los campos, para ver la alborada en paz, domesticar a los animales silvestres, labrar jardines y vivir junto a la tierra, y al mismo tiempo ser gente de ciudad, apretados en multitudes, para ver películas y hacerlas, asistir a conferencias y dictarlas. Nos faltaban cuerpos suficientes para conocer a la gente hora a hora y, al mismo tiempo, estar solos y juntos; para construir puentes y retiradas a una vez, para aprender todos los idiomas, dominar todas las habilidades, estudiar, practicar y enseñar todo lo que nos habría gustado saber y hacer, trabajar hasta caer de cansancio y no hacer nada en absoluto.

— …descubierto que los ciudadanos de estas naciones forjan entre sí lazos de lealtad más fuertes que la lealtad a sus países geográficos. Y eso, sin haberse conocido jamás personalmente, sin esperanzas, siquiera, de conocerse. Llegan a amarse los unos a los otros por la cualidad de su pensamiento, por su carácter…

— ¡Estas personas son nosotros en otros cuerpos! — susurró Leslie —. Siempre han deseado volar en hidroavión; nosotros lo hemos hecho por ellos. Nosotros siempre hemos deseado conversar con los delfines, explorar naciones electrónicas, ¡y ellos lo están haciendo por nosotros! Las personas que aman lo mismo no son desconocidas entre sí, aunque nunca se encuentren.

CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP CHIIP…

— … que comparten los mismos valores no son desconocidos entre sí —dijo el joven, apartándose del micrófono —, ¡aunque nunca se encuentren!

Leslie y yo intercambiamos una mirada y nos agregamos a un rápido aplauso para él. Luego comenzó la disertante siguiente, apoyando con fuerza sus palabras contra el reloj.

— Así como las unidades de materia más pequeñas son energía pura — dijo —, así también las unidades de energía más pequeñas pueden ser pensamiento puro. Hemos hecho una serie de experimentos; estos sugieren que cuanto nos rodea puede ser, literalmente, una construcción de nuestro pensamiento. Hemos descubierto una unidad-partícula a la que hemos llamado imaión

Nuestras libretas engordaban con páginas llenas de arrugas estilográficas. Cada señal de alarma era frustración y promesa en un mismo estallido de gorjeos. ¡Cuántas cosas a decir, cuántas a aprender! ¿Cómo podían converger tantas ideas asombrosas en un mismo lugar?

Me pregunté si todos los presentes en ese salón podíamos ser una misma persona.

Noté que Leslie me miraba y me volví para encontrarme con sus ojos.

— En verdad tenemos algo que decirles — reconoció —. ¿Podremos seguir viviendo si no lo hacemos?

Le sonreí.

— Mi querida escéptica.

— … de la diversidad surge esta notable unidad — dijo la disertante —. Con mucha frecuencia vemos que cuanto imaginamos es exactamente lo que descubrimos…

Mientras ella hablaba, me levanté para acercarme al pizarrón central, busqué la tiza y anoté en letras de imprenta, al pie de la lista, el título de lo que diríamos en nuestros quince minutos.

UNO.

Después dejé la tiza y volví a sentarme junto a mi esposa, para tomarle la mano. El día apenas comenzaba.


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