8

Leslie mantuvo el acelerador hacia adelante y llevó el Avemarina rumbo al cielo. A treinta metros por encima del diseño volvió a velocidad de crucero y niveló el aparato.

Aunque volábamos a través de un cielo luminoso y por sobre el agua brillante, la desesperación pendía oscura y densa en la cabina, junto con la estupefacción por el hecho de que seres humanos inteligentes se dejaran arrastrar a la guerra. Era como si la idea nos resultara nueva, flamante; nuestra sombría aceptación de esa posibilidad en la vida diaria se había hecho añicos con una nueva mirada a la demencia que eso representaba.

— Pye — dije, por fin —, de todos los sitios en que pudimos descender, en un diseño que se extiende hasta el infinito, ¿por qué elegimos estos pasados? ¿Por qué Leslie ante el piano y Richard junto a su avión de combate?

— ¿No lo adivináis? — preguntó ella, reflejándonos la pregunta a ambos.

Estudié uno y otro hecho. ¿Qué tenían en común?

— ¿Los dos eran jóvenes y estaban perdidos?

— ¡Por perspectiva? — sugirió Leslie —. Ambos habían llegado al momento en que necesitaban recordar el poder de las elecciones…

Pye asintió.

— Los dos estáis en lo cierto.

— Y la finalidad de este viaje — dije —, ¿es aprender perspectiva?

— No — respondió —, no hubo finalidad. Caísteis aquí por casualidad.

— ¡Oh, Pye! — protesté.

— ¿No crees en las casualidades? Entonces debes creer que tú eres responsable, que tú fijaste rumbo hasta ese lugar.

— Bueno, no era yo el que fijaba rumbos… — dije. Las palabras se asentaron en mí. Me volví a mirar a Leslie.

Era motivo de bromas entre los dos: Leslie, que no tiene sentido de orientación en tierra, se orienta mejor que yo cuando estamos en el aire.

— La navegante soy yo — aclaró ella, sonriendo.

— Cree estar bromeando — dijo Pye —, pero tú no habrías podido llegar sin su ayuda, Richard. ¿Lo sabías?

— Sí — respondí — A mí me fascinan las percepciones extrasensoriales, los viajes astrales y las experiencias próximas a la muerte. Yo leo los libros, los estudio página a página hasta bien entrada la noche. Leslie rara vez los hojea, pero lee la mente, ve nuestro futuro…

— ¡No es cierto, Richard! ¡Soy escéptica y bien lo sabes! Siempre he sido escéptica con respecto a tus alter-mundos…

— ¿Siempre? — observó Pye.

— Bueno… he descubierto que a veces él tiene razón — confesó Leslie— Aparece con alguna idea descabellada y a la mañana siguiente, al año siguiente, la ciencia descubre lo mismo. Así he aprendido a tratar con cierto respeto esas ideas suyas, por ridículas que parezcan. Y aunque la ciencia no le diera la razón, aun así me encantarían esos extraños giros que describe su mente, porque tiene un punto de vista fascinante. Pero yo siempre he sido la práctica…

— ¿Siempre? — apunté yo.

— Oh, eso no cuenta — replicó Leslie, leyéndome la mente —. Era muy pequeña. Y como no me gustaba ese tipo de cosas, las interrumpí.

— Leslie se refiere a que estaba dotada de una intuición tan intensa que se asustaba — intervino Pye — Por eso bloqueó su don y hace lo posible por mantenerlo bloqueado. Los escépticos prácticos no gustan de asustarse con poderes extraños.

— Mi querida navegadora — dije —, ¡no me extraña! No fuiste tú la que quiso volver cuando desapareció Los Angeles. ¡Fui yo! No soy yo quien puede operar el acelerador en un hidroavión que no se ve. ¡Eres tú!

— No seas tonto — protestó Leslie— No estaría piloteando este hidroavión, no estaría siquiera volando si no fuera por ti. Y el viaje a Los Angeles fue idea tuya.

Eso era cierto. Había sido yo quien tentara a Leslie a abandonar la casa y las flores con esa invitación a Spring Hill. Pero para nosotros las ideas son vida: desarrollo y goce, tensión y alivio. De la nada surgen preguntas tentadoras, excitantes respuestas que danzan allá adelante, instándonos a resolver el acertijo, a expresarlo de algún modo, a ir allá, hacer esto, ayudar aquí. Ninguno de los dos se resiste a las ideas.

De inmediato me pregunté si podríamos descubrir por qué.

— ¿De dónde vienen las ideas, Pye? — pregunté.

— Diez grados a la izquierda— dijo ella.

— ¿Cómo? — me extrañé — No… las ideas. Se…

aparecen en los momentos más extraños. ¿Por qué?

— La respuesta a cualquier pregunta que puedas formular está en el diseño — respondió— Gira veinte grados a la izquierda, ahora, y acuatiza.

Nuestra avanzada amiga me despertaba la misma sensación que, en otros tiempos, los instructores de vuelo: mientras estuvieran conmigo en el avión, yo ejecutaba sin miedo cualquier acrobacia que me indicaran.

— ¿Te parece bien, wookie? — pregunté a mi esposa— ¿Estás dispuesta a seguir en esto?

Ella asintió, ansiosa de otra aventura.

Giré el anfibio como Pye me lo había indicado; verifiqué que las ruedas estuvieran subidas y los flaps abajo, disminuí la potencia.

— Dos grados a la derecha, busca esa banda de color amarillo intenso, allá adelante, bajo el agua… Toca la potencia un poquito — indicó nuestra guía— ¡Así! ¡Perfecto!


El lugar donde nos detuvimos parecía el infierno en horas extra. En las calderas bramaban las llamas, monstruosos hervidores de cosas fundidas forcejeaban arriba, en grúas móviles, y giraban poderosamente a través de una atestada planicie de acero: una hectárea y media bajo techo.

— Oh, caramba… — exclamé.

Un vagón eléctrico, del tamaño de un carrito de golf, rodó hasta el corredor más próximo a nosotros. De él descendió una joven esbelta, vestida de mono y con casco, y se encaminó en nuestra dirección. Si saludó, sus palabras se perdieron entre el estruendo y los rugidos de hierro y fuego. Se inclinó una caldera, un alarido-tornado de chispas azules reventó entre las lingoteras que estaban detrás de ella, convirtiéndola en una silueta a contraluz, en tanto se acercaba con celeridad.

Era una cosita delicada: rizos rubios bajo el casco, ojos azules atentos.

— Qué lugar éste, ¿verdad? — dijo, a modo de presentación, gritando para hacerse oír. Hablaba como si estuviera orgullosa de ese sitio. Nos entregó sendos cascos— No creo que los necesitéis — dijo —, pero si la gerencia nos sorprende sin ellos…

Con una gran sonrisa, se cruzó el cuello con un dedo, perversa.

— Pero no podemos tocar — comencé.

Ella sacudió la cabeza.

— No importa. Aquí podéis.

En efecto: no sólo pudimos tocar los cascos, sino que nos sentaban bien. Ella nos indicó que la siguiéramos.

¿Quién es ésta? miré a Leslie. Ella comprendió mi pensamiento, se encogió de hombros y meneó la cabeza.

— Oye, ¿cómo te llamas? — grité.

La joven se detuvo por un segundo, sorprendida.

— ¡Me dais tantos nombres, todos tan formales! — Se encogió de hombros con una sonrisa. — Podéis llamarme Tink.

Enérgica, nos condujo hacia una rampa, en el costado más próximo de ese lugar gigantesco; era una guía de turismo en funciones.

— Ahora bien — dijo —, el material baja por las cintas móviles hasta los cernidores de afuera. Después se lo lava en el trayecto hacia la tolva principal…

Leslie y yo nos hacíamos preguntas con los ojos. ¿Acaso debíamos saber de qué trataba todo aquello?

— …se lo arroja en uno de los crisoles (en esta planta hay veinticinco) y se lo calienta a mil quinientos grados. Después, una grúa lo levanta y lo trae hasta aquí.

— ¿De qué estás hablando? — pregunté.

— Si reservas tus preguntas para después — fue su réplica —, probablemente responderé casi todas en el trayecto.

— Pero nosotros no…

Ella señaló.

En el puente grúa — continuó —, se inyecta gas xenón a la fusión; después se la vierte en estos moldes, que están recubiertos con veinte micrones de un material que facilita el retiro de los lingotes de sus moldes.

Los lingotes no eran de acero, sino de una especie de vidrio; a medida que se enfriaban pasaban del anaranjado a un blanco traslúcido.

A lo largo del costado había equipos en rayos, cubos y romboides, tal como los tallistas cortan los diamantes en ángulos y facetas.

— Aquí se facetan y se energizan los bloques — dijo Tink, mientras pasábamos apresuradamente— Cada uno es diferente de los otros, por supuesto.

Nuestra guía del misterio nos hizo marchar por una rampa curva hasta una escotilla.

— Y ésta es la planta de acabado — nos mostró, más orgullosa que nunca— Esto es lo que deseabais ver.

Las puertas se abrieron deslizándose en cuanto nos acercamos y se cerraron en cuanto hubimos pasado.

El estruendo desapareció; aquel lugar estaba silencioso como el destino e igualmente ordenado y limpio. Desde una enorme pared hasta la otra había bancos de trabajo cubiertos de fieltro; en cada mesa descansaba una forma de cristal pulido, más arte silente que industria pesada. La gente trabajaba con cuidado, sin decir palabra, ante las mesas. ¿La pulcra sala de Ensamblado de Naves Espaciales?

Aminoramos el paso y nos detuvimos junto a una mesa donde un joven corpulento, sentado en una silla giratoria frente a algo que parecía un torno revólver ultramoderno, inspeccionaba un bloque de cristal más grande que yo. La masa era tan transparente que resultaba apenas visible, una sugerencia en el espacio. Sin embargo, sus planos y ángulos chisporroteaban fascinación. Dentro del cristal vimos una intrincada estructura de luz coloreada, miniláseres embutidos, una delicada red de filamentos refulgentes. El hombre presionó algunas teclas en la máquina y en el cristal se produjeron cambios sutiles.

Toqué a Leslie, señalando el bloque con un gesto de perplejidad. Trataba de recordar. ¿Dónde había visto algo así?

— Está comprobando que todas las conexiones estén terminadas — informó Tink, reduciendo la voz a un murmullo— Basta un filamento suelto para que toda la unidad falle.

Ante esas palabras, el hombre se volvió y nos sorprendió observando.

— ¡Hola! — saludó, cálido como un viejo amigo — ¡Bienvenidos!

— Hola — respondimos.

— ¿Te conocemos? — La pregunta fue mía.

El sonrió. De inmediato me cayó simpático.

— Conocerme, sí. Recordarme, probablemente no. Me llamo Atkin. Una vez fui tu montador aeronáutico. En otra oportunidad, tu maestro de Zen… Oh, no creo que te acuerdes.

Se encogió de hombros, sin preocuparse en absoluto. Yo busqué a tientas las palabras.

— ¿Y qué… qué haces aquí?

— Echa un vistazo. — Señaló una mirilla binocular montada cerca del cristal.

Leslie se asomó a mirar.

— ¡Oh, caramba! — exclamó.

— ¿Qué?

— Es… ¡No es vidrio, Richie! ¡Es ideas! ¡Es como una telaraña! ¡Están todas conectadas!

— Cuéntame.

No está en palabras — replicó ella— Supongo que es preciso expresarlas como se pueda.

— ¿Qué palabras usarías? Prueba conmigo.

— Oh — susurró ella, fascinada— ¡Mira eso!

— Habla — pedí —, por favor.

— Bueno, haré el intento. Es acerca de… lo difícil que resulta tomar las decisiones correctas y lo importante que es aferrarse a lo mejor que sabemos… ¡y que en realidad sabemos qué es lo mejor! — Se disculpó ante Atkin. — Ya sé que no le hago justicia. ¿Nos leerías esta sección plateada?

Atkin volvió a sonreír.

— Lo estás haciendo muy bien — aseguró, acercando los ojos a otra mirilla— Dice: Un diminuto cambio hoy nos lleva a un mañana dramáticamente distinto. Hay grandiosas recompensas para quienes escogen las rutas altas y difíciles, pero esas recompensas están ocultas por años. Toda elección se hace en la despreocupada ceguera, sin garantías del mundo que nos rodea. Y junto a ésa, ¿ves? La única manera de evitar todas las elecciones que nos asustan es abandonar la sociedad y volverse ermitaño, y ésa es una elección que nos asusta. Y ésa está conectada con: El carácter se gesta siguiendo nuestro más elevado sentido de lo conecto y confiando en los ideales sin estar seguro de que funcionen. Uno de los desafíos de nuestra aventura en la tierra consiste en elevarnos por encima de los sistemas muertos (guerras, religiones, naciones, destrucciones), negamos a formar parte de ellos y expresar, en cambio, el yo más alto que sepamos ser.

— ¡Es maravilloso! — dijo Leslie, siempre contemplando el cristal— ¡Oh, Richie, escucha éste! Nadie puede resolver los problemas de alguien cuyo problema consiste en que no quiere tener los problemas resueltos. ¿Lo expresé bien? — preguntó a Atkin.

— ¡A la perfección! — aseguró él.

Leslie volvió a mirar el interior del cristal, complacida de ver que empezaba a comprender.

— Por muy calificados que estemos, por mucho que lo merezcamos, jamás alcanzaremos una vida mejor mientras no podamos imaginarla y nos permitamos alcanzarla. ¡Sabe Dios si eso es verdad! ¡Así son las ideas cuando una cierra los ojos! — Sonrió a Atkin su gran admiración. — Todo está allí, todas las conexiones, todas las respuestas a cualquier pregunta que puedas formular al respecto. Puedes seguir todas las conexiones en la dirección que prefieras. ¡Qué bello es!

— Gracias — dijo Atkin.

Me volví hacia nuestra guía.

— ¿Tink?

— ¿Sí?

— ¿Las ideas provienen de una fundición? ¿de una acería?

— No pueden ser aire, Richard — replicó, severa — ¡No podemos usar algodón de azúcar! Una persona confía su vida a lo que cree. Sus ideas tienen que sostenerla; tienen que resistir el peso de sus propios cuestionamientos y el peso de cien, de mil, de diez mil críticos, cínicos y destructores. ¡Sus ideas deben resistir la tensión de todas las consecuencias que acarrean!

Meneé la cabeza ante aquel extenso cuarto, con sus cien mesas. Es cierto que las mejores ideas siempre nos llegan completas y terminadas, pero no estaba dispuesto a aceptar que provinieran de…

— Ya duele bastante fracasar cuando renunciamos a aquello en que creemos — dijo Tink —, pero más aún duele cuando las ideas en las que hemos basado la vida resultan equivocadas. — Me frunció el ceño, pura, resuelta. — ¡Por supuesto que las ideas provienen de una fundición! Y no de acero. El acero cedería.

— ¡Esto es maravilloso! — dijo Leslie, nuevamente absorta en el cristal, con el ojo pegado a la mirilla como un comandante de submarino — Escucha esto: El comercio es idea y elección expresadas. Mira en este instante a tu alrededor: todo cuanto ves y tocas fue, anteriormente, idea invisible, hasta que alguien eligió darles ser. ¡Qué pensamiento! No podemos dar dinero a un yo alternativo necesitado, en otras apariencias de tiempo y espacio, pero podemos darle ideas para que él las convierta en fortunas, si así lo quiere. ¡Ven a ver, wookie!

Me cedió su lugar ante la mirilla, mientras se volvía hacia Atkin.

— ¡Estoy estupefacta! — confesó— ¡Todo aquí es tan exacto, está tan bien pensado!

— Hacemos lo posible — dijo él, modestamente— Esta es un desafío, una idea medular; se llama Elecciones. Si una idea medular tiene fallas, tienes que detener toda la marcha de tu vida hasta que la aclaras. Nuestra misión no es deteneros, sino ayudaros a seguir adelante.

Su voz se esfumó en cuanto apliqué el ojo al visor, a tal punto capturaron mi atención los diseños interiores del cristal.

Eran, a un tiempo, extraños y familiares. Resultaba extraño que la matriz de rayos luminosos y planos iridiscentes cambiara de inmediato de color a pensamiento. Y era familiar porque yo estaba seguro de haber visto eso anteriormente, de haber observado la misma imagen tras los ojos cerrados, atacado por ideas meteóricas.

¡Cómo arrojamos redes a las ideas! pensé. En cualquier lenguaje, del árabe al zulú, de la caligrafía a la taquigrafía, de las matemáticas a la música, del arte a la piedra tallada, todo, desde la Teoría de los Campos Unificados a una maldición, desde un clavo oxidado a un satélite en órbita, todo lo expresado es una red alrededor de cierta idea.

Un esplendor violáceo me atrajo la vista. Expresé la idea en voz alta, lo mejor que pude.

— Lo malo no es lo peor que puede pasarnos. ¡Lo peor que puede pasarnos es NADA! — Consulté con Atkin. — ¿Estoy cerca?

— Palabra por palabra — confirmó él.

Nuevamente en el cristal, el violáceo se fundió en añil bajo la lente.

— Una vida fácil no nos enseña nada. Al fin de cuentas, lo que vale es el aprendizaje: lo que hemos aprendido y cómo hemos crecido.

— Así es — aprobó Atkin.

En una de las caras había una línea esmeraldina que se disparaba como una flecha a través del plano de diamante.

— Podemos tener excusas o podemos tener salud, amor, longevidad, comprensión, aventura, dinero, felicidad. Diseñamos nuestra vida mediante el poder de nuestras elecciones. Cuando más indefensos nos sentimos es cuando hemos elegido por abandono, cuando no hemos diseñado la vida con nuestras propias manos. ¡Es lo que decías a la joven Leslie!

Un tercer nivel conectaba los dos planos, como si reforzara la estructura.

— Cuando comenzamos una vida, a cada uno se le da un bloque de mármol y las herramientas necesarias para convertirla en escultura. — Flotando en sentido paralelo: — Podemos arrastrarlo tras nosotros, intacto; podemos reducirlo a grava; podemos darle una forma gloriosa. — A continuación, paralelo: — Se nos dejan a la vista ejemplos de todas las otras vidas: obras de vida terminadas y sin terminar, que nos sirven de guía o de advertencia. — Conectando la última con la primera: — Cerca del final nuestra escultura está casi terminada; entonces podemos pulir y lustrar lo que comenzamos años antes. Es entonces cuando hacemos nuestros mayores progresos, pero para eso es necesario ver más allá de las apariencias de la vejez.

Yo observaba, absorto como un picaflor hundido en la flor: caí en el silencio.

Generamos nuestro propio medio. Obtenemos exactamente lo que merecemos. ¡Cómo resentimos contra la vida que nosotros mismos nos hemos creado? ¿A quién culpar, a quién elogiar, sino a nosotros?

¡Quién puede cambiarla a voluntad, salvo nosotros? Hice girar el visor y encontré corolarios superpuestos en cada ángulo diferente.

Cualquier idea poderosa es absolutamente fascinante y absolutamente inútil hasta que decidimos utilizarla.

Por supuesto, pensé. Lo excitante de las ideas es llevarlas a la práctica. En cuanto lo probamos por cuenta propia, las botamos lejos de la costa, dejan de ser quizá sí para convertirse en audaces zambullidas en ríos blancos, tan peligrosos como exaltantes.

En cuanto me aparté de la mirilla, el bloque de cristal depositado en la mesa se convirtió en una curiosidad artística. Sentía su cálido potencial, pero perdida ya la captación de lo que representaba, del entusiasmo y la potencia a la espera de ser aplicada. Si había una idea en la mente, no existía modo de desecharla.

— …tal como las estrellas, los cometas y los planetas atraen el polvo con la gravedad — estaba diciendo Atkin a Leslie, encantado de conversar con alguien tan fascinada por su obra —, así nosotros somos centros de pensamiento que atraen ideas de todo peso y todo tamaño, desde destellos intuitivos a sistemas tan complejos que se requiere toda una vida para explorarlos. — Se volvió hacia mí. — ¿Terminaste?

Asentí. Sin siquiera despedirse, él tocó una tecla de su máquina y el cristal desapareció. El me leyó la expresión.

— No ha desaparecido — dijo — Otra dimensión.

— Ya que estáis aquí — dijo Tink — ¿hay algo que deseéis pasar a algún otro aspecto de vosotros? Parpadeé.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Qué habéis aprendido que podéis dar a un yo diferente como base para construir? Si quisierais cambiar una vida, permitir que alguien desenvolviera un regalo mental vuestro, ¿cuál sería?

A la mente me vino una máxima:

— No hay desastre que no pueda convertirse en bendición, ni bendición que no pueda tornarse desastre.

Tink echó un vistazo a Atkin y le sonrió con orgullo.

— Qué bello pensamiento— ¿Os ha dado resultados?

— ¿Que si nos ha dado resultados? — dije— ¡Tiene la pintura gastada de tanto que lo hemos usado! Ya no juzgamos lo bueno y lo malo tan apresuradamente como antes. Nuestros desastres han sido algunas de las mejores cosas que jamas nos pasaron. Y lo que jurábamos eran bendiciones resultaron ser de lo peor.

— ¿Qué es lo mejor y qué lo peor? — preguntó Atkin, como al desgaire.

— Lo mejor nos hace felices a largo plazo; lo peor nos hace desdichados a largo plazo.

— ¿Y cuánto abarca el largo plazo?

— Años enteros. Toda una vida.

El asintió con la cabeza y no dijo más.

— ¿De dónde sacáis vuestras ideas? — preguntó Tink. Lo hizo con una sonrisa, pero percibí que, por detrás de ella, la pregunta le resultaba importantísima.

— ¿No te reirás?

— A menos que sea divertido.

— Del hada del sueño — dije— Las ideas nos vienen cuando estamos profundamente dormidos o cuando empezamos a despertar y apenas vemos algo como para escribir.

— También está el hada de las duchas — dijo Leslie —, y el hada de los paseos, y la de los viajes largos; el hada de la natación y la de la jardinería. Las mejores ideas nos llegan en los momentos menos adecuados, cuando estamos empapados, cubiertos de barro, cuando no tenemos papel o cuandoquiera resulta muy difícil anotarlas. Pero como nos son importantísimas, logramos retener una buena parte. Si alguna vez conociéramos personalmente al hada de las ideas, ese tesorito, la aplastaríamos a abrazos de tanto que la amamos.

Ante eso, Tink se cubrió el rostro con las manos y estalló en lágrimas.

— ¡Oh, gracias, gracias! — sollozó— Me esfuerzo mucho por ayudar… ¡Yo también os amo!

Quedé atónito.

— ¿Tú eres el hada de las ideas?

Ella asintió, siempre con el rostro oculto.

— Tink es quien dirige este lugar — dijo Atkin, en voz baja, reacomodando los parámetros de su máquina en cero — Y se toma muy en serio el trabajo.

La joven se limpió los ojos con la punta de los dedos.

— Ya sé que me dais esos apodos tontos — dijo —, pero al menos prestáis atención. Os extraña que, cuantas más ideas usáis, más obtenéis, ¿verdad? Eso es porque el hada de las ideas sabe que os interesa. Y como os interesa, también vosotros le interesáis a ella. Siempre digo a todos, aquí, que debemos empeñarnos a fondo, porque estas ideas no están flotando en el espacio cero, ¡sino llegando a los objetivos! — Buscó su pañuelo. — Perdonadme las lágrimas; no sé qué me atacó. Atkin, quiero que te olvides de esto.

El la miró sin sonreír.

— ¿Qué me olvide de qué, Tink?

Ella se volvió hacia Leslie para explicar, apresuradamente:

— Debéis saber que no hay en esta planta una persona que no sea mil veces más sabia que yo…

— La clave está en el encanto — aclaró Atkin — Todos hemos sido maestros; nos gusta este trabajo y, por momentos, no somos demasiado torpes con él. Pero ninguno de nosotros es tan encantador como Tink. Sin encanto, la mejor idea del universo es vidrio muerto; a nadie le interesará. Pero cuando se obtiene una idea del hada del sueño, es tan encantadora que uno no puede resistir y allá sale, a la vida, a cambiar mundos.

Como estas dos personas nos pueden ver, pensé, ambos deben de ser nosotros alternativos, aspectos que eligieron diferentes senderos en el esquema. Aun así me parecía increíble. ¿Que el hada de las ideas era nosotros? ¿Diferentes planos de nosotros, dedicados a pasar vidas enteras dando claridad cristalina al conocimiento, con la esperanza de que nosotros lo viéramos en nuestro mundo?

En ese momento, una máquina no más grande que un perro ovejero pasó zumbando sobre su senda de caucho, con un lingote en blanco entre los brazos. Haciendo chirriar la goma bajo el peso, depositó cuidadosamente el cristal en la mesa de Atkin y lo soltó. Luego emitió dos señales sónicas, suavemente, y retrocedió hacia el pasillo para marcharse por donde había venido.

— De este lugar — dije—… ¿todas las ideas, las invenciones, las soluciones?

— No todas — dijo Tink — Las respuestas que uno obtiene de la propia experiencia, no. Sólo las extrañas, las que sobresaltan y sorprenden, aquéllas con las que uno tropieza cuando no está hipnotizado por la vida diaria. No hacemos sino tamizar infinitas posibilidades para hallar la que os pueda gustar.

— ¿Las ideas para escribir también? — pregunté — ¿Las ideas para libros? ¿Juan Salvador Gaviota salió de aquí?

— La historia de la gaviota era perfecta para ti — replicó ella, con el ceño fruncido —, pero tú eras un escritor principiante y no querías escuchar.

— ¡Pero si estaba escuchando, Tink!

Sus ojos lanzaron un destello.

— ¡No me digas que estabas escuchando! Querías escribir, pero sólo si no tenias que decir nada demasiado extraño. ¡Me volví loca para llamarte la atención!

— ¿Loca?

— Tuve que recurrir a una experiencia psíquica — dijo aquella almita, reviviendo su frustración —, y no me gusta hacerlo. Pero si no te hubiera gritado el título en voz alta, si no hubiera hecho pasar la historia como una película delante de tu nariz, ¡el pobre Juan Salvador habría estado condenado a la nada!

— No gritaste.

— Bueno, ésa fue mi sensación, después de todo lo que soporté para llegar a ti.

¡Conque había sido la voz de Tink la que oyera! Aquella noche oscura, hace tanto tiempo, no a gritos, sino calma como ninguna: Juan Salvador Gaviota. Estuve a punto de morir de susto al oír ese nombre donde no había nadie que lo pronunciara.

— Gracias por creer en mí — dije.

— De nada — dijo, ablandándose. Levantó la vista hacia mí, solemne— Las ideas flotan a tu alrededor, pero con mucha frecuencia no las ves. Cuando buscas inspiración, lo que buscas son ideas. Cuando rezas pidiendo orientación, pides ideas que te muestren el rumbo. ¡Pero tienes que prestar atención! Y a ti te corresponde poner las ideas en funcionamiento.

— Sí, señora — murmuré.

— Juan Salvador fue la última idea-para-libro que recibiste de mí por medios psíquicos. Espero que lo tengas en cuenta.

— Ya no necesitamos fuegos artificiales — le aseguré— Confiamos en ti.

Tink irradió una sonrisa refulgente.

Atkin, riendo entre dientes, volvió a su mesa de trabajo.

— Salud, vosotros dos — dijo — Hasta la próxima vez.

— ¿Volveremos a veros? — Leslie, en su mente, ya alargaba la mano hacia el acelerador del avión.

La directora de la fundición de ideas se tocó la comisura de un ojo.

— Por supuesto. Mientras tanto, pegaré notas a todos los pensamientos que enviemos. Acordaos de no despertar demasiado rápido. ¡Y de dar muchos paseos; nadar bastante, daros duchas a montones!

Nos despedimos con la mano y la habitación se derritió, se derrumbó en el caos familiar. Un momento después, sin duda alguna, estábamos una vez más en el Avemarina, elevándonos desde el agua, con la mano de Leslie sobre la palanca de potencia. Por primera vez desde el comienzo de esa extraña aventura, despegamos inundados de placer y no de pena.

— ¡Qué alegría, Pye! — dijo Leslie — ¡Gracias!

— Me alegro de haber podido haceros felices antes de partir.

— ¿Te vas? — pregunté, súbitamente alarmado.

— Por un tiempo — dijo — Ya sabéis cómo hallar los aspectos que deseáis conocer, los lugares de aterrizaje para vosotros. Leslie sabe cómo continuar cuando llega el momento de partir. Y tú también lo sabrás, Richard, cuando aprendas a confiar en tu percepción interior. No os hace falta ningún guía.

Sonrió como sonríen los instructores de vuelo a los estudiantes antes de enviarlos a volar solos.

— Las posibilidades son infinitas. Dejaos atraer por lo que os importa más y explorad juntos. Ya volveremos a vernos.

Una sonrisa, un azul destello de láser, y Pye desapareció.

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