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Con gran alivio de Garrod, la reunión fue corta, y se celebró en una de las modernísimas salas de «ambiente aprobado» que el Pentágono consideraba a prueba de espías de cristal y, en consecuencia, apropiadas para conferencias importantes. En la práctica, eso significaba que paredes, suelo y techo habían sido rociados con plástico de endurecimiento rápido, bajo supervisión oficial, instantes antes de la reunión. El tratamiento se aplicaba igualmente a la mesa y las sillas, dándoles un aspecto que recordaba el mobiliario de una guardería. El denso aroma mantecoso del plástico fresco llenó la sala durante la reunión entera. Cuando la conferencia acabó, Garrod se rezagó en la puerta y abordó al coronel Mannheim con la máxima naturalidad posible, aunque con un injustificado latido en el pecho.

—Una excelente idea —dijo Garrod, mirando las relucientes paredes—. Pero hay una pega, John. La habitación está condenada a ir haciéndose cada vez más pequeña. Algún día desaparecerá por completo.

—¿Y qué hay de malo en ello? —Mannheim, un cincuentón bien conservado, tenía los ojos claros y una piel rojiza que sugería su gusto por las actividades al aire libre—. ¿Acaso son excesivas las salas que hay en este maldito lugar?

—Esa es mi impresión. A mí que me den un despacho pequeño… —Garrod adoptó un aire de sorpresa que esperaba fuera convincente—. ¡Caramba! ¿Sabe una cosa? Jamás he visitado su Grupo de Aplicaciones de la Retardita de… de…

—Macon, Georgia.

—Eso es.

Mannheim parecía indeciso.

—Acabo de llegar de allí, Al, y no proyecto regresar hasta dentro de una semana o más.

—Lamentable… Tengo libre el resto del día, pero por la mañana vuelvo a Portston.

—Claro que… —Mannheim hizo una pausa que a Garrod te pareció una eternidad—, en realidad no necesito estar allí con usted, aunque hay algún truco con la retardita que me habría gustado enseñarle en persona… Bien mirado, usted inventó el material.

—Descubrí sería una palabra mejor —dijo Garrod—. Como usted dice, no tiene que perder tiempo para acompañarme. ¿Por qué no me deja en manos de algún científico? Me gustaría muchísimo dar un vistazo a su organización.

Garrod se preguntó si no estaría mostrándose excesivamente ansioso.

—¡Le diré lo que haremos! Encargaré al joven Chris Zitron que le atienda. Es el jefe de explotación, y se emocionará cuando sepa que va a conocer a Alban Garrod. Vamos a un videófono.

Mientras Mannheim llamaba al centro de investigación de Macon, Garrod permaneció detrás mismo del coronas y no perdió de vista la pantalla. Tres féminas del personal aparecieron brevemente durante la preparación de la visita, pero ninguna de ellas era Jane Wason. La desilusión de Garrod se mezcló con una sensación de perplejidad cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Sus actos eran notablemente similares a los de otros hombres totalmente aturdidos por una mujer, aunque él no experimentaba en modo alguno la exaltación mística que supuestamente acompañaba a la experiencia. Sólo había una terca e incómoda determinación de ver en persona a la muchacha.

En cuanto los preparativos estuvieron completados y Mannheim desapareció precipitadamente, Garrod entró en la cabina del videófono, se puso en contacto con su piloto, que estaba en Dulles, y le ordenó que elaborara un nuevo plan de vuelo para ir a Macon. Subió a la azotea y tomó un helijet especial del Departamento de Defensa para ir al aeropuerto; sin embargo, el espacio aéreo de Dulles estaba más congestionado que habitualmente, y eran más de las cuatro cuando el jet de Garrod despegaba en medio de la neblina. No había garantía alguna de estar en la base de Macon antes de que el personal civil acabara su jornada…, con lo que el viaje hubiera sido absurdo. Garrod cogió el teléfono de intercomunicación.

—Tengo prisa, Lou. Fuerce los reactores. Velocidad máxima.

—Tenemos que volar a seis mil metros en este pasillo, señor Garrod. Pero los reflectores de bang no son muy efectivos a esa altitud.

—No me importa.

—La Agencia Federal de Aviación se nos echará encima, y es inevitable que haya otros vuelos en el mismo…

—La responsabilidad es mía, Lou. Acelere.

Garrod se recostó y se dejó llevar por la aceleración que le hundía en el asiento, mientras el sólido jet adquiría velocidad supersónica, volando inmutable como una roca gracias al ala reflectora que dispersaba prácticamente toda la onda de choque hacia la estratosfera. El vuelo de mil kilómetros duró treinta y dos minutos desde el despegue al aterrizaje, y Garrod abandonó la aeronave casi antes de que ésta se hubiera detenido.

—¡El centro de cálculo de la Agencia Federal ha estado interrogándonos durante la mayor parte del trayecto, señor Garrod! —El rostro de Lou Nash, con su barba rojiza, denotaba su censura al gritar a Garrod desde la compuerta de salida—. Han tenido que desviar de nuestra ruta a dos vuelos regulares de transporte.

—Tranquilícese, Lou, yo lo arreglaré.

Una parte de la mente de Garrod le decía que había cometido una infracción de tráfico bastante grave y tal vez de difícil arreglo, incluso para un hombre de su posición, pero el resto de su persona era incapaz de preocuparse. «¿Es esto lo que se siente? —se preguntó febrilmente, mientras caminaba hacia el vehículo militar que estaba saliendo a su encuentro de un grupo de bajos edificios color de arena—. Si es así, ojalá lo hubiera hecho antes.»

El teniente coronel Chris Zitron resultó ser un hombre de aire juvenil, rostro fino, intenso modo de hablar y manos largas y huesudas. Sin preámbulo alguno, Zitron se puso a hablar sobré su trabajo, las aplicaciones del vidrio lento, extendiéndose en detalles con los sistemas de imagen doble: una imagen transmitida a través de cristal ordinario, la otra mediante retardita de corta dilación. Estos sistemas se usaban en computadoras que calculaban la velocidad de un objetivo, en la dirección de misiles aire-tierra y en las técnicas para salvar obstáculos del terreno en el caso de aviones rápidos que volaban a baja altura. Garrod dejó que el torrente de palabras fluyera a su alrededor, formulando alguna pregunta de vez en cuando para demostrar que su atención no estaba errando, pero sin dejar de escudriñar las vidrieras de las oficinas administrativas. En cuanto vislumbraba una secretaria de cabello negro sentía una ola de pánico que se convertía en desilusión cuando la cara difería de la buscada. Y empezó a experimentar una vaga sensación de asombro ante el hecho de que una mujer registrada en su mente como única pudiera parecerse a tantas mujeres distintas.

—No sé cómo se las arregla John Mannheim para ocuparse de tres proyectos diferentes —dijo Garrod, durante uno de los infrecuentes silencios de Zitron—. ¿Tiene un despacho permanente aquí, en el centro de investigación?

—No. El coronel opera en el edificio administrativo número uno. Allí.

Zitron señaló un edificio de dos pisos cuyas ventanas fulguraban igual que cobre bajo el sol del atardecer. Garrod examinó el inmueble y vio hombres y mujeres que salían en un flujo constante por la puerta principal. Los automóviles emitían destellos, como caparazones de escarabajos, conforme iban saliendo de la zona de aparcamiento.

—¿A qué hora terminan de trabajar aquí? Espero no estar retrasándole.

Zitron se echó a reír.

—Suelo trabajar hasta que mi mujer envía los equipos de búsqueda, pero la mayor parte de las secciones acaba a las cinco y cuarto.

Garrod miró su reloj. Eran las cinco y cuarto.

—¿Sabe una cosa? Me interesa cada vez más el impacto que una buena estructura administrativa ejerce sobre la gran eficacia de una unidad de investigación y desarrollo. Le importa que vayamos a las oficinas?

—En absoluto.

Zitron parecía un poco perplejo al salir del laboratorio.

Garrod se esforzó en seguir con el mismo paso natural al distinguir a una mujer de pelo negro, con un vestido de color tostado, que salía del edificio principal. ¿Era Jane Wason? Involuntariamente, empezó a tomar la delantera al militar.

—¡Alto, señor Garrod! —aulló repentinamente Zitron—. ¿Qué estoy haciendo?

—¿Cómo?

—Casi he dejado que se fuera sin ver la mejor aplicación del conjunto. Venga por aquí un momento… Zitron abrió una puerta que daba acceso a una larga construcción prefabricada. Garrod miró hacia el edificio administrativo. La chica estaba en el aparcamiento; sólo sus cabellos negros resultaban visibles por encima de los automóviles.

—Voy un poco escaso de…

—Apreciará esto, señor Garrod. Aquí hemos retrocedido a principios básicos.

Cogió por el brazo a Garrod y entró en el edificio, que apenas era algo más que cuatro paredes y un techo enteramente de cristal. En lugar de suelo tenía una extensión de hierba, con ocasionales arbustos y grandes piedras de aspecto artificial hacia el extremo más alejado. El local estaba vacío, pero Garrod, al recorrerle con la vista, tuvo la inquietante sensación de que había algo raro, de que le estaban observando.

—Ahora, fíjese en esto —dijo Zitron—. No me pierda de vista.

Se marchó apresuradamente hacia un lateral del edificio y desapareció entre los arbustos. El silencio fue total en el calurosísimo recinto, con la excepción del distante sonido de puertas de automóvil cerrándose. Pasó un minuto entero sin que Zitron diera señales de vida, y la impaciencia comenzó a latir en las sienes de Garrod. Se volvió hacia la puerta…, pero no terminó su acción puesto que la hierba cercana, sin ningún movimiento visible, emitió un susurro. De pronto, Zitron surgió de la nada a pocos pasos de distancia, con una sonrisa de triunfo.

—Ha sido una demostración de TAE…, Técnica de Avance Encubierto —dijo—. ¿Qué le parece?

—Excelente. —Garrod abrió la puerta—. Realmente efectiva.

—En este local experimental empleamos paneles de retardita de dilación muy corta. Puedo lanzarme de improviso sobre usted en cualquier momento.

Zitron señaló diversos puntos del interior, y ocasionales destellos de luz reflejada revelaron a los ojos de Garrod la presencia de hojas de vidrio lento en posición erecta sobre la hierba. Vio un duplicado de Zitron que se aproximó en zig-zag, con un silencio sobrenatural, antes de esfumarse en el panel más próximo.

—Como es de suponer —continuó Zitron—, en la práctica usaríamos paneles de superior dilación, a fin de dar a la infantería un poco más de tiempo para disponer la protección TAE. Una de las cosas que estamos intentando determinar es la máxima dilación útil… Si es demasiado breve, los hombres no tienen tiempo de consolidarse; si es demasiado larga, un observador tiene más posibilidades de detectar disparidades en la intensidad luminosa y los ángulos de las sombras. Otro problema es la selección de la mejor geometría para los paneles, a fin de reducir la reflexión…

—Perdóneme un momento —le interrumpió Garrod—. Creo que he visto a una persona conocida.

Se alejó hacia la zona de aparcamiento situada junto al edificio administrativo con la máxima rapidez y determinación posible, con objeto de disuadir a Zitron de que le siguiera. La muchacha del vestido color tostado estaba en la salida, mirando hacia Garrod. Era una mujer delgada, de cabello negro, y Garrod vio, conforme la distancia que mediaba iba reduciéndose, el toque plateado de sus labios. Una sensación de opresivo sofoco se dejó sentir en el pecho de Garrod en el instante en que aceptó estar contemplando a Jane Wason.

—¡Eh, usted! —Se esforzó en parecer jovial y despreocupado—. ¿No me recuerda?

Ella le miró con aire de duda.

—¿El señor Garrod?

—Sí. Estoy aquí por asuntos de negocios, y he creído reconocerla cuando salía de la oficina del coronel Mannheim. Escuche, fui muy presuntuoso cuando hablamos por videófono ayer por la noche, y deseaba disculparme. No acostumbro a…

De repente, Garrod no supo qué decir, quedando indefenso y vulnerable; sin embargo, vio el asomo de sonrojo en las mejillas de la chica y supo que había establecido contacto con ella a un nivel muy alejado de todo lo que acababa de decir.

—No tiene importancia —repuso tranquilamente ella—. No había necesidad…

—Sí que la había.

Estaba mirándola gratamente, dejando que la imagen se extendiera por su visión, cuando un Pontiac azul claro chirrió al frenar junto a la acera a su lado. El conductor, un teniente de aspecto poco amigable que llevaba unas gafas con montura dorada, había empezado a bajar la ventanilla antes de que el coche se detuviera.

—Vámonos, Jane —dijo tajantemente—. Es tarde.

Se abrió la otra puerta y Jane, confundida, entró en el automóvil. Sus labios se movieron en silencio. Miró a Garrod mientras el coche arrancaba, y a él le pareció ver unos ojos preocupados, pesarosos. ¿O simplemente estaban disculpándose por la brusquedad de la despedida?

Maldiciendo amargamente en voz baja, Garrod retrocedió para habérselas con el teniente coronel Zitron.

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