El asesinato del senador Jerry Wescott tuvo lugar a las dos y treinta y tres minutos de la madrugada en una solitaria carretera varios kilómetros al norte de Bingham, Maine.
La hora de la muerte fue determinada con precisión debido a que el arma usada fue un cañón láser con potencia suficiente para vaporizar buena parte del coche en que viajaba el senador. El asesino eligió un lugar en que la carretera se hundía bruscamente en una depresión, evitando así que alguna persona viera la llamarada en la zona circundante, pero no que fuera captada por un satélite de observación militar tipo Sk-ll y que la información fuera transmitida a una estación subterránea de seguimiento. Desde la estación fue comunicada al Pentágono, y finalmente, antes de que hubiera transcurrido una hora, llegó a manos de las autoridades civiles.
Un cañón láser, si bien resulta efectivo, es un arma tremendamente indiscreta, y se dedujo que había sido utilizada debido a que aseguraba la destrucción de las cámaras de retardita del coche y cualquier fragmento de vidrio lento que pudiera haber en el vehículo. La comunidad criminal había aprendido sin tardanza que era desaconsejaba ser «visto» por el vidrio lento incluso en horas nocturnas, y aun estando lejos, a causa de las especiales técnicas ópticas que se usaban para «interrogar» al vidrio. Y puesto que ya era posible reproducir a voluntad las imágenes de la retardita, sin tener que esperar a que transcurriera el periodo normal de dilación, aún resultaba más imperativo tomar precauciones al respecto.
En este caso, el láser destruyó eficazmente toda la incriminadora retardita del vehículo. También carbonizó el cuerpo del senador, imposibilitando su reconocimiento; la identidad del muerto no habría sido deducida durante algunos días de no haber sido porque el láser no logró quemar el contenido del maletín a prueba de fuego usado por Wescott.
El caso fue que la creciente ola de información, iniciada con una minúscula onda fotónica en una cámara en órbita, se extendió por las diversas redes de noticias y, en cuestión de horas, asumió las proporciones de un maremoto.
A despecho de que el suceso fuera o no previsible, a despecho de las numerosas ocasiones en que algo semejante había ocurrido en el pasado, el asesinato de un hombre que, probablemente, antes de un año iba a ser presidente de los Estados Unidos seguía siendo un notición.