14. HACIA GANÍMEDES VÍA EL SOL

Un mapa tridimensional del Sistema Solar tendría el aspecto de una planicie. En el centro, se halla el Sol, miembro dominante del Sistema; y realmente lo es, ya que contiene el 99,8 % de toda la materia del Sistema Solar. En otras palabras: su peso es quinientas veces mayor que la suma de todo el resto de los elementos integrantes del Sistema.

En torno al Sol, los planetas describen sus órbitas; todos ellos se mueven casi en un mismo plano: el plano denominado Eclíptica.

Al viajar de planeta a planeta, las naves espaciales comúnmente siguen la eclíptica. Y esto las mantiene dentro de los principales rayos de la comunicación planetaria, de modo que pueden hacer alto en medio de su trayectoria hacia el punto de destino prefijado. En ciertas ocasiones, cuando una nave necesita desarrollar velocidad o eludir posibles detecciones, se separa de la eclíptica, sobre todo cuando debe viajar hacia el otro lado del Sol.

Y Lucky pensaba que la nave de Antón debía estar intentando hacer precisamente eso.

Sin duda se deslizaría fuera de la «llanura» del Sistema Solar, describiría un arco o puente enorme por encima del Sol y regresaría a la «llanura», al otro lado, en las cercanías de Ganímedes. También era indudable que Antón debía haber iniciado su trayectoria de ese modo, porque de lo contrario las fuerzas defensivas de Ceres habrían logrado captar su nave en la filmación. Para los hombres hacer las observaciones espacio-náuticas dentro de la eclíptica, antes que ninguna otra, era casi un reflejo automático. En el instante en que podrían haber pensado en observar fuera de la eclíptica, Antón ya se habría alejado tanto que cualquier observación habría sido inútil.

Con todo, pensó Lucky, existía la posibilidad de que Antón no abandonara la eclíptica en forma permanente. Podía haberse alejado en un primer momento, como si se tratara de una trayectoria regular, pero podría regresar en cualquier otro momento. Las ventajas de reingresar en la eclíptica eran muchas. El cinturón de asteroides se extiende a ambos lados del Sol en forma completa, ya que los asteroides se hallan distribuidos de modo relativamente uniforme en torno al Sol. Si se mantenía dentro del cinturón, Antón se encontraría, durante toda su trayectoria de casi ciento ochenta millones de kilómetros hacia Ganímedes, dentro de la zona de asteroides, y esto implicaba seguridad para él. El gobierno terrestre había hecho una abdicación virtual de sus poderes sobre los asteroides y, exceptuadas las rutas hacia los cuatro cuerpos mayores, las naves del gobierno no se aventuraban en esa zona. Además, y sobre todo, sí alguna lo hacía, Antón tendría siempre la posibilidad de pedir refuerzos a cualquier base asteroidal cercana.

Sí, concluyó Lucky, Antón permanecería dentro del cinturón. En parte porque había pensado todo esto y en parte porque ya había hecho sus propios planes, Lucky condujo a la Shooting Starr fuera de la eclíptica en un arco suave.

El Sol era la clave; era la clave del Sistema entero. Constituía un escollo que implicaba, a su vez, un rodeo para cualquier nave que el hombre pudiese diseñar y construir. Para trasladarse de uno a otro lado del Sistema, una nave debía describir una amplia curva para evitar el Sol; ninguna nave de pasajeros se acercaba a una distancia menor de noventa y seis millones de kilómetros, es decir la distancia aproximada entre el Sol y Venus, y aun así eran imprescindibles los sistemas de refrigeración para que los pasajeros se sintieran confortables.

Podían diseñarse naves para fines técnicos, para que hiciesen el viaje hasta Mercurio, planeta separado del Sol por una distancia oscilante entre los setenta y los cuarenta y cinco millones de kilómetros, según la posición en que se hallara dentro de su órbita. Las naves descendían en el planeta cuando se encontraba en la zona de su trayectoria más alejada del Sol, ya que a menos de cincuenta millones de kilómetros muchos metales se fundían.

Vehículos espaciales aún más especializados se habían construido en ciertas ocasiones, para efectuar estudios de la superficie solar desde una mayor cercanía. Los cascos de esas aves estaban recorridos por un potente campo eléctrico de naturaleza peculiar que, mediante inducción, producía un fenómeno denominado «seudo-licuefacción» en la superficie molecular externa. La reflexión del calor a partir de esa especial superficie externa era casi total, de modo que muy pocos eran los grados de temperatura que lograban atravesar el casco de la nave. Desde fuera, este tipo de vehículo se veía como un espejo perfecto; aun así penetraba calor suficiente dentro de la nave como para elevar la temperatura por encima del punto de ebullición del agua, a distancias de ocho millones de kilómetros del Sol, que era la mayor aproximación registrada. Aunque los seres humanos pudiesen sobrevivir a esa temperatura, no podrían sobrevivir a la radiación de onda corta que fluía desde el Sol hacia la nave a esa distancia: en pocos segundos cualquier ser vivo moriría.

Las desventajas derivadas de la posición relativa al Sol en los viajes espaciales eran bien claras en la presente circunstancia, ya que Ceres estaba a un lado, en tanto que la Tierra y Júpiter se hallaban al otro lado del Sol, en posición casi diametralmente opuesta. Para quien se encontrara en el cinturón de asteroides, la distancia entre Ceres y Ganímedes era de aproximadamente mil ochocientos millones de kilómetros. De ser posible ignorar al Sol, una nave podría describir una trayectoria recta por sobre él y, en ese caso, la distancia sería de apenas algo más de mil millones de kilómetros, o sea menor en un cuarenta por ciento.

Lucky intentaría hacer esto último, en la medida de lo posible.

Condujo a la Shooting Starr en forma exigente, permaneciendo atado casi en forma constante con su g-aparejo, comiendo y durmiendo allí, continuamente bajo la presión de la aceleración. Se permitía sólo un descanso de quince minutos por hora.

Su trayectoria se elevó muy por encima de Marte y la Tierra, pero nada había que ver allí y ni siquiera el telescopio de la nave logró captar algo. La Tierra estaba al otro lado del Sol y Marte se hallaba en una posición casi en ángulo recto con la del mismo Lucky.

Ahora el Sol se veía del tamaño con que se mostraba a la Tierra y el joven sólo podía observarlo a través de las pantallas visoras, que habían sido polarizadas con más intensidad.

En poco tiempo más tendría que utilizar el dispositivo estroboscópico.

Los detectores de radiactividad comenzaron a sonar por momentos. Dentro de la órbita de la Tierra, la densidad de las radiaciones de onda corta también se elevaban hasta valores respetables. Dentro de la órbita de Venus tendría que adoptar precauciones especiales, como por ejemplo llevar un traje semi-espacial con una impregnación de plomo.

Tendré que utilizar algo mejor que el plomo, pensó Lucky; al acercarse al Sol tanto como él debía hacerlo, el plomo no le valdría de nada. Ningún material conocido brindaría la protección necesaria.

Por primera vez desde su aventura en Marte, un año atrás, Lucky extrajo de un diminuto saco especial, prendido a su cintura, el suave y casi transparente objeto que le entregaban los seres energéticos de Marte.

Muchos meses habían transcurrido desde que Lucky abandonara toda especulación acerca del modo de funcionamiento de aquella máscara. Sabía que ese objeto era el resultado del desarrollo de una ciencia que, por caminos aún desconocidos, había proseguido su curso durante un millón de años a partir del estado presente del conocimiento científico humano. Para él era tan incomprensible e imposible de reproducir como lo sería una nave espacial para un troglodita. Pero cumplía sus funciones y eso era lo que contaba.

Se llevó el objeto a la cabeza y, al igual que en ocasiones anteriores, la máscara se adhirió a su cráneo como si poseyera vida propia. En ese mismo instante la luz lo envolvió; por sobre su cuerpo parecieron resplandecer millones de luciérnagas y por esa causa era que Bigman se refería a la máscara denominándola «escudo de luz». En tomo a su cabeza y a su rostro una sólida masa fluorescente cubría por entero sus facciones, sin llegar a impedir la capacidad visual.

Era un escudo de energía diseñado por los marcianos para las necesidades de Lucky; es decir que resultaba impenetrable para toda forma de energía que su organismo no requiriese, tales como cierta intensidad de luz y cierta cantidad de calor. Los gases lo atravesaban libremente, de modo que Lucky podría respirar, y los gases calientes, al filtrarse a través del escudo, perdían parte de su temperatura y llegaban a él ya convenientemente enfriados.

Cuando la Shooting Starr transpuso la órbita de Venus, siempre en dirección hacia el Sol, Lucky llevó el escudo de energía en forma permanente, de modo que no podía comer ni beber, pero a la velocidad que sostenía su nave, la situación no se habría de prolongar durante un período demasiado extenso: un día todo lo más.

Viajaba ahora a una velocidad tremenda, mucho mayor que cualquiera de las que había experimentado hasta ese instante. Sumada al impulso de los motores hiper-atómicos -impulso comparativamente pobre-, estaba la atracción incalculable del gigantesco campo de gravitación del Sol, de modo que la Shooting Starr avanzaba a millones de kilómetros por hora.

Lucky activó el circuito eléctrico que convertía la parte exterior del casco de la nave en seudo-licuefactor y se congratuló por haber sido previsor, por haber insistido durante la construcción de la nave para que ese accesorio integrara el equipo. Los termómetros habían registrado temperaturas que superaban los cincuenta y cinco grados centígrados y, comenzaron a indicar un descenso. Las pantallas visoras quedaron cegadas en el momento en que sus protectores metálicos las cubrieron para impedir que las fuertes placas de cristalita resultaran dañadas o se fundieran al calor del Sol.

Al atravesar la órbita de Mercurio los contadores de radiación enloquecieron: su repiqueteo era continuo; Lucky los cubrió con su mano brillante y el ruido cesó. Toda la radiación que penetraba en la nave y la colmaba, incluidos los poderosos rayos gamma, era detenida por la resistencia del aura insustancial que circundaba el cuerpo del joven.

La temperatura, luego de descender hasta una mínima de cuarenta grados, volvía a elevarse, a pesar de la protección exterior de la Shooting Starr, superando los ochenta y cinco grados, y aún ascendía. Los registros de gravedad indicaban que el Sol se hallaba a sólo dieciséis millones de kilómetros.

Un cazo lleno de agua, que Lucky había colocado sobre una mesa, y que había comenzado a humear una hora antes, ahora bullía con toda fuerza: el termómetro indicaba el punto de ebullición del agua, cien grados centígrados.

Cada vez más próxima al Sol, la Shooting Starr se había acercado hasta los ocho millones de kilómetros y ya no se aproximaría más; en realidad atravesaba ahora las zonas exteriores de la atmósfera más rarificada del Sol: su corona. El Sol es un cuerpo gaseoso por entero, aunque se trata, en su mayor proporción de un gas que no puede existir en la Tierra ni siquiera dentro de las más especiales condiciones de laboratorio. O sea que este cuerpo no posee una superficie propiamente dicha y su «atmósfera» es parte misma del Sol. Al atravesar la corona, en cierto modo, Lucky estaba marchando a través del Sol, tal como le había dicho a Bigman.

La curiosidad le invadía; ningún hombre había estado antes tan cerca del Sol y tal vez ningún hombre volvería a estarlo. Y con certeza ningún hombre que llegara a esa situación podría mirar hacia el Sol con sus ojos, porque la menor de las radiaciones solares, de tremenda intensidad, significaría a esa distancia la muerte.

Pero Lucky llevaba el escudo de energía marciano. ¿Podría soportar la radiación solar a ocho millones de kilómetros? Comprendía que no era prudente arriesgarse, pero el impulso de su curiosidad era poderoso. La principal placa visora de la nave estaba pertrechada con un equipo formado por series de sesenta y cuatro módulos estroboscópicos, que se exponían al Sol durante cuatro segundos cada serie y durante un millonésimo de segundo cada módulo. Para el ojo o la cámara, la exposición parecería continua, pero objetivamente cada módulo de cristal recibía un cuarto de millonésimo de la radiación que el Sol estaba emitiendo. Aun con este mecanismo automático, era imprescindible hacer uso de gafas de diseño especial, casi opacas por entero.

Los dedos de Lucky, sin un deseo consciente, se movieron hacia los controles. No podía tolerar la idea de perder esa oportunidad. Ajustó la placa visora en dirección al Sol, utilizando el registro de gravedad como punto de referencia.

Giró luego la cabeza y oprimió el contacto; transcurrió un segundo, dos segundos… Creyó que sentía un aumento de temperatura en la nuca; aguardó, casi, una radiación letal. Pero no sucedió nada.

Muy lentamente se volvió.

Lo que sus ojos vieron permanecería en él por el resto de su vida. Una superficie brillante, rugosa, rizada, colmó la pantalla. Era una porción del Sol. Sabía que era imposible verlo en su totalidad dentro de la pantalla, porque a esa distancia el Sol tenía un diámetro veinte veces mayor que el visible desde la Tierra y cubría una extensión del firmamento cuatrocientas veces más grande.

Dentro de la pantalla se veían un par de manchas solares, negras contra la masa brillante. Filamentos de blancura incandescente las rodeaban en giros que convergían dentro de ellas. Áreas palpitantes se movían a través de la pantalla en forma evidente, mientras Lucky observaba. Esto se debía a la tremenda velocidad de la Shooting Starr más que al mismo movimiento de rotación solar que, aun en el ecuador, no superaba los dos mil trescientos kilómetros por hora.

Mientras Lucky seguía observando, estallidos de rojo gas llameante se elevaban hacia él, se proyectaban, turbios, contra un fondo inflamado, y luego, al alejarse del Sol y enfriarse, se convertían en negras lenguas humeantes.

Un cambio en los controles y Lucky enfocó con la pantalla visora un sector del borde del Sol; el gas llameante (las denominadas «prominencias», que son gigantescas llamaradas de gas hidrógeno) se destacó con su definido rojo carmesí contra la negrura del espacio. En fantástica y lenta danza, esas prominencias se adelgazaban y adquirían formas insólitas. Lucky sabía que cada una de ellas podría cubrir una docena de planetas del tamaño de la Tierra y que la misma Tierra podría precipitarse dentro de una mancha solar sin siquiera producir una alteración muy visible.

Con un movimiento repentino cerró los contactos del dispositivo estroboscópico. A esa distancia, su seguridad física no le impedía sentirse oprimido por la insignificancia de la Tierra y todas las cosas en ella encerradas.

La Shooting Starr había descrito una amplia curva en torno al Sol y se alejaba hacia las órbitas de Mercurio y Venus. Ahora iba en plena desaceleración. La proa de la nave se oponía a la dirección del vuelo y los motores principales funcionaban, con todo su poder, como freno.

Luego de dejar atrás la órbita de Venus, Lucky se quitó el escudo de energía y lo guardó. Los sistemas de enfriamiento de la nave se esforzaban por eliminar el exceso de temperatura. El agua potable estaba aún caliente y las comidas enlatadas habían hecho expandir los botes a causa de la presencia de burbujas de gas en su interior.

Caía el Sol. Lucky le echó una mirada: una esfera perfecta, resplandeciente. Sus irregularidades, sus manchas y prominencias móviles no se distinguían ya. Sólo su corona, siempre visible en el espacio, aunque desde la Tierra sólo pudiese observarse durante los eclipses, asomaba en todas direcciones. Lucky se estremeció involuntariamente al pensar que él la había atravesado.

En ese instante navegaba a veinticuatro millones de kilómetros de la Tierra y a través de su telescopio observó los contornos familiares de los continentes, que se asomaban entre desflecadas masas de bancos de nubes. Sintió que le escocía la añoranza y que surgía, fortalecida, su decisión de evitar la guerra, por el bien de los muchos y desprevenidos millones de seres humanos que habitaban ese planeta, cuna de todos los hombres que ahora poblaban las lejanas estrellas de la Galaxia.

También la Tierra quedaba atrás.

Una vez sorteado Marte, nuevamente dentro del cinturón asteroidal, Lucky se dirigió hacia el sistema jupiteriano, ese sistema solar en miniatura, dentro del Sistema Solar Mayor. En el centro se hallaba Júpiter, más grande que todos los demás planetas sumados; a su alrededor giraban cuatro lunas gigantescas, tres de las cuales tenían casi el mismo tamaño que la Luna de la Tierra y la cuarta, Ganímedes, era mucho más grande. En realidad, Ganímedes era mayor que Mercurio y casi igual a Marte. Además de las cuatro lunas, docenas de satélites cuyos diámetros oscilaban entre cientos de kilómetros y centímetros, giraban en torno al planeta central.

En el telescopio de la nave, Júpiter era un globo amarillo, creciente, recorrido por listas estrechas y anaranjadas, una de las cuales se hinchaba configurando lo que alguna vez fue conocido como el «gran punto rojo». Tres de las lunas principales, Ganímedes entre ellas, estaban de un mismo lado; la cuarta se hallaba al lado opuesto.

Durante la mayor parte del día Lucky hala mantenido comunicación constante con las oficinas del Consejo en la Luna. Su ergómetro tentaba el espacio en búsqueda ansiosa. Aunque había detectado varias naves, Lucky sólo se interesaba por aquélla de diseño sirio, aquella cuyo motor describiría las líneas que él habría de reconocer con certeza en el mismo instante en que apareciesen.

Y no se equivocaba. A una distancia de treinta y dos millones de kilómetros las primeras oscilaciones de la aguja ergométrica despertaron sus sospechas. Viró apenas, para marchar en la dirección exacta, y las curvas características fueron aumentando de intensidad.

A ciento sesenta mil kilómetros su telescopio descubrió un punto. A dieciséis mil, el punto tenía forma definida: la nave de Antón.

A mil seiscientos kilómetros -Ganímedes estaba a ochenta millones de kilómetros de ambas naves. Lucky envió su primer mensaje, exigiendo a Antón que virara con su nave hacia la Tierra. A ciento sesenta kilómetros de distancia recibió respuesta: un disparo de energía que hizo vibrar sus generadores y sacudió a la Shooting Starr como si hubiera sufrido un choque con otra nave.

El rostro fatigado de Lucky se contrajo en un gesto de preocupación.

La nave de Antón tenía armas mejores que las que él había supuesto.

Загрузка...