7

Aún estaba medio adormilado, moví la cabeza para tratar de aclarar mis ideas.

—¿Y por qué parece tan preocupado, Roger? Eso es lo que trataban de conseguir, ¿no es cierto?

—Pues sí… desde luego. Pero… —se interrumpió.

—Pero ¿qué? No lo comprendo. Han estado trabajando e intrigando durante años para llegar a esta situación. Ahora que lo han conseguido… se parecen a la novia que no se encuentra segura de que se quiera casar con su prometido, y eso en el mismo día de la boda… ¿Por qué? Los malvados han sido arrojados a la calle y los buenos de la película iniciarán una era de miel y felicidad. ¿No es así?

—¡Uh!… se conoce que no sabe mucho de política.

—En efecto. Me curé de esa enfermedad cuando presenté mi candidatura para jefe de patrulla en los boy-scouts.

—Pues bien, todo depende de hacer las cosas en el momento oportuno.

—Eso mismo decía mi padre. Mire, Roger, me parece entender que si las cosas fuesen como usted quiere, Quiroga aún seguiría en el Gobierno. Antes dijo que se le había adelantado.

—Déjeme que le explique. Lo que queríamos en realidad era forzarle a pedir un voto de confianza y ganar la votación y por lo tanto obligarle a que convocase elecciones generales… pero en el momento que nos conviniese, cuando podíamos ganar la elección.

—¡Oh! ¿Y ahora piensan que no la pueden ganar? ¿Cree que Quiroga volverá a ser Ministro Supremo por otros cinco años… o por lo menos que el Partido de la Humanidad recobrará el poder?

Clifton pareció pensativo.

—No; creo que tenemos muchas posibilidades de ganar la elección.

—¿Eh? Es posible que todavía no esté despierto. ¿Es que no quieren ganar?

—Desde luego. Pero ¿es que no comprende lo que esta dimisión nos ha hecho?

—Creo que no.

—Bien, el Gobierno que está en el poder puede convocar a elecciones generales en cualquier momento dentro de los límites constitucionales de cinco años. Generalmente se dirigen al pueblo cuando el momento les parece el más favorable para ellos. Pero no dimiten entre la convocatoria y las elecciones a menos que se vean obligados a ello. ¿Comprende?

Me di cuenta de que los acontecimientos seguían un orden extraño, aunque yo no estaba muy acostumbrado a las cosas de la política.

—Creo que sí.

—Pero en este caso el Gobierno Quiroga ha convocado elecciones generales y luego ha dimitido en masa, dejando el Imperio sin gobierno. Por lo tanto el Soberano se ve precisado a llamar a algún otro para que forme un Gobierno regente que lleve la dirección del Estado hasta que se celebren las elecciones. De acuerdo con la letra de la Ley puede solicitar los servicios de cualquier miembro de la Asamblea Interplanetaria, pero como asunto estricto de precedente constitucional no tiene elección posible. Cuando un Gobierno dimite en masa… no simplemente cuestión de unas cuantas carteras, sino que abandona en bloque… entonces el Soberano debe requerir al Jefe de la Oposición que forme el Gobierno regente. Es algo indispensable en nuestro sistema político; evita que la dimisión no pase de ser un gesto vacío de significado. En el pasado se han aprobado muchos otros sistemas, bajo algunos de ellos se cambiaba de Gobierno como de camisa. Pero el nuestro actual asegura un Gobierno responsable y duradero.

Me sentí tan ocupado tratando de comprender todas las consecuencias de la situación, que casi no comprendí sus siguientes palabras.

—De modo que, naturalmente, el Emperador ha requerido la presencia de Bonforte en New Batavia.

—¿Cómo? ¿New Batavia? ¡Muy bien!

Estaba pensando que nunca había visitado la Capital Imperial. La única vez que estuve en la Luna las vicisitudes de mi profesión me dejaron sin tiempo ni dinero para hacer la excursión.

—¿Es por eso entonces que hemos vuelto a acelerar? Bien, a mí no me importa ir a New Batavia. Supongo que siempre encontrarán una manera de enviarme a casa si el Tom Payne no regresa pronto a la Tierra.

—¿Qué? ¡Cielos!, no se preocupe por eso ahora. Cuando llegue el momento, el capitán Broadbent encontrará mil formas de hacer que usted llegue a su casa sano y salvo.

—Lo siento. Me olvidé que tiene asuntos más importantes que el mío, Roger. Desde luego que tengo que volver a casa ahora que mi trabajo ha terminado. Pero no me importa pasar unos cuantos días o hasta un mes en la Luna, si es preciso. No tengo ningún asunto urgente entre manos. Pero le agradezco que se haya molestado en explicarme la situación —miré atentamente a su rostro—. Roger. Parece estar muy preocupado.

—¿Es que no lo comprende? El Emperador ha enviado a buscar al señor Bonforte. ¡El Emperador! Y Bonforte no se encuentra en condiciones de presentarse en público. ¡Nuestros enemigos han realizado una jugada muy audaz y es posible que nos hayan llevado a un jaque mate!

—¿Eh? Espere un momento. Poco a poco. Ya veo lo que quiere decir… pero, amigo, todavía no estamos en New Batavia. Estamos a cien millones de millas de distancia, o doscientos millones, o lo que sea. El doctor Capek lo habrá estrujado y dejado listo para que se presente ante el Emperador cuando lleguemos. ¿No lo cree así?

—Bien… nos queda esa esperanza.

—Pero ¿no está seguro?

—No podemos tener la seguridad. Capek dice que no existe una información clínica completa para estos casos de dosis masivas. Depende del metabolismo de cada individuo y de la droga que se haya usado.

De repente me acordé de la ocasión cuando un subalterno me había propinado, sin yo saberlo, una potente purga momentos antes de la representación. (Pero yo desempeñé mi papel a toda costa, lo cual prueba el dominio de la mente sobre la materia… y luego le despedí en el acto).

—Roger, ¿es posible que le hayan propinado la última e innecesaria inyección no sólo por simple sadismo… sino para llevarnos a esta situación?

—Yo así lo creo. También el doctor Capek es de la misma opinión.

—¡Alto! En tal caso eso significa que Quiroga es el hombre que ha maquinado el secuestro… y que hemos tenido a un gángster dirigiendo el Imperio.

Roger movió la cabeza.

—No necesariamente. Ni siquiera es probable. Pero desde luego significa que las mismas fuerzas que controlan a los Activistas también controlan los destinos del Partido de la Humanidad. Pero nunca podremos acusarles de nada; son todos gente irreprochable, ultrarespetables. Sin embargo, han podido avisar a Quiroga de que había llegado el momento de tenderse en el suelo y hacerse el muerto… y obligarle a hacerlo. Casi con toda seguridad —añadió—, sin decirle los verdaderos motivos de por qué se consideraba éste como el momento oportuno.

—¡Cielos! ¿Quiere decir que el hombre que ocupa el puesto más alto del Imperio puede cerrar el negocio y abandonar, de esa forma? ¿Todo porque alguien entre bastidores le ordene que lo haga?

—Me temo que eso es lo que creo.

Moví la cabeza lentamente.

—¡La política es un juego sucio!

—No —contestó Clifton con calor—. No existen los juegos sucios. Pero a veces uno se encuentra con jugadores deshonestos.

—No veo en qué consiste la diferencia.

—Hay un mundo de diferencia. Quiroga es un político de tercera fila y un hombre de paja… En mi opinión está en las manos de unos cuantos malvados. Pero no hay nada de mediocridad en John Joseph Bonforte, y éste nunca, nunca, ha sido un juguete de nadie. Como partidario, ha creído siempre en la causa, como jefe, nos ha dirigido por la convicción.

—Reconozco mi error —dije humildemente—. Bien, ¿qué podemos hacer? ¿Que Dak arrastre los pies de manera que el Tom Payne no llegue a New Batavia hasta que Bonforte se encuentre recuperado?

—No podemos demorarnos. No estamos obligados a acelerar a más de una gravedad; nadie puede esperar que un hombre de la edad de Bonforte soporte un esfuerzo innecesario para su organismo. Pero no podemos tardar en exceso. Cuando el Emperador llama, debemos acudir.

—¿Entonces qué?

Clifton me miró sin contestar. Yo empecé a ponerme nervioso .

—¡Un momento, Roger, no empiece a tener ideas absurdas! Todo esto no tiene nada que ver conmigo. Yo ya he terminado, excepto por unas cuantas representaciones en esta nave. Sucio o no, la política no es un juego que me guste. . . Me contento con que me paguen y me envíen a casa y les garantizo que ni siquiera me inscribiré para votar.

—Probablemente no tendrá que hacer nada. El doctor Capek posiblemente lo tendrá curado cuando lleguemos a New Batavia. Pero de cualquier modo no sería nada difícil para usted… mucho menos que la ceremonia de adopción marciana… sólo una entrevista con el Emperador y…

—¡El Emperador! —casi grité.

Como la mayoría de los americanos, no comprendía a la realeza y en el fondo no aprobaba la institución… y además sentía un oculto e inadmitido temor a los Reyes. Después de todo, los americanos llegamos al Imperio por la puerta trasera. Cuando firmamos el Tratado por el que nos convertimos en Miembro del Imperio a cambio de las ventajas de voz y voto en la Asamblea Interplanetaria, se acordó explícitamente que nuestras instituciones locales, nuestra Constitución y todo lo demás, no serían afectadas… y tácitamente admitido que ningún miembro de la familia real visitaría nunca América. Quizá no haya sido una buena idea. Quizá si estuviésemos más acostumbrados a la realeza no nos impresionaría tanto. En cualquier caso, es bien conocido el hecho que las democráticas damas americanas son las más impacientes en su deseo de ser presentadas en la corte del Emperador que las de ningún otro país.

—Tranquilícese —contestó Clifton—. Probablemente no tendrá que hacerlo. Sólo queremos estar preparados Lo que quería decirle es que un Gobierno regente no presenta ninguna dificultad. No formula ninguna Ley, ni cambia nada de las normas establecidas. Yo me cuidaré de todo el trabajo. Todo lo que usted tendrá que hacer… si es que tiene que hacer algo… será presentarse en la audiencia oficial del Emperador Willem… y quizá acudir a una o dos conferencias de prensa controladas; depende del tiempo que tarde en curarse Bonforte. Lo que ya ha realizado ha sido mucho más difícil… y le pagaremos por ello tanto si tiene que hacerlo como si no.

—¡Maldita sea! ¡El dinero no tiene nada que ver con esto! Es que… oiga, para usar las palabras de un famoso actor teatral de otros tiempos: “¡No cuenten conmigo!”.

Antes de que Clifton pudiera contestar, Bill Corpsman irrumpió en mi cabina sin llamar a la puerta, nos miró y dijo bruscamente a Clifton:

—¿Se lo has dicho?

—Sí —admitió Clifton—. No acepta el trabajo.

—¿Cómo? ¡Qué tontería!

—No es una tontería —repliqué—, e incidentalmente, Bill, esa puerta por la que acaba de entrar tiene un sitio magnífico para golpear. En mi profesión se acostumbra a llamar a la puerta y gritar: “¿estás presentable?”, antes de entrar. Quisiera que se acordase de eso.

—¡Oh, mil rayos! Estamos en un lío y no hay tiempo para eso. ¿Qué es esa cobardía de no querer aceptar el trabajo?

—No es cobardía. Éste no es el trabajo para el que me comprometí.

—¡Basura! Quizá es demasiado estúpido para darse cuenta de ello, Smythe, pero está ya demasiado metido en el asunto para rezongar que quiere salirse ahora. No será bueno para su salud.

Me acerqué a él y le agarré por el brazo.

—¿Me amenaza, Bill? Si es así, salgamos fuera y lo discutiremos.

Se sacudió mi mano de encima con un ademán.

—¿En una nave espacial? ¿Es usted tonto? Pero ¿es que no ha acabado de comprender que todo este lío es por culpa suya?

—¿Qué quiere decir?

—Quiere decir —contestó Clifton— que está convencido que la caída del Gobierno Quiroga ha sido consecuencia directa del discurso que ha pronunciado hace unas cuantas horas. Es posible que tenga razón. Pero eso no tiene importancia ahora. Bill, trata de mostrarte cortés dentro de lo razonable, ¿quieres? No iremos a ninguna parte si empezamos a pelearnos entre nosotros.

Me sentí tan sorprendido por la idea de que yo había sido la causa de la dimisión de Quiroga que se me olvidó el deseo que sentía de hacer saltar unos cuantos dientes a Corpsman. ¿Era posible que hablasen en serio? Desde luego había sido un discurso magnífico, pero no podía creer en los resultados.


Bien, si era cierto, no hay duda que el efecto había sido rápido.

Dije pensativo:

—Bill, ¿debo comprender que se queja porque el discurso que pronuncié tuvo un efecto más grande del que usted quería?

—¡Qué va! Si fue un discurso ridículo.

—¿Es posible? Pero no se pueden sustentar dos opiniones contrarias. En realidad está diciendo que un discurso ridículo tuvo tal efecto que hizo saltar del poder al Partido de la Humanidad. ¿No es eso lo que quiere decir?

Corpsman pareció furioso; empezó a contestarme y se dio cuenta de que Clifton escondía una sonrisa detrás de la mano. Hizo una mueca, empezó de nuevo a hablar… y finalmente se encogió de hombros y dijo:

—De acuerdo, campeón, tiene razón; el discurso no ha tenido nada que ver con la caída del Gobierno Quiroga. Sin embargo, eso nos carga con una montaña de trabajo. De modo que ¿qué hay de eso de que no quiere hacer su parte?

Volví a mirarle y conseguí calmar mi cólera… sin duda gracias a la influencia del carácter de Bonforte; el representar el papel de una persona de temperamento sereno contribuye a la propia serenidad.

—Bill, de nuevo tengo que repetir que no se pueden tener dos opiniones distintas. Hace un momento ha dicho de una manera rotunda que no me consideraba otra cosa que un asalariado. Por lo tanto, no tengo otra obligación que cumplir con mi trabajo, el cual está terminado. No puede alquilarme para otro trabajo, a menos que me convenga. Y éste no me conviene.

Empezó a hablar, pero yo le interrumpí:

—Eso es todo. Y ahora salga de aquí. Su presencia no me resulta agradable.

Pareció asombrado.

—¿Quién se cree que es para poder dar órdenes?

—Nadie. Absolutamente nadie, tal como usted ha dicho. Pero ésta es mi cabina particular, que me ha sido destinada por el capitán de la nave. De modo que salga antes de que le eche. No me gustan sus modales.

Clifton añadió en voz baja:

—Sal, Bill. Aparte de todo lo demás, por el momento ésta es su cabina privada. De modo que será mejor que te marches —Clifton vaciló un momento y luego añadió—: Creo que será mejor que nos marchemos los dos; no parece que podamos llegar a ningún acuerdo. ¿Con su permiso…, Jefe?

—Desde luego.

Me senté y reflexioné durante unos minutos. Estaba pesaroso de haber permitido a Corpsman provocarme a una escena semejante; era algo a lo que faltaba dignidad. Pero repasé mentalmente la conversación y quedé convencido que mis diferencias personales con Corpsman no tenían nada que ver con la decisión que había tomado; estaba ya decidido a no aceptar el trabajo antes de que él entrase en la cabina.

Una llamada resonó en la puerta.

—¿Quién es?—pregunté.

—El capitán Broadbent.

—Entre, Dak.

Entró y se sentó en una silla y durante unos minutos pareció sólo interesado en limpiarse las uñas. Por fin me miró y dijo:

—¿Cambiaría de idea si encadenase a ese estúpido en la barra?

—¿Cómo? ¿Esta nave tiene mazmorras?

—No. Pero no me sería difícil el preparar una si es necesario.

Lo miré atentamente, tratando de adivinar lo que sucedía dentro de aquella dura cabeza.

—¿Encerraría de verdad a Bill en una celda si yo se lo pidiera ?

Me miró a los ojos, hizo una mueca y sonrió.

—No. Nadie llega a capitán si opera en esa forma. No aceptaría semejante orden ni siquiera de él —hizo un gesto con la cabeza hacia la cabina en la que estaba Bonforte—. Ciertas decisiones uno debe tomarlas solo.

—Estamos de acuerdo.

—¡Mmmm!… he oído que usted ha tomado una de éstas.

—Es verdad.

—Bien. He llegado a tomarle aprecio y a respetarle, amigo. Cuando le conocí por primera vez, creí que no era más que un maniquí y un actor, sin nada dentro. Estaba equivocado.

—Gracias.

—No quiero pedirle favores. Sólo quiero preguntarle una cosa: ¿cree que vale la pena el que discutamos las circunstancias? ¿Lo ha pensado bien?

—Ya he tomado una decisión, Dak. Creo que este asunto no me corresponde.

—Bien, quizá tenga razón. Lo siento. Entonces no nos queda otro remedio que esperar que se ponga bueno antes de que lleguemos a destino —se levantó—. ¡Ah!, de paso, tengo que decirle que Penny quiere verle, si es que no va a meterse en la cama en seguida.

Me eché a reír sin alegría.

—Sólo de paso, ¿eh? ¿Es éste el orden convenido? ¿Quizá no le toca ahora al doctor Capek el venir a retorcerme el brazo hasta que ceda?

—No quiso venir; está muy ocupado con Bonforte. Sin embargo, me dio un mensaje para usted.

—¿Eh?

—Me dijo que podía irse al infierno. Lo adornó un poco, pero era eso lo que quería decir.

—Conque eso, ¿eh? Bien, dígale que le guardo un asiento al lado del fuego.

—¿Puede pasar Penny?

—¡Oh, claro! Pero dígale que va a perder el tiempo. Mi respuesta sigue siendo: no.

De modo que cambié de idea. ¡Caramba!, ¿por qué los argumentos parecen mucho más lógicos cuando van acompañados con un poco de perfume de Embrujo de Selva? No es que Penny usara medios poco legales, ni siquiera llegó a verter lágrimas… ni yo toqué uno solo de sus cabellos. Pero me vi obligado a ir cediendo posiciones y poco después ya no sabía qué decir. No hay forma de evitarlo, Penny pertenece al tipo de mujeres que creen que deben salvar al mundo y su sinceridad resulta contagiosa.

La preparación que realicé en el viaje a Marte no fue nada comparada con el duro estudio que hice en el viaje a New Batavia. Ya contaba con el carácter básico; ahora resultaba necesario rodearlo del ambiente adecuado, prepararme para ser Bonforte bajo cualquier circunstancia. Mientras mi pensamiento estaba fijo en la audiencia real, cuando me hallase en New Batavia era posible que me encontrase con cualquiera de cientos o miles de personas. Roger planeó el proporcionarme una defensa en profundidad del tipo acostumbrado para cualquier personaje que tiene trabajo que despachar; a pesar de todo, no podría evitar el encontrarme con mucha gente… una figura pública es propiedad del público, eso es inevitable.

El número en la cuerda floja que iba a intentar sólo fue posible gracias al archivo Farley que llevaba Bonforte, quizá uno de los mejores existentes. Farley, un secretario político del siglo veinte, creo que de Eisenhower, y el método que inventó para manejar las relaciones personales de los políticos fue tan revolucionario como la invención alemana de Estado Unificado lo fue para la guerra. Sin embargo, nunca había oído hablar de aquel sistema hasta que Penny me lo explicó.

No era más que un archivo de personas. Sin embargo, el arte de la política, no trata de otra cosa que de personas. Ese archivo contenía a todos, o a casi todos, de los miles y miles de personas que Bonforte había conocido durante el curso de su larga vida política; cada ficha consistía en lo que él sabía de aquella persona desde el punto de vista de sus relaciones con Bonforte. Cualquier cosa, no importa cuán trivial fuese… en realidad, las primeras anotaciones eran siempre trivialidades: nombres y apodos de las esposas, hijos, aficiones, gustos en la comida o en la bebida, prejuicios, excentricidades. Después de esto seguía una lista de las fechas, lugares y comentarios para cada ocasión en que Bonforte se había encontrado con aquella persona particular.

Cuando era posible, se incluía una fotografía. Podía existir o no información suplementaria, es decir, datos que habían sido investigados en lugar de conocidos directamente en sus encuentros con Bonforte. Eso dependía de la importancia política de la persona en cuestión. A veces la información suplementaria llegaba a ser una biografía formal formada por miles de palabras.

Tanto Penny como Bonforte llevaban siempre consigo micro-registros operados por la temperatura de su cuerpo. Si Bonforte se encontraba solo podía dictar en su aparato siempre que se le presentaba una oportunidad… en las antesalas, mientras viajaba en coche, etcétera. Si Penny iba con él, ella misma registraba la información en el suyo, que aparentaba la forma de un reloj de pulsera. No era posible que Penny realizase todo el trabajo de transcripción y microfilmado; dos de las muchachas en la oficina de Jimmy Washington no se ocupaban de otra cosa.

Cuando Penny me mostró su archivo Farley y vi su gran volumen… no había duda que era voluminoso, aún a diez mil palabras para cada carrete… y me dijo que eso representaba únicamente información personal sobre los amigos y conocidos del señor Bonforte, gemí:

—¡Dios santo, criatura! Ya le dije que este trabajo era imposible. ¿Cómo voy a recordar todo esto?

—Naturalmente que no podrá.

—Pero me acaba de decir que eso es lo que él recuerda de todas sus amistades y conocidos.

—No exactamente. Dije que esto es lo que él quisiera recordar. Pero ya que ello no es humanamente posible, ésta es la forma en que lo hace. No se preocupe, no tendrá que aprender nada de memoria. Sólo quiero que sepa que tenemos toda esta información disponible para cuando sea necesaria. Mi trabajo consiste en que disponga por lo menos de uno o dos minutos para repasar la ficha Farley correspondiente antes de que nadie entre a verle. Si tenemos necesidad de ello puedo prestarle el mismo servicio a usted.

Miré a una ficha típica que había proyectado sobre la pantalla de sobremesa. Una cierta señora Saunders de Pretoria, Sudáfrica, creo que era. Tenía un bulldog llamado Snuffles Bullyboy, varios descendientes surtidos y le gustaba un poco de limón y soda con su whisky.

—Penny, ¿es posible que quiera hacerme creer que Bonforte simula recordar semejantes minucias? No me parece correcto.

En vez de irritarse ante el ataque a su ídolo, Penny asintió serenamente.

—Yo también lo creí alguna vez. Pero no ve el asunto en su correcta perspectiva, Jefe. ¿No escribe usted el número de teléfono de sus amigos?

—¿Cómo? Desde luego.

—¿Es algo incorrecto? ¿Se excusa usted ante su amigo porque le importa tan poco su amistad que no puede acordarse de su número de teléfono?

—¿Eh? Bien, me rindo. Me ha convencido.

—Todas estas son las cosas que quisiera recordar si su memoria fuese perfecta. Ya que ello no es posible, es tan correcto hacerlo en esta forma como el usar un calendario de mesa para acordarse de los cumpleaños de los amigos… en realidad, no es más que una gigantesca libreta para acordarse de todo. Pero esto tiene aún mayor importancia. ¿Alguna vez ha tenido la oportunidad de saludar a una persona importante?

Traté de recordar. Penny no se refería a los personajes de la carrera teatral; casi desconocía su existencia.

—Una vez conocí al presidente Warfield. Yo era un muchacho de diez u once años.

—¿Se acuerda de los detalles?

—Desde luego. Él me dijo: “¿Cómo te has roto el brazo, hijo?”. Y yo le contesté: “Iba en mi bicicleta, señor”. Y él me contestó a su vez: “A mí me pasó lo mismo, sólo que me rompí la clavícula”.

—¿Cree que podría acordarse de eso si aún viviera?

—Pues no.

—Es posible que lo hiciera… quizá le tenía a usted en su archivo Farley. El archivo incluye a los muchachos de esta edad, porque los chicos crecen y se hacen hombres. La idea es que las personas como el presidente Warfield conocen muchas más personas de las que pueden recordar. Cada uno de esa inmensa multitud recuerda su propio encuentro con el hombre famoso hasta el menor detalle. Porque la persona más importante del mundo es uno mismo… y un político nunca debe olvidar este hecho. De modo que no es más que una muestra de buena educación y cortesía por parte de un político el encontrar la forma de recordar todos esos pequeños detalles. Eso es algo esencial… en política.

Hice que Penny me mostrase la ficha Farley del emperador Willem. Era bastante corta, lo que me desanimó al principio, hasta que me di cuenta que aquello significaba que Bonforte no conocía íntimamente al Soberano y sólo lo había visto en unas pocas ceremonias oficiales, ya que el puesto de Ministro Supremo lo había desempeñado antes de la muerte del viejo emperador Federico. No había información suplementaria, sólo una simple nota: “Ver la Casa de Orange”. Yo no lo hice… Sencillamente, no tenía tiempo de leer millones de palabras de la historia del Imperio y del Pre-Imperio, y de todas maneras, cuando yo fui a la escuela, siempre obtuve excelentes notas en la asignatura de Historia. Todo lo que necesitaba era lo que Bonforte sabía de él que las demás personas desconocían.

Se me ocurrió que el archivo debía de incluir a todas las personas de la nave, porque, primero, eran personas, y segundo, conocidas o amigas de Bonforte. Pedí a Penny que me mostrase las fichas. Pareció un poco sorprendida ante mi demanda.

Al cabo de un momento el sorprendido era yo. El Tom Payne llevaba en su interior nada menos que seis miembros de la Asamblea Interplanetaria. Naturalmente, lo eran Roger Clifton y el señor Bonforte, pero la primera anotación en la ficha de Dak decía: “Broadbent, Darius K., honorable señor, delegado por la Liga de Pilotos Siderales, Primera División”. También mencionaba el hecho de que tenía el título de doctor en Ciencias Físicas, que había sido campeón de pistola (reserva) en los juegos imperiales nueve años antes y que había publicado tres libros de versos bajo el seudónimo de Acey Wheelwright. Me convencí de que nunca debemos juzgar a un hombre sólo por su aspecto.

Luego seguía una anotación manuscrita con la gruesa letra de Bonforte: “¡Casi irresistible para las mujeres… y viceversa!”.

Penny y el doctor Capek también eran miembros del gran parlamento. Hasta Jimmy Washington era miembro, por un distrito incondicional, como supe más tarde… Representaba a los lapones, sin duda incluyendo a todos los renos y a Santa Claus. También estaba ordenado en el seno de la Iglesia de la Primera Verdad Bíblica del Santo Espíritu, de la cual nunca había oído hablar pero lo que explicaba su aspecto de diácono.

Disfruté especialmente leyendo la ficha de Penny… la Honorable señorita Penelope Taliaferro Russell. Estaba graduada en Administración Civil por la universidad de Georgetown y tenía el grado de abogado por la de Wellesley, lo que no me sorprendió en absoluto. Representaba a las mujeres universitarias sin distrito, otro de los grupos electorales incondicionales, ya que, en una proporción de cinco a uno, eran todas miembros del Partido Expansionista.

Más abajo constaba el tamaño de sus guantes, sus otras medidas, sus preferencias en materia de vestidos (sobre aquello podía yo darle algunas lecciones), su perfume favorito, Embrujo de Selva, desde luego, y muchos otros detalles, la mayor parte de ellos sin importancia. También había un comentario:

“Inteligente y honrada… poco de fiar en aritmética… se enorgullece de su sentido del humor, del cual carece… vigila sus comidas, pero le gustan mucho los caramelos de cereza… tiene el complejo de protección maternal… no puede resistir el leer la palabra escrita en cualquier forma.”

Debajo de aquello había otra de las adiciones manuscritas de Bonforte: “¡Ah, Rizos! Veo que ha estado fisgando de nuevo” .

Cuando devolví la ficha le pregunté a Penny si había leído todo aquello sobre su persona. Me replicó que me ocupase de mis propios asuntos. Pero luego se sonrojó y me presentó sus excusas.

La mayor parte de mi tiempo estaba invertido en el estudio, pero pasé algunas horas en repasar y ajustar cuidadosamente el parecido físico, comprobando el tono del Semiperm con el colorímetro, realizando un trabajo en extremo cuidadoso con las arrugas; luego añadí dos verrugas y fijé todo el maquillaje con el pincel eléctrico. Todo aquello significaba que tendría que arrancarme la piel antes de que pudiera volver a tener mi propio rostro, pero no me parecía un precio excesivo para un maquillaje que podía lavarse, que no desteñía ni siquiera con acetona y que estaba a salvo de los riesgos propios de las servilletas y toallas. Inclusive llegué a añadir la cicatriz en la pierna herida de Bonforte, usando para ello una fotografía que Capek guardaba en la ficha clínica de su jefe. Si Bonforte tuviera esposa o amante, ésta no hubiera podido descubrir al impostor, basándose sólo en el parecido físico. Me costó mucho trabajo, pero después de ello ya sólo tuve que preocuparme de la parte realmente difícil de mi personalización.

Durante el viaje hice un esfuerzo gigantesco para llegar a compenetrarme con las ideas y creencias de Bonforte, en una palabra, de la política del Partido Expansionista. En cierto modo, él era el Partido, no simplemente como su Jefe visible, sino como teórico político y su más grande hombre de Estado. El Expansionismo no había sido más que un movimiento basado en el Manifiesto del Destino Humano cuando el partido se fundó, una confusa coalición de grupos que sólo tenían una cosa en común: la creencia de que las fronteras del Espacio formaban el problema más importante en el futuro de la raza humana. Bonforte le dio al Partido una lógica y una ética, hizo popular el tema de que la libertad y la igualdad de derechos debían ir al lado de la bandera Imperial, y repitió siempre que pudo sus ideas de que la raza humana no debía volver a cometer los mismos errores en que la subraza blanca había incurrido en Asia y Africa.

Me encontré sorprendido ante el hecho (yo era bastante inocente en estas cuestiones) de que los primeros tiempos del Partido Expansionista eran muy parecidos a los del actual Partido Imperialista. No comprendía entonces que con frecuencia los partidos políticos cambian tanto en el crecimiento como un ser humano. Sabía vagamente que el Partido Imperialista se inició como una rama del movimiento Expansionista, pero nunca llegué a pensar mucho sobre esto. En realidad era una cosa inevitable; a medida que los partidos políticos que no ponían sus miras en el cielo se empequeñecían, faltos de fuerza vital, bajo los imperativos de la Historia y, por lo tanto, no conseguían que sus candidatos fuesen elegidos por el pueblo, el Partido que surgía nuevo e impetuoso inevitablemente se veía dividido en dos facciones.

Pero me he desviado del tema principal; mi educación política no la adquirí en una forma tan coherente. Al principio me limité a aprenderme todos los discursos públicos de Bonforte. Es cierto que ya los había estudiado en el viaje a Marte, pero entonces aprendía cómo hablaba, mientras ahora trataba de comprender lo que decía.

Bonforte era un orador en la espléndida tradición de los hombres públicos de la Tierra, pero también podía ser cortante y mordaz en la discusión. Por ejemplo, el discurso que pronunció en New Paris durante la discusión sobre el Tratado con los Nidos marcianos, que se llamó el Concordato de Tycho. Fue este Tratado la causa de que Bonforte fuese derribado del Poder. Consiguió que fuese declarado Ley, pero el esfuerzo a que sometió a su Partido le hizo perder el próximo voto de confianza. Sin embargo, Quiroga no se atrevió a denunciar el Tratado. Escuché la grabación de este discurso con especial interés porque yo había sido uno de los que no les parecía bien el Tratado con los marcianos; la idea de que los marcianos tendrían los mismos derechos en la Tierra que los humanos en Marte era algo que me repugnaba… hasta que hice la visita al Nido de Kkkah.

—Mi oponente —dijo Bonforte en aquella ocasión, con un tono cortante— desea que ustedes crean que el lema del así llamado Partido Imperialista: Gobierno de humanos, por humanos y para humanos, no es más que la versión moderna de las inmortales palabras de Lincoln. Pero mientras la voz es la voz de aquel inmortal Presidente, la mano es la mano del Ku-Klux-Klan. El verdadero significado de este en apariencia inocente lema es el siguiente: Gobierno de todas las razas del Universo, sólo por humanos y para beneficio de unos cuantos privilegiados.

“Pero, dice mi oponente, tenemos una misión ordenada por Dios para extender la Cultura entre las estrellas, dándoles nuestra propia clase de Civilización a esos salvajes. Eso no es más que la escuela de sociología de tipo esclavista paternal… los buenos morenos cantando blues y spirituals mientras el Amo les abraza. ¡Es un cuadro muy hermoso, pero el marco es demasiado pequeño; no deja que se vea el látigo, ni el mercado de esclavos, ni las cadenas en los tobillos!”

Poco a poco me convertí, si no en un Expansionista, por lo menos en un Bonfortista. No estoy del todo seguro de que me convenciera la lógica de sus palabras… En realidad, no creo estar seguro de que fuesen del todo lógicas. Pero mi mente asimilaba fácilmente todas sus ideas. Deseaba comprender sus palabras con tanta intensidad que ahora era capaz de repetir sus discursos textualmente si fuese necesario.

No obstante, había que admitir que aquí teníamos un hombre que sabía lo que quería y, lo que es mucho más difícil, por qué lo quería. No pude evitar el sentirme impresionado, y aquello me obligó a revisar mis propias ideas. ¿Para qué vivía yo?

¡Para mi profesión, desde luego! Me había criado en aquel ambiente, me gustaba, tenía una profunda aunque poco lógica idea de que el arte era algo que valía la pena de sacrificarse por él… y además, era lo único que sabía hacer para poder ganarme la vida. Pero ¿qué más?

Nunca me había sentido influido por las profundas teorías de la ética filosófica. Había leído algo sobre ellas, desde luego… ya que las bibliotecas públicas son una cómoda diversión para un actor que no tiene mucho dinero… pero las había encontrado tan pobres de vitaminas como el beso de una suegra. Con tiempo y papel suficiente, un filósofo puede demostrar cualquier cosa.

Sentía el mismo desprecio por la clase de educación moral que se dispensaba a la mayor parte de los niños. Mucho de sus elaboradas normas y lo que en el fondo significan no son más que las bases para establecer la sagrada norma de que un niño bueno es el que no molesta la siesta de su madre y que un hombre bueno es el que consigue una robusta cuenta corriente sin que le pillen infraganti. ¡No, muchas gracias!

Pero hasta los perros tienen reglas de conducta. ¿Cuáles eran las mías? ¿Cómo me comportaba yo?… o por lo menos, ¿cómo me gustaba creer que era mi conducta?

El espectáculo debe continuar. Siempre había creído y vivido en y para eso. Pero ¿por qué debe continuar el espectáculo?… sobre todo teniendo en cuenta que algunas de las obras son sencillamente horribles. Pues bien, porque uno había aceptado realizar su trabajo, porque el público espera allí fuera; han pagado su entrada y tienen derecho a lo mejor que se les pueda dar. Uno se lo debe. Se lo debe también a los tramoyistas, al director y al empresario y a todos los demás miembros de la compañía… y a aquellos que le han enseñado su profesión y a cientos y cientos de artistas que se alinean en el pasado, hasta los teatros al aire libre y graderías de piedra, y hasta los narradores de leyendas en los bazares morunos. Noblesse oblige.

Comprendí que la misma idea podía aplicarse a cualquier clase de profesión. Debemos dar tanto como recibimos. Construir con escuadra y nivel. El juramento de Hipócrates. No dejemos perder al equipo. Trabajo honrado para una paga honrada. Tales cosas no necesitan ser probadas; constituyen una parte esencial de la vida… ciertas por toda la eternidad, verdaderas en los más lejanos límites de la Galaxia.

De repente comprendí la idea básica del pensamiento de Bonforte. Si era cierto que existían bases éticas que transcendían el tiempo y el espacio, entonces se aplicaban tanto a los hombres como a los marcianos. Eran ciertas en cualquier planeta que girase en derredor de no importa qué estrella… y si la raza humana no se portaba de acuerdo con ellas, entonces no podrían conquistar las estrellas porque alguna otra raza mejor los echaría de la mesa por jugar con cartas marcadas.

El precio de la expansión era la virtud. Nunca des una oportunidad a un tonto, era una filosofía demasiado estrecha para llenar los anchos campos del espacio.

Pero Bonforte tampoco predicaba la dulzura y la flojedad: “Yo no soy un pacifista. El pacifismo es una tortuosa doctrina con la cual un hombre acepta los beneficios de la sociedad sin querer dar nada a cambio… y quiere que se le considere un santo por su falta de honradez. ¡Señor Presidente, la vida es de aquéllos que no tienen miedo de perderla! ¡Esta Ley debe ser aprobada!”. Con aquellas palabras se había levantado sentándose en los escaños de la oposición, que defendía un presupuesto militar que su propio partido rechazaba.

En otra ocasión: “¡Demos nuestra opinión! ¡Tomemos partido! A veces podemos estar equivocados… pero el hombre que no quiere decidirse por uno u otro lado siempre estará equivocado! El cielo nos libre de los cobardes que temen decidirse por algo. ¡Los que no están conmigo están contra mí!”. Estas últimas palabras fueron pronunciadas en una reunión del Directorio del Partido, pero Penny las había grabado en su microregistro y Bonforte las había archivado… Bonforte tenía el sentido de la historia; le gustaba guardar todos los documentos de alguna importancia. Si no lo hubiera hecho, ahora yo no habría podido tener tanto material para estudiar.

Decidí que Bonforte era de mi propia clase. O, por lo menos, era de la clase que yo prefería creer que era. La suya era una personalidad de la que me sentía satisfecho.

No puedo recordar que durmiera durante aquel viaje después que prometí a Penny que me presentaría en la audiencia real si Bonforte no se encontraba en condiciones de hacerlo personalmente. Traté de dormir… no hay necesidad de presentarse en escena con unas bolsas debajo de los ojos que parezcan las orejas de un perro de caza… pero me sentía fascinado por lo que estaba estudiando, y tenía abundantes píldoras de pimienta en el escritorio de Bonforte. Es sorprendente cuántas cosas se pueden hacer trabajando veinticuatro horas al día, libre de interrupciones y contando con toda la ayuda necesaria.

Pero poco antes de que llegásemos a New Batavia, el doctor Capek entró en la cabina y me dijo:

—Desnúdese el brazo izquierdo.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque cuando se presente ante el Emperador no queremos que se caiga al suelo de fatiga. Esta inyección le hará dormir hasta que aterricemos. Entonces le daré un antídoto.

—¿Eh? ¿Tengo que creer que usted no piensa que Bonforte estará dispuesto para la audiencia?

Capek no contestó, pero me dio la inyección de todas maneras. Traté de terminar de escuchar el discurso que tenía en el proyector estereoscópico, pero debí quedarme dormido en cuestión de segundos. No me di cuenta de nada hasta que escuché a Dak que decía con tono deferente:

—Despiértese, señor. Le ruego que se despierte. Estamos en el espaciopuerto de Lippershey.

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