6

Hasta entonces no había advertido que ella no me había llamado ni una vez señor Bonforte. Era de esperar que no lo hiciese, naturalmente, porque yo ya no era él; era de nuevo Lorenzo Smythe, aquel pobre actor que habían contratado para sustituirle.

Me recliné en el asiento y suspiré, y dejé que el alivio me invadiera.

—Así que por fin todo ha acabado… y lo hemos conseguido.

Sentí como si me librara de un gran peso; no me había dado cuenta de lo pesado que era hasta que me lo saqué de encima. Incluso mi pierna “enferma” dejó de dolerme. Me incliné y di unas palmaditas a Penny en la mano con que sujetaba el volante, y le dije con mi propia voz:

—Me alegro de que se haya acabado. Pero voy a echar mucho de menos su compañía, Penny. Es usted una buena compañera. Pero hasta las mejores temporadas se terminan y las compañías se disuelven. Espero que nos volveremos a ver alguna vez.

—Yo también lo espero.

—Imagino que Dak ya habrá preparado algún truco para tenerme oculto y volverme a llevar a la Tierra en el Tom Payne.

—No lo sé.

Su voz me pareció extraña, y al mirarla vi que estaba llorando. El corazón me saltó en el pecho. ¿Penny, llorando? ¿Porque nos íbamos a separar? No podía creerlo, aunque deseaba que fuese cierto. Se podría pensar que, siendo bien parecido, con mis modales cultivados, las mujeres tendrían que encontrarme irresistible, pero es un hecho deplorable que la mayoría se me ha resistido con mucha facilidad. A Penny aquello no parecía costarle ningún esfuerzo.

—Penny —dije con rapidez—, ¿por qué todas esas lágrimas, querida? Va a estrellarse el coche.

—No puedo evitarlo.

—Bueno, dígame de qué se trata. ¿Qué ha pasado? Me ha dicho que le han encontrado; pero no me ha contado nada más —de repente un horrible pensamiento, aunque era una sospecha lógica, cruzó mi mente—. Estaba vivo, ¿no es cierto?

—Sí… está vivo, pero ¡cómo le han herido!—empezó a sollozar y tuve que agarrar el volante a toda prisa.

Ella se enderezó en el acto.

—Lo siento.

—¿Quiere que conduzca yo?

—Se me pasará en seguida. Además, usted no sabe conducir… quiero decir que se supone que no sabe manejar un coche.

—¿Eh? No sea tonta. Sé conducir perfectamente y no creo que esto tenga ahora ninguna importancia…

Me interrumpí, comprendiendo que quizá la tenía todavía. Si habían maltratado a Bonforte de tal modo que las heridas eran visibles, no le sería posible presentarse en público en aquellas condiciones… quince minutos después de su adopción por un nido marciano. Era posible que tuviera que encargarme de aquella entrevista con los periodistas de todos modos y partir públicamente, mientras Bonforte sería el que tendría que entrar en su propia nave de incógnito. Bien, no había inconveniente… no era mas difícil que salir a recibir los aplausos.

—Penny, ¿Dak y Roger quieren que siga con mi papel un rato? ¿Tendré que entrevistarme con los reporteros? ¿O no?

—No lo sé. No hubo tiempo para pensar en ello.

Nos acercábamos al espaciopuerto y ya se divisaban las gigantescas cúpulas de Goddard City.

—Penny, pare el coche y hablemos. Necesito conocer el argumento de la obra.

El conductor que intentó estrellarnos había hablado… No pensé en preguntar si fue necesario usar el tratamiento de la horquilla. Le habían dejado en libertad para que regresase a Goddard City por sus propios medios, pero no le habían quitado la máscara de oxígeno. Los demás partieron en el acto a toda velocidad para la ciudad, con Dak al volante. Me sentí satisfecho de que me dejasen atrás; a los pilotos no se les debería permitir conducir otra cosa que cohetes a reacción.

Fueron a la dirección que el chófer les había dado en la parte antigua de la ciudad, bajo una de las primeras cúpulas. Deduje que se trataba del tipo de barrio con que cuentan todos los puertos desde los tiempos en que los fenicios navegaron por las costas de África; un lugar de penados en libertad condicional, prostitutas, establecimientos dudosos y otros desechos de la sociedad… un lugar donde los policías transitan por parejas.

La información que habían arrancado al chófer era correcta, pero algunos minutos atrasada. Aquella habitación había servido para tener a un hombre prisionero, desde luego, ya que había una cama que parecía haber estado ocupada por lo menos una semana, sobre una mesita todavía humeaba una taza de café, y envuelta en una toalla, en un estante, estaba la anticuada dentadura postiza que Clifton identificó como la de Bonforte. Pero el prisionero había desaparecido, así como sus guardianes.

El grupo salió de allí con la intención de llevar a la práctica su plan original, es decir, explicar que el secuestro había tenido lugar inmediatamente después de la ceremonia de adopción y obligar a Boothroyd a tomar drásticas medidas, amenazándole con recurrir a las fuerzas del nido de Kkkah. Pero encontraron a Bonforte al cabo de unos minutos, sencillamente al pasar por su lado, aun antes de salir de la ciudad vieja… un pobre y viejo vagabundo con barba de una semana, sucio e incoherente. Los hombres del grupo no le habían reconocido, pero Penny le vio en el acto y les hizo detener el coche.

La muchacha volvió a estallar en sollozos mientras me contaba la escena y casi nos estrellamos contra un camión que aparcaba en una de las terminales de mercancías.

Una reconstrucción razonable de los hechos era que los que iban en el otro coche… el que intentó estrellarnos en la carretera… habían informado de su fracaso, y por lo tanto los desconocidos jefes de nuestros enemigos decidieron que el secuestro de Bonforte ya no les servía de nada. A pesar de las muchas discusiones que he oído sobre este punto, en aquel momento me sentí sorprendido de que no lo hubieran matado, sencillamente. Hasta mucho después no comprendí que lo que le habían hecho era mucho más sutil, más adecuado a sus propósitos e infinitamente más cruel que el simple asesinato.

—¿Dónde está ahora? —pregunté.

—Dak le llevó al parador de pilotos en la cúpula 3.

—¿Es allí adonde vamos ahora?

—No lo sé. Roger sólo me dijo que fuese a buscarle a usted, y luego desaparecieron todos por la puerta de servicio del parador. ¡Oh, no creo que debamos ir allí! No sé qué hacer.

—Penny, pare el coche.

—¿Eh?

—Este coche está seguramente provisto de un radioteléfono. No vamos a movernos hasta que sepamos… o decidamos… lo que debemos hacer. Pero estoy seguro de una cosa: tengo que seguir representando mi papel hasta que Dak o Roger decidan que debo desaparecer. Alguien tiene que hablar con los periodistas. Alguien tiene que partir públicamente en el Tom Payne. ¿Está segura de que no podemos reanimar a Bonforte para que él pueda hacer todo eso?

—¿Qué? ¡Oh, imposible! Usted no le ha visto.

—De acuerdo. Aceptaré su palabra. Bien, Penny, vuelvo a ser el señor Bonforte y usted vuelve a ser mi secretaria. Vale más que empecemos.

—Sí… señor Bonforte.

—Y ahora, será mejor que trate de localizar al capitán Broadbent por teléfono.

No pudimos encontrar un listín telefónico en el coche y tuvimos que llamar a Información; pero al fin consiguió comunicar con el club de pilotos. Pude escuchar ambas partes de la conversación gracias a un auricular suplementario.

—Éste es el Club de los Pilotos. Soy la señora Kelly.

Penny cubrió el micro con la mano.

—¿Le doy mi nombre?

—Desde luego. No tenemos nada que ocultar.

—Soy la secretaria del señor Bonforte —dijo Penny con gravedad—. ¿Está su piloto aquí? Es el capitán Broadbent.

—Le conozco muy bien, querida —luego oímos unos gritos—: ¡Eh! ¿Alguno de vosotros ha visto a Dak? —Después de una pausa, la señora Kelly continuó—: Debe de estar en su habitación. Le paso la comunicación.

Al cabo de un momento, Penny dijo:

—¿Capitán? El Jefe desea hablar con usted —y me entregó el aparato.

—Soy Bonforte, Dak.

—Oh, ¿dónde está usted, señor?

—Estamos todavía en el coche. Penny vino a buscarme. Oiga, Dak, creo que Bill concertó una conferencia de prensa. ¿Dónde debe celebrarse?

Dak vaciló un instante.

—Ha sido muy oportuno que nos llamara, señor. Bill ha anulado la entrevista con los periodistas. Ha habido… un ligero cambio en la situación.

—Ya me lo ha explicado Penny. Me parece muy bien; estoy bastante cansado. Dak, he decidido no quedarme en tierra esta noche; mi pierna mala me molesta mucho y ansío poder descansar en caída libre —yo odiaba las sensaciones que produce la caída libre en el espacio, pero Bonforte pensaba de otro modo—. ¿Quieren usted o Roger presentar mis excusas al Comisionado y ocuparse de los demás detalles?

—No se preocupe, señor. Nosotros lo arreglaremos.

—Bien. ¿Cuándo podrán conseguir un cohete de enlace para llegar hasta el Tom Payne?

—El Pixie le está esperando, señor. Si quiere usted dirigirse a la entrada número 3, puedo telefonear desde aquí y hacer que un coche del espaciopuerto le recoja.

—De acuerdo. Corte.

—Corto, señor.

Entregué el teléfono a Penny para que lo colocase en su soporte.

Rizos, no sabemos si la frecuencia de onda de este radioteléfono está intervenida o no, ni siquiera si hay micrófonos ocultos en este mismo coche. En cualquiera de estos casos, ellos habrán sabido dos cosas: dónde se encuentra Dak, y por lo tanto dónde está él, y en segundo lugar lo que yo voy a hacer a continuación. ¿Le da esto alguna idea?

Penny se quedó un instante pensativa, luego sacó un cuaderno de notas del bolso y escribió: Abandonemos el coche en el acto.

Asentí sin pronunciar palabra, y luego cogí la libreta y escribí a mi vez: ¿A qué distancia estamos de la entrada número 3?

Ella contestó: Podemos ir andando.

Descendimos del coche en silencio y nos apartamos de aquel lugar. Penny había detenido el Rolls en una de las áreas de estacionamiento de los grandes almacenes cercanos al espaciopuerto; no cabía duda de que a su debido tiempo lo devolverían a sus legítimos dueños, aparte de que semejantes minucias ya no tenían importancia.

Aún no habíamos andado cincuenta metros, cuando me detuve de repente. Notaba algo extraño. Desde luego, no era el día. Hacía casi calor, y el sol brillaba alegremente en un limpio cielo marciano de color púrpura. El tráfico, tanto rodado como peatonal, no parecía prestarnos ninguna atención o, al menos, si alguien mostraba algún interés era más por la joven y guapa muchacha que por mi persona. Sin embargo, me sentía intranquilo.

—¿Qué sucede, Jefe?

—¿Eh? Eso es lo que sucede.

—¿Señor?

—Que no me comporto como el Jefe. No es propio de él marcharse a hurtadillas, de este modo. Regresemos, Penny.

La muchacha no discutió y me siguió de nuevo hasta el coche. Esta vez me senté en la parte de atrás con aspecto majestuoso, y dejé que ella me sirviera de chófer hasta la entrada número 3.

No era la misma entrada que habíamos empleado al llegar. Creo que Dak la había escogido porque era menos frecuentada por los pasajeros, siendo utilizada principalmente para la carga. Penny no prestó ninguna atención a las señales de tráfico y llevó el enorme Rolls justo hasta la puerta de entrada al campo. Un guarda de la terminal trató de detenerla, pero ella dijo fríamente:

—Es el coche del señor Bonforte. ¿Quiere usted enviar aviso al despacho del Comisionado para que vengan a buscarlo aquí?

El policía pareció confuso, miró al compartimento trasero, pareció reconocerme, saludó y no insistió. Le contesté con un gesto amistoso y el policía me abrió la puerta.

—El teniente insiste mucho en que se mantenga la entrada libre de coches, señor Bonforte —se excusó—; pero creo que con el suyo puedo hacer una excepción.

—Puede usted hacer que se lleven el coche cuando quiera —contesté—. Mi secretaria y yo nos marchamos en seguida. ¿Sabe si ha llegado otro coche a buscarme?

—Preguntaré en la puerta, señor —respondió, y salió corriendo.

Era precisamente la clase de público que yo necesitaba, lo suficiente para atestiguar que el señor Bonforte había llegado al espaciopuerto en un coche oficial y que se había dirigido en el acto hacia su yate espacial. Me coloqué mi varilla marciana bajo el brazo, en un gesto que recordaba a Napoleón, y cojeé tras el guarda; Penny me seguía. El policía habló con el guarda de la puerta y luego se apresuró a salirnos al encuentro, sonriendo.

—Su coche le está esperando, señor.

—Muchas gracias.

El policía parecía excitado y añadió con premura, en voz baja:

—Yo también pertenezco al Partido Expansionista, señor. Creo que hoy ha realizado usted un buen trabajo.

Miró la varilla marciana con un destello de admiración.

Yo sabía con exactitud cuál sería la reacción de Bonforte en una situación parecida.

—Hombre, muchas gracias. Espero que sea usted casado y que tenga muchos hijos. Necesitamos formar una mayoría sólida.

Rió más de lo que el chiste merecía.

—¡Eso es muy bueno! ¡Ah! ¿No le molesta que se lo cuente a mis amigos?

—Nada de eso.

Estábamos ya cruzando la puerta, cuando el guarda de la entrada me tocó en el brazo.

—¡Ejem!… su pasaporte, señor Bonforte.

Creo que no permití que mi expresión se alterase.

—Los pasaportes, Penny.

Ella contempló con una mirada glacial al funcionario.

—El capitán Broadbent se ocupa de toda la documentación.

El oficial me miró y luego dirigió la mirada hacia lo lejos.

—Supongo que no habrá inconveniente. Pero tengo la obligación de comprobar los pasaportes y anotar los números de serie.

—Desde luego —contesté—. Bien, creo que tendremos que llamar al capitán Broadbent para que se presente en esta entrada. ¿Sabe usted si a mi cohete de enlace se le ha asignado un horario de partida? Quizá sea conveniente que avise a la torre de control para que lo tengan en “espera”.

Penny pareció enfurecida de repente.

—Señor Bonforte, ¡esto es ridículo! En ninguna parte nos han puesto tantos impedimentos… y, desde luego, ¡nunca nos ha sucedido nada igual en Marte!

El policía de la terminal exclamó:

—Estoy seguro de que no habrá inconvenientes, Hans. Al fin y al cabo, se trata del señor Bonforte.

—Desde luego, pero…

Le interrumpí con una sonrisa.

—Creo que hay una solución sencilla. Si usted… ¿cómo se llama, señor?

—Haslwanter. Hans Haslwanter —contestó de mala gana.

—Señor Haslwanter, si quiere usted llamar al Comisionado Doothroyd, yo hablaré con él y así ahorraremos a mi piloto un viaje hasta esta entrada… y yo me ahorraré una espera de una hora o más.

—¡Oh, no quisiera molestar al señor Comisionado! Pero podríamos llamar a la oficina del capitán del puerto… —sugirió con esperanza.

—Sólo le pido que me dé el número del señor Boothroyd. Yo le llamaré.

Esta vez usé un tono más bien relajado, la actitud adecuada en un personaje muy ocupado e importante que desea ser democrático con todo el mundo, pero que ya se ha visto molestado por inferiores hasta el límite de su paciencia.

Aquello terminó con sus dudas. El funcionario habló con rapidez:

—Creo que no hace falta, señor Bonforte. Son sólo las ordenanzas, compréndalo.

—Claro, desde luego. Muchas gracias.

Empecé a caminar hacia el coche de tránsito.

—¡Un momento, señor Bonforte! ¡Mire hacia aquí!

Miré a mis espaldas. Aquel meticuloso funcionario nos había hecho esperar lo suficiente para que llegasen los chicos de la prensa. Uno de ellos estaba arrodillado y me apuntaba con una cámara estereoscópica:

—Sostenga la varilla marciana en un lugar donde se pueda ver claramente, por favor.

Otros periodistas, provistos de equipos de distintas clases, se agrupaban ya a nuestro alrededor; uno de ellos se había subido al techo del Rolls. Alguien me colocaba un micrófono delante; otro tenía un micro direccional apuntado como una escopeta.

Me sentí tan furioso como una primera actriz cuyo nombre apareciese en la cartelera con letra pequeña, pero recordé a tiempo la persona a quien representaba. Sonreí y me moví lentamente. Bonforte sabía perfectamente que los movimientos parecen mucho más rápidos en los informativos; yo tenía que actuar del mismo modo.

—Señor Bonforte, ¿por qué ha anulado la conferencia de prensa?

—Señor Bonforte, se asegura que tiene la intención de pedir que la Asamblea Interplanetaria conceda la ciudadanía imperial a los marcianos, ¿quiere hacer algún comentario al respecto?

—Señor Bonforte, ¿cuándo va a exigir un voto de confianza para el Gobierno actual?

Levanté la mano con la varilla y sonreí:

—De uno en uno, por favor. Vamos a ver, ¿cuál era la primera pregunta?

Todos contestaron al mismo tiempo, desde luego; cuando se hubieron puesto de acuerdo sobre la cuestión de la precedencia, yo ya había conseguido hacerles perder varios minutos sin tener que darles ninguna respuesta. Bill Corpsman llegó corriendo en aquel momento.

—No tenéis corazón, chicos. El Jefe ha tenido un día agotador. Ya os he dado toda la información que necesitáis.

Le contuve con un gesto.

—Puedo concederles un par de minutos, Bill. Caballeros, estoy a punto de partir para la Tierra, pero antes trataré de contestar a las preguntas más importantes. No tengo conocimiento de que el Gobierno piense modificar la situación actual de nuestras relaciones con los marcianos. Dado que no tengo ningún cargo oficial, mi opinión particular no tiene mucha importancia. Les sugiero que se dirijan ustedes al señor Quiroga. En cuanto al momento en que la oposición tratará de conseguir un voto de confianza contra el Gobierno, todo lo que puedo decirles es que no lo intentaremos hasta que estemos seguros del éxito… y a este respecto ustedes saben tanto como yo.

—Esto no es decir gran cosa, ¿no es verdad?—dijo alguien.

—No tenía la intención de ser demasiado explícito —contesté, suavizando mi contestación con una sonrisa—. Pregunten algo que pueda contestar oficialmente, y lo haré con mucho gusto. Pregunten aquello de: “¿Cuándo dejó de golpear a su esposa?”, y tendré la respuesta preparada.

Hice una pausa, recordando que Bonforte gozaba de la reputación de ser sincero y claro en sus manifestaciones, especialmente con la prensa.

—Pero no trato de evadirme de sus preguntas, señores. Todos ustedes saben la razón de mi presencia aquí. Permítanme que les diga esto… y pueden publicar mis palabras si lo desean.

Busqué en mi memoria y encontré un fragmento adecuado en uno de los discursos de Bonforte que había estudiado.

—El significado real de lo que ha sucedido hoy en el nido de Kkkah no es simplemente el de honrar a un solo hombre. Esto… —hice un gesto con la varilla marciana— prueba que dos grandes especies pueden darse la mano a través del abismo de sus diferentes culturas por medio de la comprensión mutua. Nuestra especie se extiende hasta las estrellas. Algún día veremos… ya lo estamos comprobando… que las otras razas son mucho más numerosas que la nuestra. Si queremos alcanzar el éxito en nuestra expansión hasta las estrellas, debemos portarnos sinceramente, con modestia, con el corazón abierto. He oído decir que nuestros vecinos marcianos conquistarían la Tierra si tuviesen la oportunidad de hacerlo. Eso es una tontería; la Tierra no es un lugar adecuado para los marcianos. Protejamos a los nuestros… pero no dejemos que el miedo y el odio nos arrastren a cometer acciones absurdas e innecesarias. Nunca ganaremos las estrellas si nuestras mentes son estrechas; debemos ser tan grandes como el mismo espacio.

Un reportero frunció el ceño.

—Señor Bonforte, creo que ya oí este discurso en febrero pasado.

—Lo volverá a oír el próximo febrero. También en enero, marzo y todos los demás meses del año. La verdad necesita ser repetida —lancé una mirada hacia el guarda de la puerta y añadí—: Lo siento, pero tengo que marcharme…, o voy a perder el autobús.

Di media vuelta y atravesé la puerta; Penny iba cerca de mí.

Nos instalamos en el pequeño coche de tránsito, blindado con planchas de plomo para protegerlo de las radiaciones de las naves, y la puerta hermética se cerró con un suspiro. El coche era completamente automático, de modo que no necesitaba representar mi papel para ningún conductor. Me dejé caer en el asiento y estiré las piernas.

—¡Uf!

—Creo que lo ha hecho maravillosamente —dijo Penny con seriedad.

—He pasado un mal rato cuando aquel periodista ha reconocido el discurso.

—Pero ha conseguido convencerle. Ha sido un golpe maestro. Usted… en realidad ha hablado igual que él.

—¿Había alguien allí a quien debí saludar personalmente?

—No creo. Quizá uno o dos, pero no creerían en la necesidad de que les saludase en vista de la prisa que teníamos.

—Nos vimos cogidos en un aprieto. Aquel minucioso funcionario y sus pasaportes… Penny, creo que usted debería llevar los documentos en vez de Dak.

—Dak no los tiene. Cada uno lleva su propio pasaporte —abrió su bolso y me enseñó el documento—. Yo tenía el mío, pero no me atreví a admitirlo.

—¿Eh?

—El llevaba el suyo cuando lo secuestraron. No nos atrevimos a pedir un duplicado… por lo menos en esos momentos.

De repente me sentí muy cansado.

Ya que no tenía instrucciones de Dak o de Roger, seguí representando mi fingida personalidad durante el ascenso del cohete de enlace y hasta que entré en el Tom Payne. No hubo ninguna dificultad. Sencillamente me dirigí a la cabina del propietario de la nave y pasé largas y miserables horas en caída libre, mordiéndome las uñas y pensando en lo que sucedería ahora en la superficie del planeta. Con la ayuda de unas cuantas píldoras antináusea, conseguí por fin dormirme… lo cual fue un error, porque no tuve más que una serie de pesadillas en las que me veía siempre desprovisto de mis pantalones, con periodistas señalándome con el dedo, policías tocándome en el hombro y marcianos apuntándome con sus mortales varillas. Todos ellos sabían que llevaba una falsa personalidad y no hacían más que discutir quién tendría el honor de descuartizarme y tirarme por el excusado.

Me despertó el ulular del aviso de aceleración. El vibrante barítono de la voz de Dak estaba diciendo: “¡Primer y último aviso! ¡Gravedad, un tercio! ¡Un minuto!”. Me tendí rápidamente en la litera y esperé. Me sentí mucho mejor cuando experimenté el tirón de la aceleración. Una gravedad de un tercio no es gran cosa, creo que la misma que en la superficie de Marte, pero es suficiente para tranquilizar el estómago y convertir el suelo en un piso firme.

Unos cinco minutos más tarde, Dak llamó a la puerta y entró, mientras yo me dirigía a abrirle.

—Hola, Jefe.

—Hola, Dak. Estoy muy contento por verle de nuevo…

—Seguramente no tanto como yo de encontrarme aquí —dijo con un tono cansado. Lanzó una mirada de deseo a mi litera—. ¿Le importa si me tiendo por un momento?

—Como guste.

Se tendió en la litera y dejó escapar un suspiro de alivio.

—¡Caramba, estoy agotado! Podría dormir durante una semana entera… y creo que lo haré.

—Entonces seremos dos, porque yo tenía la misma idea. ¡Uh!… ¿Consiguieron traerle a bordo?

—Sí . ¡Vaya carrera!

—Supongo que habrá sido difícil. Sin embargo, creo que les habrá sido más fácil hacerlo en un espaciopuerto pequeño como éste, que hacer lo que hizo conmigo en el Jefferson.

—¿Eh? No, ha sido mucho más difícil aquí.

—¿Por qué?

—Es algo obvio. Aquí todo el mundo se conoce… y todos hablan —Dak sonrió amargamente—. Lo hemos traído a bordo como una caja de langostinos del canal… congelados. Hemos tenido que pagar los derechos de aduana.

—Dak, ¿cómo se encuentra?

—Bien… —Dak arrugó el ceño—. El doctor Capek dice que se recuperará completamente… sólo es una cuestión de tiempo —luego estalló—: ¡Si pudiera poner las manos encima de esas ratas! Le haría llorar el ver lo que le han hecho… y, sin embargo, tenemos que dejar que salgan impunes de este crimen… por el bien de él.

Dak parecía a punto de llorar. Le contesté suavemente.

—Penny me dijo que le han maltratado mucho. ¿Está malherido?

—¿Cómo? No debió de comprender bien las palabras de Penny. Aparte de la suciedad y de necesitar un peluquero, no tenía nada absolutamente… en su cuerpo.

Debí de mostrar una expresión estúpida.

—Pensé que le habían golpeado. Algo así como darle una paliza con un palo de béisbol.

—Lo habría preferido. ¿A quién le preocupan unos cuantos huesos rotos? No, no, el daño lo hicieron en su cerebro.

—¡Oh!… —me sentí enfermo—. ¿Lavado de cerebro?

—Sí. Sí y no. No es posible que tratasen de hacerlo hablar, porque no tenía ningún secreto que fuese de importancia política. Siempre trabajó abiertamente y todo el mundo lo sabe. Deben de haber usado este procedimiento para mantenerlo bajo control, impedirle que tratara de escapar.

Dak continuó:

—El doctor dice que habrán usado la dosis mínima diariamente, lo suficiente para mantenerle en un estado de docilidad, hasta el momento en que le pusieron en libertad. Entonces le inyectaron una dosis capaz de convertir a un elefante en un idiota rabioso. Los lóbulos frontales de su cerebro deben de estar empapados con la droga, igual que una esponja de baño.

Me sentí tan mareado que me alegré de no haber comido nada. Una vez leí algo sobre aquel tema; lo odio tanto que aquella lectura me fascinó. Para mí hay algo inmoral y degradante hasta un extremo cósmico en manipular la personalidad humana. En comparación, el asesinato es un crimen decente, un mero pecadillo.

Lavado de cerebro es una expresión heredada del movimiento comunista ocurrido en la última Edad Media, primero se aplicó para quebrantar la voluntad de un hombre v alterar su personalidad por medio de indignidades físicas y sutiles torturas. Pero aquello necesitaba meses de tiempo, más tarde encontraron un medio mejor, un medio por el que se podía convertir a un hombre en un esclavo en cuestión de segundos… sencillamente, inyectando uno cualquiera de varios derivados de la cocaína en los lóbulos frontales del cerebro.

Aquel malvado procedimiento había sido usado, en primer lugar, con fines legítimos, para aquietar pacientes furiosos y hacerles accesibles a la psicoterapia. En tal forma, era un adelanto humano, ya que se usaba en lugar de la lobotomía… lobotomía es una palabra casi tan anticuada como el cinturón de castidad, pero significa remover el cerebro de un hombre con un cuchillo, de tal modo que su personalidad quede destruida sin matarle. Sí, es cierto que antiguamente hacían esas cosas… del mismo modo que daban palizas a los locos para hacer salir a los demonios.

Los comunistas desarrollaron el procedimiento de lavado de cerebro por medio de drogas hasta alcanzar una técnica eficiente y precisa, y luego, cuando los comunistas desaparecieron de la escena social, los Sindicatos de Hermanos lo refinaron aun más hasta que podían drogar a un hombre tan ligeramente que sólo le hacían creer en cualquier clase de propaganda … o atiborrarle de cocaína hasta convertirle en una masa informe de protoplasma… todo en el dulce nombre de la Hermandad. Después de todo, no se puede tener hermandad si un hombre es lo bastante obstinado como para pretender guardar sus propios secretos, ¿no es cierto? ¿Y qué mejor medio de estar seguro de que no se guardará nada para sí, que clavarle una aguja a través del globo ocular y darle una dosis de la droga en el cerebro? No se pueden hacer tortillas sin romper algunos huevos. Los sofismas de los criminales… ¡bah!

Desde luego, la técnica del lavado de cerebro había sido declarada ilegal hacía ya mucho tiempo, excepto para casos médicos, con el consentimiento expreso del juez. Pero los bandidos lo usan y los policías tampoco son inocentes de ese crimen, en muchas ocasiones, porque con ello se consigue fácilmente que un hombre hable libremente y el procedimiento no deja ninguna señal física. Incluso se puede decir a la víctima que olvide lo que se le ha hecho.

Sabía todo esto en el momento en que Dak me contó lo que habían hecho al pobre Bonforte, y el resto lo aprendí de la Enciclopedia Batavia, que llevábamos en la biblioteca de la nave. Hay un artículo sobre “Integración psíquica” y otro sobre “Tortura”.

Moví la cabeza lentamente y traté de eliminar aquel horror de mi mente.

—¿Podrá recobrarse?

—El doctor dice que la droga no altera la estructura del cerebro, simplemente lo paraliza. Me ha dicho que con el tiempo la corriente sanguínea recoge y arrastra toda la droga, luego se elimina por la secreción renal. Pero tarda mucho tiempo.


Dak me miró.

—¿Jefe?

—¿Eh? Creo que ya va siendo hora de dejarnos de ese tratamiento de “Jefe”. Bonforte ya ha regresado.

—De eso quería hablarle. ¿Sería pedirle demasiado que siga representando su papel por un poco más de tiempo?

—Pero, ¿por qué? Todos los que estamos aquí nos conocemos.

—Eso no es completamente cierto, Lorenzo. Hemos conseguido mantener un secreto muy bien guardado. Estamos enterados usted y yo… —empezó a contar con los dedos—. Luego lo saben el doctor, Roger y Bill. Penny, naturalmente. Luego hay un hombre llamado Langston en la Tierra, a quien usted no conoce. Creo que Jimmy Washington lo sospecha, pero no se lo dirá ni a su propia madre. No sabemos cuántos tomaron parte en el secuestro, pero puede estar seguro de que no fueron muchos. En cualquier caso, ellos no se atreverán a hablar, y lo más gracioso del caso es que ahora no pueden probar que lo han tenido prisionero aunque quisieran. Pero la cuestión es ésta: aquí, en el Tom Payne, tenemos a toda la tripulación y demás personal que no saben nada. Amigo, ¿qué dice de seguir con su papel y dejar que la tripulación y las mecanógrafas de Washington le vean cada día… mientras él se recupera? ¿Qué me dice?

—Mmmm… No veo ninguna razón en contra. ¿Cuánto puede durar?

—Sólo durante el viaje de regreso. Iremos despacio, con baja aceleración. Le gustará el viaje.

—De acuerdo. Otra cosa, Dak, no cuente esto en mis honorarios. Haré este trabajo porque odio el lavado de cerebro.

Dak dio un salto y me dio una palmada en la espalda.

—Lorenzo, usted es de los hombres que me gustan. No se preocupe por los honorarios, ya nos ocuparemos de usted —su expresión cambió de nuevo—. Perfectamente, Jefe. Le veré por la mañana, señor.

Pero una cosa arrastra otra consigo. La órbita que utilizamos para el viaje de regreso pasaba por donde no hubiera muchas posibilidades de que una agencia de noticias nos enviara una nave para comentar las incidencias de nuestro viaje. Me desperté en caída libre, tomé una píldora y conseguí desayunar, aunque con dificultades. Penny se presentó poco después.

—Buenos días, señor Bonforte.

—Buenos días, Penny —incliné la cabeza en dirección al camarote de los invitados—. ¿Cómo sigue?

—Igual. Nada de interesante. El capitán le envía sus saludos y dice si podría visitarle en su cabina, cuando lo crea conveniente.

—Iré en seguida.

Penny me siguió. Dak estaba allí con los pies enroscados en las patas de una silla para mantener el equilibrio. Roger y Bill estaban atados a dos literas.

Dak me lanzó una rápida mirada y dijo:

—Gracias por venir, Jefe. Necesitamos su ayuda.

—Buenos días. ¿De qué se trata?

Clifton contestó a mi saludo con su acostumbrada deferencia y me llamó “Jefe”; Corpsman saludó con la cabeza. Dak continuó:

—Para terminar de una vez con todo esto, tendría que pronunciar un discurso final.

—¿Cómo? Pensé que…

—Un momento. Las cadenas de radio y televisión esperaban que usted pronunciaría un discurso hoy mismo, dando sus comentarios sobre la ceremonia de ayer. Creo que Roger pensaba cancelar ese compromiso, pero Bill tiene el discurso preparado. La pregunta es la siguiente: ¿querrá usted pronunciarlo?

El problema que siempre se presenta al adoptar a un gato es el de que siempre vienen los gatitos detrás.

—¿Dónde debo pronunciarlo? ¿En Goddard City?

—¡Oh, no! En su mismo camarote. Lo lanzaremos en foco directo hasta Phobos; ellos lo filmarán para Marte y lo pondrán en el circuito interplanetario para New Batavia, donde lo recogerán las cadenas de la Tierra y será retransmitido a Venus, Ganimedes, etcétera. Dentro de cuatro horas su discurso se escuchará en todo el Sistema, pero usted no necesita moverse de su cabina.

El aparecer en una gran cadena de emisoras es siempre algo muy tentador para un artista. Una vez tuve una oportunidad semejante, pero en aquella ocasión mi número fue recortado hasta tal punto que mi rostro sólo apareció en la pantalla durante veintisiete segundos. Pero el poder tener una emisión para mí solo…

Dak pensó que no estaba muy convencido y añadió:

—No le será muy difícil, ya que tenemos el equipo necesario para filmar el discurso aquí mismo, en el Tom Payne. Luego podemos proyectarlo y eliminar lo que creamos conveniente.

—Bien… de acuerdo. ¿Tiene el borrador, Bill?

—Sí.

—Déjeme repasarlo.

—¿Qué quiere decir? Lo tendrá con tiempo suficiente.

—Pues… sí.

—Entonces déjeme leerlo.

Corpsman pareció furioso.

—Lo tendrá una hora antes de que empecemos la grabación. Esas cosas salen mejor si parecen espontáneas.

—El aparecer espontáneo es una cuestión de meticulosa preparación, Bill. Ésa es mi profesión.

—Se portó muy bien ayer en el espaciopuerto sin ningún ensayo. Esto no será diferente. Quiero que lo haga del mismo modo.

El carácter de Bonforte empezaba a mostrarse irritado cuanto más remiso se presentaba Corpsman; creo que Clifton se dio cuenta de que yo estaba a punto de estallar, porque dijo:

—¡Oh, termina de una vez, Bill! ¡Dale el discurso!

Corpsman murmuró algo ininteligible y me tiró las páginas escritas a máquina. En caída libre los papeles flotaron por el aire, pero se esparcieron por la cámara. Penny las recogió, las clasificó y me las entregó. Le di las gracias sin decir una palabra más y empecé a leer.

Lo ojeé rápidamente en una fracción del tiempo que sería necesario para pronunciar el discurso. Por fin terminé y levanté la vista.

—¿Bien? —preguntó Roger.

—Sólo unos cinco minutos se refieren a la adopción. El resto no son más que argumentos para ideas del Partido Expansionista. Muy parecido a todos los discursos que me dieron para estudiar.

—Es cierto —admitió Clifton—. La adopción no es más que el cebo que nos sirve para propagar nuestra doctrina. Como ya sabe, esperamos poder formar un voto de confianza en el Gobierno dentro de algún tiempo.

—Lo comprendo. No les conviene perder esta oportunidad de redoblar en su propio tambor. Bien, estoy de acuerdo con ello, pero…

—Pero ¿qué? ¿Qué es lo que le preocupa?

—Pues… el carácter. En varios sitios debemos cambiar algunas palabras. No creo que sea la forma en que él se expresaría.

Corpsman estalló con una palabra innecesaria en presencia de una dama; yo le lancé una fría mirada.

—Oiga, Smythe —continuó Corpsman—, ¿quién puede decir cómo se expresaría Bonforte en esta ocasión? ¿Usted? ¿O el hombre que ha escrito sus discursos durante los últimos cuatro años?

Traté de no alterarme; no había duda de que había algo de razón en lo que decía.

—Sin embargo —repliqué—, una frase que parece excelente sobre el papel puede no servir para nada si tiene que ser pronunciada. He aprendido que Bonforte es un gran orador. Pertenece al mismo grupo que Wester, Churchill y Demóstenes… grandiosas ideas expresadas con palabras sencillas. Ahora fíjese en esta palabra “intransigente” que usted ha puesto dos veces. Yo podría usarla, pero es que me gustan las polisílabas; me complazco en exhibir mi erudición literaria. Pero el señor Bonforte diría “tozudo” o “terco”, o “testarudo”. La razón es, naturalmente, que estas palabras pueden servir para expresar las emociones con mucha mayor eficacia.

—¡Usted ocúpese de pronunciar el discurso! ¡Yo me ocuparé de las palabras que uso!

—No me comprende, Bill. No me preocupa el que el discurso tenga importancia política o no; mi trabajo consiste en caracterizar a una persona. Y no puedo hacerlo si ponemos en su boca palabras que nunca usaría; haría el mismo falso efecto que una cabra recitando versos en griego. Pero si puedo leer el discurso con palabras que él usaría, en el acto se convertirá en una cosa efectiva. Bonforte es un gran orador.

—Oiga, Smythe, no le hemos contratado para que escriba discursos. Usted está aquí para…

—¡Un momento, Bill! —interrumpió Dak—. Y un poco menos de ese “Oiga, Smythe”. Bien, Roger, ¿qué opina?

Clifton dijo:

—Tal como yo lo entiendo, Jefe, ¿su única objeción es a la forma en que están redactadas algunas de las frases?

—Pues sí. Sugiero que se suprima ese ataque personal contra Quiroga, además, y la insinuación sobre el apoyo financiero que recibe. No me parece algo propio de Bonforte.

Clifton pareció confuso.

—Ésas son unas frases que yo mismo he incluido. Pero es posible que tenga razón. Bonforte siempre concede a un hombre el beneficio de la duda —quedó silencioso por unos momentos—. Haga usted los cambios que crea necesarios. Grabaremos el discurso y luego podemos revisarlo en la pantalla. Siempre estamos a tiempo de recortarlo… o inclusive cancelar la emisión completamente debido a “dificultades técnicas” —sonrió duramente—. Eso es lo que haremos, Bill.

—¡Maldita sea!, esto no es más que un ejemplo ridículo de…

—Eso será lo que haremos Bill.

Corpsman salió de la cabina sin despedirse. Clifton suspiró.

—Bill siempre ha odiado la idea de que alguien que no sea B. pueda darle instrucciones. Pero es un hombre muy capaz ¡Uh, Jefe!, ¿cuándo cree que estará listo para empezar la grabación? La emisión empieza a las dieciséis horas.

—No lo sé. Pero no les haré esperar.

Penny me siguió a mi oficina. Después que hubo cerrado la puerta dije:

—No la necesitaré durante la próxima hora, más o menos, Penny. Pero le agradeceré que le pida a Dak unas cuantas de esas píldoras. Es posible que las necesite.

—Sí, señor —flotó en el aire con la espalda hacia la puerta—. ¿Jefe?

—¿Sí, Penny?

—Sólo quería decirle que no crea en lo que dijo Bill respecto a que ha escrito todos sus discursos.

—No le creí. Yo he oído sus discursos… y he leído esto.

—¡Oh!, desde luego Bill le presenta borradores muchas veces. También lo hace Roger. Hasta yo misma le he ayudado en ocasiones. Él… él podía usar las ideas de cualquiera si pensaba que eran buenas. Pero cuando pronuncia un discurso, éste es suyo, todas y cada una de las palabras.

—La creo, Penny. Quisiera que él mismo hubiera podido escribir este discurso.

—¡Hágalo lo mejor que pueda!

Así lo hice. Empecé simplemente sustituyendo sinónimos, colocando las guturales palabras sajonas en lugar de los retorcidos trabalenguas latinos. Luego me excité y rompí el discurso en mil pedazos. Un actor se divierte mucho cuando puede modificar los diálogos de sus obras; no es muy corriente que se le presente esa oportunidad.

Sólo permití a Penny que estuviese presente cuando pronuncié el discurso delante de la máquina grabadora en sonido y estereovisión y conseguí la promesa de Dak de que no habría nadie en toda la nave que me escuchase por algún micro oculto, aunque sospecho que el muy fresco me engañó y él fue el único que escuchó mientras se realizaba la grabación. Conseguí que los ojos de Penny se llenaran de lágrimas al cabo de tres minutos; cuando terminé (veintiocho minutos y medio de duración, dejando el tiempo justo para la identificación de las emisoras) Penny había agotado todas sus emociones. No me permití ninguna libertad con la doctrina ortodoxa del Partido Expansionista, tal como había sido proclamada por su profeta oficial, el Muy Honorable John Bonforte; simplemente me limité a reconstruir el discurso, usando principalmente frases e ideas de otros discursos.

Y me sucedió algo extraño… yo mismo creí cada una de mis palabras mientras lo pronunciaba.

Pero, amigo, ¡que discurso!

Después todos asistimos a la proyección, completa con una imagen estereoscópica de mi persona. Jimmy Washington también estaba presente, lo que hizo que Bill Corpsman permaneciese callado. Cuando terminó pregunté:

—¿Qué le ha parecido, Roger? ¿Tenemos que eliminar algo?

Roger se sacó el cigarro de la boca y contestó:

—No. Si quiere mi consejo, Jefe, que se proyecte tal como está.

Corpsman volvió a salir de la cámara sin pronunciar una sola palabra; pero Washington se me acercó con lágrimas en los ojos… una cosa que siempre constituye una molestia en caída libre; el líquido no puede ir a ninguna parte.

—Señor Bonforte, ha sido algo hermoso.

—Gracias, Jimmy.

Penny no pudo pronunciar una sola palabra.

Después de la reunión me metí en la cama; una representación difícil siempre me deja completamente rendido. Dormí más de ocho horas y luego me despertó el bramido del altavoz. Me había atado a la litera con los cinturones de seguridad… odio el flotar en el aire mientras duermo en caída libre… y por lo tanto no tuve que moverme de la litera. Pero no sabía que volvíamos a acelerar, de modo que llamé a la cabina de control entre el segundo y el tercer aviso.

—¿Capitán Broadbent?

—Un momento, señor —contestó la voz de Epstein, el copiloto.

Luego escuché la voz de Dak.

—¿Sí, Jefe? Volvemos a acelerar, de acuerdo con sus instrucciones.

—¿Eh? ¡Oh, claro, desde luego!

—Creo que Clifton se dirige ahora hacia su cabina.

—Muy bien, capitán.

Volví a tenderme en la litera y esperé.

Inmediatamente después que sentí el tirón de la aceleración a una gravedad, Clifton entró en mi cabina; tenía una expresión preocupada en su semblante que no pude descifrar… partes iguales de triunfo, confusión o ira.

—¿Qué sucede, Roger?

—¡Jefe! ¡Se nos han adelantado! ¡El Gobierno de Quiroga ha dimitido!

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