4

Mi entrenamiento en aquella habitación (se trataba del dormitorio de los invitados de Bonforte) prosiguió hasta la hora del cambio de turnos. Pese a que no había dormido nada, excepto bajo hipnosis, no sentía ningún cansancio. El doctor Capek y Penny se habían relevado a mi lado a lo largo de aquellas horas, y me habían sido de gran ayuda. Por suerte para mí, el hombre a quien debía suplantar había sido fotografiado y filmado como quizá ningún otro hombre en la historia, y además disponía de la absoluta cooperación de sus más allegados colaboradores. Tenía a mi alcance una gran cantidad de material; el problema radicaba en cuánto podía asimilar, ya fuese a nivel consciente o bajo hipnosis.

No sé en qué momento exactamente dejé de sentir desagrado hacia Bonforte. Capek me aseguró, y yo le creí, que no había realizado sugestión hipnótica alguna acerca de este punto; yo no lo había solicitado y me consta que Capek era muy meticuloso respecto a las responsabilidades éticas de un médico y un hipnoterapeuta. Supuse que se trataba de una consecuencia lógica de mi trabajo; estoy seguro de que el mismo Jack el Destripador llegaría a caerme bien si tuviese que representar su papel. Hay algo que es innegable: para representar fielmente un papel, el actor debe asumir la personalidad del personaje que representa. Y un hombre debe sentirse satisfecho de su persona o suicidarse. No hay alternativa.

Comprenderlo todo es perdonarlo todo. Yo estaba empezando a comprender a Bonforte.

A la hora del descanso, la aceleración descendió hasta una gravedad, tal como había prometido Dak. Ni por un instante estuvimos en caída libre; en vez de contar los chorros de propulsión, cosa que siempre repugna a los pilotos mientras la nave está en el espacio, Dak hizo describir a su nave lo que llamaba un giro de 180 grados. De esa forma se mantiene a la nave bajo aceleración durante todo el viaje, y la maniobra se efectúa con rapidez; no obstante, produce un extraño efecto en el sentido del equilibrio. Ese efecto tiene un nombre parecido a Coriolanus. ¿O será Coriolis?

Todo lo que sé sobre las naves interplanetarias es que las que parten de la superficie de un planeta son verdaderos cohetes, aunque los pilotos las llaman “cafeteras” debido al chorro de vapor de agua o de hidrógeno que les sirve de propulsión. No se las considera verdaderas naves de energía atómica, aunque sus chorros son vaporizados y recalentados en una pila atómica. Las naves de alto bordo como el Tom Payne ¿son (así me lo dicen) verdaderas atomonaves, que utilizan la energía obtenida de E igual a MC2? ¿O quizá sea M igual a EC2? Ya saben, esa cosa que Einstein inventó.

Dak hizo cuanto pudo para explicarme todo eso con detalle, y no hay duda de que debe de resultar muy interesante para los que se preocupan por estas cosas. Pero no se me ocurre para qué debe molestarse un caballero en conocer esos detalles. Creo que cada vez que los chicos de la ciencia empiezan a manosear sus reglas de cálculo la vida se vuelve más complicada todavía. ¿Qué hay de malo en dejar las cosas como están?

Durante las dos horas en que permanecimos bajo aceleración de una gravedad, me trasladaron al camarote de Bonforte. Empecé a usar sus trajes y su rostro, y todos tuvieron mucho cuidado en llamarme “Señor Bonforte”, “Jefe” o, en el caso del doctor Capek, simplemente “Joseph”, con la idea, desde luego, de ayudarme a compenetrarme con el papel.

Todos menos Penny… Sencillamente, no quiso llamarme “Señor Bonforte”. Hacía cuanto era necesario para ayudar, pero no podía decidirse a llamarme como a su jefe. Resultaba tan claro como el agua que Penny era una secretaria que adoraba a su jefe en silencio y sin esperanza, y por lo tanto me odiaba a mí con un resentimiento natural y profundo, aunque ilógico. Eso nos colocaba a los dos en una situación violenta, especialmente porque yo me sentía atraído hacia la muchacha. No hay hombre que pueda realizar un buen trabajo con una mujer a su lado que le desprecia. Pero yo no podía odiarla, sólo sentía pena ante su dolor… a pesar de que a veces me irritaba profundamente.

Había empezado a representar mi papel, porque no todos los que se encontraban en el Tom Payne sabían que yo no era Bonforte. Nunca llegué a saber exactamente el número de personas enteradas de la sustitución, pero sólo se me permitió mostrar mi verdadera personalidad y hacer preguntas cuando me hallaba a solas con Dak, Penny o el doctor Capek. Estaba convencido de que el jefe de las oficinas de Bonforte estaba en el secreto, pero nunca se refirió a ello; era un mulato ya entrado en años, llamado Jimmy Washington, que tenía un aspecto distinguido y el rostro de un santo. Había otros dos que lo sabían, pero no se encontraban en el Tom Payne; estaban en el Go For Broke, manteniendo la ficción de la presencia del Jefe, mientras celebraban entrevistas con la prensa en su nombre y atendían los asuntos de su despacho. Eran Bill Corpsman, secretario de prensa, y Roger Clifton. No sé cómo describir las funciones de Clifton ¿Representante político? Había sido Ministro sin cartera cuando Bonforte fue Ministro Supremo, pero eso no quiere decir nada. Podemos decir que Bonforte era el idealista y teórico de su partido, mientras que Clifton dirigía la maquinaria política.

Era inevitable que ese pequeño grupo conociese el secreto; si había otros que estaban enterados no se creyó necesario el decírmelo a mí. Desde luego, los otros miembros del secretariado de Bonforte, así como la tripulación del Tom Payne, se daban cuenta de que ocurría algo extraño, aunque sin saber en realidad lo que era. Muchos de ellos me habían visto entrar en la nave… pero como Benny Grey. Cuando volvieron a verme ya era Bonforte.

Alguien había tenido la previsión de obtener un equipo de maquillaje digno de un profesional como yo, pero casi no lo usé. A corta distancia el maquillaje siempre resulta visible; ni siquiera el Silicocarne llega a dar la exacta apariencia de la piel. Me contenté con oscurecer mi color natural un par de tonos con Semiperm y con imitar el rostro de Bonforte desde dentro, en su expresión. Fue necesario sacrificar muchos de mis cabellos, y el doctor Capek en persona inhibió las raíces. No me importaba demasiado; un actor siempre puede llevar peluca, y ahora ya me sentía seguro de que este trabajo me rendiría lo suficiente para poder retirarme de mi profesión si lo deseaba.

Por otro lado, me sentía inquieto al pensar que quizá mi vida no llegaría a ser tan larga como para permitirme disfrutar de ese retiro. Ya conocen ese antiguo clisé sobre el hombre que sabía demasiado, y el otro respecto a los hombres muertos y a su capacidad para contar historias. Pero en realidad yo empezaba ya a confiar en aquellos hombres. Todos eran gente decente, lo cual reflejaba el carácter de Bonforte tanto o más que lo que había podido ver en sus discursos. Un personaje político no es una sola persona, sino un ser compuesto; un equipo trabajando al unísono. Si Bonforte no hubiese sido una persona honrada y decente no habría reunido semejantes colaboradores a su alrededor.

Lo que me causó mayores dificultades fue el lenguaje marciano. Como la mayor parte de los actores, conocía suficiente marciano, venusiano y el idioma de los Mundos Exteriores para poder salir del paso frente a las cámaras de televisión o en el escenario. Sin embargo, esas consonantes alargadas e inflexivas resultan en extremo difíciles para cualquiera que no sea un nativo. Las cuerdas vocales humanas no son tan versátiles como una membrana marciana y además creo que la representación fonética de estos sonidos traducidos a nuestro alfabeto, como por ejemplo kkk, jjj o rrr, se parecen tanto al verdadero sonido de la pronunciación marciana como la g en gnu se asemeja al chasquido aspirado con que un bantú pronuncia la palabra gnu. Jjj, por ejemplo, se parece mucho al silbido de una bala.

Por fortuna Bonforte no poseía gran talento para los idiomas mientras que yo soy un profesional; mis oídos tienen sensibilidad extremada para los tonos y puedo imitar cualquier sonido desde el de una sierra de cinta a gran velocidad que tropieza con un clavo en el tronco que está cortando, hasta una gallina clueca que es ahuyentada de su nido. Sólo me fue necesario aprender el marciano de la forma desastrosa en que lo hablaba Bonforte. Éste había trabajado mucho para compensar su falta de talento para los idiomas, y todas las palabras y frases en marciano que conocía estaban grabadas en película sonora de modo que pudiera estudiar y corregir sus errores.

De modo que ahora yo pude estudiar su pronunciación y sus modismos marcianos, después que trasladamos el proyector a su oficina, mientras Penny no se separó de mi lado para preparar los rollos de película y poder contestar a mis preguntas.

Los lenguajes humanos pueden clasificarse en cuatro grandes grupos: inflexivos, como el angloamericano; posicional, como el chino; aglutinante, como en el turco antiguo; polisintético (palabras-frases), como en esquimal, a los cuales añadimos ahora estructuras y formas de lenguajes foráneos tan extraños y casi imposibles para el cerebro humano como el venusiano emergente, cuyas sílabas no se repiten en toda la frase. Por fortuna el marciano es muy parecido a las formas de lenguaje humanas. El marciano básico usado para el intercambio comercial en todos los planetas es un lenguaje posicional y sólo comprende frases concretas y sencillas, como la frase inicial de casi todas las conversaciones “Te saludo”. En cambio, el marciano literario es polisintético y muy estilizado, disponiendo de una expresión para cada posible situación de su complejo sistema de recompensas y castigos, obligaciones y compromisos. Aquello era demasiado para Bonforte; Penny me dijo que podía leer esos grupos de puntos que usan como escritura, pero que de la forma hablada del marciano literario sólo conocía unos pocos cientos de palabras.

¡Amigo, cómo estudié aquellos centenares que Bonforte conocía!

La tensión a que se veía sometida Penny era aún mayor que la mía. Tanto ella como Dak hablaban algo de marciano, pero la tarea de enseñarme los modismos de Bonforte recayó casi completamente en ella, ya que Dak tenía que pasar casi todo su tiempo en la cabina de control de la nave. La muerte de Jock le había privado de su copiloto. Reducimos la aceleración de dos a una gravedad durante los últimos millones de millas de nuestro viaje, en cuyo espacio de tiempo Dak no abandonó el mando de la nave. Yo dediqué ese tiempo a aprender de memoria los movimientos y frases de rigor necesarios para la ceremonia de adopción, con la ayuda de Penny.

Pronuncié por tercera vez el discurso en el cual aceptaba el honor de pertenecer al nido de Kkkah; un discurso parecido en su espíritu al que pronuncian los muchachos judíos ortodoxos al llegar a la mayoría de edad, pero tan fijo e invariable como el monólogo de Hamlet. Acabé de leerlo, incluyendo las faltas de pronunciación de Bonforte y su tic facial, y al terminar pregunté:

—¿Qué tal estuve?

—Me pareció excelente —respondió ella con seriedad.

—Gracias, Rizos.

Era una frase que había aprendido en las grabaciones que se conservaban de las reuniones íntimas celebradas con los ayudantes de Bonforte; era el nombre con que éste la llamaba cuando se sentía de buen humor… y estaba perfectamente en carácter con mi papel.

—¡Cómo se atreve a llamarme eso!

La miré con sincera sorpresa y contesté, aún en el papel de Bonforte:

—¡Pero, Penny, hija mía!

—¡Ni eso tampoco!… ¡Falso!… ¡Actor!

Saltó de la silla y corrió hasta el otro extremo de la habitación y se quedó allí con la cabeza entre sus manos, de espaldas a mí, con los hombros temblorosos por los sollozos que la agitaban.

Hice un esfuerzo sobrehumano y dejé caer la capa de mi caracterización; me enderecé y dejé que mi rostro asomase a la superficie, exclamando con mi propia voz:

—¡Señorita Russell!

Ella dejó de llorar, dio media vuelta y me miró y se quedó con la boca abierta. Añadí, aún en mi propia personalidad:

—¡Vuelva aquí y siéntese!

Por un momento creí que iba a rehusar, pero luego pareció pensarlo mejor, regresó lentamente y se sentó con las manos en el regazo pero con la expresión de una niña desafiante.

Hice una pausa durante unos momentos y luego dije en voz baja y tranquila:

—Sí, señorita Russell, soy un actor. ¿Es una razón para insultarme?

Ella no contestó y siguió con su expresión obstinada.

—Como actor, estoy aquí para realizar un trabajo. Usted ya sabe por qué. También sabe que me engañaron para que aceptase… no es un empleo que hubiese tomado con los ojos abiertos, aun en mis momentos más difíciles. Odio el tener que hacerlo mucho más que usted pueda odiar el verme representar este papel; porque a pesar de las seguridades que me da el capitán Broadbent, no estoy del todo seguro de salir de esto con la piel intacta; y yo me siento muy apegado a ella; es la única que tengo. Creo conocer por qué encuentra difícil aceptarme de buen grado. Pero ¿cree que ello es una razón lógica para que usted haga mi trabajo más difícil de lo necesario?

Ella murmuró algo incoherente. Exclamé secamente:

—¡Conteste!

—¡Es algo vergonzoso! ¡No es decente!

Suspiré.

—Desde luego. Mucho más que eso, es imposible… sin la entera ayuda y comprensión de los otros miembros del repertorio. De modo que llamemos al capitán Broadbent y se lo diremos. Acabemos con esa farsa.

Ella levantó la cabeza y replicó:

—¡Oh, no! No podemos hacerlo.

—¿Por qué no? Será mucho mejor que abandonemos la empresa ahora en vez de continuar hasta el fracaso. No puedo actuar en estas condiciones. Seamos sinceros para admitir la verdad.

—Pero… pero… ¡tenemos que hacerlo! Es necesario.

—¿Por qué es necesario, señorita Russell? ¿Por razones políticas? Yo no tengo el menor interés en la política… y dudo que a usted le interese mucho. Por lo tanto, ¿por qué tenemos que hacer ese tremendo esfuerzo?

—Porque… porque él…

Se interrumpió, sin poder continuar, la voz ahogada por los sollozos.

Me levanté, y acercándome a ella, le puse la mano en el hombro.

—Lo comprendo. Porque si nosotros no lo hacemos, se derrumbará todo el trabajo en que él ha invertido años. Porque él no puede hacerlo y sus amigos tratan de continuar su obra. Porque sus amigos le son leales. Porque usted le es leal. Sin embargo, le hiere ver a otra persona en el lugar que le pertenece a él por derecho propio. Además, se halla atormentada por la pena y la preocupación. ¿No es cierto?

—Sí.

Casi no pude oír su respuesta.

Cogí su barbilla y levanté su rostro bañado en lágrimas.

—Sé por qué le cuesta tanto el aceptar que yo ocupe su puesto. Usted le ama. Pero debe comprender que trato con todas mis fuerzas de ayudarle del único modo que me es posible. ¡Vamos, mujer! ¿Por qué tiene que hacer mi trabajo seis veces más difícil tratándome como basura?

Ella pareció ofendida. Por un instante pensé que iba a abofetearme. Luego contestó con voz entrecortada:

—Lo siento. Lo siento muchísimo. No volverá a suceder.

Dejé de sostener su barbilla y dije con animación:

—Entonces, volvamos al trabajo.

Ella no se movió.

—¿Podrá perdonarme?

—¿Eh? No hay nada que perdonar, Penny. Sus nervios la dominaron porque le quiere y se siente preocupada por él. Sigamos con el trabajo. Necesito representar mi papel en la ceremonia a la perfección… sólo faltan unas horas.

De nuevo volví a adoptar mi falsa personalidad.

Ella cogió un rollo de microfilm y volvió a poner en marcha el proyector. Estudié la película una vez y luego repetí el discurso de aceptación con la estereoimagen delante de mí, pero con el sonido desconectado, acoplando mi voz… quiero decir, su voz… a los movimientos de la figura en tres dimensiones. Ella me contempló, mirando alternativamente a la imagen y a mí con una expresión de asombro en su rostro.

Cuando terminamos, yo mismo cerré el proyector.

—¿Qué le ha parecido?

—¡Perfecto!

Sonreí.

—Gracias, Rizos.

—No tiene importancia, señor Bonforte.

Dos horas más tarde llegamos al punto de reunión con el Go For Broke.

Dak trajo a Roger Clifton y a Bill Corpsman a mi cabina tan pronto como pudieron pasar a nuestra nave desde el Go For Broke. Los conocía por las fotografías que había visto. Me levante y dije:

—Hola Rog. Encantado de verle, Bill.

Mis palabras eran amistosas pero casuales, en la esfera en que esas gentes se movían en un rápido viaje de ida y vuelta a la Tierra no era más que unos cuantos días de separación. Nada importante. Cojeé al adelantarme y extendí la mano. La nave estaba en aquellos momentos en baja aceleración mientras se adaptaba a la nueva órbita en la que se mantuvo hasta entonces el Go For Broke.

Clifton me lanzó una rápida mirada y luego asumió en el acto su papel. Se quitó el cigarro de la boca, y estrechó mi mano y dijo tranquilamente:

—Mucho gusto en verle de nuevo, Jefe.

Era un hombre pequeño, de mediana edad, que parecía tener el aspecto de un abogado y al mismo tiempo la inescrutable expresión de un buen jugador de póker.

—¿Ha sucedido algo de particular mientras estuve fuera?

—No. Sólo asuntos de rutina. Ya he dado la correspondencia a Penny.

—Bien.

Me volví hacia Bill Corpsman y de nuevo le ofrecí mi mano.

No la aceptó. En vez de ello se puso las manos en la cintura, me miró con descaro y silbó.

—¡Sorprendente! Empiezo a creer que tenemos una posibilidad de éxito, después de todo —me miró de arriba abajo y luego dijo—: Dése la vuelta, Smythe. Muévase. Quiero ver cómo camina.

Sentí la misma irritación que habría sentido Bonforte ante tan grosera impertinencia y el disgusto se reflejó en mi rostro. Dak tocó a Corpsman en el brazo y dijo con rapidez:

—Déjalo, Bill. ¿No recuerdas lo convenido?

—¡Tonterías! —replicó Corpsman—. Esta cabina es a prueba de sonidos. Sólo quiero estar seguro de que puede representar su papel. Smythe, ¿qué tal va su marciano? ¿Puede hablarlo?

Le contesté con una sola y restallante polisílaba en marciano literario que puede traducirse por: “¡La etiqueta exige que uno de nosotros salga de aquí!”, aunque su significado es mucho más extenso, ya que en realidad es un desafío que generalmente termina con la notificación al nido de uno de los contendientes de su muerte repentina.

No creo que Corpsman me comprendiese, porque sonrió y replicó:

—Tengo que admitir, Smythe, que es usted muy bueno.

Pero Dak me entendió. Cogió a Corpsman por el brazo y repitió:

—Bill, te he dicho que lo dejes. Estás en mi nave y es una orden. De ahora en adelante todos debemos representar nuestro papel… continuamente.

Clifton añadió:

—Trátalo con cortesía, Bill. Ya sabes que convinimos que era la única manera de hacerlo. De otro modo, alguien puede cometer un error imprevisto.

Corpsman le miró y luego se encogió de hombros.

—Bien, bien. No hacía más que comprobar sus condiciones… Después de todo, la idea fue mía —me lanzó una mirada atravesada y dijo—: ¿Cómo está, señor Bonforte? Encantado de volverle a ver.

Recargó un poco de énfasis en el “señor”, pero le contesté:

—Estoy satisfecho de encontrarme aquí de nuevo, Bill. ¿Algo especial que deba saber antes de que descendamos?

—Creo que no. Tenemos una conferencia de prensa en Goddard City después de las ceremonias.

Pude ver que me observaba para comprobar mi reacción ante aquella noticia inesperada.

Asentí tranquilamente.

—De acuerdo.

Dak dijo con rapidez:

—Oiga, Roger, ¿qué hay de eso? ¿Es algo necesario? ¿Ha autorizado usted esa entrevista con los periodistas?

—Iba a añadir —continuó Corpsman, dirigiéndose a Clifton—, antes de que el capitán se molestase, que yo puedo hacerme cargo de eso y decirle a los muchachos que el Jefe sufre laringitis debido a la ceremonia… o bien podemos limitar la entrevista a preguntas escritas presentadas con anticipación y yo prepararé las respuestas que debe dar mientras se efectúan las ceremonias. En vista de que puede representar el papel de Bonforte a la perfección, aun a corta distancia, soy de la opinión de que debemos arriesgarnos a ello. ¿Qué le parece, señor… “Bonforte”? ¿Cree que podrá hacerlo?

—No veo ningún problema en ello, Bill.

Estaba pensando que si podía presentarme ante los marcianos sin un tropiezo, estaba dispuesto a improvisar frente a un grupo de periodistas humanos durante tanto tiempo como ellos estuviesen dispuestos a escucharme. Conocía perfectamente el estilo oratorio de Bonforte y tenía idea de su actitud ante cualquier tema… y no tenía ninguna necesidad de ser específico en mis respuestas y comprometerme.

Pero Clifton pareció preocupado. Antes de que pudiera contestar, el altavoz bramó:

“Se requiere la presencia del capitán en la sala de control. Faltan cuatro minutos.”

Dak dijo con premura:

—Ustedes tendrán que decidirlo. Tengo que meter ese cacharro en el garaje… y no tengo a nadie excepto al joven Epstein.

Atravesó la puerta corriendo.

Corpsman le llamó:

—¡Eh, Cappy! Tengo que decirte …

Salió por la puerta siguiendo a Dak, sin despedirse.

Roger Clifton cerró la puerta que Corpsman había dejado abierta y dijo lentamente:

—¿Está dispuesto a arriesgarse a esa conferencia de prensa?

—Eso tienen que decidirlo ustedes. Yo quiero hacer mi trabajo hasta donde sea necesario.

—Mmmm… Entonces me inclino a aceptar el riesgo, si usamos el sistema de respuestas escritas. Pero comprobaré las respuestas de Bill yo mismo antes de que usted las presente a los periodistas.

—De acuerdo —y añadí—: Si puede encontrar el medio de darme esas notas unos diez minutos antes de la reunión, no creo que haya ninguna dificultad. Tengo buena memoria.

Clifton me miró con fijeza.

—Lo creo… Jefe. De acuerdo, haré que Penny le entregue las contestaciones tan pronto se terminen las ceremonias. Luego puede excusarse para ir al lavabo y se queda allí hasta que las haya aprendido.

—Me parece bien.

—Creo que funcionará. ¡Uh!, debo decir que me siento mucho más tranquilo desde que le he visto. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—Creo que no, Roger. ¡Ah, sí! Hay algo que quería preguntarle. ¿Se sabe algo de… él?

—¿Eh? Bien, sí y no. Sigue en Goddard City; de eso estamos completamente seguros. No le han sacado de Marte, ni siquiera de esta región. Les hemos bloqueado todas las salidas, si es que tenían esa intención.

—¿Es posible? Goddard City no es muy grande, ¿no es cierto? Creo que no tiene más que unos cien mil habitantes. ¿Por qué no lo han encontrado?

—La dificultad consiste en que no nos atrevemos a admitir que usted… quiero decir, que él ha sido secuestrado. Una vez hayamos terminado con este asunto de la adopción, podremos hacerle desaparecer a usted y luego anunciar el secuestro como si acabase de tener lugar… y haremos que desmonten la ciudad hasta el último remache. Las autoridades de la ciudad son todos miembros del Partido de la Humanidad, pero se verán obligados a cooperar… después de la ceremonia. Será la cooperación más esforzada que se haya visto, porque sentirán una angustia mortal de encontrarlo antes que todo el nido de Kkkahgral descienda sobre ellos como un hormiguero y arrase la ciudad hasta los cimientos.

—Comprendo. Todavía estoy estudiando las costumbres y psicología de los marcianos.

—Todos nosotros lo hacemos.

—Roger, ¿qué le hace pensar que todavía sigue vivo? ¿No cumplirían mejor su objetivo, y probablemente con menos riesgo… si le matasen?

Recordé con inquietud lo simple que era deshacerse del cuerpo de un hombre si uno era lo bastante brutal para descuartizarlo en pequeños pedazos.

—Comprendo lo que quiere decir. Pero eso también va ligado a las ideas marcianas sobre el “protocolo” —Clifton usó la palabra nativa—. La muerte es la única excusa aceptable para no cumplir con una obligación. Si Bonforte fuese muerto, lo adoptarían en el nido marciano después de su fallecimiento… y entonces todo el nido adoptivo y probablemente todos los demás nidos de Marte se levantarían para vengarle. No les importaría lo más mínimo que toda la especie humana tuviera que perecer o muriese de repente… Pero matar a un humano para impedirle que fuese adoptado, eso es harina de otro costal. Una cuestión de corrección y de obligación marciana. Algunas veces la reacción de un marciano ante una situación dada es tan automática que parece instintiva. Desde luego no lo es, ya que se trata de seres muy inteligentes. Pero sus costumbres son muy extrañas —arrugó el ceño y añadió—: A veces pienso que nunca debería haber abandonado mi pueblo de Sussex.

El altavoz interrumpió nuestra conversación, conminándonos a ocupar nuestras literas. Dak había llegado con el tiempo justo, a propósito; el cohete de enlace con Goddard City nos estaba esperando cuando entramos en caída libre después de cortar la aceleración. Nuestro grupo de cinco personas nos trasladamos al cohete para el corto viaje hasta la ciudad y ocupamos todas las literas de pasajeros, otro detalle planeado con el más exquisito cuidado, ya que el comisionado había expresado sus deseos de venir en el cohete de enlace para saludarme y sólo fue posible disuadirle después que Dak le envió un mensaje anunciándole que nuestro grupo necesitaba todo el espacio disponible.

Traté de contemplar la perspectiva de la superficie marciana mientras duraba el descenso, ya que sólo pude lanzarle una ojeada desde la cabina de control del Tom Payne. Como se suponía que había visitado aquel planeta muchas veces no me era posible mostrar la curiosidad acostumbrada de un turista novato. No pude ver gran cosa; el piloto del cohete no inclinó su aparato para que pudiéramos ver nada hasta que lo estabilizó para el aterrizaje y hasta entonces yo me encontraba muy ocupado colocándome la máscara de oxígeno.

Esas incómodas máscaras de tipo marciano casi nos llevaron al fracaso en aquel mismo instante. No había tenido la oportunidad de practicar su uso. Dak no había pensado en ello y yo no creí que fuesen un problema; había usado trajes espaciales y pulmones submarinos en varias ocasiones y pensé que esa máscara sería algo parecido. Pero no era así. El modelo que siempre usaba Bonforte era el tipo llamado de boca libre, un Mitsubushi “Brisa” con presión directa en las fosas nasales, una pinza nasal con dos tapones atravesados por dos tubos sonda hasta las fosas nasales y que desde la nariz pasan por debajo de las orejas hasta el turbocompresor que se lleva a la espalda. Admito que se trata de un aparato ingenioso, ya que una vez que se está acostumbrado, es posible hablar, comer y beber sin quitárselo. Pero en aquellos momentos habría preferido que un dentista me metiese las dos manos en la boca.

La verdadera dificultad consiste en que debe ejercerse un control consciente de los músculos que cierran la parte de atrás de la boca y el paladar, si no, uno deja escapar un silbido como una locomotora, ya que el maldito aparato funciona por diferencia de presión. Por suerte, el piloto igualó la presión de la cabina a la de la superficie de Marte cuando nos hubimos colocado las máscaras, y eso me dio unos veinte minutos para practicar. Pero por unos instantes pensé que todo estaba perdido, debido a un estúpido instrumento mecánico. Traté de sugestionarme con la idea de que ya había llevado aquel aparato cientos de veces y me era tan familiar como un cepillo de dientes. Poco después llegué a creerlo.

Dak pudo evitar que el Comisionado se pasara una hora charlando conmigo durante el descenso, pero no pudo apartarlo por completo de mi camino: salió a recibir al cohete a su llegada al espaciopuerto. La exactitud de nuestro programa me evitó el contacto con otros humanos, ya que tenía que partir en el acto para la ciudad marciana. Era lógico, pero me pareció extraño que pudiera encontrarme más seguro entre marcianos que entre los de mi propia especie.

Pero me pareció aún más extraño estar en Marte.

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