9

La Luna Creciente aprovechó el turno de noche para salir sin decirles ni una palabra. Pyanfar no hizo demasiado caso de ello y se limitó a gruñir una confusa maldición desde su lecho al comunicador que le informaba de la partida. Luego volvió a taparse, decidiendo que no valía la pena abandonar la cama dado que no tenía ninguna obligación de ser cortés con la nave Tahar, capaz como era de abandonar otra nave hani a una especie extraña, hallándose ésta indefensa. La noticia no la sorprendió demasiado. Las encargadas de la guardia ya tenían sus órdenes y no era necesario levantarse para dar instrucciones nuevas. Hilfy dormía y tampoco era necesario despertarla para que se enterara de algo que ya esperaba.

Pyanfar se hundió nuevamente en el sueño y apartó el asunto de su mente, intentando que su adrenalina se mantuviera baja para no robarle el descanso y deseando no pensar en las circunstancias actuales, en el hogar o en nada que fuera demasiado concreto. Quizá sólo en las reparaciones que seguían su curso y deberían estar terminadas prácticamente del todo cuando se levantara: ahora ya todos los paneles debían encontrarse en su sitio y los mahe andarían como insectos por la cola de la Orgullo comprobando las minúsculas y casi insignificantes conexiones de las que dependían todas sus vidas.

Las tinieblas la engulleron de nuevo y Pyanfar se dejó hundir en ellas con una poco habitual sensación de bienestar.

—Capitana, capitana; siento molestar, pero hemos recibido señales de que los knnn se mueven.

Pyanfar movió el brazo buscando el reloj. Faltaba una hora y media para despertar. Con un esfuerzo para no dormirse, siguió moviéndose y sacó los pies de la cama.

—Capitana —era Tirun, de guardia—. Es urgente.

—Ya te oigo. Pásalo aquí. ¿Qué está ocurriendo?

La pantalla se encendió iluminando la oscuridad del camarote. Pyanfar pestañeó y se frotó los ojos, logrando distinguir por fin con claridad el diagrama. Las señales que representaban a las naves se encendían y se apagaban demasiado cerca una de otras, indicando el peligro inminente.

—Todos los knnn del muelle están saliendo —dijo Tirun—. La dirección general es…

—¿Siguen a la luna Creciente? Pregúntaselo a la estación. ¿Qué están haciendo?

—Ahora nada, capitana: no hay ningún comentario oficial al respecto.

—Malditos sean sus pellejos. Pásame la comunicación.

Tirun tardó unos momentos en conseguirlo, mientras Pyanfar buscó a tientas sus pantalones en la penumbra del camarote. Finalmente logró encontrarlos, se los puso y tiró de los lazos.

—Capitana, la estación sigue negándose a establecer contacto: insisten en que todas las comunicaciones deben hacerse por mensajero.

Pyanfar ató el último nudo y luchó para no ceder a la ira.

—Mándales mis saludos. ¿Qué hacen los kif?

—Permanecen quietos. Si están hablando entre ellos lo hacen mediante cable o por mensajeros.

—Sigue vigilándoles. Voy a terminar de despertarme —entró en el baño, encendió las luces y se lavó. Al salir examinó de nuevo la pantalla. Ahora ya eran diez las naves que habían abandonado sus diques, todas siguiendo a la Luna Creciente, como si ese condenado knnn se hubiera hecho tal lío que hubiera acabado equivocándose de hani y hubiera logrado convencer de su error a los demás. Era ridículo, totalmente ridículo, pero en esos momentos no se encontraba capaz de tomárselo con sentido del humor. En los viejos tiempos hubo muchos malos entendidos hasta que los stsho lograron hacer entrar la idea del Pacto en las mentes de los tc’a y éstos, a su vez, consiguieron que los knnn y los chi comprendieran lo que era el Pacto y la civilización: la libertad suficiente para ir y venir sin problemas; para comerciar; para evitar los choques y las provocaciones y, algunas veces, incluso para cooperar mutuamente. Los respiradores de metano eran peligrosos cuando perdían los nervios. Contempló la imagen con el ceño fruncido mientras se cepillaba y luego desconectó el comunicador, saliendo del camarote para dirigirse al ascensor.

—¿Novedades? —le preguntó a Tirun al entrar en la sala de operaciones.

—Ninguna —le dijo ésta. Su pierna herida sobresalía en un ángulo forzado por entre la consola mientras su cuerpo se inclinaba sobre la pantalla—. Las diez naves van en fila detrás de la nave Tahar.

—Dioses —murmuró Pyanfar—. Menudo lío.

—Tienen sus señales de identificación: deben saber que no somos nosotras.

Pyanfar se encogió de hombros, sin saber qué responder.

—Voy a buscar a las demás —dijo, yendo hacia la puerta—, Ya va siendo hora de que descanses, ¿no?

—Falta una media hora.

—¿A quién le toca luego?

—Es el turno de Haral.

—Bueno, vamos a empezar el día temprano —Pyanfar salió de la estancia y fue hasta el camarote común de la tripulación. Accionó la cerradura y luego el control interior que ponía en marcha el ciclo del amanecer en la iluminación.

—Arriba. Tenemos un poco de jaleo. Los knnn parecen haberse vuelto locos y no quiero que nos pillen por sorpresa si se les ocurre venir por aquí.

Hubo una agitación general de cuerpos y mantas en la penumbra que rodeaba la hilera de lechos que había bajo la red protectora del mamparo superior. Lechos y catres. Tully estaba a la izquierda separado de las demás con una cortina que no le ocultaba desde la posición de Pyanfar, permitiéndole a ésta ver claramente su hirsuta cabeza y la expresión aturdida con que emergió de entre las mantas. Y Hilfy… Hilfy estaba al otro extremo del cuarto, moviéndose como las demás siluetas, tan desnuda como las tripulantes, como Tully, que ahora estaba saliendo de su lecho. Dioses. La ira le encendió los nervios ante todos los trastornos que había sufrido el orden en la Orgullo. Cuando viajaban lo hacían en celibato y ya le parecía oír lo que dirían las Tañar: otro buen comadreo para contar en Anuurn. Y, por los dioses, ya podía ver la cara que pondría Kohan.

—Hilfy —dijo con el gesto torcido—. Desayuno para el turno de media hora. ¡Muévete!

—Tía —Hilfy se puso en pie y empezó a ponerse los pantalones a toda prisa.

Pyanfar salió a grandes zancadas y volvió a la sala de operaciones, intentando controlar el disgusto que sentía. Así que Hilfy había renunciado al privilegio de su camarote individual para acomodarse en el de la tripulación. Creyó adivinar la razón de ello al pensar en cómo se habían despedido de la primer oficial Faha. Y la tripulación la había invitado: Pyanfar no podía meterse en algo que era terreno privado de ellas. Lo cual quería decir que, a sus ojos, Hilfy era una de ellas, que había sido aceptada.

Igual que lo había sido Tully.

Dioses. Sintió que se le erizaba el vello de la nuca.

—El desayuno y tu relevo están en camino —le dijo a Tirun al volver.

—Ningún cambio —dijo Tirun—. Todos mantienen el mismo curso. De momento los kif no se han movido y no han dicho ni palabra.

—Ya —Pyanfar se instaló en una esquina del tablero—. Puede que se encuentren tan confundidos como nosotras. Al menos, eso espero.

—No podían estar en comunicación con ellos —dijo Tirun, volviéndose hacia ella con expresión inquieta.

—No pienso meterme nunca más en el mercado de hipótesis.

El grupo de naves seguía avanzando: la Luna Creciente iba en primer lugar, dirigiéndose hacia los confines del sistema, con su escolta mahe a bastante distancia y un torrente enloquecido de knnn cerrando el desfile.

—Están locos —dijo Tirun.

Pyanfar se instaló en un asiento y clavó los ojos en la pantalla.

Haral entró en la sala, acompañada por Hilfy, con el desayuno. Las demás no tardaron en aparecer, prácticamente detrás de ellas, con sus propias bandejas.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Haral.

—La nave Tahar —dijo Tirun—, lleva detrás a todos los idiotas knnn que había en la estación.

La pantalla había cambiado ahora: los puntos luminosos estaban separándose. El que representaba a la nave Tahar seguía adelante, en tanto que los knnn…

—Se están parando —dijo Hilfy.

—Maravilloso —musitó Pyanfar, cogiendo su taza de efe y tomando un sorbo de ella, mientras observaba cómo la distancia se hacía mayor. Acabarán girando, pensó; a los knnn se les ha ocurrido un nuevo plan. Tully emitió un torrente de sílabas extrañas pero Pyanfar se había dejado el sensor en el camarote. Chur puso el suyo en posición de emitir.

—Nave enemiga —dijo el aparato.

—Son knnn —dijo Haral—. No son enemigos, son neutrales. Pero representan un problema. Ese punto es la Luna Creciente. Los knnn estaban siguiéndola y ahora han dejado de hacerlo.

—¿Por qué?

—Lo ignoro, Tully.

De pronto la Luna Creciente saltó, desapareciendo de la pantalla… sin que ningún knnn la siguiera.

—Dioses —dijo Hilfy, en tanto que los knnn giraban.

—Una maniobra típica de los knnn —dijo Tirun—. Esos bastardos están dando toda una exhibición. Son capaces de reducir el impulso de golpe y dar vueltas así de repente, algo que mataría a una hani, a cualquiera que respire oxígeno. Es imposible superarles en capacidad de maniobra. Ojalá los dioses no hagan que debamos combatir nunca con ellos, no hay ningún programa de ordenador capaz de acertarles: sus movimientos son imposibles de prever.

—No podrían dispararnos, no están armados.

—En los viejos tiempos —dijo Haral—, tampoco nadie pilló jamás a un knnn disparando pero de todos modos aparecieron naves hechas trizas. Eso fue antes de mi época pero he oído decir que rodeaban a una nave como si fueran un enjambre y luego saltaban a cualquier parte. Se llevaban la masa a un sitio donde les fuera posible destripar el casco con toda calma.

—¿Que se llevaban la nave? —dijo Hilfy, con el rostro lleno de incredulidad.

—Lo hacían entre una docena de ellos, sincronizando sus naves. Eso oí decir. Si unas naves hani lo intentaran acabarían convertidas en chatarra, pero los knnn son capaces de lograr tal sincronización.

—Ya —dijo Pyanfar. Era una vieja historia de muelles, casi tan vieja como la de las naves fantasma o los seres extraños procedentes de regiones exteriores al Pacto. Entonces sus ojos se posaron en Tully. Pyanfar decidió que era mejor seguir tomando el desayuno, ya enfriado, y hacerlo bajar con el efe. En el comunicador se oyeron las instrucciones de la estación, advirtiendo a su patrulla que se mantuviera lejos de los knnn. Luego se oyó la voz de un tc’a seguramente dirigiéndose a los knnn.

Y en su tablero se encendió una luz, indicando algo dirigido a la Orgullo. Revisadas estimaciones, empezaron a decir las letras que desfilaban por la pantalla una vez que Tirun la hubo sintonizado. Reparaciones adicionales 15 horas. Disculpas. Más obreros asignados al trabajo. Dos equipos. Repetimos.

—Que los dioses nos ayuden —Pyanfar cogió el micrófono con un gesto brusco y conectó el código de la estación—, ¿Qué tipo de problemas hay ahora? ¿Qué es eso de quince horas? ¿Quince horas más?

La estación siguió transmitiendo su queja a lo largo de todo el escalón jerárquico hasta llegar al supervisor de la cuadrilla mahe, que resultaba casi ininteligible.

—Todas cuadrillas estación trabajo —le contestó, repitiéndolo tres veces, cada vez con el volumen más alto, como si con ello pudiera mejorar la comunicación.

—Gracias —murmuró Pyanfar—. Cierro —se pasó los dedos por entre la melena, dejó el micrófono y se volvió hacia el círculo de ojos clavados en ella, intentando no poner tan mala cara.

—Bueno —dijo Haral en voz baja—, al menos lograron descubrir el problema antes de mandamos al espacio.

—Iré fuera a echar un vistazo —dijo Geran.

—No —le dijo Pyanfar—, estoy segura de que encontrarás todas las averías que han dicho. Examínalo desde la cúpula de observación. Y, por todos los dioses, si hay alguna novedad quiero ser informada al momento —se calló durante unos segundos, intentando dominarse—. No, esos condena dos mahe puede que nos frían con sus multas y recargos pero si he juzgado correctamente al supervisor, no están jugando sucio. De todos modos, haz esa comprobación.

—Bien —Geran cogió su bandeja y se alejó por el corredor en dirección a la entrada de la cúpula, un paseo que le haría pasar un poco de frío, Pyanfar estuvo a punto de ir ella misma pero decidió quedarse a terminar el desayuno. Los knnn se habían detenido otra vez en una posición que violaba de modo flagrante todas las normas del tráfico espacial. La estación informaba de la llegada de un carguero mahendo’sat que venía en dirección cenital y tanto la estación como el carguero se encontraban ahora con problemas: la nave mahe había estado esperando llegar a un puerto seguro y de pronto descubría un inexplicable atasco de tráfico y a varias naves knnn aparentemente fuera de control.

—Voy a la cubierta principal —acabó diciendo Pyanfar—. Haral, tómate un descanso, yo me encargaré de todo y si hace falta te haré llamar.

—Capitana… —empezó a protestar Haral, pero se lo pensó mejor y su frase de protesta no llegó a nacer—. Está bien.

Pyanfar salió de la estancia, tirando de sus pantalones, que en el curso de los últimos días habían empezado a quedarle un poco grandes, y se dirigió al ascensor. ¿Y si fuera a las oficinas de la estación y las hiciera pedazos? La idea era tentadora y en esos instantes deseaba ardientemente tener algo que romper al alcance de sus manos. Claro que eso no arreglaría mucho los problemas actuales. Quince horas. No resultaba demasiado sorprendente, pensándolo bien; las reparaciones eran algo que siempre tardaba más de lo previsto y superaba los presupuestos calculados desde épocas inmemoriales en todo el Pacto. Y luego quizá fueran dieciséis horas, diecisiete, y después veinte horas…

El ascensor la dejó en el puente y una vez instalada en su asiento empezó a hacer indagaciones mediante los canales adecuados. Un cierre de tobera defectuoso, acabaron respondiéndole en la oficina y, como para confirmarlo, te llegó una transmisión de Geran:

—He estado echando una mirada y están todos dispersos sobre una tobera, pero no puedo verla muy bien desde aquí… —la imagen apareció en su pantalla: las siluetas de los obreros con sus módulos de trabajo se aferraban a la tobera allí donde ésta se conectaba al casco. Los cables, la tobera y la conexión principal estaban cubiertos de luces rojas para evitar posibles accidentes dada la escasa iluminación del muelle. Sí, dioses, la reparación parecía plausible y no iba a ser nada barata. El que los paneles se hubieran soltado explicaba la gravedad de los daños, ya que el sistema afectado funcionaba sin ningún tipo de auxiliar y a través de él pasaba una tercera parte de la fuerza impulsora de los saltos.

—Es el cierre —le dijo Pyanfar a Geran, que muy probablemente estaría temblando de frío en la burbuja de observación—. Vuelve dentro; no podemos hacer nada más.

Un trabajo de quince horas. Sentía una molesta sospecha royéndole las entrañas. La avería habría tenido que aparecer, en el tablero aunque también había razones para explicar el que no la hubieran visto: quizá se había producido justo cuando entraban. Sí, algo había encendido una luz roja pero en un fugaz instante se habían encendido tal multitud de luces rojas volviendo luego a su estado normal que era posible que la avería fuera real. Y también era posible que se tratara de lo que los mahendo’sat llamaban toques del diablo, esas misteriosas averías que hacían desaparecer naves en la nada, un simple cable suelto que se contraía bajo la tensión y mataba a toda una nave. Había cinco probabilidades sobre diez de que debieran estarle eternamente agradecidas a la cuadrilla de reparaciones mahendo’sat y otras cinco probabilidades de que estuvieran siendo retenidas en la estación mediante un engaño. Si intentaba comprobar el sistema ahora la luz roja se encendería sin duda alguna, dado que los paneles habían sido retirados. Se quedó inmóvil contemplando la pantalla, sintiendo cómo su presión sanguínea iba subiendo y en su interior se acumulaba una feroz rabia carente de objetivo.

—Haral —dijo en el comunicador.

—¿Capitana?

—Ese problema que lograste arreglar cuando entrábamos en la estación, ¿tenía relación con el cierre de la número uno? ¿Hay algún modo de averiguarlo?

Un largo instante de silencio.

—Capitana, estábamos dejando de recibir datos; puse en funcionamiento un nuevo tablero y empezó a funcionar sin problemas. Pero ese instante sin datos sobrecargó todos los sistemas y todas las consolas quedaron afectadas. No puedo decirlo con seguridad. Había problemas por todas partes y creí que eran los paneles. Lo siento, capitana.

En la voz de Haral había un profundo abatimiento: no estaba muy acostumbrada a equivocarse. Nunca.

—En una situación similar —dijo Pyanfar—, con los paneles sobrecargados se habrían encendido las luces rojas; así que no estoy demasiado segura de que te equivocaras, Haral. No, no estoy nada segura de ello.

—Saldré ahí —dijo Haral.

—¿Y qué harás? Para una avería de ese calibre se necesitan obreros especializados. Obreros mahe. No. Seguiremos esperando.

—Están llegando los suministros pedidos —le informó Chur un rato después por el comunicador desde la cubierta inferior. Había pedido pescado congelado de los viveros de Kirdu II; algunos artículos stsho para Tully y más cintas del traductor. Pyanfar comprobó el reloj y vio que ahora ya pasaban del tiempo previsto originalmente para la partida. El servicio de recaderos había sido informado del retraso tan rápidamente como ellas y el comprender la insolencia de ese acto hizo aumentar aún más su presión sanguínea—. ¿Capitana? —le preguntó Chur al no llegarle respuesta.

—Comprendido —dijo Pyanfar fríamente, y Chur cerró la transmisión.

Otra hora. La pantalla mostraba una incesante actividad alrededor de la tobera. Pyanfar se dedicó a revisar los tableros, metiéndose por entre las consolas, haciendo una comprobación tras otra, emergiendo de vez en cuando para examinar de nuevo la pantalla o escuchar una nueva comunicación. La estación volvía ya a la normalidad. Sólo los knnn parecían haberse quedado dormidos, sus naves derivando por el sistema, comunicándose ocasionalmente entre ellos con sus eternos gemidos.

El ascensor al otro lado del pasillo abrió sus puertas con un zumbido. Pyanfar lo oyó y salió del hueco en el que había estado trabajando, limpiándose las manos y poniendo un poco en orden su melena. En el corredor resonaron unas suaves pisadas.

—¿Tía?

Pyanfar se apoyó en el brazo de su sillón y contempló a su sobrina con el ceño fruncido, Hilfy se quedó inmóvil un segundo en el umbral sosteniendo un papel entre los dedos y luego se acercó a ella, entregándoselo.

—Acaba de llegar con un mensajero. Lleva sello de segundad.

Pyanfar lo cogió con cierta brusquedad y rompió el sello con una garra, arrugando la nariz. La firma del Stasteburana. Saludos, respetos y las máximas seguridades de que se estaba haciendo todo lo posible.

—Las buenas noticias del Maestre —fue traduciendo Pyanfar con voz disgustada—. Tendremos escolta hasta nuestro punto de salto al partir y confirma la salida para dentro de quince horas. Maldita sea, estaban enterados de esto o de lo contrario ya habrían venido aquí a reclamar esa cinta. Estoy segura de que desean tenerla en sus manos antes de terminar el trabajo. ¿Está esperando aún el mensajero?

—No.

—Malditos sean todos.

—Te refieres a la cinta de Tully.

Pyanfar alzó los ojos hacia Hilfy, en cuyo rostro aún no muy barbudo de adolescente aparecía el inicio de un ceño fruncido.

—¿Se trataba de un comentario?

—No, tía.

—Ya le dije al Extraño las razones de haber obrado así.

—A Tully, tía.

Pyanfar tragó aire con un siseo ahogado.

—A Tully, si así lo prefieres. Le dije por qué. ¿Logré que me entendiera?

—Él estuvo hablando con Chur de ello.

—¿Y qué dijo?

—Que lo entendía.

—¿Y el resto de vosotras?

Hilfy ocultó las manos a la espalda, bajando la vista y luego mirándola de nuevo con las cejas arrugadas.

—Se ha dado cuenta de… de los problemas que estamos teniendo. Durante el último descanso intentó hablar con todas nosotras, dioses, cómo lo intentó. Al final… —sus orejas se abatieron de pronto y sus ojos volvieron a clavarse en el suelo—…al final abrazó a Chur y luego hizo lo mismo con todas nosotras pero no era… no era como un macho a una hembra, no era eso, Era como si necesitara decir algo y no tuviera ningún otro modo de hacerlo.

Pyanfar siguió callada, apretando fuertemente las mandíbulas.

—Ha empezado otra cinta —dijo Hilfy—, el nuevo manual.

—¿Ah, sí?

—Se lo dimos y se instaló con él en la sala de operaciones. Ahora mismo está introduciendo el vocabulario tan deprisa como puede.

Pyanfar frunció el ceño, perpleja ante lo que oía.

—También le gustaron las ropas stsho. Dijo que eran calientes, y que no le importaban los adornos.

—Ya —Pyanfar se puso en pie y golpeó levemente el pecho de Hilfy con una garra—. Ah, qué buen chico es Tully, tan comprensivo y agradecido. Chiquilla, he recorrido esta ruta bastantes veces y he tenido mi buena ración de mentirosos y timadores en ella. En primer lugar, dado que estamos hablando de ese tema, no me gusta nada que el Extraño duerma con vosotras. Lo permití en un instante de blandura y quizá de estupidez porque no me gustaba que andará por ahí abatido y no deseaba que se matara del mismo modo en que… del mismo modo, entiéndelo bien, chiquilla, en que admitió haber matado a uno de sus compañeros… en nombre de la amistad.

—No es justo hablar así de él. Lo que hizo fue un gesto muy valeroso.

—Concedido. Y puede que aún tenga en su cabeza unas cuantas ideas valerosas que poner en práctica. La tripulación está acostumbrada a tratar con especies diferentes a la nuestra y las creí capaces de no perder la cabeza, pero no me gusta que estés ahí. Bien saben los dioses que te has ganado el derecho a estar ahí abajo, y preferiría que estuvieras ahí en otra situación distinta a la actual pero ahora tenemos también a ese condenado Extraño y me pone nerviosa, sobrina, igual que me ponen nerviosa los objetos que pueden explotar sin ningún aviso. No me gusta que estés cerca de él.

Las orejas de Hilfy estaban tan pegadas al cráneo que resultaban casi invisibles.

—Perdóname, tía. Si me ordenas que vuelva a mi camarote particular, lo haré.

—No —dijo Pyanfar—. Pienso hacerte algo peor que eso: voy a confiar en tu buen sentido. Sólo te diré algo para que lo vayas meditando: piensa en todo lo que puede ir mal si cualquier tontería hace estallar a nuestro invitado en un momento inoportuno. Chanur, sobrina, ¿has entendido?

Las orejas de Hilfy se enderezaron de pronto y aunque su ceño seguía fruncido estaba claro que el mensaje de Pyanfar había dado en el blanco.

—Tengo muy claro que deseo regresar, tía; pero tengo igualmente claro que cuando esté en Anuurn quiero sentir me orgullosa, al menos, de una rama de la familia.

Pyanfar alzó la mano pero el golpe que había amagado con ella no llegó a nacer, convirtiéndose en un cansado gesto de adiós.

—Vete, chiquilla, Vete.

Hilfy giró sobre sus talones y se marchó. Pyanfar se dejó caer en el asiento y estrujó el mensaje del Maestre con sus garras hasta hacerlo pedazos. Maldición, haber confiado en la chiquilla para ese asunto; y todo para nada, para nada. Pronto se encontrarían en un terreno de juego mucho más amplio en el cual sólo los dioses sabían qué contrincantes iban a tener delante.

Alargó la mano sintonizando el canal del traductor y durante unos instantes escuchó la firme voz de Tully, hablando sin cesar. Luego, con un golpe seco, cerró el canal.

Unos instantes después meneó la cabeza y, recomponiendo el mensaje lo mejor posible, lo archivó en el ordenador. Luego conectó de nuevo el traductor y se dedicó a escuchar la tranquila y ya familiar voz de Tully que iba introduciendo palabra tras palabra en la memoria del aparato.

Seis horas; nueve; doce; trece. El día fue transcurriendo entre comidas apresuradas y comprobaciones interminables; con breves descansos que eran casi obligaciones desagradables y preparativos para el salto y, por encima de todo, vigilando las pantallas y el comunicador. Pyanfar llegó al estadio de los paseos inquietos cuando ya habían transcurrido doce horas y no soportaba la idea de comer un bocado más o intentar dormir otro minuto. Sus garras resonaban rítmicamente sobre el suelo para detenerse sólo cuando alguna tripulante se acercaba al puente, obligándola a intentar esconder la ansiedad que sentía.

Pero Hilfy se las arregló para no acercarse al puente y permaneció en la cubierta inferior, sin que Pyanfar lograra descubrir un modo plausible de saber qué estaba pensando en aquellos momentos o cuál era su idea de la situación.

—Un mensajero —dijo la voz de Chur en el comunicador, quebrando el silencio del puente—. Pide la cinta, capitana.

—Pregúntale al mensajero cuánto falta para terminar las reparaciones —le replicó Pyanfar.

Un lapso de silencio.

—El mensajero dice que menos de una hora, capitana.

—Comprendido —Pyanfar contuvo el aliento y sus ojos fueron hacia la consola de la izquierda, donde había dejado preparada la cinta. La cogió y se la guardó en el bolsillo, yendo luego hacia el ascensor con tal prisa que sólo cuando la cabina empezó a descender se le ocurrió pensar de nuevo en lo que iba a hacer. Su mente parecía incapaz de pensar en algo que no fuera salir de la estación y la cinta era un modo de conseguir la libertad. El que de esa forma pudiera salir de ese horrible amasijo de presiones y dependencias era algo que la alegraba enormemente: que la Orgullo se viera por fin libre de los mahendo’sat, que pudiera seguir su camino.

Pero Hilfy estaba ahí abajo. El recordarlo fue como un golpe físico. El ascensor se detuvo y la puerta se abrió: Pyanfar vaciló durante una fugaz fracción de segundo antes de salir, conteniendo esforzadamente ese aliento que tanto ansiaba gastar con el mahe para reprocharle la tardanza de las reparaciones, y perdiendo en esa lucha tanto el aliento como la ira que deseaba liberar por fin.

Tully. Dioses, también él estaba en la sala de operadores, esperando en el pasillo al que, naturalmente, acudiría todo visitante de la nave no confinado a la escotilla.

Al dar la vuelta por el corredor Pyanfar se encontró con lo que parecía toda una reunión social: un mahe de aspecto digno y estirado, con el cuello cubierto de joyas y un faldellín; un ayudante mahe, Haral, Tirun y Hilfy. Caminó hacia el grupo, repentinamente consciente de lo informal de su atuendo. Frunció el ceño y se irguió al máximo de su talla, que no era precisamente excesiva, dadas las medidas mahendo’sat.

—Mal asunto —le soltó bruscamente el mahe de alto rango—. Gran problema estás causando, hani. De todos modos, arreglamos nave.

El Portavoz del Maestre, envuelto en un rígido caparazón de acusaciones y fanfarronadas. El Portavoz paseó su mirada de los pies a la cabeza de Pyanfar, aprovechando la ventaja de su mayor estatura. Cubierto de joyas, perfumado. Pyanfar flexionó las garras y luego, con toda la frialdad de que fue capaz y de modo ostentoso, le dio la espalda, volviéndose hacia su tripulación.

—Tully. ¿Dónde está Tully? ¿Sigue en la sala de operaciones?

—Ponéis en peligro la estación —siguió acusándole el Portavoz, cumpliendo con su deber—. Gran problema con los tc’a; bastardos knnn secuestro y extorsión. Queréis llevaros con vosotras el módulo que los knnn trajeron para intercambiar por un buen ciudadano tc’a, ¿eh? Tiene vuestro nombre en él, hani. Orgullo de Chanur, letras bien claras.

—¡Tully! Haz aparecer tu maldita persona aquí… ¡ahora mismo!

—Ahora los knnn no entran en la estación, no, están navegando de modo peligroso por todo el sistema. Todo al revés. Minería detenida. Comercio parado. Todos los negocios punto muerto. Usar señal knnn, ¿eh? Inquietar a los knnn; apropiarse de bien kif; ponerlos nerviosos; hacer que secuestren tc’a y tc’a muy preocupados; hacer que stsho discutan por control de la estación; hani no hablar contigo más; ¿para qué hacemos trato contigo, hani, eh?

Tully apareció en la puerta de la sala de operaciones con Chur junto a él. Llevaba su nueva ropa stsho, de seda blanca con ribetes azules: tenía un aspecto inmaculadamente civilizado y parecía francamente preocupado ante el griterío.

—Los documentos, Tully —dijo Pyanfar—. Enséñaselos a este amable mahe.

Tully se metió la mano en el bolsillo, con una luz ansiosa en sus pálidos ojos.

—No, necesito malditos papeles —dijo secamente el Portavoz, pero Tully, sin hacerle caso, los extendió frente a él. El Portavoz los apartó con un gesto brusco.

—Son obra vuestra —dijo Pyanfar—. Un «bien» de los kif. Así que has dicho un «bien» de los kif. ¿Así que tienes delante a este honesto miembro de una especie inteligente, civilizada y capaz de viajar por el espacio, provisto de los documentos adecuados, y te diriges a él llamándole «bien» de los kif? Oh, digo que debes avergonzarte de ello y te pido que le expliques, tú mismo y con tus propias palabras, qué pretendes decir con eso de «bien».

El Portavoz agachó bruscamente las orejas y miró a su ayudante, el cual le ofreció una botellita de perfume. Haciendo del gesto una complicada maniobra dilatoria el Portavoz abrió la botellita e inhaló su contenido, batiendose claramente en retirada. Cuando se volvió de nuevo hacia Pyanfar su expresión entraba dentro de lo apacible.

—Las cintas —dijo el Portavoz—. Las cintas con que hiciste trato cubren cierta parte de los daños.

—Todos los daños. Nada de multas ni procesos posteriores. Nada de quejas.

—Rescate de la Buscaestrellas…

—Eso es otro asunto. Chanur y Faha cumplirán con sus obligaciones al respecto de modo conjunto cuando volvamos a casa. En cuanto al capitán de esa nave que efectuó el rescate, cuenta con mi palabra y eso vale más que todas sus pérdidas. El asunto está arreglado.

El Portavoz quedó callado y pensativo durante unos instantes para acabar asintiendo.

—La cinta —dijo, extendiendo la mano—. Dar cinta y reparación terminar. Os daremos escolta, Trato justo, Chanur.

Pyanfar sacó la cinta de su bolsillo sintiendo un extraño calor en sus orejas, como si la sangre estuviera afluyendo a ellas. Luego miró a Tully y le metió la cinta entre los dedos.

—Dásela tú. Es tuya.

Hilfy abrió la boca como para decir algo, pero no llegó a hacerlo. Tully contempló la cinta y luego alzó los ojos hacia el Portavoz para acabar tendiéndole la cinta con expresión vacilante.

—Amigo —dijo en hani—. Amigo de mahe.

La mano de oscuro pelaje se cerró sobre la cinta. El Portavoz agitó levemente las orejas y frunció los labios, pensativo. Tully seguía con la mano extendida en su acostumbrado ademán, ofreciendo sus dedos para el contacto.

Muy lentamente el Portavoz fue alargando sus dedos, gracias a que el protocolo y el trato con especies extrañas eran su oficio, y permitió estoicamente que Tully los estrechara, retirando luego la mano sin ningún gesto visible de repugnancia, pero manteniendo un silencio total que resultaba más que extraño dado su cargo. Luego inclinó la cabeza con una medida reverencia en la que había la más pequeña fracción de cortesía posible.

—Transmitiré tus palabras —dijo, Y luego, frunciendo de nuevo el ceño, se volvió a Pyanfar y añadió—: Dentro de una hora, salida del muelle, en firme. Estación de Kirdu os dará toda ayuda posible. Os apremio a damos situación mundo natal de este buen ciudadano; peligro de perderse él, todas vosotras, en este viaje.

—En estos momentos sospechamos que su mundo natal se encuentra más allá del espacio kif. No hemos tenido aún tiempo para precisar más detalles, honorable mahe.

—Estupidez —dijo el Portavoz, utilizando los privilegios profesionales de su cargo.

—Nuestro desgraciado amigo fue obligado a viajar con los kif en circunstancias miserables; sufrió daños y no actuó de un modo estúpido. Es demasiado inteligente como para hablar con alguien que no desea entenderle. Ahora ya no hay tiempo. Ayudadnos a salir de aquí y más pronto o más tarde le arreglaremos las cuentas pendientes a los kif.

—Ese hakkikt… Akukkakk. Le conocemos. Problema malo, capitana Chanur.

—¿Qué sabéis de él? —le preguntó Pyanfar, sintiendo de repente y no por primera vez, abundantes sospechas acerca del Portavoz y de todos los mahe de Kirdu—. ¿Qué sabéis de ese kif?

—Salir de muelle dentro de una hora. Ahora irse cuadrilla de reparaciones. Que viaje sea bueno y rápido, capitana Chanur.

—¿Qué sabéis de ese kif?

—Buen viaje —dijo el Portavoz, haciendo una reverencia colectiva a las presentes y luego, con su ayudante detrás, se dirigió hacia la escotilla.

—Así sea —dijo Pyanfar, irritada e impotente, mandando con un gesto a Haral para que acompañara al Portavoz y a su ayudante. Luego se volvió hacia Hilfy, que parecía algo abatida a juzgar por el aspecto de sus orejas, y después miró por turno a Tirun, Chur y Tully. Tully no parecía demasiado tranquilo. Pyanfar se le acercó y le dio una palmadita en el hombro—. Bien —le dijo—. Eso de «amigo» fue un detalle excelente. De ese modo la hiciste cargar con el peso, ¿entiendes? El Portavoz habla en nombre y representación del mismísimo Maestre de Kirdu y por los dioses que lo hiciste estupendamente, mi inteligente y educado Extraño: al decirle eso fue como si te confiaras a los buenos cuidados del Maestre. Ahora, el problema es suyo.

Tully miró hacia el suelo y se encogió levemente de hombros, no mucho más tranquilo que antes. Pyanfar no llevaba el auricular conectado.

—Una hora, ¿lo habéis oído? —les dijo a las demás, dirigiéndose también a Geran, que estaría de guardia en la sala de operaciones: con tanta gente desconocida entrando y saliendo de la nave, era imposible dejar la sala sin alguien de vigilancia—. Una hora más y estaremos de camino. Habremos salido de aquí. Vamos a casa.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó Geran desde la sala—. ¿Haciendo los saltos seguidos igual que antes?

—Los haremos tan seguidos como sea posible —dijo Pyanfar, y se volvió hacia la izquierda al percibir un movimiento por el rabillo del ojo. Era Haral, apareciendo por el inicio del pasillo, que volvía ya de la escotilla.

—¿Cierro ya, capitana? —gritó Haral a medio pasillo.

—Cierra —le confirmó Pyanfar, y se quedó helada al ver cómo una figura de gran talla y pelo oscuro aparecía en el corredor detrás de Haral—. ¡Cuidado!

Un mahendo’sat. Haral se había vuelto ya en redondo y el mahe de cuerpo larguirucho y casi negro siguió andando como si la nave fuera suya, sonriendo con una abundante dentadura de color dorado.

—Ismehanan —gritó Pyanfar—. Dientes-de-oro, maldito seas, ¿cómo puedes andar sin permiso por los corredores de mi nave? ¿Quién te ha dejado entrar?

La sonrisa no pareció afectada por sus palabras. El mahe hizo una reverencia y volvió a erguirse mientras que Pyanfar se acercaba a él.

—De pronto un negocio, Chanur, quizá mismo rumbo que tú.

—¿De quién es ese negocio?

—Quizá mismo que tú.

Pyanfar tragó aire y alzó los ojos hacia el mahe.

—Quizá sea hora de que hables claro, capitán. Al menos, por una vez.

—¿Adónde vais?

—Quizá debería anunciarlo por todo el muelle. Para que se enteren los kif.

—¿A. casa, quizá? ¿Ruta de Ajir?

—Piensa lo que te dé la gana.

—Tengo armas primera clase en Mahijiru—, amigo mío llegó hoy puerto, también equipo primera. Espera un poco, Chanur.

—¡Bastardo!

El mahe retrocedió un paso alzando su mano de uñas romas. La mano de Pyanfar, también levantada, exhibía una buena colección de afiladas uñas. El mahe sonrió de nuevo, como esperando aplacarla con ello.

—Necesidad, tiempo de que mahe suelte carga.

—Mentirosos chupa-huevos. Mi destino es algo que no te importa en lo más mínimo. Es asunto hani, ¿me has oído? Asunto privado. Si quieres meterte en líos con los kif, tendrás que buscar en otro sitio.

—Vas a casa, ¿no?

—Te he dicho que se trata de algo privado.

—Aviso —dijo Dientes-de-oro—. Una vez. Quizás ahora vaya tratar puerto hani; mucho comercio. Tú hablarás entonces allí en favor amigo tuyo, ¿sí?

—Dientes-de-oro, ¿cuál es tu juego?

El mahe sonrió y se dio la vuelta echando a caminar hacia la escotilla, donde le aguardaba una Haral más bien indignada.

—¡Dientes-de-oro!

El mahe se detuvo un segundo y agitó la mano.

—Mahijiru te escolta, capitana. Es lo mejor de lo mejor.

—¡Maldito sea tu pellejo, no pienso servir de cebo en algún juego mahe con los kif!

Pero el mahe ya había desaparecido cuando los últimos ecos de su grito resonaban todavía por el aire. Haral, sin ninguna orden concreta, se quedó inmóvil mirándola y Pyanfar dejó colgar los brazos a sus costados: en esos momentos no se le ocurría ninguna orden que dar. El mahe había impuesto sus términos y ahora no podían hacer nada para impedir que las siguiera.

—Cierra esa escotilla —le dijo—. Sólo los dioses saben qué otras visitas pueden meterse por ella. —Haral fue corriendo a obedecerla y Pyanfar se volvió hacia Tully y las demás. Geran había salido del cuarto y se había unido a todo grupo.

—La Mahijiru está transmitiendo —dijo Geran—. Alguien ha preparado una línea protegida y estamos recibiendo su transmisión. Dicen que tienen órdenes y nos piden datos para la salida.

—Nos vamos a casa —le dijo Pyanfar, secamente—. A casa, por los dioses… Ya nos han hecho perder el tiempo suficiente. Si ese Stasteburana tiene planes para utilizarnos, maldito sea, creo que a ese juego pueden jugar dos. Les daremos nuestro rumbo y un trayecto de entrada en el perímetro de Anuurn.

—Chanur… —protestó Tirun en voz muy baja.

—En este juego está metida más que toda la casa de Chanur. Puede que Anuurn necesite verlo de un modo algo brusco para enterarse. Estamos metidas en un lío y el lío es muy grande: no sabemos hasta dónde llega, en realidad. Aquí tendría que haber hani, ¿lo entendéis? Tendría que haber montones de naves hani entrando y saliendo de la estación, y no sólo la nave de Tahar. Nos encontramos en una de las principales paradas de la ruta de nuestros rivales. Y no hay ninguna nave hani excepto ésa. Y se dirige hacia casa. Primas, me atrevería a jurar que cuando llegaron aquí venían ya de casa. Por eso nuestro sendero de entrada estaba vacío. La Buscaestrellas lo sabía y creo que la noticia se ha estado extendiendo a cada contacto en cada puerto!

—Claro —murmuró Chur—, claro. Dioses. Puede que hayan tenido seis meses de ventaja para…

—Me voy al puente. Quiero tener controlado este pasillo: Haral, Geran y Chur. El resto encargaos de la sala de operaciones y dadle su sedante a Tully antes de que se nos olvide otra vez.

—¡Tía! —gritó Hilfy al ver que se iba. Pyanfar se detuvo en seco y se volvió—. Capitana… —dijo Hilfy en voz más baja y tranquila.

—¿Alguna pregunta? —le dijo Pyanfar con el ceño fruncido.

Hilfy alzó el mentón.

—No, capitana —le respondió con voz firme y controlada.

Pyanfar asintió, apretando levemente los labios y percibiendo el brillo de satisfacción que ardía en los ojos claros de Hilfy. Luego se dio otra vez la vuelta y fue hacia el ascensor.

Al otro extremo del corredor la escotilla se cerró con un golpe seco. La Orgullo había empezado el proceso que la separaría del muelle.

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