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Normalmente visitar a los oficiales de la Estación Punto de Encuentro era algo descansado y agradable. Los stsho se encargaban de las oficinas y departamentos de esta parte de la estación, dedicada al atraque de las especies que respiraban oxígeno, y resultaban tan plácidos como amables. Metódicos hasta la exasperación, los stsho podían acabar siendo insoportables cuando se dedicaban a descifrar los sutiles significados ocultos en los tatuajes y adornos color pastel que cubrían en series interminables sus flancos nacarados. Eran otra especie sin vello: delgados como palos y con tres sexos, hallarles alguna semejanza con los hani requería un salvaje esfuerzo imaginativo, si es que el tener los ojos, la nariz y la boca en el orden biológicamente adecuado podían calificarse de similitud, Incluso entre ellos sus formas de comportamiento resultaban extrañas, pero los stsho habían aprendido cómo adaptar su metódico proceder y su amor por las ceremonias a los gustos hani, que consistían en un sillón confortable, una taza de té con hierbas siempre a punto y un plato de golosinas exóticas, aparte de una actitud individual todo lo relajada posible en cuanto a impresos y estadísticas, con lo que tales visitas acababan pareciendo meras charlas sociales.

Este stsho no le resultaba familiar. Los stsho cambiaban a los funcionarios con un entusiasmo aún mayor del que aplicaban a los cambios en la decoración. Pyanfar supuso que o un individuo distinto se encargaba ahora de controlar la Estación Punto de Encuentro o que un stsho al que ya conocía había entrado en una nueva fase. ¿Algo ha cambiado?, se preguntó Pyanfar, sintiendo que en su interior se agitaba un instinto diminuto y algo nervioso… ¿algo ha cambiado? ¿Extraños sueltos y luchas por el poder entre los stsho? Todos los cambios resultaban sospechosos si había un nuevo factor en liza. Si el actual encargado de la estación era el mismo de antes, había cambiado todo el complejo entramado de plumas y adornos de plata: ahora eran de color lima y azul, no verde menta y azul. Si tal era el caso, resultaba extremadamente descortés el demostrar que se había reconocido al individuo remodelado, aunque tal fuera la sospecha de una hani.

El stsho le ofreció golosinas y té con una reverencia y los miembros como palillos del gtst (él, ella o lo, ya que, hablando en puridad, ninguno de los tres géneros sexuales clásicos podían aplicarse a un stsho) le instalaron en su asiento, un hueco acolchado abierto en el suelo de la oficina, la mesa, imprescindible, se alzó sobre un pedestal ante gtst, Pyanfar ocupó el otro hueco, apoyándose en un codo para alcanzar el pez ahumado que el sirviente del stsho, de un rango social inferior, había colocado a su izquierda sobre una mesa similar. El sirviente, que carecía de adornos y por lo tanto no era nadie, se quedó apoyado en la pared, con los brazos rodeando sus huesudos tobillos y las rodillas más arriba que la cabeza, esperando el momento de ser útil.

También el funcionario stsho probó el pescado ahumado y se sirvió té, gráciles muestras de la elegancia y hospitalidad stsho. Sus cejas, cubiertas de plumas y de grosor aumentado gracias a la cirugía, se movían delicadamente sobre ojos que parecían piedras lunares cada vez que gtst alzaba la cabeza: trazos blancos que se desvanecían en sombras violetas y azules; líneas azules que cubrían el cráneo en forma de cúpula y cambiaban suavemente de color hasta volverse casi blancas en la coronilla desprovista de pelo. Naturalmente, cualquier stsho habría podido leer con absoluta precisión esos trazos, descifrando en ellos la estación vital, el humor elegido para esa fase de su existencia, los gustos y modas y, a partir de ahí, el grado de complacencia que podía esperarse de gtst, A quienes no eran stsho se les perdonaban sus errores y cualquier stsho en fase de retiro era altamente improbable que ocupara un cargo público.

Pyanfar intentó sacar a colación el tema del Extraño, con gran delicadeza:

—¿Han estado tranquilas las cosas últimamente por aquí?

—Oh, naturalmente —fue la respuesta, acompañada de una radiante sonrisa de su fina boca y sus estrechos ojos. Una costumbre de carnívoro, aunque la raza stsho no era nada agresiva—. Naturalmente.

—En mi planeta también —dijo Pyanfar, sorbiendo su té y notando en sus fosas nasales el delicioso aroma de las especias—. De hierbas; pero, ¿qué hierbas?

La sonrisa se hizo un poco más amplia.

—Ah… importadas de mi mundo. Las hemos estado introduciendo en nuestras oficinas de aquí. Sin impuestos: nuevas técnicas de cultivo hacen que sea posible exportarlas. Pero sólo la primera vez, claro, el primer cargamento que ofrecemos… Son muy escasas, una auténtica muestra de los sabores de mi lejano mundo.

—¿Precio?

Discutieron el precio, que resultaba escandaloso, pero que fue rebajado, tal y como era predecible, al ofrecer Pyanfar la tentación de ciertas golosinas hani que prometió hacer transportar del muelle a las oficinas. Pyanfar salió de la entrevista con el ánimo bastante alegre: el regateo y la compraventa le resultaban tan imprescindibles como respirar.

Cogió el ascensor que llevaba a los muelles sin pasar por los varios corredores laterales que también habrían podido conducirla hasta allí con un recorrido más largo. Luego hizo a pie el largo camino que llevaba hasta el muelle de la Orgullo, vagabundeando sin rumbo fijo y sin ninguna prisa por la gran extensión de muelles que iba desplegando ante ella oficinas y edificios comerciales a un lado y, al otro, las inmensas grúas móviles, torres que apuntaban con sus cimas hacia el lejano eje de Punto de Encuentro, de tal modo que la más lejana parecía imposiblemente inclinada sobre la curvatura del horizonte. Tableros indicadores situados espaciadamente informaban de las llegadas y salidas de los navíos, y también mencionaban su puerto de origen y la mercancía que transportaban. Pyanfar los fue leyendo distraídamente.

Un vehículo pasó junto a ella como un rayo: era de forma globular y esquivaba los recipientes, la gente que iba a píe y las cintas transportadoras con tal velocidad que no podía tratarse de un vehículo automático. El hecho de que no tuviera ninguna abertura indicaba que muy probablemente llevaba a un ser que respiraba metano, quizás algún funcionario procedente del otro lado de la línea fronteriza que separaba las dos realidades incompatibles de Punto de Encuentro. Los tc’a controlaban ese lado de la estación: eran seres parecidos a reptiles con la piel dura y de color dora do, que resultaban más bien incomprensibles a las demás especies a causa de sus cerebros multisegmentados. Comerciaban con los knnn y con los chi, manteniéndose generalmente alejados de las demás razas y teniendo muy poca relación con los hani e incluso con los stsho, con los cuales compartían el control de Punto de Encuentro, construido por las dos razas. Los tc’a nada tenían en común con este lado de la frontera, ni tan siquiera las ambiciones; y los knnn y los chi resultaban aún más extraños y participaban aún en menor medida de las relaciones entre los mundos y territorios del Pacto. Pyanfar se quedó observando el vehículo que se alejaba hacia el horizonte de los muelles de Punto de Encuentro y muy pronto la esclusa de la sección lo ocultó al franquearla el vehículo con un presuroso zig zag que indicaba la presencia ante los controles de una mente tc’a. Los tc’a no suponían ningún problema en cuanto a su asunto… era imposible que estuvieran relacionados con el Extraño, dado que sus cerebros eran tan disparatados como sus aparatos respiratorios. Pyanfar se detuvo un instante contemplando el tablero más próximo y buscando entre los improbables e intraducibles nombres de los respiradores de metano alguno que le resultara familiar, en caso de que hubiera problemas y como aliados posibles para una crisis. No podía andarse con remilgos a la hora de escoger aliados en este punto concreto del trayecto de la Orgullo.

Había otra nave hani en el muelle, la Viajera de Handur, y ella conocía remotamente algunos miembros de la familia Handur. Procedían del otro hemisferio de Anuurn y no eran ni rivales ni aliados íntimos, dado que no compartían ninguna zona común de la superficie de Anuurn. Había muchas naves stsho, lo cual era de esperar tan cerca del espació stsho y también muchas de los mahendo’sat, cuyo territorio acababa de cruzar la Orgullo.

Y pasando a los posibles problemas, había cuatro kif, una de las cuales conocía: la Kut, capitaneada por un tal Ikkkukkt, un rufián ya algo viejo cuyo estilo habitual consistía en permitir que los recipientes de otra nave aparecieran misteriosamente en su muelle de carga desdeñando luego las protestas de aquellos desorientados propietarios que pudieran quejarse. Por sí solo no representaba un problema demasiado grande, pero los kif en grupo ya eran algo muy distinto, y no conocía a los otros.

—Hola —dijo al pasar junto a un muelle de carga mahendo’sat en el que se hallaba la Mahijiru y un grupo de criaturas cubiertas de oscuro pelaje que maldecían y se rascaban la cabeza ante la dificultad surgida con una conexión cuyas piezas revueltas yacían desordenadamente entre la multitud de recipientes a cargar—. ¿Ha ido bien el viaje, mahe?

—Ah, capitana. —La figura que ocupaba el centro del grupo se apartó de él acercándose a Pyanfar, imitada luego por algunas otras que se abrieron paso cuidadosamente entre las piezas de la conexión. Cualquier hani bien vestida resultaba una capitana para los mahendo’sat, los cuales preferían equivocarse por exceso de cumplidos que no por defecto. Pero éste, a juzgar por sus dientes dorados, era probablemente el capitán del carguero—, ¿Comerciando?

—¿El qué?

—¿Qué tiene?

—Bueno, mahe… ¿qué necesita?

El mahendo’sat sonrió, exhibiendo una deslumbrante hilera de dientes afilados. Naturalmente, nadie empezaba a comerciar admitiendo que en realidad necesitaba algo.

—Necesito unos cuantos kif menos en la estación —añadió Pyanfar respondiendo a su propia pregunta, y los mahendo’sat lanzaron sus risas que parecían silbidos, agitando la cabeza en señal de aprobación.

—Cierto, cierto —dijo Dientes-de-oro, con un aire a medio camino entre el buen humor y la ofensa, como si tuviera alguna historia muy personal que narrar—. Ah, buena y honesta capitana, llorones kif te deseamos bien lejos de tu muelle. Kut no bueno, Hukan y Lukker, igual, Pero Hinukku hizo nuevo trato que no bueno, Espere en estación, espere para no pasar igual que Hinukku, buena capitana.

—¿Cómo… armas?

—Igual que hani, quizá —Dientes-de-oro acompañó sus palabras con una sonrisa y Pyanfar rió, fingiendo que la broma le parecía estupenda.

—¿Cuándo han llevado armas las hani? —le preguntó.

Al mahe también le pareció excelente la broma.

—Doscientas cargas de seda —le ofreció Pyanfar.

—Impuestos de estación se llevan todo mi beneficio.

—Ah, qué pena. Un trabajo duro ése. —Rozó con el pie una de las partes de la conexión—. Puedo ofrecerte berra mientas hani magníficas, acero estupendo, dos soldadoras hani magníficas. Hechas por la casa Faha.

—Yo ofrecer buenas obras de arte, calidad.

—¡Arte!

—Quizás algún día gran artista mahe, capitana.

—Ven a verme entonces—, de momento me guardo la seda.

—Ah, ah… yo hacer favor con arte, capitana, pero no pedir que corras riesgos. En vez de arte, tengo unas cuantas perlas muy bonitas como las que tú llevar.

—Ah…

—Eso dar seguridad para herramientas y soldadoras. Uno mío viene a ti mañana para recoger herramientas y enseñar perlas al mismo tiempo.

—Cinco perlas.

—Vemos herramientas tú ves dos perlas.

—Trae cuatro.

—Estupendo. Tú escoges tres mejores.

—Y las cuatro si no son de las mejores, mi buen y magnífico capitán mahe.

—Tú ver —prometió él—. Absolutamente mejores. Tres.

—Bien —Pyanfar sonrió ampliamente y dejó que su mano fuera estrechada por los fuertes dedos con gruesas uñas del mahe y se marchó, sonriendo aún a todo el que se cruzaba en su camino. Pero la sonrisa se desvaneció al terminar de pasar junto a los recipientes y entrar en el dique siguiente.

Bien. El problema eran los kif. Había kif y kif, y dentro de esa jerarquía de ladrones había unos cuantos capitanes de nave que tendían a funcionar como dirigentes en las fechorías de gran escala, y entre ellos algunos pocos elegidos que podían plantear realmente grandes problemas. Traducir lo que decía un mahendo’sat siempre tenía sus dificultades pero lo que había oído le hacía pensar preocupadamente en algo parecido. Quédate en el muelle, le había aconsejado el mahendo’sat; no te arriesgues a salir de aquí hasta que se haya marchado. Ésa era la estrategia típica de los mahendo’sat pero no siempre funcionaba. Podía mantener la Orgullo en el muelle y acumular una factura monstruosa y, pese a ello, no tenía la garantía de que el trayecto posterior fuera del todo seguro. También podía anticipar la salida y partir con la esperanza de que los kif no sospecharan lo que llevaba a bordo… o, al menos, de que contaran con algo más fácil de masticar que un puñado de hani.

Hilfy. Una preocupación más que rondaba su mente. Diez viajes tranquilos, diez viajes de una calma tan profunda que llegaba a ser agotadora… y ahora esto.

Los muelles que tenía delante, entre ellos el de la Orgullo, parecían estar muy tranquilos. Su tripulación seguía trabajando allí donde la había dejado, subiendo el correo y la carga a la nave tal y como era su deber. Haral estaba de nuevo entre ellas y la alivió verla. Ahora le tocaba a Tirun el turno de exterior, así que Hilfy debía estar dentro; las otras dos eran Geran y Chur, dos siluetas delgadas que se afanaban junto a Tirun y Haral. No había razón para apresurarse. Probablemente Hilfy ya había tenido bastante y se había metido dentro para cumplir su turno de vigilancia junto al Extraño, y ojalá los dioses permitieran que no le viniera la idea de abrir la puerta y meterse en líos.

Pero la tripulación la había visto llegar y al darse cuenta de que en sus rasgos aparecían súbitas expresiones de alivio desesperado y algunas orejas se enderezaban velozmente supo, con el corazón oprimido, que algo había ido muy mal.

—¿Hilfy? —preguntó Pyanfar mientras que Haral iba hacia ella. Las otras tres se quedaron junto a la carga, muy ocupadas poniendo cara de nerviosismo, jugando a ser obreras sin ni un solo momento libre.

Ker Hilfy está sana y salva dentro —se apresuró a decir Haral—. Capitana, traje lo que me ordenó y lo puse en la sala de operaciones de la cubierta inferior… todo, no falta nada. Pero, capitana… había kif por todo el mercado. Iban y venían entre los puestos mirando a todo el mundo pero sin decir nada. Acabé de hacer las compras y volví mientras que ellos seguían rondando por el mercado. Decidí ordenarle a ker Hilfy que entrara de guardia y mandara fuera a Tirun. De pronto este lugar parece haberse llenado de kif…

—¿Qué están haciendo?

—Mire por encima de mi hombro, capitana.

Pyanfar hizo lo que indicaba, sin apenas mover la cabeza.

—Nada —dijo. Pero había montones de recipientes junto a la esclusa de la sección… quizá veinte o treinta, cada uno tan alto como una hani, y estaban apilados de dos en dos: una protección más que suficiente. Puso la mano en el hombro de Haral y volvió con ella hacia las demás, como si estuvieran hablando amistosamente—. Mira, tendremos una pequeña entrega stsho y vendrá un mahendo’sat para hacer tratos con tres perlas; los dos son de confianza… pero vigílalos. Y nadie más. Hay una nave hani al otro extremo del muelle, junto a la zona de metano. No he hablado con ellas. Es la Viajera de Handur.

—Una nave pequeña.

—Y vulnerable. Vamos a sacar la Orgullo de aquí, tan deprisa como podamos, pero sin levantar sospechas: creo que las cosas van a empeorar. Tirun, tengo una pequeña tarea para ti: acércate a la Viajera y avísales de que hay atracada una nave llamada Hinukku y que corre el rumor entre los mahendo’sat de que esa nave significa problemas bastante feos y fuera de lo normal. Luego, vuelve aquí lo más rápido posible… No, espera. Un buen equipo de herramientas y dos buenas soldadoras: déjaselas a la tripulación del Mahijiru y, si te es posible, coge las perlas sin perder tiempo. El séptimo dique yendo hacia abajo. Se merecen eso y más si es que les he echado encima a los kif haciéndoles preguntas. Vete.

—Sí, capitana —dijo Tirun a toda prisa y se marchó, con las orejas agachadas, por la rampa de servicio que corría junto a la cinta de carga.

Pyanfar miró por segunda vez el montón de recipientes al volverse. No vio ni un solo kif. ¡Aprisa!, te ordenó mentalmente a Tirun, ¡no pierdas el tiempo! El obtener los artículos necesarios para el intercambio era algo rápido, dado que la bodega estaba automatizada. Tirun apareció nuevamente con las cajas bajo el brazo y se fue directamente hacia su destino con la razonable premura que era de esperar ante las órdenes de su capitana.

—Bueno… —Pyanfar se volvió nuevamente hacia las sombras.

Sí, ahí. Junto a los recipientes, después de todo. Un kif, alto y vestido de negro, con una nariz larga y puntiaguda y el cuerpo medio encogido. Pyanfar clavó los ojos en él… y le saludó con enérgico y algo irónico compañerismo mientras se encaminaba hacia él.

El kif retrocedió sin perder ni un segundo, escondiéndose entre las sombras de los recipientes. Pyanfar dejó escapar un largo suspiro, flexionó sus garras y siguió andando, rodeando los recipientes sin hacer ningún ruido… hasta toparse con e) kif. Unos ojos oscuros rodeados de círculos rojizos situados en un rostro narigudo descendieron hacia ella. Una túnica negra y polvorienta como la de cualquier otro kif, la apagada tonalidad de la tela confundiéndose con la piel grisácea… un pedazo de sombra que había cobrado vida.

—Largo de aquí —le dijo Pyanfar—. No quiero ningún problema con los recipientes, nada de cambios. Ya conozco vuestros trucos.

—Nos han robado algo que nos pertenecía.

Pyanfar logró reír, ayudada por la sorpresa.

—¿Así que os han robado algo que os pertenecía, oh maestro de ladrones? Será una historia magnífica para contarla en mi planeta.

—Será mejor que acabe volviendo a nosotros. Será mucho mejor, capitana…

Pyanfar echó hacia atrás las orejas y su boca se abrió en algo que no era precisamente una sonrisa amistosa.

—¿Adónde se dirige la tripulante con esas cajas? —le preguntó el kif.

Ella no le respondió. Sus garras brotaron de las yemas de sus dedos.

—Quizás hayáis encontrado ese artículo perdido, capitana, no sé de qué modo…

—Vaya… ¿ahora es algo perdido?

—Creo que se ha perdido y que ya ha sido encontrado.

—¿De qué nave eres, kif?

—Si eres tan lista como te imaginas, capitana, ya debes saberlo.

—Me gustaría saber con quién estoy hablando… aunque sea un kif. Creo que conoces mi nombre, dado el modo en que merodeas por aquí. ¿Cuál es el tuyo?

—Mi nombre es Akukkakk, capitana Chanur. Pyanfar Chanur… Sí, te conocemos. Te conocemos muy bien, capitana. Hemos llegado a interesarnos por ti… ladrona.

—Oh… Akukkakk, ¿de qué nave? —examinó atentamente al kif, cuya túnica era algo mejor de lo normal, notando que en su porte había muy poco del modo con que los kif tratan a especies de talla más corta, encorvando los hombros y adelantando la cabeza. No, este kif la miraba desde arriba, sin encorvarse ni un centímetro—. Me gustaría saber eso también, kif.

—Acabarás sabiéndolo, hani… no, una última oportunidad. Pagaremos por lo que has encontrado. Te hago esa oferta.

Los pelos de su bigote se abatieron de pronto como si hubiera percibido un olor desagradable y repulsivo.

—Sería interesante si ese artículo estuviera en mi poder. Ese objeto perdido… ¿es redondo o plano? ¿O quizá lo robó alguien de tu tripulación, capitán kif?

—Ya conoces su forma, dado que está en tu poder. Entréganoslo y se te pagará. De lo contrario… también se te pagará, hani, también.

—Descríbeme el artículo.

—Por su vuelta en buen estado… oro, diez barras del mejor oro. En cuanto a la descripción, arréglate con lo que tienes.

—Lo tendré presente, kif, por si casualmente encuentro algo fuera de lo normal y que huela a kif. Pero de momento no he encontrado nada.

—Eso es peligroso, hani.

—¿Qué nave, kif?

—La Hinukku.

—Recordaré tu oferta. Sí, ten por seguro que la recordaré, maestro de ladrones.

El kif no dijo ni una palabra más, convertido en una rígida torre silenciosa. Pyanfar lanzó un seco escupitajo hacia sus pies y se marchó, andando muy despacio y con aire desafiante.

La Hinukku, claro. Un tipo de problema totalmente nuevo, eso habían dicho los mahendo’sat, y quizás este kif taciturno o algún otro hubieran visto… o hablado con quienes habían visto algo. Oro, ésa era su oferta. Un kif… pagando rescate. Y además no precisamente un kif cualquiera. Siguió andando con un hormigueo entre los omóplatos y una creciente aprensión por Tirun, la pequeña silueta que ahora recorría las plataformas curvadas del muelle. No había ni la menor esperanza de que las autoridades de la estación intentaran evitar un crimen… al menos, no uno donde las partes fueran un kif y una hani. La neutralidad stsho consistía básicamente en no meterse en nada y su ley se limitaba al arbitraje después de los hechos.

Las naves stsho eran las víctimas más numerosas de las incursiones kif y, pese a ello, los kif seguían atracando sin problemas en Punto de Encuentro. Qué locura. Sintió cómo el vello de la espalda se le erizaba y sus orejas se agitaron levemente, haciendo tintinear sus anillos. Una hani podía entendérselas con los kif y darles una buena lección, pero de ello no sacaría el menor provecho, y aún menos ahora. ¿Desviar todas las naves hani de un provechoso comercio para que se dedicaran a cazar kif? Otra locura… a menos que no se tratara concretamente de la Orgullo.

—Todo dentro —le dijo a su tripulación—. Subid los recipientes y cerradlo todo. Preparad la nave para abandonar el dique. Voy a llamar a Tirun. Es peor de lo que pensaba.

—Iré a buscarla —dijo Haral.

—Haz lo que digo, prima… y que Hilfy no se entere de nada.

Haral obedeció. Pyanfar siguió andando lentamente: una vieja costumbre, no corras nunca; quizás el orgullo, quizá la cautela o un instinto que no era de por sí ni bueno ni malo. Fuera lo que fuera, nunca corría si alguien podía verla. Sus zancadas se fueron haciendo más grandes hasta que algunos transeúntes (stsho) se dieron cuenta de ello y se la quedaron mirando. Estaba alcanzando a Tirun. Estaba prácticamente a la distancia suficiente como para llamarla con un grito pero aún faltaba un buen trecho por la curvatura del muelle para alcanzar la Viajera de Handur. Tirun debía pasar frente a la Hinukku para alcanzar la nave hani pero antes se encontraba la nave mahendo’sat, la Mabijiru. Si al menos Tirun decidía visitar antes esa nave para cumplir con su encargo, lo cual sería lógico dado el peso de las cajas que llevaba bajo el brazo… Sí, era lo más lógico aun considerando la premura del otro mensaje.

Ah… Tirun estaba en el dique mahendo’sat. Pyanfar lanzó un suspiro de alivio y, rompiendo su propia regla en el último segundo, echó a correr detrás de unos recipientes para unirse al grupo que se estaba formando alrededor de Tirun. Una palmada en el brazo de un sorprendido mahendo’sat, un par de empujones y logró abrirse paso hasta Tirun, agarrándola por el brazo sin más ceremonias.

—Problemas. Vámonos, prima.

—Capitana —dijo Dientes-de-oro a su derecha—. ¿Volver para hacer un nuevo trato que resultase más grande?

—No te preocupes por eso. Las herramientas son un regalo. ¡Vamos, Tirun!

—Capitana —se dispuso a decir Tirun, aturdida, viendo cómo Pyanfar tiraba de ella, Los mahendo’sat les abrieron paso en tanto que su perplejo capitán les seguía, parloteando todavía sobre las soldadoras y las perlas.

Kif. De pronto un semicírculo de figuras vestidas de negro apareció rodeando al grupo de peludos mahendo’sat. Pyanfar aferró a Tirun por la muñeca y la hizo avanzar.

—¡Cuidado! —gritó Tirun de repente: uno de los kif había sacado una pistola de su túnica.

—¡Corre! —le ordenó Pyanfar y las dos hani se lanzaron por entre los mahendo’sat, que maldecían a pleno pulmón, para aparecer detrás de los recipientes, donde se había formado otro grupo de kif. A sus espaldas sonaron varios disparos. Pyanfar derribó a un kif con un zarpazo capaz de romperle las vértebras pero no aflojó su carrera para comprobarlo. Tirun corría detrás dé ella: las dos hani huyeron mientras que los disparos hacían brotar nubecillas de humo en las placas del suelo.

De pronto alguien disparó desde su derecha, Tirun lanzó un grito y tropezó, herida en la pierna. Ahora se veían más kif en las oficinas del muelle y uno de ellos, muy alto, era familiar, Akukkakk, con sus amigos.

—¡Bastado sin orejas! —gritó Pyanfar, agarrando a Tirun y reemprendiendo la carrera hasta conseguir ocultarse tras los recipientes de otra nave mahendo’sat entre una granizada de disparos y el olor pestilente del plástico chamuscado. Tirun estaba medio conmocionada pero una maldición acompañada por una buena sacudida en el brazo lograron que volviera a correr desesperadamente: la quemadura hecha por el disparo empezó a sangrar de nuevo. Cruzaron por un espacio abierto, no teniendo otra elección, mientras detrás de ellas y a su derecha sonaban los agudos gritos de los kif que las perseguían.

De pronto se oyó un rugido ante ellas y hubo otro estallido multicolor de disparos, procedente del dique de la Orgullo. Su tripulación estaba devolviendo el fuego, apuntando bastante alto para no herirlas pero sin dejar duda en cuanto a sus intenciones. Las señales de alarma empezaron a funcionar emitiendo un zumbido grave y penetrante. En los muros y en la curvatura del techo se habían encendido los intermitentes rojos y al final del muelle se veía al personal de la estación huyendo asustado en busca de refugio. Si había kif entre ellos vendrían también de esa dirección, sorprendiendo a sus tripulantes por la espalda.

Hilfy era la cuarta en esa línea de siluetas que disparaban cubriéndolas en su carrera con una dispersa tormenta de fuego. Pyanfar arrastró a Tirun por entre ellas agarrándola del cuello. Tirun tropezó y cayó sobre las placas metálicas pero Pyanfar logró ponerla de nuevo en pie y tuvo el tiempo justo de mirar hacia atrás: el muelle estaba lleno de enemigos bien protegidos que disparaban contra su tripulación, ahora demasiado expuesta al fuego.

—¡Adentro! —Les gritó con el último aliento que le restaba, a punto de caerse sobre la rampa de acceso por la velocidad de su carrera. Haral empezó a retirarse y agarró a Tirun por el otro lado mientras que Hilfy, sorprendiéndola, agarraba a Pyanfar por el brazo. Pyanfar miró de nuevo hacia atrás, sintiendo el deseo de volverse y luchar. Geran y Chur se retiraban ordenadamente detrás de ellas, dando aún la cara a los kif y disparando, con lo que habían logrado impedir que éstos avanzaran para tener un mejor punto de fuego. Hilfy le tiró del brazo y Pyanfar se soltó de una sacudida: ya estaban en la primera puerta de la rampa—. ¡Deprisa! —les gritó a Geran y Chur y apenas entraron éstas, aún disparando, Pyanfar activó el cierre de la puerta. La pesada lámina de acero se encajó con un golpe apagado en el hueco y las dos se apartaron, tambaleándose, mientras que Hilfy saltaba como un rayo hacia adelante bajando de un golpe la palanca del cierre.

Pyanfar se volvió hacía Tirun, que seguía de pie aunque medio derrumbada entre los brazos de Haral, apretándose el muslo derecho. Sus pantalones azules estaban oscurecidos por la sangre que le corría por la pierna hasta formar un charco en el suelo, y de su boca fluía un interminable torrente de maldiciones.

—Continuad —les dijo Pyanfar. Haral cogió a Tirun en bracos y se la llevó, aunque el peso no era despreciable. Ascendieron por la rampa hasta llegar a su propia compuerta y, después de haberla sellado, se sintieron un poco más seguras.

—Capitana —dijo Chur, como si estuviera hablando de un asunto absolutamente normal—, todas las conexiones han sido soltadas y la rampa de carga está aflojada. Por si acaso…

—Bien hecho —le dijo Pyanfar, sintiendo un gran alivio al oírla. Cruzaron la esclusa y entraron en el corredor principal de la cubierta inferior—. Aseguraos de que el Extraño esté bien y dadle un sedante fuerte. Tú… —miró a Tirun, que estaba intentando caminar apoyando un brazo en los hombros de su hermana—, ponte una venda en esa pierna, rápido. No hay tiempo para nada más. Nos largamos. No creo que la Hinukku se quede inmóvil y no tengo ganas de que los kif me pasen por la cola cuando tengamos la nariz apuntando a la estación. Todo el mundo listo para maniobrar.

—Yo me ocuparé de la venda —dijo Tirun—, dejadme en la enfermería.

—Hilfy —dijo Pyanfar, dirigiéndose a su sobrina mientras ésta esperaba junto al ascensor—. Eres desobediente —murmuró una vez la tuvo bien cerca.

—Perdóname —dijo Hilfy. Entraron en el ascensor y la puerta se cerró. Pyanfar le dio un golpe a la joven arrojándola contra la pared del ascensor y luego pulsó el botón de la cubierta principal. Hilfy se enderezó, consiguiendo no llevarse la mano a la oreja golpeada, pero tenías los ojos acuosos y las orejas pegadas al cráneo. Sus fosas nasales estaban dilatadas como si se enfrentara a un potente vendaval.

—Estás perdonada —dijo Pyanfar. El ascensor se paró y Hilfy empezó a correr por el pasillo hacia el puente pero Pyanfar, deliberadamente, caminó sin apretar el paso. Hilfy se detuvo y la imitó, cruzando con ella el umbral que limitaba el perímetro curvado de la sala principal de operaciones.

Pyanfar se instaló en su asiento acolchado ante una hilera de monitores y empezó a conectar los sistemas. De la estación llegaba el graznido de las protestas ofendidas de los stsho.

—Ocúpate de eso —le dijo Pyanfar a su sobrina mientras sus manos volaban sobre los conmutadores—. Dile a la estación que nos largamos, tendrán que hacerse a la idea y conformarse.

Un breve lapso de tiempo. Hilfy envió el mensaje en su algo vacilante stsho, olvidándose del traductor mecánico en su prisa.

—Se quejan de que mataste a alguien.

—Magnífico —las abrazaderas se soltaron con un chasquido y un indicador le informó de que estaban en buena posición—. Diles que nos alegramos de haber eliminado a un kif que empezó a disparar sin la menor provocación, poniendo en peligro las vidas de quienes estaban en el muelle, por no hablar del riesgo para las mercancías. —Conectó el repulsor y de pronto se encontraron libres del muelle, perdiendo la gravedad y readquiriéndola un instan te después en otra dirección. Luego puso en funcionamiento los secundarios que soltaban la Orgullo de la estación, realineando así sus puntos de referencia en el espacio. La gravedad de la nave empezó a subir lentamente, un pausado tirón que intentaba contrarrestar el impulso procedente de la popa.

—La estación está muy preocupada —le informó Hilfy—. Piden hablar contigo, tía. Amenazan con no permitirnos atracar en ningún sitio que pertenezca a los stsho…

—No te preocupes de los stsho —Pyanfar estaba examinando las imágenes de sus monitores. Vio que otra nave quedaba suelta, más o menos donde debía encontrarse la Hinukku. De pronto la imagen se llenó de estática al protegerse la Hinukku con todas sus pantallas disponibles para hacer algo que Pyanfar ignoraba—. Por los dioses, así se pudran —sus manos se lanzaron salvajemente hacia los controles y logró reorientar la Orgullo con la suavidad suficiente como para no romperle los huesos a cualquiera que aún no se hubiera protegido para las maniobras… y, al mismo tiempo, dando así una buena advertencia de que sería mejor que lo hicieran—. Si nos disparan se llevarán por delante la mitad de la estación. ¡Dioses! —accionó el mando de comunicación general—. Agarraos. Vamos a ir deprisa.

Esta vez todo pareció enloquecer. Un cuaderno de notas cruzó el puente como un rayo y aterrizó en algún lugar más adelante, a centímetros de los controles. Hilfy lanzó un bufido y por el intercomunicador llegó un abundante surtido de maldiciones. La Orgullo no había sido construida para tales maniobras y menos aun para las que vinieron a continuación, un golpe seco que frenó de repente todo el impulso direccional que llevaban y, haciendo bajar bruscamente el morro de la nave, les colocó casi al instante en el nadir de la estación (el cuaderno voló rápidamente hacia su punto original), seguido por un acelerón que trajo consigo otro vuelo de páginas aleteantes.

—Bastardos sin madre —dijo Pyanfar, manipulando los controles que conectaban la tórrela al monitor de tal modo que ésta giraría automáticamente apuntando a cualquier objeto de cierto tamaño que entrara en su campo visual—. Ahora, que asomen las narices por aquí… —Le dolían las articulaciones. En el cuadro de mandos sonaban multitud de alarmas y un sinfín de luces parpadeaba, indicando que bastantes mercancías se habían soltado de sus amarras. Se pasó la lengua por tos dientes y arrugó la nariz, preguntándose qué cuadrante del monitor debía vigilar. Luego puso a la Orgullo en una lenta rotación axial, corriendo el riesgo de esperar que los kif no aparecieran bajo la estación en un lugar tan obvio como ése, inmediatamente contiguo a su última posición conocida—. Vigila el monitor —le dijo a Hilfy, concentrándose mientras tanto por unos segundos en el tablero de operaciones para asegurarse de que todo iba bien—, Haral, sube aquí.

—¡Tía! —dijo Hilfy. Pyanfar giró velozmente y vio en la pantalla un poco de polvo luminoso: la estática cubría la parte superior de la imagen. El control automático de disparo que había dispuesto era capaz, teóricamente, de reaccionar ante señales aún más ligeras pero nada había ocurrido. El ascensor al otro lado del pasillo se detuvo con un golpe y luego empezó a zumbar. Haral no había acusado recibo de su orden, pero ya venía.

—Dispararemos contra cualquier cosa que parezca sólida —dijo Pyanfar—. Sigue vigilando esa nube de estática, sobrina. Y ten cuidado, podría ser simplemente una estratagema. No me fío de nada.

—Sí —dijo Hilfy con voz tranquila, para añadir un instante después—: ¡Mira!

—Más estática —dijo Pyanfar, identificando las líneas luminosas, con el corazón aún helado por el grito de Hilfy—. Sé precisa en cuanto al cuadrante, basta con el número.

Pies corriendo en el pasillo. Haral entró en la sala de mandos. Hilfy cedió su lugar ante los monitores y Haral se instaló en el tercer asiento, ajustándose las correas de sujeción.

—No había planeado moverme tanto —dijo Pyanfar, sin apartar nunca los ojos de la pantalla—, ¿Alguna herida?

—No —dijo Haral—, todo bien.

—Por aquí se lo están pensando —dijo Pyanfar.

—¡Tía! ¡4/2!

La torreta estaba girando y el detector enfocaba la pantalla número cuatro. Una oleada de energía por encima de la estación: más estática y luego materia sólida.

—Capitana, le han dado a la estación —Haral, con voz incrédula—. Han disparado.

—La Viajera de Handur… —Pyanfar había trazado el origen en el toroide de la estación y la relación estaba clara—, Oh, dioses… —Conectó el repulsor y envió la nave rápidamente hacia el núcleo de sombra de la estación, inclinando el morro con un segundo impulso y luego cortando el motor principal, con lo que la hizo salir despedida del nadir de la estación, el morro hacia el infinito. Pyanfar quitó la tapa roja de un control y lo accionó. La Orgullo osciló, sacudida por una explosión.

—¿Qué fue eso? —dijo Hilfy—. ¿Nos han dado?

—Acabo de soltar la carga —Pyanfar tragó aire y sus fosas nasales se ensancharon. Sus garras aparecían y desaparecían, hundiéndose en los brazos del asiento. La gravedad les estaba haciendo pasar un mal rato: la Orgullo de Chanur iba lanzada a toda velocidad, con su relación masa/impulso bruscamente alterada, lista para huir—. Haral, danos un rumbo.

—En marcha —dijo Haral, mientras las cifras empezaban a brotar en la pantalla del ordenador a la izquierda de Pyanfar.

—Tendremos que encontrar un sitio tranquilo.

—Urtur está a un solo salto de distancia —dijo Haral—, yendo tan ligeras como ahora. Puede…

—Tendrá que estarlo. Más allá de Punto de Encuentro, en la otra dirección, se encontraba el espacio stsho, con muy pocos puntos de salto para ayudarles, siendo una zona en la que escaseaba ese tipo de masas mediante las cuales avanzaba la Orgullo y cualquiera otra nave de salto. Y el resto eran zonas kif o knnn, y regiones inexploradas en las que no habían sido localizadas todavía las coordenadas de salto. Saltar a ciegas en esos lugares podía significar el no regresar nunca a un lugar conocido.

Conectó otro tablero haciendo aparecer en él las gráficas del salto. Urtur… Estaba en la dirección por la que habían llegado. Con carga les habían hecho falta dos saltos. Era un sistema muy grande en el que los mahendo’sat mantenían ciertas manufacturas y explotaciones mineras, concediendo licencias a otras razas. Quizá pudieran cubrir esa distancia ahora en un solo salto. Los kif no les seguían… aún, pero eso no les era imprescindible. Podían imaginar sus destinos posibles mediante la masa que habían soltado y evaluando la lógica de la situación. Oh, hermano mío, pensó, preguntándose cómo podría enfrentarse algún día a Kohan. La desgracia le afectaría sin duda: la carga perdida, el haber salido huyendo de la estación mientras que una nave hani perecía indefensa en ella. Quizá Kohan Chanur no fuera capaz de soportarlo y eso podía inducir a otros machos jóvenes para desafiarle. Y si había los suficientes desafíos y la frecuencia era elevada…

No, ése no sería el final de Chanur. No pensaba volver a casa con esa clase de noticias. No hasta que los kif hubieran pagado su culpa y la Orgullo se hubiera cobrado la deuda.

—Quince para punto de salto —dijo Haral—. Capitana, no hay duda de que nos tienen bajo observación.

—No hay duda —dijo ella, y tras el rostro curtido de Haral distinguió el de Hilfy, sin una marca y con los primeros inicios de su barba, asustada pero intentando no demostrar lo. Pyanfar conectó el comunicador general—. Preparadas para el salto.

La alarma empezó a sonar, llenando la nave con un lento gemido. La Orgullo saltó hacia adelante impulsada por sus ondas generadoras, cobrando velocidad gracias a la separación entre dimensiones, sufriendo varios salvajes arranques en falso y entrando finalmente de golpe en el espacio intermedio. Pyanfar escondió las garras en un reflejo creado por décadas de costumbre y, aplicando esa gimnasia mental que consistía en mentirle a su oído interno, logró mantener el equilibrio. ¡Vamos!, le dijo a la nave, animándola, como si por pura fuerza de voluntad le fuera posible lograr que corriera una distancia mayor.

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