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La Orgullo volvió de nuevo a la existencia con la pegajosa lentitud de una pesadilla, apareciendo y esfumándose varias veces entre un caos de instrumentos confundidos por el salto, que acabaron revelando una posición aún fuera del alcance de Urtur, tan lejos que apenas si era posible percibir un indicio de masa estelar.

Habían estado a punto de fallar, pese a que habían forzado al máximo la nave. Pyanfar intentó erguirse en su asiento acolchado, luchando para mover sin equivocarse los dedos de su mano y obligarles a que cerraran los monitores. Bloqueó las luces, la débil transmisión que les identificaba dando su posición y todas las emisiones de la nave, sin olvidar nada pese a la confusión mental que seguía siempre a la aparición en el espacio normal. Luego empezó los pasos para ir disminuyendo su velocidad, que era demasiado alta pese a la onírica lentitud con que les parecía moverse. Centró su mente en el trabajo, intentando que sus pensamientos no se perdieran imaginando el horror que habían dejado detrás y lo escaso de su margen al huir de él.

Hilfy vomitó, lo que no constituía una reacción al salto demasiado anormal, pero tampoco ayudaba en nada al estómago de Pyanfar.

—Estamos bajando a velocidad de crucero en sistema —dijo Pyanfar por el comunicador—. Es posible que los kif se detuvieran un rato para examinar todo lo que arrojamos antes pero no tardarán en llegar. O quizá ya estén aquí, probablemente, con más kif para ayudarles. Lo contrario me sorprendería mucho. Hemos cerrado todas las transmisiones y la emisión de energía. No vamos a usar los motores principales. ¿Todas bien?

La respuesta llegó con un retraso considerable.

—Parece que sí —sonó la voz de Tirun desde la cubierta inferior, que había perdido casi todo lo que era su misión controlar cuando la carga fue arrojada al espacio—. Chur y Geran están empezando una comprobación por controles remotos pero creo que cuando soltamos la carga la separación fue bastante limpia. Todos los sistemas en funcionamiento y en buen estado.

La velocidad siguió bajando mientras Hilfy, avergonzada, limpiaba los restos de su vómito. Haral se mantuvo en su puesto y Pyanfar se entregó a una febril serie de cálculos centrados en la imagen que habían obtenido al llegar antes de cerrar los monitores, ayudada por los datos que seguían recibiendo de modo pasivo. Un delicado ajuste, luego ir disminuyendo el impulso relativo hasta el flujo en el que intentaban entrar a fin de ofrecer la menor superficie posible y que los riesgos de la entrada fueran soportados por las partes más robustas de la nave: se trataba de sincronizar la Orgullo con la rotación general del sistema de Urtur, compuesto de fragmentos de roca y gases extendidos sobre las órbitas de diez planetas, cincuenta y siete lunas principales y un número incalculable de planetoides y cuerpos menores; uno de los sistemas más difíciles para que una nave pudiera entrar con rapidez en su plano central.

La Orgullo estaba recogiendo señales de una instalación mahendo’sat situada más al interior… al menos, parecía que ése era su origen, dado que la transmisión se había vuelto ininteligible no sólo por la distancia, sino también por el tiempo transcurrido desde que fue emitida. Parte de ella podía deberse a naves que estuvieran recorriendo el sistema, tanto mercantes como los incontables navíos mineros de todos los tamaños que iban desde los enormes cargueros de mineral hasta los vehículos monoplaza de los prospectores. Llegado el momento la Orgullo debería anunciar su presencia y su identidad, pero ella no tenía intención de hacerlo. Había una buena oportunidad de que su llegada hubiera tenido lugar fuera del alcance de las mejores instalaciones del sistema y no veía el menor provecho en hacer que los mahendo’sat de Urtur se vieran metidos en una pelea privada con los kif. Quizás éstos hubieran llegado hacía días gracias a que disponían de una nave más potente y quizás el parloteo de las transmisiones se lo revelara, si eso había ocurrido. Siguió escuchando las transmisiones mientras terminaba la reducción de velocidad y luego ajustó todos los factores con la esperanza de que su posición fuera la que ella pensaba, mientras iba contando.

La Orgullo avanzaba ahora a la deriva y su único movimiento era el de la rotación para mantener la gravedad. Siguió contando. De pronto se oyó un leve repiqueteo en el casco seguido por un chirrido más fuerte: polvo cósmico, después rocas. El blanco estaba delante y Pyanfar localizó un grupo de rocas que les superaba en velocidad, una masa fría que les rodeaba cual un enjambre protegiéndoles con su pantalla de la posible llegada de los kif. Disparó los cohetes direccionales y ajustó de nuevo el rumbo. El repiqueteo fue disminuyendo hasta convertirse en algún impacto ocasional con el polvo cósmico. Hilfy, en pie junto a la consola de comunicaciones, miraba a su alrededor como si esperara ver los impactos pese a que todos los sensores estaban apagados. Sus ojos se encontraron con los de Pyanfar y se desviaron rápidamente hacia Haral, que permanecía con aire ceñudo sentada en su puesto intentando aún calcular su posición: Hilfy, con un esfuerzo de voluntad, se mantenía serena y logró no encogerse cuando la siguiente roca golpeó el casco.

Pyanfar levantó su cuerpo dolorido del asiento y cruzó con paso no muy seguro el puente hasta apoyar la mano en el dorso del asiento de Haral.

—Conecta los sensores entre sí —le dijo—. Ponlos en el canal uno y cuida de que siempre haya alguien vigilando. Quiero una conexión con la sala de abajo: aún les queda un poco por hacer. Los kif acabarán asomando la nariz, no lo dudes, así que vamos a quedarnos muy quietas. Recibimos señales pero no emitimos ninguna y tampoco maniobramos. Lo único que haremos será seguir avanzando a la deriva.

—Bien —Haral empezó a realizar las conexiones eliminando algunas funciones del centro de comunicación, algo que le incumbía hacer a Hilfy. En su rostro de rasgos anchos y curtidos no había ni la menor señal de inquietud ante toda esta locura. Haral conocía el juego; ya habían tenido una o dos ocasiones para poner en práctica este silencio oscuro y prolongado, ya fuera esperando la llegada de los kif o de algo desconocido… pero nunca lo habían hecho en el campo estelar de Urtur, plagado de objetos a la deriva, donde era probable que hubiera más naves y se diera una colisión. Haral ya lo sabía, pero esas instrucciones la capitana las había dado pensando en Hilfy.

Pyanfar cogió su sensor portátil de la pared y tomó otro para Hilfy, que estaba apoyada en la consola con las fosas nasales convertidas en una rendija y las orejas echadas hacia atrás. Pyanfar te dio una palmada en el hombro y dejó caer el sensor en su mano.

—Venga, fuera de aquí. Ahora todo está bajo control automático y no hay nada que puedas hacer —pasó junto a Hilfy y se fue por el corredor con un espantoso dolor de cabeza, el estómago revuelto por las preocupaciones y el obsesivo deseo de tomar un baño.

Su camarote no estaba en tan mal estado como había temido, pese a que no había podido asegurar las cosas para el salto. Las sábanas del lecho no se habían soltado de sus ajustes y la única víctima del salto era un montón de mapas que yacían dispersos en el suelo. Rechinó los dientes intentando olvidar el doloroso latir de su cráneo y fue recogiendo los mapas, alisando los bordes arrugados. Luego dejó el montón en su escritorio y se quitó la ropa, llena de sangre, cepillándose el pelo para quitarse la sangre seca y eliminar el vello suelto. A cada salto se le caía algo de pelo… de puro miedo. Tenía los músculos tensos. Flexionó sus rígidos hombros y el brazo que se le había envarado a causa de la lucha contra la gravedad variable hasta hacer que le dolieran las costillas. Después recogió el sensor y se lo llevó al baño, escuchando la estática que brotaba de él y dejándolo en el mostrador antes de ir a la ducha.

La ducha, cálida y reconfortante, era una pura delicia. Alzó el rostro hacia el chorro, dejando que su barba y melena se pusieran en orden bajo la presión, y luego se volvió de espaldas hacia éste mientras el masaje iba calmando sus hombros doloridos.

El sensor emitió su zumbido de emergencia. Pyanfar maldijo y abrió de un tirón la puerta de la ducha, patinando en el suelo y saliendo de su camarote, desnuda y chorreando agua. Por el camino se encontró con Haral y Hilfy que volvían cada una por su lado, pero llegó a la consola central antes que ellas.

Donde antes había sólo espacio vacío ahora se encontraba una nave, recién salida del salto. Pyanfar se inclinó sobre el tablero y limpió el agua que había caído en la pantalla, apartándose luego un poco para no mojarla más. La recién llegada se encontraba más cerca de Urtur que ellas, llevándoles una buena ventaja tanto en el eje horizontal como en el cénit. Había llegado hacía ya un rato: la señal que habían recibido procedía de ella.

—Casi una hora antes —calculó Haral—, pero puedo afinar el cálculo.

—Hazlo.

Permanecieron observándola en tanto que Pyanfar iba formando un charco de agua fría sobre el suelo y la consola.

—Va hacia adentro —afirmó finalmente al ver las cifras de Hilfy, comprobándolas con la recepción actual—. Si son los kif han saltado en exceso y ahora tendrán que jugar un poco a cazarnos. Una onda nuestra está a punto de llegar ahí pero no lleva nada para que puedan distinguirla del resto de la chatarra que hay fuera. Bien —de pronto recordó que iba desnuda y se irguió, apartándose de la consola—. Limpia eso —le dijo con cierto énfasis a Hilfy, la más joven de las presentes, y luego se alejó, con su dignidad más que puesta a prueba.

—Capitana —dijo la voz de Haral en el sensor. Pyanfar atravesó el camarote en dos zancadas y conectó el comunicador que había junto a su lecho, sosteniendo aún el cepillo en la mano.

—Te recibo.

—Tenemos aquí algo que suena mal —le dijo Haral—. Creo que hay kif, desde luego. Lo que entró en el sistema hace poco puede que sea mahendo’sat; también recibo voces y señales kif en el centro del sistema.

—No me sorprende. Compadezco a los mahe que se hayan dejado caer por aquí, si se trata de eso. Pero también podrían haber cubierto el ruido que hiciéramos nosotras al entrar.

—Quizá —dijo Haral—. ¡Dioses, capitana! Para empezar es imposible saber cuántos kif puede haber en Urtur. Puede que haya todo un enjambre de kif encima de los mahendo’sat.

—Sólo los dioses saben qué problemas habrán tenido con los kif hasta ahora. Esa pandilla de Punto de Encuentro puede haber llegado aquí en el salto con cinco o seis días de antelación a nosotros. Olvídalo, no te preocupes por ello. Tenemos otras cosas de qué preocuparnos.

—Bien —dijo Haral con reluctancia.

—Mantén el silencio, Haral. Hasta que los tengamos encima, no moveremos ni un dedo.

—Bien, capitana.

La conexión se interrumpió. Pyanfar aspiró una larga bocanada de aire y se quedó inmóvil frente al comunicador. Un segundo después captó la imagen que podían obtener en esos momentos, la procedente del telescopio en la cúpula de observación. Urtur resultaba impresionante visto desde tan lejos, como un platillo de luz lechosa. Una sombra cruzó la imagen: un pedazo de roca, sin duda, parte del enjambre con el que viajaban. Hizo desaparecer la imagen. Las rocas avanzaban en su ciego curso, golpeando el casco de vez en cuando con un leve ruido que apenas llegaba hasta este lugar en el núcleo de la Orgullo, mientras la nave fingía ser una mota en la enorme lente de Urtur. Este tipo de silencio era un viejo truco que funcionaba… a veces.

Siguió cepillándose y finalmente, con el pelaje seco y la barba y la melena puestas en orden, sedosas y adornadas con sus anillos, se puso su tercer par de pantalones, de tela verde y oro con un complejo adorno de cadenillas de oro auténtico en las caderas. Sustituyó su pendiente de perla por uno de esmeralda y se inspeccionó las garras, notando una aspereza. Se había roto una punta. Ese kif tenía la piel dura. Pero al menos había conseguido darle bien a ese bastardo del muelle, lo que ya era cierto consuelo respecto al cargamento y la herida de Tirun. En cuanto a las vidas hani que se habían perdido… eso aún estaba pendiente.

Regresó nuevamente a la sala de control, donde Hilfy montaba guardia. Ahora tenían mucho más espacio gracias a la rotación, pues la gravedad en la nave hacía accesibles los camarotes de la tripulación y gran parte del espacio de carga, al igual que esa amplia parte delantera de la sala de control que era inaccesible durante la carga. Algunas tripulantes debían estar ahora comiendo o durmiendo, ya que ese tipo de asuntos se dejaba siempre a su arbitrio: ellas sabían mucho mejor que nadie cuándo necesitaban descansar y en qué momento sus necesidades eran compatibles con las de la nave. Pyanfar apareció entre la penumbra del puente, rodeada de pantallas apagadas y paneles casi a oscuras: Hilfy se volvió a mirarla con el rostro preocupado y los rasgos algo hinchados. Hilfy montaba guardia como si su presencia allí resultara imprescindible, con las orejas bien tiesas y las pupilas dilatadas al máximo, lo que acarreaba el lógico cansancio.

—¿Haral te ha dejado de guardia, chiquilla?

—Haral dijo que iba a la cubierta inferior.

—Creí haberte dicho que te fueras.

—Creí que no haría ningún daño estando aquí. No consigo descansar.

—Al no descansar le haces una mala pasada a la nave. El insomnio es algo que ya aprenderás a solucionar, chiquilla. La espera será demasiado larga como para que nos hagamos pedazos aquí, sin dormir. No podemos hacer nada.

—Siguen llegando señales. Son ellos… la misma nave kif. Le están preguntando a las naves mahendo’sat dónde estamos y no paran de amenazarles. Nos llaman ladronas.

Pyanfar lanzó un seco escupitajo y sonrió.

—Qué delicado honor… ¿Y qué hacen al respecto los mahendo’sat?

—Nada. Parece que después de todo es una estación mahendo’sat pero el lugar está lleno de naves. Eso es una ayuda para ellos, ¿no? Pensé que harían algo en vez de permitir que los kif obren a su antojo.

—Puede que también haya muchas naves kif-Pyanfar se inclinó hacia el tablero y comprobó las señales y el escaso flujo de datos que el ordenador conseguía obtener en recepción pasiva. Una roca golpeó la nave con un lento chirrido metálico; una pantalla se iluminó con un chispazo de estática para corregirse automáticamente: un impacto en las antenas—. Chiquilla, no pienso decirte lo cerca de perder las coordenadas que estuvimos en ese salto. Si ese kif llegó aquí antes que nosotros, entonces es considerablemente más fuerte. Debe de ser todo potencia con muy poco espacio para carga de gran valor. ¿Eso te dice algo?

—Que no es un carguero.

—Una nave rápida de los kif. Unos cuantos tanques falsos por encima, un casco y prácticamente una masa nula enmascarando lo que es en realidad. ¿Me entiendes? Esas naves son las que se encargan de la matanza y luego vienen los cargueros auténticos, las naves que se alimentan de carroña y que chupan la carga para hacer luego el comercio en algún puerto. Es probable que nos enfrentemos a este tipo de nave: rápida y dedicada a la caza. Han sobrestimado nuestra capacidad y han saltado en exceso, muy probablemente; quizás el tráfico de entrada en el sistema ha sido lo bastante numeroso como para confundirles aún más. Si se trata de eso puede que ya hayamos tenido toda la buena suerte que es legítimo esperar…

—¿Vamos a quedarnos aquí sentadas? —le preguntó Hilfy—. Una nave tras otra están entrando en el sistema sin saber dónde se meten… todas las naves de Punto de Encuentro que no hayan seguido la ruta stsho…

—Chiquilla, por el momento estamos ciegas. Hemos reducido la velocidad a casi cero… y es probable que algunas de esas naves que andan cazándonos no lo hayan hecho, con lo que aún puede llegar alguna. Ya sabes en qué clase de situación nos coloca eso: que somos un blanco inmóvil.

—Si todas se dirigen hacia el centro —sugirió Hilfy con cautela—, podríamos saltar otra vez… podríamos desaparecer antes de que les fuera posible atraparnos y de ese modo aliviaríamos la presión que sufren esos mahe antes de que haya más daños. Quizá podamos conseguirlo en el siguiente punto de salto, quizá podamos llegar a Kirdu… después de Urtur, ¿no podríamos llegar a Kirdu en dos saltos? Salir de aquí… Después de este lugar hay otras elecciones posibles, ¿verdad?

Pyanfar la observó en silencio.

—Has estado haciendo algunas investigaciones, ¿verdad?

—Examiné los datos.

—Ya… —era una idea bastante inteligente y a ella se le había ocurrido incluso antes de saltar, pero en el asunto quedaban demasiadas piezas por encajar, demasiados movimientos que no podían ser calculados. ¿Cuál era la fuerza real de los kif, y por qué razón estaban aquí?—. Es posible —apuntó con un dedo a Hilfy—. Primero debemos cuidar de nosotras mismas. Vamos abajo y veamos cuánta mercancía nos queda.

—Creí que la habíamos tirado toda.

—Oh, no, sobrina; al menos, no la que desean los kif —se apoyó en la consola comprobando la conexión del sensor—. Creo que podemos dejarlo reposar un poco. Ven. Todas las transmisiones que se reciben quedan grabadas automáticamente: luego las comprobaremos. No puedes quedarte a vivir aquí arriba —puso la mano en el hombro de Hilfy—. Vamos a hacer unas cuantas preguntas…

Su pasajero sin invitación había quedado bien instalado después del salto: estaba envuelto en un capullo protector de mantas y se le había dado un sedante; ahora estaba junto a la ducha convertido en un montón de tela arrugada. Tenía el cuerpo retorcido formando un nudo apretado y se había cubierto la cabeza con una manta: sólo se percibía el movimiento de su respiración.

—Está atado del tobillo —le dijo Chur mientras le observaban desde el umbral—. De momento ha estado muy dócil, pero será mejor que llame a Geran y nos aseguremos —Chur era la más pequeña de la tripulación, aún más que Geran, su hermana, cuya estatura ya no era muy elevada. Tenía una barba no muy cerrada y tanto su melena como su pelaje eran de un delicado tono amarillo, aunque el calificativo «delicado» no lo aplicaría nadie que la conociera bien.

—Ahora ya somos tres —dijo Pyanfar—, veamos cómo reacciona. —Entró en la estancia y se acercó al montón de mantas que respiraba lentamente. Tosió y algo se removió entre las mantas; una esquina se alzó levemente, revelando un ojo de color claro que la contemplaba. Pyanfar le hizo una seña.

Las mantas volvieron a quedar inmóviles.

—Creo que me entiende perfectamente —dijo—. Chur, creo que deberás llamar a Geran. Puede que tengamos que hacerle salir a la fuerza y no me gustaría que sufriera daño.

Chur se fue. Hilfy se quedó con su tía. Las mantas volvieron a removerse y el intruso hizo un vacilante esfuerzo para apoyar la espalda en el ángulo formado por el lavabo y el compartimiento de la ducha.

—Está demasiado débil —dijo Hilfy—. Tía, está demasiado débil para luchar.

—Yo me quedaré vigilándole —propuso Pyanfar—. Tenemos un traductor simbólico mahendo’sat y unos cuantos manuales y módulos; Haral dijo que los había puesto en la sala de operaciones del nivel inferior. Quiero el libro elemental, y ojalá los dioses no le dieran a nadie la idea de ponerlo con el resto de la carga.

Hilfy vaciló un instante, mirando de soslayo al intruso, y luego se fue a toda prisa.

—Bueno… —dijo Pyanfar, acuclillándose como ya había hecho antes y extendiendo un dedo para trazar con él los números del uno al ocho en el suelo. De vez en cuando alzaba los ojos para contemplar al intruso, que la observaba atentamente. Unos instantes después éste salió de su nido entre las mantas e hizo el gesto de escribir algo en el suelo pero retiró el brazo y se quedó mirándola hasta que ella llegó al dieciséis y se detuvo. El intruso se envolvió más apretadamente con las mantas y sus pálidos ojos azules se clavaron en ella. Lavado tenía mejor aspecto. Su melena y su barba podían incluso calificarse de magníficas: eran sedosas y doradas como polvillo de oro. Pero en el brazo desnudo que sobresalía de las mantas había las feas huellas amoratadas de los dedos que lo habían sujetado. Esa capa de suciedad debía de esconder un montón de golpes, pensó Pyanfar, con lo que después de todo había una razón para su actitud. No es que fuera dócil, es que ahora se encontraba debilitado. Había trazado otra línea fronteriza que abarcaba su esquina y en los ojos azules había una expresión rara, quizás analítica, como si pensara en algo difícil de elucidar.

Se puso en pie, oyendo a Chur y Geran que se aproximaban hablando por el pasillo. Al verlas llegar se volvió indicándoles que esperaran un instante. Vio cómo los pálidos ojos del Extraño tomaban buena nota de los refuerzos y en ese momento Hilfy volvió con el manual.

—Dámelo —le dijo Pyanfar, extendiendo la mano sin apartar la mirada del Extraño.

Hilfy se lo entregó y Pyanfar abrió el libro, volviendo las páginas hacia el Extraño, en cuyos ojos brilló un chispazo de asombro. Se inclinó hacia él, sin importarle ya su dignidad dado lo serio del asunto, y empujó el manual sobre las baldosas hasta un lugar donde el intruso pudiera cogerlo, pero éste ignoró el libro abierto ante él. Otro truco que había fallado. Pyanfar se quedó inmóvil un momento con los brazos en las rodillas y luego se incorporó, alisando sus pantalones de seda.

—Espero que el traductor simbólico se encuentre en buen estado.

—Está perfectamente —dijo Hilfy.

—Probaremos con eso. ¿Puedes manejarlo?

—Aprendí con uno de ellos.

—Pues anda —dijo Pyanfar, haciéndole una seña a Geran y Chur—. Ponedle en pie pero con suavidad.

Hilfy se fue a toda prisa mientras que Geran y Chur avanzaban cautelosamente hacia el intruso. Pyanfar se apartó un poco, pensando que quizá se pusiera violento, pero no fue así. Cuando le tocaron en el hombro el intruso se levantó dócilmente con un poco de ayuda. Estaba desnudo y el calificarlo de macho parecía una hipótesis bastante razonable, concluyó Pyanfar, mientras el intruso cogía las mantas que habían caído a sus pies y Chur abría con grandes precauciones la cadena que le habían colocado en el tobillo, con Geran agarrándole del brazo derecho. Pyanfar frunció el ceño, algo inquieta ante la idea de tener un macho a bordo, con toda las ideas que eso podía llegar a provocar. Chur y Geran se estaban comportando con él de un modo desusadamente cortés y eso ya era un riesgo.

—Vigiladle bien —dijo Pyanfar—. Llevadle a la sala de operaciones y tened mucho cuidado con lo que hacéis —se inclinó a recoger el libro de símbolos mientras que ellas lo guiaban hacia la puerta.

El Extraño pareció dudar cuando llegaron al umbral y Chur y Geran le dieron unas palmadas en sus hombros desprovistos de vello, dejando que se tomara un tiempo para reflexionar, lo que parecía el único gesto adecuado. Permaneció inmóvil durante varios segundos, mirando hacia los dos extremos del corredor, aparentemente paralizado, pero al indicársele de nuevo…

—Vamos —dijo Geran con su voz más suave, tirando levemente de él.

El Extraño decidió cooperar y permitió que se le condujera hasta la sala de operaciones. Pyanfar les siguió con el libro bajo el brazo, irritada ante lo que les había costado hasta ahora el Extraño y con la inquietante sensación de que quizás estuviera equivocada al haber actuado de ese modo. Habían pagado demasiado por él.

Y ahora, ¿qué? ¿Entregarlo después de todo aquello a los kif, encogerse de hombros y fingir que no había ocurrido nada?

El Extraño se detenía de vez en cuando examinando \o que le rodeaba como si los acontecimientos se produjeran con demasiada celeridad para él y necesitara recobrar el equilibrio. Chur y Geran le permitían detenerse cuando quería, sin darle nunca demasiada prisa, y luego le animaban suavemente para que siguiera avanzando. El Extraño avanzaba dócilmente; quizá, pensó Pyanfar con amargura, esperando que llegara su momento mientras ponía a prueba sus reflejos y memorizaba la disposición de los corredores, si poseía la inteligencia suficiente para ello.

Finalmente llegaron a la sala de operaciones con todos sus tableros llenos de luces resplandecientes y el intruso se detuvo una vez más, respirando agitadamente, mirando a su alrededor. Ahora tendremos problemas, pensó Pyanfar, pero el intruso permitió que le hicieran entrar y se dejó instalar en uno de los asientos que había ante la consola de cargamentos, ahora apagada, cerca del mostrador donde estaba Hilfy trabajando en el traductor por cuya pantalla hacía pasar una serie de cifras. El Extraño aflojó todo su cuerpo una vez sentado, con la mirada algo extraviada y sudando abundantemente, aún envuelto en la manta que seguía agarrando con fuerza. Pyanfar se acercó al asiento y la cabeza del intruso saltó rápidamente hacia arriba al notar su presencia, sus ojos otra vez alerta. No, era algo más que estar alerta: miedo. Recordaba quién le había herido y era por lo tanto capaz de reconocerlas como individuos, aunque se hubieran cambiado de ropa. Ya era algo.

—Hola —le dijo Pyanfar, usando su tono más amable para las razas extrañas, dándole una palmadita en su hombro cubierto de sudor y apartando luego a Hilfy del traductor, una unidad bastante barata consistente en un teclado unido por un cable a uno de los monitores de la nave, que no tenía nada de barato. Apretó la tecla de borrado, eliminando las cifras de Hilfy y luego la tecla de Bípedos Inteligentes, en la cual había la imagen esquematizada de una criatura provista de largos miembros. Una figura idéntica apareció en la pantalla. Apretó luego la tecla siguiente, que mostraba una hani en imagen fotográfica, y señaló su propio cuerpo.

La había comprendido. Sus ojos ardían de ansiedad. Apretó con más fuerza su manta y trató de poner los pies en el suelo para levantarse, tendiendo la mano hacia la máquina.

—Dejadle hacer —dijo Pyanfar, y Chur le ayudó a incorporarse. El intruso no hizo caso de ninguna de ellas, se apoyó en la consola y su mano temblorosa vaciló sobre el teclado. Todo el brazo le temblaba violentamente. Apretó una tecla: nave. El intruso alzó la mirada, intentando ver si le comprendían.

Pyanfar tornó con muchísimo cuidado su mano y el intruso la dejó hacer. Le hizo extender el índice y lo guió hasta la tecla de borrado y luego nuevamente a la de la nave. El intruso hizo que le soltara la mano y empezó a buscar algo, con sus dedos temblando violentamente sobre el teclado para escoger por fin la tecla de Movimiento de Figuras. Nave. Movimiento de Figuras. Otra vez nave. Hani. Borrado. Luego se la quedó mirando.

—Sí… —dijo ella, reconociendo lo que pretendía decir e indicándole con un gesto que continuara.

El intruso se volvió de nuevo hacia el teclado, buscando. Figura en Posición Supina. Encontró la imagen de los kif y un rostro grisáceo de larga nariz ocupó la pantalla junto a la Figura en Posición Supina.

—Kif —dijo Pyanfar.

La había comprendido, eso estaba claro.

—Kif —repitió como un eco. Su voz era rica y vibrante, como un ronroneo. Qué extraño resultaba oírle articular una palabra familiar, aunque resultaba algo difícil entender esa palabra cuando la lengua que la pronunciaba era capaz de evitar tanto el chasquido típico de los kif como la tos ronca de una hani. Y ahora en sus ojos había algo más que temor: furia. Pyanfar sacó las garras y apoyó los dedos sobre la imagen, apretando luego el borrado. Luego puso de nuevo en la pantalla el símbolo hani y conectó la grabación de voz—, hani, proclamó el altavoz, pronunciando al modo de su raza. Cogió el poco sofisticado micrófono y habló en beneficio de la cinta de estudio del aparato, dejando que grabara su voz.

—Hani —luego hizo aparecer otra imagen—. De pie. —Una tercera—. Caminar…

Hicieron falta algunas repeticiones pero el Extraño empezó a interesarse en el proceso y olvidó su temblorosa histeria ante la imagen del kif. Procedió empezando por la primera tecla, afanándose con el aparato pese a su debilidad física, grabando en él su propia identificación para todos los símbolos sencillos de la primera hilera, actuando de modo calmado, sin demostrar alegría ante sus descubrimientos pero sin remolonear tampoco. Luego fue procediendo cada vez más deprisa, apretando teclas y hablando a un ritmo acelerado que acabó resultando endiabladamente veloz, como si estuviera probando algo. Había setenta y seis teclas en ese modelo y las fue recorriendo todas una por una, aunque hacia el final apenas si lograba controlar el movimiento de sus dedos.

Luego se detuvo y se volvió hacia ellas con esa misma expresión abatida, dirigiéndose hacia el asiento que ocupaba antes. Llegó hasta él a duras penas y se derrumbó sobre el acolchado, envolviéndose con la manta hasta los hombros, pálido y sudoroso.

—Ha llegado a su límite —dijo Pyanfar—, dadle un poco de agua.

Chur le trajo un poco del dispensador. El Extraño la aceptó con una mano, husmeó por unos instantes el vaso de papel y luego la bebió del todo. Extendió el vaso vacío, se indicó a sí mismo y luego señaló la máquina que había sobre la consola y miró a Pyanfar, acertando con ello en cuanto a quién estaba al mando. Quería continuar, pensó Pyanfar interpretando sus gestos.

—Hilfy —dijo Pyanfar—, tráeme el manual.

Hilfy se lo entregó y Pyanfar rebuscó entre las primeras páginas los símbolos referentes al módulo que había en esos momentos en la máquina.

—¿Cuántos módulos tenemos?

—Diez. Y dos manuales.

—Eso debería permitirnos llegar a los conceptos abstractos. Bien por Haral… —puso el libro abierto en el regazo del Extraño y le indicó los símbolos que había hecho antes, enseñándole hasta dónde llegaba esa sección del libro. El intruso comprendió la relación y apretó el libro con sus dos manos, pretendiendo quedárselo—. Sí —dijo Pyanfar, haciéndole una seña afirmativa. Quizás ese gesto de afirmar con la cabeza fuera algo compartido por sus dos especies, ya que el intruso le devolvió el gesto. No parecía demasiado contentó pero ahora en su expresión había algo menos de inquietud. Sus dedos apretaron aquel libro con más fuerza.

Pyanfar miró a Hilfy y luego a Geran y Chur, que lo observaban todo con rostro inexpresivo. Sabían muy bien cuál era el nivel de inteligencia de su pasajero, pero en cuanto a conocer las dificultades que había tenido con los kif, eso ya era otro asunto, aunque imaginó que debían tener una buena idea al respecto, dado lo que habían ido oyendo y las conjeturas que habían podido formarse a partir de tales datos.

—Un camarote de pasajeros —dijo—. Creo que le gustaría tener algo de ropa. Comida y agua, su libro. Una cama limpia para dormir en ella. Un alojamiento civilizado… pero eso no quiere decir que debáis descuidaros al tratarle. Llevémosle hasta allí y que descanse.

El intruso miró a Chur y Geran al acercársele éstas y pareció algo nervioso cuando Chur le cogió del brazo para indicarle que se pusiera en pie. Señaló de nuevo hacia la máquina: deseaba poseerla, tener a mano esa oportunidad de comunicarse. Seguramente estaba esperando que le devolvieran a su rincón en el lavabo, Pyanfar le tocó el hombro desde el otro lado y luego tocó el libro que sostenía entre sus dedos, cerrando éstos en torno al libro e indicándole así que podía conservarlo. En esos momentos le pareció el mejor modo de asegurarle que la conversación no había terminado para siempre. El intruso se tranquilizó lo bastante como para permitir que le ayudaran a levantarse y luego, algo más recuperado, que le sacaran de la sala.

Pyanfar contempló la máquina sobre la consola y luego, acercándose a ella, la desconectó. Hilfy seguía inmóvil junto a ella.

—Cógelo todo —dijo Pyanfar—, nos arriesgaremos a estropear el equipo —desconectó el módulo del teclado, que no pesaba demasiado pero resultaba incómodo de transportar—. Trae la pantalla.

—Tía —dijo Hilfy—, ¿qué haremos con él?

—Eso depende de cuáles fueran los planes que tenían los kif al respecto. Claro que no podemos preguntárselo ahora… ¿verdad? —Siguió al Extraño, conducido por Chur y Geran, recorriendo el pasillo lateral que conducía a uno de los tres cuartos que tenían para los ocasionales pasajeros de pago transportados en la Orgullo, los cuales se hallaban un poco más allá de los camarotes privados de la tripulación siguiendo por la curvatura del casco. Los camarotes eran muy cómodos y el escogido por Chur y Geran se hallaba decorado en tonos verdes, con las paredes de hierba entretejida y el mobiliario de un amarillo muy claro contrastando con el verde de la estructura. Pyanfar empezó a calcular los posibles daños en el mobiliario y frunció el ceño pero, después de todo, ya habían perdido mucho como para preocuparse por unos metros de tapicería desgarrada.

Y el Extraño pareció darse cuenta de que se había producido un giro radical en su situación. Se quedó inmóvil en mitad del cuarto con el libro bien cogido, envuelto en su manta, contemplando el lugar con una expresión algo menos abatida que antes. En sus rasgos, tan difícil aún de interpretar, parecía haber ahora algo parecido al asombro.

—Será mejor que le enseñemos primero el cuarto de baño —dijo Pyanfar—, y espero que nos entienda.

Chur le cogió del brazo y le llevó cuidadosamente hasta el cuarto de baño. Hilfy llegó con la pantalla y Pyanfar conectó el módulo a ésta, uniendo luego el conjunto al receptáculo auxiliar de comunicación/ordenador. Desde el cuarto de baño les llegó el fugaz sonido de la ducha funcionando y luego el del lavabo. Chur apareció nuevamente en el camarote con el Extraño, los dos con aspecto algo incómodo. Entonces el Extraño vio el traductor encima de la mesa y en sus ojos hubo un chispazo de interés.

Pero no de alegría. Hasta entonces, en esos ojos no habían visto nada que se le pareciera.

El intruso dijo algo, dos palabras bien separadas. Por un momento pareció como si les estuviera hablando en su propio idioma y luego les recordó vagamente el idioma kif. Pyanfar alzó las orejas e inspiró con fuerza.

—Dilo otra vez —le pidió en kif, señalando como en un gesto de ánimo su oreja, un signo que resultaba formar parte del lenguaje común en los muelles de carga.

—Kif… ¿compañero?

—No —esta vez la bocanada de aire que inspiró fue mucho más honda—, ¡Bastardo! Me estás entendiendo. —Y nuevamente en kif—. ¿Quién eres? ¿A qué especie perteneces?

El intruso sacudió la cabeza, aparentemente confundido. Estaba claro que ese quién no formaba aún parte de su repertorio. Pyanfar observó meditabunda al inquieto Extraño y luego extendió la mano para apoyarla en el hombro de Chur que, muy adecuadamente, estaba a su lado.

—Ésta es Chur —dijo en kif, y prosiguió en hani—. Prima, me harás un gran favor quedándote con el Extraño durante tu guardia. Hazle trabajar en esas identificaciones y cambia el módulo apenas lo haya identificado y tenga llena la banda de audio. Déjale trabajar mientras él quiera, pero no le obligues. ¿Sabes cómo funciona el aparato?

—Sí —dijo Chur.

—Ten cuidado. No sabemos lo que está pensando y los apuros que ha pasado antes, y no creo que sea incapaz de jugarnos una mala pasada llegado el caso. Quiero que se comunique con nosotras; así que no seas dura con él y nada de asustarle… pero tampoco corras peligro. Geran, te quedarás fuera y vigilarás tus operaciones en los controles mediante sensor remoto mientras Chur esté dentro, ¿entendido?

Geran agitó levemente las orejas, inquieta: en la oreja derecha había una pequeña herida, estropeando una curva que de otro modo habría sido considerablemente hermosa; los anillos de oro que llevaba en la oreja izquierda brillaron levemente.

—Lo he entendido claramente —le dijo.

—Hilfy… —Pyanfar le hizo una seña a su sobrina y las dos cruzaron la puerta. El Extraño hizo ademán de seguirlas pero Chur extendió el brazo para impedírselo y, no queriendo aparentemente pelea, se quedó inmóvil. Chur se apresuró a hablarle mientras que le tocaba con cautela el hombro: por primera vez en sus rasgos había una inconfundible expresión de puro y simple terror.

—Creo que te quiere, tía —observó Hilfy.

Pyanfar agachó las orejas, aborreciendo la sola idea de verse obligada a rechazar un asalto físico contra su persona y siguió andando seguida por Hilfy, sin apresurar el paso. Una vez se encontró fuera de la habitación miró hacia atrás.

—Tened cuidado con él —les dijo a Chur y Geran—. Puede que se porte de modo amable y encantador diez veces seguidas; y puede que a la undécima os salte al cuello.

Y luego se alejó, con el vello de los hombros erizado por el disgusto. Hilfy iba detrás de ella pero Pyanfar metió las manos en su cinturón y no le prestó la menor atención hasta que hubieron llegado al ascensor. Hilfy apretó el botón para abrir la puerta y las dos entraron en la cabina. Una presión en el botón central y el ascensor las llevó hacia arriba. Pyanfar, aún sin haber dicho palabra, salió de la cabina al corredor que llevaba al puente.

—Tía… —dijo Hilfy.

Pyanfar miró hacia atrás.

—¿Qué haremos con él?

—Ten la seguridad de que no lo sé —le respondió con cierta aspereza. Seguía teniendo las orejas agachadas. Con un esfuerzo de voluntad, logró ponerle mejor cara a Hilfy—. No es culpa tuya, sobrina. Todo este lío lo he montado yo misma.

—Me gustaría encargarme de algún trabajo. Te ayudaría si supiera cómo hacerlo. Con el cargamento desaparecido…

Pyanfar frunció el ceño, agachando nuevamente las orejas. «¿Quieres quitarme alguna preocupación?», pensó. «Entonces, no cometas ninguna idiotez.» Pero ante ella estaba ese rostro, joven y orgulloso, ansiando hacer las cosas bien… Casi todo lo que competía a Hilfy en la nave había dejado de existir al esfumarse el cargamento y empezar el silencio de transmisiones.

—Jovencita, me he metido en un juego mucho más peliagudo de lo que había planeado y no podremos ir a casa hasta que haya arreglado las cosas. Cómo vaya a hacerlo es una cuestión muy complicada, dado que los kif conocen nuestro nombre. ¿Tienes alguna idea que no me hayas comunicado?

—No, tía, hay demasiadas cosas que ignoro.

Pyanfar asintió.

—Pues lo mismo me ocurre a mí, sobrina. Que eso te sirva de lección. Ésa era precisamente mi situación cuando metí dentro de la nave al Extraño en vez de haberlo devuelto de inmediato a los kif.

—No podíamos entregárselo.

—No —dijo Pyanfar de mala gana—, pero eso habría sido ciertamente lo más conveniente —meneó la cabeza—. Ve a descansar, niña, y esta vez lo digo en serio. Te pusiste mala durante el salto y cuando te necesite no estarás en condiciones de rendir lo suficiente. Y ten por seguro que acabaré necesitándote —siguió andando y cruzó el umbral que llevaba al puente. Hilfy no la siguió. Pyanfar ocupó su asiento entre los instrumentos apagados, escuchando el murmullo ocasional de las partículas de polvo que rozaban el casco, Finalmente decidió examinar el registro de lo sucedido durante su ausencia, aunque sin demasiada atención y oyendo al mismo tiempo el flujo de comunicaciones actual.

Malas noticias. Otro recién llegado al sistema… no, varios. Quizá fueran kif, quizá vinieran del desastre ocurrido en Punto de Encuentro. Fuera lo que fuera, era un mal asunto. Quienes ya estaban en el sistema se encontraban fuera de toda duda metidos en la cacería: los kif estaban lo bastante preocupados y ansiosos por llegar aquí como para haber arrojado su cargamento y ninguna otra nave tenía razones para perseguir a la Orgullo o calificarla de ladrona. No cabía duda de que eran los mismos kif, metidos en un apuro lo bastante grande como para formar una jauría de caza. Todo eran malas noticias.

Ahora estaban oyendo a la estación de Urtur fanfarrona das, advertencias a los kif sobre severas penalidades y multas. La transmisión era ya antigua y databa de los primeros momentos del asunto; formaba parte de una señal que sólo ahora les estaba llegando. Amenazas de los kif, más abundantes. La nave mahendo’sat… acosada, dirigiéndose hacia la estación. Los kif concentrando su atención en otras cuestiones y luego en los recién llegados. Pronto empezarían a imaginar que los cargueros recién entrados en el sistema habían saltado después que la Orgullo, y que ésta debía de haber logrado engañarles para entrar en los territorios stsho o que debía de estar aquí, haciendo precisamente lo que estaba haciendo; y muy probablemente un kif nervioso tomaría las medidas lógicas ahora que ya habían puesto en peligro su reputación. Empezarían a cazar sombras apenas hubieran llegado a tal conclusión, una vez hubieran interrogado a unos cuantos mahe asustados. Se desplegarían en abanico examinando el sistema y deteniendo a las naves mineras para someterlas a un estrecho interrogatorio, probablemente cometiendo al mismo tiempo alguna que otra leve piratería para no desaprovechar la ocasión. La estación no podía hacer nada: quizás una de mayor tamaño habría podido pero no Urtur, que se dedicaba básicamente a la manufactura y apenas si estaba defendida. Ninguna nave mahendo’sat se dejaría detener voluntariamente, pero no tenían esperanza de vencer en una carrera a la potente nave kif… no, al menos, si no decidían correr riesgos que ningún capitán mahendo’sat corriente estaría dispuesto a correr.

Y no había tampoco esperanzas de que una de esas naves procedentes de Punto de Encuentro resultara ser hani para librarles así del peso de la culpa. La Viajera de Handur había desaparecido para siempre y, muy probablemente, ni tan siquiera la proximidad a Punto de Encuentro hubiera sido garantía contra ese tipo de ataque. Los kif eran muy concienzudos: no les importaba derramar sangre ni tan siquiera entre ellos y nunca dejaban supervivientes.

Nadie sabía cómo los kif habían logrado no exterminarse unos a otros durante el tiempo que les llevó abandonar su mundo natal y llegar al espacio. Según sospechaban los hani eso había sido logrado mediante el odio y la desconfianza mutua. Habían peleado entre ellos para llegar al espacio y se habían cazado unos a otros hasta encontrar presas más fáciles.

Pero entre esas presas no estaría la Orgullo, se juró Pyanfar Chanur.

Ese tipo que les mandaba… estaba totalmente segura de que era Akukkakk, de la Hinukku, que se había apresurado a establecerse firmemente en Urtur, esperando su llegada. Cuando ese kif supiera que habían logrado pasar empezaría a comprobar todas sus grabaciones, husmeando en ellas, esperando encontrar algún indicio que antes se le hubiera escapado y que indicara la llegada de la Orgullo. Apenas si habían dejado el fantasma de una onda para que pudiera detectarlo pero quizá hubiera algo, un minúsculo destello que se les hubiera pasado por alto.

El seguir derivando como hasta ahora tenía sus riesgos. Mientras que unas cuantas naves kif recorrieran el sistema a velocidad relativamente alta podían lanzarse sobre ellas mientras que aún intentaban acelerar partiendo de lo que virtualmente era una velocidad nula.

Sus oportunidades de abandonar todo disimulo y echar a correr dependían de la posición que ocuparan las naves kif y de si les iba a ser posible disponer del tiempo crítico que tardarían en establecer sus referencias y colocarse en posición de salto. Estando a ciegas como hasta ahora, el único modo de averiguar dónde se encontraban esas naves era intentar algo y el único modo de saber cuántas eran consistía en escuchar atentamente las transmisiones kif y tratar de distinguir en ellas el número de naves que había.

Pero lo más probable era que ese tal Akukkakk no fuera tan descuidado. Estaba segura que no emitían señal de identificación, ya que la estación habría protestado por ello, así como tampoco ninguna señal de posición. Las únicas señales de este tipo que estaban recibiendo eran de mineros y residentes legales del sistema, suponiendo que ninguna de ellas fuera falsa.

Bien, bien, bien. Estaban metidas en una botella y esperar que los kif fracasaran en su intento de obligar a los mahendo’sat a que ayudaran en la cacería era demasiado optimista. Si los kif aumentaban la presión tanto la estación como los mineros acabarían dejándose intimidar. Aún peor, había naves hani con rumbo a Urtur y esas naves serían muy vulnerables a los kif, dado que no sospechaban la atrocidad que éstos habían cometido en Punto de Encuentro. Se meterían en las fauces de los kif sin ninguna idea de a qué se enfrentaban y los kif podían actuar contra ellas sin aviso previo para obligar a que la Orgullo revelara su posición. No sería una táctica hani pero llevaba demasiados años fuera de Anuurn entre especies extrañas y sabía muy bien cómo pensaba un kif, aunque sus procesos mentales le revolvieran el estómago e hicieran erizar el vello de su nuca.

Y entonces, ¿qué hago?, se preguntó en silencio. ¿Salgo mansamente a su encuentro para morir? ¿O dejo que sean otras quienes mueran? El derecho a vivir de su tripulación no era ni más fuerte ni más débil que el de cualquier otra tripulación hani que se metiera en la trampa. Sus vidas corrían peligro, y la de Hilfy y, a través de ella, todo Chanur.

Cuantío vuelva a casa, se prometió, haré que instalen esa otra batería de cañones, cueste lo que cueste.

Cuando vuelva a casa.

Frunció el ceño, quitando la grabación: ésta había llegado ya al punto en que Pyanfar había entrado en el puente. Las transmisiones actuales eran pocas y muy escuetas. Ten dría que hacer subir a alguien para que permaneciera constantemente vigilando el flujo de comunicaciones: Hilfy lo haría muy bien. Pero no eran una nave de combate y no podían prescindir de personal para la batalla. Eran seis, con sus tareas acostumbradas y un prisionero al que vigilar; tenían que trazar un rumbo y efectuar comprobaciones después del salto, aparte de muchos sistemas sobre los cuales había que estar bien segura. Existía también la posibilidad de que debieran ponerse en movimiento y defenderse en cualquier instante, lo cual significaba que tres miembros de la tripulación debían estar tanto mental como físicamente listas para la acción en cualquier instante, sin importar la hora. Los mecanismos automáticos que gobernaban la Orgullo en sus funciones cotidianas no servían ahora de mucho: los sistemas habían quedado sobrecargados tras un salto que la nave no había sido diseñada para efectuar, aparte del problema de seguridad representado por un pasajero de raza extraña que posiblemente estuviera chalado. ¡Dioses! Reforzó la alarma de su sensor, activada por un transmisor, y avisó al turno de guardia que se iba a encargar durante un rato de los monitores, para aliviarlas así un poco de tal responsabilidad.

—Se encuentra bien —le dijo Geran en cuanto al Extraño—, está descansando un poco.

Magnífico, pensó Pyanfar, Al menos, que alguien descanse.

Acabó yendo a la cocina. No tenía apetito pero sentía los miembros débiles a causa de la falta de alimento. Calentó una ración que tomó del frigorífico y se obligó a comerla pese a las ansiosas protestas de su estómago, arrojando luego los desechos en el esterilizador. Después regresó a su camarote para ver si podía reposar un poco.

Estaba demasiado nerviosa para dormir. Se dedicó a ir de un lado para otro sin objeto y, después de haber puesto los mapas en orden, tomó asiento para examinar una y otra vez las alternativas posibles en vista de los factores que ya conocía demasiado bien. Por último, decidió olvidarse de ello y acabó activando la consola que tenía junto al lecho para entrar en conexión con la terminal del Extraño, utilizando los códigos de acceso adecuados a través del computador principal. Estaba trabajando de nuevo: oyó la voz del Extraño y vio también los símbolos que iban surgiendo al funcionar las teclas del traductor. Las estaba utilizando metódicamente una detrás de otra y al conectar Pyanfar el comunicador oyó la voz de Chur, ayudándole: por los sonidos supuso que quizás estuviera usando también algo de mímica para hacerse entender. De vez en cuando había símbolos que la máquina no podía representar o quizá sólo fueran interferencias de Chur tratando de aclarar algún punto más oscuro. Pyanfar cortó la comunicación y la recepción del traductor y se quedó contemplando la pantalla apagada. Por el sensor que llevaba en el cinturón seguían llegándole las transmisiones de Urtur, con el volumen al mínimo e igualmente nada tranquilizadoras en cuanto a su contenido. La estación estaba aconsejándole a las naves mahendo’sat que no huyeran y se dejaran registrar si las abordaba algún kif y, caso de estar cerca de la estación, que acudieran a ella para encontrarse más seguras.

Una voz hani preguntó algo.

¡Hani!

Pyanfar saltó de su cama con la sensación de que las paredes de pronto se habían vuelto transparentes ante la fuerza avasalladora de esa imagen: la estación, una nave hani atracada en el dique y los kif pidiendo entrar en ella para moverse a su antojo. El desenlace no importaba, ya que había tenido lugar hacía mucho. La Orgullo estaba separada de esa nave hani y de los kif no sólo por el espacio, sino también por el tiempo y ahora, derivando a ciegas en el vacío, Pyanfar nada podía hacer para ayudarles.

—¡Dioses! —bufó, empujando la silla que tenía delante a lo largo de su riel con un fuerte golpe. En el muelle de la estación había una nave Faha, la Buscaestrellas de Faha, y tanto la casa como la compañía eran aliadas de Chanur. La primera mujer de su hermano Kohan fue Huran Faha. ¡La madre de Hilfy, en el nombre de los dioses! Había lazos, pactos, acuerdos de alianza…

Y Hilfy.

Los mahendo’sat de la estación le pidieron a la nave hani que mantuviera la calma. Los mahe habían confesado que no tenían ninguna intención de verse implicados en un problema de los kif y no iban a dejar que los actos temerarios de alguna hani les ocasionaran problemas.

Los hani pedían información; los kif perseguían a una nave de Chanur. La nave Faha lo había estado oyendo todo y se había estado poniendo cada vez más nerviosa: ahora quería respuestas. Sabía que todo el diálogo estaba teniendo lugar por circuito abierto, al igual que la estación sabía muy bien lo que pretendía la nave Faha al causar tantos problemas con su transmisión, asegurándose de que toda la información contenida en ella surcaba la oscuridad del espacio hasta llegar, muy posiblemente, a oídos de la nave Chanur.

Oh, dioses, oh, dioses. Así que después de todo había un aliado haciendo por ellos todo lo que en ese momento podía hacerse… y ninguna de las dos naves podía enfrentarse directamente al enemigo.

Pyanfar puso nuevamente la silla en su sitio y se instaló en ella, absorta durante unos minutos en lo que oía. No hubo demasiada información nueva: la ráfaga de señales les había llegado a través del sistema de largo alcance de la estación o quizá de la Buscaestrellas. Una serie de informaciones como un faro encendido para iluminar la oscuridad del sistema, deliberada y conscientemente. Si habían imaginado que la Orgullo se encontraba ahí, entonces también eran capaces de imaginarlo los kif.

Hubo ecos y repeticiones del mensaje: el sistema de comunicaciones lo estaba clasificando, colocando las transmisiones según su grado de claridad y el vello de la nuca de Pyanfar se erizó súbitamente al darse cuenta con gratitud de que todas las naves esparcidas por el sistema habían empezado a retransmitir ese mismo mensaje, dejando que se difundiera cual una serie de ondulaciones en la tranquila superficie de un estanque, como lanzando así un desafío masivo a los kif. Y los kif no habían ordenado el silencio… al menos de momento. No estaban en condiciones de hacer cumplir tal orden, dados los límites actuales de su agresión a Urtur, pero esos límites podían cambiar. La información seguía extendiéndose como un grito repetido por una multitud de gargantas: pese a que en su origen se había extinguido hacía mucho tiempo, aún seguía viajando por el espacio.

Por una vez encontró a Hilfy allí donde teóricamente debía estar: en su camarote, dormida. Al oír la voz soñolienta que le contestó por el intercomunicador de la puerta Pyanfar vaciló un instante, pero sólo un instante.

—Levanta —dijo por el comunicador—, tengo algo que contarte.

Hilfy la obedeció sin tardanza. La puerta se abrió para revelar su rostro en el umbral, aún algo hinchado a causa del sueño y torciendo el gesto ante la luz que llegaba del corredor. No se había detenido el tiempo suficiente para vestirse.

Pyanfar pasó junto a ella, esperó unos momentos mientras Hilfy aumentaba la intensidad de luz en el camarote y alzó la mano para indicarle que no hacía ninguna falta que la pusiera al máximo. La habitación había llegado a pertenecerle como propia gracias a una serie de toques personales muy típicos del estilo Chanur, aún más presente aquí que en el camarote de Pyanfar: los muros estaban llenos de recuerdos, imágenes de las montañas de su mundo natal y las anchas llanuras de las tierras de Chanur y un cuadro de la Residencia, con sus piedras doradas a las que daban sombra profusos emparrados. Pyanfar miró lo que la rodeaba y luego sus ojos volvieron a Hilfy.

—Para ser breve —dijo Pyanfar—, bien, he venido a explicarte algo. Y para empezar te diré que no podemos hacer nada al respecto. Hemos recogido una señal procedente de una nave Faha atracada en la estación. Están rodeadas de kif y le enviaron un mensaje a la estación pretendiendo, creo yo, que lo oyéramos: el volumen era muy alto. Creo que conocen nuestra presencia aquí y saben en qué tipo de problema andamos metidas. Pero los kif están en medio de ellas y de nosotras, y ninguna de las dos naves puede hacer gran cosa por la otra. ¿Me entiendes?

Hilfy había dejado de pestañear ante la luz. Ahora sus ojos estaban clavados en Pyanfar, con círculos ambarinos rodeando el negro de las pupilas, y sus orejas se abatieron pegándose al cráneo para alzarse luego con un lento esfuerzo. Para ser tan joven y estar recién despertada, su tranquila dignidad al aceptar la situación resultaba notable.

—¿Sabes de qué nave se trata, tía?

—La Buscaestrellas. Está bajo el mando de Unan Faha.

Hilfy asintió. Sus orejas desprovistas de adornos se agitaron levemente pero en su rostro no se movió ni un músculo.

—Estarán en peligro. Igual que la Viajera. Y no lo saben. Nadie sería capaz de prever ese tipo de ataque.

—Lihan no es ninguna tonta, chiquilla, créeme. No debemos interferir en sus movimientos, igual que ellos no lo harán con los nuestros. De hecho, no podemos. Estando aquí no podemos hacer nada.

—Podríamos mandarles una advertencia y salir corriendo.

—Por el momento no consideraría esa opción como demasiado factible. Si la enviamos desde lejos, los kif la recibirán antes de que la Buscaestrellas tenga la menor oportunidad de oírla. Y eso constituiría un desafío público que involucraría a la Buscaestrellas en nuestros actos, obligando a tos kif a reaccionar. Para los kif la venganza es algo inherente a su mentalidad y debes hacer tus cálculos tomando eso en consideración. No, la Buscaestrellas deberá correr sus propios riesgos confiando en su propia suerte: no tengo intenciones de hacerles correr peligros innecesarios. Por lo tanto, vuelve a la cama, ¿me has oído?

Hilfy se quedó inmóvil un momento y acabó asintiendo, con un gesto lleno de dignidad.

—Bien —dijo Pyanfar con voz tensa, y salió del camarote. Oyó cerrarse la puerta a su espalda y caminó por el pasillo que llevaba del camarote de Hilfy al suyo, cruzando el corredor principal de la cubierta superior y siguiendo luego por un corto trecho de pasillo.

Quizá le hubiera robado su reposo a Hilfy (aparte de que su comida anterior le pesaba en el estómago como si fuera plomo), pero el riesgo que corría Faha no era algo que Hilfy debiera descubrir luego como una niña a la que se la protege de las desagradables realidades de la vida adulta. Seguía viendo ante ella el rostro de Hilfy mientras que el sensor, colgado de su cinturón, continuaba emitiendo su parloteo de estática con los ocasionales ecos del mensaje y alguna que otra transmisión más cercana, cada vez más rara. Una nave stsho había entrado en el sistema. Los kif no se tomaron la molestia de abordarla y la nave se apresuró a pedir instrucciones a la estación, ansiando protegerse de la tormenta que se avecinaba.

Quizá muchos mahe del sistema tenían ya la misma idea: los mineros podían haber creído conveniente dirigirse a puerto, para no meterse en el camino de la jauría kif.

El sistema era tan grande… La mayor parte de las naves que contenía eran incapaces de saltar, ya que estaban concebidas para operar solamente en el interior de éste. De momento era notable el modo en que todos habían logrado mantener la calma, incluso la nave hani que se encontraba en el ojo de ese huracán.

Si los dioses permitían que muchas naves se dirigieran hacia el interior del sistema…, y si extendían su merced hasta el extremo de ponerles las cosas más duras a los kif en el caso de que desearan atacar la estación buscando una nave hani… Ésa era una de sus esperanzas. Lihan Faha, de la Buscaestrellas, era demasiado vieja y precavida como para meterse de cabeza en un combate tan desigual. Lihan no esperaría ninguna idiotez por parte de la Orgullo. La nave Faha estaría esperando que fueran capaces de arreglárselas por sí solas y, por encima de todo, que no hicieran estallar el asunto de modo prematuro. La nave Faha necesitaba tiempo. Existía la débil esperanza de que pudieran descargar su mercancía y de ese modo aligerar la nave y, si tenían el tiempo suficiente, quizá pudieran soltar la masa suficiente sin necesidad de perder el cargamento. Ésa era toda la ayuda que esperarían en esos momentos.

Eso decía la lógica.

Pero, de todos modos, le dolía.

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