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Se quedó sentada durante un rato en su camarote, escuchando las transmisiones, y finalmente se puso en contacto con Geran en la cubierta inferior y le entregó el control de los monitores.

—Faha —dijo Geran como único comentario.

—Hilfy lo sabe —le dijo Pyanfar.

—Vaya —murmuró Geran, y añadió—: Bien, me encargo del control.

Pyanfar cerró la transmisión y lanzó un cansado suspiro, sentada en el borde de la cama, con los brazos sobre las rodillas. Al final decidió tomar un sedante suave y se desnudó enroscándose en su lecho en forma de cuenco intentando conseguir un preciado rato de nada y olvido, intentando no pensar en las emergencias de la situación y en la horda de kif que merodeaba por el sistema.

No lo consiguió, pero el sedante acabó funcionando. Se hundió en el sueño como una piedra en un estanque y emergió de él, sobresaltada, al oír la alarma. Pero no, era meramente el despertador. Volvió a tenderse en su lecho dejando que el agitado latir de su corazón fuera recobrando la normalidad.

—¿Algo nuevo? —le preguntó a la cubierta inferior usando el comunicador que había junto a la cama—. ¿Sucedió algo mientras yo no estaba?

—No, capitana —le contestó la voz de Haral. Mientras dormía, el turno de guardia había cambiado—. Por el momento la situación parece mantenerse en tablas. Ahora la estación difunde sólo transmisiones operativas y no llega gran cosa de los kif. Nada alarmante. Si hubiéramos tenido noticias con seguridad que ya nos habríamos encargado de llamarla.

Ésas eran sus órdenes. La interpretación de lo que constituía una emergencia y lo que no podía variar, pero Haral era la más inteligente y experimentada de la tripulación. Pyanfar se quedó tendida unos instantes contemplando el techo y acabó decidiendo que no había necesidad de apresurarse. Los músculos de sus costillas, demasiado puestos a prueba por la gravedad, estaban algo rígidos.

—¿Qué tal los sistemas? ¿Ha tenido alguien tiempo para encargarse de comprobarlos?

—Seguimos comprobando el tablero de instrumentos, capitana, pero de momento tiene buen aspecto. La salida fue totalmente limpia y hemos visto que la recalibración posterior fue exacta casi al milímetro.

—Hemos tenido más suerte de la que merecemos. ¿Qué anda haciendo el Extraño?

—Ha vuelto a trabajar con el teclado. Chur y Geran están descansando y a Tirun le toca guardia; pero, capitana, con su permiso, me pareció que Tirun no debía estar con él encontrándose aún débil y yo estoy demasiado ocupada con las comprobaciones visuales de las lecturas de separación, así que, con su permiso otra vez…

—Hiciste bien.

—Ha dormido un poco y no ha causado problemas. ¡Dioses! Chur me dijo que estuvo trabajando prácticamente hasta caerse y durante este nuevo turno ha vuelto al teclado pese a estar muy débil. Le dimos de comer apenas se despertó: se lo comió todo y luego, muy cortésmente, volvió al teclado. Tengo bajo observación su comunicador del camarote y también su terminal, así que al menos podemos oír lo que hace.

—Ya —Pyanfar se pasó la mano por la melena y frunció el ceño, algo molesta ante el gradual aumento de luz en el camarote. La alarma había hecho iniciar el ciclo diurno—. Deja que siga trabajando y si se cae, que descanse. ¿Qué tal se encuentra Tirun?

—Cojea un poco, le duele todo y está trabajando con la pierna inmóvil. Aún tiene la nariz un poco blanca…

—Me encuentro bien —dijo de pronto la voz de Tirun.

—Puedes descansar cuando lo creas necesario —le dijo Pyanfar—. Seguimos a la deriva y alguien puede encargarse de tu trabajo cuando se hayan terminado las primeras comprobaciones. Ocúpate de ello, Haral. ¿Alguna otra cosa que deba saber?

—Eso es todo —dijo Haral—. De momento, seguimos bastante bien.

—Ya —repitió Pyanfar saliendo del lecho y desconectando el comunicador. Se puso los pantalones negros y después el cinturón, su brazalete y sus anillos, agitando la oreja para repartirlos bien. Finalmente se pasó el cepillo por la barba y la melena pero sin preocuparse demasiado de cómo quedaban: no era el momento oportuno para ser vanidosa. Salió del camarote y se dirigió a la cocina, donde tomó un breve desayuno en solitario, tras el cual se sintió algo mejor. Mientras comía sintonizó el canal de los monitores en su sensor y fue escuchando las transmisiones que les llegaban, encontrando en ellas gran parte de lo que Haral le había contado: el ritmo de los acontecimientos se había vuelto mucho más lento, lo que de por sí ya encerraba algunas posibilidades bastante inquietantes. Los kif ya debían haber imaginado lo ocurrido y en el instante actual deberían estar moviéndose con sigilo por el sistema, lo que explicaba la calma aparente de las transmisiones. La Orgullo había avanzado en deriva lateral un buen trecho desde su punto de entrada, pero si ella estuviera en el lugar de ese capitán kif e intentara calcular el punto de llegada para una nave sin carga que había dado un salto tan desmesurado como el de la Orgullo, calcularía un área de salto colateral partiendo en línea recta desde la masa de Punto de Encuentro a la de Urtur. De ese modo lograría reducir considerablemente la zona de caza, limitando la gran extensión en forma de lente que era el sistema de Urtur a un área específica, teniendo en cuenta la dirección que guardaba la deriva dentro del sistema y los lugares más probables donde pudiera moverse una nave que intentaba mantenerse oculta. El otro factor era el tiempo: el tiempo definía el segmento espacial dentro del que razonablemente podían estar derivando, y ese segmento podía ser calculado con una precisión inicial de dos cifras que luego irían siendo precisadas cada vez más.

Tiempo, tiempo y más tiempo…

Algo que se les estaba acabando.

Desconectó el sensor y regresó a su camarote. Una vez allí desplegó sobre la mesa los mapas que había recogido antes de dormir y entró en conexión con la computadora, empezando a calcular con toda la precisión posible las opciones que les quedaban.

Interrumpió sus cálculos para hablar con Haral y Tirun en el puente y éstas le dijeron que durante el último turno no habían sabido nada de la nave hani: ni una sola transmisión. La Buscaestrellas debía andar febrilmente ocupada con sus propios problemas, intentando aligerarse al máximo y no hacer nada que pudiera acelerar el curso de los acontecimientos.

Esperar. Todas las transmisiones indicaban que las naves del sistema, fuera cual fuera su clase, avanzaban lo más deprisa posible hacia la Estación de Urtur: para algunas el viaje era sólo cuestión de días, para otras harían falta semanas; pero ese gesto, por sí solo, ya les indicaba a los kif que los mahe estaban dispuestos únicamente a defender la estación de Urtur, abandonando el resto del sistema al capricho de los kif. Las naves que habían salido del salto estaban ya refugiadas en la estación: iban armadas pero como mínimo una pertenecía a los stsho y su armamento eran tan escaso como prácticamente inexistente su voluntad de combatir.

Si ella estuviera en el lugar de ese capitán kif las naves que habían entrado en el sistema no se librarían de verse molestadas. Todas las procedentes del vector sospechoso en el que se ocultaba una nave hani se verían sometidas a registro, para asegurarse de que la astucia hani no llegara al extremo de camuflarse entre el resto del tráfico que se dirigía hacia el interior del sistema. Comprobaría sus transmisiones de identificación y las haría pasar por el examen del ordenador; abordaría las naves. En fin, no se mostraría precisamente amable. Y todas deberían pasar por una inspección visual. No existía casi ningún parecido entre una mercante de salto, con sus enormes toberas, y un rechoncho procesador de minerales cuyo sistema de propulsión se limitaba al interior del sistema y que apenas si era capaz de moverse con las bodegas llenas.

Sólo los mineros que tuvieran la mala suerte de ir justo por la zona probable en que se ocultaba la Orgullo se verían detenidos y sus registros serían examinados al mismo tiempo que su ordenador sería puesto prácticamente del revés. La tripulación pasaría un mal rato si no ofrecía voluntariamente toda la información de que disponía. Siempre que los kif actuaran según su costumbre.

—Alguien acaba de saltar, capitana.

La voz de Tirun en el comunicador. Pyanfar apretó al instante la tecla de réplica, retorciéndose velozmente en su asiento.

—¿Quién? ¿Dónde?

—Lo único que tenemos es el fantasma característico del salto. No lo sé. Bastante lejos hacia el exterior del sistema, y hace ya tiempo. No tengo más datos pero casi encaja con nuestro horario.

—Dame la imagen.

Tirun la transmitió a su pantalla. En el nadir, con una recepción muy borrosa; demasiada masa estelar por en medio…

—Tienes razón —le dijo a Tirun—, es imposible saberlo.

—¿Cierro? —le preguntó Tirun.

—Cierra —le dijo Pyanfar, desconectando su propia pantalla y contemplando abatida los mapas y las cifras que, por muchos juegos que intentara hacer con ellas, seguían diciéndole lo mismo: no había modo de abandonar Urtur con un solo salto, por muy reducida que fuera su masa actual.

Ese salto-fantasma que habían recibido hacía un momento podía haber sido alguien cuya intentona para conseguirlo se había visto coronada por el éxito. Quizá muchas más naves habían dado ese salto para acabar perdiéndose entre las masas de gas y polvo cósmico que rodeaban a Urtur.

Pero lo más probable era que esa nave fuera de los kif y que se estuviera desplazando para preparar una emboscada en el punto de salto más lógico de los que podían usar.

Maldito Akukkakk. Recordó sus achatados ojos negros con los círculos rojizos a su alrededor, el rostro grisáceo y huesudo, aquella voz tan distinta del habitual tono quejumbroso de los otros kif. Un sabor amargo le llenó la boca.

¿Cuántos son?, se preguntó, atrayendo hacia sí el disperso montón de mapas, intentando pensar de nuevo como un kif, preguntándose dónde podría colocar las naves que le quedaban en Urtur ahora que, tal y como debía haberlo pensado él, comprendía lo que intentaban hacer.

Esa migración hacia el interior que estaba haciendo cada vez más segura la estación le daba también a ese Akukkakk un campo libre en el que operar. En el cuadrante lleno de masa estelar que podía estar ocultando a la Orgullo había un número finito de puntos opacos, un número cada vez menor de fugitivos que podían confundirle: una cifra que manejar, aparte de su nave y el resto de naves kif que hubiera hecho venir a la zona.

En Punto de Encuentro había otras cuatro naves kif, alguna de las cuales o quizá todas le habían acompañado. Podía haber un número igual en Urtur cuando llegó la Hinukku. Digamos que ocho naves. No era imposible, ciertamente.

Repitió sus cálculos y se apartó de la mesa, agitando las orejas para oír el reconfortante sonido de los anillos.

Bien, bien; al menos conocía cuáles eran sus opciones o, mejor dicho, sabía que no les quedaba opción. Se habían metido en un juego condenadamente malo. Se levantó de la silla que había estado ocupando desde hacía ya muchas horas, estirando su cuerpo dolorido, y pensando que debía ser el momento de que Chur y Geran empezaran de nuevo su turno. Y Hilfy; no había tenido noticias de ella. Quizás a la chiquilla le había costado bastante dormirse después de las malas noticias que te había dado. Si había estado durmiendo, tanto mejor.

Pyanfar salió al corredor y caminó por él más allá de la arcada, hasta la zona en penumbra del puente. Casi todas las luces estaban apagadas y las pantallas vacías trazaban manchas oscuras allí donde todo habría debido estar lleno de intermitentes. Vio un punto de luz que no esperaba, una consola encendida en la parte del puente que rodeaba al terminal principal del ordenador. Alguien ha vuelto y la ha dejado conectada, pensó, yendo hacia ella para apagarla; y se encontró con Hilfy, sentada ante la consola con toda su atención concentrada en el traductor, la mano izquierda sosteniéndole la frente y la mano derecha suspendida sobre el teclado. La pantalla que tenía delante estaba llena de símbolos mahendo’sat y por el altavoz brotaban los patéticos intentos del Extraño para expresarse de un modo inteligible. Pyanfar frunció el ceño dando un paso hacia ella y Hilfy, percibiendo el movimiento, se volvió a toda prisa para desconectar el altavoz del puente. Pyanfar se apoyó en el respaldo de su silla para observar la hilera de símbolos que aparecían en la pantalla en tanto que Hilfy se apresuraba a levantarse.

Ir, intentaba decir el Extraño. Ése era el símbolo que aparecía en la pantalla. Yo Ir.

—Se suponía que estabas descansando —dijo Pyanfar.

—Me harté de tanto descanso.

Pyanfar señaló con la cabeza hacia la pantalla, en la que ahora se veía la Figura Andando.

—¿Qué tal le va a esa criatura?

—Es un macho.

—Criatura o macho, ¿qué tal le va?

—No muy bien con la pronunciación.

—¿Has intentado complementar sus lecciones? ¿Has estado hablando con él?

—No puede distinguirme de la máquina —Hilfy tenía las orejas pegadas al cráneo, esperando una reprimenda—. En el segundo manual hace falta alguien para ayudarle, son todo frases. Alguien debe darle el pie. He conseguido que aprenda más vocabulario: nos hemos metido ya en los conceptos abstractos y he conseguido entender algo en cuanto a la construcción de sus frases por los errores que comete él con las nuestras.

—Ya. Y, por casualidad, entre tantos errores, ¿has conseguido obtener un nombre? ¿Su especie? ¿Alguna indicación sobre su lugar de procedencia, unas coordenadas?

—No.

—Bien, ya me lo esperaba. De todos modos, has hecho bien. Ya lo acabaré descubriendo.

—Setecientas cincuenta y tres palabras, todo el primer manual. Chur le enseñó cómo se cambiaba la cassette del teclado y luego él lo hizo todo, sin problemas, y se metió en el segundo libro, intentando hacer frases. Pero no consigue pronunciar bien, tía, eso es lo mejor que puede hacer.

—La forma de su boca es distinta: supongo que nosotras tampoco podremos hacer gran cosa con su lenguaje. Es como intentar hablar en tc’a o en knnn… puede que incluso su gama auditiva sea diferente ya que desde luego su equipo para hablar no es igual que el nuestro. ¡Dioses!, no tenemos ni la menor garantía de que compartamos la misma lógica aunque tengo la impresión de que así es. Algunos de sus actos parecen tener bastante sentido. —Se instaló en la silla que Hilfy había dejado libre y conectó una segunda pantalla—. Anda, chiquilla, dile a Tirun que deje su trabajo en la cubierta inferior; no ha parado de moverse y debería permanecer quieta y descansando. Voy a intentar grabar una cinta traductora con tus setecientas cincuenta y tres palabras.

—Ya lo hice.

—¿Ah, sí?

—Mientras estaba sentada aquí —Hilfy extendió algo nerviosa la mano hacia la consola, indicando la cassette que había en la entrada de datos del traductor—, busqué las pautas básicas y fui llenando los huecos. También trabajé en la lógica de las frases. Ya está terminada.

—¿Funciona?

—No lo sé, tía. No me ha dado aún una frase entera en su propia lengua, sólo palabras sueltas. No tiene a nadie para hablar su idioma.

—Ah, ya —Pyanfar estaba bastante impresionada. Hizo pasar por el altavoz parte de la cinta y la detuvo, alzando los ojos hacia Hilfy, que parecía desusadamente orgullosa de sí misma—. ¿Estás ahora completamente segura de la cinta?

—El programa básico me pareció bastante claro. Yo llegué a dominar los principios básicos de la traducción bastante bien; aunque a papá eso no le parecía demasiado relacionado con el espacio. Tuve que estudiar este modelo desde el principio pero sabía lo que deseaba conseguir. Es igual que con los ordenadores, también soy buena con ellos.

—Entonces, ¿por qué no lo intentamos?

Hilfy asintió, cada vez más complacida. Pyanfar se puso en pie y buscó entre los armarios del ordenador, encontrando al fin la caja de auriculares aislados con cinta: dejó caer unos cuantos en la mano de Hilfy y luego buscó hasta dar con un sensor de repuesto. Luego se instaló ante el sistema de comunicaciones principal y pasó los dos canales del traductor por la segunda y tercera frecuencia del sensor. Cogió su auricular y se lo puso, probando por un instante la conexión con el comunicador en el camarote del Extraño y sin obtener nada aparte de breves estallidos de estática que parecían consistir en palabras hani mutiladas que el esquizofrénico traductor se negaba a reconocer como tales palabras.

—Nosotros somos la dos y él la tres —le dijo a Hilfy, cerrando el altavoz por el momento—. Tráelo aquí.

—¿Aquí, tía?

—Que te acompañe Haral. Este Extraño intentando impresionarnos con sus setecientas cincuenta y tres palabras… Vamos a descubrir de una vez por todas qué tal se porta en público. No corras riesgos, chiquilla. Si el traductor falla, déjalo y si ves que se pone nervioso, déjalo también. Anda, ve a buscarle.

—Sí, tía —Hilfy se metió los auriculares y el sensor en el bolsillo y luego cruzó el umbral, sintiéndose tan importan te que parecía a punto de reventar.

—Vaya —dijo Pyanfar una vez se hubo marchado, los ojos clavados en el umbral. Sus orejas se agitaban nerviosamente, haciendo tintinear los anillos. El Extraño podía comportarse del modo más inesperado. Había decidido meterse en su nave de entre todas las que podía elegir a lo largo del muelle. Esa criatura. No, él. Hilfy y la tripulación parecían estar ya inquebrantablemente convencidas de que era un él por analogía a la estructura física hani, pero seguían sin tener ninguna garantía al respecto. Después de todo, también existían los stsho y posiblemente eso contribuía a que la criatura resultara aún más trágica a sus ojos.

Dioses. La piel sin vello, esos dientes incapaces de herir, las uñas romas. No habría tenido demasiadas oportunidades, sin armas, en una discusión con los kif, así que debería estar agradecido ante su situación actual.

No, pensó Pyanfar. No tenía por qué estar agradecido. Fuera quien fuera su propietario acabaría haciendo planes para él, fueran del tipo que fueran, y quizás era consciente de ello: eso explicaría su perpetua expresión abatida y llena de resentimiento. También ella tenía sus planes al respecto, naturalmente.

Él. Hilfy lo recalcaba con insistencia a cada ocasión. Su primer viaje y un trágico príncipe de otra especie, adecuadamente lejano e inalcanzable. La adolescencia.

¡Dioses!

En la sección principal del tablero de comunicaciones resonó un zumbido: una transmisión. El zumbido se hizo más agudo para acabar convirtiéndose en una prolongada y complicada serie de gemidos y silbidos que le hacían erizar el vello. Estaba tan nerviosa que dio un salto, sin poderlo evitar. Luego, reclinándose en el asiento, conectó el traductor. Knnn, le informó la pantalla, aunque ella ya lo sabía.

Canción. Ninguna identidad reconocible. Ningún contenido numérico. Alcance: datos insuficientes.

También esa especie frecuentaba Urtur: sus mineros trabajaban sin necesidad de equipo protector en el infierno de metano que era la luna de Uroji, donde se encontraban como en casa. Eran gente extraña en todos los sentidos: esferas negras peludas con montones de patas y que odiaban la luz. Acudían a la estación para descargar minerales y se apoderaban de todo lo que encontraban a su alcance antes de esfumarse nuevamente en la oscuridad de sus naves. Quizá los tc’a fueran capaces de comprenderles y puede que también los chi, que aún eran menos racionales; pero nadie había logrado obtener nunca una traducción del tc’a lo bastante clara como para dilucidar si ellos, a su vez, eran capaces de entender a los knnn. Los knnn cantaban de un modo irracional cuando estaban contentos, cuando se encontraban enamorados o, quizá, para hablar entre ellos. Nadie lo sabía salvo posiblemente los tc’a y los tc’a jamás habían discutido tema alguno sin meterse antes en mil ramificaciones laterales que precedían al asunto realmente importante, dando muestras de una mentalidad tan propia de los reptiles como propios de éstos eran sus movimientos físicos. Nadie había conseguido que los knnn observaran las reglas aceptadas de la navegación espacial por lo que todas las especies, al no tener otra alternativa, procuraban evitarles. Normalmente emitían mensajes numéricos que los traductores mecánicos eran capaces de manejar pero estos mensajes eran sólo un código para situaciones específicas tales como las del comercio o el anuncio de que se aproximaban, algo parecido a unas señales luminosas. No había nada raro en la presencia de los knnn dado que esa raza iba donde quería, sin prestar atención a las disputas de las especies que respiraban oxígeno. De vez en cuando se oía un chasquido en el casco de la Orgullo al chocar con una roca o partícula de polvo, y esos ruidos estaban siempre acompañados por el tenue gruñido del núcleo en rotación y el susurro del aire en los conductos. La oscura inactividad de los instrumentos la deprimía. Las pantallas apagadas que la contemplaban en la penumbra del muelle le recordaban hilera tras hilera de ojos ciegos. Y se encontraban a la deriva en el vacío, entre los kif y las rocas, con un knnn que no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo.

—Capitana —dijo la Voz de Tirun.

—Te escucho.

—Hay un knnn por ahí fuera.

—Yo también lo he oído. ¿Qué están haciendo Hilfy y Haral con el Extraño?

—Han ido a buscarle; lo estoy recibiendo en el comunicador. No les está dando problemas.

—Comprendido. Lo traerán aquí. Mantente a la escucha de las comunicaciones; aquí arriba estaremos bastante ocupadas.

—Sí, capitana.

Pyanfar cortó la comunicación y preparó el sensor para que sintonizara el canal del traductor, recibiendo una vez más la incomprensible estática formada por los vocablos hani. Todo parecía aguardar en silencio y, finalmente, Pyanfar oyó ruido en el ascensor y después pasos en el corredor que llevaba al puente.

La alta y angulosa silueta del intruso brotó como una aparición recortada contra la luz del pasillo: detrás de él venían dos siluetas hani. Entró caminando con paso vacilante en la penumbra del puente y Pyanfar pudo distinguir su rostro, la sorprendente palidez de su melena y barba, la piel cerúlea cubierta de moretones y las huellas de su herida, aún enrojecidas pese a estar cubiertas con gel cicatrizante. Llevaba los pantalones de trabajo de color azul de alguna tripulante, atados a la cintura y con las perneras descosidas para acomodarse un poco mejor a su gran talla, Andaba con la cabeza algo encorvada para no rozar el techo del puente, ligeramente más bajo que el del resto de la nave, aunque si la hubiera erguido tampoco hubiera llegado a darse con él. El intruso se detuvo, con Hilfy y Haral flanqueándole.

—Ven —le dijo Pyanfar, abandonando su asiento para apoyarse en la consola del ordenador con los brazos cruzados. El Extraño tenía un aspecto aún algo débil y su paso no era muy seguro pero Pyanfar extendió la mano hacia el ordenador, poniendo de nuevo en acción el código de cierre, y luego se volvió a mirarle. El intruso no estaba observándola: tenía los ojos clavados en el puente y lo examinaba con una expresión anhelante, parecida a la de quien hubiera perdido recientemente la libertad de andar por un lugar semejante.

Así que venía de una nave, pensó Pyanfar. Debía ser eso.

Hilfy permanecía inmóvil detrás del intruso. Haral se apartó un poco, bloqueando su camino por si se le ocurría algún acto impulsivo. De ese modo le habían encerrado en un triángulo protector formado por ella, Hilfy y Haral: el intruso se apoyó con aire cansado en el asiento que tenía más cerca y no dio ninguna señal de que pensara salir corriendo, Llevaba el sensor en la cintura y también el auricular, por muy incómodo que pudiera resultarle dada su anatomía. Pyanfar alzó la mano asegurándose el suyo y puso el sensor en posición de recibir, mirándole nuevamente desde su posición en la consola.

—¿Todo bien? —le preguntó, y él se volvió a mirarla—. Me entiendes —dijo—. Ese traductor funciona en los dos sentidos. Has trabajado mucho con él y tengo la impresión de que sabías muy bien lo que hacías. Así pues, ahora tienes delante lo que tanto deseabas conseguir. Nos entiendes. Puedes hablar y hacer que te entendamos. ¿Quieres sentarte? Por favor.

El intruso pasó la mano con cierta vacilación por el respaldo del asiento y acabó instalándose en él.

—Eso está mejor —dijo Pyanfar—. ¿Cuál es tu nombre, Extraño?

Un fruncimiento de labios. Ninguna respuesta.

—Escúchame bien —dijo Pyanfar sin alzar la voz—. Desde que subiste a mi nave he perdido el cargamento y han muerto varias hani a manos de los kif. ¿Me entiendes? Quiero saber quién eres, de dónde vienes y por qué te metiste en mi nave cuando podías haber escogido cualquier otra nave del muelle. Eso es lo que vas a decirme. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué pretendes de mi nave y cuál es tu relación con los kif, Extraño?

—No sois amigas de kif.

Claro y perfectamente inteligible. Pyanfar tragó aire, metió las manos en el cinturón y se quedó mirando al Extraño con una tensa sonrisa.

—Ya… Bien. No, ya lo hemos dicho. No trabajo para los kif y no soy amiga suya. Negativo. ¿Comprendes la palabra polizón? ¿Pasajero ilegal? ¿Gente que viaja en una nave sin pagar?

El intruso meditó durante unos instantes sobre ello o, al menos, sobre lo que había podido entender, pero no le contestó. Su respiración era ronca y agitada, como si estuviera cansado; por el comunicador llegó de pronto una breve ráfaga de transmisión knnn que le hizo dar un salto. Sus ojos fueron ansiosamente hacia la consola y sus manos aferraron los brazos del asiento.

—Nuestros vecinos —dijo Pyanfar—. Quiero una respuesta, Extraño. ¿Por qué acudiste a nosotras en vez de a otra nave?

Había logrado atraer nuevamente su atención. Sus ojos la examinaron cautelosamente mientras se mordía el labio para acabar haciendo lo que quizá fuera un gesto de cansancio o indiferencia.

—Nave lejos de nave kif. Y reíais.

—¿Reíamos?

Un gesto vago hacia Hilfy y Haral.

—Tu tripulación trabajaba fuera de la nave, reían. Me dijeron fuera, fuera -=, no armas hacia mí -=. Vuelvo -.

—Quieres decir que volviste a la rampa —dijo Pyanfar, frunciendo el ceño—. Ya. ¿Qué planeabas hacer en mi nave? ¿Robar? ¿Coger algún arma? ¿Era eso lo que pensabas hacer?

—--= no --.

—Despacio. Habla más despacio para el traductor. ¿Qué deseabas hacer en la nave?

El intruso tragó una honda bocanada de aire y cerró los ojos un segundo como si intentara encontrar las palabras o estuviera pensando en qué decir. Sus ojos volvieron a abrirse.

—No pregunto por armas. Veo la rampa…, ahí con hani, pequeño miedo.

—¿Quieres decir que nos temías menos a nosotras? —La idea no le resultó precisamente halagadora—. ¿Cuál es tu nombre? Nombre, Extraño.

—Tully —dijo él. Al igual que las ocasionales transmisiones del ordenador, el nombre le llegó por el auricular como una extraña mezcla del flujo natural de su lenguaje, una serie de ronroneos y gemidos combinados con sonidos aún más incomprensibles.

—Tully —repitió Pyanfar y él asintió, evidentemente reconociendo el esfuerzo que le suponía pronunciarlo, Pyanfar se llevó la mano al pecho—. Mi nombre es Pyanfar Chanur. El traductor no puede ayudarte con los nombres. Py-an-far. Chanur.

Lo intentó y el Pyanfar resultó reconocible. Al menos había logrado imitar el ritmo del ronroneo necesario con su lengua.

—No está mal —dijo ella, instalándose de un modo menos envarado en su asiento y cruzando las manos sobre el regazo—. Civilizado. Seres civilizados que se entienden bien con sus nombres. Tully, ¿Vienes de una nave, Tully, o se te llevaron los kif de algún planeta?

Unos instantes para pensarlo.

—Nave —acabó admitiendo.

—¿Les disparasteis vosotros primero? ¿Les disparasteis primero a los kif, Tully?

—¡No! No armas. Mi nave no tener armas.

—Dioses, vaya modo de viajar. ¿Qué debo hacer contigo? ¿Te devuelvo a ese planeta, Tully?

Sus manos apretaron aun más fuerte los brazos del sillón y sus ojos, con expresión abatida, miraron más allá de Pyanfar.

—Quieres lo mismo que ellos, Yo no decir.

—Así que te metes en mi nave y no piensas decírmelo. Se han perdido vidas hani por tu culpa y no piensas decírmelo.

—Vidas.

—Los kif destruyeron una nave hani. Te buscaban, Tully. Te buscaban. ¿No te parece que debo hacerte estas preguntas? Ésta es mi nave y te has metido en ella. ¿No te parece que me debes algunas respuestas?

Silencio. Estaba claro que no pensaba contestarle. Tenía los labios fuertemente apretados y una película de sudor le cubría el rostro, brillando débilmente en la penumbra.

—Que los dioses se lleven a este traductor —acabó diciendo Pyanfar—. Muy bien, así que también a ti te trataron mal. ¿Te encuentras mejor a bordo de esta nave? ¿Te hemos dado la comida adecuada? ¿Tienes bastante ropa?

El intruso se alisó por un segundo los pantalones y asintió sin gran entusiasmo.

—No hace falta que me des la razón si no lo crees así. ¿Quieres alguna otra cosa?

—Quiero mi puerta -.

—Qué, ¿abierta?

—Abierta.

—Bueno.

Todo su cuerpo pareció derrumbarse de pronto. Estaba claro que no había esperado que accediera a su petición. Su mano se movió señalando vagamente lo que les rodeaba.

—¿Dónde estamos? El sonido…

El polvo cósmico que chocaba con el casco: era un constante ruido de fondo, un murmullo enloquecedor con el que habían aprendido a vivir. En la cubierta inferior tendría que haberlo oído aún con más fuerza.

—Vamos a la deriva —le dijo—. Ahí fuera hay sólo rocas y polvo.

—¿Estamos ante punto de salto?

—Un sistema estelar —alargó la mano y puso en conexión el telescopio de la burbuja de observación, proyectando la imagen en la pantalla principal. El telescopio estaba dirigido hacia Urtur y el infierno energético que ardía en el centro del polvoriento sistema en forma de lente: una estrella rodeada por un anillo del que emergían tentáculos cuyos movimientos se medían en siglos, tenues filamentos que se recortaban como líneas oscuras contra las llamaradas del centro. La imagen iluminó por unos instantes el asombrado rostro del Extraño: Urtur lo merecía. Pyanfar percibió su expresión y se puso en pie, colocándose junto a él con un gesto cuidadosamente calculado: comerciar era su arte y, como parte de él, debía saber en qué momento alguien bajaba la guardia.

—Te lo explicaré —le dijo, cogiéndole del brazo; y el intruso se estremeció pero no opuso la menor resistencia al ver que le hacía levantar. Pyanfar le señaló el centro de la imagen mientras él la contemplaba desde lo alto de su mayor talla—. Mira, la imagen viene de un telescopio. Es un sistema muy grande, con toda una horda de lunas y planetas. Esos anillos oscuros los crean los planetas al eliminar el polvo y las rocas. En ese anillo más grande hay una estación orbitando en torno a un gigante gaseoso. El sistema no está habitado excepto por los mineros mahendo’sat y unos cuantos knnn y tc’a, que lo encuentran de lo más placentero. Respiran metano. Pero hay un montón de mineros y de gente en peligro ahora mismo… ahí, en el centro. La estrella se llama Urtur y los kif, están ahí, en algún lugar. Nos siguieron cuando saltamos hasta aquí y ahora hay mucha gente en peligro por causa tuya. Los kif están aquí, ¿me entiendes?

—Autoridad. —Sentía el hielo de su piel bajo el acolchado de sus garras. Estaba temblando, con los músculos rígidos, ya fuera a causa de la relativa frialdad de la atmósfera en el puente, más despejado, o por otra razón—. Autoridad de este sistema. ¿Hani?

—Es una estación mahendo’sat. Tampoco aprecian demasiado a los kif. Nadie les aprecia pero es imposible librarse de ellos. Mahendo’sat, kif, hani, tc’a, stsho, knnn, chi. Todos vienen aquí a comerciar. No nos apreciamos demasiado entre nosotros, pero cada especie se ocupa de sus asuntos.

El intruso permaneció callado escuchándola, sin que fuera posible saber cuáles de sus palabras comprendía. En el comunicador resonó una nueva transmisión: los gemidos sibilantes de los knnn.

—Algunas de esas especies son mucho más extrañas que tú —dijo Pyanfar—. Pero no conoces ninguno de sus nombres, ¿verdad? Esta zona del espacio te resulta nueva.

—Lejos de mi mundo —dijo él.

—Ah, ¿sí?

Esas palabras le ganaron a Pyanfar una mirada nada amistosa. El intruso retrocedió para que no le tocara y sus ojos fueron de Pyanfar a las demás tripulantes.

—Bueno, esté donde esté… —dijo Pyanfar con aire despreocupado, mirando a Haral y Hilfy—. Creo que ya es suficiente. Nuestro pasajero está cansado. Puede volver a su camarote.

—Quiero hablar contigo —dijo Tully, agarrándose al asiento que tenía más cerca, dispuesto a resistir cualquier intento de moverle—. ¡Quiero hablar!

¿De veras? —le preguntó Pyanfar. Él extendió la mano hacia ella: a Pyanfar le costó un esfuerzo de voluntad permanecer inmóvil pero sus dedos no llegaron a tocarla. La mano se retiró—. ¿De qué deseas hablar?

El intruso se apoyó en el asiento con las dos manos. En sus pálidos ojos había una feroz decisión y fuera cual fuera la emoción que le dominaba, a Pyanfar le pareció que era más de inquietud que de otra cosa.

—Tú --= yo. Trabajo, entiende. Yo quedo esta nave y trabajo igual tripulación. Todo lo que quieras. Donde vayas. — Dame --.

—Ah —dijo ella—. Te estás ofreciendo a pagar tu pasaje trabajando.

—Trabajo en esta nave, sí.

—Ya. —Habría preferido mirarle despectivamente desde arriba pero resultaba difícil—. Quieres hacer un trato, ¿no? ¿Quieres trabajar para mí, Extraño? ¿Harás lo que te diga? Muy bien. Pues ahora, descansa. Vuelve a tu camarote, aprende tu vocabulario y ve pensando en cómo explicarme lo que desean los kif; porque los kif siguen detrás de esta nave, ¿entiendes? Te están buscando y vendrán a por esta nave.

Meditó sobre ello durante unos segundos y pareció a punto de hablar. Sus labios se movieron articulando una palabra y luego volvieron a engullirla, cerrándose firmemente. Y con ese gesto de sus labios algo pareció sellarse también detrás de sus ojos, llenándolos con una abatida desolación muy superior a la que antes había visto Pyanfar en ellos. Un escalofrío corrió por su columna vertebral. La criatura está pensando en morir, se dijo Pyanfar. Era la misma expresión que había tenido apoyado en la pared del lavabo pero aún más gélida.

—Mira —le dijo en su más amistoso tono de charla en el muelle, apoyando la mano sobre su hombro, en un gesto algo brusco pero cuidando mucho de no sacar las garras. Quizás una buena sacudida—, Tully, no eres aún lo bastante fuerte como para trabajar. Debes descansar y eso basta. Estás a salvo. ¿Me entiendes? Las hani no hacen tratos con los kif.

Un destello, una repentina grieta en ese sello de acero. De pronto extendió las manos de un modo totalmente inesperado y le cogió los dedos, explorando con sus dedos sin garras el pelaje del que carecía, sosteniendo delicadamente las puntas almohadilladas de los dedos de Pyanfar. Le apretó en el centro de la mano y las garras asomaron muy levemente; Pyanfar seguía teniendo cuidado, aunque sus orejas se habían pegado al cráneo en un gesto de advertencia. Y entonces, para aumentar más todavía su incomodidad, él le puso la otra mano en el hombro, soltándola con igual brusquedad y volviéndose hacia Haral y Hilfy, para encararse finalmente de nuevo con ella. Está loco, pensó Pyanfar, y luego pensó en los kif y le pareció que tenía cierta justificación para actuar de modo extraño.

—Te diré algo gratis —añadió—. Los kif te siguieron por el muelle de Punto de Encuentro hasta mi nave. Siguieron mi nave hasta Urtur y ahora aquí estamos, intentando mantenernos tan quietas y calladas que los kif no sean capaces de encontrarnos. Estamos intentando encontrar un modo para salir de aquí. Hay un kif en particular, al mando de una nave llamada Hinukku. Akukkakk…

—Akukkakk —repitió él como un eco, el cuerpo súbitamente envarado. El sonido le llegó en la voz del intruso, por la otra oreja. Sus pupilas se habían dilatado.

—Ah… Le conoces.

—Quiere llevarme su nave. Grande. Autoridad.

—Muy grande. Hay una palabra para los de su clase, ¿la conoces? Hakkikt… quiere decir que él caza y los demás recogen los pedazos que deja. Perdí algo en Punto de Encuentro: una nave hani y mi cargamento. Igual le ocurrió a ese gran hakkikt, ese kif grande y poderoso. Te escapaste. Tú lograste huir de él y, por lo tanto, en todo esto no busca sólo beneficio. Te quiere a ti, Tully, para arreglar las cuentas. Está en juego su orgullo y su reputación, lo que para un kif es como la misma vida. No piensa abandonar. ¿Sabes que intentó comprarte? Me ofreció oro, un montón de oro. Puede que incluso hubiera cumplido con su parte del trato y no hubiera intentado jugarme ninguna mala pasada posterior. Así podrás juzgar lo desesperado que está.

Los ojos de Tully fueron de ella hacia las demás y luego volvieron a Pyanfar.

—¿Tratas con él?

—No, Quiero algo a cambio de las vidas hani y el cargamento perdido. Quiero a ese gran hakkikt. ¿Me has oído, Tully?

—Sí —dijo Tully de pronto—. Yo quiero lo mismo.

—Tía… —protestó débilmente Hilfy.

—Quieres trabajar —dijo Pyanfar, ignorando la inquietud de su sobrina—. Ya habrá ocasión para ello. Pero debes esperar, Tully. Debes descansar. Cuando cambie la guardia te volveré a llamar. Comerás con nosotras. Comida, ¿entiendes? Pero antes debes descansar un poco, ¿me has oído? Si quieres trabajar en mi nave deberás obedecer antes mis órdenes. Seguir mis instrucciones. ¿Entendido?

—Sí —dijo él.

—Entonces, vete. Haral y Hilfy te llevarán otra vez abajo. Vete.

Con un gesto de asentimiento el intruso se dejó llevar por Hilfy y Haral sin que ninguna de ellas se volviera a mirarla mientras se iban. Tampoco el intruso la miró. Pyanfar se quedó viendo cómo se marchaban y de pronto descubrió que se estaba frotando inconscientemente la mano que él le había tocado.

Los gemidos de la canción knnn resonaron de nuevo en el comunicador. Los knnn eran vecinos de los kif, y eso valía la pena tenerlo en cuenta. Éste en particular resultaba más comunicativo de lo normal. Nadie había llegado a estar nunca demasiado seguro de cuántos sentidos tenían los knnn ni de qué les impulsaba a ir de una estrella a otra.

Pyanfar se volvió hacia la consola del comunicador y conectó la tecla de Grabación, haciendo pasar otra vez la canción por el traductor. No obtuvo más información que la vez anterior. La canción se detuvo de pronto, quedando sólo el incesante susurro del polvo. El sistema de Urtur se había vuelto repentinamente muy silencioso.

En el traductor se oía todavía algo de estática: la voz de Haral o la de Hilfy. Pero el Extraño permanecía callado mientras le conducían de nuevo a su camarote. La ponía algo nerviosa el no tenerlo delante para vigilarlo: quizás estaba loco después de todo. Quizá pensara suicidarse y dejarlas sin nada que enseñar del hallazgo, salvo un litigio con los kif. Y, después de todo, el único modo de impedirle que se matara sería tomar medidas que no aumentarían precisamente su buena voluntad hacia Pyanfar.

Pero la venganza era un buen propósito, algo que hacía la vida digna de ser vivida. Y Pyanfar le había ofrecido precisamente eso.

Recordó el rostro que había tenido tan cerca: sus ojos brillantes y algo enloquecidos, esa mano tan fría como algo que llevara una hora muerto, y se obligó a no olvidar que esa criatura había luchado sin ayuda contra un enemigo capaz de convertir a los stsho en gelatina temblorosa.

En sus rasgos se dibujó algo parecido a una sonrisa: un leve arquearse de los labios y un fruncimiento de nariz mientras contemplaba pensativa la imagen del telescopio.

No era posible evitar el enfrentamiento. No con ese príncipe kif, ese hakkikt Akukkakk cuya supervivencia personal dependía del Extraño: todos sus seguidores se volverían contra él si perdía la dignidad a causa del asunto. Era él quien había dejado que se le escapara el Extraño; quizás algún pequeño descuido, el viejo juego kif de atormentar a sus víctimas con promesas y amenazas, destrozando lentamente su voluntad. Un viejo juego; un juego que la raza hani entendía; algo irresistible para un kif, que se alimentaba con el miedo infligido a sus víctimas.

Akukkakk debía borrar ese molesto descuido cometido en Punto de Encuentro. Habría estado igualmente obligado a vengarse sólo con que le hubieran robado una baratija en el muelle, pero Tully, el Extraño, era mucho más. Una especie capaz de comunicarse y viajar por el espacio, desconocida hasta ahora, en tal posición que se había topado con los kif sin pasar antes por regiones más civilizadas… Los kif tenían nuevos vecinos.

Un posible peligro para ellos.

Una posible expansión de sus terrenos de caza en direcciones que nada tenían que ver con los mahendo’sat o los hani. Había mucho en juego, un premio increíblemente alto reposando sobre un pobre fugitivo solitario.

Antes de que esto hubiera terminado Urtur estaría a rebosar de kif.

Fue al armario de comunicaciones y empezó a buscar las piezas necesarias para montar un transmisor de cierta potencia. Luego despertó a Chur y la envió a las zonas más oscuras de la circunferencia de la Orgullo en busca de otras cosas.

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