La Orgullo abrió sus accesos en tanto que la Mahijiru se instalaba en el dique contiguo y Jik, a bordo de la Aja Jin, permanecía montando guardia con la proa hacia ese cuadrante del sistema por el que aún era posible la aparición de alguna nave kif. Nadie creía probable tal aparición pero, pese a todo, decidieron tomar precauciones al respecto.
La nave de los Extraños se posó lentamente en el muelle y se mostró perfectamente dispuesta a recibir visitantes, pero el proceso se vio algo retrasado por el hecho de que sus ocupantes no entendían ni el lenguaje ni los procedimientos habituales, careciendo al mismo tiempo de equipos compatibles con las instalaciones de la estación.
—A nuestro lado —se había limitado a decirles Pyanfar—, ¿Tenéis equipo de vídeo? Veréis cuatro abrazaderas; la escotilla debe quedar en el centro, ¿entendido? Debéis ir despacio y con mucho cuidado. Si tenéis algún problema paradlo todo y retroceded. Esperad a que llegue una nave pequeña de la estación para ayudaros en el atraque. ¿Lo habéis comprendido todo?
—Comprendido —le habían respondido a través del comunicador. Y la nave de los Extraños se acercó cautelosamente al muelle de la estación en tanto que sus ocupantes, sin duda, se hacían múltiples preguntas sobre los cascos destrozados de las naves kif y las señales de fuego reciente que se veían en esa zona de la estación.
Una de las cuadrillas del dique se encargó de establecer una línea directa de comunicación.
—Capitana —dijo Geran, con sus pupilas ambarinas casi echando chispas—, capitana, son Chur y Hilfy. ¡Las dos están ahí abajo!
—Ya —dijo Pyanfar sin dar excesivas muestras de emoción, ya que en ese mismo instante tenía a la nave de los Extraños parloteando en su otro oído pero sintiendo en sus entrañas una poderosa oleada de alivio, con el resultado final de que no escuchó gran cosa de lo que le estaban diciendo. Miró a su tripulación y luego a Tully, al que también se le habían iluminado los ojos al oír las noticias.
—Están a salvo —le medio preguntó, medio afirmó Tully—. ¿Chur y Hilfy?
—Vamos a salir —dijo Pyanfar, apartándose de los controles—. Vamos a salir todas de aquí, por los dioses. —Se puso en pie y recordó la cinta que habían estado grabando durante el regreso. La cogió y se la metió en el bolsillo—. Vamos.
Salieron del puente y recorrieron el pasillo a toda prisa, cogiendo el ascensor y luego yendo hasta la escotilla. Sí hubo un momento en el que pareciera adecuado echar a correr de pura alegría, sin duda debió ser durante ese interminable trayecto por la rampa; pero Pyanfar logró mantener el paso relativamente tranquilo hasta encontrarse en el muelle ennegrecido por el fuego, donde grupos de hani armadas montaban guardia.
Chur, Hilfy, algunos miembros del grupo de Chanur. Oh, dioses, Hilfy llevaba un vendaje manchado de sangre en el costado y se apoyaba en Chur, que, a su vez, llevaba un brazo en cabestrillo; pero las dos estaban sonriendo, lo cual parecía indicar que al menos tenían las fuerzas suficientes para ello. Chur le dio un apretón a Geran utilizando sólo el brazo bueno y Pyanfar agarró a Hilfy por los hombros, clavando sus ojos en los de ella. Hilfy tenía la nariz bastante pálida y el fruncimiento de sus labios delataba el dolor que sentía, pero sus ojos brillaban y no había agachado las orejas ni un solo segundo.
—Les cogimos —dijo Hilfy con voz ronca—. Logramos pillarles por detrás del muelle mientras que otro grupo cruzaba por el núcleo de la estación y les hacían salir de sus refugios. Luego creo que recibieron algún tipo de orden porque parecieron volverse locos intentando regresar a sus naves, Ése fue el problema principal. Una nave logró huir. Al resto las cogimos.
—¿Y Khym?
Hilfy se volvió con evidente dificultad y señaló a una figura empequeñecida por la distancia, al otro extremo del muelle.
—Na Khym logró acabar con el que me hirió, gracias a los dioses.
—Se le echó encima con las manos desnudas —dijo Chur—. Dijo que no lograría hacer blanco jamás con un arma. Cruzó el muelle como un rayo y cayó sobre esos kif y, dioses, eran cinco pero no consiguieron más que chamuscarle un poco. Creo que jamás habían visto a un hani de ese tamaño. Dioses, fue algo digno de presenciar. Salieron corriendo de su escondite, dando gritos, y fue fácil encargarse de ellos después.
Pyanfar miró hacia la figura lejana, sintiendo una mezcla de tristeza y orgullo al ver su rígida inmovilidad. Sentía orgullo por lo que había hecho (ah, Khym, que nunca había servido para combatir…) y tristeza al verla en ese estado y pensar en su futuro.
Dioses, si al menos le hubieran matado; si le hubieran dado lo que su hijo no tuvo la piedad y el coraje necesarios para darle.
O quizá Kara se había dado cuenta de que no podía matarle, de que cuando Khym Mahn se encontraba con la espalda contra la pared se convertía en un Khym muy distinto.
—Voy a ver cómo está —dijo—. Tendremos que llevaros al hospital de la estación.
—Perdón, capitana, pero el hospital de la estación está abarrotado —dijo Hilfy—. Rhean se encuentra bastante mal y Ginas Llun tampoco se encuentra nada bien, así como muchas otras.
—Hilan Faha y su tripulación… —dijo Chur—… han muerto, capitana. Todas. Encabezaron el ataque al centro, insistieron en ello, Creo que sentían vergüenza, que les avergonzaba el tipo de amistades que habían hecho en los últimos tiempos.
—Entonces, que los dioses cuiden de ellas —dijo Pyanfar después de guardar silencio unos segundos.
—Las Tañar… —dijo Hilfy con amargura—… bueno, lograron llegar a la Luna Creciente y se apresuraron a saltar. Salieron corriendo, eso es lo que dicen ahora en la estación… pero las Faha no quisieron ir con ellas.
—Ése será su final —dijo Pyanfar—. Cuando se enteren de esa historia en Enafy, ni Kahi Tahar ni sus partidarias podrán mostrar sus rostros en Chanur o en cualquier otro lugar.
—Hani —gritó una voz mahe y unos momentos después apareció Dientes-de-oro y su tripulación, una docena de mahendo’sat de oscuro pelaje con rifles, que pareció sumergirles como una marea por su número y elevada talla. Dientes-de-oro cogió a Pyanfar por el brazo y se lo apretó hasta que unas garras le recordaron de pronto las precauciones necesarias para tratar con una hani. El mahe sonrió y le dio una sonora palmada en el hombro—. Tenías ayuda primera clase, ¿no dije yo a ti?
Las hani del muelle se habían quedado algo boquiabiertas ante semejantes muestras de familiaridad, casi tanto como su tripulación. Pyanfar agachó las orejas, incómoda, y recordó algo avergonzada todo lo que le debían a Dientes-de-oro y su poco elegante tripulación, lo que tuvo la virtud de hacerle erguir las orejas de inmediato. Más aún, entrelazó su brazo con el del larguirucho mahe, decidiendo que todas las espectadoras del muelle merecían tener algo realmente digno de verse.
—Ayuda de primera clase, sí —le dijo.
—Tenemos trato —dijo Dientes-de-oro—. Tenemos amigo Jik necesitando reparaciones, igual que tú necesitar en Kirdu. Chanur arreglar, ¿a?
—Maldito seas tú y…
—Tenemos trato.
—Sí, tenemos trato —acabó admitiendo Pyanfar, debiendo soportar a causa de ello otro golpe en el hombro. Miró a Tully, pensando en la contabilidad de Chanur, en todas sus deudas y créditos, y se encontró con que Tully la estaba mirando con un fulgor de adoración en sus pálidas pupilas. Detrás de él se desplegó una rampa de acceso y por ella empezó a bajar la tripulación de la nave Extraña, todo un asombroso muestrario de criaturas como él que iban desde lo oscuro hasta lo pálido con bastantes tonalidades intermedias—. Tully… —le dijo Pyanfar, indicándole con los ojos que mirara, y Tully siguió la dirección de su mirada.
Pareció quedarse paralizado y luego echó a correr hacia ellos, vestido al estilo hani y, para un observador poco avezado, susceptible de ser tomado por un hani, para confundirse con sus camaradas, que iban afeitados y llevaban la melena muy recortada, cubiertos de pies a cabeza con extraños atuendos que se pegaban a su cuerpo. Sus camaradas abrieron los brazos para recibirle y Tully intentó abrazarles a todos al mismo tiempo, mientras que ellos intentaban hablar al unísono en su extraño e ininteligible idioma, armando tal jaleo que el muelle se inundó de ecos.
Bien, se va, pensó Pyanfar con una extraña tristeza y, con una cierta ansiedad egoísta ante la idea de que un contacto tan valioso pudiera escapársele de las manos para acabar en otras, quizás en las de la casa Llun, que por todos los dioses, estaría muy ansiosa esperando echarle las garras encima, por no hablar de Kanamm, Sanuum y el resto de rivales del puerto. Pyanfar dejó ir el brazo de Dientes-de-oro y cruzó el muelle hacia el grupo, con su tripulación yendo detrás. Tully y sus congéneres habían recorrido ya un cierto trecho cuando él se dio cuenta de que Pyanfar venía detrás y, sin vacilar ni un segundo, regresó corriendo hasta ella y le apretó el brazo con una alegría casi febril.
—Amigo —dijo, utilizando su mejor pronunciación, y llevando casi a rastras la nada convencida mano de Pyanfar hasta la de un Extraño canoso cuyo rostro sin vello era casi tan arrugado como el de un kif y tenía el color leonado de un hani.
El capitán, pensó ella, guiándose por su aparente edad. Se dejó estrechar los dedos con las garras cuidadosamente ocultas, le hizo una reverencia y obtuvo a cambio una inclinación llena de cortesía. Tully habló a toda velocidad en su propia lengua y fue señalando con el dedo a todo el grupo de Pyanfar, pronunciando sus nombres en su lengua, indicando luego a los mahendo’sat sin tanta oratoria, como si se limitara ahora a designar su especie.
—Quiere hablar —logró decir luego Tully en hani—. Quiere entender ti.
Pyanfar agitó velozmente las orejas, viendo que después de todo quizá tuviera ocasión de lograr algún beneficio de todo esto. Logró adoptar su expresión más agradable con un tenaz esfuerzo de voluntad y les miró: dioses, había algunos realmente extraños. Variaban mucho tanto en peso como en estatura y había dos tipos radicalmente distintos entre ellos. Eran hembras, comprendió de pronto sorprendida: si Tully era un macho, entonces ese tipo tan fuera de lo corriente debía ser el de la hembra.
—Nosotros hablamos —dijo, de pronto, Dientes-de-oro—. Mahe también trato.
—Amiga —le dijo Pyanfar al grupo de Extraños, en lo que resultaba su mejor imitación de su lenguaje. Tully se vio obligado a traducir lo que había dicho pero el esfuerzo obtuvo, pese a todo, cierto resultado simbólico—. Voy a vuestra nave —dijo, rebuscado en el aún limitado vocabulario hani de Tully—. Vuestra nave. Hablar.
—Yo voy también —dijo Dientes-de-oro con expresión tozuda, nada dispuesto a permitir que le dejaran fuera del asunto, Tully tradujo sus palabras.
—Sí —dijo luego Tully, traduciendo la respuesta con una ancha sonrisa—. Amigo. Todos amigos.
—Haciendo tratos igual que un mahe… —murmuró Pyanfar. Pero, después de todo, el arreglo le convenía bastante. Empezó a imaginar planes en los que entraba alquilar las dos naves mahe con vistas a un viaje lleno de beneficios.
—Capitana… —dijo Haral, tocándole levemente el brazo y señalándole un grupo de siluetas que se aproximaban por uno de los pasillos que daban al muelle.
Un grupo de Llun, encabezados por Kifas Llun en persona, dispuesto a enfrentarse a la nada acostumbrada visita recién llegada a la estación de Gaohn, seguido por unos cuantos empleados y altos cargos vestidos de negro.
Pyanfar estaba segura de que le pedirían la cinta del traductor.
—Amigas —dijo mirando a Tully con aire tranquilo y metiéndose las manos en el cinturón. Tully dejó de contemplar el grupo que se aproximaba con aire inquieto y se apresuró a transmitir la noticia a sus camaradas.
—Hilfy —dijo Pyanfar—, Chur no hace falta que aguantéis todo esto. Id a la nave. Geran, acompáñalas y cuida de ellas.
—De acuerdo —dijo Geran enseguida—. Venid las dos.
Sin ningún intento de protesta, Chur y Hilfy se alejaron detrás de Geran quedándose sólo el tiempo necesario para que Tully les cogiera la mano brevemente, como si temiera algún acontecimiento futuro que le impediría volver a encontrarse con ellas.
Dioses, en ese instante no sentía el menor deseo de tratar con la casa Llun ni con nadie. Le dolían las rodillas y sentía pinchazos en todo el cuerpo por falta de sueño: estaba agotada. Tenía la impresión de haber encogido después de Kirdu, como si hubiera perdido años de vida en esos instantes, y tenía la impresión de que todos, Tully incluido, sentían lo mismo. Quería…
Quería tiempo para hablar con el resto de su casa, para saber si había alguien más herido, para llamar a Kohan.
Y tenía que pensar en cómo hablaría a Khym. Para hacer algo que pudiera aliviar un poco su miseria actual, pese a lo que pudieran pensar y decir los demás.
—Geran —le gritó al trío que ya estaba un poco alejado—, recoge también a Khym. Llévale a bordo y cuida de él. Dile que ha sido cosa mía. Un leve movimiento de orejas.
—Bien —dijo Geran, yendo hacia donde estaba Khym en tanto que Hilfy y Chur la esperaban inmóviles. Pyanfar se volvió hacia el grupo de Llun con su más deslumbrante sonrisa, sacó la cinta de su bolsillo y se la entregó a Kifas sin perder ni un segundo, sonriendo durante todo el tiempo.
—Registramos a estos amables Extraños como invitados en la estación de Gaohn —dijo Pyanfar—, bajo la protección y el patrocinio de la casa de Chanur.
—¿Aliados, ker Chanur? —Una sombra de sospecha cruzó por los rasgos de Kifas Llun—. Nada de lo que pueda decir la casa Tahar tiene ahora el menor peso entre nosotras pero… ¿les hiciste venir hasta aquí?
—No, por todos los dioses. Fueron los knnn. Supongo que debían de estar ya hartos de que los kif se metieran en su espacio propio y al encontrar a estos Extraños en las inmediaciones de su zona decidieron, siguiendo su peculiar modo de pensar, preocuparse de que encontraran algún ciudadano del Pacto con buena reputación y una biología similar. Para ello se apoderaron de su nave utilizando la sincronía y luego se llevaron del mismo modo al hakkikt, lo que espero les dé incontables alegrías y placeres. Como bien sabes, ker Llun, son comerciantes… a su modo. Apostaría a que nuestros amigos, aquí presentes, no saben todavía demasiado bien lo que les ha ocurrido, si están muy lejos de su hogar o cómo llegaron hasta aquí. Debieron tomar drogas para soportar los saltos que tardaron en transportarles y sólo los dioses saben cuántos fueron necesarios y cuál era su punto original de partida.
—Presentadnos —dijo Kifas Llun.
—Debo recordaros —dijo Pyanfar—, que tanto nosotras como ellos hemos pasado por bastantes penalidades y no estamos en condiciones de soportar ninguna ceremonia excesivamente prolongada. Son invitados y huéspedes de Chanur; los he puesto bajo mi protección y me siento responsable de que obtengan el reposo necesario pero… naturalmente, firmarán los papeles de registro adecuados.
—Primero, las presentaciones —dijo Kifas Llun con voz seca, siendo demasiado vieja y sabía para dejarse engañar por toda la palabrería de Pyanfar.
—Tully —dijo Pyanfar—, condenado seas, tienes demasiados amigos.
Las formalidades resultaron, tal y como había esperado, un calvario que puso a prueba la buena disposición de todas las partes implicadas, aunque la peor parte resultó ser la interminable visita a las oficinas de la estación. Por respeto a las pérdidas sufridas en la última contienda y en atención a que ciertos estados de ánimo rozaban peligrosamente lo hipersensible, así como al hecho de que por una vez entre mil bastantes miembros de la especie hani habían logrado cooperar sin tener en cuenta la casa o provincia a la que pertenecían y dicho espíritu de cooperación no se había desvanecido por completo, no hubo ningún incidente desagradable.
Luego llegó el momento de mostrar la gratitud debida a Dientes-de-oro y sus naves mahe, a las que se concedieron los privilegios de la estación y tas reparaciones que necesitaban. La estación de Gaohn estaba más que dispuesta a compartir la factura con Chanur y no veía el momento de meter a la Aja Jin en los astilleros, para que durante las reparaciones fuera posible estudiarla y analizarla. Los mahendo’sat se encontraban evidentemente satisfechos con la situación y Pyanfar pensó que tos bastardos peludos iban a reventar de felicidad, sintiendo cierta irritación (como buena hani) ante la desagradable evidencia de que los mahendo’sat iban siempre por delante de su especie y que su tecnología, que les había llevado hasta et espacio, seguía siendo la responsable en esos momentos de que aún tuvieran un lugar que ocupar en él. Al menos los mahendo’sat no parecían demasiado incómodos ante la idea de que sus aliadas le echaran un buen vistazo a sus nuevas naves; pero, bueno, maldito fuera el Maestre y su peluche con él.
La estación sentía igualmente grandes deseos de echarle un vistazo a la nave de los Extraños y, sin duda, éstos sentían bastantes sospechas por ello y por todo lo demás pero la petición resultaba francamente justa en esos momentos y podían acceder a ella sin demasiados problemas.
Pues, de momento y a electos prácticos, se habían perdido.
—Encontramos hogar —dijo Tully—, no lejos de Punto de Encuentro. Ya sabes. Tus registros, los instrumentos de tu nave, nos ayudarán.
—No será difícil —le replicó Pyanfar—. Sólo necesitamos hacer pasar vuestros datos al traductor y luego acoplaremos nuestros mapas respectivos, ¿entiendes? Enseguida descubriremos la respuesta.
—Mahendo’sat —dijo Dientes-de-oro—, tienen idea primera clase sobre dónde encontrar espacio de Tully. Mapas de primera clase.
Sí, pensó Pyanfar, realmente tenía demasiados amigos.
Tully partió finalmente para ocuparse de sus propios asuntos, no sin darle un buen apretón de brazos antes a Haral y Tirun, y uno más fuerte aún a la propia Pyanfar, tras estrechar enérgicamente la mano de Dientes-de-oro y de Kifas Llun, entre otras: Pyanfar pensó que ahora Tully debía ocupar una posición de importancia entre los suyos, dado que sabía muchas cosas que ellos ignoraban y poseía amistades poderosas y de gran utilidad. Pyanfar pensó igualmente que se lo merecía, recordando aquel pobre ser envuelto en mantas que se había agazapado en un rincón de los lavabos.
Hizo una breve llamada a Kohan (sentía que la voz se le estaba poniendo ronca y le temblaban las rodillas) pero valió la pena: oír que las cosas se habían arreglado resultaba tranquilizador, así como enterarse de que Kohan había tomado por fin una comida decente y que en la mansión volvía a reinar un poco el orden.
Mientras su mundo había estado bajo la amenaza de los cañones kif, habían limpiado la casa y luego prepararon una buena comida y empezaron a encargarse de repoblar el jardín. Pyanfar sintió cómo se le abatían las orejas al pensar en lo poco real que resultaba el universo para todos los miembros de la raza hani que vivían en su planeta, incapaces ni tan siquiera de llegar a concebir lo que estuvo a punto de ocurrirles. Al oír hablar de los graves daños sufridos por la estación les parecía oír que en algún lugar remoto del globo había tenido lugar un terremoto: meneaban la cabeza en simpatía y lo lamentaban pero no tenían ninguna sensación personal de pérdida (sí, naturalmente, sentían cierta preocupación por su parentela), aunque luego, una vez en el planeta, hubiera muchos abrazos y expresiones de simpatía. Pero eran capaces de restaurar el orden de su mundo plantando nuevos esquejes en el jardín y preparando la comida de Kohan.
An, que los dioses cuidaran bien de ellos.
Usando sus últimas reservas de fuerza fue hasta el hospital para ver a las heridas de Chanur, porque ocupaba la primera posición en la casa y eso tenía bastante significado para ellas; porque debía ser cortés con Rhean, que estaba sentada junto a sus propias bajas; porque el recibir noticias del hogar sería un consuelo para ellas, ya que no pertenecían a las tripulaciones y no se habían olvidado del planeta y eran capaces de comprender lo necesario que era arreglar una vez más el jardín.
Luego se puso en contacto con la oficina central de la estación, asegurándose de que las Rau habían logrado encontrar un modo de volver a su nave: un pequeño carguero se había ofrecido a llevarlas hasta allí.
Y por último ella, con Haral y Tirun detrás, recorrió el largo camino que había hasta la Orgullo, sintiendo que con el sencillísimo acto de poner un pie a continuación del otro estaba llegando al límite de su resistencia. Cojeaba y se dio cuenta de que, sin saber cómo, había logrado partirse una garra. Pero deseaba con tal fervor un baño, la cama y el desayuno cuando despertara que no le importó demasiado.
Sin embargo, cuando estuvo a bordo de la Orgullo aún hizo una cosa más: pasó por la enfermería a ver qué tal estaban Hilfy y Chur, para encontrarlas cómodamente dormidas en sus catres, casi tocándose en el diminuto compartimiento, en tanto que Geran dormitaba sentada junto a la puerta.
Geran despertó al sentir la sombra de Pyanfar sobre su rostro y empezó a murmurar disculpas con los ojos hinchados por el suelo. Pyanfar le hizo un gesto de que no importaba y en ese mismo instante Tirun y Haral se asomaron al hueco de la puerta como dos fantasmas agotados.
—¿Y Khym? —dijo Pyanfar, notando de pronto su ausencia.
—Un catre en el lavabo —dijo Geran—. Capitana, yo… se negó a instalarse en el camarote de Hilfy, a pesar de que ella insistió mucho.
—Ya —Pyanfar se acercó a Chur y luego a Hilfy, notando que tenían los rasgos relajados y dormían con toda normalidad.
—¿Alguna orden? —preguntó Haral, aparentemente temiendo lo peor.
—Dormid —le dijo Pyanfar desde el umbral, disponiéndose a salir, y las dos hermanas se dispusieron a obedecerla con el rostro bastante alegre.
Pyanfar recorrió el pasillo que conducía hasta el lavabo y abrió la puerta.
Khym estaba envuelto en un gran montón de mantas y dormía profundamente. Uno de sus ojos estaba cubierto por un vendaje pero el otro se abrió, enfocándose sobre Pyanfar. Khym se removió en el catre, medio incorporándose y Pyanfar vio que le habían curado las terribles heridas de sus pobres orejas, al igual que los profundos arañazos de sus brazos y espalda. Había zonas donde le faltaba el vello y tanto su barba como su melena parecían haber sufrido el asalto de un vendaval, revelando los sitios donde habían tenido que afeitarle para curar los arañazos.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó.
—Ker Geran me ha metido tal cantidad de antibióticos dentro que ahora debo ser inmortal.
Su eterno humor, aunque sonaba algo apagado. Pyanfar se dejó caer en un extremo del catre y trató de poner buena cara, al igual que lo hacía Khym, por muy fea que fuera la situación. Alargó la mano y le golpeó levemente la rodilla.
—He oído decir que dejaste sin aliento a todos esos kif.
Khym se encogió de hombros, agitando las orejas como para no darle importancia a todo eso.
—Ya has visto una estación —le dijo Pyanfar—. ¿Qué te parece?
Sus orejas se enderezaron de golpe.
—Que valía la pena verla.
—Cuando hayamos recuperado un poco el sueño pendiente te enseñaré la nave.
—Ya sabes que no puedo permanecer aquí. Tendrás que encontrar un pasaje para mí en el trasbordador de mañana.
—¿Por qué no puedes quedarte?
Khym lanzó una risita algo sorprendida.
—Porque tanto la casa Llun como las demás dirán que no puedo, ésa es la razón. No hay muchos señores tan tolerantes como na Kohan…
, —Así que la estación es su territorio, bien… Pensé que quizá pudieras llegar a considerar la conveniencia de permanecer un tiempo en el mío. En la Orgullo.
—Dioses, entonces…
—…entonces, ¿qué harían? ¿Hablar por los codos? Por los dioses, Khym, si puedo transportar a un Extraño del sexo masculino desde un extremo del Pacto hasta el otro y sobrevivo a ello, estoy condenadamente segura de que sabré salir con bien de sus comadrees. En estos momentos una Chanur puede permitirse el lujo de hacer lo que le venga en gana. Ese Extraño es un premio de primera categoría y nos ha proporcionado unos contactos que costará años el explorar a fondo. Puedo entendérmelas bien con Tully, así como con los mahendo’sat y haré un trato sin precedentes, Khym. ¿Quién va a enterarse de tu presencia a bordo y quién va a escandalizarse por ello una vez que no estemos en el territorio de siempre? ¿Crees que a los mahendo’sat les importan algo las costumbres hani? No, en lo más mínimo.
—Na Kohan…
—¿Es asunto suyo? Tú eres cosa mía, como siempre lo fuiste; te dejó quedarte en las tierras de Chanur, ¿no? Si llegó a consentir eso, entonces aún le preocupará menos el que te encuentres unos cuantos años luz más lejos a bordo de una nave Chanur. Y en este mismo instante, lo que deseo es… Bueno, Kohan va a tener mucha paciencia con mis deseos.
Khym estaba escuchando atentamente, con tas orejas tan erguidas que realmente le faltaba muy poco para estremecerse.
—Eso es lo que tú piensas, ¿no?
—¿Qué pueden ofrecerte en nuestro mundo? ¿Santuario? ¡Bah! ¿Piensas acaso que te volverías loco a bordo de una nave? ¿Te comportarías de un modo poco estable? ¿Causarías problemas con la tripulación?
—No —acabó diciendo él unos segundos después. Y luego añadió—: Oh, maldita sea, Pyanfar, no puedes hacer algo semejante.
—¿Tienes miedo, Khym?
Sus orejas se abatieron de golpe.
—No. Pero debo pensar en ti. Sé muy bien lo que intentas hacer pero no puedes luchar contra algo tan establecido. Es el tiempo, Pyanfar, nos hacemos viejos. Los jóvenes deben tener su momento y contra el tiempo no se puede luchar.
—Hemos nacido y vivido luchando con él.
Khym se quedó callado durante un tiempo y sus orejas se fueron enderezando muy lentamente.
—Un viaje, si la tripulación no tiene nada que objetar. Quizás uno…
—Tendremos que esperar un poco en el muelle mientras nos arreglan la propulsión. Habrá que solventar un montón de pequeños problemas y luego saldremos de nuevo. Esta vez el viaje será muy largo.
Khym la contempló con el ceño fruncido.
—Ahí fuera todo es distinto —le dijo Pyanfar—. Las costumbres no se parecen en nada a las nuestras, nada es como una sola especie cree que es. Lo bueno y lo malo nunca son iguales, y tampoco lo son las formas de comportarse. Debo decirte algo —Pyanfar sacó una garra y le tocó levemente el pecho—. En nuestro mundo lo único que desean es que nada ponga en peligro sus preciosas casas y sus costumbres. Y nada más. No se preocupan demasiado de lo que hagamos mientras las mercancías sigan llegando con bien y no suban de precio hasta las nubes; y mientras no pongamos demasiado públicamente en ridículo a nuestra casa, tanto da lo que hagamos. Kara sufrirá un poco, claro, pero no se va a morir por ello. Cuando la Orgullo esté a unos cuantos años luz de distancia, quizás acabemos imponiendo una nueva moda. Quién sabe…
—Soñadora —dijo Khym.
Pyanfar se puso en pie, agitó levemente las orejas y esperó el tiempo necesario para que Khym volviera a dormirse. Luego salió de la habitación con paso vacilante y suponiendo que aún le quedaba la resistencia necesaria para llegar hasta su camarote primero y luego hasta el baño y la cama, estrictamente en ese orden.
Tully pasó una temporada muy agitada ocupándose de sus camaradas y visitando con bastante frecuencia la Orgullo. Para sorpresa de Pyanfar, no llegó a cortarse la melena y no se quitó la barba, sin adoptar tampoco el estilo indumentario de su raza: llevaba zapatos, sí, pero ahí terminaba todo.
Pyanfar pensó que lo hacía para mantener las apariencias y en recuerdo respetuoso de los consejos que ella le había dado en su momento, así como para mantener la buena opinión de la Llun (y la de Chanur también, ya que hicieron una breve visita al planeta para permitir que Kohan pasara algún tiempo con su hija favorita y pudiera echarle un rápido vistazo a los invitados que se encontraban bajo su protección). Tully se encontraba radiante: sonreía, llegando a la carcajada de vez en cuando, y se movía con una zancada briosa que en él resultaba francamente extraña. Acompañó a un solemne trío de camaradas suyos a bordo de la Orgullo para que tomaran notas y a la reunión asistió Dientes-de-oro, trayendo sus propios registros de viaje, formulándose durante ella una buena cantidad de preguntas e intercambiando los datos necesarios para permitirles elaborar algunas referencias comunes de navegación.
Sus congéneres entraron en la Orgullo frunciendo el ceño con cierta sospecha en el rostro, pero no tardaron en dejar de hacerlo cuando se enteraron exactamente de don de se hallaba su mundo natal: a medio camino entre el espacio knnn y el de los kif.
—Tenemos centro —dijo Tully con entusiasmo, clavando el dedo sobre el mapa que mostraba el territorio hani y el de los mahendo’sat, abarcando luego con una mano el extremo de la zona hani-mahendo’sat y con otra el dominio de su propia especie, dejando de tal modo a los kif limpiamente pillados entre sus dos manos. Y después, con gran lentitud, movió sus dos manos hasta unirlas—. Así, cogidos.
Vaya, vaya, vaya, pensó Pyanfar, en tanto que sus labios formaban involuntariamente una mueca más bien feroz y su nariz se arrugaba de placer.
Un tiempo después Tully volvió con los suyos y la escotilla se cerró por última vez, a lo cual siguió el despegue de la nave Extraña y su salida de Gaohn. La nave se llamaba Ulises, lo que según Tully quería decir Viajes-Lejanos. Su tripulación era de unos cincuenta y Pyanfar no llegó nunca a tener claro si había relaciones de parentesco entre ellos o no.
Una vez que la Ulises hubo despegado, Pyanfar volvió a través del muelle dirigiéndose hacia la Orgullo para seguir su mismo curso: esta vez la carga no sería demasiado grande, sólo algunos artículos que resultaban interesantes para la especie de Tully. Quizás al final del viaje tuviera ocasión de verle nuevamente pero, claro, las cosas serían muy distintas. Tully se encontraba ahora entre los suyos y tenía todo el derecho del mundo a sentirse feliz por ello: desde luego, no sería Pyanfar quien pensara reprochárselo.
Tenía bastantes planes para utilizar la amistad de Tully, al igual que la del capitán de esa Viajes-Lejanos. Naturalmente, también Dientes-de-oro tenía planes similares y su esbelta nave, ya reparada, iba a acompañarles en su viaje, en tanto que Jik volvía (indudablemente, para informar de todo lo ocurrido al Stasteburana) y los mahendo’sat se devanaban los sesos intentando imaginar un buen modo de robarle a una hani tan honesta como Pyanfar los acuerdos que había logrado hacer en exclusiva.
Pero en ese encuentro, al menos, los dos bandos estarían igualados.