Para las naves que recorrían incesantemente el sistema como bestias de carga no había rampas de acceso: sólo un tubo oscuro que conducía directamente desde el muelle al interior de la nave, frío y con muy poca iluminación. La capitana Rau entró en primer lugar, llamando con un grito a su tripulación, que respondió rápidamente con un ruidoso estruendo de pies sobre las placas metálicas desprovistas de protección. El aire olía mal y resultaba difícil respirar. Pyanfar entró en la nave unos segundos después que la capitana de la Suerte y al agachar la cabeza en la escotilla se apoyó con la mano en el metal, retirándola luego cubierta de minúsculas gotitas; en los sistemas de reciclaje debía haber algún cierre a punto de romperse. Sólo los dioses sabían con qué margen de eficiencia trabajaban ahí los sistemas vitales. Pyanfar pasó junto a hileras de compartimientos cerrados y llegó al foso de control, confiando en Haral y Chur para que se ocuparan de instalar el resto del grupo.
—¿Nombre? —le preguntó a la capitana Rau, instalándose en uno de los asientos del foso y hundiéndose hasta la cintura, evitando por un pelo las pantallas que colgaban por encima de éste.
—Nerafy —dijo la capitana, señalando con un gesto hacia otras dos hani, que Pyanfar supuso debían ser su copiloto y su navegante, las cuales estaban entrando por el otro lado del foso—, Tamy, Kihany.
—Tenemos escolta —dijo Pyanfar—. Los mahe se encargarán de que lleguemos hasta allí y podarnos volver; así que en marcha. No podemos seguir perdiendo el tiempo. ¿Es posible disponer de comunicaciones?
—Nos iremos ahora mismo —dijo Nerafy, hundiéndose en el almohadillado de su asiento. La escotilla se cerró con un golpe ensordecedor—. Kihany, vamos hacia Anuurn. Ocúpate de que la capitana tenga un enlace de comunicación disponible.
El campo repulsor desapareció de pronto y Pyanfar fue hasta el tablero de comunicaciones y navegación, agarrándose de un respaldo a otro. Una vez allí se afianzó con manos y pies en el tablero para examinarlo.
—Quiero una transmisión constante con la Aja Jin —dijo, ignorando la gravedad que se esforzaba por echarla hacia atrás—. Nave mahe. Debo hablar con ella antes de partir.
Un instante después una voz mahe chisporroteó en el tablero. La Suerte de Rau empezó a maniobrar y por unos segundos se quedaron sin gravedad, recuperándola después.
—Aja Jin, ¿nos tienes bajo observación? Quiero que sigáis esta señal y nos localicéis.
—Localizada —respondió la voz, tranquilizándola un poco—. Localizada, observamos.
—Corto —dijo Pyanfar. Cerró la transmisión, no deseando mantener conversaciones demasiado largas con kif cerca para poder oírlas. Sosteniendo el micrófono en la mano tocó con la otra el hombro de la navegante, frenéticamente ocupada con su tablero—. Siguiente llamada: satélite a estación de superficie en la región de Enafy, área 34, número local 2-576-98. Habla con cualquier hani que te responda.
La navegante se volvió a mirarla fugazmente, con ojos más bien desesperados, le traspasó sus funciones a la copiloto y se puso al trabajo sin hacerle ninguna pregunta ni ponerle impedimentos.
—¿Dónde vamos a posarnos? —le preguntó la copiloto.
—Primero tenemos que llegar hasta allí —dijo Nerafy—. Estamos efectuando una misión de rescate y la velocidad es lo principal.
—Coordenadas del mapa 54.32/23.12 —dijo Pyanfar, escuchando las transmisiones del tablero. Estaban en contacto con Enafy. Unos segundos después la navegante le hizo una seña y Pyanfar se puso el auricular levantando el micro hasta sus labios—. Chanur —dijo, temblando un poco pero solamente a causa del frío—. ¿Estoy hablando con Chanur?
—Aquí Chanur —dijo una voz desde el planeta, lejana y casi ininteligible a causa de la mala recepción—. Aquí Residencia de Chanur.
—Aquí Pyanfar. Vamos de camino, ¿Quién eres?
Un instante de silencio durante el cual Pyanfar creyó haber perdido el contacto.
—Es la tía Pyanfar —siseó débilmente en el micrófono la voz lejana—. ¡Por todos los dioses, corre, díselo a Jofan!
—¡No te preocupes ahora por Jofan, chiquilla! Busca a Kohan sin perder un segundo, ¿me has entendido?
—Tía Pyanfar, soy Nifas. Creo que ker Jofan vendrá enseguida. Las Tañar están aquí y el desafío de Mahn ya ha sido proclamado oficialmente, Kara Mahn se ha encargado de ello. De momento Faha es neutral, pero Huran sigue aquí. Araun y Pyruun han llamado diciendo que vendrían. Todas estamos aquí. Sabían… tía Jofan, es…
—Pyanfar. —Otra voz al micrófono—. Gracias a los dioses. Ven aquí de inmediato.
—Busca a Kohan, tráelo aquí. Quiero hablar con él.
—Está… —La voz de Jofan calló o quizá fuera un brusco estallido de interferencias—. Lo intentaré. Mantén el contacto.
—Lo mantendré —Pyanfar se tapó la boca con los dedos, sosteniendo aún el micrófono, moviéndose un poco para intentar aliviar el dolor de su cuerpo envarado: ahora ya estaban acelerando. El borde del foso de control se clavaba agudamente en su espalda. El cambio de postura la alivió un poco pero el esfuerzo estaba haciendo que le empezaran a temblar los músculos. Examinó las pantallas, viendo que algo se movía en ellas. Tenía la esperanza de que fuera la Aja Jin, y ojalá lo fuera.
—Pyanfar. —La voz, grave y profunda, pareció explotar en su oído pese a la estática. Era Kohan sin duda alguna—. Pyanfar.
—Kohan, voy en camino. Estoy a punto de llegar. ¿Cuánto tiempo nos queda, Kohan?
Un largo silencio.
—Kohan.
—Te esperaré. Creo que podré retrasar las cosas el tiempo suficiente.
—Pienso efectuar un aterrizaje directo. Quiero que te quedes en la casa y que no oigas ni veas nada. Tengo algo aquí, algo que encontrarás muy interesante.
—Ese Extraño.
—Veo que os han llegado las noticias.
—Tahar te acusó de varias cosas.
—Eso ya está arreglado. Está arreglado, ¿me entiendes?
Otro silencio, igualmente prolongado.
—Aún no he perdido la cabeza. Sabía que vendrías. Debía estar aquí por si les ocurría adelantarse al momento debido; tienen mucha prisa.
Pyanfar dejó escapar un largo suspiro.
—Bien. Has hecho bien. Sigue así.
—¿Dónde está Hilfy?
—Está bien. Bien y a salvo. Estoy a punto de llegar. Basta de charla, tenemos mucho que hacer. ¿Me has entendido?
Un lejano suspiro apenas audible a través de las interferencias.
—Haré que ese mocoso de Mahn reciba su merecido. —El suspiro se convirtió en lo que parecía una leve risita—. Me quedaré aquí, bebiendo efe y gozando de la sombra, hasta que le dé un ataque de nervios. Date prisa, Pyanfar. Te necesito aquí.
—Cierro —dijo ella y devolvió el micro al tablero, sintiendo cómo su brazo luchaba contra la aceleración. Al cesar en el esfuerzo se dio cuenta de lo larga que había sido la conversación y de lo fácil que habría resultado comprender quién viajaba en este cascarón metálico. La transmisión había sido dirigida directamente al satélite: quizá nadie la había recogido, pero…
—Todo va bien —dijo Nerafy.
—Voy a reunirme con mi tripulación —dijo Pyanfar. Cruzó nuevamente el pozo, apoyándose con los pies en las mamparas.
—Es mejor usar el cable de seguridad —le aconsejó la capitana.
Pyanfar lo encontró y, una vez que el pasador estuvo cerrado, lo cogió firmemente entre los dedos. Luego se lanzó a lo largo del pasillo central, pasando junto a paneles metálicos cubiertos de humedad y células de iluminación medio apagadas por el tiempo, sosteniendo con sus brazos una vez y media su peso corporal. Llegó por fin a la barrera almohadillada en que se encontraban las demás y Haral la recogió, consiguiendo con cierta dificultad hacerla pasar por encima del protector acolchado que cerraba el compartimiento. Ayudada por varios pares de manos, uno de ellos perteneciente a Tully, Pyanfar se derrumbó sobre los almohadones.
—Logré entrar en contacto y hablé con Kohan —jadeó, intentando desenredar sus miembros del confuso montón que ocupaba el compartimiento—. Intentará ganar tiempo.
El rostro de Hilfy. Pyanfar vio cómo una oleada de alivio reprimido inundaba sus rasgos y sintió cierta pena ante la muchacha que había entrado en la Orgullo aparentemente muchos años antes, convertida ahora en la mujer que tenía delante, capaz de autocontrolarse y medir cuidadosamente las posibilidades que les quedaban en su situación actual.
—También hablé con los mahe —dijo Pyanfar—. Siguen con nosotras —miró a Ginas Llun, que estaba medio escondida tras Chur y Haral, y ésta asintió, con las orejas pegadas al cráneo y los ojos llenos de nerviosismo—. No es necesario que nos acompañes en el viaje de regreso —prosiguió Pyanfar—. No hay razón alguna para eso, ker Llun. Nos ocuparemos de que llegues abajo sana y salva y eso será todo.
—Gracias —le respondió Ginas Llun con voz seca y algo despectiva.
—Capitana. —Haral le entregó unas raciones y una botella. Pyanfar dejó la botella en su regazo y abrió el paquete con una garra, sintiendo que las manos le temblaban a causa del esfuerzo prolongado que había hecho en el foso. Luego usó la misma garra para perforar el cierre de la botella y tomó un sorbo. La comida la ayudó un poco, aunque tragar resultaba difícil por el efecto de la aceleración. Con un gesto, ofreció parte de sus raciones a las demás.
—Ya hemos comido —dijo Chur. A lo largo del cable hubo una lenta agitación de cuerpos, a medida que todas intentaban instalarse lo más cómodamente posible. Tully intentaba hablar, expresándose con las manos y con su aún tosco vocabulario hani. Hilfy y Chur le respondían hablando con lentitud e intentando hacerse entender: estaban explicándole algo de la nave y su atmósfera, al parecer. Tully tenía frío. Chur y Hilfy le taparon lo mejor posible con sus cuerpos y eso pareció ayudarle un poco. Pyanfar miró por última vez a Haral y luego cerró los ojos, agotada por el esfuerzo físico y lo incómodo de su situación.
No podía hacer nada para remediarla; ni en la nave ni en el planeta. En esos momentos Kohan debía tener los nervios destrozados y a cada hora que fuera pasando, la tensión psíquica de mantenerse preparado para el desafío e irlo retrasando al mismo tiempo se haría peor, más agotadora, como si estuviera preparándose para saltar a un abismo y luego, llegado el instante decisivo, se apartara de él para empezar de nuevo. El esfuerzo de retroceder era el más difícil, el que sólo podía conseguirse con una férrea voluntad. Sólo los dioses sabían cuánto tiempo llevaban los nervios de Kohan soportando esa tensión; meses, quizá. Quizá desde la noche en que se fue Hilfy, quizás incluso antes, cuando se dio cuenta por primera vez de que Khym Mahn estaba planeando llegar al desafío. Al fin acabaría llegando a un punto en el que vomitaría el alimento y sería capaz de dormir, agotándose en interminables paseos de un lado a otro, manteniendo una tasa tan alta de adrenalina que en cuestión de días no sería más que piel y huesos. Huran y algunas otras se habían quedado con él y también estaban dos de sus hijos más jóvenes, los cuales no habían demostrado precisamente mucho sentido común quedándose a su lado, en vez de salir huyendo. Y luego estaban sus hijas, que debían estar realizando esfuerzos inauditos para lograr que comiera y durmiera lo más posible al acercarse el momento final. Hijas, compañeras y, contando a las capitanas, unas cuantas medio hermanas suyas, quizá las más dignas de confianza en todo et grupo. Pero también resultaba posible que algunos machos ya adultos de Chanur estuvieran volviendo del exilio, haciendo aún más tensa la situación, abandonando su retiro solitario, su vagabundeo o esas ocupaciones conocidas sólo por los dioses con que los machos de los santuarios llenaban sus vidas. Cuando había un desafío, siempre podía contarse con la presencia de machos semejantes, dispuestos a todo y altamente peligrosos, merodeando por el lugar a la espera de obtener algún provecho.
En cuanto al joven Kara Mahn, probablemente era bueno. Había conquistado las tierras de Khym, y éste había logrado sobrevivir hasta entonces más por ingenio que por fuerza. La última vez que vio a Kara le pareció que anunciaba tanto fuerza física como inteligencia: después de todo, poseía la sangre y el temperamento de un Chanur. Pyanfar maldijo su propia estupidez al haber buscado un compañero como Khym, con su residencia tranquila y apacible, escondida en las montañas como un jardín de ensueño. Khym la había dejado hablar y luego había calmado sus nervios, haciéndola reír con sus bromas. Sí, era el compañero ideal, incapaz de plantear amenaza alguna a los intereses de la casa Chanur. Pero, por todos los dioses, nunca se le había ocurrido pensar en lo que dejaba ahí detrás: su hijo, con toda la sangre y el espíritu de Chanur, de mayor tamaño y fuerza que cualquier otro descendiente habido por Khym con sus esposas locales, y que había heredado (si es que tales rasgas se heredaban) su tendencia a buscar líos y su propia ambición.
No había nada parecido a la lealtad familiar: ahora su hijo anhelaba de tal modo su herencia Chanur que estaba dispuesta a conseguirla como fuera.
Los filósofos hani llamaban a eso mejoramiento de la especie: churrau hanim. La muerte de los machos no era nada, un mero cambio; la especie han se ajustaba a ello y los sobrevivientes engendraban a la siguiente generación de jóvenes. Un macho era tan bueno como cualquier otro, siempre que sirviera de modo eficiente a ese propósito.
Pero eso no era cierto, por todos los dioses: había jóvenes temerarios capaces de vencer a un contrincante muy superior a ellos gracias a que éste se encontraba en un mal momento pasajero, y había desafíos, como el planteado ahora a la casa de Chanur, en el que la relación numérica entre los contrincantes no era de uno a uno.
Y a veces, a veces, por todos los dioses, alguien amaba a uno de los contrincantes.
Logró dormir un poco mientras la nave seguía acelerando: se encontraba en una situación física tan incómoda que el sueño resultaba el mejor refugio y durante toda la confusión del salto su cuerpo logró convencerse de que le tocaba descansar, por difícil que ello resultara.
Finalmente una nueva sensación logró arrancarla de su sopor: la falta de peso y alguien tirando de ella entre una neblina luminosa.
—Vamos a bajar —dijo Haral, y Pyanfar buscó un asidero más seguro para estar preparada.
El descenso resultó bastante brusco, algo que Pyanfar ya había esperado. No tenían la menor idea de qué forma tenía la nave, pero estaba claro que no era una de las lanzaderas con alas, capaces de bajar en un suave planeo. La nave descendió entre sacudidas y estruendo, machacando la médula de los huesos que transportaba y haciendo vibrar la piel, los tejidos y los ojos de sus ocupantes hasta que éstas, aturdidas, se creyeron incapaces de hacer nada que no fuera aportar medio inconscientes el descenso y desear con ansia que al fin se viera algo, que hubiera algo con que ocupar las manos y alguna actividad en la que fuera nuevamente posible pensar de modo coherente.
En uno de esos instantes Pyanfar se limitó a cerrar los ojos, intentando calcular su posición probable: había llegado a la conclusión de que odiaba ser una pasajera. Por fin el ruido fue aumentando y las fuerzas que sacudían su cuerpo fueron modificándose. Dioses, el ruido. Deseó fervorosamente que ese estruendo infernal fuera el de los soportes de aterrizaje.
Bajaban en línea recta y la nave vibraba, rítmicamente.
Uno de los soportes tocó el suelo, seguido luego por los demás: una fuerte sacudida y luego otras más leves, seguidas finalmente por el silencio.
Pyanfar agitó las orejas con la repentina sensación de haberse quedado sorda y se volvió hacia sus aturdidas compañeras de viaje. El lugar había cambiado: la sección de pasajeros había girado nuevamente sobre su eje y, tras reorientarse, el pasillo central volvía a estar en una posición que permitía andar por él.
—Fuera de aquí —dijo Pyanfar—, veamos dónde hemos aterrizado.
Hilfy abrió el brazo acolchado que cerraba el compartimiento y el grupo salió al pasillo. Los mecanismos hidráulicos estaban funcionando con bastante ruido y cuando llegaron al pozo de control se encontraron con que la luz solar entraba a chorros por la escotilla abierta, bañando el suelo metálico.
Mientras las demás iban saliendo, Pyanfar se quedó unos instantes más para darle las gracias a la capitana Rau, que estaba saliendo del pozo, una vez convencida de que su nave había aterrizado sin más problemas.
—Si quieres venir… —dijo Pyanfar—… bueno, serás bienvenida a las tierras de Chanur. Si prefieres quedarte aquí, te traeremos más pasajeras apenas sea posible.
—Esperaremos —dijo Nerafy Rau—, Hemos bajado tan cerca como pudimos del punto que nos diste, Chanur. Tendremos la nave lista para el despegue y os estaremos esperando.
—Bien —dijo ella, creyendo también que eso era lo más conveniente. Pyanfar pasó bajo los conductos y se agarró a la escalerilla retráctil, bajando por ella hasta el suelo rocoso sobre el que se habían posado, oscurecido ahora por la masa sombría y triangular de la nave. El aire olía a piedra quemada y metal caliente; el casco de la nave se iba enfriando con ocasionales chasquidos y un arbusto cercano humeaba levemente.
Por la sombra que arrojaba la nave, Pyanfar pensó que era casi mediodía. Se reunió con las demás y miró hacia donde señalaba Chur: un grupo de edificios recortados sobre el horizonte que formaban la Residencia de Chanur; con la de Faha aún más lejos. Y las montañas que alzaban sus formas azuladas a la derecha eran los dominios de Mahn. Sí, realmente habían bajado muy cerca del punto indicado.
—Venid —dijo Pyanfar. La brusca visión de todo ese espacio abierto le había dejado algo aturdida y al ponerse en marcha tuvo que fijar la vista cuidadosamente en el suelo rocoso para no caer. El horizonte parecía estar fuera de sitio y los colores—, dioses, los colores… El mundo parecía recubierto por una brillante capa de abigarradas tonalidades compuesta de mil materias distintas: los olores de la hierba y el polvo, el contacto cálido del viento en la piel. Le pareció que sería capaz de emborracharse sólo con eso, como si ya fuera incapaz de soportar tantas sensaciones juntas. El espectáculo le hizo vacilar por un instante bajo un pánico irracional, como si hubiera caído de una realidad a otra.
—No estamos demasiado lejos —dijo Hilfy jadeando, recuperándose más deprisa que las demás por haber sido la que llevaba menos tiempo fuera del planeta—. Tienen que habernos oído. Debe saber que estamos aquí.
—Sí, debe saberlo —accedió Haral.
Y otros lo sabrán también, pensó Pyanfar, haciendo un esfuerzo de voluntad para andar más despacio. Aparecer exhausta, a la carrera. No, eso no sería nada inteligente. Tully había disminuido sus largas zancadas al mismo ritmo que ella y Ginas Llun, que se había quedado rezagada, logró reunirse una vez más con el grupo. El viento agitaba las melenas de todas, haciendo destacar aún más que ninguna la de Tully. El sol brillaba con una suave calidez: Pyanfar se dio cuenta de que estaban en otoño al ver la tonalidad oscura de la hierba y los colores de la tierra. Los insectos, asustados por su paso, iban tranquilizándose de nuevo a sus espaldas.
—Seguramente enviarán un vehículo —dijo Chur—. Si es que nos han visto.
—Sí —dijo Pyanfar confiando también en ello. Pero de momento ninguna columna de polvo se había dibujado en el horizonte—. Puede que en este momento tengan demasiado que hacer y si las cosas se están acelerando, quizá no sea buena idea salir ahora de la casa.
Nadie respondió a su observación. Realmente, no era necesario.
Pyanfar siguió andando un poco por delante de las demás. El terreno le resultaba familiar, lo había conocido desde niña. Llegaron a un arroyo y lo vadearon, mojándose hasta los tobillos: al llegar al otro lado Pyanfar vio que Tully cojeaba.
—Se ha cortado en el pie —dijo Chur, cogiéndole del brazo. Tully levantó el pie para examinárselo.
—Tendrás que seguir —dijo Pyanfar con voz implacable. Tully asintió, conteniendo el aliento, y siguió caminando.
Ya no estaban demasiado lejos. Llegaron al camino que conducía hasta las puertas, con lo que al andar resultaba más fácil, tanto para Tully como para el resto. Pyanfar se apartó la melena de los ojos y examinó el lugar, viendo los muros de piedra dorada de la Residencia Chanur extendiéndose a través del horizonte. No habían sido concebidos como defensa sino como protección contra las plagas de cosechas y jardines: las grandes llanuras morían mansamente en ellos como olas de hierba. Y detrás de los muros, más edificios hechos con la misma piedra dorada. Habrían debido ver ya algún vehículo: el aeropuerto quedaba detrás de ellas, al otro lado del camino, y por ahí habían debido de llegar todos los espectadores atraídos por el desafío, todos aquellos sin nada mejor que hacer. Sólo los aventureros de las colinas, los ermitaños y los que vinieran de los santuarios habrían decidido acercarse más sigilosamente, escondiéndose en el terreno colindante. Seguramente el camino había debido de rebosar de vehículos que habrían cruzado las puertas para acabar aparcando en los campos que había detrás de la mansión, donde siempre habían aparcado los visitantes.
Cuando su tío había caído ante Kohan.
Los años se movieron hacia adelante y hacia atrás como bajo los efectos de un salto estelar, dejándola igual de trastornada. El hogar, aceptado por su mente de un modo tan condenadamente familiar y entusiasta.
O quizá todo fuera fruto de su educación, de haber crecido en él.
Las verjas labradas estaban abiertas y los hierros se habían incrustado en un seto de ernafyas rojizas, que perfumaban el aire con su olor almizclado incluso ahora, en otoño: el seto continuaba hasta las verjas internas y luego seguía hasta la mansión, formando una especie de túnel sombreado más alto que Pyanfar. Al cruzar la puerta se volvió hacia el camino, deteniéndose para dar tiempo a que las demás le alcanzaran, y al volverse…
—Pyanfar —una voz entre el seto y un susurro de hojas: una voz de macho, ronca y gutural, la hizo volverse en redondo llevándose la mano al bolsillo, pensando en alguien que había abandonado el santuario. Pyanfar se quedó helada a medio gesto, comprendiendo que había tardado una fracción de segundo más de lo necesario en reconocer esa voz que tan familiar le era, procedente de la silueta encorvada que ahora se alzaba de entre el seto, cubierta de harapos y heridas.
—Khym —murmuró. Tully y las demás se habían detenido, figuras confusas más allá de su campo visual. Cómo le dolía ver así a Khym. Le recordaba impecable y lleno de gracia pero ahora su oreja derecha estaba hecha pedazos, y su barba y su melena estaban cubiertas de sangre seca, procedente de una herida que le iba de la frente al mentón. Sus brazos estaban cubiertos de heridas más antiguas y su cuerpo se había convertido en un mapa que hablaba de dolor y malos tratos, tan antiguos como recientes. Khym pareció doblarse muy lentamente y acabó desplomándose sobre el polvo, medio cuerpo caído en el seto, las rodillas asomando por entre sus pantalones destrozados. Con un esfuerzo logró alzar su maltrecha cabeza y mirarla, aunque la hinchazón de su ojo derecho apenas sí debía dejarle ver algo.
—Tahy —dijo con voz débil—. Está dentro. Han quemado las puertas… te esperé… te esperé…
Pyanfar le miró abatida, sin saber qué hacer, sintiendo que las orejas le ardían de vergüenza al pensar en que detrás estaba su tripulación y Ginas Llun, contemplando a esa ruina que había sido su compañero, perdiendo hasta ese nombre cuando perdió Mahn ante su hijo.
—Han encendido hogueras en el salón —tartamudeó Khym, incluso su voz convertida en una sombra de lo que fue antes—. Chanur está ahí dentro, han tenido que retroceder. Han llamado a na Kohan, pero no quiere salir. Todas las Faha le han abandonado… todas menos ker Huran. Araunn sigue ahí. Han usado armas, Pyanfar, para quemar la puerta.
—Ahora saldrá Kohan —dijo Pyanfar—, y yo me ocuparé de Tahy —Pyanfar se removió inquieta, no sabiendo aún qué debía hacer—. ¿Cómo lograste llegar hasta aquí? ¿Lo sabe Kohan?
El ojo intacto de Khym giró en su órbita, enfocándola. El otro estaba cubierto de una mezcla de sangre y lágrimas, hinchado hasta el punto de que casi no podía abrirlo.
—Caminando hace mucho tiempo. Ya no me acuerdo de cuánto hace. Na Kohan me dejó… me dejó quedar aquí. Sabía que estaba aquí pero me dejó quedar. Adelante, Pyanfar. Adelante. No hay tiempo.
Pyanfar siguió andando por el camino que llevaba a la mansión y no miró hacia atrás. Detrás de ella iban Hilfy, Chur y Ginas Llun, pero Tully… Tully se había quedado atrás, los ojos clavados en Khym, y Khym había tendido la mano, como pidiéndole que no se fuera, en silencio, mirándole.
Khym, al que siempre le habían encantado las historias que ella le traía a cada viaje, los relatos de puertos desconocidos y Extraños misteriosos; Khym, que jamás había visto una nave o un Extraño hasta ese momento.
—¡Tully! —gritó Pyanfar. Haral le cogió del brazo y le hizo seguir andando de un tirón. Y unos segundos después, en voz mucho más suave, Pyanfar llamó—: ¡Khym! —No tenía ninguna razón clara para ello, quizá solamente la vergüenza. Qué blando se había mostrado Kohan cuando Khym había llegado hasta aquí en su vagabundeo, buscando una muerte mejor de la que tendría a manos de algún desconocido.
Khym alzó el rostro hacia ella y en su expresión empezó a nacer una débil esperanza. Pyanfar señaló hacia la casa y Khym, haciendo un esfuerzo, logró ponerse en pie y les siguió. Pyanfar esperó el tiempo suficiente como para asegurarse de ello. Luego se volvió en redondo y reemprendió la marcha a buen paso por el camino cubierto de polvo, con los ojos clavados en el seto que lo bordeaba. Emboscada, pensó; pero no, eso era algo típico de los Extraños, de los kif y los mahe, algo indigno de una hani.
Y, sin embargo…
—Dispersaos —le dijo a su tripulación, acompañando las palabras con un gesto del brazo—. Llegad hasta el muro del jardín y una vez allí ya nos las entenderemos con mi hija. Hilfy: ve con Haral. Chur, encárgate de Tully. Ker Llun, tú y yo entraremos por la puerta principal.
Ginas Llun asintió, las orejas gachas a causa de su cada vez más acentuado nerviosismo, mientras el resto del grupo se iba internando en el seto. Pyanfar se metió las manos en el cinturón y siguió andando a buen paso por el camino hasta llegar a la curva que conducía a las puertas interiores. Oyó a su espalda un roce apagado y supo que era Khym: se volvió hacia él y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. Qué extraño grupo: ella con sus ropas de seda roja y brillante; su compañera vestida con el negro de su cargo oficial y Khym, con sus andrajos cubiertos de suciedad que quizás en un tiempo pasado fueron sedas azules. Khym se acercó cojeando hasta casi tocarla. Dioses, el olor de sus heridas infectadas; pero aún a pesar de ellas, Khym se mantenía en pie y lograba seguir andando.
Podían oír ya el murmullo de las voces y de vez en cuando algún grito. Las orejas de Pyanfar se agitaron un par de veces y una brusca emisión de adrenalina inundó sus cansados músculos, que pudo provocarle un espasmo.
—No es un desafío —murmuró—, es un motín…
—Tañar ha venido hasta aquí —logró decir Khym, con la respiración jadeante—. Na Kahi y sus hermanas. Ese es el segundo problema por orden de importancia. Todo ha sido muy bien preparado, Pyanfar.
—Apostaría a que así ha sido. ¿Dónde tiene los sesos nuestro hijo?
—Debajo del cinturón —dijo Khym. Y unos cuantos pasos más adelante, cuando el estrépito se apagó momentáneamente, añadió—: Pyanfar. Si consigues hacerme pasar la barrera de Tahy y sus grupos, quizá pueda lograr que las cosas cambien; y quizá también pueda aliviar un poco la atención de Kohan. Puede que al menos sea capaz de hacer eso.
Pyanfar arrugó la nariz, mirándole de soslayo. Lo que estaba proponiendo no entraba en los límites estrictos del honor, pero tampoco entraba en ellos lo que pretendía hacer Dur Tañar. Su hijo… acabar con él en una maniobra como ésa…
—Si no consigo detenerles… —dijo—… hazlo.
Khym logró emitir una risita cascada.
—Siempre fuiste muy optimista.
Llegaron finalmente a la última curva del camino y se encontraron con la puerta que daba a los jardines: estaba abierta y más allá se veían los viejos árboles y las doradas piedras de la mansión, recubiertas de hiedra y enredaderas. Ante la fachada principal había un numeroso grupo de hani, pisoteando los macizos de flores, lanzando feroces gritos de burla y desprecio hacia Chanur, agarrándose a los barrotes de las ventanas y sacudiéndolos con todas sus fuerzas.
—Malditos sean —murmuró Pyanfar, dirigiéndose hacia la puerta. Un puñado de Mahn la vio venir y empezó a chillar; eso era exactamente lo que ella deseaba. Pyanfar gritó aún más fuerte que ellos y, con Khym a su lado, les apartó a empujones en tanto que los Mahn se retiraban al jardín en busca de más refuerzos—, ¡Hai! —aulló Pyanfar, y de pronto Hilfy y Haral aparecieron en lo alto del muro y una ráfaga de disparos removió el polvo ante el grupo de Mahn, haciéndoles salir huyendo en busca de refugio—. Id a la puerta —continuó Pyanfar, haciéndoles una seña: Haral y Hilfy bajaron dando un salto del muro y echaron a correr. Un grupo más numeroso de Mahn se encontraba en el porche de las columnas pero de repente Chur y Tully aparecieron en el pequeño muro del jardín que flanqueaba el porche: Chur gritaba a pleno pulmón, como si estuviera dando ánimos a toda una partida invisible de seguidores. Los Mahn se removieron indecisos, como un rebaño asustado que no sabe hacia dónde huir, y acabaron encaminándose hacia la puerta, enfrentados a ese brusco ataque que caía sobre ellos desde tres frentes distintos. Pyanfar subió corriendo los peldaños y se unió a Haral y Chur, pistola en mano, para irrumpir por el umbral y encontrarse en un oscuro caos de cuerpos y humo. La estancia era enorme y las ventanas enrejadas apenas si dejaban entrar la luz: al fondo se distinguía la destrozada silueta de la puerta. Las siluetas que se agolpaban ante ella se volvieron como paralizadas por el estupor y Pyanfar, flanqueada por Haral y Chur, se enfrentó a cien rostros intrusos que no apartaban los ojos de sus pistolas.
Algunas siluetas se movieron y un grupo de mujeres jóvenes avanzó para encararse con ellas. En los extremos del grupo hubo un sigiloso removerse de cuerpos asustados. Las voces resonaban estruendosamente en los muros de la gran estancia. Pyanfar sostenía el arma con las dos manos y sus pupilas, dilatadas al máximo, no se perdían ni un solo movimiento.
Esa joven, su propia imagen, con esa melena rojo dorada y más alta que sus hermanas Mahn: Tahy. Sus pupilas se contrajeron levemente. El joven, dioses, qué alto era, con esas espaldas tan anchas y el cuerpo erguido como un árbol orgulloso; habían pasado años desde la última vez en que los vio, Para su hija y su hijo, que habían permanecido en el planeta, esos años habían sido más largos: habían crecido tanto durante esos años, habían logrado hacerse con tantos aliados: esa multitud de jóvenes Mahn, tanto hembras como machos, y las otras siluetas que se confundían con los muros de la estancia. Kahi Tahar, na Kahi, el viejo, el eterno rival sureño de Chanur, y muchos otros, desde esas mujeres maduras de lo que creyó reconocer como la casa de Enaury hasta los eternos parásitos de Tahar, reunidos aquí para obtener su parte de los despojos.
—Fuera de aquí —dijo Pyanfar—. Salid de aquí, todos.
—Armas… —escupió Tahy—, ¿así piensas jugar? También tenemos armas. ¿Ésa es tu elección, mientras que na Kohan se esconde de nosotras?
—Guardad las armas —dijo Pyanfar, echando el seguro de su pistola y guardándola en el bolsillo. Por el rabillo del ojo vio cómo Haral hacía lo mismo y las demás, con mayor lentitud, acababan por imitarla—. Ahora —dijo Pyanfar—, hablemos. Estás muy lejos de tu territorio, hijo mío. Esto debe ser resuelto en el lugar adecuado y no aquí’.
—Que sea aquí —dijo Kara.
Un movimiento en el pasillo detrás de los Mahn: Pyanfar lo captó al instante y contuvo el aliento. Chanur. Casi todo el séquito de la mansión. Y Kohan, superando en talla a los demás por una cabeza.
—¡Quietos! —gritó Pyanfar, echándose bruscamente a un lado para distraerles. Los invasores se removieron, confusos, sus manos volando ya hacia sus armas en un fugaz instante de tiempo que pareció durar eternamente y, de pronto, el grupo de Mahn se dio cuenta de lo que había a su espalda. La retirada se hizo a toda prisa y en desorden, intentando acercarse a la pared que antes estaba a su izquierda, pero Tahy y sus compañeras se interpusieron entre Kara y Kohan con la rapidez del instinto. Pyanfar se lanzó hacia el otro lado en tanto que Haral, Chur y Hilfy se movían como por un impulso común, interponiéndose entre ella y los demás. Pyanfar tocó levemente el brazo de Kohan: estaba ardiendo, y temblaba.
—Atrás —le dijo—, atrás, Kohan. —Y luego, mirando a Tahy, añadió—: Fuera. Nadie ha vencido ni perdido. Si Kohan rehusó momentáneamente el desafío fue por obra mía. Ahora estoy aquí. Y he venido con Ginas Llun, la cual confirmará todo lo que debo decir. Y también tengo a un Extraño, lo cual es prueba suficiente de que tenemos graves problemas. Hay kif en la estación y han tenido que llamar a las capitanas para defender Gaohn. El problema es tan serio que ahora no podemos permitirnos el lujo de que la especie han se encuentre dividida.
Tahy sacudió la cabeza.
—Hemos estado oyendo una historia muy diferente desde hace ya tiempo. No. Lo quieres arreglar tú sola, pero ya nos encargaremos nosotras. ¿Tanta ayuda necesitaba Kohan como para que tú debieras acabar sacándole a rastras de su escondite? Bueno, también de eso nos encargaremos.
—La estación ha caído —dijo una voz entre las filas de Chanur y una de las capitanas se abrió paso hacia adelante. Era Rhean, seguida por su tripulación—. La noticia acaba de llegar por el comunicador, estuvieron pidiendo ayuda. No es una mentira, ker Mahn.
Al oír esas palabras un murmullo colectivo de abatimiento pareció recorrer a todos los presentes. Ginas Llun dio un paso hacia delante, olvidándose ya de toda su neutralidad.
—¿Cuánto hace de eso, Chanur, cuánto tiempo hace ya de eso?
—El mensaje aún sigue llegando en estos momentos —respondió Kohan, con el rostro absolutamente inexpresivo aunque seguía respirando con dificultad—. Kara Mahn, por mi parte, olvido todo esto. Se acabó. Iros y no volveremos a hablar de ello.
Kara no respondió, Sus ojos parecían nublados, como ausentes, y tenía las orejas pegadas al cráneo. Pero Tahy, aparentemente no tan segura de sí misma, le hizo un gesto a los suyos para que retrocedieran.
—Ya has tenido tu oportunidad —dijo Pyanfar con voz tranquila—. Escúchame; Mahn te pertenece y Tahar no es aliada de nadie. Si llevas adelante el desafío, Tahar estará aquí para lanzarse sobre el vencedor; un vencedor que, en esos momentos, se encontrará agotado, ¿me entiendes? Con eso entrará en posesión de dos Residencias, pues su ambición es mucho mayor que la tuya. Ginas Llun puede decírtelo. Una capitana Tahar, tratando con los kif.
—Maldita sea tu impertinencia —gritó Kahi Tahar mientras que una de sus hermanas interponía un brazo entre él y Pyanfar.
—Eso es mentira —dijo otra voz.
—Quizá —dijo Pyanfar sin perder la calma—, no sea más que un malentendido. Un… un exceso de celo, una lengua que habló sin pensar. Marchaos de aquí y no os perseguiremos. Tahy, sal de aquí. El Pacto está a punto de hacerse pedazos. No es el momento de luchar. Sal de aquí.
—Na Mahn —dijo Kohan—, no sacarías ninguna ventaja de esto.
—Perderás Mahn —dijo Khym de repente, apartando a Hilfy de un empujón—. Escúchame, cachorro, lo perderás todo, ya sea ante Kohan o ante Kahi. Usa tu inteligencia y…
Pero Kara ya había ido más allá del punto en que eso era posible. Sus oscuras pupilas estaban dilatadas al máximo y tenía las orejas casi invisibles entre la melena. Sus fosas nasales eran dos agujeros negros. De pronto lanzó un grito y saltó hacia adelante.
Y Khym saltó al mismo tiempo. Pyanfar giró en redondo y su cuerpo se estrelló sobre el de Kohan unos segundos antes de que su tripulación hiciera lo mismo, al igual que Hilfy y Huran Faha, así como Rhean y su tripulación. Kohan les indicó que se apartaran con un gesto y, dominando el temblor convulsivo de su cuerpo, logró recobrar el control: Pyanfar vio cómo sus ojos se clavaban en los dos contrincantes que se revolvían ante él y se dio la vuelta… a tiempo de ver cómo Khym aflojaba lentamente la presa vacilante que mantenía las garras de Kara a unos centímetros de su cuello.
—¡Detentes! —le gritó a Tahy mientras daba un paso adelante e intentaba separarles, luchando por agarrar cualquiera de esos dos cuerpos escurridizos. Un codo se estrelló en su cabeza y Pyanfar se tambaleó por unos segundos para lanzarse de nuevo sobre los contrincantes, mientras que algunos otros imitaban su acción.
—¡Tully! —gritó Hilfy y de pronto un diluvio líquido cayó sobre ellos, derramándose justo sobre el rostro de Kara y salpicando también el suyo, casi ahogándola y haciendo que los ojos le empezaran a llorar incontroladamente. Kara retrocedió lanzando un rugido ofendido y Pyanfar también retrocedió, frotándose los ojos y tosiendo, ayudada por las manos de sus parientes. Por entre las lágrimas que la cegaban, Pyanfar vio a Tully, con una Chanur detrás de él sujetándole los brazos en una fuerte llave, y luego vio a Khym en el suelo y a Kara, que también se frotaba los ojos e intentaba recobrar el aliento. Aún tosiendo, Pyanfar apartó las manos que la sostenían. Conocía bien ese aroma y luego sus ojos encontraron el frasquito en el suelo, ahora vacío: el potente olor de las flores era tan abrumador y tan penetrante que incluso sus irritadas membranas nasales podían percibirlo.
—Tully —logró decir, aún tosiendo, y alargó la mano hacia él para cogerle por la nuca. La Chanur que le había estado sosteniendo le soltó y Pyanfar le atrajo hacia sí, dándole luego una buena palmada en el hombro y volviéndose hacia su hijo, que aún tenía los ojos llenos de lágrimas—. Olvídalo todo, na Kara. Aún tienes en tu poder la residencia de Mahn: con eso basta.
—Fuera de mis tierras —dijo Kohan—. Y tú, Tahar… alégrate de que no sea yo quien te desafíe ahora. Salid ahora mismo de la Residencia Chanur. Y para ti, na Kara… de ti quiero despedirme con más cortesía. Por favor, debemos enfrentarnos con problemas urgentes. No deseo atacarte ahora, aunque podría hacerlo. Piensa en ello.
Kara escupió en el suelo y, dando media vuelta, abandonó la estancia limpiándose los ojos y apartando las manos que intentaban ayudarle, despojado ahora de todo su ímpetu y dignidad anteriores y, junto con ellos, de toda su ventaja. Tahy se quedó inmóvil contemplando a Khym, que se había medio incorporado sobre los codos, con la cabeza abatida. Era el momento de lanzar un último insulto, pero en vez de ello Tahy les hizo una reverencia a los presentes; Pyanfar y Kohan la vieron, pero Khym no llegó a darse cuenta de ese gesto. Luego salió de la estancia, seguida por todos los Mahn.
Kahi Tahar y sus hermanas se quedaron hasta el último instante.
—Marchaos —dijo Kohan, y en el grupo de las Tahar hubo una general agitación de orejas. Pero el viejo acabó volviéndose y salió del salón, llevándose con él a sus hermanas y partidarios.
Kohan lanzó un prolongado y ronco suspiro. Tendió la mano hacia Hilfy y le rodeó los hombros con el brazo, revolviéndole la melena, acariciando el anillo que colgaba de su oreja izquierda. Luego miró a Pyanfar y a Khym, que había logrado ponerse de rodillas. Khym apartó la vista al darse cuenta de que le observaba y finalmente, con un gran esfuerzo, consiguió ponerse en pie para abandonar la estancia, con la cabeza baja y los hombros encorvados, sin mirarle ni una sola vez.
—No tenemos tiempo —dijo Pyanfar—. Lo hiciste todo bien, muy bien.
Kohan suspiró, esta vez con menos fuerza, y asintió, señalando con la mano libre al resto del grupo, indicándoles que fueran hacia la puerta.
—Ker Llun.
—Na Chanur —murmuró Ginas Llun—. Por favor, la estación…
—¿Crees que habrá combates ahí arriba?
—No serán precisamente pequeños —dijo Pyanfar.
—¿Podrás dominar la situación?
—No me vendría mal alguna ayuda de la mansión.
—Iré —dijo Kohan—. Yo mismo subiré allí.
—¿Y le dejarás de ese modo el campo libre a Tahar y a los cachorros? No puedes hacerlo. Préstame a Rhean, Anfy, y sus tripulaciones; y a cualquier otro capaz de manejar un arma. Tenemos que actuar con rapidez.
Kohan lanzó un gruñido y acabó asintiendo.
—Rhean, Anfy, Jofan… escoge a quien desees de la mansión y date prisa —golpeó suavemente el hombro de Hilfy y luego repitió la misma caricia con Haral y Chur. Por último se acercó a Tully, le miró durante largos segundos y extendió la mano, como dispuesto a hacer lo mismo con él; pero no llegó a completar el gesto. Luego se dio la vuelta y se acercó a ellas—, Hilfy —dijo.
—Mi nave —dijo Hilfy—. Es mi nave, padre.
A él le costaba tanto ceder como le costaba a su hija. Kohan hizo un gesto de asentimiento y Hilfy apretó brevemente su enorme mano. Luego se volvió y estrechó las manos de Huran Faha, que le hizo un gesto similar.
—Vamos —dijo Pyanfar—. Vamos, empezad a moveros. Todos. Haré que vuelva, Kohan.
—Volved todas —dijo él. El grupo fue con paso rápido hacia la puerta, en tanto que algunos de sus miembros se detenían unos instantes para coger armas. Pyanfar se retrasó unos segundos y miró a Kohan, viendo la expresión de sus ojos, sus ojos dorados, que ahora estaban llenos de sombras, y notando que había logrado mantener erguidas las orejas.
—En cuanto a mi Extraño… —le dijo—, cuando vuelva lo explicaré todo. No te preocupes y haz que el orden vuelva a reinar en Chanur. Ahora tenemos una ventaja de la que antes no disponíamos, ¿me comprendes?
—Vete —le dijo él con voz muy suave—. Yo arreglaré las cosas aquí. Encárgate del resto, Pyanfar.
Pyanfar le acarició levemente los dedos y se volvió hacia la puerta, cruzando la estancia en una docena de grandes zancadas y saliendo al porche, donde no se veía ya señal alguna del ataque exceptuando los restos pisoteados del jardín y una hilera de vehículos que enfilaban a toda prisa el camino, más allá del muro, huyendo sin ningún disimulo.
Y Khym. Khym estaba ahí, junto a la puerta, agazapado en un rincón apoyando la cabeza en los brazos. En sus hombros de un marrón oscuro relucían las nuevas heridas. Había sobrevivido y ahora seguía sobreviviendo, pese a que tamo su tiempo como sus razones para vivir habían muerto hacía ya mucho.
—Khym —dijo Pyanfar y él levantó la cabeza. Pyanfar empezó a caminar rodeando la mansión, no queriendo tomar el atajo hasta la parte trasera que había utilizado el resto del grupo y donde estaría el transporte necesario.
Khym se puso en pie y la siguió, cojeando un poco al principio y luego ya sin ningún rastro de cojera.
—Estoy cubierto de suciedad —le dijo—. No soy una compañía muy civilizada. Pyanfar se pasó los dedos por la barba y luego los olisqueó, arrugando la nariz al hacerlo.
—Dioses, yo apesto lo suficiente para los dos…
—¿Qué es?
—¿Nuestro Extraño? Es humano. O algo parecido.
—Ya —dijo Khym. Ahora jadeaba un poco, como si empezara a costarle respirar, y volvía a cojear de modo bastante pronunciado. Dejaron atrás la mansión y tomaron por el sendero bordeado de árboles que se iniciaba detrás de ésta, momento en el cual se les unieron algunos rezagados procedentes de la casa, llevando rifles. Khym miró hacia atrás, algo nervioso.
—¿Quieres ir, Khym? —le dijo Pyanfar—. ¿Quieres echarle una mirada a la estación?
—Sí —dijo él.
Llegaron finalmente a la llanura, donde Haral y Chur habían puesto ya en marcha dos vehículos pesados y un número bastante grande de miembros de la casa se había reunido para ir subiendo a ellos: Pyanfar calculó que serían por lo menos treinta o cuarenta, aparte de la docena escasa que se habían encontrado en el camino. Tully estaba inmóvil junto a uno de los vehículos, con Hilfy al lado. Pyanfar fue hasta ellos y le dio un golpecito en el brazo.
—Muy bien —le dijo—. Arriba, Tully.
Tully se encaramó al vehículo, demostrando una agilidad sorprendente para alguien que no tenía garras. Hilfy subió detrás de él y Khym se derrumbó sobre la plataforma como un peso muerto, haciéndole vacilar un poco, Luego fueron subiendo los demás.
Pyanfar fue hasta la cabina del vehículo y se instaló en ella.
—Adelante —le dijo a Haral y el vehículo se puso en marcha con una sacudida, siguiendo por la curva del camino hasta llegar al sendero principal. Se dirigieron hacia las puertas exteriores envueltos en una nube de polvo y rozando estrepitosamente el seto. Estuvieron a punto de estrellarse en uno de los postes de la reja exterior y por fin lograron enfilar a través de los campos, dirigiéndose en línea recta hacia la nave que las esperaba.
Que los dioses nos ayuden, pensó Pyanfar, mirando el variopinto grupo que llenaba la plataforma del vehículo: Chañar, jóvenes y viejas, armadas con rifles; un antiguo señor que había perdido su casa; Tully y Ginas Llun, que finalmente había decidido volver con ellas pese a todo.
Las naves habían salido de la estación para impedir que los kif pudieran huir y los kif seguían en la estación, por descontado. Ahora los pasillos y oficinas deberían estar rebosando de kif, todos enloquecidos por el deseo de venganza y dirigidos por un hakkikt que debía estar empezando a considerar bastante dudosas sus posibilidades de salir vivo y que, por lo tanto, debía valorar mucho más la venganza de lo que ya lo haría normalmente.
Pyanfar se volvió otra vez hacia adelante, sujetándose bien para soportar las sacudidas del vehículo que avanzaba dando tumbos sobre el terreno desigual. Haral manejaba el volante con una desesperada combinación de giros y golpes secos, siguiendo el trayecto por el que habían venido antes: entre la hierba se distinguía aún la huella dejada por su paso y allí era menos probable que hubiera desniveles del terreno o pozos ocultos.
—Espero que la Aja Jin siga todavía en su sitio —murmuró Haral.
—Yo espero que la Hinukku y el resto de naves kif sigan también en su sitio —dijo Pyanfar, sujetándose con la mano al tablero de mandos—. Si nos encontramos ahora con más kif que antes, si han logrado emitir un mensaje pidiendo refuerzos…
—El retraso de transmisión está a nuestro favor.
—Al menos hay algo a nuestro favor —dijo Pyanfar—. Dioses, si tuviera un comunicador…
Haral meneó la cabeza y se concentró en la tarea de manejar el volante, reduciendo la velocidad al empezar la pequeña cuesta que llevaba hasta el arroyo. El vehículo se fue abriendo paso torpemente a través de la hierba y sus ruedas arañaron el fango y las rocas, patinando ferozmente y logrando agarrarse en el último instante a la otra orilla hasta enderezarse de nuevo, en tanto que la masa triangular de la Suerte de Rau crecía cada vez más ante ellas.
Una luz brillante como el sol destellaba en el flanco de la nave. Pyanfar señaló hacia ella y Haral hizo un gesto de asentimiento. La capitana Rau las había visto llegar. Una serie de luces empezó a parpadear en el costado de la nave, destellos rojos y blancos que formaban un código.
Era el mensaje que ya habían recibido en la mansión. Haral encendió y apagó los faros, luchando desesperadamente con el volante.
Velocidades planetarias. En el tiempo que habían tardado para recorrer esta distancia desde la mansión una nave capaz de saltar habría podido ir de un mundo a otro. Quizás algunas lo estuvieran haciendo ahora mismo. El han seguía intacto, así como la estructura de las residencias capaz de llevar a cabo una política u otra; pero la pérdida de la Estación Gaohn…
Pyanfar se maldijo por haber pensado que ese tipo de venganza, el ataque de una estación, era demasiado grande para el orgullo de Akukkakk, el cual había acabado atreviéndose a realizarlo. Pero atacar un mundo… no, en toda la historia de la civilización nadie había hecho algo semejante.
Excepto los kif. Se rumoreaba que durante las luchas por el poder que habían precedido a su conquista del espacio, habían hecho justamente eso. Habían osado atacar su propio planeta.