SIETE

Barker llegó al día siguiente al laboratorio con los ojos enrojecidos. Le temblaban las manos mientras se ponía la ropa interior.

Hawks se le acercó.

—Me alegra verle aquí —comentó con cierta incomodidad.

Barker alzó la vista y no replicó nada.

Hawks prosiguió:

—¿Está seguro de que se encuentra bien? Si no se siente bien podemos cancelarlo hasta mañana.

—Deje de preocuparse por mí —repuso Barker.

Hawks se llevó las manos a los bolsillos.

—Bien. ¿Ha ido a ver a los especialistas de navegación?

Barker asintió.

—¿Fue capaz de darles un informe detallado de los resultados de ayer?

—Parecieron felices. ¿Por qué no aguarda hasta que digieran toda la información y le lleven los informes a su escritorio? ¿Qué le importa a usted lo que yo encuentre ahí arriba mientras siga avanzando y no me venga abajo? ¿No es verdad? A usted no le importa lo que me suceda; lo único que yo hago es trazar un camino para que sus inteligentes técnicos no tropiecen con nada cuando suban y lo desmonten todo, ¿cierto? Así que, ¿a usted qué le preocupa, salvo que me pierda y tenga que encontrar a un nuevo tipo? ¿Y cómo lo haría? ¿A cuánta gente cree usted que tenía Connington en sus planes dentro de su cabeza? No eran planes que conducían hasta aquí, ¿verdad? De modo que, ¿por qué no me deja en paz?

—Barker… —Hawks sacudió la cabeza—. No, olvídelo. No tiene ningún sentido que hablemos.

—Espero que lo cumpla.

Hawks suspiró.

—De acuerdo. Hay una cosa más; a partir de ahora, esto va a continuar día tras día, siempre que las condiciones astronómicas lo permitan. No pararemos hasta que usted haya salido por el otro lado de la formación. Una vez que comencemos, nos resultará difícil interrumpir el impulso. Pero, si en alguna ocasión, desea usted tomarse un descanso: trabajar en sus coches, cualquier cosa…, si nos es posible, lo haremos. Nosotros…

Los labios de Barker se tensaron en una mueca.

—Hawks, he venido aquí a hacer algo. Y pretendo llevarlo a cabo. Es lo único que deseo hacer. ¿De acuerdo?

Hawks asintió.

—Muy bien, Barker. —Se sacó las manos de los bolsillos—. Espero que no nos lleve demasiado tiempo cumplirlo.


Hawks bajó por el corredor hasta que llegó a la sección de navegación. Llamó a la puerta y entró. Los hombres del equipo de especialistas alzaron la vista, y luego se apiñaron de nuevo alrededor del mapa a gran escala de la formación que ocupaba la mesa de cuatro metros cuadrados en el centro de la sala. Sólo el oficial de la Guardia Costera que estaba al mando se aproximó a Hawks mientras los demás, pacientemente, marcaban la gran lámina de plástico con tiza de color rojo sujeta a los extremos de unos señaladores de madera. Uno de ellos se hallaba al lado de una grabadora, con la cabeza ladeada mientras escuchaba la voz de Barker.

La voz sonaba baja y ahogada.

—¡Ya se lo dije! —comentaba—. Hay una especie de nube azul…, y algo que parece moverse en su interior. No es como algo vivo.

, ya tenemos eso —replicó la voz paciente de uno de los miembros del equipo—. Pero, ¿a qué distancia se encontraba del lugar en el que se hallaba usted en la colina de arena blanca? ¿A cuántos pasos?

—Es difícil de calibrar. A unos seis o siete.

—Oh, oh. Ahora bien, usted ha dicho que se encontraba directamente a la derecha del sitio al que usted miraba. Bien, entonces, ¿qué hizo usted?

—Di un rodeo de unos dos metros hacia el saliente, y giré a la izquierda para seguir el camino del chapitel rojo. Entonces…

—¿Se dio cuenta de dónde se encontraba la nube azul, en relación con usted, cuando dio la vuelta?

—La miraba hacia atrás por encima de mi hombro derecho.

—Ya veo. ¿Podría volver la cabeza ahora en ese ángulo para que pueda tener una mejor idea de la dirección? Gracias. A unos doce grados a la derecha. ¿Y seguía a unos seis o siete pasos en línea recta?

El miembro del equipo detuvo la cinta, la hizo retroceder, y volvió a escucharla de nuevo. Realizó una anotación en una hoja de papel.

El oficial de la Guardia Costera le preguntó a Hawks:

—¿Puedo ayudarle en algo, doctor? Transcribiremos esto y se lo enviaremos en unas pocas horas. Tan pronto como esté acabado, se lo llevaremos directamente a su despacho.

Hawks sonrió.

—No vine a darles prisa o a entorpecer su trabajo. No se preocupe, teniente. Sólo quería saber qué aspecto general tenía la cosa. ¿Sus comentarios tienen algún sentido, les son de ayuda?

—Todo marcha bien, señor. Las descripciones que nos ha dado de las cosas del interior de la formación no concuerdan con los otros informes que recibimos…, pero parece que nadie ve lo mismo. Lo que cuenta es que los peligros siempre están localizados en las mismas posiciones relativas. De modo que sabemos que hay algo ahí, y con ello basta. —El teniente, un hombre delgado, habitual —mente sombrío, sonrió—: Y esto es mucho mejor que intentar descubrir el sentido de unas pocas frases garabateadas en una pizarra. Sólo con este viaje, ya nos ha dado una cantidad enorme de cosas con las que trabajar. —El teniente se frotó la parte posterior del cuello—. Es una especie de alivio. Hubo un momento en el que estuvimos bastante seguros de que nos llegaría el retiro antes de que esa cosa —indicó el mapa con un gesto— estuviera acabada.

Hawks mostró una sonrisa carente de alegría.

—Teniente, si yo no hubiera podido realizarla llamada telefónica a Washington que ahora podré hacer, este trabajo ya estaña acabado.

—Oh. Creo que, entonces, será mejor que lo cuidemos bien. —El teniente sacudió la cabeza—. Espero que aguante. Para nosotros, es una persona difícil de manejar. Pero no se puede tener todo. Creo que si usted ha conseguido por fin a alguien que funcione a la perfección en la parte científica de todo esto, eso es lo principal, aunque aquí abajo, del lado práctico, no todo sea melocotones con crema.

—Sí —corroboró Hawks.

El hombre situado al lado de la grabadora desconectó la máquina, se acercó hasta la mesa del mapa, clavó un trozo de tiza en el extremo de su señalador, lo alargó e hizo una pequeña marca de color escarlata sobre el plástico blanco. La miró con aire crítico y, luego, asintió satisfecho.

Hawks también asintió. Luego le comentó al oficial:

—Gracias, teniente —y se marchó a su despacho.

Aquel día, el tiempo durante el que logró sobrevivir Barker dentro de la formación se elevó a cuatro minutos y treinta y ocho segundos.


El día que el tiempo transcurrido llegó hasta los seis minutos y doce segundos, Connington fue a ver a Hawks a su oficina.

Hawks alzó la vista con curiosidad desde detrás de su escritorio. Connington atravesó despacio el despacho.

—Quería hablar con usted —musitó mientras se sentaba—. Me pareció que debía hacerlo. —Sus ojos se movían ansiosos de un lado a otro.

—¿Por qué? —inquirió Hawks.

—Bueno…, exactamente no lo sé. Salvo que no me parecía justo dejarlo correr. Hay…, en realidad, no sé cómo lo llamaría usted, pero hay un esquema en la vida… De todas formas, debería haber un esquema: un comienzo, una mitad y un final. Capítulos, o algo así. Quiero decir, debe de haber un esquema o, de lo contrario, ¿cómo se podrían controlar las cosas?

—Soy capaz de ver que quizá resulte necesario creer en algo así —dijo Hawks con tono paciente.

—Sigue sin ceder un centímetro, ¿verdad? —comentó Connington.

Hawks guardó silencio, y Connington esperó un instante; luego abandonó el tema.

—De todas formas —prosiguió—, quería que supiera que me marcho.

Hawks se reclinó en su sillón y le miró de forma inexpresiva.

—¿Adonde irá?

Connington hizo un gesto vago.

—Al este. Creo que allí encontraré trabajo.

—¿Claire va con usted?

Connington asintió, con los ojos fijos en el suelo.

—Sí. —Alzó la vista y sonrió con desesperación—. Vaya forma graciosa de acabar las cosas, ¿verdad?

—Del modo exacto en que usted lo planeó —indicó Hawks—. Todo, menos la parte en la que, con el tiempo, se convertía en el presidente de la compañía.

La expresión de Connington cambió a una sonrisa desafiante.

—Oh, yo no lo calculé como algo seguro. Lo único que deseaba ver era lo que ocurría cuando le colocaban a usted un poco de sal en la cola. —Se puso rápidamente de pie—. Bueno, creo que eso es todo. Sólo quería hacerle saber cómo habían terminado las cosas.

—Bueno, no —dijo Hawks—. Barker y yo aún no hemos acabado.

—Yo sí —repuso Connington retadoramente—. Yo tengo parte en ello. Lo que ocurra a partir de ahora ya no tiene nada que ver conmigo.

—Entonces, usted es el vencedor de la contienda.

—Claro —replicó Connington.

—Y eso es lo que siempre es. Una contienda. Entonces surge un ganador, y así acaba esa parte de la vida de todos. De acuerdo. Adiós, Connington.

—Adiós, Hawks —dio media vuelta y vaciló. Miró por encima del hombro—. Creo que eso es todo lo que deseaba decirle.

Hawks no comentó nada.

—Podía haberlo hecho con una nota o una llamada telefónica —expuso desde la puerta—. En realidad, ni siquiera tenía por qué hacerlo.

Agitó la cabeza, perplejo, y observó a Hawks como si esperara una respuesta a una pregunta que se estuviera formulando a sí mismo.

Hawks dijo con voz suave:

—Lo único que deseaba era asegurarse de que yo supiera quién era el ganador, Connington. Eso es todo.

—Sí, eso supongo —admitió inseguro Connington, y salió lentamente del despacho.


Al día siguiente, cuando el tiempo transcurrido alcanzó los seis minutos y treinta y nueve segundos, Hawks fue al laboratorio y le dijo a Barker:

—Tengo entendido que se muda aquí, a la ciudad.

—¿Quién se lo comunicó?

—Winchell. —Hawks miró atentamente a Barker—. El nuevo director de personal.

Barker gruñó.

—Connington se ha marchado a algún lugar del este. —Alzó la vista con una expresión de perplejidad en el rostro—. Él y Claire subieron ayer a recoger las cosas de ella, mientras yo me encontraba aquí. Rompieron todos los ventanales del salón que daban al jardín. Tendré que colocarlos de nuevo antes de que pueda poner la casa a la venta. Nunca creí que él fuera así.

—Me gustaría que se quedara con la casa. La envidio.

—Eso no es asunto suyo, Hawks.

Pero, no obstante, el tiempo transcurrido había sido aumentado hasta alcanzar los seis minutos y treinta y nueve segundos.


El día que el tiempo transcurrido llegó a los siete minutos y doce segundos, Hawks se hallaba en su oficina, recorriendo con un dedo el arrugado mapa, cuando sonó el teléfono.

Lo miró con un movimiento veloz de los ojos, encorvó los hombros y prosiguió con lo que estaba haciendo. La yema del dedo descendió por la insegura línea de color azul, atravesando las ocultas zonas negras, cada una marcada con sus instrucciones y su relación de tiempo relativo, cada una bordeada con una X roja, como si el mapa representara un diagrama de una playa prehistórica, donde un tambaleante organismo hubiera marcado su laborioso recorrido sobre la arena sucia entre las largas hileras de algas resecas y otros desechos que ahora yacían varados bajo el moribundo cielo. Miró el mapa ensimismado, agitando los labios, luego cerró los ojos y frunció el ceño, repitió las relaciones y las instrucciones, los abrió y volvió a inclinarse otra vez hacia delante.

El teléfono sonó de nuevo, suave pero insistente. Cerró la mano en un momentáneo puño y, después, hizo a un lado el mapa y cogió el auricular del aparato.

—Sí, Vivian —contestó. Escuchó y, finalmente, dijo—: De acuerdo. Llame a la entrada, por favor, y haga que le concedan un pase de visitante al doctor Latourette. Le esperaré aquí.

Colgó el teléfono y miró las desnudas paredes de su despacho.


Sam Latourette llamó suavemente a la puerta y entró, con la boca torcida en una semísonrisa tímida, los pasos lentos e inseguros mientras cruzaba el despacho.

Vestía un traje arrugado y una camisa blanca con el cuello abierto sin corbata. Debajo de su barbilla, y en algunas partes del cuello, se veían pequeños cortes recientes, como si acabara de afeitarse. Llevaba el cabello cuidadosamente peinado; aún estaba húmedo del agua que había empleado en él, y se abría en mechones entre los cuales se podía ver el cuero cabelludo, como si alguien hubiera hallado un viejo busto y, en un arranque de añoranza, lo hubiera acicalado tan bien como lo permitían las circunstancias.

—Hola, Ed —saludó con voz suave, tendiendo la mano al tiempo que Hawks se ponía rápidamente de pie—. Ha pasado tiempo.

—Sí. Es verdad. Siéntate, Sam… Aquí, en esta silla.

—Tenía la esperanza de que pudieras hacerme un hueco en tu tiempo para verme —comentó Latourette, hundiéndose en el asiento. Alzó la vista con gesto de disculpas—. Las cosas deben estar avanzando a toda velocidad ahora.

—Sí —repuso Hawks, sentándose en su propio sillón—. Sí, bastante.

Latourette bajó la vista al mapa, que Hawks había doblado y colocado en un extremo del escritorio.

—Parece que me equivoqué con respecto a Barker.

—No lo sé. —Hawks alargó una mano hacia el mapa y, luego, la retiró y la colocó con la otra sobre su regazo—. Ha hecho muchos progresos para nosotros. Supongo que eso es lo que cuenta.

Observó a Latourette con ojos intensos y cierta vacilación.

—¿Sabes? —empezó Latourette, con la misma expresión de incomodidad en el rostro—. No deseaba el trabajo con la Hughes Aircraft. Al principio pensé que sí. Ya sabes. Un hombre…, un hombre quiere seguir trabajando. De todas formas, se supone que eso es lo que desea.

—Sí.

—Pero tú sabes que yo no me emborracho. Quiero decir, yo…, no lo sé. Oh, tal vez en una fiesta. Solía hacerlo. Pero no… Bueno, no porque esté resentido y quiera estropear las cosas. Yo nunca he sido así.

—No.

Latourette se rió en silencio, tragándose el sonido.

—Creo que intentaba convencerme a mí mismo de que estaba realmente irritado contigo. Ya sabes…, como si tratara de verme como una especie de figura trágica. No…, no, no quería ir a trabajar. Creo que eso es todo. Lo que de verdad deseaba era salir y sentarme bajo el sol. Quiero decir, que aquí, de todas formas, mi función había terminado…, y tú tenías que empezar a darle una oportunidad a Ted Gersten. Más pronto o más tarde tendrías que hacerlo.

Hawks apoyó las manos en el borde del escritorio.

—Sam —dijo con voz firme—, hasta hoy aún no sé si hice lo correcto. Sentí pánico, Sam. Me asusté, debido a que Barker había logrado llegar hasta mí.

Latourette intervino con rapidez:

—Eso no significa que te equivocaras. ¿Dónde estaríamos todos si nunca hubiéramos actuado según una corazonada? De vez en cuando has de moverte a toda velocidad. Más tarde, cuando echas un vistazo hacia atrás, ves que, si no lo hubieras hecho así, todo se habría desbordado. A menudo nuestros instintos son mucho más inteligentes que nosotros.

Sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa, sin bajar la vista, rebuscando a tientas con los dedos en el bolsillo mientras él miraba fijamente el aire que tenía delante, como si lo que hubiera comentado fuera un pensamiento anticipado de algún ensayo de lo que él y Hawks debían decirse mutuamente, como si su atención del momento estuviera en algo que todavía no estaba seguro de que estuviera preparado para decir.

—Mañana ingresaré en el hospital —continuó—. Ya es hora. Quiero decir, podría quedarme un poco más de tiempo fuera, pero, de este modo, acabo con el asunto. Y, ya sabes, con morfina podría aguantar un poco más… o con lo que sea que te den. Cada día es más molesto —dijo, como de pasada—. De cualquier forma, el gobierno envió el otro día a un hombre a verme; no me comentó directamente que querían que hiciera algo, pero creo que se sentirán más contentos viéndome en un lugar en el que no importe mucho lo que diga en mis sueños. —Emitió una sonrisa sofisticada—. Ya sabes. El Gran Hermano.

Hawks permaneció sentado, contemplándole.

—De todos modos… —Latourette agitó una mano, inconsciente del cigarrillo que tenía a medio camino hacia sus labios desde que lo sacara del bolsillo—. Estaré fuera de circulación. —Bajó la vista y exclamó—: Oh —y se llevó el cigarrillo a la boca. Extrajo rápidamente una caja de cerillas del bolsillo de la chaqueta y lo encendió, aspiró con fuerza, apagó el fósforo y se inclinó hacia delante para arrojarlo a la papelera de Hawks, con el rostro concentrado en la tarea de meterlo dentro—. De forma que he estado pensando si no te parecería una buena idea sacar un doble mío de la cinta de mi archivo. Así, podrías tenerme, quiero decir, podrías disponer de mi doble, en el laboratorio, en caso de que, de vez en cuando, te hiciera falta algo de ayuda. Quiero decir, te encuentras tan próximo a la culminación del proyecto, que quizá te vendría bien tenerme alguna vez a mano… —Su voz se perdió. Ruborizándose, observó a Hawks por el rabillo del ojo.

Hawks se puso rápidamente de pie y comenzó a ajustar los controles del aire acondicionado que había en la ventana detrás del escritorio. Los mecanismos de los mandos aparecían un poco rígidos, y pasaron a sus nuevas posiciones con el correspondiente ruido mecánico de sus reguladores.

—Sam, estás al tanto de que tu última cinta de archivo tiene seis meses de antigüedad. Si sacáramos un duplicado de ti de ella, éste ni siquiera conocería los procedimientos que utilizamos ahora para las emisiones a la Luna. Pensaría que estaba en abril.

—Lo…, lo sé, Ed —repuso Latourette en voz baja—. No dije que debieras darle mi antiguo trabajo. Pero yo sabía que en algún momento sacarían un doble mío de esa cinta. Quiero decir que yo, el duplicado, no estaría sorprendido de lo que hubiera ocurrido. Yo ya pensé cómo iba a ser. El duplicado sería un hombre entrenado, y comprendería la situación. Se acomodaría con rapidez.

—¿Se acomodaría a trabajar bajo las órdenes de Gersten? —Hawks se volvió, con la espalda apoyada contra el aire acondicionado—. No es una cuestión de que él comprenda o no lo que había ocurrido. Es mucho más que eso. Míralo desde su punto de vista. En lo que a él respecta, en un momento se encaminaba hacia el transmisor para una exploración, con el cargo de segundo al mando de toda la operación, y al siguiente estaría saliendo fuera del receptor no sólo con seis meses transcurridos en un instante, no sólo con Gersten por encima de él, sino con media docena más de hombres en posiciones más importantes que la suya. De acuerdo…, él sería tú, comprendería lo que había ocurrido, sabría que era un duplicado. Sin embargo, ¿lo sentiría? ¿Cómo te habrías sentido tú, en abril, si te hubieras preparado para la exploración, sabiendo que se trataba únicamente de algo rutinario, que lo único que iba a suceder era que se almacenaría una cinta de ti y que tú, luego, regresarías para proseguir con el trabajo del día, y que entonces, de pronto, resultaba que las cosas no eran así…, que todo el mundo había cambiado, y que se habían hecho cien cosas de un modo que tú desconocías por completo, y que, de repente, tú eras simplemente otro ingeniero, y que ni siquiera tus viejos conocidos sabían cómo dirigirse a ti, y que Gersten se sentía embarazado contigo, y que un completo extraño llamado Barker parecía tener una especie de hostilidad especial reservada hacia ti? Piénsalo, Sam. Porque es así como va a sentirse exactamente el duplicado. Y en lo que más pensará será la injusticia de todo el asunto. Sam…, ¿qué quieres hacerte a ti mismo?

Latourette, mirando el suelo, dijo con suavidad:

—Por no decir nada de que ya no sería capaz de comprender lo que le había sucedido a Ed Hawks…, salvo por el hecho de que, de alguna forma, yo le haría las cosas más difíciles en vez de más fáciles. —Alzó los ojos—. Por Dios, Ed, ¿qué me ha ocurrido? ¿Qué es lo que estoy haciéndonos a los dos? Lo único que siempre quise fue ayudarte, y de algún modo las cosas han terminado así. Nunca debí haber venido a verte hoy, Ed. No debí hacerte esto último.

—¿Por qué no? —quiso saber Hawks—. ¿Es que no posees el derecho moral de trabajar en algo en lo que tanta fe pusiste? ¿Un hombre moribundo no tiene ningún derecho? ¿Ni siquiera el de volver a padecer los últimos seis meses de su cáncer? —Miró a Latourette—. Ya has pensado en esto. Lo has meditado durante mucho tiempo. Si pudiera esperar una respuesta de alguien, sería de ti: ¿por qué no puedes obtener lo que te corresponde?

Latourette le miró con una expresión de angustia.

—Ed, no debí haber venido.

—¿Por qué no? Lo único que te ocurrió fue que sentiste miedo. Te diste cuenta de que las cosas se cerraban a tu alrededor, y experimentaste la necesidad de actuar. Un hombre ha de hacer algo…, no puede simplemente aguardar hasta hundirse y desaparecer de la vista.

—No, no debí venir aquí.

—¿Por qué no? ¿Por qué un hombre no puede incorporarse y protestar contra todo aquello que le aplasta y quiere destruirlo? ¿Por qué un hombre ha de hallarse a merced de las cosas que le ignoran por completo?

Latourette se puso de pie.

—Lo he empeorado —dijo con tono desesperado—. Te he cargado con un peso más. No era mi intención. Lo único que puedo hacer ahora es marcharme de aquí. Por favor, Ed…, intenta olvidarlo. —Se dirigió a toda prisa hacia la puerta y, desde allí, miró fugazmente a Hawks con aire de incomprensión—. En un principio, lo único que deseé fue lo mejor para ti. Y, cuando hoy vine a visitarte, aún pensaba que quería lo mejor para ti. Sin embargo, también anhelaba algo para mí, y eso lo estropeó todo. De algún modo, todo se ha venido abajo. ¿Cómo es que la gente se mete en esto? —inquirió ciegamente—. ¿Dónde se planean así las cosas?

Hawks replicó con amargura:

—¿Por qué un hombre no puede conseguir lo que se merece?

—Ed, esto es lo peor que te he hecho…

—Quizá sea lo que me merezco. Sam, desearía…

—Adiós, Ed —se despidió Latourette, con una expresión aterrada en el rostro, y salió del despacho.

Hawks se sentó con los ojos cerrados, y las manos realizaron movimientos veloces y sin sentido, en un gesto como de querer asir algo de la superficie del escritorio.


Hawks atravesó el suelo del laboratorio en dirección al transmisor. Inesperadamente, Gersten le salió al paso y le dijo:

—Intenté ponerme en contacto con usted hace un rato. Su secretaria me indicó que Sam Latourette se hallaba en su oficina y que, salvo que se tratara de algo que no pudiera aguardar, no recibía llamadas.

Hawks le observó. El rostro de Gersten estaba pálido. Le temblaban los labios. Con voz insegura, comentó:

—Siento eso. A veces, Vivian olvida la importancia relativa de las cosas. —Escrutó a Gersten—. ¿Le trató con descortesía? —preguntó con mirada perpleja.

—Fue perfectamente educada. Además, en estas circunstancias, no era nada que no pudiera esperar.

Gersten comenzó a dar la vuelta para marcharse.

—Espere —pidió Hawks—. ¿Qué ocurre?

Gersten se volvió. Empezó a hablar, y luego cambió de idea. Aguardó un instante y preguntó con voz pausada:

—¿Sigo en el trabajo?

—¿Y por qué no habría de ser así? —preguntó Hawks. Relajó el ceño—. ¿Qué le hizo pensar que quería que Sam volviera? —inquirió despacio. Miró a Gersten a la cara—. Siempre pensé que era usted un hombre con mucha confianza en sí mismo. Está realizando un trabajo muy bueno para mí. —Se llevó la palma de la mano a la nuca y permaneció allí de pie, tratando de desentumecer los rígidos músculos con las yemas de los dedos—. De hecho, tengo la sensación de que hace rato que debí darle más responsabilidades. Yo…, siento no haber dispuesto de tiempo para llegar a conocerle mejor antes. —Con un movimiento poco fluido, se quitó la mano del cuello y se encogió de hombros—. Eso suele ocurrir. Es una pena cuando le sucede a un buen hombre. Sin embargo, no sé qué más decirle.

Gersten se mordió el labio.

—¿Habla en serio? Nunca sé lo que hay en su cabeza.

Las cejas de Hawks se enarcaron. Su labio sufrió un tic.

—Es extraño que usted me diga eso.

Gersten sacudió la cabeza, molesto.

—Tampoco sé lo que quiere decir con eso. Hawks… —alzó la vista—, éste es el mejor trabajo que he tenido jamás. Es el más importante. Casi soy cinco años más joven que usted. El hecho de que pueda conocer esta profesión tan bien como usted es otra cosa. Sin embargo, suponiendo que así sea, ¿qué posibilidades cree que tengo de encontrarme donde está usted dentro de cinco años?

Hawks frunció el ceño.

—Bueno, no lo sé —repuso, pensativo—. Eso depende, por supuesto. Hace cinco años, empecé a vislumbrar todo este proyecto… —Indicó con un gesto de la cabeza la maquinaria que les rodeaba—. Ocurrió que se trataba de algo que podía tener aplicaciones militares, de modo que recibió un buen empuje. Si se hubiera tratado de algo distinto, quizá no hubiera recorrido un camino tan paralelo con respecto a su utilidad. Aunque ese criterio no sirve. Lo que compra la gente no necesariamente es lo mejor…, si es que algo es lo mejor. —Se encogió de hombros—. No lo sé, Ted. Si usted se encuentra desarrollando una idea básicamente nueva en su tiempo libre, tal como lo hacía yo cuando trabajaba en la RCA, quizá llegue muy lejos con ella. —Se encogió de nuevo de hombros—. En gran medida, eso depende de usted.

Gersten le miró con el ceño fruncido.

—No lo sé. No lo sé. Ahora mismo, lamento haberme dejado llevar por un arrebato. —Exhibió una sonrisa rápida de disculpa que desapareció casi al instante—. Supongo que tiene más cosas en las que pensar que en ingenieros caprichosos. Pero… —Pareció reunir el valor para continuar—. Cuando me alisté en el Ejército durante la guerra —continuó sin preámbulo—, solicité la entrada en la Escuela de Candidatos a Oficiales. Me entrevistó un teniente temporal que había sido un joven sargento indio desde los días en que los civilizaban con un palo bajo la bandera. Me entrevistó, llenó los espacios adecuados del cuestionario y, luego, dio vuelta al impreso, mojó la punta del lápiz con la lengua y escribió: «Este candidato parece tener problemas de habla. Estas dificultades probablemente le impidan ejercer el mando correcto sobre las tropas». Luego giró el impreso, de modo que yo pudiera leer la evaluación confidencial que había hecho. Y eso fue todo. —Gersten estudió el rostro de Hawks con sumo cuidado—. ¿Qué piensa del asunto?

Hawks parpadeó.

—Después de eso, ¿qué hizo el Ejército con usted?

—Me enviaron a la escuela de electrónica de Fort Monmouth.

—Así que, ¿si no fuera por eso, no está seguro de que hoy se encontraría aquí?

Gersten frunció el ceño.

—Supongo que sí —repuso finalmente—. No es así como lo he analizado yo.

—Bueno, no le conozco, Ted; pero yo habría sido un oficial de carrera horrible en la Armada. No creo que el hecho de haber estado allí hubiera mejorado la situación. —De repente, sonrió con una mueca—. Y deje que me preocupe yo de Sam Latourette. —Miró con ojos de disculpa a Gersten—. Quizá, una vez hayamos sorteado el obstáculo de este proyecto, podamos llegar a conocernos mejor mutuamente.

Gersten no dijo nada. Miró a Hawks como si no pudiera decidir qué expresión poner en su cara. Luego se encogió a medias de hombros y comentó:

—Lo que antes quería hablar con usted se refería a ese asunto de la señal del anaquel de amplificadores. Ahora bien, me parece que si…

Se alejaron juntos, hablando de cosas técnicas.


El día en que el tiempo transcurrido llegó a los siete minutos y cuarenta y nueve segundos, el transmisor tuvo que apagarse, ya que el ángulo de emisión habría incluido una porción demasiado elevada de la ionosfera de la Tierra. Los equipos de mantenimiento se pusieron a trabajar en el nuevo y periódico trazado del horario. Hawks trabajó con ellos.

El día en que estuvieron dispuestos a emitir otra vez, Barker llegó al laboratorio a la hora correcta.

—Parece más flaco —comentó Hawks.

—Usted no parece estar mucho mejor.

El día en que el tiempo transcurrido se elevó a los ocho minutos y treinta y un segundos, Benton Cobey llamó a Hawks a su despacho para una conferencia.

Hawks entró con una bata limpia y miró atentamente a los hombres que se sentaban alrededor de la mesa de conferencias que había en el extremo opuesto al escritorio de Cobey. Éste se incorporó en la cabecera de la mesa.

—Doctor Hawks, ya conoce a Carl Reed, nuestro Jefe de Contabilidad —dijo, señalando a un hombre reservado y enjuto, próximo a la calvicie, que se sentaba a su lado, con sus manos de labrador relajadas una encima de la otra sobre la superficie del plástico protector de las hojas de trabajo que había traído con él.

—¿Cómo está? —saludó Hawks.

—Bien, gracias. ¿Y usted?

—Y éste es el comandante Hodge, claro —anunció escuetamente Cobey, indicando al oficial naval de enlace que se sentaba a su otro lado; se había quitado la gorra y la había dejado sobre la mesa, donde lanzaba su reflejo sobre la madera brillante.

—Claro —corroboró Hawks, con una fugaz sonrisa a la que Hodge correspondió. Se dirigió al extremo de la mesa opuesto a Cobey y se sentó—. ¿Cuál es el problema? —preguntó.

Cobey miró a Reed.

—Bien, podríamos entrar directamente en materia —dijo.

Reed asintió. Se inclinó levemente hacia delante y, con las yemas de los dedos, empujó los formularios en dirección a Hawks.

—Éstas son las cifras, aquí, que corresponden a los pedidos de equipo de su laboratorio —empezó.

Hawks asintió.

—Abarcan la instalación original y los recambios solicitados durante el último año fiscal.

Hawks volvió a asentir. Observó a Cobey, que se sentaba con las manos entrelazadas y los codos apoyados sobre la mesa, con los pulgares debajo de la barbilla, y miraba por encima de los dedos las hojas que tenía delante de él. Hawks ladeó la vista hacia Hodge, que estaba pasando el lado de su dedo índice derecho a lo largo de la mejilla, con los ojos gélidos de color azul en apariencia vacíos, las comisuras entrecerradas hasta formar una perenne pata de gallo.

—Doctor Hawks —prosiguió Reed—, al estudiar esas hojas, en un principio se me ocurrió que debía buscar alguna forma de llevar este proyecto, en la medida de lo posible, a un nivel más económico. Y me parece que lo hemos logrado.

Hawks miró a Reed.

—Ya le he explicado mi idea al señor Cobey, y éste está de acuerdo en que hay que presentársela a usted —dijo Reed. La boca de Cobey sufrió un tic—. Y así —concluyó Reed—, hemos hablado con el comandante Hodge para saber si la Marina estaría dispuesta a considerar un cambio en el procedimiento de la operación, siempre que no interfiriera con la eficiencia en ningún punto importante.

Hodge intervino, en apariencia sin dedicar una gran parte de su atención al tema:

—No nos importaría ahorrar dinero. En especial, cuando no disponemos de la libertad de que se discutan la asignaciones de modo pormenorizado en los debates del Congreso.

Hawks asintió.

Todos guardaron silencio; finalmente, Cobey preguntó:

—Bueno, ¿está dispuesto a escucharlo, Hawks?

—Por supuesto —replicó Hawks. Miró a su alrededor—. Lo siento…, no tenía idea de que todos aguardaban mi respuesta. —Miró a Reed—. Prosiga, por favor.

—Bien —comenzó Reed, bajando la vista a sus números—, me parece que gran parte de este equipo son muchas piezas de lo mismo. Lo que quiero decir con ello, es que aquí hay un artículo en el que se solicitan cien reguladores de voltaje de un mismo tipo. Y aquí hay otro para…

—Sí. Bueno, gran parte de nuestro equipo consiste en un componente en particular u otro, enlazado a una serie de componentes similares. —La cabeza de Hawks estaba ladeada y mantenía los ojos atentos—. Hemos de realizar muchas operaciones básicamente iguales de forma simultánea. No teníamos tiempo para diseñar componentes con la capacidad de realizar estas funciones. Así que debimos emplear los diseños electrónicos ya existentes y arreglarnos con su capacidad comparativamente baja a base de multiplicar los componentes. —Se detuvo durante un momento—. Hacen falta mil hormigas para cargar con un terrón de azúcar —finalizó.

—Ése es un ejemplo muy idóneo, Hawks —comentó Cobey.

—Trataba de explicar…

—Continúe, Reed.

—Bien. —Reed se inclinó hacia delante con energía—. No quiero que usted piense que soy una especie de ogro, doctor Hawks. Pero, enfrentémonos a ello, hay mucho dinero metido en ese equipo y, hasta donde yo puedo ver, no hay ninguna razón para que, si disponemos de una máquina duplicadora, no podamos simplemente —se encogió de hombros— sacar tantas copias como requiramos de cada uno de sus componentes. No veo por qué han de ser construidas en nuestra división de manufacturación o compradas de proveedores de fuera. Ahora bien, aquí tenemos una situación en la que ni siquiera puedo calcular una operación de coste fijo. Y…

—Señor Reed —cortó Hawks.

Reed se detuvo.

—¿Sí?

Hawks se frotó el rostro.

—Comprendo su posición. Y veo que lo que acaba de proponer es totalmente razonable, desde su punto de vista. Sin embargo…

—De acuerdo, Hawks —comentó con sequedad Cobey—. Explíquenos ese «sin embargo».

—Bien —le dijo Hawks a Reed—. ¿Conoce usted los principios sobre los que trabaja el escáner…, el duplicador?

—Me temo que muy por encima —repuso con tono paciente Reed.


—Bien. Muy por encima, el duplicador coge una pieza de materia y la reduce a una serie sistemática de flujo de electrones. Electricidad. Una señal, igual que lo que sale de una emisora de radio. Ahora bien, esa señal es alimentada a esos componentes…, podríamos decir que de la misma forma que la señal que llega a la antena de un receptor de radio y es enviada al circuito que hay en su interior. Cuando sale por el otro extremo del circuito, no va a un altavoz, sino que es retransmitida a la Luna y, durante el proceso, es chequeada otra vez para comprobar su exactitud. Esencialmente, eso es lo que hacen los componentes: inspeccionan la señal en busca de consistencia. Ahora bien, la cuestión es que la exactitud con que la pieza original de materia es reconstruida, duplicada, depende de la consistencia del flujo de electrones que llegan al receptor. Por lo tanto, si empleáramos componentes duplicados para comprobar la consistencia de la señal con la que duplicamos objetos altamente complicados, tales como un ser humano vivo, estaríamos introduciendo una posibilidad de error adicional que, en el caso de un ser humano, es más alto de lo que nosotros podemos permitirnos dentro de nuestro margen de seguridad. ¿Ha comprendido eso?

Reed frunció el ceño.

Cobey tensó una comisura de su boca y bajó la vista a la mesa para mirar a Hawks.

Hodge cogió su gorra y comenzó a ajustar el alambre que la mantenía rígida por debajo de la funda blanca.

Finalmente, Reed dijo:

—¿Eso es todo, doctor Hawks?

Hawks asintió.

Reed se encogió de hombros, incómodo.

—Bueno, mire —comentó—, me temo que aún sigo sin verlo. Puedo comprender que tal vez sus componentes originales no puedan ser duplicados, ya que su escáner no trabajaría sin ellos; pero…

—Oh, sí que trabajaría sin ellos —corrigió Hawks—. Como le he dicho, se trata de un circuito de control. No es primario.

Reed bajó con energía las manos y contempló a Cobey. Sacudió la cabeza.

Cobey respiró hondo y exhaló amargamente el aire.

—¿Qué dice usted, comandante?

Hodge soltó de nuevo la gorra.

—Creo que lo que quiere darnos a entender el doctor Hawks es que, si tenemos un torno mecánico haciendo tornos mecánicos, y usted emplea estos tornos mecánicos que ha hecho para construir más tornos mecánicos, con sólo que una pieza de uno de estos tornos falle, bastará para que en poco tiempo tenga en sus manos infinidad de tornos mecánicos que serán pura basura.


—Bueno, maldita sea, Hawks, ¿por qué no pudo expresarlo usted de ese modo? —exclamó Cobey.

El día que el tiempo transcurrido alcanzó los nueve minutos y treinta segundos, Hawks le dijo a Barker:

—Estoy preocupado. Si su tiempo transcurrido se alarga mucho más, el contacto entre L y T se hará demasiado frágil. El equipo de navegación me comunica que sus informes son cada vez menos coherentes.

—Entonces, deje que sean ellos los que suban ahí. Veamos cuánto sentido pueden sacar de la formación. —Barker se pasó la lengua por los labios. Sus ojos parecían huecos.

—Ésa no es la cuestión.

—Sé cuál es la cuestión. Pero hay otra. Ya puede dejar de preocuparse. Estoy a punto de salir por el otro lado.

—No me han dicho eso —repuso Hawks con energía.

—No lo saben. Sin embargo, tengo el presentimiento.

—Un presentimiento.

—Doctor, lo único que muestra ese mapa es lo que yo cuento después del trabajo del día. No tiene principio ni fin, salvo que yo le dé ese fin. —Miró a su alrededor, con una expresión amarga en su rostro—. Toda esta maquinaria, doctor, y al final todo se reduce a lo que haga sólo un hombre. —Observó a Hawks—. Un hombre y lo que haya en su mente. O quizá dos. No lo sé. ¿Qué hay en su mente, Hawks?

Hawks contempló fijamente a Barker.

—Yo no hurgo en su mente, Barker. No lo haga usted en la mía. He de realizar una llamada telefónica.

Cruzó el laboratorio y disco un número exterior. Esperó una respuesta y, mientras aguardaba, miró con ojos desenfocados la vieja y familiar pared blanca. De repente, entró en un espasmo de acción y aplastó la palma de su mano libre contra la superficie. Entonces el zumbido del auricular cesó con un clic, y él dijo con ansiedad:

—¿Hola? ¿Elizabeth? Soy…, soy Ed. Escucha… Elizabeth… Oh, estoy bien. Ocupado. Escucha…, ¿estás libre esta noche? Es que jamás te he llevado a cenar fuera, o a bailar, o a nada… ¿Vendrás? Yo… —Sonrió a la pared—. Gracias.

Colgó el teléfono y se alejó. Miró hacia atrás por encima del hombro y observó a Barker, que no había dejado de mirarle; prosiguió su camino tímidamente.

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