NUEVE

1

Barker estaba apoyado sobre un armarito cuando Hawks entró por la mañana en el laboratorio y se le acercó.

—¿Cómo se siente? —le preguntó Hawks, mirándole con intensidad—. ¿Bien?

Barker esbozó una sonrisa fugaz.

—¿Qué quiere que haga? ¿Que choquemos los guantes antes del último asalto?

—Le hice una pregunta.

—Me encuentro bien. Lleno de energías. Muy bien, Hawks, ¿qué quiere que le diga? ¿Que estoy henchido de orgullo? ¿Que éste es un paso tremendo para la ciencia, en el que me siento honrado de participar en este día tan favorable? Ya me han dado el Corazón Púrpura, Doc…, sólo páseme unas aspirinas.

Hawks comentó con vehemencia:

—Barker, ¿está seguro de que será capaz de salir por el otro lado de la formación?

—¿Cómo puedo estarlo? Quizá parte de su lógica sea que uno no puede ganar. Quizá me mate por simple indiferencia. No lo puedo garantizar. Lo único que puedo prometerle es que me encuentro a un paso del extremo del único sendero seguro posible. Si mi siguiente movimiento no me lleva fuera, entonces no existe esa salida. Es una lata de tomate, y yo ya he tocado el fondo. Pero, si es algo más, sí, hoy es el día; éste es el momento.

Hawks hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Eso es todo lo que puedo pedirle. Gracias. —Miró a su alrededor—. ¿Se encuentra Gersten en el transmisor?

Barker asintió.

—Me anunció que podríamos iniciar la emisión en una media hora.

—De acuerdo. Perfecto. Casi es mejor que empiece a ponerse la ropa interior. Aunque habrá una ligera demora. Primero hemos de efectuar una exploración preliminar de mí mismo. Iré con usted.

Barker aplastó el cigarrillo bajo el tacón del zapato. Alzó los ojos.

—Supongo que debería decir algo al respecto. Algún comentario sarcástico sobre cómo se adentra intrépidamente en una playa hostil una vez que las tropas ya han tomado la isla. Sin embargo, ni siquiera esperaba que lo hiciera.

Hawks no repuso nada; cruzó el laboratorio en dirección al transmisor.


—Usted sabía que disponíamos de trajes adicionales —le dijo a Gersten mientras permanecía tendido en el interior de la armadura abierta.

Los hombres de la Marina trabajaban a su alrededor ajustando los tornillos de las placas de presión. El alférez observaba con ojos atentos y una expresión de incertidumbre en el rostro.

—Sí, pero sólo para el caso de que perdiéramos uno en una exploración defectuosa —replicó Gersten con mirada terca.

—Siempre hemos tenido un buen stock de equipo, en todos los tamaños.

—Hawks, ser capaz de hacer algo, y hacerlo, son dos cosas diferentes. Yo…

—Mire, usted ya conoce la situación. Sabe lo que estamos haciendo aquí tan bien como yo. Una vez hayamos abierto un camino seguro es cuando comienza de verdad la exploración y el análisis. Tendremos que desmontar esa cosa como si fuera una bomba; yo estoy a cargo del proyecto. Hasta hoy, si yo desaparecía de él, habría sido un gasto muy caro. Sin embargo, en este momento, el riesgo es aceptable. Quiero ver cómo es esa cosa. Quiero ser capaz de dar directrices inteligentes. ¿Es tan difícil de comprender?

—Hawks, hoy todavía pueden salir mal unas cuantas cosas ahí arriba.

—Suponga que no es así. Suponga que Barker lo consigue. Entonces, ¿qué? Él estará allí arriba y yo aquí abajo. ¿Es que cree que no planeaba esto desde el comienzo?

—¿Incluso desde antes de conocer a Barker?

—Desearía no haber conocido nunca a Barker. Apártese y deje que cierren la armadura.

Introdujo con cuidado la mano izquierda en el guante que había en el interior del grupo de herramientas.

Lo metieron en la cámara. Los imanes se apoderaron del traje y retiraron la mesa. La puerta se cerró herméticamente. Flotó en mitad del aire, con las piernas y los brazos extendidos, rodeado por los cientos de miles de ojos resplandecientes de las caras del escáner. Se quedó mirando a través del círculo de cristal del visor del casco, con el rostro inexpresivo.

—Cuando quiera, Ted —indicó con voz soñolienta al micrófono, y las luces de la cámara se apagaron.


Las luces se encendieron en el receptor. Abrió los ojos y parpadeó con suavidad. La puerta del receptor se abrió y metieron la mesa debajo de él. Los imanes laterales perdieron fuerza a medida que apagaban los reostatos y, una vez más, estableció contacto con la superficie de plástico.

—Me siento normal —dijo—. ¿Logró obtener una buena cinta de archivo?

—Hasta donde sabemos —le contestó Gersten por el micrófono—. Los ordenadores no detectaron ninguna ruptura en la transmisión.

—Bien, eso es lo mejor que podemos hacer —comentó Hawks—. De acuerdo…, llévenme de nuevo al transmisor y manténganme allí. Introduzcan a Barker en su traje, sujétenle las piernas a la mesa y deslícenlo debajo de mí. Hoy —prosiguió— se establece un nuevo precedente en los anales de la exploración. Hoy vamos a enviar un sandwich a la Luna.

Fidanzatto, que arrastraba la mesa por el suelo del laboratorio, se rió con nerviosismo. Con un movimiento brusco, Gersten giró la cabeza a un lado y le miró.

2

Hawks y Barker se pusieron lentamente de pie en el receptor de la Luna. Los especialistas de la marina que aguardaban en el exterior abrieron la puerta y se hicieron a un lado para dejarles salir. La estación lunar era gris y austera, con vigas maestras geodésicas triangulares y de plástico que recorrían la lámina semiflexible del techo del domo. A intervalos regulares pendían luces, parecidas a estalactitas, y el suelo era un tamiz de estera apisonada sobre una lámina de tierra. Hawks miró a su alrededor con curiosidad, con el casco de su armadura girando con un leve sonido rechinante que, de inmediato, fue amplificado por el material del domo, de modo que cada movimiento que hacían los hombres era seguido por un eco más prolongado. El interior del edificio no estaba quieto en ningún momento. Constantemente crujía y gemía, haciendo que las luces oscilaran en sus soportes; el grupo de hombres —el equipo de la Marina con su ropa interior y Hawks y Barker con su armadura —se veían bañados por reflejos cambiantes, como si se hallaran en el fondo de un mar sacudido arriba por una fuerte tormenta. En la esclusa de aire, los marinos se metieron en sus propios trajes de caucho y luego, uno a uno, todos salieron a la superficie abierta de la Luna.

Las estrellas brillaron sobre ellos con una intensidad fría y opaca, mucho más fuerte que nada que pudiera llegar a un cielo sin luna en una noche de la Tierra, marcadas con agudas manchas de sombra en cada elevación del terreno. Desde el nivel del suelo resultaba posible distinguir las formas vagas de la instalación naval de trabajo, con cada domo cubierto con su red superior de camuflaje, extendiéndose como el naufragio de un zepelín a la derecha de Hawks, de un ligero color gris verdoso y sin vestigio de ninguna luz.

Hawks inspiró profundamente.

—De acuerdo, gracias —les dijo a los hombres de la Marina, con voz distante, mecánica y profesional por el circuito de radiotelefonía—. ¿Están preparados los equipos de observación?

Un marino, con las insignias de teniente pintadas sobre el casco, asintió y le hizo un gesto hacia la izquierda. Hawks volvió despacio la cabeza, con expresión vacilante, y miró hacia donde estaban los montículos del bunker de observación, agrupados como si se encontraran bajo el saliente de un precipicio, al pie de la enorme formación negra y plateada.

—La pasarela se encuentra por allí —intervino Barker, tocando el antebrazo de Hawks con el grupo de herramientas que tenía en un extremo de la manga—. Vamos…, nos quedaremos sin aire si esperamos a que usted meta el pie en el agua.

—De acuerdo.

Hawks se preparó para seguir a Barker bajo el techo de camuflaje que se extendía, como una pérgola sobre la que no pudieran trepar las ramas, por encima del sendero que había sido apisonado para formar un camino entre el domo del receptor y la formación.

El teniente de la marina realizó un gesto de despedida con la mano y empezó a alejarse, seguido por su equipo de trabajo, tomando el otro sendero, que conducía de regreso a la estación y a sus tareas cotidianas.

—¿Todo listo? —preguntó Barker cuando llegaron a la formación—. Dirija su luz hacia los observadores, allí, de modo que sepan que vamos a comenzar.

Hawks alzó una de las manos y activó una vez la luz de trabajo. Un punto de luz de reconocimiento apareció sobre la superficie lisa y negra del bunker.

—Eso es todo lo que hay, Hawks. Desconozco qué es lo que espera. Simplemente, repita lo que yo haga, y sígame. Esperemos que a esa cosa no le importe que yo no esté solo.

—Ése es un riesgo aceptable —replicó Hawks.

—Si usted lo dice, doctor.

Barker alargó los brazos y colocó la parte interna de sus mangas contra la lustrosa y ondulante pared ante la cual acababa bruscamente la pasarela. Las movió hacia los costados, y surgió un ¡spang! agudo en el interior de la armadura de Hawks, que rebotó hasta sus pies, en el momento en que la pared aceptó a Barker y le succionó al interior.

Hawks bajó la vista a la grava suelta del camino, llena de huellas, como si lo hubiera recorrido todo un ejército. Llegó hasta la pared y alzó los brazos, con el sudor chorreando por las mejillas a un ritmo mucho más rápido del que podían extraer los deshumidificadores del traje.

3

Barker subía por un plano inclinado de un destelleante negro azulado hacia un lugar donde dos caras de un marrón apagado chocaban repetidamente con golpes secos. Cortinas de verde y blanco remolineaban alrededor de Hawks. Emprendió la carrera en el momento en el que lanzas de un cristal transparente surgían de entre los pliegues del verde y el blanco, con resplandores de una luz rojiza, apenas visible, en los extremos, junto con un azul, verde y amarillo que subía desde el suelo.

Hawks corrió con los brazos pegados a los costados. Llegó hasta el lugar en el que había visto que Barker se lanzaba hacia delante, rodando hacia un lado, junto al torrente flexible de la pálida periferia parecida a hojas de árboles. Cuando se lanzó por el aire, pasó por encima de un cuerpo retorcido vestido con un tipo de armadura que ya había sido descartada.

La blanca armadura de Barker floreció de repente con escarcha, que fue cayendo a medida que coma y quedaba en el camino de Hawks como si fuera el patrón del traje, en un montón de mangas, piernas y torsos anteriores, a los que Hawks les añadió los propios cuando también lo atravesó.

Hawks siguió a Barker por el descendente embudo en espiral, cuyas paredes les manchaban con un polvillo gris que se desprendió de sus armaduras despacio, en largas y delicadas hebras, en el momento en que giraron para pasar al lado del cuerpo de Rogan, medio oculto entre un montón de semicírculos congelados, como un cargamento de platos rotos desechados.

Barker alzó la mano y se detuvieron al borde del campo de planos semicirculares, juntos de pie, mirando hacia el rostro del otro por debajo del saliente que formaba una lengua de metal bruñido de color negroazulado que sobresalía por encima de ellos, oxidado con un marrón áspero allá donde una versión anterior deBarker se había arrastrado por su superficie y yacía ahora con los miembros extendidos y una manga blanca colgando, aferrando un trozo superficie verde entre las pinzas convulsivamente cerradas de su guante de herramientas. Barker lo miró; luego observó de nuevo a Hawks y le hizo un guiño. Entonces cogió una de las proyecciones cristalinas y transparentes que sobresalían de la pared roja parpadeante y se ayudó hasta la siguiente, desapareciendo de la vista por el recodo donde se podía ver la reflgente luz de color azul, verde y amarillo.

Los acorazados pies de Hawks tantearon en el aire vacío cuando lo siguió alrededor de la curva. Avanzó apoyando una mano tras otra, manteniendo con cuidado el cuerpo hacia arriba para que sus hombros estuvieran siempre por encima del nivel de las manos a medida que se movía laterlamente a lo largo de la alta y escamada escotilla de un amarillo pálido, con cada hoja medio doblada que cedía blandamente con su peso y se retorcía casi hasta el punto en que sus pinzas perdían el contacto con la superficie, cuyas puntasde aguja no podía penetrar. Tenía que cruzar los brazos y modificar el peso de su cuerpo de cada hoja a la siguiente antes de que ésta tuviera tiempo de hacerle caer y, a medida que avanzaba, debía estrujar su cuerpo para evitar el golpe de retroceso de cada medio plato que su mano acababa de abandonar. Allí abajo yacía un enmarañado manojo de armaduras rotas; mangas retorcidas, junto con piernas y torsos.

Pasado un rato, Hawks llegó a donde se hallaba Barker tumbado sobre su espalda, descansando. Comenzó a sentarse a su lado, dejándose caer de forma torpe e incómoda. Lanzó una brusca ojeada a su muñeca, donde una brújula giroscópica miniaturizada señalaba hacia el norte lunar. Retorció el cuerpo, tratando de recuperar el equilibrio, y finalmente permaneció, jadeante y erguido, apoyado sobre un pie, como si fuera un ave acuática, mientras Barker le enderezaba. Sobre sus cabezas, líneas de color naranja parpadeaban a través de una masa cristalina con la forma de la cabeza de una rata gigante; entonces, a regañadientes, reanudaron la marcha.

Caminaron a lo largo de una llanura enorme y desolada de unas tonalidades pancromáticas de grises y negros, siguiendo una línea partcular de huellas entre un grupo de rastros individuales. Todas terminaban en un montón de armaduras blancas excepto ésta, sobre la que Barker se detenía de vez en cuando poco antes de llegar a su proppio cádaver y se echaba hacia un lado, o simplemente aguardaba unos instantes o la rodeaba. En cada ocasión, la llanura, repentinamente, y desde el punto de vista de Hawks, recuperaba el color. Cada vez que seguía a Barker el color moría, y su traje comenzaba a zumbar con un sonido apagado y metálico.

Al final de la llanura había una pared. Hawks miró su reloj de pulsera. El tiempo transcurrido en el interior de su formación era de cuatro minutos y cincuenta y un segundos. La pared parpadeaba y burbujeaba desde sus pies hacia el cielo negro con haces de luz violeta. De donde caían sus sombras se elevaban flores de escarcha, permaneciendo a la altura máxima donde más apartados se encontraban de los extremos, de modo que guardaban el menor contacto con la luz. La escarcha comenzó a cobrar forma, unas copias de sus armaduras y, a medida que Hawks y Barker se acercaban a la pared, ésta, durante un momento, quedó abierta y expuesta; luego estalló silenciosamente por la presión del vapor, y cada fragmento volado descartado trazó un largo y delicado trazo de vapor mientras se devoraba a sí mismo y toda la explosión, a regañadientes, se apagaba.

Barker golpeó la pared con un pico agudo, y un refulgente cubo negroazulado de su substancia se apartó de ella, dejando a la vista una superficie áspera y de color marrón. Barker la rozó levemente y cambio de color, hasta adquirir una tonalidad replandecientemente blanca y viva con remolineantes hebras de color verde. La superficie de la pared se tornó cristalina y transparente y desapareció. Se hallaban al borde de un lago de humeante fuego rojo. En la playa, medio enterrada, la pintura blanca amarillenta, chamuscada y derretida, de modo que corría parecida a una fundida loza barata, yacía la armadura de Barker. Hawks observó su reloj de pulsera. Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de seis minutos y treinta y ocho segundos. Se giró y miró hacia atrás. Sobre la llanura abierta y pancromática había un cubo de metal vacío, brillando con tonalidades negroazuladas. Barker regresó sobre sus pasos, lo recogió y lo tiró al suelo. Un áspero muro de color marrón se alzó en el aire entre ellos y la llanura, y detrás de ellos el fuego se apago. En el lugar donde había estado la armadura de Barker se veía un ontón de cristales en el borde de un cuadrado de lapislázuli, de unos cien metros de lado.

Barker introdujo un pie en él. Una sección del cuadrado se inclinó, y los cristales del borde se deslizaron en un embudo brillante. Barker caminó por entre ellos con sumo cuidado, hasta llegar a la otra parte de la sección nivelándola con su peso. Hawks ascendió la pendiente y bajó para unirse a él. Barker señaló con una mano. A través de la grieta de la sección y el resto del cuadrado pudieron ver algunos hombres del equipo de observación, que escudriñaban ciegamente en la dirección en la que se hallaban ellos. Hawks contempló su reloj de pulsera. Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de seis minutos y treinta y nueve egundos. Acurrucado entre ellos y el equipo de observación, apenas visible se hallaba Barker. Los cristales de la parte de su sección se deslizaban dentro de una grieta y caían en largas y delicadas líneas de nieve sobre la armadura casi invisible.

Barker subió al cuadrado de lapislázuli. Hawks le siguió, y la sección se niveló a sus espaldas. Caminaron durante varios metros, y Barker se detuvo. Tenía el rostro tenso. Sus ojos refulgían con entusiasmo. Miró de soslayo a Hawks, y su expresión se tornó cautelosa.

Hawks miraba con insistencia su reloj de pulsera. Barker se humedeció los labios; luego se volvió y empezó a correr en una espiral creciente, con las botas alzando trozos de cristal, y en cada ocasión agachaba la cabeza para evitar las olas de luz roja, verde y amarilla que teñían su armadura. Hawks le siguió, mientras el lázuli se agrietaba en grandes ondas heladas que zigzagueaban, formando una red debajo de sus pies a medida que corría una y otra vez en círculos.

El lázuli se volvió de un azul acero transparente y, entonces, desapareció, dejando atrás únicamente la red de grietas sobre la que Barker y Hawks corrían, mientras debajo de ellos yacía la indiferente armadura nevada y, a unos pocos centímetros, el equipo de observación, y las estrellas y el horizonte irregular de la Luna detrás de ellos, un rostro contra el que se perfilaba el arco del cielo.

Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de nueve minutos y diecinueve segundos. Barker se detuvo otra vez, con los pies y las pinzas enganchados en la red, inmóvil, mirando por encima del hombro a medida que se le acercaba Hawks. Los ojos de Barker mostraban desesperación. Respiraba entrecortadamente, moviendo la boca. Hawks se detuvo a su lado.

La red de grietas comenzó a romperse para formar estacas puntiagudas como dagas, desprendiéndose, dejando grandes agujeros podridos a través de los cuales remolineaban nubes de humeantes partículas de un gris acero, que formaron estratos afilados como cuchillos y pendieron sobre el gran espacio abierto por encima de la superficie a la que se aferraban Barker y Hawks, y cuya periferia ascendía y se expandía para entrelazarse con los estratos y formar una malla rocosa de semicírculos que avanzaban hacia ellos.

De repente, Barker cerró los ojos, sacudió la cabeza con violencia en el interior del casco, parpadeó y, con una mueca dolorosa, comenzó a ascender por la red, manteniendo firmemente apretado el brazo contra el costado, manoteando encima de él con la derecha en busca de un nuevo asidero tan pronto como el peso de su cuerpo se desprendía de cada sujeción que su pie izquierdo descartaba.

Cuando Barker y Hawks emergieron del borde de la red, al lado de la armadura perdida que yacía debajo de la costra de puntas de daga rotas, su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de nueve minutos y cuarenta y dos segundos. Barker se plantó ante el equipo de observación a través de la pared y salió hacia la Luna abierta. Hawks le siguió. Permanecieron mirándose mutuamente a través de sus visores, con la formación directamente detrás de ellos.

Barker la contempló.

—No parece que se haya dado cuenta de lo que acabamos de hacer —dijo por el circuito de radiotelefonía.

Hawks lanzó una mirada a su espalda.

—¿Es que lo esperaba? —inquirió, encogiéndose de hombros. Se volvió hacia los hombres del equipo de observación que estaban de pie, a la espera, en sus trajes lunares, los rostros pacientes detrás de las burbujas transparentes de plástico de sus cascos—. Caballeros, ¿vieron que ocurriera algo nuevo mientras nos encontrábamos en e1 interior?

El mayor del equipo, un hombre de rostro grisáceo y chupado, con la montura de acero de sus gafas sujeta por una banda elástica, sacudió negativamente la cabeza.

—No. —Su voz brotó distorsionada a través del micrófono del cuello—. La formación no muestra ningún signo externo de discriminar entre un individuo y otro, o de reaccionar de ninguna forma especial ante la presencia de más de un individuo. Esto es un suposición, asumiendo que todas sus pruebas internas estén relacionadas.

Hawks asintió.

—Ésa fue también mi impresión. —Se volvió hacia Barker—. Lo cual significa que, prácticamente, ya podemos empezar a enviar equipos de técnicos a su interior. Creo que usted ha hecho su trabajo, Al. Pienso que de verdad lo ha hecho. Bueno, vayamos con estos caballeros por un rato. Bien podemos darles nuestros informes verbales, por si acaso el Hawks y el Barker T hubieran perdido contacto con nosotros antes de que emergiéramos.

Comenzó a andar a lo largo del sendero en dirección al bunker de observación, y los demás le siguieron.

4

Gersten se arrodilló y se inclinó sobre el visor abierto.

—¿Se encuentra bien, Hawks? —preguntó.

Hawks T miró confuso delante de él. Un hilillo de sangre descendía por la comisura de su boca. Tanteó con la lengua las partes que se había mordido del labio inferior.

—Seguro que debí de estar más asustado de lo que suponía cuando L rompió el contacto conmigo y yo me di cuenta de que me encontraba en el traje. —Agitó la cabeza de lado a lado, allí tumbado en el suelo del laboratorio—. ¿Barker está bien?

—Ahora mismo le están sacando del receptor. Parece hallarse en buena forma. ¿Lo consiguió? ¿Todo bien?

Hawks T asintió.

—Oh, sí, todo eso fue bien. En el último contacto, L le daba al equipo de observación un informe verbal. —Parpadeó para aclararse los ojos—. Vaya lugar ése de ahí arriba. Escuche, Gersten… —Alzó los ojos, y en su rostro había una expresión de desagrado mientras miraba al hombre. Cuando era niño, en una época en la que padeció una serie de resfriados serios, su padre había tratado de curárselos con baños en agua hirviendo y envolviéndolo en sábanas mojadas, tensando cada sábana más a medida que las pasaba alrededor del cuerpo de Eddie Hawks y por encima de los brazos, dejando al muchacho, de esa forma, inmovilizado toda la noche—. Yo…, odio pedirle esto —prosiguió, sin darse cuenta de que mantenía el rostro vuelto directamente hacia Gersten—, pero, ¿cree que los hombres podrían sacarme antes que a Barker del traje?

Gersten, que en un principio observaba a Hawks con intensidad y preocupación, se puso rígido y se ofendió.

—Por supuesto —dijo, alejándose y dejando a Hawks T solo en el suelo, como un niño en la noche.

Permaneció tendido allí de esa forma durante varios momentos antes de que uno de los técnicos que permanecían formando un círculo a su alrededor se percató de que quizá deseara compañía y se arrodilló a su lado, al alcance del restringido campo de visión que había a través de la abertura del visor.

5

Hawks L contempló al observador en jefe cerrar su libro de notas.

—Creo que esto lo completa —le comentó al hombre.

Barker, que se hallaba a su lado en la mesa de acero, asintió dubitativo.

—Yo no vi ningún lago de fuego —le dijo a Hawks.

Hawks se encogió de hombros.

—Yo no vi ningún arco de cristal verde roto en su lugar. —Se incorporó y se dirigió al equipo de observación—: Caballeros, si son tan amables de colocamos los visores en su lugar, emprenderemos nuestro camino.

Los observadores hicieron un gesto afirmativo y dieron un paso adelante. Cuando acabaron, giraron y se marcharon de la sala por la escotilla hermética hacia el interior del bunker, de modo que Hawks y Barker quedaron solos para poder emplear la escotilla exterior. Hawks gesticuló impaciente cuando la válvula de su casco comenzó a extraer una vez más aire de sus tanques, con ese breve suspiro que llenaba el casco.

—Vamos, Al —dijo—. No disponemos de mucho tiempo.

—Sí que es bueno tener a gente a tu alrededor para que te dé una palmada en la espalda cuando has hecho algo bueno —dijo Barker amargamente mientras salían por la escotilla.

Hawks sacudió la cabeza.

—Esta gente de aquí no siente ningún interés por nosotros como individuos. Quizás hoy debieron tenerlo, pero no habría sido muy bueno que rompieran esa costumbre. No lo olvide, Al…, para ellos, usted nunca ha sido más que una sombra en la noche. Sólo la última de muchas sombras. Y vendrán otros hombres aquí arriba para morir. Habrá momentos en los que los técnicos bajarán la barrera. Quizás exista el motivo para que usted, o incluso yo, volvamos aquí. Estos hombres del bunker nos observarán, grabarán lo que vean, harán lo mejor que esté a su alcance para ayudarnos a sacar información de esa cosa… —Abarcó con un gesto la masa de obsidiana que se derrumbaba perpetuamente para reerigirse perpetuamente, cambiando en el mismo lugar, cerniéndose sobre el bunker, ora reflejando la luz de las estrellas, ora de un negro profundo y sin brillo—. Este enorme acertijo. Pero usted y yo, Al, para ellos, sólo somos una especie de herramientas. Y así ha de ser. Ellos tienen que vivir aquí hasta que llegue el día en que el último técnico desmonte la última pieza de esta cosa. Y entonces, cuando eso ocurra, esta gente del bunker tendrá que enfrentarse a algo sobre lo que han evitado pensar en todo este tiempo.

Hawks y Barker prosiguieron por el sendero.

—¿Sabe, Hawks? —comentó incómodo Barker—. Casi no deseaba salir.

—Lo sé.

Barker agitó las manos en un gesto de indecisión.

—Ha sido la cosa más difícil de mi vida. Casi le conduzco a usted a la trampa que me atrapó la última vez. Y, luego, casi me quedo inmóvil a esperar que nos cogiera. Hawks, yo…, no lo sé. No quería salir. Tenía la sensación de que iba a perder algo. ¿Qué? Lo desconozco. Pero me quedé ahí, y de repente supe que había algo precioso que se perdería si salía a la superficie de la Luna.


Hawks, que caminaba con paso firme al lado de Barker, giró la cabeza para mirarle por primera vez desde que dejaran el bunker.

—¿Y lo perdió?

—No…, no lo sé. Creo que tendré de pensar en ello durante bastante tiempo. Me siento distinto. Eso es todo lo que puedo iecirle. —La voz de Barker se animó—. Así es.

—¿Es ésta la primera vez que ha hecho algo que ningún otro hombre ha realizado? Quiero decir, ¿con éxito?

—Yo…, bueno, no, he superado récords de todas clases y…

—Otros hombres también han superado los mismo récords, Al.

Barker se detuvo y miró a Hawks.

—Creo que es eso. —Frunció el ceñe—. Creo que tiene razón. He hecho algo que ningún otro hombre había conseguido antes. Y no me mataron en el intento.

—No existe precedente ni tradición. Sin embargo, Al, usted lo consiguió. —También Hawks se había detenido—. ¿Quizá se haya convertido en un hombre por derecho propio? —Su voz sonó tranquila y triste.

—¡Tal vez sí, Hawks! —exclamó Barker con excitación—. Mire…, usted no puede… Quiero decir, no es posible abarcar algo así de una sola vez…, pero… —Se detuvo de nuevo, con el rostro mirando ansioso a través del visor.

Casi habían llegado a la intersección en que el sendero del bunker se unía a la red de caminos que recorría el terreno en torno a la formación, el receptor, la instalación de la Marina y el aparcamiento de vehículos de donde salían las huellas. Hawks aguardó, inmóvil, observando con paciencia a Barker, con el casco inclinado mientras escudriñaba a través de él.

¡Tenía razón, Hawks! —exclamó Barker, con un torrente precipitado de palabras—. Los ritos de iniciación no significan nada si te conducen de vuelta a lo mismo que hacías antes; ¡si no sabes que has cambiado! Un hombre…, un hombre se hace a sí mismo. El… Oh, maldición, Hawks, yo intenté ser lo que ellos deseaban que fuera, y traté de ser lo que creí que debería ser; pero, ¿qué soy? Eso es lo que debo averiguar…, ¡de eso es de lo que tengo que sacar algo! ¡He de volver a la Tierra y enderezar todos esos años! Yo… Hawks, probablemente voy a estarle malditamente agradecido.

—¿Lo estará? —Hawks empezó a andar de nuevo—. Venga conmigo, Al.

Barker trotó detrás de él.

—¿Adonde va?

Hawks siguió caminando hasta que llegó al sendero del aparcamiento que se prolongaba una corta distancia más allá antes de que el camuflaje desapareciera y el terreno desnudo fuera casi infranqueable para un hombre con una armadura y a pie. Hizo un breve gesto con un brazo.

—Hacia allí.

—¿No se está arriesgando mucho? ¿Cuánto aire contienen estos trajes?

—No demasiado. Unos pocos minutos más.

—Bueno, pues entonces regresemos al receptor.

Hawks negó con la cabeza.

—No. Eso no es para nosotros, Al.

—¿Qué quiere decir? El transmisor de retorno funciona, ¿verdad?

—Sí. Pero, nosotros no podemos utilizarlo.

—Hawks…

—Si usted desea regresar al transmisor y hacer que el equipo de la Marina emplee el mismo procedimiento con el que envían muestras e informes a la Tierra, puede hacerlo. Sin embargo, primero quiero que entienda lo que está haciendo.

Barker le miró perplejo a través del grueso cristal del visor. Hawks alargó el brazo y, torpemente, se llevó la manga derecha al hombro del otro hombre.

—Hace tiempo le dije que le mataría de muchas formas, Al. Cuando cada Barker T recobraba la consciencia allá en la Tierra, después de que cada Barker L muriera, yo dejaba que usted se engañara. Entonces usted pensaba que había experimentado la muerte más segura de todas. No era así. He de hacérselo una vez más.

»Siempre existe una continuidad. Barker L y T parecían ser el mismo hombre, con la misma mente. Cuando L moría, T, simplemente, proseguía su vida. La hebra permanecía intacta, y usted podía seguir creyendo que nada había ocurrido realmente. Yo puedo decirle, y usted podría creerlo, que, de hecho, sólo había una sucesión de Barkers cuyos recuerdos se enlazaban a la perfección. Sin embargo, eso es algo demasiado abstracto para que un ser humano pueda llegar a abarcarlo. En este momento, yo pienso de mí mismo que soy el Hawks que nació hace años en el lecho de una granja. A pesar de que estoy al tanto de que existe otro Hawks, en el laboratorio de la Tierra, que ya lleva algunos momentos experimentando su propia vida; incluso aunque sé que nací de las cenizas volcánicas de este satelite hace veinte minutos, en el receptor. Todo eso no significa nada para el que yo que ha vivido en mi mente todos estos años. Puedo mirar hacia atrás. Puedo recordar.

»Ésa es la forma en que ocurrió también con usted. Se lo dije. Hace tiempo, le dije que el transmisor no envía nada más que una señal. Que destruye al hombre que explora para extraer esa señal. Sin embargo, sabía, mientras se lo comunicaba, que todas las palabras del mundo no le harían sentir de ese modo, mientras usted pudiera despertarse cada mañana en su propia piel. Así que, supongo, creo que desperdicié todas esas charlas. A menudo pienso que es así. No obstante, ¿qué podía decirme a mí mismo ahora si no intentaba comunicárselo?

—¡Vaya al grano! —exclamó Barker.

Hawks estalló exasperado.

—¡Es los que intento hacer! ¡Desearía que, de una vez por todas, a la gente le entrara en la cabeza que la respuesta breve sólo sirve para las preguntas corrientes! ¿Con qué cree que estamos tratando aquí… con algo que podría haber manejado Leonardo Da Vinci? ¡Si así hubiera sido, lo habría hecho, y habríamos tenido el siglo veinte en el mil quinientos! Si desea escuchar alguna respuesta, será mejor que me permita darsela en un contexto adecuado.

—De acuerdo, Hawks.

—Lo siento —dijo al cabo de un momento Hawks, con su estallido apagándose—. Lo siento. Un hombre va almacenando cosas en su interior y, al final, éstas estallan. Mire, Barker…, lo que ocurre, simplemente, es que aquí no disponemos de las instalaciones para devolver con exactitud a los individuos de la Tierra. No disponemos del equipo de ordenadores, no tenemos el equipo electrónico, tampoco los complejos mecanismos de seguridad de los que nos valemos en la Tierra. Dispondremos de ellos en el futuro. Pronto habremos excavado una cámara lo suficientemente grande como para mantenerlo todo bajo tierra, donde estará a salvo de accidentes al igual que de ser observada. Entonces tendremos que presurizar toda la cámara o descubrir cómo diseñar componentes electrónicos que puedan funcionar en el vacío. Y, si cree que eso no plantea un problema, se equivoca. Pero lo solventaremos. Cuando tengamos tiempo.

»No ha habido tiempo, Al. La gente que hay por aquí, los marinos, los observadores…, piense en ellos. Son los mejores hombres para desempeñar sus puestos. Gente competente. Y la gente competente tiene familias, carreras, intereses, propiedades de una u otra clase; es una falacia pensar que un hombre que es un buen astrónomo, o un buen cartográfo, no resulta bueno en muchos otros aspectos de la vida. Algunos no lo son. Pero la mayoría sí. Y todos los que están aquí saben que, cuando fueron transmitidos a la Luna, dobles suyos se quedaron atrás, en la Tierra. Era necesario. No podíamos alejar a hombres así de sus trabajos. No podíamos arriesgarnos a que murieran…, nadie sabía lo que podía acontecerles aquí. Y puede que aún ocurran cosas terribles. Todos se presentaron voluntarios. Todos lo comprendieron. Allá en la Tierra, sus dobles continúan con sus vidas como si nada hubiera sucedido. Hubo una tarde en la que pasaron unas pocas horas en el laboratorio, por supuesto; pero eso fue todo, el acontecimiento forma una parte muy menor de sus pasados.

»Aquí todos somos sombras, Al. Sin embargo, ellos constituyen una especie particular. Aunque tuvierámos el equipo necesario, no podrían regresar. Cuando lo traigamos, seguirán sin poder volver. No los detendremos si lo intentan; pero piense en ello Al, piense en el hombre que dirige el equipo de observación. Allí en la Tierra, su doble lleva una cartera científica complicada. Ha conseguido un montón de logros desde el día que fue duplicado. Posee una carrera, una reputación, toda una experiencia que este individuo, aquí, ya no comparte. Y el hombre de la Luna también ha cambiado…, conoce cosas que el otro no sabe. Posee toda una experiencia divergente. Si volviera, ¿cuál de ellos haría el trabajo de quién? ¿Quién se quedaría con la carrera, quién con la familia, quién con la cuenta bancaria? Pueden tratar de llegar a un acuerdo, siempre que ambos lo deseen. Sin embargo, pasarán años antes de que la misión finalice aquí. Se habrán producido divorcios, nacimientos, muertes, matrimonios, ascensos, licenciaturas, sentencias de cárcel, enfermedades… No, la mayoría no regresarán. No obstante, cuando esto acabe, ¿adonde irán? Será mejor que les tengamos algo preparado. Lejos de la Tierra…, lejos del mundo que no tiene sitio para ellos. Hemos creado todo un cuerpo de hombres con los lazos más fuertes posibles en la tierra y ningún futuro salvo en el espacio. Pero, ¿adonde irán? ¿A Marte? ¿A Venus? No disponemos de naves que puedan lanzar transmisores para ellos en esos lugares. Será mejor que las tengamos…, no obstante, suponga que alguno de ellos se ha vuelto tan imprescindible que no nos atrevamos a duplicarlo de nuevo. ¿Qué será de ellos?

»En una ocasión, usted los llamó zombis. Tenía razón. Son los muertos vivientes, y lo saben. Y fueron hechos por mí, porque no había tiempo. No teníamos tiempo para llevar esto a cabo de forma sistemática, para analizar todos los aspectos involucrados, para buscar por todo el mundo hombres a los que pudiéramos usar sin someterlos a esta ruptura. Y ahora, para usted y para mí, Al, nos queda el hecho sencillo de que sólo disponemos de unos breves minutos antes de que se agote el aire de nuestros trajes y no podamos regresar más.

—¡Por el amor de Dios, Hawks, podemos meternos en una de estas burbujas y disponer de todo el aire que deseemos!

—¿Y establecernos aquí, para regresar al cabo de uno o dos años? —preguntó despacio Hawks—. Supongo que, si lo desea, puede usted hacerlo. Mientras tanto, ¿en qué se ocupará? ¿Tratará de aprender algo útil aquí mientras se pregunta lo que ha estado haciendo durante todo ese tiempo en la Tierra?

Barker guardó silencio un momento. Luego dijo:

—Quiere indicar que estoy varado aquí. —Su voz sonaba tranquila—. Que soy un zombi. Bueno, ¿y eso es malo? ¿Es peor que morir?

—No lo sé —replicó Hawks—. Puede preguntárselo a la gente de la instalación. Ellos tampoco lo saben. Llevan cierto tiempo meditándolo. ¿Por qué cree que se mantuvieron alejados de usted, Barker? ¿Porque no había nada acerca de usted que les asustara más de lo que podían soportar? Apenas vinieron aquí, padecimos nuestra oleada de suicidios. Los que aún quedan son, comparativamente hablando, estables con respecto a este tema. Pero permanecen así debido a que han aprendido a pensar únicamente de modos muy determinados. No obstante, siga adelante. Ya se le ocurrirá algo.

—¡Pero Hawks, yo quiero regresar a la Tierra!

—¿Al mundo de sus recuerdos, al que quiere rehacer?

—¿Por qué no puedo usar el transmisor de retorno?

—Ya se lo dije —contestó Hawks—. Aquí arriba sólo disponemos de un transmisor. No tenemos un laboratorio lleno de equipos de control. El transmisor de aquí emite una señal que describe los informes mecanografiados y las muestras de roca que el equipo de la Marina introduce en el receptor. No se emplea para muchas cosas; sin embargo, cuando se usa, eso es lo que envía. Desde aquí, sin datos astronómicos precisos y sin nuestra fuente de energía, las señales se dispersan, no siempre llegan hasta nuestra antena allí abajo, se convierten en ceniza en los estratos de ionización…, no se puede realizar lo que hacemos en el laboratorio desde la superficie de un satélite sin atmósfera, deshabitado e inexplorado. Es imposible enviar hasta aquí arriba, desde un mundo con gravedad terrestre, con atmósfera, con presión de aire, con una escala de temperaturas diferente, un equipo que funcione aquí. Ha de ser diseñado específicamente para este lugar y, mejor aún, ha de ser construido aquí. ¿De qué? ¿En qué fábrica? Poco importa, a partir de marcas en el papel y trozos de roca, que hayamos conseguido el equipo mínimo que hemos tenido tiempo de adaptar aquí. Por el método de tanteo y una repetición constante, hemos conseguido mandar las señales y que las descifren en la Tierra. Si llegan mal, enviamos un mensaje al efecto, y un marinero transcribe un nuevo informe de su copia, y un geólogo recoge otra muestra de su roca. Pero un hombre, Barker…, ya se lo he dicho. Un hombre es un ave Fénix. Simplemente, no disponemos en la Luna de las facilidades para tomar una exploración completa de él y alimentarla a los amplificadores diferenciales, comprobarla y hacer una cinta de archivo para volver a comprobarla luego.

»Puede intentarlo, Al. Puede meterse en el transmisor de retorno y los hombres de la Marina oprimirán los interruptores adecuados. Ya lo han hecho antes, para otros hombres que también quisieron intentarlo. Como siempre, el escáner lo destruirá sin dolor y de forma instantánea. Pero lo que llegue a la Tierra, Al…, lo que llegue a la Tierra tampoco será el hombre en el que usted se ha convertido desde el momento en el que se introdujo en el transmisor del laboratorio. Se lo aseguro, Al.

Hawks alzó los brazos y los dejó caer de nuevo. —¿Ve ahora lo que le he hecho? ¿Ve lo que le he hecho al pobre Sam Latourette, que se despertará un día en un mundo lleno de extraños, sin saber nunca lo que le hice después de que le pusiera en los amplificadores, únicamente con la certeza de que ya estará curado, pero que su viejo y buen amigo Ed Hawks ha muerto y se ha convertido en polvo? No he jugado limpio con ninguno de ustedes. Nunca les he mostrado ninguna clase de piedad, salvo esporádicamente, por coincidencia.

Dio la vuelta y comenzó a caminar.

—¡Aguarde! Hawks… Usted no tiene que…

—¿Qué es lo que no tengo que hacer? —inquirió Hawks sin detenerse ni volver la cabeza, caminando imparable—. En el universo hay un Ed Hawks que recuerda toda su vida, incluso el tiempo que pasó en la formación lunar, hasta este momento, mientras permanece allá en el laboratorio. ¿Qué se perderá? No hay gasto alguno. Le deseo lo mejor, Al…, será mejor que se apresure y regrese a la escotilla de aire. Puede utilizar la que está en el transmisor de retorno o la de la estación naval. Los dos caminos tienen, aproximadamente, la misma distancia.

—¡Hawks!

—He de apartarme del camino de esta gente —comentó Hawks abstraídamente—. No forma parte de su trabajo tratar con los cadáveres que se les plantan en su terreno. Quiero meterme entre las rocas que hay allí.

Caminó hasta el final del sendero, mientras las sombras del camuflaje manchaban su armadura, recortando el contorno de su figura hasta que pareció que él mismo se convertía en otra porción irregular y rota del lugar por el que andaba.

Entonces emergió a la luz estelar, y su traje destelló con los reflejos fríos y puros.

—Hawks —dijo Barker con voz distante—, estoy ante la escotilla.

—Buena suerte, Barker.

Hawks ascendió por las rocas hasta que comenzó a jadear. Luego se detuvo, bien plantado en el suelo. Alzó el rostro al cielo, y las estrellas refulgieron contra el cristal. Tomó una detrás de otra cortas bocanadas de aire, cada vez con mayor rapidez. Le lagrimearon los ojos. Parpadeó con fuerza, repetidamente.

—No —comentó—. No, no caeré en eso. —Volvió a parpadear una y otra vez, y añadió—: No te temo. Algún día, yo, u otro hombre, te cogerá en su mano.

6

Hawks T se pasó el traje interior de color naranja por la cabeza y se quedó de pie al lado de la mesa donde se vestían, sólo con los pantalones, mientras se quitaba el talco del rostro y del pelo. Las costillas le sobresalían bastante de la piel.

—Debería salir a tomar el sol, Hawks —le dijo Barker, sentado sobre el borde de la mesa, observándole.

—Sí —repuso distraídamente Hawks, mientras pensaba que no tenía modo alguno de saber si, realmente, en la granja había tenido sobre la cama una manta lisa o una estampada—. Bueno, quizá lo haga. Seguro que podré encontrar un poco más de tiempo ahora que todo será más rutinario. Tal vez vaya a nadar con una muchacha a la que conozco o algo así. No lo sé.

Había una nota arrugada en la mano izquierda, mojada por el sudor, en el lugar donde la había puesto antes de que le introdujeran en el traje la primera vez. La cogió con cuidado, tratando de abrir los pliegues sin romperla.

—¿Recuerda mucho de lo que nos sucedió en la Luna después de salir de la formación? —le preguntó Barker.

Hawks negó con la cabeza.

—No, perdí el contacto con Hawks L poco después. Y, por favor, intente recordar que nosotros jamás hemos estado en la Luna.

Barker se rió.

—Muy bien. Pero, ¿cuál es la diferencia entre estar allí y recordar haber estado allí?

—No lo sé —farfulló Hawks, concentrado en la nota—. Quizá la Marina nos proporcione un informe de lo que Hawks L y Barker L hicieron después. Puede que eso nos diga algo. Yo creo que lo hará.

Barker se echó a reír de nuevo.

—Es usted un pájaro raro, Hawks.

Hawks le miró de soslayo.

—Eso me resume, ¿verdad? Yo no soy Hawks. Recuerdo ser Hawks, pero me hicieron en el receptor hace unos veinticinco minutos, y usted y yo nunca nos hemos visto.

—De acuerdo, Hawks —rió entre dientes Barker—. ¡Relájese!

Hawks ya no le prestaba atención. Finalmente consiguió abrir la nota y leer el borroso mensaje sin demasiada dificultad, ya que se trataba de su propia escritura y, de cualquier modo, él ya sabía lo que ponía. Decía:

«Dale mis recuerdos a ella».


FIN
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