A la mañana siguiente, Hawks estaba sentado en su despacho cuando Barker llamó a la puerta y entró.
—El guardia de la entrada me dijo que viniera a verle aquí —comentó. Sus ojos midieron el rostro de Hawks—. ¿Ha decidido despedirme o algo así?
Hawks negó con la cabeza. Cerró la tapa de la carpeta que estaba estudiando y, con un gesto de la mano, le indicó la silla que tenía delante.
—Siéntese, por favor. Tiene mucho en lo que pensar antes de ir al laboratorio.
—Por supuesto. —La expresión de Barker se relajó. Atravesó la parte del suelo no alfombrada con un sonoro ruido de los tacones de sus botas—. De paso, doctor, buenos días —añadió, dejándose caer en la silla y cruzando las piernas. La placa que le habían colocado en la pierna ortopédica sobresalía bastante debajo de la tensa tela del pantalón en su rodilla.
—Buenos días —contestó Hawks de forma escueta. Abrió la carpeta y extrajo un cuadrado grande de papel doblado. Lo empujó sobre el escritorio en dirección a Barker.
Sin mirarlo, Barker dijo:
—Claire quiere saber qué está ocurriendo.
—¿Se lo ha dicho?
—¿Es que el FBI me calificó de tonto?
—No en los aspectos que les importan a ellos.
—Espero que ésa sea su respuesta. Lo único que pretendía era informarle de un hecho que supongo que puede interesarle. —Sonrió sin ninguna alegría—. Me costó el sueño de esta noche.
—¿Podrá dedicar cinco minutos de máximo esfuerzo físico esta tarde?
—Se lo comunicaría si no pudiera.
—De acuerdo entonces. De lo único de que dispondrá es de cinco minutos. Ahora…, éste es el lugar al que irá. —Señaló en el mapa—. Ésta es la región explorada de la cara oculta de la Luna.
Barker frunció el ceño y se inclinó hacia delante, observando las líneas bien trazadas y el rectángulo de territorio rodeado por unas zonas marcadas ligeramente con las palabras: «No se dispone de información exacta».
—Una zona bastante irregular —dijo. Alzó la vista—: ¿Ha sido explorada?
—Un estudio topográfico. La Marina dispone de un puesto localizado… —apoyó el dedo en un cuadrado ínfimo— ahí. Justo por encima del disco visible en máxima oscilación. Aquí… —señaló un círculo levemente impreciso a una distancia de medio centímetro— es a donde irá usted.
Barker enarcó una ceja.
—¿Qué dicen los rusos al respecto?
—Todo este mapa —explicó Hawks con paciencia— abarca setenta kilómetros cuadrados. La instalación naval, y el lugar al que irá usted, se encuentran englobados en una zona de setecientos metros cuadrados. Prácticamente, son las únicas formaciones visibles desde el aire. Las otras son el receptor de materia situado al lado de la estación naval y la torre de repetición cerca de la cara visible. Están camufladas…, todas menos el lugar al que irá usted, que no se puede ocultar. Sin embargo, las radiofotos del cohete circunlunar ruso del mes pasado abarcan una zona de, por lo menos, diez millones de kilómetros cuadrados de superficie lunar. ¿Podría usted ver a una mosca en la fachada de la torre de televisión del edificio del Empire State? ¿A través de unos binoculares sucios?
—Sólo si estuviera a su lado.
—Los rusos no lo están. Creemos que disponen de una instalación robot de telemetría en algún lugar de la cara visible y, según nuestros cálculos, enviarán hombres allí el año próximo. Aún no la hemos localizado; pero las predicciones estadísticas sitúan su base a unos diez mil kilómetros circulares de nuestra instalación. Yo no creo que debamos preocuparnos de pedirle permiso a alguien para continuar con nuestro programa. Sin importar la situación, nosotros estamos allí, y ése es el emplazamiento al que irá usted hoy… Ahora deje que le explique cómo sucedió todo esto.
Barker se reclinó de nuevo en su silla, cruzó los brazos y enarcó las cejas.
—Me encanta su actitud de maestro —murmuró—. ¿Ha pensado alguna vez en seguir una carrera en la enseñanza, doctor?
Hawks le miró.
—No puedo dejar que muera usted en la ignorancia —repuso finalmente—. Usted…, usted es libre de marcharse de este despacho cuando quiera y dar por finalizado su trabajo aquí. Connington envió su contrato y su cláusula de marcha a la compañía esta mañana. Si ha leído su contrato, recordará la cláusula que le permite cancelarlo en cualquier momento.
—Oh, me quedaré, doctor —replicó Barker con ligereza.
—Gracias.
—De nada.
—Barker, no me lo está poniendo nada fácil, ¿verdad?
—Para mis cánones, no lo está haciendo muy bien, doctor.
La mano derecha de Hawks hurgó en el montón de carpetas al tiempo que las miraba.
—Tiene razón. La misericordia sólo es una invención cultural reciente del hombre —comentó, con un tono extremadamente preciso—. Dediquémonos al trabajo. A principios de este año, las Fuerzas Aéreas consiguieron una fotografía radiada de un cohete que intentaba situarse en órbita lunar. El cohete se acercó demasiado y chocó en algún lugar más allá de la cara visible. Por un accidente afortunado, esa fotografía única nos mostró esto. —Tomó una lustrosa ampliación de veinte por veinticinco de la carpeta y se la pasó a Barker—. Como puede ver, está casi toda ella difuminada y estriada por los errores de transmisión del aparato de radiofoto del cohete. Sin embargo, esta zona, de la cual se puede ver una parte en esta esquina, aquí, no es una formación natural.
Barker la observó con el ceño fruncido.
—¿Es lo mismo que me mostró en aquella fotografía con un plano terrestre?
—Pero aquélla fue tomada mucho después. Lo único que mostraba ésa es que había algo en la Luna cuyo alcance y naturaleza no eran determinados por la fotografía, pero que no se parecía a ninguna característica terrestre o lunar que el ser humano conociera. Desde entonces, hemos medido su extensión de la mejor manera a nuestro alcance, y podemos afirmar que mide unos cien metros de diámetro por veinte de alto, con irregularidades y características amorfas que no estamos capacitados para describir con exactitud. Aún sabemos muy poco acerca de su naturaleza…; sin embargo, eso se encuentra más allá del punto inmediato. Cuando se descubrió, al gobierno le pareció importante estudiarla. Se había tenido la creencia de que la cara oculta de la Luna no mostraría nada sorprendentemente distinto de la cara visible. Teniendo en cuenta el desigual estado de la astronáutica rusa y americana, quedaba claro que si no actuábamos con rapidez los rusos dispondrían de todas las posibilidades de realizar un descubrimiento de primera magnitud cuya naturaleza desconocemos, pero cuya importancia puede ser capital…, quizás, incluso, decisiva, por lo menos en lo que al control de la Luna se refiere.
Hawks se frotó los ojos.
—Por casualidad —prosiguió Hawks con voz suave—, la Marina había firmado un contrato de desarrollo unos años atrás con la Continental Electronics, asegurando mi trabajo con el escáner de materia. Para la época en la que se tomó la fotografía de la Luna desde el cohete, el sistema experimental que usted ha visto en el laboratorio ya había sido construido y, a pesar de lo tosco de su diseño, había llegado al punto en el que transmitiría de forma consistente a un voluntario desde el transmisor al receptor del laboratorio, sin ningún daño aparente. De modo que, en el momento en que pensábamos comenzar la transmisión inalámbrica experimental a un receptor situado en la Sierra, el gobierno estableció un programa acelerado para enviar voluntarios a la Luna.
»Se gastó mucho dinero extra en equipo y personal y, después de una serie de fracasos, el equipo aeronáutico del ejército logró situar una torre de repetición en este lado de la cara de la Luna, cerca del borde. Luego, se lanzó un receptor bastante incompleto, más bien de forma casual, cerca de aquí… —golpeó el mapa con frustración—, de esta formación. Y se emitió a un técnico voluntario a través de la torre de repetición al receptor, que apenas tenía el suficiente espacio para contenerlo. Una vez allí, se le fue suministrando todo lo necesario a través del receptor. Consiguió llegar hasta el cohete que contenía la torre de repetición, la emplazó sobre una base estable, y lo cubrió todo con un camuflaje de plástico y un protector absorbente para los impactos de meteoritos. Empleando partes que se le fueron transmitiendo, construyó luego el receptor y el transmisor de retorno que estamos empleando hoy. También construyó una rudimentaria barraca para él y, después, parece que comenzó a investigar la formación desconocida en contra de las órdenes recibidas, que estipulaban que debía aguardar la llegada de los especialistas de la Marina, que son los que ahora manejan ese puesto.
»No se le encontró hasta hace unas semanas. La suya fue la segunda fotografía que le enseñé. El cuerpo se hallaba en el interior de la cosa, y a los médicos que le hicieron la autopsia les pareció como si hubiera caído desde una altura de varios miles de metros bajo la gravedad terrestre.
La boca de Barker se frunció fugazmente.
—¿Pudo haber ocurrido eso?
—No.
—Ya veo.
—Yo no puedo verlo, Barker, y tampoco nadie. Ni siquiera sabemos cómo llamar a ese lugar. El ojo es incapaz de seguirlo, y las fotografías suministran únicamente impresiones muy frágiles. Tenemos razones para creer que existe en más de tres dimensiones espaciales. Nadie sabe lo que es, por qué está emplazado ahí, cuál puede ser su verdadero objetivo o qué es lo que lo creó. Desconocemos si se trata de algo animal, vegetal o mineral. Sabemos, gracias a la geología de varios cráteres causados por meteoritos que han acumulado residuos a sus lados, que lleva allí, como mínimo, un millón de años. Y sabemos lo que hace: mata a la gente.
—¿Una y otra vez, de formas insospechadas, doctor?
—De modo característico y persistente, de formas insospechadas. Hemos de descubrir cada una de esas formas. Necesitamos determinar, sin ningún margen de error u omisión, exactamente qué puede hacerle esa formación a los hombres. Hemos de obtener una guía completa sobre sus límites y capacidades. Cuando la tengamos, podremos arriesgarnos finalmente a entrar en ella con técnicos cualificados que la estudien y la desmonten. En realidad, serán esos equipos de técnicos los que llegarán a aprender de ella todo lo que el ser humano pueda, y añadirán esa masa de información al colectivo general del conocimiento humano. Pero eso es lo que siempre hacen los técnicos. Primero hemos de conseguir a nuestro cartógrafo. Es mi responsabilidad directa el que la formación, eso espero, le mate una y otra vez.
—Bueno, ésa es una advertencia honesta, aunque no tenga mucho sentido. No podré decir que no me lo comunicó.
—No fue una advertencia —repuso Hawks—. Fue una promesa.
Barker se encogió de hombros.
—Llámelo como guste.
—No suelo escoger mis palabras sobre esa base —señaló Hawks.
Barker le lanzó una sonrisa.
—Usted y Latourette deberían hacer un número de hermanos.
Hawks miró con atención a Barker durante un buen rato.
—Gracias por darme algo más de lo que preocuparme. —Cogió otra carpeta y la arrojó a las manos de Barker—. Mire aquí. —Se puso de pie—. Sólo existe una entrada a la cosa. De algún modo, nuestro primer técnico la encontró; probablemente, tanteando alrededor de la periferia hasta que por casualidad la atravesó. No se trata de ninguna abertura en un sentido descriptible; es un lugar donde la naturaleza de la formación permite la entrada a un ser humano, ya sea por accidente o adrede. Es imposible explicarlo en términos más precisos, y tampoco puede ser abarcado por el ojo o, así lo sospechamos, por el cerebro humano. Tres hombres murieron para realizar el mapa que ahora permite que otros hombres, que seguirán el mapa como ciegos, del mismo modo que unos navegantes atravesarían una niebla densa, penetren en la formación. Otros hombres han muerto para conseguirnos la siguiente información sobre su interior.
»Un hombre que se halle dentro puede ser visto muy difusamente, si sabemos dónde mirar. Nadie sabe, salvo en los términos más incoherentes, lo que esa persona ve. Nadie ha salido jamás; nadie ha sido capaz de hallar una salida; la entrada no puede emplearse con ese propósito. La materia no viva, como una fotografía o un cadáver, puede ser sacada desde el interior. Sin embargo, la acción de sacarla, invariablemente, resulta fatal para el hombre que lo hace. Esa fotografía del cuerpo del primer voluntario costó la vida de otro hombre. La formación tampoco permite las señales eléctricas desde el interior. Eso incluye a un hombre hablando de modo inteligible desde dentro de su casco, lo suficientemente alto como para que su micrófono capte la voz. Se permiten toses, gruñidos y otros ruidos vocales carentes de información. Un intento de codificar un mensaje de esa forma resultó un fracaso.
»Usted no será capaz de mantener comunicaciones, ya sea por radio o por cable. Podrá realizar unas señales muy limitadas con la mano a unos observadores del puesto, y redactará notas escritas en una pizarra atada a una cuerda, que el equipo de observación intentará sacar una vez que usted haya muerto. Si eso no funciona, el hombre de la siguiente emisión tendrá que entrar y, si puede, pasar la pizarra a mano, siempre que sea descifrable. De lo contrario, tratará de repetir las acciones que usted siguió, tomando notas, hasta que localice el lugar que le mató a usted. Disponemos de un gráfico con posturas y movimientos seguros que han sido establecidos de esta forma y también de los que resultan fatales. Por ejemplo, resulta fatal arrodillarse sobre una pierna mientras se mira hacia el norte lunar. Es fatal alzar la mano izquierda por encima del hombro en cualquier postura. También es fatal, más allá de un punto determinado, llevar una armadura cuyos conductos de aire pasen por los hombros. Más allá de otro punto, es fatal llevar una armadura cuyos conductos de aire vayan directamente al traje sin el uso de tubos. Resulta mutilante llevar una armadura cuyas dimensiones varíen de forma importante de la que usted usará. Es fatal emplear los movimientos de la mano requeridos para escribir la palabra «sí», ya se emplee la izquierda o la derecha.
»Desconocemos la causa de todo eso. Lo único que sabemos es lo que un hombre puede o no puede hacer dentro de la parte de la formación que ya ha sido explorada. De momento, hemos logrado cartografiar un sendero y unos movimientos seguros hasta una distancia de doce metros. El tiempo de supervivencia para un hombre en el interior de la formación es ahora de tres minutos y cincuenta y dos segundos.
»Estudie sus mapas, Barker. Los llevará consigo cuando vaya; sin embargo, no sabemos si el hecho de llevarlos encima no resultará fatal más allá del punto que indican. Puede quedarse aquí y memorizarlos. Si tiene alguna otra pregunta, mire en estos informes transcritos en busca de las respuestas. Yo le informaré de todo lo demás que necesite saber cuando baje al laboratorio. Le espero allí en una hora. Siéntese ante mi escritorio —terminó Hawks, yendo rápidamente hacia la puerta—. Dispone de una excelente luz de lectura.
Hawks observaba los datos astronómicos del Monte Wilson, discutiéndolos con el equipo de antena, cuando finalmente Barker cruzó las dobles puertas: llevaba la carpeta que contenía los mapas de la formación. Caminaba con pasos veloces y precisos, el rostro tenso.
—De acuerdo, Will —comentó Hawks, alejándose del ingeniero a cargo de la antena—. Será mejor que empiece a rastrear la torre de repetición en veinte minutos. Tan pronto como lo hayamos metido en el traje, transmitiremos.
Will Martin asintió y se quitó las gafas de lectura para señalar de forma casual a Barker con ellas.
—¿Cree que se arrugará?
Hawks negó con la cabeza.
—No, en especial si se le plantea de esa forma. Y yo ya me he encargado de hacerlo.
Martin mostró una sonrisa apacible.
—Vaya manera infernal de ganarse unos dólares.
—Puede comprarnos y vendernos a nosotros dos cien veces, Will, y ni siquiera perderse una ración extra de pastel del dinero para la comida.
Martin volvió a mirar a Barker.
—¿Por qué está en esto, entonces?
—Por su forma de ser. —Echó a andar en dirección a Barker—. Y, creo, por mi forma de ser. Y por la forma de ser de esa mujer —murmuró para sí mismo—. Supongo que también podríamos meter a Connington. Todos nosotros estamos buscando algo que debemos tener si queremos ser felices. Me pregunto qué conseguiremos.
—Ahora preste atención —dijo Barker, golpeando la carpeta—. De acuerdo con esto, si realizo un movimiento equivocado, me encontrarán con toda mi sangre en un charco fuera del traje blindado, y no habrá ni rastro de mí. Si realizo otro movimiento, me veré paralizado de cintura para abajo, lo cual significará que tendré que arrastrarme sobre mi estómago. Pero el hecho de que te arrastres hace que, de algún modo, te veas aplastado en el interior del casco. Y prosigue de esta forma alegre todo el camino. Si no cuido mis pasos con la atención de un funambulista, y si no me muevo con precisión y en el sitio adecuado, como un bailarín de ballet, nunca llegaré tan lejos como indica este mapa. Diría que no dispongo de ninguna posibilidad de salir con vida.
—Aunque se quedara quieto y no hiciera nada —admitió Hawks—, la formación le matará cuando transcurran tres minutos y cincuenta y dos segundos. No permitirá que nadie viva más tiempo de lo que algún otro hombre la haya obligado. El límite aumentará a medida que usted progrese. ¿Por qué su naturaleza es tal que cede ante la acción humana? No lo sabemos. Es muy posible que se trate de un efecto lateral que coincide con su objetivo verdadero…, si es que tiene alguno.
»Tal vez se trate del equivalente alienígena de una lata de tomate vacía. ¿Acaso la cucaracha sabe por qué puede entrar en la lata sólo por un extremo cuando se la encuentra en el camino que lleva a su madriguera? ¿Sabe la cucaracha por qué es más difícil ascender hacía la izquierda o hacia la derecha, en el interior de la lata, que seguir una línea recta? ¿Sería estúpida la cucaracha si llegara a la conclusión de que la especie humana colocó allí la lata para atormentarla…, o una ególatra si pensara que la lata sólo fue fabricada para engañarla? Para la cucaracha sería mejor si estudiara la lata en los términos de la lógica de la lata, hasta el límite de la capacidad de la cucaracha. De ese modo, por lo menos, la cucaracha podría avanzar de forma inteligente. Quizás hasta llegara a obtener una percepción del creador de la lata. Cualquier otra aproximación sería una ilusión o una locura.
Barker alzó con impaciencia los ojos hacia Hawks.
—Todo eso es mierda. ¿Es la cucaracha más feliz por ello? ¿Consigue algo? ¿Logra escapar de algo? ¿Comprenden las otras cucarachas lo que está haciendo y establecen una colecta para mantenerla mientras pierde el tiempo? Una cucaracha inteligente caminaría alrededor de la lata, doctor, y viviría su vida satisfecha.
—Cierto —aceptó Hawks—. Adelante. Márchese ahora.
—¡No hablaba de mí! Me refería a usted. —Barker miró alrededor del laboratorio. Alzó la vista hasta los instrumentos que había en las galerías—. Hay un montón de gente aquí. Todos por usted. Supongo que eso ha de ser muy satisfactorio. —Se pasó la carpeta bajo un brazo y permaneció con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada mientras hablaba sin rodeos a la cara de Hawks—. Hombres, dinero, energía…, todos entregados al eminente doctor Hawks y sus preocupaciones. Me parece que otras cucarachas han hecho una colecta.
—Si lo mira de esa forma —repuso Hawks inexpresivamente—, es como simplificarlo. Y explica la razón por la que sigo enviando hombres a esa formación. Complace a mi ego el ver la muerte de hombres siguiendo mis órdenes. Ahora es su turno. Vamos, Lancelot…, su armadura le espera. ¿No oye el sonido de las trompetas? ¿Qué es esto…? —Tocó una mancha de lápiz de labios alrededor de un moretón en un costado del cuello de Barker—. ¿Los favores de una dama? ¿De quién es el corazón que se romperá hoy si usted es desmontado?
Barker le apartó bruscamente la mano.
—El corazón de una cucaracha, doctor. —Su entrenado rostro mostró una sonrisa horrible y reminiscente—. El corazón frío, frío de una cucaracha.
Barker yacía en el interior de su traje, con los brazos extendidos a los costados. Hawks le había pedido al equipo de la Marina que se alejara de la mesa. Entonces dijo con voz suave:
—Morirá, Barker. Quiero que renuncie a toda esperanza. No existe ninguna.
—Ya lo sé, doctor —comentó Barker.
—Le dije que moriría una y otra vez. Y lo hará. La de hoy sólo será la primera vez. Si retiene su cordura se encontrará bien…, salvo que tendrá el recuerdo de su muerte, y el conocimiento de que mañana habrá de volver a morir.
—De otra forma insospechada. Ya me lo ha contado antes. —Barker suspiró—. De acuerdo, doctor…, ¿cómo piensa hacerlo? ¿Qué ínfima magia va a utilizar?
Se sentía notablemente tranquilo; del mismo modo en que se había enfrentado a Sam Latourette. Su expresión casi era apática. Sólo los ojos negros, con las pupilas muy dilatadas, mostraban vida en su rostro.
—Habrá dos Al Barker —explicó Hawks—. Cuando sea explorado, la señal que le describa no sólo será enviada al receptor de la Luna, sino también al que hay aquí en el laboratorio. La señal del receptor del laboratorio se guardará en una cinta de una consola de freno hasta que la señal del duplicado haya alcanzado la Luna. Entonces, los dos receptores darán resolución a un Barker. Establecimos este sistema de operación tan pronto como comprendimos que no había esperanza alguna para el voluntario de la Luna. Ello significa que, en lo que concierne a la Tierra, el voluntario no muere. Ha funcionado a la perfección en cada ocasión.
Barker le miró con gesto paciente.
—Fue concebido como una especie de seguro de vida —continuó laboriosamente Hawks, mientras le temblaba el labio superior—. Y le salvará la vida. El Barker L, en la Luna, morirá. Pero el Barker T, aquí en la Tierra, en el laboratorio, será extraído de su traje, y ése será usted, y podrá, si retiene su capacidad para recordar de forma coherente, y para racionalizar, ir a casa esta noche como si sólo hubiera transcurrido otro día de su vida. Y únicamente usted —dijo, con la mirada fija más allá de la superficie del cráneo de Barker—, que está en la Luna y me recuerda hablándole ahora, sabrá que es el desafortunado, el Barker L, y que un extraño ha ocupado su puesto en el mundo. —Los ojos se clavaron en el Barker que yacía en el traje—. Otra persona abrazará a Claire esta noche. Otra persona conducirá su coche y beberá su whisky. Usted no será el Barker que yo conocí en su casa. Ese hombre desaparecerá. Sin embargo, ningún Barker ha conocido aún la muerte…, ningún Barker habrá tenido que ir a un lugar del que no existe el regreso. Usted puede salir de ese traje en este momento, Barker, y abandonar todo ahora. Yo lo haría.
Observó al hombre con intensidad.
Al cabo de un momento, la boca de Barker se abrió en una risa mortal y silenciosa.
—Oh, vamos, doctor —comentó—. No cuando ya casi oigo la música.
Hawks se llevó las manos a la espalda, fuera de su vista.
—Muy bien. Entonces, queda una última cosa. Cuando comenzamos a emplear esta técnica, descubrimos que el voluntario T mostraba síntomas de confusión momentánea. Se comportaba, a pesar de que se hallaba a salvo en el laboratorio, como si fuera el voluntario L en la Luna. Este período de confusión duraba sólo unos momentos, y se transformaba rápidamente en comprensión. Dejamos a un lado ese fenómeno como una de las cosas que debíamos relegar ahora y reservar para analizarla cuando se solucionaran los problemas urgentes. Muchas cosas se han dejado a un lado de esa forma. Sin embargo, recibimos informes del equipo de la base lunar de que el voluntario L perdía tiempo de un modo inexplicable…, de que quedaba como desorientado durante varios segundos después de formarse en el receptor. Quizá se debiera a algún daño cerebral, tal vez a algo distinto…, por entonces no lo sabíamos, aunque se trataba de algo nuevo, y hacía que el voluntario perdiera un tiempo efectivo.
»Ése era un problema urgente. Lo solucionamos cuando tomamos en consideración el hecho de que por primera vez en el universo, tal como nosotros lo conocemos, dos cerebros idénticos coexistían en él, y en el mismo período de tiempo. Se nos hizo evidente, a pesar de que algunos de nosotros no deseábamos aceptar esa conclusión, que los cuatrocientos millones de kilómetros de distancia que los separaban no eran un impedimento de importancia para sus pensamientos, como no lo sería el trazo de una línea en el sendero de un viajero. Puede llamarlo como quiera, telepatía si lo desea, sin importar lo que sienta cuando algo se incluye en una nomenclatura científica.
Una momentánea expresión de leve desagrado brotó en su rostro.
—Claro que no tenían ninguna posibilidad para establecer una verdadera comunicación. Casi al instante, los dos cerebros dejaban de ser idénticos. Los dos voluntarios recibían muy diferentes impresiones sensoriales y las grababan en sus células cerebrales individuales. En unos pocos segundos, las dos mentes se distanciaban enormemente, y la hebra, desgastada, se desenroscaba y rompía. L y T ya no eran el mismo hombre. Y nunca, ni siquiera en aquel primer instante, fueron capaces simplemente de «hablar» el uno con el otro en el sentido de transmitirse mensajes de uno a otro lado como si fueran telegramas. Me parece que esa especie de comunicación objetiva y sin compromiso no será posible nunca. Ser capaz de leer la mente de un hombre es ser capaz de ser ese hombre…, estar donde está él, vivir lo que sea que viva. Hasta en este caso especial que nos atañe, los dos hombres únicamente pueden, durante un momento moribundo, creer que son una sola mente.
Hawks miró a su alrededor. Gersten le observaba pacientemente, aunque sin hacer nada, ya que había completado todos los preparativos. Hawks asintió con gesto ausente y volvió a fijarse en Barker.
—Comprendimos —conluyó— que aquí disponíamos de los medios potenciales de observar exhaustivamente a un hombre en el interior de la formación lunar. De modo que ésa es la razón por la que establecimos las circunstancias de las emisiones a la Luna de la forma en que lo hemos hecho. Barker L cobrará resolución en la Luna, donde los aparatos de bloqueo sensorial de su armadura dejarán de ser operativos debido a que se encuentran fuera del alcance de nuestros controles bajos de energía de aquí. Despertará de la anestesia y podrá moverse y observar con normalidad. Sin embargo, el Barker T de aquí, seguirá bajo nuestro control. No recibirá ningún estímulo externo mientras yazca aislado en su traje. Su mente se verá libre del entorno de este laboratorio, y aceptará lo que sea que entre en ella. Y sólo podrá recibir lo que haya en la mente de Barker L.
»También Barker T creerá hallarse en la Luna, en el interior de la formación. No sabrá que es Barker T. Vivirá como si estuviera en la mente de L, y su estructura orgánica grabará las percepciones sensoriales que el cuerpo de L envíe a su cerebro. Claro que, aunque ningún método podrá prevenir el aumento eventual de los estímulos divergentes (por ejemplo, las condiciones metabólicas de los dos cuerpos se harán poco a poco menos y menos similares), aun así, el contacto quizá dure unos diez o quince minutos. No obstante, nunca hemos podido comprobarlo.
»Usted sabrá que ha alcanzado el límite de nuestros anteriores envíos cuando llegue hasta el cuerpo de Rogan. Desconocemos qué le mató. Poco importa, salvo que usted, fuera lo que fuese, tendrá que evitarlo. Tal vez las condiciones en las que se encuentre el cuerpo le den una pista útil. Si es así, será lo único útil que habremos aprendido de Rogan. Porque cuando Rogan T, aquí abajo, sintió morir a Rogan L, allí arriba, lo único que pudo sentir Rogan T fue la muerte de Rogan L. Lo mismo le ocurrirá a usted.
»La mente de Barker L morirá con su cuerpo, en la forma particular en que el cuerpo sea destruido. Esperemos que eso suceda al final de un poco más de doscientos treinta y dos segundos de tiempo transcurrido, en vez de menos. Tarde o temprano tendrá que suceder. Y la mente de Barker T, segura aquí abajo en el cerebro de T, se sentirá morir de todas formas, debido a que no tiene la libertad de percibir nada de lo que le ocurra a su propio cuerpo. Toda su vida, todos sus recuerdos, culminarán de repente. Sentirá el dolor, el impacto, la angustia indescriptible del final del mundo. No ha habido ningún hombre capaz de soportarlo. Descubrimos a las mentes más brillantes y estables que pudimos hallar entre los voluntarios físicamente adecuados y, sin ninguna excepción, todos los voluntarios T fueron sacados del traje en estado de locura. Fuera la que fuese la información que debían proporcionarnos, se perdió más allá de toda esperanza, y nosotros no ganamos nada por el terrible precio que pagamos.
Barker le miró de modo inexpresivo.
—Eso es una gran pena.
—¿Cómo quiere que lo explique? —inquirió rápidamente Hawks. Le sobresalía una vena en el centro de la frente—. ¿Quiere que hable de la función que cumplimos aquí, o desea que hable de otra cosa? ¿Piensa decir que, ya sea o no un duplicado, un hombre muere en la Luna y eso me convierte lo quiera o no en un asesino? ¿Quiere llevarme ante un juzgado y, desde allí, a una cámara de gas? ¿Quiere investigar en los libros de leyes y ver qué castigo se le aplica al crimen repetido de hacer que unos hombres enloquezcan sistemáticamente? ¿Nos ayudará eso aquí? ¿Hará más suave el camino?
»Vaya a la Luna, Barker. Muera. Y si lo hace, descubra que ama a la Muerte de la misma forma ardiente en que la ha cortejado; ¡y entonces, y sólo quizá entonces, tal vez sea usted el primer hombre en regresar en condición de exigir su venganza sobre mí! —Aferró el borde de la placa pectoral abierta y la cerró de un golpe. Se mantuvo erguido apoyando las palmas de las manos sobre ella y se inclinó hasta que su cara quedó directamente sobre la abertura del visor de Barker—. Pero, antes de que lo haga, me comunicará de qué forma útil puedo llegar a hacer que lo experimente otra vez.
Los hombres de la Marina introdujeron a Barker en el transmisor. Los imanes laterales lo elevaron de la mesa y en el acto sacaron ésta de debajo de él. La puerta se cerró herméticamente y los imanes de arriba y de abajo lo inmovilizaron para el escáner. Hawks le hizo un gesto de asentimiento a Gersten, y éste presionó el botón de standby de su consola.
En el techo había un disco de radar enfocado de forma paralela a la antena del transmisor. En el laboratorio, Will Martin señaló con un dedo al técnico del cuerpo de señales. Un bip del radar viajó hasta la Luna, ida y vuelta. El tiempo transcurrido y la progresión Doppler fueron alimentados como datos al ordenador, que estableció el tiempo exacto de retención en la consola de freno. La antena del transmisor de materia disparó una pulsación de UHF a través de la torre de repetición de la Luna en dirección al receptor que había allí, activando el mecanismo de seguridad para que aceptara la señal de L.
Gersten observó su consola, se volvió hacia Hawks y anunció:
—Pantalla verde.
Hawks dijo:
—Adelante.
La luz roja se iluminó sobre la puerta del transmisor, y la nueva cinta de almacenaje rugió al pasar a la bobina de la consola de freno. Un segundo y cuarto más tarde, el comienzo de la cinta empezó a pasar debajo de la cabeza de reproducción, alimentando la señal de T al receptor del laboratorio. La primera pulsación fuerte de la señal de L llegó simultáneamente a la Luna.
El final de la cinta chasqueó en la bobina de recepción. La luz verde se encendió encima de la puerta del receptor del laboratorio. La excitada respiración de Barker T salió a través del altavoz y después de un momento dijo:
—Estoy aquí, doctor.
Hawks permanecía en medio de la sala con las manos metidas en los bolsillos, la cabeza inclinada hacia un lado, los ojos en blanco.
Al cabo de un rato, Barker T dijo con voz malhumorada y distorsionada por los labios entumecidos:
—¡De acuerdo, de acuerdo, bastardos de la Marina, voy a entrar! —Luego musitó—: Ni siquiera me hablan, aunque son muy eficientes moviendo a un hombre.
—Cállese, Barker —ordenó Hawks con voz intensa y contenida.
—Voy a entrar ahora, doctor —anunció Barker con claridad.
El ciclo de su respiración cambió. Después gruñó una o dos veces, y en una ocasión emitió un ruido inconsciente y agudo desde su tensa garganta.
Gersten tocó el brazo de Hawks y le señaló el cronómetro que sostenía en la mano. Mostraba doscientos cuarenta segundos de tiempo transcurrido desde que Barker penetrara en la formación. Hawks replicó con un gesto casi imperceptible de asentimiento. Gersten vio que no apartaba los ojos, y siguió sosteniendo el reloj.
Barker aulló. El cuerpo de Hawks dio un salto reflejo, y la sacudida de su brazo lanzó por los aires el cronómetro de Gersten.
Holiday, que se hallaba ante la consola médica, golpeó con la palma de la mano un interruptor. La adrenalina bombeó en el corazón de Barker T en el momento en que se cortaba el suministro de anestesia.
—¡Sáquenlo! —gritó Weston—. ¡Sáquenlo de ahí!
—Ya no corre prisa —comentó despacio Hawks, como si el psicólogo estuviera en un lugar donde pudiera oírle—. Fuera lo que fuese lo que iba a sucederle, ya le ha ocurrido.
Gersten observó el reloj hecho pedazos y luego a Hawks.
—Es lo mismo que estaba pensando yo —murmuró.
Hawks frunció el ceño y comenzó a andar hacia la cámara del receptor, al tiempo que el equipo introducía la mesa con el traje por la puerta.
Barker estaba sentado acurrucado en el borde de la mesa, con la armadura abierta y desarticulada a su lado, y se limpiaba el macilento rostro. Holiday lo auscultaba con un estetoscopio y miraba esporádicamente a un lado para captar una nueva lectura de la presión sanguínea mientras apretaba el extremo del manómetro que sostenía en la mano. Barker suspiró.
—Si existe alguna duda, sólo tiene que preguntarme si estoy vivo. Si escucha alguna respuesta, lo sabrá. —Miró con expresión agotada por encima del hombro de Holiday cuando el médico le ignoró, y le preguntó a Hawks—: ¿Y bien?
Hawks dirigió los ojos a Weston, que asintió de forma impertérrita.
—Lo ha conseguido, doctor Hawks —dijo Weston—. Después de todo, muchas constelaciones de personalidades neuróticas han demostrado a menudo ser útiles a un nivel funcional.
—Barker —comenzó Hawks—, yo…
—Sí, lo sé. Está feliz de que todo saliera bien. —Miró a su alrededor. Sus ojos saltaban con movimientos bruscos de lado a lado—. Yo también. ¿Tiene alguien un cigarrillo?
—Aún no —cortó Holiday secamente—. Si no le importa, amigo, de momento dejaremos sus vasos capilares con una dilatación normal.
—Todo el mundo es tan duro —musitó Barker—. Todo el mundo sabe lo que es mejor. —Volvió a mirar a su alrededor, a la gente del laboratorio que se arracimaba entorno a la mesa—. ¿Podrían algunos de ustedes observarme un poco más tarde, por favor?
Todos retrocedieron unos pasos, indecisos, y luego retornaron trabajo.
—Barker —preguntó con voz suave Hawks—, ¿se siente bien?
Barker le miró con gesto inexpresivo.
—Llegué allí y salí del receptor, y lo primero que hice fue mirar el en torno del puesto. Un grupo de zombis con uniformes de la Marina me manejaron igual que usted trataría a un fantasma desagradable. No me dirigían ni dos palabras sin parecer que estaban pagando por ellas. Me indicaron la pasarela camuflada que construyeron desde la burbuja del puesto, y casi me metieron en ella a empellones. Uno caminó a mi lado hasta que llegué a la formación, y jamás me miró a la cara.
—Tienen sus propios problemas —comunicó Hawks.
—Estoy seguro de que los tienen. De cualquier forma, me metí en la cosa sin ningún incidente, y avancé sin problemas. Es… —Su rostro se olvidó de la irritación, y la expresión que apareció en él fue la de un desconcierto bien recordado—. Es como un sueño, ¿sabe? No se trata de una pesadilla…, no está llena de gritos y caras ni cosas parecidas…, pero es…, bueno, reglas y esa lógica demencial: Alicia en el País de las Maravillas con dientes afilados. —Hizo un gesto con el que parecía borrar sus palabras torpes de una pizarra—. Supongo que tendré que descubrir algún modo de traducirlo a nuestro idioma. No creo que resulte muy difícil. Sólo déme algo de tiempo para acostumbrarme.
Hawks asintió.
—No se preocupe. Ahora disponemos de bastante tiempo.
Barker alzó la cara y le sonrió con un repentino gesto infantil.
—Logré avanzar bastante más allá del cuerpo de Rogan L, ¿sabe? Lo que finalmente me mató fue…, fue el…, fue… —El rostro de Barker comenzó a enrojecer y los ojos se desorbitaron, casi blancos. Le temblaron los labios—. El…, el… —miró fijamente a Hawks—. ¡No puedo! —gritó—. No puedo…, Hawks… —Se debatió contra Holiday y Weston, que intentaban sujetarle los hombros, y dobló rígidamente las manos en el borde de la mesa, con los brazos tensos, sacudidos por espasmos—. ¡Hawks! —aulló, como si se encontrara detrás de una pared de cristal grueso—. ¡Hawks, yo no le importaba! ¡No era nada para él! Yo era…, era… —La boca se inmovilizó, parcialmente abierta, y la punta de la lengua recorrió la parte interna de sus dientes superiores—. N-n-n… Na… ¡Nnada!
Escudriñó la cara de Hawks con gesto desesperado. Respiró como si nunca pudiera haber suficiente aire para él.
Weston jadeaba con el esfuerzo de mantener quieto a Barker y hacer que se tumbara. Holiday juraba mientras, con gesto preciso y continuo, empujaba la aguja de una hipodérmica a través del diafragma de una ampolla que había sacado de su maletín.
Hawks cerró los puños a los lados.
—¡Barker! ¿De qué color era su primer cuaderno de la escuela?
Los brazos de Barker se relajaron levemente. Su cabeza perdió la rigidez con la que intentaba adelantarla. La sacudió y, con gesto ceñudo, miró al suelo, concentrándose con gran intensidad.
—Yo…, no lo recuerdo, Hawks —tartamudeó—. Verde…, no, no, era anaranjado, con letras azules, y las tapas mostraban tres peces de colores que salían de su pecera hacia una librería; luego retornaban a ella. Yo…, puedo ver la página con los dibujos: tres peces en el aire, que caían uno detrás del otro en ángulo, mientras la pecera les aguardaba. El texto lo formaban tres frases de una sola palabra. «¡Splash!» Luego, un sangrado de frase y otro «¡Splash!», y después otro más. Tres «Splash» en una fila, igual que los peces.
—Bien, ahora lo ve, Barker —repuso Hawks con gentileza—. Lleva vivo desde que puede recordarlo. Usted es algo. Ha visto, y recuerda.
Weston miró por encima del hombro.
—¡Por amor del cielo, Hawks! ¡Déjele en paz!
Holiday escrutó a Barker con un ligero parpadeo de los ojos, la hipodérmica inmóvil.
Hawks expelió despacio el aliento y le dijo a Weston:
—Por lo menos, sabe que está vivo.
Ahora Barker se hallaba hundido. Casi doblado por completo, se tambaleó en el borde de la mesa, mientras la tonalidad de su cara volvía gradualmente a la normalidad. Susurró con voz intensa:
—Gracias. Gracias, Hawks —con amargura, musitó—: Gracias por todo. —Tuvo una súbita sacudida y su torso se puso rígido—. Que alguien me traiga un cubo o algo.
Gersten y Hawks se hallaban al lado del transmisor y observaron a Barker salir con paso inseguro del cuarto de baño; llevaba puestos los pantalones y la camisa.
—¿Qué piensa, Ed? —preguntó Gersten—. ¿Qué hará ahora? ¿Nos dejará plantados?
—No lo sé —respondió Hawks ausente, contemplando a Barker—. Creí que se repondría. Pero, ¿lo ha hecho? —le comentó a Gersten—. Simplemente tendremos que esperar y comprobarlo. Hemos de pensar en una forma de manejar la situación.
—¿Conseguir a otro hombre?
Hawks sacudió la cabeza.
—No podemos. Ni siquiera sabemos lo suficiente de éste —dijo, como si hubiera sido atacado por un enjambre de moscas—. Necesito tiempo para meditar. ¿Por qué transcurre el tiempo mientras un hombre piensa?
Barker llegó hasta ellos. Tenía los ojos hundidos en las cuencas. Miró de un modo penetrante a Hawks. Su voz salió con un tono nasal e inseguro.
—Holiday dice que, teniendo en cuenta todo lo sucedido, ahora me encuentro bastante bien. Sin embargo, alguien ha de llevarme a casa. —Sus labios se alzaron ligeramente—. ¿Desea el trabajo, Hawks?
—Sí, lo quiero. —Hawks se quitó la bata y la depositó, doblada, sobre un armanto—. Será mejor que tenga preparada otra emisión para mañana, Ted —le anunció a Gersten.
—¡No cuente conmigo! —cortó Barker.
—Ya sabe que siempre podemos cancelarla —le señaló a Gersten—. Llamaré mañana temprano y se lo confirmaré.
Barker se tambaleó hacia delante al tiempo que Hawks acomodaba su paso al de él. Atravesaron con lentitud el laboratorio y, juntos, salieron por las puertas que daban a las escaleras.
Connington les aguardaba en el corredor de arriba, sentado en uno de los sillones de plástico de color naranja brillante que había alineados contra la pared del vestíbulo. Tenía las piernas extendidas, y una mano sostenía un cigarro delante de su cara mientras lo encendía y exhalaba humo por entre los fruncidos labios, formando un cono semitransparente. Sus ojos se posaron una vez sobre Barker y otra sobre Hawks.
—¿Ha habido algún problema? —preguntó cuando llegaron delante de él—. He oído que hubo algún problema en el laboratorio —repitió con los ojos brillantes—. ¿Un mal rato, Al?
Hawks dijo:
—Si descubro al hombre que le pasa información del laboratorio, lo despediré.
Connington alargó el brazo hacia el cenicero que había a su lado. Un anillo que llevaba en el dedo repiqueteó levemente contra el asa de metal.
—Está perdiendo su flema, Hawks —comentó—. Hace un par de días, no se habría molestado en lanzar amenazas. —Se puso de pie y continuó con voz meliflua—: Mis actos habrían estado por debajo de usted. —Se balanceó sobre los tacones, con las manos en los bolsillos—. ¿Qué importancia tiene la cuantía de detalles que descubra? ¿Cree que me hacen falta? Les conozco a ustedes dos. Eso es suficiente.
—Maldito seas, Connington… —comenzó Barker, con un tono agudo y desgarrado en su voz.
La mirada de Connington le frenó momentáneamente.
—Así que tenía razón —sonrió adrede—. ¿Vas a volver de regreso a Claire ahora? —Expelió humo—. ¿Los dos juntos?
—Algo parecido —repuso Hawks.
Connington se alisó una solapa de la chaqueta.
—Creo que yo también iré a ver qué ocurre. —Le sonrió con ternura a Barker, con la cabeza ladeada—. ¿Por qué no, Al? Bien puedes disponer de la compañía de toda la gente que trata de matarte.
Hawks observó a Barker. La mano de Barker manoteó como si estuviera tratando de coger algo invisible en el aire, justo delante de su estómago. Miraba fijamente a Connington, con los ojos perdidos, y el jefe de personal entrecerró momentáneamente los suyos.
Entonces, con voz apagada, Barker dijo:
—No hay lugar en el coche.
Connington se rió cálida y melosamente.
—Yo conduciré, y tú puedes sentarte en el regazo de Hawks. Igual que Charlie McCarthy.
Hawks apartó la vista de la cara de Barker y repuso con firmeza:
—Yo conduciré.
Connington se rió de nuevo entre dientes.
—Sam Latourette no consiguió el trabajo con la Hughes Aircraft. El hecho de que Waxted lo quisiera con él no significó ninguna diferencia. Apareció completamente borracho esta mañana a la entrevista. Yo conduciré. —Se volvió hacia las puertas de doble cristal y salió fuera. Miró por encima del hombro y dijo—: Vamos, amigos.
Claire Pack estaba de pie contemplándoles desde el descansillo de los escalones que conducían al césped. Vestía un bañador de una pieza de corte muy alto en los muslos, y tenía las manos apoyadas levemente en las caderas. Cuando Connington apagó el motor y los tres salieron del coche, enarcó las cejas. Las estrechas tiras que servían como sujetadores de la parte alta del bañador colgaban en círculos alrededor de sus brazos.
—¡Vaya, doctor! —exclamó con voz ronca y un mohín de los labios—. Me he estado preguntando cuándo volvería de nuevo por aquí.
Connington, que salió por el otro lado del coche, le sonrió con gesto atento y dijo:
—Tenía que traer a Al a casa. Parece que hubo una pequeña dificultad con los procedimientos hoy.
Giró la vista a Barker, que estaba alzando la puerta del garaje con movimientos bruscos y cortantes de sus brazos y cuerpo, con toda su atención fija en el acto que realizaba. Se pasó la lengua por el borde de los dientes.
—¿De qué tipo?
—Mi conocimiento no llega a tanto. ¿Por qué no se lo preguntas a Hawks? —Connington extrajo un nuevo cigarro de la pitillera—. Me gusta ese bañador, Claire —afirmó, y subió al trote los escalones, rozándola—. Hoy es un día caluroso. Creo que voy a buscar un traje de baño y darme una zambullida. Mientras tanto, tú y los muchachos podéis mantener una agradable conversación.
Recorrió rápidamente el sendero que subía hasta la casa, se detuvo, encendió el cigarro, miró de reojo por encima de sus manos ahuecadas y entró en la casa, perdiéndose de vista.
Barker se sentó en el coche, lo puso en marcha y lo introdujo de morro en el garaje. El trueno cautivo en el tubo de escape rugió con fuerza y murió, quedando en silencio.
—Creo que se pondrá bien —comentó Hawks.
Claire bajó la vista hasta él. Adoptó una expresión de abierta inocencia.
—¿Oh? ¿Quiere decir que volverá a la normalidad?
Barker bajó las puertas del garaje y pasó al lado de Hawks con la cabeza inclinada, pisando con firmeza mientras se guardaba las llaves en el bolsillo. Mientras ascendía los escalones alzó con brusquedad la cara hacia Claire.
—Voy arriba. Puede que me duerma. No me despiertes. —Se volvió a medias y observó a Hawks—. Creo que se encuentra inmovilizado aquí, a menos que desee dar otra caminata. ¿Pensó en eso, doctor?
—¿Y usted? Me quedaré hasta que se levante. Quiero hablar con usted.
—Le deseo que pase un buen rato, doctor —dijo Barker.
Se alejó mientras Claire le observaba. Entonces ésta volvió a mirar a Hawks. Durante todo el encuentro no había movido ni un ápice los pies o las manos.
—Algo ocurrió —explicó Hawks—. No sé el alcance de su significado.
—Preocúpese usted de ello, Ed —respondió ella, con el labio inferior brillante—. Mientras tanto, usted es el único que queda aquí abajo.
Hawks suspiró.
—Subiré.
Claire Pack sonrió.
—Venga y siéntese al lado de la piscina conmigo —pidió cuando él hubo recorrido todos los escalones. Dio media vuelta antes de que pudiera responderle y caminó despacio delante de él, con el brazo derecho colgando a su lado. Alargó la mano hacia atrás y buscó el contacto de la de él. Redujo el paso de modo que caminaran uno al lado del otro y le miró—. No le importa, ¿verdad? —preguntó.
Hawks bajó durante un momento la vista a sus manos y, mientras lo hacía, ella colocó sus dedos en el interior de la palma de él. Despacio, contestó:
—No…, no, no creo que me importe —y cerró la mano en torno a los dedos de ella.
Ella sonrió y dijo:
—Así —con voz suave y casi infantil.
Caminaron hasta el borde de la piscina y se quedaron contemplando el agua.
—¿Le llevó mucho tiempo a Connington librarse de la borrachera del otro día? —preguntó Hawks.
Ella rió con ganas.
—Vamos…, ¿lo que quiere saber es si le dejé quedarse después de sus feroces amenazas? La respuesta es: ¿por qué no? En realidad, ¿qué puede hacer? —Su mirada de reojo surgió de un gracioso giro de la cabeza y los hombros, de forma que el cabello resplandeció bajo el sol y los ojos quedaron cubiertos a medias por el destello de sus pestañas—. ¿O piensa que me encuentro bajo su hechizo de Svengali? —preguntó con un fingido terror que la dejó con los ojos muy abiertos y los labios formando un gesto incrédulo y de color escarlata.
Hawks no apartó los ojos de ella.
—No, no lo pienso.
Las cejas de ella oscilaron con placer y abrió la boca para emitir una risa baja, apenas susurrada. Inclinó el torso hacia él y le pasó el otro brazo por el suyo.
—¿He de tomar eso como un cumplido? Todo indica que usted es un hombre difícil para la charla intrascendente.
Hawks colocó la mano derecha sobre su propia muñeca izquierda y mantuvo esa postura, con el brazo cruzado de forma incómoda delante de su cuerpo.
—¿Qué más le ha comentado Al sobre su trabajo? —le preguntó.
Ella bajó la vista hasta el brazo de él. Con voz confiada y grave, repuso:
—¿Sabe?, si me acerco demasiado a usted, siempre le queda la salida de lanzarse a la piscina. —Entonces volvió a sonreír para sí misma sin apartar la cara para que él la viera y, ayudándose con las manos, se inclinó para apoyarse con una cadera sobre la hierba, la cabeza ladeada de modo que pudiera contemplar la superficie del agua—. Lo siento —dijo, sin alzar la vista—. Hice ese comentario sólo para ver cómo reaccionaría. ¿Sabe?, Connie tiene razón acerca de mí.
Hawks se puso en cuclillas a su lado y observó de lado su rostro vuelto.
—¿Con respecto a qué?
Ella introdujo una mano en el agua azul y la agitó, creando burbujas plateadas entre sus dedos extendidos.
—No puedo conocer a un hombre durante más de unos minutos sin tratar de meterme debajo de su piel —contestó pensativamente—. He de hacerlo. Supongo que podría llamarlo un calibrado. —Giró de pronto el rostro hacia él—. Si quiere, también puede llamar a eso un juego de palabras freudiano. —Entonces, apartó de nuevo el rostro. Un sendero de gotas caídas fuera de la superficie satinada de la piscina comenzó a encogerse debajo del sol. Su voz sonó, una vez más, reflexiva y pausada—. Soy así.
—¿De veras? ¿O decir eso forma parte del proceso? Todo lo que usted comenta busca su efecto, ¿cierto?
En esta ocasión giró lentamente la cabeza y le miró con una sonrisa que escondía un leve destello de cinismo.
—Usted es muy rápido, ¿no? —comentó con un mohín—. ¿Está seguro de que merezco toda esa concentración? Después de todo, ¿qué bien le reportará a usted?
Enarcó las cejas y mantuvo esa expresión, con la sonrisa aumentando despacio entre sus labios.
—No soy yo el que decide lo que ha de interesarme —contestó Hawks—. Primero, algo me intriga. Luego, lo analizo.
—Entonces ha de tener unos instintos curiosos, ¿verdad? —Ella aguardó una respuesta. Hawks no le dio ninguna. Al rato, añadió—: Creo que en más de un sentido. —Hawks siguió mirándola con seriedad, y ella perdió lentamente la vivacidad que había detrás de su expresión. De pronto, rodó hasta ponerse de espaldas, cruzando con rigidez los tobillos, y colocó las manos debajo de los músculos de sus piernas. Mirando al cielo, dijo—: Yo soy la mujer de Al.
—¿De qué Al? —inquirió Hawks.
—¿Qué le está sucediendo? —preguntó ella, moviendo sólo los labios—. ¿Qué le está haciendo?
—En realidad, no lo sé —repuso Hawks—. Espero averiguarlo.
Ella se irguió y se volvió para contemplarle. Sus pechos se movieron bajo el extremo superior de su bañador suelto.
—¿Tiene alguna especie de consciencia? —quiso saber—. ¿Existe alguien que no se encuentre indefenso ante usted?
Él sacudió la cabeza.
—Esa pregunta no es válida. Hago lo que debo hacer. Únicamente eso.
Ella parecía casi hipnotizada por él. Se le acercó más.
—Quiero ver si Al se encuentra bien —dijo Hawks, poniéndose de pie.
Claire arqueó el cuello y alzó la cara para mirarle.
—Hawks —susurró.
—Perdóneme, Claire. —Él pasó por encima de sus piernas alzadas y se encaminó hacia la casa.
—Hawks —repitió ella con voz ronca. La parte superior del bañador estaba cayéndose de sus pechos—. Ha de poseerme usted esta noche.
Él continuó andando.
—Hawks…, ¡se lo advierto!
Hawks abrió de golpe la puerta de la casa y desapareció detrás de los cristales bañados por el sol.
—¿Cómo ha ido? —se rió Connington desde las sombras de la barra, en el otro lado de la sala. Avanzó, vestido con un traje de baño, el estómago apretado por la estrecha banda elástica de la cintura. Llevaba al brazo una camisa playera y sostenía una jarra y dos copas—. Desde aquí, se parece mucho a una película muda —continuó, indicando la pared de cristal que daba al césped y a la piscina—. Excelente para la acción, pero mala para los diálogos.
Hawks se volvió y miró. Claire seguía sentada, mirando con fijeza lo que debió haber sido una barricada resplandeciente de reflejos de sí misma.
—Sabe cómo llegar a un hombre, ¿verdad? —Connington se rió entre dientes—. Con ella, estar prevenido no significa estar protegido. Es como una fuerza elemental de la naturaleza… la subida de las mareas, la llegada de las estaciones, un eclipse de sol. —Miró el interior de la jarra, donde el hielo, flotando en el líquido del cóctel, empezó a repiquetear de repente—. Semejantes criaturas no han de ser vistas como buenas o malas —prosiguió a través de unos labios entrecerrados—. Por lo menos, no por hombres mortales. Poseen sus propias leyes, y es imposible contradecirlas. —Su aliento salió expelido hacia el rostro de Hawks—. Nacen entre nosotros: chicas que recogemos en la carretera, que trabajan en casinos, dependientas de Woolworth’s…, pero crecen hasta alcanzar su herencia. Son nuestra ruina, Hawks. Son nuestra ruina, pero nos empeñamos en seguir la estela de sus cometas.
—¿Dónde se encuentra Barker?
Connington hizo un ademán con la jarra.
—Arriba. Tomó una ducha, amenazó con sacarme las entrañas si no me apartaba de su camino en el pasillo y se metió en la cama. Puso el despertador para las ocho en punto. Se bebió una buena dosis de ginebra para facilitar el sueño. «¿Dónde se encuentra Barker?» —repitió burlonamente Connington—. En la tierra de los sueños, Hawks…, sin importar qué tierra de sueños le ha acogido en sus brazos.
Hawks miró su reloj de pulsera.
—Tres horas, Hawks —prosiguió Connington—. Tres horas, y la casa está sin su señor. —Rodeó a Hawks camino de la cristalera—. ¡Hurra! —exclamó malévolamente, alzando la jarra en dirección a Claire. Empujó con torpeza la puerta con el hombro, dejando una mancha húmeda en el cristal—. ¡Al ataque!
Hawks cruzó la estancia en dirección al bar. Buscó detrás y localizó una botella de whisky. Cuando alzó la vista, después de poner hielo y agua en una copa, vio que Connington había llegado hasta donde se hallaba Claire y estaba de pie a su lado. Claire estaba tendida boca abajo, de cara a la piscina, con la barbilla apoyada sobre sus antebrazos cruzados. Connington sostenía la jarra y trataba de llenar las dos copas que tenía en la otra mano.
Hawks caminó despacio hasta el canapé de piel que había delante del ventanal y se sentó. Se llevó el borde de la copa a los labios y apoyó los codos en las piernas. Rodeó la copa con ambas manos, sosteniéndola suavemente, y la inclinó hasta que pudo dar un sorbo. La mitad inferior de su rostro estaba bañado por una luz solar rojiza, moteada con leves fragmentos de color ambarinos y puntos vitreos de luz cambiante. El puente de la nariz y la parte superior de la cara se hallaban bajo un velo de sombra.
Claire se volvió a medias y alzó un brazo para tomar la copa que Connington le ofrecía. Entrechocó con brevedad, en un brindis, la copa de Connington y bebió un trago, arqueando el cuello. Luego volvió a acomodarse en la postura anterior y apoyó el torso sobre los codos, cerrando los dedos alrededor de la copa que había depositado junto al borde de la piscina. Siguió mirando por encima del agua.
Connington se sentó en el borde de la piscina a su lado y metió las piernas en el agua. Claire alargó una mano y se secó el brazo. Connington volvió a alzar de nuevo su copa, la mantuvo en alto para otro brindis, y esperó que Claire bebiera otro sorbo. Con un giro de los hombros ella bebió también, apretando la palma de la mano contra la parte superior del bañador para sujetarla.
Los rayos solares caían de forma oblicua por detrás de Connington y de Claire Pack; sus perfiles aparecían ensombrecidos contra el resplandeciente océano y el cielo.
Connington llenó una vez más las copas.
Claire bebió otro trago. Connington le tocó el hombro e inclinó la cabeza hacia ella. La boca de ella se abrió en una risa. Extendió el brazo y le tocó la cintura. Los dedos cogieron el rollo de carne que recubría el estómago de él. El hombro de ella se alzó y su codo se puso rígido. Connington le aferró la muñeca; luego subió la mano por su brazo, tirando hacia atrás. Giró el cuerpo, depositó rápidamente la copa en la hierba y se lanzó a la piscina. Sus manos salieron disparadas y cogieron los brazos de ella, tirando hacia delante.
La luz cayó sobre la cara de Hawks y le llenó los ojos a medida que el disco solar se deslizaba y aparecía a la vista por debajo de las tejas del techo. Dejó caer los párpados hasta que sus ojos miraron a través de la estrecha máscara que formaban sus pestañas.
Manteniendo las manos en las muñecas de Claire, Connington dobló las rodillas hacia delante, plantó los pies contra el costado de la piscina y se tensó hacia atrás. Claire se deslizó en el agua encima de él, y se hundieron fuera de la vista debajo de la superficie. Un momento más tarde, la cabeza y los hombros de ella aparecieron a unos cuantos centímetros, y braceó con movimientos pausados en dirección a la escalera, subiendo y deteniéndose al borde de la piscina para colocarse el bañador sobre los pechos. Recogió la toalla de la hierba con un gesto circular del brazo, se la pasó alrededor de los hombros y caminó a paso ligero hasta que se perdió de vista a la izquierda, hacia la otra ala de la casa.
Connington permaneció en la piscina, observándola. Entonces se lanzó hacia delante y nadó hasta la escalera que había en el lado menos profundo y salió, chorreando agua por los hombros y la espalda. Dio unos pocos pasos en la misma dirección. En ese instante giró el rostro hacia la cristalera. Cambió oblicuamente de dirección y, en la esquina de la piscina, se lanzó de cabeza al agua. Nadó en línea recta hasta el emplazamiento del trampolín. Después, durante un rato, una vez que el sol apareció por completo y la sala en la que aguardaba Hawks quedó llena de una luz rojiza, el sonido de la plancha oscilante vibró hasta las tablas de madera de la casa a intervalos esporádicos.
A las ocho menos diez, una radio comenzó a sonar a fuerte volumen con música de jazz. Diez minutos más tarde, el zumbido eléctrico del despertador de la radio anuló la música y, un momento más tarde, se escuchó un golpe leve y, luego, sólo llegó el sonido ocasional de las pisadas de Barker mientras se vestía.
Hawks se acercó al bar, lavó su copa vacía y la colocó de nuevo en su repisa. Miró a su alrededor. Por el ventanal se veía la noche, y la única iluminación procedía del balcón en el extremo de la sala, donde las escaleras bajaban de la segunda planta. Hawks alargó el brazo y encendió una lámpara de pie. Su sombra se arrojó contra la pared.
Barker bajó con una botella cuadrada a medio llenar en la mano. Localizó a Hawks, emitió un gruñido, enarboló la botella y dijo:
—Odio el alcohol. Tiene un sabor horrible, me da arcadas, apesta y me quema la boca. Sin embargo, la gente no cesa de ponértelo en las manos, y te repiten una y otra vez: «¡Bebe!», y: «¿Qué te pasa, Charlie, te estás quedando un poco rezagado, eh? ¿Te ayudo a terminar esa copita?». Hasta que tú te sientes como si fueras un tipo raro y un pelmazo por todas las veces que has dicho que no, gracias, que estabas seguro, que ya no querías otra copa. Entonces ellos te catalogan, y ya no sueñas que vayas a pasártelo bien a menos que no te hayas atiborrado con ese veneno para que te dure hasta el día siguiente. Y ellos hablan sobre el asunto con lenguaje de caballeros: la cosecha, el bouquet, las marcas y las mezclas, como si todo no fuera etanol en una u otra concentración. ¿Ha escuchado alguna vez a dos bebedores de martinis hablar en un bar, Hawks? ¿Ha oído alguna vez a dos chamanes intercambiando hechizos mágicos? —Se dejó caer en una mecedora y se echó a reír—. Yo tampoco. Estoy sintetizando mi herencia. Veo a dos borrachos en un bar y extrapolo hacia la dignidad. Supongo que eso es un sacrilegio.
Se llevó un cigarrillo a los labios, lo encendió y continuó a través del humo:
—Pero es lo mejor que puedo hacer, Hawks. Mi padre está muerto, y en una ocasión creí que era bueno desligarme del resto de mi pueblo. Me gustaría recordar cómo fue aquello. Hay una parte de mí que necesita el dolor.
Hawks regresó hasta el canapé y se sentó. Colocó las manos en las rodillas y contempló a Barker.
—Y también hablar —dijo Barker—. Uno no es una compañía adecuada para ellos si no pronuncia las palabras con una entonación correcta. Si tiene un «Papá», no pertenece a su círculo. Sólo permiten la entrada de caballeros con «Padres» en su sociedad. Y, sí, sé que se burlaron de mí por eso. Yo anhelaba pertenecer allí, oh, Dios, Hawks, cuánto deseaba pertenecer, y me aprendí todas los códigos. ¿Qué me reportó? Claire tiene razón, ¿sabe?…, ¿qué me reportó? No me mire de esa forma. Yo sé lo que es Claire. Usted sabe que yo lo sé. Se lo dije apenas conocerle. Pero, ¿creyó alguna vez que vale algo para mí? Cada vez que se insinúa a un hombre, sé que lo que hace es comparar. Ella se encuentra en un mercado abierto, de compras. Y para ser comprada. Yo no la retengo con ningún collar al cuello. No está domesticada. Yo no soy un hábito para ella. No soy algo a lo que ella esté ligada por alguna ley. Y en cada ocasión que termina regresando a mí, ¿sabe qué demuestra ello? Que yo sigo siendo el tipo más duro de la manada. Porque ella no se quedaría conmigo si yo no lo fuera. No se engañe…, no sé qué es lo que piensa acerca de usted y de ella, pero no se engañe.
Hawks miró a Barker con expresión curiosa; sin embargo, Barker ya no le observaba.
—Si ella pudiera verme, Hawks…, ¡si pudiera verme en ese lugar! —El rostro de Barker estaba encendido—. No estaría jugando con usted y Connington esta noche…, no, no si pudiera ver lo que hago ahí arriba… Cómo esquivo, y me agacho, y me retuerzo, y avanzo, y salto, y espero a… a…
—¡Tranquilo, Barker!
—Sí. Tranquilo. Cómo me desinflo. Retrocedo. Eso muerde. —Barker tosió con amargura—. De todas formas, ¿qué hace usted aquí, Hawks? ¿Por qué no está bajando a pie por el sendero con su culo tieso y la nariz husmeando el aire? ¿Cree que le servirá de algo quedarse sentado aquí? ¿Qué espera? Que yo le diga, claro, un poco de reposo y un poco de ginebra y ya me encuentro bien, sencillamente bien, doctor, ¿a qué hora quiere que regrese mañana? ¿O lo que desea es que me derrumbe para poder atacar con facilidad a Claire? ¿Qué ha estado haciendo mientras yo dormía? ¿Manitas con ella? ¿O Connington se le adelantó? —Miró a su alrededor—. Supongo que es eso último.
—He estado pensando —repuso Hawks.
—¿Sobre qué?
—Sobre la razón por la que deseaba que yo estuviera aquí. Sobre el por qué acudió usted directamente a mí y me pidió que viniera. Me preguntaba si tenía usted la esperanza de que yo le hiciera regresar.
Barker se llevó la botella a la boca y escudriñó a Hawks por encima de ella mientras bebía. Cuando la bajó dijo:
—¿Qué se siente siendo usted? Todo lo que sucede ha de ser retorcido para que encaje con lo que usted quiere. Para usted, nada es nunca lo que aparenta ser.
—Eso es verdad para todo el mundo. Nadie percibe el mundo que otros ven. ¿Qué desearía que fuera, un hombre de latón? ¿Hueco, y más resistente que la carne? ¿Es eso lo que quiere que sea un hombre? —Hawks se inclinó hacia delante, arrugas tensas se abrieron a lo largo de sus huecas mejillas—. ¿Algo que siga inmutable una vez que las estrellas se hayan consumido y el universo se haya enfriado? ¿Que aún siga aquí cuando todo lo que alguna vez vivió haya muerto? ¿Es ésa la idea que tiene usted de un hombre respetable?
—Un hombre ha de luchar, Hawks —replicó Barker con mirada distante—. Un hombre debería mostrar que nunca teme morir. Debería adentrarse en el corazón de sus enemigos, cantando su marcha de muerte, y matar o ser muerto; jamás ha de temer enfrentarse a las pruebas de su hombría. Un hombre que vuelve la espalda…, que acecha en los límites de la contienda y empuja a otros a que se batan con sus enemigos… —Barker miró de repente a Hawks con gesto obvio—. Ése no es un hombre. Es una especie de cosa retorcida que se arrastra por el suelo.
Hawks se puso de pie y flexionó ligeramente las manos, sintiendo los brazos extraños, con el rostro perdido por encima del nivel de la lámpara. Las pantorrillas presionaban contra el cuero del canapé y lo empujaron levemente hacia la pared.
—¿Es ése el motivo por el que quiso que yo viniera aquí? ¿De modo que nadie pudiera decir que usted no era capaz de llevarse la serpiente al regazo? —Adelantó la cabeza y escudriñó a Barker—. ¿Es eso, guerrero? —preguntó inquisitivamente—. ¿Otro rito de iniciación? Usted nunca ha temido aceptar a sus enemigos y darles cobijo, ¿verdad? Un hombre de verdad no vacilaría en hospedar a asesinos en su casa y ofrecerles bebida y alimento, ¿cierto? Deja que Connington, el apuñalador traicionero, entre en tu hogar. Deja que Hawks, el asesino, haga lo peor. Deja que Claire te incite a un acto suicida detrás del otro, que pierda una pierna aquí y un trozo de carne en otra ocasión. ¿Qué le importa a usted? Es Barker, el guerrero mimbreño. ¿No es eso? Sin embargo, ahora no piensa luchar. De repente ya no desea volver a la formación. La muerte le resultó demasiado impersonal. No le importaba lo valiente que fuera usted, o qué ritos iniciáticos hubiera pasado. Eso es lo que usted dijo, ¿verdad? Se sentía furibundo, Barker. Todavía lo está. ¿Qué es la Muerte, que ignora a un maduro guerrero mimbreño?
»¿Es usted un guerrero? —preguntó—. Explíqueme esa parte. ¿Qué es lo que ha hecho alguna vez para alguno de nosotros? ¿Cuándo ha alzado un dedo para defenderse? Usted ve lo que nos proponemos, pero no hace nada al respecto. Teme que se piense de usted que es un hombre incapaz de luchar; sin embargo, ¿contra qué lucha? Lo único que ha hecho conmigo ha sido amenazarme con recoger sus cosas y volver a casa. No…, los coches deportivos y las pistas de esquí, las lanchas y los aeroplanos: ése es el tipo de cosas por las que se afana. Cosas y lugares donde usted controla la situación…, donde puede decir, al morir, que conoce la calidad del hombre al que ha matado. Cosas y lugares donde el paso fatal puede localizarse en el descuido o el cálculo erróneo de Barker, el asesino, que finalmente ha tenido éxito en vencer a su par, Barker, el guerrero. Incluso en la guerra, ¿luchó usted mano a mano, en terreno abierto? Sólo fue un asesino, como todos nosotros, que golpeaba desde la oscuridad, y si le atraparon se debió a su error. ¿Con qué digno oponente, aparte de sí mismo, se enfrentó alguna vez?
»Creo que tiene usted miedo, Barker…, miedo de que nadie que pueda matarlo comprenda la clase de guerrero que es. ¿Cómo puede confiar en que los extraños le reconozcan por lo que es? Sin embargo, un guerrero nunca tiene miedo. Ni siquiera en su interior. ¿Cree que es eso lo que lo explica, Barker? ¿Esa es la trampa en la que usted se ve atrapado? En los rincones más lejanos de su mente, ¿cree que todo ha sido racionalizado y mantenido con seguridad… que usted debe convivir entre sus enemigos para demostrar su valor, pero que no se atreve a batirse con ellos en mortal combate por miedo a morir de forma anónima? ¿Cree que ésa es la razón por la que un extraño ha de amenazarle para verse arrastrado hacia su vida? Y, ¿por qué usted le permite que lo agote y lo mate poco a poco, pero nunca se gira y se enfrenta a él, reconociendo que se encuentra librando una batalla por su vida? ¿Debido a que si usted permite que le ataquen lentamente, quizá el proceso lleve años, y puede suceder cualquier cosa que lo interrumpa; pero que sin embargo, si peleara, entonces acabaría inmediatamente, además y correría el peligro de perder y morir sin ser cantado? —Hawks miró de forma burlona a Barker. Aturdido, dijo—: Me pregunto si no será ésa la explicación.
Barker se incorporó con movimientos pausados de la silla.
—¿Quién es usted para decirme estas cosas, Hawks? —preguntó, observándolo con calma.
Se llevó la mano a la espalda sin mover los ojos y depositó la botella en la pequeña mesa que había al lado de la silla.
Hawks se pasó las palmas de la mano por la tela de su chaqueta.
—Medite en lo que le ocurrió hoy. Usted creyó que la formación era algo parecido a una pendiente de esquí compleja, ¿verdad, Barker? Sólo otro lugar inexorable, peligroso, como muchos otros en los que ha estado antes.
»Pero no había reglas que explicaran qué le mató cuando murió. Usted logró ir más allá de lo que indicaban los mapas. Al morir, no pudo decirse a sí mismo que había malinterpretado las reglas, o que no logró obedecerlas, o que intentó vencerlas. No había reglas. Nadie las descubrió. Usted murió desconociendo qué le mató. Y no había ninguna multitud que aplaudiera su habilidad o lamentara su destino. Una mano gigantesca descendió y le sacó del tablero…, y nadie sabe los motivos. De repente, usted supo que no se encontraba en ninguna pendiente de esquí, y que todas sus habilidades no significaban nada. Usted vio, con una claridad como nadie lo hará jamás, el rostro desenmascarado del universo desconocido. Los hombres le han colocado máscaras, Barker, y le han quitado algunas partes, y creyeron que lo sabían todo acerca de él. Sin embargo, sólo perciben las partes que conocen. Un hombre que desciende por una pendiente montado en unos esquíes no ha asimilado el proceso de la gravedad y de la fricción. Lo único que ha hecho es aprender a tratar con ellas en esa situación en particular, a fin de realizar un salto grande y aterrizar a salvo. A pesar de todos los murmullos de la multitud que anhela ver a un hombre derrotando aquello que una vez mató a los hombres de forma despiadada. Nada de su destreza en el salto le ayudará si cae de un avión sin un paracaídas. Entonces, todos sus saltos anteriores y sus aterrizajes buenos no podrán con la gravedad. El universo dispone de unos recursos de muerte que apenas estamos comenzando a vislumbrar. Y usted acaba de averiguarlo.
»La muerte se halla en la naturaleza del universo, Barker. La muerte sólo es el funcionamiento de un mecanismo. Todo el universo ha estado muriendo desde el momento de su creación. ¿Es que esperaba que una máquina se preocupara por aquello sobre lo que actúa? La muerte es como los rayos del sol o una estrella fugaz; no les importa dónde caen. La muerte no puede ver los estandartes de una lanza o la guirnalda gloriosa en la mano de un moribundo. Las banderas y las flores son inventos de la vida. Cuando un hombre muere cae en manos enemigas…, un enemigo indiferente, que no sólo escupe sobre los estandartes sino que ni siquiera sabe lo que éstos significan. Ningún hombre corriente soporta ese descubrimiento. Usted lo averiguó hoy. Usted permaneció sentado en el laboratorio y quedó mudo ante semejante injusticia. Nunca creyó que la justicia se tratara de otra invención humana. No obstante, unas horas de descanso y un poco de ginebra le han ayudado. El impacto ha menguado. Todos los impactos humanos decrecen…, excepto el crítico. Ahora se halla indefenso, igual que Rogan y los demás. De algún modo, la creación en el interior de su cerebro sigue queriendo avanzar. ¿Por qué? ¿Cómo es que la muerte no derribó sus cimientos, si es que son lo que usted pensaba que eran?
»¿Sabe por qué aún está cuerdo, Barker? Creo que yo sí lo sé. Pienso que se debe a que tiene a Claire, y a Connington, y a mí mismo. Creo que es porque sabía que podía refugiarse en nosotros. En realidad, no es la Muerte lo que hace que usted pruebe su propia valía ante sí mismo; es la amenaza de morir. No la Muerte, sino los asesinos. Mientras nos tenga a nosotros a su alrededor, sus partes vitales están a salvo.
Barker avanzaba en su dirección, con las manos medio levantadas.
Hawks continuó:
—No tiene ningún sentido, Barker. No puede hacerme nada. Si fuera a matarme, habría demostrado que temía tratar conmigo.
—No es verdad —repuso Barker en voz alta—. Un guerrero mata a sus enemigos.
Hawks contempló los ojos de Barker.
—Usted no es un guerrero, Al —comentó con pena—. No la clase de guerrero que piensa que quiere ser. Usted es un hombre, eso es todo. Quiere ser un hombre digno…, un hombre que satisfaga sus propios cánones, cuya altura sea la elegida por él. Eso es todo. Eso es suficiente.
Los brazos de Barker comenzaron a temblar. La cabeza cayó a un lado y miró a Hawks con ojos parpadeantes y torvos.
—¡Es usted tan inteligente! —jadeó—. ¡Sabe tanto! Conoce más sobre mí que yo mismo. ¿Cómo es eso, Hawks…, quién le rozó la frente con una varita mágica?
—Yo también soy un hombre, Al.
—¿Sí? —los brazos de Barker se hundieron a los costados—. No por ello me cae mejor. Largúese de aquí, hombre, mientras aún puede. —Dio media vuelta y atravesó la sala con pasos breves, rápidos y compulsivos. Abrió de golpe la puerta—. ¡Déjeme con mis viejos y conocidos asesinos!
Hawks le miró y no dijo nada. Su expresión aparecía atribulada. Entonces se puso en movimiento y comenzó a caminar. Se detuvo en el umbral de la puerta y se quedó cara a cara delante de Barker.
—He de tenerle —dijo—. Necesito su informe por la mañana, y necesito que vuelva una vez más al interior de esa cosa.
—Largúese, Hawks —replicó Barker.
—Ya se lo dije —comentó Hawks, y salió a la oscuridad.
Barker cerró de un portazo. Se volvió hacia el corredor que conducía a la otra ala de la casa, con el cuello tenso y la boca abierta para gritar. El grito surgió casi de forma inaudible entre el cristal que le separaba de Hawks:
—¿Claire? ¡Claire!
Hawks atravesó el rectángulo de luz que cruzaba el césped hasta que llegó al borde irregular que era el comienzo del precipicio que daba al mar. Permaneció mirando la espuma invisible con la forma indistinta de la niebla marina llenando la noche delante de él.
—Una oscuridad —dijo en voz alta—. Una oscuridad en la que no se veía ninguna estrella.
Entonces comenzó a andar con la cabeza baja y las manos en los bolsillos por el borde del precipicio.
Cuando llegó al patio de baldosas que había entre la piscina y la zona más alejada de la casa, pasó entre la mesa y las sillas de metal que había en el centro, abriéndose camino en la difusa luz.
—Bien, Ed —comentó con voz triste Claire desde la silla situada al otro extremo de la mesa—. ¿Se une a mí?
Volvió la cabeza sorprendido, y luego se sentó.
—Supongo que sí.
Claire se había puesto un vestido y bebía una taza de café.
—¿Quiere un poco? —le ofreció con voz suave e insegura—. Es una noche fresca.
—Gracias —cogió la taza cuando ella alargó el brazo para dársela y bebió del otro lado de la gruesa mancha de lápiz de labios—. No sabía que estaría aquí.
Ella se rió entre dientes, con ironía.
—Me canso de abrir puertas y descubrir a Connie en el otro lado. Estaba esperando que Al se despertara.
—Ya lo ha hecho.
—Lo sé.
Le devolvió la taza.
—¿Lo oyó todo?
—Estaba en la cocina. Fue…, fue toda una experiencia escuchar cómo hablaba así de mí.
Depositó el café haciendo chocar la taza contra el plato y se pasó los brazos alrededor del cuerpo, con los hombros inclinados mientras miraba el suelo.
Hawks no repuso nada. Casi era demasiado oscuro para ver la expresión facial a través del diámetro de la mesa y, durante un momento, cerró los ojos, manteniendo los párpados firmemente apretados, antes de abrirlos de nuevo y ponerse de lado en la silla, con una mano descansando sobre la mesa, los dedos arqueados mientras se inclinaba hacia ella.
—No sé por qué lo hago, Hawks —dijo ella—. No lo sé. Pero sí le trato como si le odiara. Lo hago con todo el mundo. No puedo conocer a nadie sin convertirme en una perra.
—¿También con las mujeres?
Giró el rostro hacia él.
—¿Qué mujer querrá estar el tiempo suficiente a mi lado como para comprobarlo de verdad? ¿Y qué hombre va a ignorar mi parte femenina? Pero yo también soy un ser humano; no soy simplemente algo que…, todo físico. Sin embargo, a nadie le caigo bien, Hawks…, ¡nadie muestra jamás ningún interés en la parte humana de mí!
—Bien, Claire…
—No es una sensación agradable, Hawks, escuchar que hablan de ti de esa forma. «Yo sé lo que es ella…, por Dios, yo sé lo que es ella». ¿Cómo lo sabe? ¿Cuándo ha intentado conocerme? ¿Qué ha hecho jamás para averiguar lo que pienso, lo que siento? Y Connington… que trata de manipularme, que trata de llevarlo todo de un modo retorcido para que, al fin, me entregue a él. Intentando involucrar a Al en algo que está seguro que va a arruinarlo por completo, de forma que yo ya no lo quiera más. ¿Qué le hace pensar que ha de ser Connington si alguna vez me separo de Al? ¿Sólo porque Connie está siempre por aquí…, porque no tiene el suficiente sentido común para marcharse una vez que ha sido rechazado? ¿Es culpa mía que siempre se quede? No consigue nada a cambio. Lo único que logra es que Al se enfurezca de vez en cuando.
—¿No le convierte eso en una persona útil para usted? —inquirió Hawks.
—¡Y usted…¡ —estalló Claire—. ¡Tan malditamente seguro de que nada puede rozarle sin su consentimiento! Haciendo comentarios agudos. ¡Se supone que «tentar» a Al es lo que yo hago! Bueno, pues escuche: ¿podría hacer que un ladrillo volara? ¿Podría convertir una ostra en un cisne? Si no fuera de la forma que es, ¿qué podría hacerle? Yo no le ordeno que vaya y realice esas cosas. Y también intenté mantenerlo alejado de usted…, cuando se marchó, aquel primer día, ¡traté de que abandonara el proyecto! Sin embargo, lo único que conseguí fue que se pusiera celoso. ¡No era eso lo que yo perseguía! Yo nunca me insinué a usted antes de hoy, no una insinuación real, simplemente, yo, no lo sé, podría decir que actuaba como de costumbre…, ¡y usted lo sabe!
Alargó el brazo por la superficie de la mesa con un movimiento veloz y le cogió la mano.
—¿Tiene alguna idea de lo sola que me siento? ¿De cuánto desearía no ser yo misma? —Tiró ciegamente de su mano—. Pero, ¿qué puedo hacer al respecto? ¿Cómo puedo llegar a cambiar ahora?
—No lo sé, Claire —repuso Hawks—. Es muy difícil para la gente cambiarse a sí misma.
—¡Pero yo no quiero odiarme, Hawks! ¡No durante toda mi vida, como ahora! ¿Qué creen todos ustedes que soy: ciega, sorda, estúpida? Sé cómo se comporta la gente buena…, y sé lo que es ser una perra y lo que es no serlo. Una vez fui una niña…, asistí a la escuela, me enseñaron ética, y moral, y comprensión. No soy alguien de Marte… ¿Es que todos ustedes piensan que soy así porque no conozco nada mejor?
Hawks repuso con voz entrecortada:
—Supongo que todos conocemos algo mejor. Sin embargo, y de vez en cuando, lo olvidamos. Algunos creemos que hemos de hacerlo, por algo que consideramos que lo requiere. —Su rostro era un abanico de expresiones—. Si lo que acabo de decir no parece tener mucho sentido, lo siento. No sé qué otra cosa decirle, Claire.
Ella se puso de pie de un salto, sosteniendo aún su mano, y dio la vuelta alrededor de la mesa hasta detenerse delante de él; se inclinó, aferrando los dedos de él con ambas manos.
—Podría decirme que le caigo bien, Ed —susurró—. ¡Usted es el único que podría ir más allá de mi exterior y gustarle!
Se incorporó cuando ella tiró de su mano.
—Claire… —comenzó.
—¡No, no, no, Ed! —cortó ella, rodeándole con los brazos—. No deseo hablar. Sólo quiero ser. Quiero que alguien me abrace y no piense en mí como una mujer. Por una vez en mi vida, anhelo sentir calor…, ¡tener a otro ser humano cerca de mí! —Sus brazos subieron por la espalda de él y sus manos cogieron cuello y nuca—. Por favor, Ed —murmuró, con el rostro tan cerca que sus ojos se desbordaron y brillaron bajo la luz lejana, de modo que en el siguiente instante la húmeda mejilla de ella tocó la de él—. Si puede, concédame eso.
—No lo sé, Claire… —comenzó él de forma incierta—. No estoy seguro de que usted…
Ella empezó a besarle las mejillas y los ojos, mientras sus uñas le mesaban el cabello de la nuca.
—Hawks —dijo como ahogada—. Hawks, me encuentro tan perdida…
Él tenía la cabeza inclinada, y los dedos de ella estaban tan rígidos detrás, que los tendones sobresalían como cuerdas en el dorso de sus manos. Los labios de ella se abrieron, y las sandalias de cuero produjeron un ruido apagado sobre las piedras del patio.
—Olvide todo —musitó ella al besarle la boca—. Piense sólo en mí.
Entonces ella se apartó repentinamente y permaneció a unos treinta centímetros de él, con el dorso de una mano apoyado contra el labio superior, los hombros y las caderas flojos. Jadeaba rítmicamente, y sus ojos brillaban.
—No…, no, no puedo contenerme…, no con usted. Usted es demasiado para mí, Ed. —Alzó los hombros y dio medio paso hacia él—. Olvide eso de caerle bien —dijo desde lo más profundo de su garganta en el momento en que alargaba los brazos hacia él—. Simplemente, tómeme. Siempre podré conseguir a alguien a quien le caiga bien.
Hawks no se movió. Ella le miró, con los brazos extendidos y el rostro hambriento. Luego bajó los brazos despacio y exclamó con voz apagada:
—¡No le culpo! No pude evitarlo, pero no le culpo por lo que está pensando. Cree que soy una especie de ninfómana, que enloquece ante cualquier hombre. Considera que, debido a que me está ocurriendo ahora, sucede siempre lo mismo. Piensa que, porque podría hacer lo que quisiera conmigo, lo que dije antes acerca de mí no es la verdad. Usted…
—No —cortó Hawks—. Aunque no creo que usted piense que es verdad. Considera que es algo que puede usar ya que suena plausible. Y así es. Es verdad. Y, cada vez que teme que un hombre está a punto de descubrirlo, intenta distraer su atención con lo único de usted que imagina que él estará interesado. Pienso que tiene miedo de hallarse en un mundo lleno de criaturas llamadas hombres. No importa todo lo que insista en decir que trata de no ser de esa forma, siempre ha de cortar a los hombres hasta dejarlos de su tamaño. —Cogió el pañuelo del bolsillo de la pechera y se limpió torpemente los labios—. Lo siento —continuó—. Pero es así como me lo parece a mí. Connington funciona con la premisa de que todo el mundo tiene una debilidad que él puede explotar. No sé si tiene o no razón; sin embargo, la suya es que usted sólo se entrega a los hombres que cree que descubrirán esa debilidad. Me pregunto si lo sabía.
Los dedos de ella se clavaron en la tela que cubría sus rígidos muslos.
—Tiene miedo, Hawks —dijo—. Tiene miedo de una mujer, igual que tantos otros.
—¿Me culparía? Tengo miedo de muchas cosas. La gente que no desea ser gente es una de ellas.
—¿Simplemente por qué no se calla la boca, Hawks? ¿Qué es lo que hace, ir por la vida dando charlas? ¿Sabe lo que es usted, Hawks? Una persona detestable. Aburrido e insoportable. Un pelmazo de primera. No le quiero ver más por aquí. No quiero volver a verle nunca más.
—Lamento que no desee ser diferente, Claire. Dígame una cosa. Hace un momento, casi lo consiguió. Se aproximó mucho. Sería una tontería que yo lo negara. Si hubiera hecho lo que intentaba hacer conmigo, ¿seguiría siendo un insoportable? ¿Y qué sería usted, que por amor a la seguridad se entregaría a un hombre al que desprecia?
—¡Oh, largúese de aquí, Hawks!
—¿El hecho de ser un pelmazo me vuelve incompetente para ver las cosas con claridad?
—¿Cuándo va a dejar de intentarlo? ¡No deseo nada de su apestosa ayuda!
—No pensé que la deseara. Ya se lo dije. Es lo único que he dicho. —Se volvió en dirección a la casa— Voy a ver si Al me deja emplear su teléfono. Necesito que alguien me saque de aquí. Me hago demasiado viejo para las grandes caminatas.
—¡Vayase al infierno, Hawks! —gritó ella, siguiéndole al mismo paso, uno o dos metros detrás.
Hawks caminó más deprisa, con las piernas rígidas, oscilando los brazos en arcos breves.
—¿Me ha oído? ¡Piérdase! ¡Vamos, largúese de aquí!
Hawks llegó hasta la puerta de la cocina y la abrió. Connington se hallaba derrumbado de espaldas contra una encimera, con la camisa playera y el bañador salpicados de sangre y saliva de la boca. La mano izquierda de Barker, cerrada sobre su cabello, era lo único que le impedía caer del taburete alto sobre el que era sostenido. El puño derecho de Barker estaba echado hacia atrás, manchado y con unos cortes profundos del impacto contra los dientes y que le llegaban a los huesos de sus nudillos.
—Me quedé dormido, eso es todo —farfullaba desesperadamente Connington—. Perdí el conocimiento en la cama de ella, eso es todo…, ella no estaba.
El antebrazo de Barker salió disparado y su puño chocó de nuevo contra el rostro de Connington. Dijo con voz furiosa:
—¡Esto sólo es por desearlo, Connie! No pienso tolerar encontrarte en la cama de mi mujer. Eso es todo, ¡No puedo dejar que salgas impune de algo así!
Connington tanteó de forma apática detrás de él, en busca de un asidero. No se esforzaba en defenderse.
—Ésa es la única manera en la que jamás podrías encontrarme allí. —Lloraba, al parecer sin ser consciente de que lo hacía—. Creí que por fin lo había descubierto. Pensé que hoy iba a ser el día. Nunca conseguí estar a su altura. Puedo descubrir la puerta que me permite penetrar en todas las personas. Todo el mundo tiene un punto débil. Todo el mundo se resquebrajaba veces, y me permite verlo. Todo el mundo. Nadie es perfecto. Ése es el gran secreto. Todo el mundo menos ella. Tenía que resbalar en alguna ocasión; sin embargo, nunca logré verlo. Yo, el gran jefe de personal.
—¡Déjale en paz! —Aulló Claire detrás de Hawks. Arañó la espalda de Hawks hasta que éste se apartó de la puerta; entonces le clavó las uñas a Barker, que saltó hacia atrás con la mano sujetándose el antebrazo—. ¡Apártate de él! —gritó a la cara de Barker, agazapándose con los pies separados y las temblorosas manos alzadas.
Cogió una toalla, mojó un extremo en el fregadero y se dirigió a donde estaba Connington, hundido sobre el taburete y mirándola con ojos lacrimosos.
Se inclinó sobre Connington y comenzó a frotarle la cara con movimientos frenéticos.
—Vamos, cariño —canturreó—. Vamos. Vamos. —Connington elevó una mano, con la palma hacia fuera y los flojos dedos abiertos, y ella la cogió, apretándola y llevándosela hasta su cuello, mientras seguía frotando febrilmente la aplastada boca—. Yo te curaré, cariño…, no te preocupes.
Connington giró la cabeza de lado a lado, mirando con ojos ciegos en dirección a ella, gimiendo mientras la toalla recorría los cortes.
—No, no, cariño —le reprendió ella—. ¡No, quédate quieto, cariño! No te preocupes. Yo te necesito, Connie. Por favor.
Comenzó a limpiarle el pecho, abriendo la parte superior de la camisa y deslízándola por encima de sus hombros, como un policía al realizar el arresto de un borracho.
—Muy bien, Claire —anunció Barker con rigidez—. Esto es el fin. Para mañana quiero que saques todas tus cosas de aquí. —Curvó la boca en un gesto de asco—. Nunca creí que te convertirías en una carroñera.
Hawks dio media vuelta y descubrió un teléfono situado en la pared. Debido a la prisa, disco con torpeza.
—Soy…, soy Ed —dijo con la garganta constreñida—. Me pregunto si podrías ir hasta aquella parada en la carretera, donde está situada la tienda con los surtidores, y recogerme. Sí, yo…, necesito que me lleven de nuevo a la ciudad. Gracias. Sí, estaré esperando allí.
Colgó y, al volverse, Barker, con expresión atontada, le preguntó:
—¿Cómo lo ha hecho, Hawks? —Casi gritó—. ¿Cómo consiguió esto?
—¿Estará mañana en el laboratorio? —inquirió Hawks con cansancio.
Barker le miró a través de sus refulgentes ojos negros. Señaló con un brazo a Claire y a Connington.
—¿Qué me quedaría, Hawks, si le perdiera a usted?