33 Un pequeño refrigerio

Desayunaron en la Posadería de Myrtal. Palin estaba sentado a la cabecera de la mesa, y Dhamon, Rig, Shaon, Feril, Groller, Ampolla y Jaspe ocupaban las otras sillas. La lustrosa caja de nogal con el mango de lanza descansaba al lado de Dhamon. Todos llevaban ropas limpias, y tenían un aspecto mucho más descansado y aseado que el que habían tenido desde hacía días.

Furia estaba en los escalones de la entrada del establecimiento, olisqueando los maravillosos aromas que salían por la rendija de debajo de la puerta. Sus dorados ojos relucían hambrientos y su cola se movía con entusiasmo, golpeando la hoja de madera; pero la puerta siguió cerrada.

Los cautivos habían regresado a sus barcos, sus granjas y sus negocios, agradecidos por su libertad, pero las vejaciones sufridas en manos de los ogros era algo que jamás podrían olvidar por completo. A partir de ahora, siempre mirarían hacia atrás, vigilantes. Y siempre se preguntarían qué habría sido de ellos si no hubieran aparecido sus salvadores.

Ampolla estaba concentrada en un trozo de salchicha ensartada en un artilugio semejante a un sacacorchos que tenían sus guantes negros. Feril se hallaba a su lado y echaba miradas frecuentes a Dhamon, pero los ojos del hombre no se encontraron con los de ella en ningún momento, ya que el guerrero los tenía fijos en su vaso de sidra y en la comida que tan generosamente Palin había procurado para todos.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Adónde vamos? —preguntó la kender entre mordisco y mordisco—. ¿Y cómo vamos a llegar dondequiera que tengamos que ir?

Palin se atusó la corta y bien arreglada barba y apartó su plato.

—Dhamon y yo vamos a ir a la posada que hay un poco más abajo en esta calle para... recoger algo. Supongo que después tendremos que dirigirnos hacia el extremo norte de los Eriales del Septentrión.

—En busca del Azul —intervino Jaspe. Echó un buen trago a su jarra de sidra e hizo un gesto para que Palin continuara.

—Y de los dracs —añadió Shaon.

—Creo que tendremos que alquilar un barco que nos lleve allí, alrededor del cabo donde termina la bahía de Palanthas —dijo el mago—. Nos hará falta una base desde la que actuar.

—Iremos en el Yunque —se apresuro a decir Rig, sorprendiendo a los demás. Todos los ojos se volvieron hacia el corpulento marinero, incluidos los de Shaon.

»Ahora soy parte de esto —explicó—. Supongo que me estaba engañando a mí mismo pensando que podría zarpar y hacer caso omiso de lo que pasaba a mi alrededor. Los dragones y todo lo demás. Ya nadie está a salvo.

Jaspe movía los dedos, haciendo signos a Groller para que el semiogro pudiera seguir la conversación.

—Gracias —dijo Palin—. El Hechicero Oscuro y el Custodio se han enterado de que Malys trama algo. Esa hembra Roja es el dragón más grande de Krynn, seguramente más formidable incluso que el Azul de los Eriales. Hay que vigilarla, y eso es exactamente lo que están haciendo. —Palin sonrió y miró a Rig.

»Hace mucho que no navego. Me parece que va a ser un cambio agradable viajar a alguna parte sin tener que emplear la magia para hacerlo.

Groller hizo gestos a Jaspe, ahuecando las manos y llevándoselas a la boca. Después hizo la seña de «barco» y la de «comida», y se tanteó el bolsillo para indicar dinero.

—Necesitaremos bastantes provisiones —tradujo Jaspe, que había cogido enseguida la idea del semiogro.

—Pero no tenemos dinero para comprarlas —intervino Dhamon. Al alzar la vista, sorprendió a Feril mirándolo, y entonces bajó los ojos a los huevos que había en su plato.

—Todavía me quedan las cucharas de Raf —sugirió Ampolla—. Deben de valer algo.

—Yo me encargaré de las provisiones —se ofreció el mago, que lanzó a Jaspe un saquillo—. Es lo menos que puedo hacer.

El enano miró dentro. Estaba lleno de monedas de acero. Hizo un gesto de agradecimiento a Palin.

—Con esto habrá más que suficiente —dijo.

—Entonces, lo menos que puedo hacer es comprarle a Dhamon una camisa —sugirió la kender—. Gasta ropa con una rapidez asombrosa. —Pasó la bolsa con las cucharas a través de la mesa—. Toma, Dhamon, utilízalas para comprarte algo que sea de tu gusto. —Se echó a reír al tiempo que miraba con guasa a Rig.

—Rig y yo iremos a preparar el barco —se ofreció Shaon. Jaspe, Ampolla y Groller se mostraron dispuestos a ayudarlos.

El semiogro llenó la servilleta con unas cuantas salchichas, guardó el paquete en un bolsillo, y salió para dárselo a Furia. En cuestión de segundos, Dhamon, Palin, y Feril se encontraron solos en la mesa.

El mago observó a sus compañeros. Había en perspectiva un gran viaje, y habían pasado décadas desde que había tomado parte en una aventura de este tipo; demasiado tiempo. Estudiar libros y hacer predicciones estaba bien, pero zambullirse de cabeza en una misión y enfrentarse personalmente a asuntos peligrosos era algo que debía confesar que había echado de menos.

—Sois conscientes de que incluso con el consejo de Goldmoon y con la lanza podríamos morir en el intento —dijo.

—Todos hemos de morir, antes o después —respondió Dhamon—. La única incógnita es cuándo. —Se apartó de la mesa y fue hacia la puerta. Hizo tintinear las cucharas y se metió la caja de nogal debajo del brazo. Se volvió a mirar al hechicero—. Tengo que comprar algo de ropa. Me reuniré contigo en la posada de más abajo de la calle dentro de poco.

La puerta se cerró suavemente tras él. Palin volvió la vista hacia Feril. La kalanesti miraba la puerta.

—Hablo por experiencia —empezó el hechicero—. La vida es demasiado corta, aun para una elfa, para no llenarla con algo o con alguien importante para ti. Mi tío estuvo siempre solo. Volcó su vida en la magia, pero siguió teniendo un vacío. También yo he dedicado mi vida a la magia, pero tengo a Usha y a mi familia. Dudo que mi magia fuera tan fuerte si ellos no estuvieran ahí. Yo no sería tan fuerte, y no tendría las mismas convicciones.

La kalanesti le dedicó una leve sonrisa y después salió corriendo en pos de Dhamon. Lo alcanzó en la calle.

—¡Espera! —gritó.

—Feril, yo...

—Creo que estoy enamorada de ti —soltó la elfa de sopetón.

Dhamon cerró los ojos y sacudió la cabeza.

—No...

—¿Tú no sientes nada por mí? —lo interrumpió Feril, que se plantó delante de él, cerrándole el paso.

—Lo que sienta, o lo que crea que puedo sentir, no importa —empezó él—. Además, hay que tener en cuenta a Rig.

—¿Rig? ¿Porque ha estado pendiente de mí después del rescate? —La elfa suspiró y se puso en jarras. El marinero había pasado con ella mucho tiempo en el camino de regreso a Palanthas, y no le había importado la atención del hombre. Dhamon había estado muy ocupado con Palin; entonces había pensado que era porque hablaban sobre los dracs o sobre el Azul. Ahora comprendía que también era porque el guerrero había notado las atenciones de Rig con ella.

»Estás celoso —dijo finalmente—. Rig sólo es un amigo. Flirtea, eso es todo. Y, si no estuvieras tan cegado por los celos, lo verías. Y, si estás celoso, significa que sientes algo por mí.

—Vale, siento algo —confesó Dhamon.

—¿Algo? ¿Y ya está? —La kalanesti miró hacia el puerto y divisó el palo mayor del Yunque—. Está bien. Cuando decidas qué es lo que sientes, cuéntamelo. Quizá todavía me interese.

Mientras la elfa empezaba a girar sobre sus talones, él la cogió por el brazo y tiró hacia sí. Subió la mano hasta la nuca de la mujer y enredó los dedos en el suave cabello, dejándolos atrapados en los rizos. Acercó sus labios a los de ella y la besó ávidamente. La intensidad de sus sentimientos lo sorprendió, pero Feril le devolvió el beso al tiempo que lo rodeaba con sus brazos y lo estrechaba fuertemente. No fueron conscientes de las miradas de los transeúntes ni de las expresiones pasmadas de quienes estaban en los establecimientos y los observaban por las ventanas. Tras unos largos instantes, sus bocas se apartaron.

—Conque algo, ¿eh? —le tomó el pelo en voz queda—. Creo que voy a acostumbrarme enseguida a ese algo. —Tiró del cuello de la camisa de Dhamon, acercando su rostro al de ella. Esta vez fue la elfa la que inició el beso, y de nuevo transcurrieron varios segundos antes de que sus labios se separaran.

»Te veré en el Yunque —le susurró al oído.

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