30 Secretos

La noche estaba avanzada y todavía no se habían puesto en camino hacia Palanthas. A la luz de varias velas altas y gruesas que emitían una cálida luz sobre la acampanada vasija de cristal y la pulida mesa, Palin seguía analizando con minuciosidad al drac. Tenía sus notas, copiosas y detalladas, extendidas a su alrededor; algunas habían caído al suelo. Una silla adyacente estaba ocupada con montones de hojas en blanco.

El rostro del mago estaba sombreado por una barba crecida, y sus ojos denotaban fatiga. El estómago vacío hizo ruidos apagados; Palin había estado tan absorto en esta tarea que había pasado por alto la cena. El Custodio le había llevado una bandeja con pan y queso, un pequeño cuenco de bayas confitadas, y un vaso de vino. Todo se hallaba intacto. El drac miró la comida con ansia.

El Custodio de la Torre se encontraba ahora con Dhamon y el resto del grupo varios pisos más abajo, interrogándolos incisivamente acerca de su enfrentamiento con las criaturas y utilizando unos cuantos conjuros sencillos para recrear el combate; unas figuras fantasmales se proyectaban sobre una pared del comedor y reconstruían una y otra vez la refriega.

Dhamon observaba, con los puños apretados. No le gustaba revivir escenas de lucha. Se preguntó si la amenaza de un nuevo ejército de draconianos sería el anuncio de algo mucho más horrible que cuanto había experimentado hasta ahora.

Arriba, Palin sacudió la vasija hasta que el encolerizado drac soltó otra andanada de diminutos rayos.

—Interesante criatura, Majere.

Palin se volvió bruscamente. Del rincón más oscuro de la habitación salió un personaje envuelto en ropajes negros: el Hechicero Oscuro. La figura se separó de las sombras de la estancia y avanzó hacia la mesa; la máscara metálica destelló con la luz de las velas. El Hechicero Oscuro examinó las hojas de pergamino a medida que Palin le iba explicando sus descubrimientos con todo detalle.

—Vi a la hembra Roja —informó el Hechicero Oscuro—. Es enorme, mayor que cualquiera de los dragones que hemos observado, quizá tan grande como Takhisis. No tiene... dracs, como llamas a esta criatura, y tampoco draconianos. Sin embargo, sí cuenta con un ejército de goblins y hobgoblins que va incrementándose.

—Es probable que todos los señores supremos dragones estén acumulando tropas —comentó Palin—. Si lo hicieran para combatir unos contra otros, no me preocuparía. Pero la Purga de Dragones acabó hace tiempo. Llevan varios años sin luchar entre sí, así que es indiscutible que la ofensiva va contra nosotros ahora. Los Dragones del Bien hacen lo que pueden, pero han de realizar su labor a escondidas.

—El secreto es a veces necesario —asintió la figura de ropajes negros.

Palin observó al otro hechicero un momento, antes de ponerse a ordenar sus notas.

—El drac me preocupa —dijo.

—Claro. —El mago de negro se aproximó más a la vasija, y el drac miró fijamente el hueco en sombras bajo el embozo.

—Nos transportaremos a Palanthas, a un sitio fuera de la ciudad.

—¿Cuándo? —preguntó el Hechicero Oscuro.

—Ahora. Después de ocuparme de un chico cuya aldea fue atacada, sólo esperábamos que llegaras tú. —Palin se levantó de la silla—. Reuniré a los demás para transportarnos. No podemos perder más tiempo.

Bajó por la escalera, haciendo un alto para mirar el retrato de su tío Raistlin.

«Él lo sacrificó todo por la magia, por su arte —pensó—. ¿Estaré haciendo lo mismo?»

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