29 En el desierto

A media mañana del día siguiente, los compañeros hicieron un alto en el camino. Estaban magullados, cansados y sedientos. Sus estómagos no dejaban de hacer ruidos. Feril se ofreció para cazar, pero Dhamon argumentó que en este momento descansar era lo más importante. Había encontrado una pequeña colina con un ligero saliente, lo suficiente para proporcionar un poco de sombra a resguardo de un sol de justicia que les caía a plomo.

Shaon se sentó en la arena pesadamente, y dejó la bolsa tejida a sus pies. Furia se tumbó estirado a su lado y observó con fijeza a la minúscula criatura, que le sostuvo la mirada a través de los huecos de la malla verde oscura.

La mujer bárbara hizo un gesto de dolor al extender el brazo para acariciar al lobo. Lo tenía marcado con la quemadura del rayo que la había alcanzado la noche anterior. Seguramente le quedaría una larga y fea cicatriz.

—¿Por qué tuve que venir? —le susurró al lobo—. ¿Creía de verdad que les haría darse prisa o que los ayudaría? ¿O sólo quería que Rig me echara de menos durante unos días?

Volvió a pensar en el corpulento marinero, y se preguntó qué estaría haciendo y si pensaría en ella. Cerró los ojos y se tumbó, imaginando que se encontraba en la cubierta del Yunque. Iba a tener que cambiar de nombre al barco tan pronto como regresara, aunque Jaspe protestara. De todas formas, el enano se marcharía enseguida.

Dhamon se sentó al lado de la kalanesti. Feril intentó examinar las marcas de zarpazos que el guerrero tenía en la espalda, pero él rechazó las atenciones de la elfa. No tenían agua para limpiar las heridas, y si hacían más vendas de sus ropas acabarían quedándose desnudos. La kender, quizá por ser más pequeña —o más afortunada— era la que había salido mejor parada; lo único que tenía era el copete chamuscado.

—Dhamon, ¿cuánto crees que tardaremos en llegar a Refugio Solitario? —preguntó Feril.

—No lo sé. —El guerrero se encogió de hombros—. Tal vez varios días, si tenemos suerte. El mapa estaba en la alforja de mi yegua, que probablemente esté ahora a kilómetros de aquí. ¿Lamentas haber venido?

La elfa sonrió y sacudió la cabeza.

—Lo encontraremos, ya verás. Y dentro de un rato conseguiré algo para comer. Soy una buena cazadora. Quizá lleve a Furia conmigo. Me pregunto si aún conserva su instinto cazador o si lo habrá perdido al vivir con gente tanto tiempo.

—Quisiera saber dónde estamos —intervino Ampolla con expresión distraída.

Feril miró atentamente a la kender. Ampolla había estado mascullando y paseando, parándose de vez en cuando para dar una patada en la arena y dibujar círculos con el tacón de la bota. Su labio inferior sobresalía en un gesto de concentración, y sus brazos se balanceaban a los costados. Hoy llevaba puesto un par de guantes de lona grises. Tenían unos extraños accesorios: un artilugio de botón y corchete en los pulgares, y botones más grandes en las palmas.

—Sé todo lo referente a draconianos —musitaba la kender—. Leí cosas sobre ellos en alguna parte. Los hay de cobre, de bronce, de latón, de plata y de oro, pero no azules. Al menos, antes no los había. Éstos tienen que ser nuevos. ¡Eh, mira, Dhamon! ¡Allí hay un edificio!

El guerrero se incorporó de un salto, boquiabierto. ¡Ampolla tenía razón! A menos de un kilómetro se alzaba una torre, alta y definida. ¿Se encontraba allí hacía un momento? Había estado mirando en aquella dirección y no la había visto hasta ahora.

—¿Será un espejismo? —se preguntó Ampolla en voz alta—. He oído decir que el calor sobre la arena crea imágenes ilusorias.

—No —repuso Dhamon. Tendió la mano hacia la kalanesti para ayudarla a ponerse de pie, pero Feril se incorporó de un brinco, sin ayuda, y miró fijamente hacia la estructura.

—Todavía no hace bastante calor para que haya espejismos —dijo la elfa—. Al menos, es lo que tengo entendido. Además, proyecta su sombra, y los espejismos no lo hacen. Apuesto a que la magia tiene algo que ver. —Miró de soslayo a Dhamon—. Y alguno de nosotros creemos en ella.

Shaon, que había salido de su ensoñación acerca de una carraca bautizada con su nombre, cogió con brusquedad la bolsa que guardaba al drac, dio un codazo al lobo, y se puso de pie.

—Vamos, Ampolla, Furia —los apremió—. Si no es un espejismo, estaré en su interior dentro de pocos minutos, y me llenaré el estómago con cualquier cosa comestible que encuentre.

La torre estaba construida con suave piedra, un sencillo granito gris. Era grande e imponente, y proyectaba una larga sombra en el camino de los compañeros.

Dhamon calculó que tenía unos ocho o nueve pisos, tal vez más si se extendían hacia abajo, en el subsuelo. ¿Habría estado ahí desde el primer momento y algo les había impedido verla hasta ahora? A pocos metros de la puerta, el guerrero se puso tenso y alzó una mano para que los demás se pararan. Quizás este edificio era el lugar de donde procedían los draconianos azules, los dracs. No se veían huellas en torno a la construcción, pero los dracs volaban y no tenían por qué dejar ninguna.

Entonces la puerta se abrió en silencio y una figura vestida con una túnica plateada apareció en la entrada. La voluminosa capucha ocultaba el rostro en las sombras del embozo, y las mangas colgaban de manera que le tapaban las manos. Lo mismo podía ser un hombre que un fantasma o incluso un drac.

Hizo un ademán invitándolos a entrar, pero Dhamon ordenó a los demás que permanecieran donde estaban.

—Debéis de ser los campeones de Goldmoon —dijo la figura en voz queda y algo rasposa—. Soy el Custodio. Palin está dentro. Os estaba esperando.

—¿Es esto Refugio Solitario? —preguntó Ampolla con excitación. La kender había corrido para alcanzar a sus compañeros de piernas más largas, y ahora se adelantó un paso.

Dhamon observó intensa, suspicazmente, al hombre de túnica plateada.

—Entrad, por favor. No es menester quedarse fuera con este calor. Le diré a Palin que habéis llegado.

—No sé —parloteó Ampolla—. A lo mejor ha matado a Palin. A lo mejor está fingiendo que Palin está ahí. A lo mejor quiere matarnos y lo quiere hacer dentro, donde seguramente estará más fresco. A lo mejor es ya sabéis quién: Tormenta sobre Krynn.

Furia se acercó a la puerta y husmeó al hombre. Después, moviendo la cola, el lobo desapareció en el interior de la torre.

—Creo que no hay peligro —susurró Feril.

Dhamon asintió en silencio, pero su mano fue hacia la empuñadura de la espada. Cruzó el umbral, con Feril y Shaon pisándole los talones. La puerta empezó a cerrarse mientras Ampolla echaba una ojeada por encima del hombro a la yerma extensión arenosa antes de entrar apresuradamente.

La amplia estancia a la que accedieron era fresca y agradable. En el centro había una gruesa alfombra que resultó sedante para los doloridos pies de la kender y la hizo sentirse un poco mejor.

Las paredes estaban cubiertas con tapices y exquisitas pinturas en las que se representaban hermosas campiñas, retratos de gente distinguida, barcos, unicornios y litorales azotados por el viento. Una pulida escalera de piedra ascendía sinuosa a un lado de la estancia, y a lo largo del tramo había más pinturas, cada una de ellas más llamativa y mejor realizada que la precedente.

Un hombre bajaba los peldaños. Era alto, e iba vestido con calzas de color verde oscuro y una túnica del mismo color pero en tono más claro. Llevaba un fajín blanco adornado con bordados negros y rojos. Su cabello cobrizo y algo canoso era largo, y los ojos eran vivaces, aunque con una expresión de cansancio. Su delgado rostro tenía la sombra de una barba incipiente.

La kender calculó que tenía más o menos su edad; quizás incluso fuera mayor que ella, pero de ser así se conservaba muy bien. Caminaba erguido, con la cabeza levantada y los hombros derechos. Le pareció apuesto y fascinante considerando que era humano, y de inmediato decidió que le caía bien.

—Los campeones de Goldmoon —anunció el Custodio de la Torre mientras extendía el brazo en un arco hacia Dhamon y sus compañeras—. Éste es Palin Majere —añadió en voz queda—, nuestro anfitrión.

El silencio se adueñó de la estancia. Dhamon no sabía muy bien cómo empezar, y Feril estaba demasiado ocupada mirando intensamente a su alrededor para decir nada. Ampolla se adelantó y saludó inclinando la cabeza, omitiendo adrede extender la mano por miedo a que se la estrechara y le hiciera daño.

—Encantada de conocerte. Jaspe Fireforge me contó todo lo referente a ti. Bueno, me contó muchas cosas. Pero él no ha venido. Se ha quedado en el barco, en Palanthas. Creo que le daba miedo que zarpara sin esperarnos si él se iba. Por supuesto que no ocurriría eso, aunque Jaspe hubiera venido. Pero prefirió quedarse allí. Yo soy Ampolla.

—Es un placer conocerte, Ampolla. Goldmoon me avisó que veníais hacia aquí. Acompañadme; tenemos que hablar de muchas cosas.

—Echa una ojeada a esto —dijo Shaon, que de repente se adelantó presurosa y tendió la bolsa tejida a Palin—. Dice que es un drac. Fuimos atacados por tres de estas bestias anoche, sólo que eran mucho más grandes y peligrosas en ese momento.

Palin cogió la bolsa y escudriñó entre la malla. El drac dejó de forcejear y le sostuvo la mirada fijamente a través de un agujero del tejido.


Desde su cubil en el subsuelo del desierto, muchos kilómetros al norte, Khellendros atisbo a través de los ojos de su vástago.

«Así que éste es Palin Majere —pensó el Azul—. No tan viejo y débil como había imaginado, y sus aliados son poderosos. Estudiaré al tal Palin, el sobrino de Kitiara, igual que él analiza a mi drac y descubriré lo que ha sido de sus padres. Quizás aún estén vivos y pueda utilizar al hijo para llegar hasta ellos. Qué sacrificio tan propicio serían los tres.»


—Goldmoon dijo que percibía la germinación del Mal cerca de Palanthas, y creo que estos seres son decididamente malignos —empezó Dhamon—. Se parecen a los draconianos, aunque son algo diferentes.

—Explotan en una descarga de energía cuando mueren —intervino Ampolla—. Y por supuesto pueden arrojar rayos cuando están vivos. Además, vuelan. Éste dijo que su amo es una gran tormenta.

—El Custodio de la Torre y yo estudiaremos a este drac. —El mago se frotó la barbilla—. ¿Querréis, por favor, reuniros con nosotros arriba después de que os hayáis refrescado un poco? No tengáis prisa. Estaremos en el piso alto.


Tuvieron tiempo para tomar un baño y comer, ocuparse de sus heridas y ponerse ropas limpias que les facilitaron. Las viejas las echaron a la chimenea, delante de la cual se enroscó Furia, satisfecho. A despecho del calor reinante en el exterior, dentro de la torre hacía una temperatura agradablemente fresca.

Tomaron asiento a una mesa redonda hecha con madera de abedul, al igual que las sillas, que eran cómodas y tenían gruesos almohadillados. Bebieron sidra de melocotón servida en altas copas de cristal, disfrutando del silencio. El cuarto era elegante, aunque amueblado con sencillez, con madera blanca por todas partes. El aparador de la loza y el largo y bajo trinchero que había al fado estaban llenos de platos blancos y jarrones. Era un agradable cambio tras la caminata por el desierto.

Ampolla apuró su copa, se relamió, y bajó de la silla para admirar mejor la túnica naranja oscuro que llevaba. Era una de las camisolas desechadas de Linsha Majere, y la kender se la había recogido ajustada en la cintura, de manera que parecía casi un vestido. Alrededor del cuello tenía una hilera de diminutas perlas cosidas, y Ampolla sonrió mientras pasaba el pulgar de la mano, enfundaba en un guante blanco, a lo largo del adorno.

Dhamon usaba más o menos la misma talla que Palin, y su atuendo prestado consistía en unas calzas marrón oscuro y una camisa de seda blanca que le estaba casi a la medida. Al guerrero lo complacía su relativa sencillez, y la suave tela tenía un tacto agradable contra su piel.

Shaon y Feril vestían ropas que se habían reservado para viajeros necesitados, y eran muy diferentes de las que cualquiera de las dos mujeres solía ponerse. El vestido de Shaon era de un color lila pálido, adornado con encaje blanco alrededor del cuello cerrado. Le quedaba un poco corto, por encima de los tobillos, ya que Shaon era bastante alta. Aun así, la mujer bárbara ofrecía un aspecto imponente, y se sorprendió a sí misma admirándose en un espejo.

Feril lucía un vestido de vuelos en color verde bosque, con rosas bordadas con hilo rojo oscuro a lo largo del corpiño; las mangas le llegaban al codo y ondeaban como alas de mariposa cuando caminaba. Siguiendo el ejemplo de Ampolla, se levantó de la mesa y giró sobre sí misma delante de Dhamon mientras reía quedamente.

—¿Tengo tu visto bueno? —preguntó.

Su cabello, limpio de nuevo, volvía a semejar la melena de un león. Dhamon la miró intensamente.

—Estás bellísima —repuso, en un quedo y ronco susurro.

La elfa pareció sorprenderse. Era una de esas contadas veces en las que no se le ocurría qué decir.

Shaon carraspeó con fuerza y se encaminó hacia la escalera.

—Quiero ver cómo está mi animalito —dijo.

—¿Tu animalito? —protestó Ampolla—. La bolsa mágica es mía, y Feril encogió a esa cosa horrible. —La kender alzó la barbilla—. La criatura es nuestra.

Pero la mujer bárbara se había marchado ya, por lo que la protesta de la kender fue en balde.

Dhamon fue hacia la escalera, pero Feril lo detuvo poniendo la mano en su hombro.

—Espera —empezó—. Tú venías a Refugio Solitario por algo. —La elfa señaló hacia una caja de nogal pulido de unos sesenta centímetros de largo por unos treinta de ancho que había en el centro de la mesa.

—¿Estaba ahí antes? —preguntó el guerrero. Se acercó y pasó los dedos por la tapa antes de abrirla suavemente. Dentro había una pieza de acero, abollada en algunos sitios, y adornada con trocitos de latón y oro.

Era el mango de una lanza, antiguo y ornamentado, con intrincadas espirales y dibujos por toda su superficie. Dhamon lo sacó de la caja e inspeccionó el agujero donde se ajustaba la lanza. Lo sostuvo en la mano derecha, como lo habría hecho si el arma hubiera estado completa. La pieza era increíblemente ligera.

El guerrero le dio la vuelta y reparó en un par de ganchos iguales. Metió la mano en el bolsillo, donde había guardado el estandarte de seda cuando se cambió de ropa, y lo prendió en su sitio.

—Ahora sólo falta una parte —dijo—. Y Palin nos llevará hasta ella. —Miró a Feril, que le sonreía enorgullecida.

»Una de las Dragonlances originales —musitó el guerrero en tono reverente—. Siempre me he preguntado si no serían una simple leyenda.

Feril se echó a reír.

—Eran reales, tenlo por seguro. Imagino que todavía queda un par de ellas en alguna parte.

Dhamon asintió en silencio y, con sumo cuidado, volvió a guardar el mango de la lanza y el estandarte en la caja.

—Ignoro si incluso una lanza mágica podría matar algo tan grande como el Blanco que viste.

—Debes tener fe —repuso Feril—. La magia, si es lo bastante poderosa, puede hacer que el tamaño de algo sea irrelevante. Y, hablando de magia, creo que iré a ver qué hace Palin con el drac.

La elfa, con las mangas del vestido aleteando como mariposas, echó a andar hacia la escalera, aunque parecía que iba flotando. Cuando empezó a remontar los peldaños, Ampolla, que había permanecido tan inmóvil y callada que los dos habían olvidado su presencia, fue tras ella. La kender miró los altos escalones y puso el gesto ceñudo.

—Todo está construido a medida de los humanos —rezongó. Sabía que Feril llegaría arriba mucho antes que ella.


—Los campeones de Goldmoon más parecen chusma —comentó el Custodio, que estaba sentado a una larga mesa pulida, enfrente de Palin.

—Recuerdo historias que me contaba mi padre sobre tío Raistlin y él, Tas y todos los demás. Supongo que podrías haberlos descrito también como chusma, sobre todo después de salir de un combate.

El drac azul estaba en el centro de la mesa, dentro de una vasija de cristal en forma de campana, tapada con un grueso corcho. Observaba intensamente a los dos hombres. Entonces, completamente harto, fue de un lado a otro siseando y escupiendo rayos que rebotaron en los costados del recipiente y estallaron en un cegador despliegue de luz.

—Creo que Goldmoon hizo una sabia elección —continuó Palin—. Si vencieron a tres de estas criaturas, de estos nuevos draconianos, deben de ser formidables.

—O han tenido suerte. —El Custodio acercó el rostro al recipiente de cristal mientras echaba un poco hacia atrás la capucha, si bien sus rasgos siguieron ocultos bajo el embozo—. Realmente parece un draconiano, pero hay diferencias.

Palin se inclinó y miró fijamente al drac. El silencio se adueñó de la estancia. De repente, alargó la mano y aferró con fuerza la vasija.

—¡Son los ojos! ¡Fíjate!

El Custodio aflojó con suavidad los dedos de Palin para que soltara el recipiente y examinó detenidamente al drac.

—En efecto. No son del todo ojos de reptil —dijo, mostrándose de acuerdo.

—No me refiero sólo a las pupilas, grandes y redondas, ni al hecho de que tenga los ojos más hacia el centro de la cabeza en lugar de hacia los lados. Me refiero a lo que hay detrás de ellos, la expresión honda. Son sensibles, tristes, casi...

—Casi humanos —apostilló el Custodio. Miró a Palin y guardó silencio, expectante. Se había puesto pálido.

—¿Qué ocurre? —dijo Palin—. ¿Qué nos está pasando? ¿Es que nos estamos volviendo locos?

—Estamos muy cuerdos —repuso el Custodio—. Descubriremos qué hay detras de esto. —Puso la mano en el hombro de Palin—. El drac tiene la cola más fina que un draconiano, y puede volar. Hasta ahora, sólo los sivaks volaban. ¿Cabría la posibilidad de que esta criatura procediera de un huevo de Dragón Azul?

Palin asintió con la cabeza.

—Lo de los rayos coincide con el arma principal de un Azul —dijo—, pero fue Takhisis quien creó a los otros draconianos. Ausente ella, ¿quién habría creado a éste?

—Averigüémoslo.

Palin se levantó de la silla y fue hacia una hilera de escritorios y armarios bajos colocados contra la pared, a todo lo largo de la habitación. Empotrados en el muro y hechos con la misma madera que la mesa, contenían decenas de cajones de diferentes tamaños y distintos tiradores. Abrió uno de ellos y sacó varias hojas de pergamino, una pluma y un tintero.

—Anotaré las observaciones que hagamos —explicó mientras colocaba los utensilios de escritura sobre la mesa.

El Custodio salió de la estancia un momento, arrastrando suavemente la túnica tras de sí. Cuando volvió, traía una jofaina de cobre, llena de agua hasta el borde. La dejó sobre la mesa y tomó asiento. Descansó las dos manos a ambos lados del recipiente y se inclinó hacia adelante como si pensara beber en él. De sus labios salieron unas palabras. Su voz, queda y áspera, sonaba como hojas secas agitadas por el viento.

Palin observó al Custodio y comprendió que estaba realizando un conjuro de adivinación que les permitiría ver el nacimiento de la criatura, el proceso para crearla, y quién era el responsable. Sin quitar los ojos de la superficie del agua, Palin cogió la pluma y la primera hoja de pergamino.

Las palabras del Custodio se fueron haciendo más y más quedas, de manera que Palin apenas podía oírlas. El agua brillaba ligeramente, evocando los rayos de sol al acariciar la suave superficie de un lago. Apareció la imagen ondulada, etérea, de un joven de aspecto flaco y macilento, con una mata de cabello negro desgreñado. De anchos hombros, casi desnudo y curtido por el sol, tenía la apariencia de un bárbaro.

—Se me antoja que era oriundo de los Eriales del Septentrión —musitó el Custodio—. Fíjate en los dibujos del cinturón.

—Sí, y por los indicios, procedía de un lugar situado no muy lejos al norte de aquí.

—¿Dónde estás, hombre o drac? Muéstranos tu entorno, el lugar donde naciste —insistió el Custodio.

Unas ondas rizaron el agua alrededor de la imagen del hombre, y sus movimientos cambiantes recrearon un fondo rocoso.

—Está en una cueva —dijo Palin. Las sombras de unas imágenes se proyectaban contra la pared de la caverna; eran de personas de diferentes tamaños y formas, aunque los hechiceros no lograron distinguir sus fisonomías con suficiente precisión para calcular sus edades.

La imagen plasmada en la superficie del agua volvió a cambiar; los músculos del hombre se desdibujaron para, acto seguido, reaparecer otra vez, tornándose cobrizos y escamosos; y le crecieron alas en la espalda. Era un kapak —una especie draconiana bastante obtusa— que se encogió, acobardado, y lanzó miradas furtivas a uno y otro lado de la cueva.

—Esto es interesante. Quizá se hizo una fusión del kapak con el humano —especuló Palin—. Pero ¿cómo? ¿Y por qué iba a volverse azul?

De nuevo la imagen ondeó y cambió, de manera que la forma del kapak empezó a crecer hasta dar la impresión de ocupar toda la caverna en la que estaba. El agua se volvió completamente azul, y los dos hechiceros se inclinaron más sobre la jofaina.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Palin.

—Quizás es el cielo —respondió el Custodio, que se acercó más para localizar una nube o una figura pequeña en vuelo.

De repente, el agua se dividió por el centro, revelando un enorme y reluciente globo ocular. Un Dragón Azul acababa de abrir los ojos.

Los dos hechiceros se echaron hacia atrás rápidamente, apartándose de la jofaina, y se miraron el uno al otro.

—Skie —musitó Palin.

Los dos magos presenciaron cómo el ojo de reptil giraba de un lado a otro, al parecer examinando la estancia. Su funesta mirada se quedó prendida fijamente en ellos, y el ojo se estrechó. La imagen empezó a ondear, y el agua se volvió turbulenta, se enturbió, y se evaporó. La jofaina de cobre estaba vacía.

—¿Qué significa eso?

La pregunta la había hecho Shaon. La mujer bárbara se hallaba en el umbral, y su mirada fue de la jofaina al recipiente de cristal donde estaba metido el drac. Entró en la habitación e, inclinándose sobre la mesa, observó a la criatura fijamente. El drac le sostuvo la mirada.

Palin escribía en el pergamino con frenesí; quería anotar todas sus observaciones antes de que pasara más tiempo y borrara hasta el más mínimo recuerdo.

—Significa que Goldmoon escogió sabiamente a sus campeones —dijo el Custodio. Su voz era más apagada que antes a causa del agotamiento experimentado con la rigurosa prueba. Se recostó en la silla y exhaló el aire lentamente—. A pesar de toda nuestra magia, nuestros libros y horas de estudio, tú y tus compañeros habéis descubierto algo sobre los dragones que ni Palin ni yo ni nuestro colega, que está en otra parte, fuimos capaces de descubrir. Si los dragones, o incluso uno solo de ellos, han encontrado el modo de crear nuevos draconianos o dracs, entonces... —El Custodio dejó la frase en el aire.

—Entonces Krynn corre un peligro mayor de lo que cualquiera de nosotros temía —apostilló Dhamon, que había entrado en la habitación detrás de Feril.

—En efecto —convino el Custodio—. Los dragones son por sí mismos suficiente amenaza, pero si hemos de enfrentarnos antes a los vástagos del Azul para derrotarlos a ellos, entonces no sé si tendremos alguna posibilidad.

—Siempre la hay —intervino Palin al tiempo que dejaba la pluma—. Regresaré con vosotros a Palanthas. Allí recogeremos la última pieza de la lanza.

—Los caballeros negros, subordinados del Azul, nos estarán vigilando —advirtió Ampolla. La kender había llegado por fin al final de la escalera y jadeaba por el esfuerzo. Se preguntó cuántas veces al día la subirían y bajarían los hechiceros. Quizá los magos tenían las estancias importantes en el piso alto para así obligarse a hacer ejercicio, pensó.

—Aun así, debemos ir a Palanthas. Creo que podremos encontrar más respuestas allí que quedándonos aquí sentados. —Palin metió la mano en un profundo bolsillo, sacó la bolsa tejida de Ampolla, y se la tendió a la kender—. Lo siento, pero no es mágica —le dijo—. Y tampoco es especialmente resistente. Sospecho que el drac debió resultar herido en la lucha y quedó sin la fuerza necesaria para romperla y escapar. Lo dejaremos en ese recipiente para mayor seguridad.

—¿Y no se morirá ahí dentro, sin aire? —preguntó la kender.

—No —contestó Palin—. El frasco sí es mágico. No quiero que esta criatura escape. —Se volvió hacia Feril—. ¿Cuándo estudiaste misticismo con Goldmoon?

—Nunca —respondió la elfa, que bajó la vista al suelo.

Palin, intrigado, se acercó a ella.

—Entonces, la reducción del drac, tu magia ¿de dónde procede?

—Es algo que puedo hacer, simplemente. He tenido ese don toda mi vida.

—Magia innata —musitó Palin, que sonrió y lanzó una mirada de soslayo al Custodio—. Cuando tengamos tiempo —añadió—, me gustaría hablar contigo de esas dotes inherentes.

—Será un honor —aceptó ella—. ¿Podríamos hacer un pequeño desvío en el camino? Hay un chico solo en un pueblo. Los dracs capturaron a todos los adultos de su aldea.

—¿A cuántos? —inquirió Palin.

—Por lo que pudimos sacar en conclusión, fueron unas cuantas docenas —contestó Feril.

—El Azul podría estar creando todo un ejército de estas cosas —apuntó el Custodio—. Y nunca se crea un ejército sin un propósito.

—Bueno, los dracs no son invencibles —repuso Palin al tiempo que señalaba a la criatura.

—Y nosotros tampoco —comentó Ampolla.


Khellendros ronroneaba. Mirando a través de los ojos de su drac azul, analizaba a Palin, al Custodio y a los demás.

—Al llevar a mi vástago con ellos, me han llevado a mí.

El Azul estaba satisfecho. Sabría adonde iban y en qué estaban trabajando, y conocería cualquier hallazgo que hicieran, todo ello sin salir de su cómoda guarida. Y mientras tanto descubriría todas sus debilidades y sus puntos fuertes. Y, en el momento propicio, descargaría un ataque virulento sobre ellos.

—Tal vez les dé antes algo por lo que preocuparse —siseó—. Quizá los amenace, los asuste. Puede que haga de esto un juego. —Su boca se curvó en una mueca que quería ser sonrisa, e hizo un ademán con la garra llamando a los wyverns.

—¿Hacemos qué ahora? —preguntó el más grande.

—¿Hacemos algo? —abundó el otro.

—Sí —repuso Khellendros—. Id en busca de mi lugarteniente, Ciclón. Su cubil está al norte. Traedlo aquí.

—¿Hacemos ahora? Sol fuera ahora —dijo el pequeño.

—Calor fuera ahora —protestó el más grande.

Khellendros rugió, y los wyverns salieron precipitadamente a la tarde detestablemente ardiente del desierto.

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