2 El Abismo

La sensación de estar cayendo desapareció, y la niebla se apartó de Palin, dejándolo sobre el suelo rocoso y árido de lo que parecía ser una caverna gigantesca. El aire estaba cargado y tenía un olor fétido. Docenas y docenas de caballeros montados en dragones volaban sobre él, a ras del techo, y directos hacia algo. Palin oía el estruendo de la batalla, los apagados gemidos de los moribundos, el clamor de los gritos de guerra, y el siseante ruido del aliento de dragones. Caos estaba más adelante, en alguna parte.

A Palin le ardían los pulmones, y le costaba respirar; el calor expulsado por las rocas del suelo traspasaba las suelas de sus botas y le llegaba a las plantas de los pies. Tragó saliva con esfuerzo y bajó la vista hacia sus manos para asegurarse de que todavía sostenían el libro. Lo había tenido aferrado con tanta fuerza que los dedos se le habían quedado dormidos. El libro seguía allí, comprobó con alivio, y también su bastón mágico.

Los siguientes segundos pasaron como un confuso borrón para el joven hechicero. Como fragmentos y vislumbres de una pesadilla, los acontecimientos empezaron a desplegarse a su alrededor. Vio a Steel Brightblade, su primo, en lo alto, montado en un Dragón Azul. Lo llamó por señas, y al cabo de unos instantes se encontraba sentado detrás del joven Caballero de Takhisis. Las alas del dragón acortaron la distancia con Caos, llevando a Palin y a su primo hacia el Padre de Todo y de Nada.

—Sólo tenemos que herirlo —le susurró Palin a Steel.

Entonces se encontró de nuevo en tierra, rodeado por el estruendo de la batalla y un mar de hombres y dragones —sangre y fuego— atestando el aire en torno a la gigantesca forma de Caos.

A saber cómo, Usha también estaba aquí, lejos, al borde de la batalla, y Tasslehoff se encontraba con ella. Palin los vio al levantar la mirada del libro, los atisbo por el rabillo del ojo. Las últimas palabras del hechizo salieron de su boca en un confuso balbuceo al tiempo que su mirada se quedaba prendida en la de Usha. En lo alto, Caos derribó a un dragón de un manotazo, como si fuera un mosquito, y el reptil se precipitó al suelo y golpeó a Palin.

El joven sintió el aplastante peso de la cola de la criatura sobre su pecho, y notó que el libro se le caía de las manos y que el bastón resbalaba de entre sus dedos. Una repentina oleada de frío lo inundó. Una impenetrable negrura engulló a caballeros y dragones, a la figura de Caos, que se alzaba hasta el rocoso techo de la gigantesca caverna, y a él mismo.

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